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La decisión de Hugo (1)

en Sexo Anal

 

Vuelvo a casa después de una noche de festa. Música, baile, alcohol...

 

Con la camisa a medio desabotonar miro el reloj. Son casi las ocho de la mañana y meto la llave en la cerradura. Todo está en silencio. La luz del pasillo sigue encendida, por lo que mamá no se ha levantado todavía. Al cerrar la puerta miro desde lejos la pica de la cocina y confirmo que el bol de cereales donde mamá suele desayunar no está. Eso confirma mis sospechas, aun no se ha despertado.

 

Voy caminando, lento pero decidido, hasta llegar al salón. Encima de la mesa de cristal hay un montón de catálogos de supermercados y cartas cerradas que nadie se ha molestado en abrir.

 

Pensaría que es un desastre de casa, pero no quiero volver a rallarme con la misma historia. Al menos ahora no.

 

Al avanzar un poco más me encuentro a mamá estirada en el sofá. Sus delicadas manos se sostienen encima del cojín por encima de su cabeza. Sus pechos suben y bajan lentamente cubiertos por el fino bikini.

 

Tiernamente, casi sin querer, sus pezones se marcan a través. Yo sonrío al verlo y la miro a los ojos. Aun estando dormida tiene cara de cansada. Sus largas piernas se han acomodado como han podido en aquel sofá, pero mamá no tiene la piel de gallina. Su piel sigue siendo lisa, con sus lunares perdidos por el camino.

 

Me voy al cuarto a buscar una manta, y antes de abrir el armario para sacar una tiro la cartera encima de la cama. Esta cae bruscamente, como si también hubiese sentido todo el cansancio que pesa sobre mi cuerpo.

 

Vuelvo al salón con la manta en la mano. Mamá sigue allí, sin moverse, con sus labios rojos pero resecos y con su bikini verde escondiéndose en medio de sus piernas.

 

-¿Puedes poner un poco el aire?-me dice sin abrir los ojos y sin apenas moverse.

 

-Sí...

 

Cojo el mando del aire al lado del paquete a medio acabar de tabaco. Con hundir un par de botones el silencio queda roto y vuelvo a dejar el mando en la mesita.

 

-Gracias cariño.

 

-¿No tienes frío?

 

-¿Frío?-me pregunta frunciendo el ceño, aun sin abrir los ojos.

 

Los abre y me mira, como si supiese que había estado allí todo el rato. No ha tenido que buscarme con la mirada, ella sabía perfectamente dónde estaba.

 

Sus ojos azules me miran. Mis ojos marrones miran los suyos. Ella se da media vuelta y queda de lado en el sofá, poniéndose con una mano su pelo rubio detrás de la oreja.

 

Su delicado lazo adorna su cintura. Ese lazo tiene algo especial, es como si quisiese ser desatado pero no quisiese que se supiera.

 

-Ven.

 

-¿Qué?

 

-Que vengas.

 

Me acerco a ella con miedo. Sabe que he bebido, pero no me dirá nada. No tengo miedo de eso. No se de qué tengo miedo, pero lo tengo.

 

-¿Ha llamado alguien?

 

-No lo sé mamá... acabo de llegar-le susurro.

 

-He vuelto a discutir con Roberto.

 

-¿Otra vez?

 

Mamá me mira con disgusto mientras pestañea. Desde luego no le ha gustado nada mi respuesta. Dos segundos después se levanta, descalza, despeinada, con su pelo detrás de las orejas.

 

-Ya puedes apagar el aire.

 

Mamá se va caminando por el pasillo bajo mi atenta mirada. Un dedo pasa veloz por su cara. Voy como un cohete detrás de ella, no puedo evitarlo.

 

La abrazo por detrás y le doy un beso en la mejilla. Mis manos están a la altura de su ombligo, mis dedos se mantienen entrelazados tocando su piel.

 

La veo desde arriba, le saco casi una cabeza de altura, pero sin embargo siempre hace que me sienta como si la estuviese mirando desde abajo.

 

Ella me acaricia mi mejilla con su mano, fina y caliente. Mis labios no se separan de su mejilla, y mis ojos no paran de mirar a la pared, como si fuera el horizonte. Pero no es más que una pared, la misma que pintamos mi padre y yo aquel día, con ocho años, antes de que se marchase de casa.

 

Tengo ganas de decirle lo que quiere oír, que se merece a alguien mejor.

 

Sus dedos suben y bajan por mi mejilla hasta llegar a mi oreja, y allí empiezan a acariciarla.

 

Ella está esperando esas palabras, y yo lo sé, pero no tengo el valor de decírselo.

 

¿Por qué no soy capaz de decirle un ''te quiero''?

 

Mamá me acaricia mis manos, las toca como sabiendo que no voy a decirle lo que ella quiere oír.

 

Entro con ella al dormitorio, y lo primero que hace es mirar el móvil para ver si Roberto ha llamado, aunque al ver que yo aun sigo allí intenta disimularlo.

 

Mamá se acuesta en su cama de matrimonio, sola, sin apenas ocupar la mitad del colchón.

 

Se estira mirando hacia la ventana, dándome la espalda.

 

Sin agacharme me quito los zapatos y me desabrocho el cinturón sin quitarme los pantalones.

 

Me estiro a su lado, escuchando su respiración.

 

Ella sabe que estoy allí y se gira hacia mí. Su pelo rubio cae sobre mi pecho. No sé si está llorando, pero no tengo el valor suficiente para comprobarlo.

 

Díselo, vamos díselo. Te quiero mamá.

 

Me quedo unos segundos pensando. Me prometo que, al contar hasta diez, se lo diré. Veinte, treinta, cuarenta...

 

Ella se tapa lentamente con la sábana blanca. Cincuenta.

 

Y me quedo dormido sin decírselo.

 

 

 

 

 

Me despierto sin saber qué hora es. Mis manos golpean la cama por todos sitios. Se me ha caído el móvil del bolsillo y soy incapaz de encontrarlo. Al fin lo atrapo, cerca de la almohada. Es Cris.

 

-¿Qué tal guapo? ¿Llegaste bien anoche o aún no eres persona?

 

Cris es la típica amiga a la que le puedes confesar tu parte más oscura de tu personalidad, que ella te va a querer igual. Eso sí, traiciónala y la has perdido para siempre.

 

La llamaría Cristina, pero me partiría la cara. ¿Qué puedo decir de mi relación con Cris?

 

Es mi mejor amiga, la persona que nunca me ha traicionado. Simplemente es única, y lo seguirá siendo.

 

-Joder Cris, qué resaca tengo...

 

-Jajaja...

 

Oigo risas al otro lado del teléfono. Como si estuviera allí, veo a Cris en bragas al lado de su novio, besándole el hombro y acariciándole el pelo.

 

No puedo evitar pensar si le habrá contado a este que un día nos enrollamos. No sé por qué, pero cada vez que Cris está con alguien me pregunto lo mismo.

 

-¿Paso por tu casa?-me pregunta.

 

-¿Puedes venir?

 

-Em, no. No puedo. ¿Por qué crees que te lo pregunto tonto?

 

-Te espero aquí.

 

-Besitos.

 

Dejo que cuelgue ella mientras yo me levanto de la cama. Estoy en la habitación de mamá, tan limpia, tan pura. Me miro al espejo y me peino lo mejor que puedo con la mano antes de salir al pasillo. Se me ocurre mirar a ver quién está por allí. Es un domingo y ya son las dos de la tarde.

 

Al tiempo que yo me acerco al sofá Roberto abre la puerta de la terraza y entra dentro de casa.

 

-¿Qué pasa Tito?

 

-¿Qué tal Rober?-le digo mientras le choco la mano.

 

Me veo reflejado en sus gafas de sol y compruebo que sigo hecho un asco.

 

A Roberto le ha salido otra vena en el brazo de tanto levantar pesas. Eso me recuerda que la semana pasada trajo otro maletín a casa, y me hace pensar si no estará pensando en instalarse en casa definitivamente.

 

-Ayer pillaste una buena...-me dice con su media sonrisa.

 

Yo le sonrío, evitando decir nada. Me marcho a la cocina siguiendo el olor a carne frita.

 

Allí está mamá, con su pelo recogido y su camiseta rosa de tirantes. Los leggins llevan el logotipo de una tienda de deportes, así que adivino que Roberto se la ha llevado otra vez a su gimnasio.

 

-¿Quieres desayunar cariño?¿O te esperas a comer?

 

Ella me sonríe y sigue cocinando. Esta vez está más alegre, más sonriente, hace que se noten sus hoyuelos en su cara, y eso me gusta.

 

-A lo mejor viene Cris.

 

Mamá me vuelve a sonreír. Sentado en la mesa de la cocina mojo magdalenas casi sin darme cuenta, mecánicamente.

 

Suena el timbre, esperando a que yo vaya a abrir. Es Cris. Al parecer la fiesta le ha sentado de miedo. Viene con una falda corta a cuadros, negra y roja. Aunque sus pechos no son exageradamente grandes, hoy parece que pidan salir de su camiseta. Su piercing en la nariz casi deslumbra cuando la luz del pasillo choca con él.

 

-Hola feo.

 

Me da dos besos. Mamá y ella se saludan rápida pero cariñosamente, mientras Cris me coge de la mano y me lleva al salón. Sus ojos color miel demuestran una seguridad a la que no estoy acostumbrado.

 

-Hola Roberto.

 

Cris le da dos besos a Roberto, que sigue con las gafas puestas.

 

-¿Qué tal guapa?-le pregunta él.

 

-Muy bien, ¿y usted?

 

-Cris cariño, llámame de tú.

 

Roberto le pone la mano en su hombro, y casi inmediatamente se la retira.

 

-¿Vienes cari?-me dice a mí, señalando mi habitación con la cabeza.

 

Lleva el pelo marrón, su color natural. Yo creo que le queda mejor así, y no con las mechas rubias que...

 

¿Qué ha sido eso? Me vuelvo a mirar, pero allí ya no hay nadie. Juraría que...

 

¿Juraría que... Roberto le ha mirado el culo a Cris?

 

Ahora yo también se lo miro. Es tan pequeño y tan duro...

 

-Ven, tengo que contarte algo-me dice sonriendo.

 

-¿Qué pasa?

 

-He cortado con Carlos.

 

-¿Qué? ¿Por qué?

 

-No sé... Creo que desde el principio ya habíamos roto. No iba a funcionar.

 

Cris se estira en mi cama, y su corta falda sube dos centímetros más.

 

-¿Estás bien?

 

-¿Yo? Perfectamente.

 

-Roberto te ha mirado el culo-digo de golpe.

 

-¿Y tú me lo has mirado?-dice riéndose.

 

Su respuesta me deja aturdido.

 

-Yo... no.

 

-¿Por qué no?

 

Ella vuelve a darme otro golpe.

 

-No sé...

 

Me giro hacia ella para mirarla. Sus pechos me miran a mí. Cris no lleva sujetador.

 

-Cris...

 

-No empieces.

 

-¿Qué quieres decir?

 

-Pues eso, que no empieces. Ya sé lo que me vas a decir.

 

Es cierto, lo sabe. Pero no puedo evitar pensarlo.

 

-Lo que pasó... pasó y ya está- me dice ella.

 

-Lo sé...-digo como respuesta alternativa.

 

Ella se levanta de la cama y camina lentamente por la habitación.

 

-Piensas en eso alguna vez?-me pregunta mirando al suelo.

 

-Casi no...

 

Cris sonríe y me mira

 

-¿Casi no? Jaja, ¿Qué mierda de respuesta es esa?

 

Yo me río con ella, y ella sigue avanzando lentamente hasta quedarse al lado de la puerta.

 

-Mira Hugo... solo fueron dos besos tontos. Y ya está.

 

Cris cierra bien la puerta y echa el pestillo.

 

-Solo dos besos.

 

Yo no puedo decir nada, supongo que ella tiene razón.

 

-Sería una locura.

 

-Probablemente.

 

Cris se acerca y me deja sus tetas a la altura de mi cara. Sus pechos me piden que los muerda a la vez que reciben mi aliento de golpe.

 

-Joder Hugo, no me hagas esto...

 

-¿Hacer qué?

 

-No te hagas el tonto...

 

La miro a los ojos. Ella expresa preocupación, pero una falsa preocupación mientras se muerde el labio inferior.

 

Ella me besa a mí. Yo la beso a ella. Poco a poco vamos cayendo en la cama mientras siento su lengua entrar en mi boca, siento la mía tocando la suya. Se tocan como si se echaran de menos.

 

Cris coge mi lengua con sus labios y la acaricia. Yo hago lo mismo a la vez que intento subirle la camiseta, pero no lo consigo. Me siento como si lo estuviese haciendo por primera vez, esa es la magia que tiene hacer algo con ella.

 

Mis dedos acarician su camiseta blanca y la suben hasta dejar sus pechos al aire, al descubierto; blancos, tímidos. Me siento en la cama con mi espalda apoyada en la fría pared. Ella viene a buscarme y se sienta encima.

 

Sus dedos con uñas rojas me sostienen la barbilla mientras su boca me estira la piel del cuello.

 

Empiezo a escaparme de este mundo, empiezo a disfrutar de verdad.

 

-Dime que tienes condones...-me susurra al oído.

 

Le cojo las manos e intento mirarla a los ojos.

 

-Dime que tienes, por fa...-me vuelve a repetir.

 

Mis manos dejan de tocar las suyas y se van hasta su cintura. Aun no he dicho nada y sé que necesito una respuesta rápida y buena. Sé que los preservativos están guardados en el cajón, pero está claro que esa no es la cuestión.

 

La falda de Cris se ha subido del todo al sentarse, ya no esconde ese tanga negro tan pequeño, tan pequeño como ella.

 

-Da igual, no los necesitamos.

 

-¿Qué... eso qué quiere decir?-digo tan tonto.

 

-Ya lo verás.

 

Cris se pone de pie y se quita la falda, quedándose delante de mí en un simple tanga. Casi inmediatamente cierro la boca por miedo a babear.

 

Sus manos empiezan a desnudarme, a quitarme la camiseta y tocarme la espalda. Su boca me besa otra vez, y otra, y otra.

 

Ella me baja la cremallera y mete la mano sin miedo, sabiendo lo que quiere encontrar. Al tocarla, Cris me muerde el labio inferior con furia, ya sabe que soy suyo y que no voy a echarme atrás.

 

Poco a poco se me bajan los pantalones entre caricias y besos, hasta que sin darme cuenta me he quedado desnudo delante de ella.

 

-¿Quieres metérmela por detrás?

 

Me besa sin dejarme responder. Cuando baja a mi pecho aún no he respondido nada, y sigo sin responder cuando me llena de saliva el glande y lo limpia con su propia boca.

 

-Si te la mojo entrará mejor.

 

Con su lengua persigue todas las líneas que encuentra, cada forma, cada parte de ella. Su mano comprueba que la superficie resbala. No paro de echar líquido previo al semen, y empiezo a gemir sin remedio delante de Cris.

 

Ella recoge todas las gotas que puede y me moja con ellas.

 

-Sigue...te la voy a empapar...-me dice acariciándola con sus uñas.

 

La vuelvo a besar e intento quitarle el tanga. No lo consigo y es ella la que para y se lo quita. Ahora únicamente tiene el tatuaje de corazón rojo que se hizo a los 15 años en la cintura decorando su cuerpo.

 

Cris se estira en la cama como una niña tímida, boca abajo, sonriendo con una picardía que volvería loco a cualquier hombre.

 

-No me hagas daño-me dice.

 

Me pongo detrás de ella, mirándola. Ella se toca el pelo y se lo aparta, dejando su nuca al descubierto. Mis manos evitan que caiga encima de ella mientras beso su cuello. Mi erección puede tocar su fina piel, nunca me había sentido tan cerca de ella.

 

-No me hagas daño, ¿vale?-me dice otra vez.

 

Mi mano acaricia con sus dedos el coño de Cris de arriba a abajo. Ella se retuerce de placer con mis dedos paseando por su vagina, y se estremece cuando los paso, empapados, por su pequeño culo.

 

-Separa las piernas-le susurro entre sus muestras de placer.

 

No me lo pienso dos veces a la hora de intentar penetrarla. Cris ya tiene las piernas separadas y los dedos de los pies moviéndose nerviosamente.

 

Mi polla aun suelta gotas de aquel líquido transparente. La cojo e intento acercarla al culo de Cris. Tan solo con el leve contacto vuelvo a soltar un gemido. ´Me decido, intento penetrar a Cris. Ella suelta un par de gritos ahogados por la almohada.

 

Entro poco a poco. Mi mano va a parar a su espalda. La suya agarra la almohada con fuerza.

 

Puedo notar como estoy dentro de ella, y como si me hubiese asustado por ello salgo.

 

-¿Qué...qué pasa?

 

-Nada...

 

Me acerco a su oreja y se lo repito.

 

-No pasa nada...

 

-Sigue....-me ordena.

 

-¿Te estoy haciendo daño?

 

-No...-me miente ella.

 

-Cris... si entro no creo que...

 

-Lo sé. Sigue...-me dice excitada.

 

Mis dedos van a apoyarse en el tatuaje de su cintura, mi otra mano separa sus nalgas y poco a poco vuelvo a penetrarla. Cris agarra con más fuerza el edredón, olvidándose de la almohada que antes había sido su compañera. Lo único que hace la almohada ahora es ahogar sus gemidos.

 

-Joder Hugo...

 

-¿Quieres que pare?

 

-No...

 

-¿Te estoy haciendo daño?

 

-No...-me dice soltando un grito de dolor.

 

-Cris...

 

Me estoy muriendo de placer follándome a Cris, pero dudo por un momento si debo seguir.

 

Mi cuerpo es más rápido que mi mente y en unos segundos empiezo a moverme encima de ella

 

Adelante y atrás. Dios mio, me estoy follando a Cris y me encanta. Me encanta follármela por detrás, tiene un culo de película y lo sabe.

 

Casi me cuesta seguir cuando ella se estremece y aprieta su cuerpo. Mis manos, sudorosas y calientes., tocan los pechos de Cris con delicadeza.

 

-No pensaba que...

 

Ella sonríe. Se lo toma a broma, sin enfadarse.

 

-Sssh... no...no hables...

 

Casi a punto de correrme salgo de dentro de ella, suspirando y sudando.

 

-¿Nunca lo habías hecho?-me dice ya medio sentada.

 

-Yo...no.

 

-Ayer lo intenté con mi novio-me dice mientras se toca el pelo.

 

-No sé cómo debo tomarme eso...

 

Cris se ríe desnuda, con sus pezones tan duros como cuando entró por la puerta de mi casa.

 

-Va, ven...

 

Vuelvo a besarla estando estirado encima de ella, sin penetrarla.

 

-¿Te has corrido?-me pregunta.

 

-No...

 

-Deberías, alguien llamó a la puerta hace como cinco minutos.

 

Tengo sus ojos a un centímetro de mí. Cris me acaricia el pelo desde el flequillo hasta atrás.

 

Ella baja los párpados y se estremece.

 

Cris no se resiste y abre las piernas casi sin que tenga que tocarlas. Cada vez que le meto la lengua me parece que nunca había estado tan adentro.

 

Mi dedo se moja al entrar y salir de su coño y sus rodillas se chocan entre sí hasta que minutos después estalla casi con mi lengua dentro.

 

Sus delgadas piernas se estiran y sus pies se acarician entre ellos.

 

-Venga, vamos...

 

Al vestirme la veo mirando el móvil, igual que mamá.

 

-Mi novio me ha llamado, no sé qué quiere ahora...-dice enfadada.

 

-¿Quién, tu ex novio?

 

-Bueno sí, mi ex novio...

 

Miro a Cris, pasando por desapercibido que aún tiene sus tetas al aire.

 

-¿Es tu novio, no Cristina?

 

Ella se queda callada, ni levanta la mirada de la pantalla. Hará ver que no me ha oído durante unos segundos mientras busca la respuesta adecuada.

 

-Voy a cortar con él. Te lo prometo.

 

-A mí no tienes que prometerme nada. Más bien...

 

Cris me coge de la mano y sostiene su camiseta en la otra.

 

-Hugo, lo nuestro no iba a funcionar, lo sabes.

 

Se pone la camiseta y luego me abrocha a mí el pantalón. Quita el pestillo y abre la puerta de par en par.

 

-¿Lo hablaremos, vale? Te lo prometo.

 

Cris camina por el pasillo acomodándose las tetas en la camiseta.

 

Vuelvo a mirar su culo. Esta vez no se ha molestado en volver a ponerse el tanga.

 

Cristina, eres una hija de puta.

 

 

 

CONTINUARÁ...

 

 

 

 

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