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Los secretos de la familia Martínez (capítulo 8)

en Sexo Anal

[RESUMEN DE LOS CAPÍTULOS ANTERIORES: En mi primera orgía me acosté con Noemí Martínez, la madre de Lourdes, una compañera de clase con la que apenas hablaba. La casualidad y el destino quisieron que lo descubriese, y así fue como Noemí quiso callarme la boca con una felación. Mi relación con Lourdes se va estrechando porque quiero estar con su madre, pero en una boda familiar todo eso cambia. Hice el amor por primera vez con ella y nuestra confianza aumenta como para practicar cibersexo y colarnos en los vestuarios del instituto. Su madre, sin embargo, me sigue instando a que la deje, y me siento tan culpable que lo hago; pero no a cualquier precio. Noemí accede a acostarse conmigo si dejo a su hija, pero al hacerlo no sale como esperaba. Mi culpabilidad aumenta, pero el trato ya está hecho…]

Estaba decidido a acabar mi corta pero intensa relación con Lourdes. Había dicho que estaba enamorado de ella y luego le había sido infiel con su madre. No había podido ser más tonto. La cosa se complicó cuando quise decírselo porque el día anterior había quedado en comentarle algo importante.

Me excusé diciéndole alguna frase típica y corté con ella. Me sentía demasiado idiota para decir nada más. Fue muy tenso todo aquello, con Lourdes preguntándome mil cosas y yo sin poder responder a ninguna con algo que la reparase.

Por aquellos días mi tía dio a luz, así que fui a visitarla al hospital. Eso me sirvió para no estar pensando durante la semana en lo mismo, en todo lo que había pasado con Lourdes. Mi sorpresa fue que, cuando llegué allí y esperaba fuera de la habitación, vi a los padres de Lourdes sentados en unas sillas. Intenté sentarme en algún sitio lejano y esperar a ver que hacían; al fin y al cabo… ¿no había comprobado que aquella mujer no tenía ni pizca de humanidad?

Me lo pensé dos veces cuando llamaron a su marido y él entró solo. ¿Qué hacían en un hospital? ¿Qué habría pasado?

Me acerqué a ella, aun dudando de si debía hacerlo o no. Cuando levantó la vista me miró con desconcierto, aunque me tenía un rencor que siempre dejaba patente en sus miradas asesinas.

-¿Qué haces aquí?-le pregunté fríamente.

-Eso digo yo. ¿Qué haces aquí?

-Mi tía ha tenido un hijo. ¿Y tú? ¿Por qué estás aquí?

-Sabes…no eres el único problema que tenemos.

Mentiría si dijese que aquellas palabras no llegaron a ofenderme. No había cumplido mi palabra la primera vez, pero que Noemí Martínez me considerase un problema…

-He cortado con Lourdes.

-Lo sé. Hace como una semana que no la veo sonreír.

-No necesito tu permiso para salir con ella… si la dejé fue porque me sentía mal, no porque estuviese muerto de miedo por tus amenazas.

-Me da igual, pero tú con mi hija no vuelves. Es su primer desamor, lo más normal del mundo es que esté así. Encontrará a alguien mejor.

-¿Por qué me odias?

-¿Por qué? Quizá porque me persigues a mí y a mi familia.

-No es verdad… todo comenzó por una casualidad.

-Mira… ahora mismo me da igual. Ya te habrás dado cuenta de que éste no es el mejor momento para hablar de eso.

A pocas sillas de distancia había una anciana, ausente de todo pero que afinaba su oído para poder entender de qué diablos estábamos hablando.

-¿No venías a visitar a no sé quién? Se acabará la hora de visita y aún no habrás hecho nada.

Creo que esas fueron las palabras más parecidas a unas que diría una madre.

-Lourdes se merece una madre mejor.

Aquellas fueron las últimas palabras peliculeras que pensé que iba a decirle a aquella mujer. Me equivoqué, pues después de un rato visitando a mi tía y su pequeño bebé volví  a bajar por el ascensor, aquel inmenso ascensor que pronto sería ocupado por una pareja que me  resultaba familiar: el matrimonio Martínez.

La mirada de Noemí fue una mezcla de indiferencia y cansancio; la de él, fue algo más curiosa: sabía que me había visto en algún sitio, pero no recordaba donde. Habíamos estado juntos en su casa y toda la tarde noche en la boda familiar, pero aun así se esforzaba mucho por recordar quien era yo.

No me reconoció. Tras pobres intentos dejó de mirarme y me dio  la espalda. Si me hubiese gustado jugar con el morbo en aquellos momentos me hubiese vuelto loco, pues había hecho el amor con las dos mujeres más importantes de su vida y él ni siquiera me reconocía.

La naturaleza humana a veces es muy tonta, y entre tanta tensión y pensamientos cruzados a mí sólo se me ocurrió distraerme con una cosa: Noemí Martínez. No quería mirarme y también me daba la espalda, pero eso jugaba a mi favor a la hora de observar su culo. Sus vaqueros blancos se lo apretaban y se lo realzaban, y no tenía que imaginarme nada porque realmente lo había hecho. Dos veces. Parecía comenzar en una cintura delicada y atractiva para ensancharse poco a poco y formar su delicada figura.

Fijándome bien observe una pequeña línea que sobresalía de sus pantalones. Era un trazo recto y de color marrón. Cuando movió las piernas pude verlo mejor: aquella mujer llevaba un tanga marrón, uno que parecía ser fino, que se posaba encima de su piel y la hacía más atractiva.

Llegamos a la planta baja y todo el mundo salió del ascensor. Ellos se fueron al párking a buscar su coche. Mis pensamientos volvieron otra vez; ¿qué estaban haciendo en aquel hospital? Quizá el señor Martínez estaba tan despistado por alguna mala noticia, al fin y al cabo Noemí no había entrado en la consulta…

¿Y si él no quería que entrara? Todo eso era algo extraño… y sospechoso.

Volví a casa, a centrarme en los libros como ayuda de desahogo. Eso no me ayudaba mucho en cierto sentido, pues algunas cosas eran complicadas y me hacían pensar en Lourdes. No porque ella lo fuese, sino porque siempre se le daban muy bien todas las asignaturas, e incluso me había llegado a explicar cosas sobre Economía de empresa, una asignatura que ella ni siquiera daba en Bachillerato. Guapa, lista, simpática… acababa de perder a una tía genial por tonto. Quizá estuviese conectada…

Y lo estuvo, pero cuatro horas después de lo que yo pensaba. Hasta que no acabó de estudiar no apareció por el Msn.

-Marty_McFly dice: Hola Lourdes.

-(*)Lourdes(*) dice: Hola, ¿qué tal?

-Marty_McFly dice: Bien, un poco cansado de estudiar…

-(*)Lourdes(*) dice: Sí, bueno, ahora sólo queda un mes de clase y luego a la Selectividad.

-Marty_McFly dice: A ti no creo que te cueste nada aprobar.

-(*)Lourdes(*) dice: Qué va, es complicado…

-Marty_McFly dice: Lourdes… no quería que te enfadases conmigo. Te echo de menos.

-(*)Lourdes(*) dice: Y sólo por casualidad, ¿qué querías entonces? Cortas conmigo sin darme una explicación, apenas me hablas en una semana y después de eso sólo te atreves a hablarme por aquí, ni siquiera lo haces cara a cara… Normal que me enfade, ¿no crees?

Vale. Estaba enfadada. No sabía como hacerlo para que me dejara hablar con ella, cada palabra que decía o escribía era una cosa más en mi contra.

-Marty_McFly dice: Lo siento, he estado muy agobiado, con los exámenes y eso.

-(*)Lourdes(*) dice: Todos estamos agobiados. No es excusa.

-Marty_McFly dice: Déjame que te lo explique, por favor… quiero quedar contigo y hablar un rato, sólo eso.

-(*)Lourdes(*) dice: Será mejor que lo hablemos mañana, ¿ok? Buenas noches.

Lourdes aparece desconectada.

¿Qué era eso? Una buena respuesta para que pudiese dormir placenteramente.

No dormí pensando en mil cosas a la vez, pero al menos conseguí quedar con Lourdes la tarde del viernes e ir a un sitio tranquilo para poder explicarle algo que, sin saber muy bien lo que era, no existía en realidad.

Dicen que un clavo saca otro clavo, y quizá esa fue la respuesta para mí. Con una mentira solucione otra mentira, y le dije a Lourdes que tenía problemas en casa. No tuve el valor suficiente para confesarle la verdad sobre su madre.

Sus muestras de cariño no se hacían esperar, e incluso notaba en su cara que se sentía culpable por algo que era culpa mía. Pero… ¿qué podría haberle dicho sino?

La tarde se alargó y la llevé a su casa a las tres, mucho más tarde de lo que hubiese pensado en un principio. Su edificio estaba oscuro y muy solitario. Muchas de las personas que vivían eran propietarios, quizá gente que había comprado el piso muchos años atrás e incluso ya lo tenían pagado. Por eso no había jaleos a altas horas de la mañana.

Lourdes había salido con unos pantalones verdes que no dejaban de marcarle las piernas y una camiseta blanca estampada con un Mickey Mouse alegre y sonriente. Sus pechos se marcaban en aquella camiseta, pero lo más importante era que se había puesto realmente guapa para quedar conmigo.

Entré con ella hasta el recibidor, donde reinaba el silencio. Allí pude besarla otra vez, por fin. Una semana sin probar sus labios era demasiado, era demasiado tiempo sin tocar sus caderas, sin poder acariciarla…

-Acompáñame hasta la puerta de casa, ¿vale?

Sus morritos iluminados por la luz artificial me perturbaron e incluso excitaron, y su mano acariciando la mía sólo hacía que aumentar mis deseos.

La última vez que había ido a su casa el ascensor estaba estropeado, así que aquella fue la primera vez que subí dentro. Por supuesto era menor que el del hospital, pero aun así éste era algo más grande que otros. Era nuevo y estaba rodeado de espejos en su interior. Tres paredes eran espejos nítidos y claros en los que se veían hasta el más mínimo detalle.

Teníamos que ir hasta el quinto piso, el piso en el que vivía la aparentemente feliz familia Martínez. Pero no llegamos. Estuve tres pisos y medio de pie, apoyado detrás de Lourdes y abrazándola mientras podía volver a besar su hermosa mejilla. Ella acariciaba mi brazo de arriba abajo y me miraba a los ojos a través del espejo que teníamos a la derecha.

-¿De verdad te gusto?-me preguntó a traición.

-Sí…claro que me gustas. Me hubiese gustado conocerte mucho antes, en la ESO… he sido un tonto, sé que nunca te he hablado demasiado, pero… te quiero, y supongo que eso es lo que importa ahora.

-Pero… esto no tiene por qué acabarse dentro de dos meses con los exámenes, ¿no?

-Por supuesto que no…

El ascensor se paró cuando intenté alcanzar sus labios, por lo que fuera de todo romanticismo casi me hice daño con el golpe que dio. Las luces se apagaron y nos quedamos a oscuras.

-Éste maldito ascensor… siempre está fallando- se quejó Lourdes.

-¿Y qué hacemos ahora?

-Tenemos que darle al botón para que el portero se levante y venga a rescatarnos.

Eran las tres pasadas, encerrados en un ascensor y a oscuras, pero no nos preocupamos demasiado porque no estábamos solos, nos teníamos el uno al otro, y el portero estaba allí abajo, por lo que no debía tardar mucho mientras le diéramos al botón.

-Necesitamos un mechero o algo, porque no veo nada…

-Se tendría que haber encendido la luz de emergencia, pero aquí nunca funciona nada bien…-dijo ella.

-¿Dónde estaban los botones?-le pregunté.

Lourdes me cogió la mano sin moverse. Nuestros ojos se acostumbraban a la oscuridad, y ella conocía a la perfección aquel pequeño espacio.

-Espera, será mejor que lo mire yo, para no equivocarnos. Sólo hay que reseguir con el dedo el número hasta encontrar el correcto… Ya está; no tardarán mucho.

Me quedé inmóvil dos segundos antes de que Lourdes volviese a cogerme otra vez la mano y me besase. Era algo raro sentirlo en la oscuridad, nunca lo había hecho así. Y eso era un simple beso…

-Puede que tarden un poco más…-dijo ella.

Volví a besarla, esta vez acariciando su espalda. Quería amasarla con mis dedos y seguir conociendo su cuerpo.

-Cuando era pequeña…

Sus manos se posaron en mis hombros. Apenas la veía, pero conocía su cara en cada detalle.

-…mis padres se peleaban mucho, discutían durante dos o tres días incluso, luego volvía el silencio y al cabo de poco se habían perdonado y se daban besos por cada tontería. Por la noche me enviaban a dormir pronto y mi madre cerraba la puerta de mi cuarto, aunque podía notar como desfilaba de un lado a otro pasando expresamente por delante de mi habitación. El médico le había dicho que yo hablaba dormida, así que siempre sabía que cuando filosofaba sola era porque estaba en medianoche…

Sus manos bajaron ligeramente y me abrazaron la cintura. La luz de emergencia se encendió, una luz naranja y tímida que estaba en una esquina superior.

-…y… Me acuerdo de aquella vez. Habían tenido una pelea por una tontería, pero fuese lo que fuese se había hecho tan grande que habían dormido toda la semana separados. Aquel fin de semana se perdonaron y mi madre cerró mi puerta. Poco después empecé a hablar sola, y mi madre no pasó más por allí. Y… sabía que había algo raro, pero… hasta esa noche no sabía qué era. Resultó ser lo más normal del mundo entre dos personas que se quieren. Fue la primera vez que reconocí a mis padres haciendo el amor, y como se perdonaban después de una pelea…

Hubiese sido normal que pensase en aquel encuentro reciente con sus padres al oír palabras como ‘‘médico’’, pero no fue así.

-Quizá… te lo cuento porque a lo mejor deberíamos hacer lo mismo.

Entonces entendí lo que ella quería decir. Ahora la veía mejor y la besaba; ni siquiera se me había pasado por la cabeza la idea de que tenía que dejarla en paz.

Su primer impulso fue quitarse la camiseta sin pensarlo, dejando al aire ese sujetador blanco. Sus pechos estaban perfectamente trazados en su piel rosada.

-Lourdes… ¿seguro que aquí no hay cámaras?

-No… y creo que van a tardar un poco más de lo previsto en venir a buscarnos.

-¿Tú crees?

-Si son adivinos o si alguien se ha dado cuenta pues quizá vengan rápido… pero teniendo en cuenta que el portero no se despierta hasta las ocho, que todo el mundo está durmiendo y que no le he dado al  botón de alarma cuando te he dicho que lo había hecho pues… sí, creo que tardaran un poco.

Esas eran las cosas que me gustaban de Lourdes. Podía ser divertida y simpática, razonable y lista al mismo tiempo, y todo eso sin llegar a ser una persona repelente.

Quise quitarme mi camiseta también y pude sentir sus delicadas manos acariciándome, palpándome con sus dedos, la fuente de todas mis cosquillas y estímulos.

Ella no se iba a detener ahí, y quiso desabrocharme el cinturón en aquella tenue oscuridad. Le pedí que se desvistiera y que se quedase en ropa interior, y yo iba a hacer lo mismo. Pensé que posiblemente le restaba romanticismo, pero tenía prisas por quitarme la ropa y no lo tuve en cuenta.

Veía a Lourdes con su ropa interior, blanca y pura, mirándome atentamente. Sólo ella sabía qué pensaba. Me sentía observado por todos sitios, con aquellos espejos que no dejaban escapar nada, y eso hizo que la torpeza aumentara en mis movimientos. Ella sonreía y me miraba, mientras hacía su ya característico gesto de pasarse el dedo índice por el labio.

-Mira lo que me he puesto para ti.

Hasta ese momento no me había dado cuenta, a pesar de tener tanto espejo a mi alrededor, pero Lourdes se había puesto un tanga blanco que se pegaba a su piel y se escondía allí donde yo quería llegar.

-¿Te gusta? Dime que sí…

Era verdad que Lourdes se había puesto muy guapa ese día para quedar conmigo, pero aquella era la primera vez que yo recordaba haberle visto un tanga.

-Sí, me encanta. Te hace un culo que…

-¿No me hace un culo muy gordo?

-No digas tonterías… estás muy guapa.

Dio un paso más y se acercó a mí en aquel reducido espacio. Sus manos bajaron hasta mi cintura y su mirada subió hasta mi cara. Esa era una buena combinación.

-Si quieres… podríamos hacer algo especial.

Recordé que me había dicho lo que le gustaba hacer cosas en esos sitios; el césped, el lavabo, los vestuarios del instituto…

-Me muero de ganas Lourdes…

-Yo quiero hacer algo especial contigo… porque te quiero más de lo que crees.

-Yo también te quiero… me gustas muchísimo y… no pienso dejarte.

Luchaba por no pensar en nada más que en aquel momento, pero era muy difícil saber que ella se estaba sincerando y no poder hacer lo mismo por pura cobardía.

-Sé que nos hablamos desde hace poco tiempo, pero te he cogido mucho cariño.

-Yo también, estoy orgulloso de que una chica como tú sea mi novia y… sólo espero que esto no acabe.

-¿Por qué tendría que acabar?-dijo pasándome su mano por la mejilla.

Quería ocultar mi cara y sonreír, pero creo que mis gestos no salían como yo esperaba.

-Si lo dices porque un día te dije que iría a Madrid para la universidad… eso da igual… Puedo quedarme aquí.

-No… es que… no es eso.

-¿Hay algo que no me hayas contado?

Tenía que decir algo y decirlo rápido, porque estaba claro que no era capaz de decir la verdad, al menos de momento…

-Hoy he visto a tus padres en el hospital y… únicamente eso, me ha extrañado verlos allí porque no hacían buena cara y… no sé, no me he quedado tranquilo del todo.

La cara de Lourdes pregonaba un ‘‘qué bueno eres, te preocupas mucho por los demás’’ que aumentaba mi culpabilidad.

-Seguramente irían a ver a algún consumidor asiduo del trabajo de mi padre. Tiene que cuidar mucho a los inversores y esta gente se pasa todo su tiempo libre jugando al tenis o al pádel, así que cada dos por tres están en el hospital por lesiones leves. No te preocupes guapo, sería una tontería…

¿Y si ella tenía razón? ¿Había hecho un mundo de una estupidez y me estaba comiendo el coco? Quise creer que era eso.

-Me encanta como eres, siempre tan atento…

-Lourdes….no soy tan bueno como crees…

-Lo eres, lo que pasa es que no lo sabes….

Me quedé callado porque se me habían acabado los argumentos.

-Quiero probar algo contigo…

No tenía ni idea de lo que quería decir, pero si había algo que nos sobraba era tiempo.

-Sé que hemos hecho otras cosas, pero… me he puesto esto para que te apeteciese… ya sabes…

-¿Estás segura?

Sería un mentiroso si negase que tenía muchas ganas de hacer aquello, se había puesto un tanga blanco que me había descubierto un poco más de su bonito y erótico cuerpo.

-Sí. Quiero probar el sexo anal contigo. Nunca lo he hecho, pero quiero que vuelvas a ser el primero.

-Pero…

-Ya sé todo lo qué dicen, que si duele o que puede causar alguna herida y sangrar… pero quiero probarlo contigo.

Siempre le daba mis respuestas afirmativas con besos, y por eso ese fue muy apasionado, buscando sus labios y su fineza dibujada en ellos.

Le pedí que se pusiese a cuatro patas. Ella me sonreía mirándome por el espejo. Era una sensación especial poder observar la cara que ponía a la vez que podía ver su culo y su perfecto tanga cubriéndolo.

No tenía dudas de que Lourdes era muy limpia, siempre lo había sido. Su ropa interior bajó algunos centímetros hasta dejarme ver perfectamente sus partes más íntimas.

-¿Quieres que me quite el sujetador?

Ella se incorporó y entendió que lo deseaba. Le pasé la mano por el vientre a la vez que su mano me acariciaba la oreja. Pude ver su vagina depilada, aquella que me había dado tanto, cuando también se quitó el tanga.

Volvía a verla a cuatro patas, y fue así como le introduje dos dedos por detrás. Pensé que no sería mucho, pero Lourdes parecía algo estremecida.

Estaba de rodillas, y sabía la forma para que perdiese cualquier dureza. Mi otra mano se paseó a lo largo de su coño, queriendo que se mojase mucho más que aquellas tímidas gotas que ya tenía.

Ataqué su clítoris moviendo mi mano en círculos.

-Sí…párate ahí…

Ahora era un placer doble, con mis dedos moviéndose muy suavemente dentro de ella y mi otra mano masajeando su intimidad.

No dudé a la hora de agarrar un poco su cintura y bajar la cabeza hasta introducir mi lengua en su ano. Fue algo diferente de lo que hubiese imaginado, sin duda. Podría decir con facilidad, aunque no fuese cierto, que Lourdes se duchaba tres o cuatro veces al día por lo limpia que estaba.

Oía sus gemidos y como se movía ligeramente, como sus pies revolvían sus dedos, como sus pechos se mantenían en aquella posición…

Al ver su agujero supuse que la había estimulado lo suficiente, y me puse de rodillas detrás de ella, mirándome al espejo.

-Lourdes… si te hace mucho daño dímelo, por favor.

-Te lo prometo.

Por mis propias palabras volví a tocarle el ano e intentar mojarlo un poco más.

Agarré mi pene, haciendo contacto con su suave y lisa piel. Me dio la impresión de que podía conocer cada detalle, cada espacio, cada marca que tenía…

Mi mano izquierda la cogió de la cintura antes de mirar al espejo y ver su cara. Apretó los labios e incluso cerró los ojos en algún momento cuando le introduje por entero el glande dentro de ella.

Se le escapó un gemido pequeño, pero no tan fuerte como otras veces. Había penetrado a Lourdes por detrás, pensarlo era una mezcla de sensaciones engrandecida.

Ella suspiraba sin que yo me moviese, consciente de lo que tenía y lo que estaba haciendo. Sus manos se apoyaban en el suelo y sus dedos se movían sutilmente.

Quería preguntarle como estaba, pero por alguna razón no me atreví. Volví, simplemente a penetrarla poco a poco. Esta vez oí el grito de Lourdes a la perfección, un grito que casi estaba formado enteramente de dolor y una pizca, sino nada, de placer.

Sentía como me apretaba mucho más de lo que ninguna mujer me hubiese apretado antes. Eso era bueno para mí, tenía más sensaciones en mi miembro, pero no sabía si ella sentiría lo mismo. No tenía que estar muy cerrada para que el dolor no aumentase, y eso era lo que intentaba mediante las caricias que le di en la espalda.

Poco a poco me deslicé dentro de ella hasta introducirle el pene. Lourdes gemía y cerraba los ojos. Observaba su cara, allí, quieto detrás de ella, y me hacía pensar en muchas cosas.

-¿Te…te gusta?-me preguntó.

-No sabes cuanto…

-Dime… dime que te parece guapo.

-Me parece que tienes un pedazo de culo…

-Hacerlo así es…diferente.

-¿Te gusta Lourdes?

-Es…duele, duele un poco.

-Quiero…moverla, pero si te duele podemos parar.

-No, no… sigue… por favor.

La piel de Lourdes no estaba fría, incluso hubiese dicho que hacía calor allí dentro y que la temperatura de su cuerpo había aumentado.

Chocaba contra ella, moviéndome muy poco. Lourdes gritaba y cerraba los ojos cuando no me miraba a través del espejo. Notaba sus pómulos rojos y veía sus labios siendo mordidos por sus rectos y perfectos dientes.

Miré aquellas embestidas que le daba. Era mi pene oprimido y escondido entre dos nalgas. Me quedé quieto sin dejar de escuchar aquellos sonidos que emitía ella. Sabía que no podía meter mi miembro entero dentro, y tampoco lo intenté. Simplemente llegué hasta ese punto en que sus gemidos se tornaban de un color distinto.

Dejé de penetrarla y salí de dentro de ella. Seguíamos con aquella mínima luz, y así intenté estirarme en el suelo. Lourdes me miró con el pelo desordenado y aquella cara sutilmente de inocencia.

Me pasó su mano por la pierna, dejándome sentir sus pequeños dedos.

-¿Quieres darme de pie?

Aquello me sorprendió, porque ella quería hacerlo por mí y yo no lo había hecho tantas veces para saber si realmente dejaba de hacerle daño.

Nos pusimos de pie, totalmente desnudos y con una pequeña luz amparándonos en nuestro escondite.

Besé a Lourdes en su dulce cuello, aquel que era la fuente de su placer, y le acaricié los pechos con una mano.

-Sigue…bésame el cuello…

Mis labios se querían dedicar a acariciar esa piel, tocar sus pezones duros y rectos y hacer que disfrutara conmigo.

Quise besarle su pequeña oreja y meter la lengua en ella. Lourdes me deleitaba con sus gemidos cercanos y eso me animaba a continuar.

Posé mi mano izquierda sobre la suya y acerqué mi miembro. Le di un beso en la mejilla para darle a entender que iba a continuar. Ella abrió las piernas un poco más y me acercó su trasero, echándolo un poco para atrás.

Volví a penetrarla y esta vez escuché sus gimoteos más cerca. El silencio tan solo se había roto por aquel pitido que se oye cuando todo está en silencio, pero Lourdes lo desgarraba con sus pequeños gritos y quejidos.

-Abre…Lourdes abre las piernas…

Eso fue lo único que logré decir. Estando dentro de ella seguía besándole el cuello y dándole caricias con una mano a la vez que tocaba su cuerpo para mantener la firmeza con la otra.

Su ano había cedido después de todo aquello, pero no parábamos de gemir juntos. Sentía cada contacto, me seguía oprimiendo y dando placer.

-Sigue…sigue…

-Sí…

-No pares de besarme el cuello…

Aumenté ligeramente el ritmo, haciendo que ella aumentara así sus gritos. Me sentía tan a gusto que a veces dejaba de besarle el cuello para gemirle en la oreja.

Fue en esa posición en la que me corrí. Noté como se me escapaban las primeras gotas, y tuve el impulso de sacar mi pene y dejar todo el líquido en el suelo. Allí no distinguía si había salido sangre o algo más, pero disfruté del momento. Parecía que con tanto placer había eyaculado más que otras veces.

Lo cierto fue que Lourdes me besó después de todo aquello. Fue a buscar sus pantalones y me dio un pañuelo blanco para que me molestase en limpiar lo que había dejado, el fruto de aquel encuentro en el ascensor.

-¿Quieres que te cuente un secreto?-me preguntó.

-Sí, quiero saberlo.

Lourdes se vestía a mi lado y me dijo aquello mientras yo veía como se subía los pantalones. Acabó de vestirse sin decir una palabra más, esperando el momento oportuno. Cuando yo acabé de vestirme pulsó el botón para avisar al portero.

-Ven, sentémonos un rato-le dije yo.

Me recliné contra una pared, mirándome al espejo que quedaba enfrente. No pensaba en nada salvo en lo que acababa de hacer y lo que me había gustado. El sexo anal era algo diferente, una cosa que no se le permite a todo el mundo.

Ella se sentó en el suelo, poniendo su cabeza en mi hombro.

-Pero… antes promete que no le vas a contar a nadie esto que hemos hecho. ¿Prometido?-dijo ella siguiendo una conversación.

-Por supuesto, te lo prometo. Ya sabes que yo nunca haría eso.

Me sonrió y me dio un beso, uno que incluso tenía un sabor especial, una mezcla de su personalidad con el placer sentido.

-Pues que… me gusta un poco que me hagan daño.

-¿Qué quieres decir?

-Quiero decir que cuando estamos haciendo alguna cosa y siento un poco de dolor… me gusta. Y cada vez me gusta más sentir esa sensación…

Quizá aquello no le pegaba mucho a ella, pensé, pero supuse que por eso era un secreto.

-Lo noté la primera vez que lo hicimos. Al principio me daba igual, pero luego… supe que era eso lo que me creaba incertidumbre. ¿Te parece raro?

Me miró a los ojos, esperando una respuesta a algo que no sabía ciertamente.

-No, creo que no tiene nada de malo…

No estaba seguro, pero sentí que era aquello lo que tenía que decir.

Nos sacaron de allí veinte minutos más tarde, para cuando estábamos algo dormidos en el suelo del ascensor.

Fue entonces cuando se me volvió a ocurrir lo que haría su madre cuando se enterase.

¿Y la visita al hospital? ¿Era por lo que Lourdes había dicho? ¿Y qué haría Noemí Martínez si se enteraba de que habíamos vuelto?

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