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Dame una oportunidad (Quinta parte)

en Lésbicos

Finalmente María volvió a su casa tras una noche fuera, pensando que era mejor no complicar las cosas y que no valía la pena darle más vueltas. Estaba en su conciencia pensar si había hecho bien o no en volver tan rápido.

Quedó en verse con Saray aquel sábado en el que Mike se iba por trabajo a Sabadell y no volvía hasta la madrugada. Le esperaban varias presentaciones y alguna charla, pero ya que era una vez cada seis meses tampoco se quejaba demasiado.

La segunda vez que María vio aquella casa la consideró con más vida, con ese calor que le daba el otoño y que, ahora sí, le recordaba a las películas americanas que había visto. Esa luz era diferente de la matinal luminosidad que desprendía la última vez que la vio.

En cada ocasión que los niños se veían Samanta se mostraba algo tímida y reservada e incluso alguna vez salía corriendo, pero sabían que eso era un gesto inocente para que los pequeños pudiesen jugar lo más pronto posible porque el hijo de María siempre salía corriendo detrás de ella y al cabo de pocos segundos ya estaban correteando juntos.

Al igual que aquella casa, limpia, señorial y radiante, Saray estaba tan sencilla que de la sencillez había sacado su elegancia. Unos pantalones vaqueros y una camiseta grisácea eran suficientes para cubrir su cuerpo, e incluso sus pies los arropaban unas cómodas zapatillas que tenían a un hombre de blanco sujetando un bate de béisbol. Empezaba a pensar que Saray llevaba siempre algún fragmento de su paso por Estados Unidos.

El sol destellaba en el exterior, pero era un calor engañoso. Aquellos rayos no servían ni para darle temperatura  a los cristales, y lo que de verdad reinaba en el temporal era ese frío viento que se intensificaba con el paso de los minutos.

-¿Dónde te casaste?-preguntó María al ver una foto de Mike y Saray el día de su boda.

-Fue en una iglesia católica en Utah, donde él nació. Aquel día me llenó la iglesia de gente sin pensar en lo de boda íntima o en un ‘‘sólo los amigos más cercanos’’.

-El otro día no parecía tan…

-¿Radical?

-Lo siento…

María se disculpó pensando que se había tomado demasiada libertad a la hora de hablar y que ya rozaba la falta de respeto con lo que había dicho.

-No te preocupes mujer; Mike no parece tan conservador para la otra gente, y supongo que aquí en Barcelona tampoco lo es tanto. Quizá por eso le seguí hasta aquí, aunque me extrañó que quisiese dejar Texas.

-Bueno… nadie es perfecto. Eso lo sé yo muy bien.

Saray sonrió y se dedicó a observarla, como si quisiese mostrarle cuanto le gustaba hablar con ella.

-Claro que algunas personas se pueden acercar más a la perfección que otras.

Lo primero que pensó después de decir eso fue ‘‘No sé por qué lo he dicho’’. Era lo que quería creer, aunque en su interior sabía que eso iba por Saray, a la que consideraba casi perfecta, con ese ‘‘casi’’ que esperaba encontrar.

-¿Y cómo está tu marido María?

-Mejor… Se lo piensa todo dos veces antes de arriesgarse a una nueva pelea, aunque el verdadero problema es que se le olvidará pronto. Él cree que le pido eso cada día, pero yo lo único que quiero es un poco de comprensión.

Ambas siguieron hablando como amigas, sincerándose y riendo hasta que los niños empezaron a hacer demasiado ruido.

-Mamá, ¿podemos ir a la piscina?

Saray miró a María con gran expectación, como si su objetivo fuese despertar la curiosidad.

-Como sabíamos que ibais a venir hemos cubierto la piscina de afuera y hemos puesto agua caliente, para que los niños puedan bañarse un rato.

Las caras de los pequeños trasmitían ilusión y esperaban la aprobación de María, la cual no tardó en acceder. Tras decirles que se cambiaran y que no salieran afuera hasta que sus madres llegaran, Saray y María se fueron al piso de arriba a buscar un bañador.

-¿Tú también te vas a bañar, no?-preguntó Saray convencida.

-Sí…sí.

El segundo sí sonó más convencido que el primero, aunque tanto la respuesta como la pregunta eran un poco absurdas.

-Elige el bikini que quieras, te quedará bien cualquiera.

María se acercó al cajón abierto mientras Saray dejaba al descubierto su zona superior del cuerpo, con aquel sujetador amarillo que más que aguantar sus pechos los reafirmaba.

No pudo evitar mirar que a un lado había una caja de condones sin abrir. No debía ser nada raro si no hubiese sido porque a aquella caja de preservativos ni siquiera le habían quitado el plástico transparente que lo envolvía. Eso hizo pensar a María, cosa en la que finalmente desistió porque pensó que no era asunto suyo.

No tardó en comprobar como aquel sujetador amarillo iba a juego con un tanga puesto minuciosamente para taparla. Las caderas de Saray eran fantásticas, apenas se podría haber sacado algo de grasa si lo hubiesen intentado.

-Si quieres una sugerencia a mí me gusta como te queda el azul-dijo Saray al ver que tardaba en decidirse.

Ya con el bikini en la cama, Saray se deshizo de su sujetador dejando al aire su pecho firme y sus pequeños pezones.

A la vez que ella bajaba el tanga María se giraba y cogía el primer conjunto que había visto, cambiándose con tanta torpeza y nerviosismo que casi salió corriendo escaleras abajo para estar con su hijo.

El haber ideado el asunto de la piscina fue un acierto, los niños se divirtieron mucho y los cuatro pasaron un buen rato chapoteando en el agua tibia.

Tras aquel rato cada una se llevó a su hijo envuelto en una toalla para que no se resfriaran, y la excusa de llevarse al niño a otro lado para que se cambiase con ella fue perfecta para evitar aquellos sentimientos encontrados con Saray.

María sintió que aquello le había servido de poco al bajar y ver a Saray tan atractiva como para ruborizarse por ello.

-Me gusta verlos tan contentos cuando juegan juntos-dijo Saray en la cocina preparando la cena.

-Sí, los ojos verdes de tu hija lo han enamorado.

-A su padre no le gusta que juegue con niños-dijo de repente.

-El otro día….entonces…

-No te preocupes, él ya te conoce. Lo que pasa es que sigue siendo partidario de que las niñas jueguen con las niñas y los niños con los niños.

-Yo… no sé, si le molesta…

-Se queja pero nunca está con ella, así que haga lo que haga no lo sabe nunca. Y mientras esté conmigo yo diré quien juega con mi hija y quien no.

La conversación siguió hasta después de la cena, cuando los niños se durmieron en el sofá. María estaba también algo somnolienta y no pensaba en que tenían que volver a su casa.

-María, ¿te apetece venir a la piscina un rato?

Saray parecía decirlo con toda naturalidad. El primer acto reflejo fue comprobar que su hijo seguía dormido, a lo que María volvió a mirar a Saray.

-Sólo para distraernos un rato. Los niños están dormidos, no les pasará nada.

Al ver que no se decidía, Saray dejó de forzarla y con una sonrisa le dijo que iba a estar dándose un remojón. Salió en la oscuridad de la noche y desapareció, dejándola con el televisor encendido y los niños durmiendo. ¿Qué iba a hacer María?

Lo pensó durante unos segundos, esos segundos se convirtieron en minutos, y al final pasó un cuarto de hora antes de que se decidiese a salir ella también otra vez con el bikini puesto.

Entró en la piscina cubierta y allí estaba Saray nadando a sus anchas. Notó enseguida que el agua estaba a una temperatura agradable, sin llegar a abrasar su piel pero lo suficientemente caliente como para que hubiese un contraste con la temperatura exterior.

Hasta que no entró y no se mojó a la altura de su vientre no se dio cuenta de que Saray estaba nadando desnuda. Lejos de sentir pudor por la presencia de María, ella se erguía mostrando sus pechos empapados y calientes, moviendo las manos en el agua y pasándoselas seguidamente por sus pezones para quitar el agua sobrante.

Las gotas que habían logrado adherirse al cuerpo de Saray lo acicalaban como si fuesen adornos en el árbol de navidad. La diferencia para María era que no sentía lo mismo al decorar el árbol que al ver o tocar a Saray.

Las tetas de María estaban cubiertas por esa prenda a rayas negras y blancas que realzaba sus atributos y le hacía remarcar la belleza que aún poseía a su edad.

Cada paso dado en el agua era más pesado y algo más torpe que los pasos que da uno al caminar en tierra firme, pero esa no era una excusa válida que le permitiese estar quieta a María ni era un impedimento para Saray que le imposibilitase acercarse a ella.

María estaba quieta, cerca de la pared hecha con baldosas azules. No se apoyaba para mantenerse de pie, pero tampoco hacía signos de querer apartarse de su posición.

Para partir la tensión que parecía que se acumulaba en el ambiente, Saray escupió el agua caliente mezclada con saliva que tenía en la boca dejando que cayese con el resto de líquido que llenaba la piscina.

Un resplandor se fusionaba con el agua y dibujaba un pequeño destello, pero María estaba tan inquieta que no podía reconocer cual era la fuente de luz que causaba aquello.

El pelo de Saray volvía a perder volumen con todo lo que se había mojado, estando cerca de ser de un marrón atractivo y seductor.

Las gotas que caían de aquellas puntas parecían querer ir al mismo sitio cuando abatían su cuerpo, todas seguían la misma trayectoria desde que caían hasta que llegaban a sus pezones.

Saray agarró el cuello de María y junto sus manos en él, posándose frente con frente. María aumentaba sus suspiros y agitaba su respiración, pero no hacía ninguna seña de querer irse.

Sintió alguna gota caer en su piel cuando Saray subió sus manos, sin perder de vista sus ojos con aquellos diamantes verdes y le pasaba los dedos por su espalda.

Dejó sus pechos al aire con un sutil movimiento del dedo índice, apartando la prenda que los cubría hasta que pudo verlos por completo.

Saray miró a María y María miró a Saray. Ninguna de las dos dio el primer paso, fueron ambas las que se miraron a los ojos y se reconocieron por primera vez como algo más que amigas.

Fue entonces cuando Saray no pudo aguantas más y volvió a besarla, olvidándose de aquel inocente beso que habían tenido y substituyéndolo por un beso apasionado y algo juguetón, uno que se creaba uniendo los labios de forma irregular pero a la vez traviesa.

Los dos labios resbaladizos de Saray atrapaban a los de María y los estiraban cautelosamente para crear la excitación en su cuerpo; la boca de María quería repetir el proceso y atrapaba los otros dos labios. Aquella era la primera vez que dejaba funcionar a sus impulsos, que no se retraía de lo que sentía y de lo que quería hacer.

La espalda de ella chocó contra aquella pared de baldosas, notando la piedra que recubría el borde de la piscina, y la arrinconó en un mar de sensaciones placenteras.

Las piernas de Saray se enredaban en las de su compañera, buscando el contacto más íntimo. María podía notar como la vagina desnuda de Saray la tocaba y se restregaba ligeramente por su pierna.

La humedad puesta en los labios de Saray fue a parar al cuello de María, de donde ya no se despegaría  hasta arrancar esos sonidos que ella reforzaba acariciándola a lo largo de sus brazos. Los besos no dejaron de recorrer su cuerpo, acariciando con ellos la piel de María, pasando por zonas tan sensibles y agradables como besarle el ombligo sin pudor.

Las piernas chocaban contra sí mismas cuando Saray le bajó la parte inferior del bikini para dejarla medio desnuda. Lo más extraño para ella no fue sentir la mano de ella acariciándole el muslo bajo el agua, ni el no saber como comportarse a la hora de quedarse sin ropa; lo que más le extrañó fue el hecho de ver que Saray no subía a la superficie.

Sabía que estaba allí abajo porque sentía su mano moviéndose, pero le inquietaba el no verla. Algunos cabellos perdidos querían salir al exterior, pero la cabeza de Saray se mantenía en el agua, acercándose mucho a la intimidad de María hasta el punto de llegar a tocarle el coño con la boca.

Permanecía quieta, sin saber qué hacer. Saray debió alegrarse cuando sintió las cálidas manos posarse encima de las suyas, para no perder el contacto, pero eso no fue lo que impulsó a esa mujer a pasear la lengua por esos labios vaginales ni lo que la estimuló a morder ese clítoris pequeño y tímido para que se convirtiese en algo más grande y hermoso con lo que podía experimentar para arrancarle a María deleites de su boca, la mejor forma de darle las gracias.

Lo que impulsó a Saray a hacerlo fue la atracción que sintió a primera vista al verla aquella primera vez cuando se presentó al ver que sus hijos habían pasado la tarde jugando juntos, la consiguiente atención que le daba a las demás personas, la necesidad que tenía de recibir cariño…

Los finos labios de Saray seguían mordiendo su clítoris y se movían de una manera que la propia María ni siquiera podía ver, pero podía notar muy bien que de seguir así le iba a arrancar un orgasmo. Aún a su edad había pensado que hacer cosas debajo del agua podía ser algo así como una leyenda urbana, desconocía si era del todo cierto que los romanos hubiesen practicado aquellas cosas.

Pero allí estaba Saray, para acabar con todos los tópicos y demostrarle que aquellas cosas se podían hacer y además de una manera que podía llegar a desatar la locura.

Así lo notó cuando a fuerza de introducir la lengua en ella y darle mordiscos juguetones la desató para que sus flujos llegaran a mezclarse con el agua.

La cabeza de Saray salió a la superficie, abriendo lentamente los párpados que permitiesen dejar ver los ojos verdes que tanto le gustaban a María.

Las dos se miraban sin decir nada, cogidas por la cintura y guardándose las sensaciones de todo aquello para ellas mismas.

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