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Dame una oportunidad (Cuarta parte)

en Lésbicos

El encuentro con Saray había planteado dudas en María de una índole diferente, de algo que no sabía aún muy bien que era; aunque desde luego sabía reconocer que una cosa distinta había nacido en su interior. Puede que fuese por la mala situación con Pablo, su marido, y que ese consuelo que tanto necesitaba se hubiese encarnado en una persona nueva en su vida como lo era Saray.

Al final la película hubo que dejarla para otro día y fue substituida por una charla enredada sobre la vida de María.

Era muy fácil que, a pesar de todo, ella se sintiese cómoda mirando los ojos verdes de Saray, la parte de su cuerpo que sin duda podía destacar.

Preocupado en casa, Pablo seguía pensando en quien debía ser aquel que le hubiese hecho tilín a su esposa y hubiese tenido el descaro como para intentar conquistar a una mujer casada. Se paseaba de arriba abajo; no había estado tan nervioso desde que recorrió aquel pasillo del hospital como un millón de veces cuando María iba a dar a luz.

‘‘Debe ser alguien del trabajo, seguro’’ pensaba él. Tenía una impotencia dentro que quería controlar, pero para él todas las pistas conducían a la misma conclusión.

Una nueva discusión también llegó el miércoles por la noche, para no perder la deslucida costumbre.

-No me has dicho qué película viste ayer.

-No vimos ninguna, al final estuvimos hablando.

Pablo pasó de aquella respuesta, él ya tenía su discurso preparado y de alguna manera u otra tenía que soltarlo.

-No sé que te ha entrado con creerte la reina del baile últimamente, quizá tengas la crisis de los treinta, de los cuarenta o la qué quieras, me da igual la verdad, pero lo estás cogiendo como excusa para eludir tus responsabilidades y tu hijo te necesita.

-Estar hablando contigo es como estar hablando con una pared. ¿Pero por qué siempre tengo que ser yo la mala?

-Si sientes que te etiquetan como la mala será que algo has hecho…

-Eres… eres tan inmaduro…

-Entonces supongo que ya somos dos.

-Yo sólo te pedí una noche, una maldita noche para salir un momento, llevo cinco años ¡cinco! sin quejarme, sin protestar ni una sola palabra y tolerando muchas cosas con las que otras personas ya te habrían enviado de paseo, ¡y lo sabes! Pero claro… como no puedes decir nada a nadie vas a la tonta de tu esposa que como es de piedra pues le podemos echar el agua sucia y así te desahogas conmigo, ¿verdad? Pues ya es hora de que madures Pablo.

Su marido la miró dos segundos sin, para su sorpresa, perder demasiado los nervios.

-¿Y tú me hablas de tolerancia? Si mi madre le hubiese hablado a mi padre como me estás hablando tú a mí él le hubiese cruzado la cara al instante.

-¿¡Qué!? No puedes decirme eso en serio…

Pablo no parecía estar bromeando, y ella supo que era el momento de hacer una pausa.

-Últimamente estás más inmaduro de lo normal, no sé si tienes problemas en el trabajo o algo pero sea lo que sea crees que es culpa mía. Está bien, avísame cuando decidas portarte como un adulto y dejes de decir tonterías.

Como pudo María echó las cosas de su hijo en una bolsa y llenó su mochila del colegio bajo la atenta mirada del niño, que sólo se dedicaba a mirar a sus padres cuando discutían. No decía nada, pero los miraba sin disimulo como queriendo hacer notar su presencia en el lugar.

Lo último que cogió María antes de irse con su hijo de la mano y decir lo último que se había dejado en el tintero fue el teléfono móvil, que yacía solitario en la mesa.

-Y por cierto, es nuestro hijo no ‘‘mi hijo’’ como dices tú. Que no se te olvide.

Su marido no dijo gran cosa que pudiese ser claramente audible, no queriendo bajarse del caballo tan pronto, y aunque hubiese dicho algo María no tenía ganas de pasar un minuto más en su casa.

Bajó a buscar el coche algo inquieta por la posibilidad de que él bajara a buscarla y la convenciese con cualquier chorrada, ya que si eso pasaba no iba a servir de nada que ella se hiciese valer. Daría la imagen de una mujer sumisa pero con arrebatos, algo que a la larga él creería que podía moldear. Por eso, quería irse sin darle la opción de arrepentirse aquella misma noche.

Antes de arrancar el coche cogió el móvil para apagarlo y vio el nuevo mensaje. Hacía veintiocho minutos que lo habían enviado y no estaba abierto, así que esa no debía ser la razón por la cual Pablo estuviese tan enfadado.

‘‘Puedes contar conmigo, si necesitas algo no dudes en llamarme sea la hora que sea’’. Parecía que se había adelantado a la tormenta, era como si hubiese previsto lo que iba a pasar y hubiese enviado los salvavidas antes de todo aquello.

María le envió un mensaje diciendo que había discutido con su marido, que se iba a algún sitio con su hijo a pasar la noche y que quería hablar al día siguiente con ella.

Saray no tardó ni dos minutos en llamarla. Exigió que si pensaba irse a un hotel con su hijo fuese a su casa, que allí la recibirían con los brazos abiertos. Le recordó donde vivía y le pidió que al menos se lo pensase antes de decidir ir a casa de algún familiar.

-¿A dónde vamos mamá?

María titubeó en el momento en que su hijo le preguntó eso, unos minutos después de haber colgado.

-Vamos a ver a Samanta.

Un rato después ambos estaban enfrente de una casa unifamiliar y acogedora, hecha de madera y ladrillos, que tenía el cartel avisando que aquella casa tenía un buen sistema de seguridad.

Saray saltó de alegría cuando vio la determinación de María por quedarse en su casa. Con un abrazo le hizo saber que aquella también era su casa y que no importaba lo que hubiese pasado, podía entrar sin necesidad de dar explicaciones.

Hasta que no entraron en casa y María no vio lo bonita y elegante que era por dentro, Mike no apareció por allí.

-Who was ringing?

-Mike she’s the friend I told you, do you remember?

-Hola-dijo él en un castellano correcto pero adoptado.

Saray y Mike siguieron hablando íntimamente en un rápido inglés, con un tono que tranquilizó a María porque sabía que no discutían. Entendía el inglés, aunque no lo tocaba demasiado desde la facultad. Escuchaba palabras como home y husband, pero le costaba seguir el hilo por lo fluida que era la conversación. Saray siempre hablaba en inglés con su marido, pero María no intuyó eso al ver que siempre hablaba en castellano con su hija.

Finalmente Mike se volvió a ir con una leve sonrisa, aunque era más notable el que no llevase ningún enfado encima o que no pareciese desagraciado.

-Me alegro mucho de que hayas decidido venir aquí-dijo Saray tras desocuparse.

-Sí, muchas gracias Saray, de verdad. Tienes una casa preciosa.

-Es una casa muy americanizada, muy al estilo de Estados Unidos, como le gustan a él.

-Sobre eso… aunque no quiero parecer desagradecida, podríamos ir a otro sitio si a tu marido no le gusta la idea de tener invitados…

-De eso nada, vosotros os quedáis aquí-dijo ella sin casi dejar que acabara la frase.

María y Saray estuvieron hablando en la cocina largo y tendido sobre lo ocurrido. Acordaron que ellos dormirían en la habitación de invitados situada al lado del cuarto de su hija.

Ambos niños cayeron rendidos por aquel rato extra de esparcimiento que habían tenido el uno con el otro y dejaron a sus madres hablando a solas. Saray ya vestía su pantalón rosa y fino de pijama y aquella camiseta informal del FBI.

-Te va a echar de menos, no creo que tarde demasiado en darse cuenta.

-No lo sé… me gustaría creer que será así, pero últimamente está tan tonto… Está sacando las cosas de quicio y me acusa de algo que ni siquiera se me pasaría por la cabeza.

-A veces las personas somos así, pagamos con quien tenemos más cerca nuestro enfado y nuestros problemas aunque no tengan nada que ver.

-Es tan… infantil cuando hace eso.

Saray se acercó un poco más a ella para respaldar sus palabras y mostrar también con sus movimientos que la apoyaba totalmente.

-Has estado mucho tiempo guardándote todo esto para ti sola. Ahora me vas a tener a mí para lo que quieras.

Ni Saray forzó el que María pusiese su cabeza en su hombro ni María se sintió obligada a hacer ese gesto. Hacía poco tiempo que la conocía, pero era una de aquellas personas a las que se les cogía confianza prontamente.

La mano de Saray acariciaba el pelo de María y lo enredaba entre sus dedos sin querer dañar aquella suavidad que transmitía.

Poco a poco María cerró los ojos sin dormirse, sólo para descansar levemente la vista, para olvidarse de todos los problemas y sentir por un momento que el aislamiento era la mejor solución.

La mano de Saray se paseaba por su hombro, acariciándolo e intentando dibujar las formas que aparecían por ahí; aquel hueso de la clavícula, el hueco que se formaba tímidamente en el cuello…

Cada segundo que pasaba María iba cediendo a la comodidad que se le presentaba y su cabeza iba cayendo en el regazo de Saray.

Se sentía a gusto y segura, con una paz interior que sólo podía dar aquella persona indicada.

Las manos de María se posaban entre sus propias piernas, juntas  y simétricas, acumulando calor humano. Saray quería hacerle compañía con las suyas, pero tenía un temor a perder lo que había conseguido con ella, a crear otro malentendido que pudiese ser crucial. Le paseó la mano a lo largo de la cara con suavidad y María respondió con una sonrisa inocente y tierna llena de gratitud.

Ella no lo notaba, pero tenía otra vez aquellos ojos verdes clavados en esos labios, queriendo conocer cada línea que lo partían en secciones sin llegar a quebrarlo.

Su mano se fue deslizando sabiendo que María estaba despierta y consciente de todo hasta llegar al lugar donde le esperaban las otras dos manos juntas.

Con un sutil movimiento se abrió paso, ante la autorización de María por separar las piernas y dejar que su mano entrara. Cada vez que Saray movía sus dedos las piernas de María se despegaban y dejaban vagar a aquellos dedos como querían.

Haciendo un recorrido inverso, subían inseguramente hasta que se pararon cerca de la zona más íntima. Saray posó sus labios en la frente de aquella mujer, recibiendo como regalo otra sonrisa. María estaba despierta.

Dudó si debía hacer algo más. Podía tener sus consecuencias malas o buenas, pero lo que la impulsó a seguir fue saber que no ‘‘tenía’’ o ‘‘debía’’ hacer nada, sino que quería hacerlo.

Subió su mano hasta dejarla en aquel punto, escondida entre sus dos piernas y tocando por encima del pantalón lo que creía que eran sus labios vaginales.

No miraba a María con miedo, la miraba exponiéndole sus ambiciones y por otro lado sus esperanzas.

Pero pasaron pocos segundos hasta que Saray pensó en que ella estaba dormida y se sintió culpable. Un leve aunque permanente remordimiento se metió en su conciencia y apartó la mano, creyendo por un momento que se había aprovechado de la situación.

Se levantó con sumo cuidado dejando estirada a María, que no se movía ni hacía ningún ademán. Sólo su respiración indicaba que seguía viva y que descansaba. Saray le pasó la manta por encima y le apagó la luz.

Mientras el sonido que reinaba en la casa era el de los pasos de Saray subiendo las escaleras para ir al dormitorio, María tenía los ojos abiertos y observaba la oscuridad, reconociendo todo lo bueno que sentía cuando estaba con ella y las emociones que nacían en su cuerpo cuando Saray la tocaba.

Para agradecer la hospitalidad mostrada, María preparó el desayuno para todos aquella mañana. Tuvo tiempo de hacerlo, despertar a su hijo y prepararse ella misma para irse a trabajar.

-¡Qué joya de mujer!-no paraba de repetir Saray.

-Es lo menos que podía hacer después de presentarme ayer por la noche aquí.

Saray revisaba tras todo eso los zapatos de su hija, una imagen que volvió a absorber las miradas de María. Le gustaba verla en aquella situación; para ella solía ser muy femenina siempre que se ocupaba de su hija.

Su mirada se fue desviando paulatinamente desde su pelo rubio hasta el trozo de piel que dejaba al descubierto estando ahí agachada. Observaba sus pantalones sujetos con aquel cinturón negro y el camino que iba desde este hasta comenzar la camisa que se había puesto aquel día, pasando por su tez ligeramente morena.

-Creo que hoy volveremos a casa-dijo volviendo a la realidad.

-¿Estás segura? Podéis quedaros el tiempo que quieras.

-Ya han empezado los avisos de arrepentimiento-dijo cogiendo el móvil-pero en todo caso ya veremos que pasa.

-Tú tranquila, decídelo hoy y ya me avisarás.

Los pensamientos de María ahora se centraban en creer que su mente estaba creando una simple ilusión, una idealización que le hacía ver a Saray como la persona perfecta, aunque sí era verdad que hubiese sido genial que su marido se pareciese más a ella.

Lo confirmó cuando Saray dijo que ella llevaría a los dos niños a clase. Mike ya había salido hacia el trabajo en su propio coche, y con la salida de los cuatro la casa se iba a quedar desierta.

Aguardaban los dos en el coche cuando Saray agarró a María y le dio un beso tan cerca de los labios que casi tuvo la impresión de que esos labios habían rozado los suyos.

María tenía mucho en qué pensar y aún no sabía por donde comenzar.

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