miprimita.com

Vida de Elena (Primera Parte)

en Grandes Series

No estoy preparado para tener una familia. Aquellas fueron las últimas palabras de Jairo Roldán antes de desaparecer por completo de la vida que llevaba con su mujer y sus hijos.

Tras más de diez años de relación, entre noviazgo y matrimonio, su marido sólo le había dejado aquella nota encima de la mesa y deudas que pagar, como comprobó más tarde.

Sus lágrimas se deslizaron por sus mejillas porque sabía que no era una broma. Veía en su marido a una persona insegura, infeliz y estresada, pero nunca hubiese imaginado que fuese capaz de hacer una cosa así.

Elena seguía siendo una mujer atractiva, pero por eso mismo se preguntaba siempre por qué le iban mal las cosas en el matrimonio. Pese a haber tenido tres hijos seguía conservando, a sus treinta y dos años, mucho de su juventud. Todo el mundo la reconocía como una mujer hermosa, con esos ojos castaños y los pómulos marcados y ligeramente rojizos. Su piel morena era pura genética que combinaba a la perfección con el cabello negro, largo y liso que llevaba siempre. Hubiese podido presumir, incluso, de estar por encima de la media en cuanto altura, llegando casi al metro setenta.

Frente a las adversidades para su físico de ser una mujer de clase baja, el trabajo, las labores del hogar y tener que cuidar de sus hijos, seguía teniendo un cuerpo esbelto, unas piernas lisas y un culo respingón. Su pecho apenas había mostrado signos de caerse ligeramente, aunque era muy cierto que tras ser madre era inevitable que eso ocurriese. No es que fuese una  modelo, simplemente seguía estando bien a su edad.

Se apresuró a destruir aquella nota cuando se acordó de que sus hijos estaban en el colegio. Llegarían en el autobús de las cinco, como de costumbre.

Lo pensó fríamente. ¿Qué iba a decirles? Abrigaba la esperanza de que su padre se diese cuenta a tiempo del error que había intentado cometer, que pidiese perdón y que, al menos, cuidara de sus hijos si ya no era capaz de cuidar de su mujer.

Pero no. Aquel hombre no era el mismo que la había respetado tanto en su juventud como para no acostarse con ella hasta el matrimonio. Elena había tomado esa decisión cuando vio como una a una las muchachas del pueblo se iban quedando embarazadas siendo menores de edad. No quería acabar así tan pronto, borrando su futuro, sin la posibilidad de poder estudiar.

Ahora resultaba paradójico pensar que muchas de aquellas mujeres estaban cuidando de sus hijos mientras sus maridos estaban en el ejército. Muchos habían optado por esa opción ya que era un puesto en el que, aunque no se veía mucho a la familia, se ganaba un buen sueldo y, en caso de morir por cualquier razón, su viuda, así como sus hijos, se aseguraban una manutención de por vida por parte del Gobierno colombiano.

Jairo Roldán no había tomado la decisión de apoyar a su país en las tropas. Respetó a Elena hasta el día en que se casaron, momento en el que no esperó más para hacerla suya. Meses después había nacido su hija mayor, Eva, y el futuro de Elena se vio truncado otra vez. Comprendió que no había servido de nada esperar porque no había podido estudiar una carrera. Pocos estudios en administración era todo lo que la abalaba. Tres años más tarde había llegado su segundo hijo, Alejandro; y la familia se completó dos años después con Cristian, el pequeño de la casa.

Desde el nacimiento de su segundo hijo Elena se había dedicado a trabajar de costurera, con lo que podía aportar algo de dinero al hogar. No eran muchos sus estudios, pero era una mujer espabilada y educada.

Sin embargo, en esa situación, ¿cómo podía ver las cosas claras? Sentada en una de las sillas del comedor pensaba que iba a ser de sus hijos. Iba a reclamar una manutención para sus hijos por abandono de hogar, sí, pero bien sabía que tardarían años en hacerle caso, si es que alguna vez se lo hacían. Miles de padres dejaban a su suerte a su familia, y nadie hacía nada al respecto. Era una cosa tan común que se habían vuelto insensibles para con ello.

Pensó cual era la mejor manera para que sus hijos recibiesen la dura noticia, y lo único que sacó en claro fue no decirlo todavía. Quizá pasado un tiempo se diesen cuenta de lo ocurrido, pero no quería que sus hijos se preocuparan aún y se pusieran a trabajar a tan temprana edad. Desde luego Alejandro podría haber descargado sacos de mercancía; incluso su madre le dejaba hacerlo algún sábado para que ganase algunas monedas, pero no quería verlo tener que hacer eso cada día al salir de clase por el único motivo de tener que sustentar a la familia.

Las desgracias nunca llegaban solas para Elena. Doña Rogelia le comunicó, muy a su pesar, que no la iba a necesitar tantas horas en el taller de costura, con lo que su salario también se vería afectado. En el pueblo todo fueron habladurías sobre su marido. Como decía siempre su madre, las paredes tienen oídos, y por eso la noticia no tardó en propagarse.

Los rumores llegaron hasta las tiendas locales más cercanas, en las que a Elena se le negó el poder adquirir más alimentos hasta que hubiese pagado su deuda. Fue entonces cuando se dio cuenta de la gran suma de dinero que debía su marido en todas partes. Como si no hubiese existido el mañana, había fundido su sueldo y ahorros en tabaco, alcohol, juergas y, según le dijeron en su trabajo, una mujer que tenía pinta de ser su amante. Había gente que decía, incluso, que se había marchado con el dinero de la Inmobiliaria donde trabajaba, dejando un número considerable de víctimas a su paso.

Tuvo que dejar varias veces a sus hijos al cargo de su madre mientras hacía pequeños trabajos y faenas, unas veces, y otras en las que se iba a los lugares más cercanos en busca de un empleo que nunca conseguía. Fue en una de las grandes ciudades, La Escarlata, donde por casualidad encontró a Mario, un joven con el que había compartido su infancia en su pueblo natal. Inmerso en aquella vida de ocio y diversión nocturna, Mario se había dedicado a satisfacer la lujuria de los numerosos turistas que visitaban aquellos parajes.

Fue entonces cuando le vinieron a la cabeza aquellos recuerdos de niñez sobre una mujer, madura y rubia, que decían que era una prostituta. Vivía en La Rivera, su pueblo natal, y solía irse algunos días, excusando visitar a su familia, hasta que aparecía un buen día como si nada hubiese pasado. No trabajaba, ni se le conocía familiar rico alguno, pero siempre vivó sola, en una gran casa con un inmenso solar, y Elena nunca vio que le faltase de nada. Mario le contó que una vez, cuando era pequeño, se había quedado jugando allí afuera mientras su padre colocaba unas estanterías en la habitación de aquella mujer. Media hora después habían salido de allí, pero a Mario siempre le pareció rara aquella situación. Pasó eso hasta que Mario se dio cuenta de que esa mujer necesitaba demasiado a menudo la ayuda de su padre.

Habló con Mario y le puso al día de todos sus problemas. Quedó en que la avisaría si encontraba algún trabajo para ella, pero pasado más de mes y medio Elena se dio cuenta de que no iba a ser tan fácil. Las deudas la tenían con el agua al cuello, y sabía que tarde o temprano tendría que forzar una solución. Viajó una noche hasta La Escarlata, paseando por sus calles mientras veía carteles de neón de bares y restaurantes que estaban por doquier, con hombres vestidos de traje, otros con ropas más casuales, pero casi todos rodeados de alguna mujer coqueta que se prestaba a que aquellos hombres se deleitasen con sus atributos.

Encontró a Mario en uno de esos lugares que le dijo solía frecuentar. Se la llevo a la recepción de un hotel cercano, donde se sentó a charlar con ella.

-No podré quedarme mucho tiempo. He venido expresamente a hablar contigo Mario.

-Cuéntame. ¿Cómo van las cosas con el trabajo? ¿Ha salido algo?

-No, no he podido encontrar nada. Sé que lo has intentado y… ya conozco cual es el único tipo de trabajo que me puedes ofrecer.

La cara de Mario hizo un gesto descolocado y medio resignado. Era muy cierto lo que le decía ella, pero si hubiese podido habría evitado que acabara así.

-¿Lo has pensado bien? No tienes por qué hacer esto…

-Lo sé Mario, pero es la única forma. Ya han pasado casi dos meses y las cosas no van a mejorar. Son muchas cosas juntas y ya es hora de que se solucionen.

Tras unos segundos dubitativos, Mario la miró, sintiendo mucho no poder ayudarla de otra forma.

-Piénsatelo, ¿de acuerdo? Que no sea una decisión tomada a la ligera; tómate una semana o lo que haga falta y vuelves. Si apareces dentro de una semana bien, y si no nada. No dejaré de decirte si sé de algún trabajo.

Tras despedirse, Elena se fue bajo la mirada atenta de Mario. No sabía si la volvería a ver, pero desde luego su mirada no se había apartado de aquel culo, creyó ver la ropa interior ligeramente marcada a través. Se fijó en sus piernas. Esbeltas como el primer día, pensó.

Mario aguardaba cerca del Hotel 20 de julio, con algunas mujeres fumando alrededor y hombres de negocios revoloteando por el área. Algunas aprovechaban para fumar, cosa que no gustaba mucho a Mario. Lo último que quería un cliente era tener el aliento a colilla en su garganta, si es que deseaba ser besado, pero por otra parte las mujeres, prostitutas o no, fumaban allí porque en otros lugares del país, sobretodo en pueblos, estaba mal visto que las mujeres fumasen. Él desde luego no podía comportarse como su padre, apagando cigarrillos y decidiendo lo que estaba bien, aunque se mostrara autoritario en otros temas.

Distinguió a Elena acercándose por la gran vía, con ese abrigo fino y largo que le cubría el cuerpo a pesar del leve calor que hacía esa noche. Su cara no había cambiado desde que era niña, seguía siendo tan guapa como entonces. Venía ligeramente maquillada, el toque justo para que no pareciese una fulana, pero decorada lo suficientemente para tapar alguna pequeña imperfección.

-Hola Mario.

-Parece que te has decidido… De verdad que siento no poder ayudarte de otra forma…

-Más de lo que crees. Necesito el dinero.

Sabía que no habría forma de convencerla de que no lo hiciese y, de hecho, comprendía su postura. La hizo entrar en el hotel y tantear un poco el terreno.

-¿Ves aquel tipo de ahí?-dijo señalando con la mirada a un hombre.

Ese era un gringo europeo propiamente dicho, de cabellos rubios y ojos azulados. Su tez se distinguía por el tono rosado y blanco característico de algunos países de Europa del Este.

-Es un alemán adinerado. Sólo tienes que hacer que se sienta importante, engrandecer un poco sus aires de superioridad. Puede que no quiera hacer nada más que regalarte unos cuantos billetes, pero en caso de que quiera llevarte a una habitación tenemos que hacerle creer que puede…

-Lo entiendo-dijo Elena a la vez que se quitaba el fino abrigo.

Aquella falda corta y azul hizo que Mario fijara su mirada en ella. Además de ser guapa, pensó, sigue teniendo buen cuerpo. Pueden pagar mucho por ella. Las mujeres de aquí tienen buen cuerpo, pero una cara como la de Elena no se encuentra fácilmente.

Elena fue y se sentó cerca de aquel hombre. Mario observó como le intentaba seducir, tomando una copa en la barra y tirándole unas miradas atrevidas y seductoras. Lo atrajo simplemente echándole unos vistazos, y poco tardó el alemán en levantarse y ponerse a su lado, al mismo tiempo que su mano pasaba por la espalda de la chica y señalaba la copa.

Mario se ocupaba de las otras mujeres, pero echaba un vistazo cada vez que podía a Elena. Era su naturalidad y su saber estar lo que la hacía especial. Era atrevida y le gustaba lo que estaba haciendo sin parecer un pendón. Cualquiera la hubiese catalogado como veterana en ese servicio y no hubiesen imaginado que era su primera vez. La cara del alemán reflejaba todo el nivel de alcohol que tenía metido en la sangre. Los dedos de Elena se deslizaban suavemente por el vaso que sostenía, y su mirada caía delicadamente en la barra, como si pensase por un momento en lo que estaba haciendo.

Su mano bajó peligrosamente hasta la pierna de aquel hombre sentado a su lado, muy cerca de su miembro marcado en los pantalones. Acariciaba esa pierna como una mujer tierna que tenía cuidado del bienestar de los demás. Un beso tímido en la mejilla de ella y un leve gesto hacia el camarero acabaron de sentar las bases para lo que sería el primer polvo de Elena por dinero. Aquel hombre le comía el pecho con la mirada, y Mario sintió que fue un detalle bien visto el que ella hubiese traído ese escote marcado y apetecible.

Desaparecieron entre la gente, mientras una mano abarcaba las caderas de Elena. Ella era la sensualidad personificada.

El Hotel 20 de julio era uno de los mejores de la ciudad. Lujo, calidad y exquisitez se juntaban en aquella zona turística de Colombia, que diferenciaba mucho de cualquier suburbio. En La Escarlata no era muy común ver a cualquier vagabundo tirado por la calle, ni ver a prostitutas trabajando por libre y medio desnudas parando coches. Por eso el negocio de Mario había avanzado con tanto éxito; él era el representante de aquellas mujeres de alto standing. Todo eran, así, beneficios para las dos partes: ellas podían ganar en una noche, estando con un solo hombre, lo que habrían ganado en otras circunstancias subiendo y bajando de coches hasta el amanecer. Mario, por su parte, recibía un tanto por ciento de aquellas mujeres; e incluso con su carácter hospitalario no tenía más que pedir sus servicios, eso sí, de vez en cuando, para satisfacer sus necesidades sexuales.

En una de aquellas habitaciones de dicho hotel, la número 212, fue donde entró Elena con su acompañante. El alemán no pudo esperar más y al cerrar la puerta atacó sus labios a la vez que intentaba desvestirse torpemente. Con su particular amor Elena le quitó la americana y le desabrochó uno a uno los botones de su camisa. Cada trozo de piel que dejaba al descubierto era otro lugar en los que se posaban los besos de Elena, besos que hacían crecer el miembro situado más abajo. Movía seductoramente sus caderas, bajando de altura hasta que la camisa fue desabrochada completamente.

Quedándose de pie, a su altura, le pidió que le pagara por adelantado.

-Hablo poco español.

Esas habían sido unas de las primeras palabras de él. Hasta aquel momento se había dedicado a hablarle por señas mayormente, aunque sí conocía palabras clave como ‘‘copa’’ y ‘‘habitación’’, además de algunas expresiones. Elena hizo una seña, como si estuviese contando monedas, a lo que él cogió rápidamente sus pantalones y sacó su cartera, abultada de billetes, y le dio unos cuantos. Ella no pudo más que admirarse cuando contó la gran suma.

Tumbó de un empujón a aquel hombre, dejándolo sentado en la cama. Se acercó a él despacio y sensualmente. Pasó sus manos por su propio cabello, las bajó acariciando sus pechos y las resbaló seguidamente por su vientre desnudo. De otro empujón dejó a aquel hombre totalmente estirado y a su merced. Acercó su cara a la suya y se quedó mirando aquellos ojos azules, a la vez que su mano agarraba el pene rígido por debajo de los pantalones.

Era la primera vez en su vida que tocaba otro miembro diferente que no fuese el de su marido. Pensó en él. Por ley, seguía casada con aquel hombre que la había abandonado. Su solución para ese desengaño había tenido que encontrarla en manos de otros hombres. Fue entonces, con únicamente dos segundos de margen, que Elena tomó una decisión trascendental en su vida. ‘‘Vas a disfrutar con esto porque de lo contrario no sobrevivirás’’, se dijo a sí misma. Pensaba poner empeño y ganas, y ese hombre tenía que ser el primero en comprobarlo.

Los besos cálidos y apasionados llenaban los labios del alemán, que contratacaba poniéndole las manos en las caderas, acariciando sus muslos, pasando sus dedos por aquel culo tensado escondido detrás de una mini falda. Se deshizo poco a poco de las prendas masculinas a la vez que le mordía suavemente un labio, cosa que gustó a aquel hombre por el gemido que emitió.

Los pechos de Elena quedaron al aire cuando se libro de la prenda que los apretaba, siendo observados por unos ojos saltones y azules mirándolos de cerca. Él dijo algo en alemán que ella no entendió, pero supuso que no podía ser nada malo. Le chupó los pezones sin ningún paso previo. Dos meses sin acostarse con nadie habían causado un rápido endurecimiento de esos pequeños extremos que regían en sus tetas. Ella cerró los ojos unos segundos, el tiempo justo para volver a la realidad, y viajó al cuello de aquel hombre. Le apoyaba una mano dulcemente en la mejilla cuando le hacía sentir un pequeño temblor jugando con su piel blanca y sensible. Encontró la forma de maximizar el placer cuando restregó, poco a poco, su culo cubierto por ese pene desnudo. En aquel momento él se dio cuenta de que Elena no llevaba ropa interior.

Metió sin miramientos una mano juguetona por debajo de la falda, dejando a esta inútil para tapar nada. Acariciaba su piel morena y lisa, notando la dureza de sus nalgas.

Sentir ambas cosas era muy excitante para él, y lo demostró con un pequeño flujo nacido en la punta de su glande. Estaba muy lejos de eyacular, pero esa pequeña muestra era aceptable a los ojos de Elena para saber que iba por buen camino.

Con ambas manos él se deshizo de la pequeña falda por ella, deslizándola por las finas piernas y tirándola al suelo. Cada beso y cada caricia bajaban de altura, pero no de calidad, hasta que ella llegó a estar frente a aquel miembro parado. No tuvo reparo en agarrarlo y darle un lametón de arriba a abajo, para seguir chupando en lo que él le acariciaba el pelo y le decía palabras que ella seguía sin entender.

Lo cubría una piel fina y marcada, ajustada al miembro. No era lo mismo besar la piel del brazo que besar aquella otra piel, pero no importaba. Le enviaba miradas lascivas y viciosas que él recibía con admiración y gusto. Se volvió loco gimiendo cuando se colocó enfrente y le miró a los ojos, sin dejar de jugar con aquel miembro crecido. Le puso una mano en el hombro cuando Elena le guiñó un ojo.

Un estímulo más fuerte llegó con el tacto en la base, allí donde se encontraban sus testículos. Con una mano masturbó a aquel hombre para que su furor no decayese, por miedo a que el alcohol hiciese mella en aquello. Los besó y les pasó la lengua por encima. Intensificó los gritos del alemán metiéndose uno en la boca y moviéndola para que sintiese el cálido aliento que procedía de su garganta.

Hizo lo mismo con el otro, para cuando el glande de aquel hombre ya estaba húmedo y algo resbaladizo. Recibió una buena respuesta cuando esparció el leve líquido por la punta, distribuyéndolo todo equitativamente y a la vez haciéndolo más sensible.

Volvió a meterse el pene en la boca y lo chupó. Chupó y lamió sintiendo el sabor de ese miembro, esa piel tan fina y esa dureza que no la causaba nada más que ella. Disfrutaba lamiendo ese miembro de arriba abajo, sin sacarlo de su boca. No se sentía forzada porque aquel hombre no le quería coger la cabeza, pero por eso mismo sus ganas aumentaban. Cada gemido que daba era un escalón más que subía en la intensificación de su mamada.

El alemán, con un leve gesto y no pudiendo  más de placer, la apartó, poniéndole una mano en la mejilla. A ella no le frustraba no entender una palabra de alemán porque con gestos era más que capaz de deducir lo que le decía.

Ella rodeó con la mano el pene ganado en grosor y le miró, esperando la respuesta. No tardó él en señalarle sus pantalones, de nuevo, de donde ella sacó un preservativo sin estrenar. Puede que las otras mujeres hubiesen tomado otras medidas y que hiciesen el amor sin protección, pero ella no iba a arriesgarse tanto en su primera vez.

La confianza que había nacido en ella la animó a intentar poner aquel condón con la boca. Inició el proceso con las manos y deslizó el resto con sus labios. No fue la mejor del mundo en hacerlo, pero hizo crecer un interés especial en aquel hombre. Un simple contacto de sus labios activaba a aquel alemán, ayudado por la disminución de sus facultades.

La dulce cama se prestaba para apoyar las rodillas y acercarse un poco más el uno al otro, cuerpo a cuerpo. Fue el hombre quien tomó la iniciativa, quien se lo introdujo poco a poco, con lo ebrio que estaba. Era el primer pene diferente que entraba en ese coño en toda su vida. Esa sensación intensificó su gusto. Había olvidado, tal y como había pensado antes, lo bien que podía sentar en algún momento el tener contacto con un hombre. No se había masturbado nunca ni había intentado nada, así que aquel era el primer contacto en sus labios vaginales después de estar dos meses durmiendo sola.

Se movía sin botar encima de él, adelante y hacia atrás; como si fuese ella la que tuviese que clavarle algo a él. Esto incrementaba el placer de ambos, él sólo suspiraba e imploraba inconscientemente que aquella sensación no cesase nunca.

Ella le miraba esos ojos azules, pensando en todo lo que esconderían. Desconocía todo detalle de su vida, ni siquiera sabía su edad o su nombre. ¿Y si estaba casado? ¿Y si ella era parte de aquel pecado?

Dichos pensamientos se volvieron a disipar cuando él le agarró las caderas. El que ella volviera a guiñarle un ojo lo animó a moverse, esta vez sí, siendo él que metiera y sacara su pene, causando el nacimiento de leves suspiros y gemidos…

Lo mataba sentir el contacto a cada roce, tener a una mujer bella y escultural a su servicio. A Hans, el verdadero nombre del alemán aunque ella nunca lo supo, lo habían enviado allí desde la región de Baviera para revisar una sucursal de la empresa que se encontraba en el polígono industrial más cercano, pero una noche de juerga entraba siempre dentro de sus planes. Sus compañeros de viaje le habían hablado muy bien de las mujeres colombianas, y ahora comprobaba por él mismo que esto era cierto. Admiraba la pasión que podían llegar a poner.

Elena, viendo por un segundo su expresión, alargó sus manos y las posó en las mejillas del hombre, sin dejar de notar el pene dentro.

-¿En qué piensas, mi amor?

Hans esbozó una sonrisa, pero ella no supo si la había entendido.

-Du bist schön.

Ella no lo entendió, pero sabía que no era nada malo. Fuese por suerte o porque las cosas ya eran así, aquel hombre la trataba bien. Sus finas manos se apoyaron en el colchón y su boca se acercó a su oreja, cayéndole parte del pelo negro en la cara del alemán.

-Más…-le susurró ella.

Cogiéndola, la penetró con obsesión y rapidez incrementada. Le gustaba esa sensación, y por eso se sorprendió agarrando la mano del alemán y poniéndola cerca de su vagina.

Sus miradas hablaron. Sin interponerse en la penetración, tocó a Elena en su intimidad. La parte que quedaba libre la restregaba con su mano, la paseaba por los alrededores. La sentía caliente y suave, igual que toda la piel que cubría ese precioso cuerpo.

Hans cogió uno de sus pechos y lo estrujo. Elena buscó la otra mano e hizo que acompañara a su hermana, para que ambas tocaran y amasaran sus pechos. Sin darse cuenta, empezó a gemir. Pero era un gemido que nacía desde dentro, no un gemido que buscase complacer a aquel cliente.

Elena echaba el aliento cálido en la oreja de su amante, sin estimular esta ni añadir algún detalle sensible, simplemente echaba un aliento tropical que a Hans lo incitaba a seguir.

-Más…-volvió a susurrar Elena entre pequeños gemidos.

Las manos del alemán se pasearon ahora por su espalda, para poder complacer a aquella mujer. Se paseaban arriba y abajo, intentando conocer cada detalle de aquella espalda que no podía ver. A él le gustaba tener otro cuerpo tocante al suyo, y ella siempre había sido muy sensible al tacto. Cerraba los ojos cuando él acertaba el punto exacto en el que tenía que tocar, en el que le producía más sensibilidad en su piel.

Los manoseos se combinaban entre su espalda, sus piernas sutilmente escondidas por el blanco colchón y el confort de este, entre su culo, entre su pelo…

Elena se acercó un poco más a aquel gusto y volvió a mirar al hombre. Debía ser un hombre cariñoso. No le apartaba la mirada mientras se la tiraba, ni ejercía el poder que poseía de una manera perversa por ser ella una mujer comprada con dinero.

Fue aquel pensamiento lo que hizo nacer el deseo de probar sus labios. Fue la primera impresión que tuvo, después de todo lo que había hecho, de estar engañando a su marido. Se separó del hombre, mientras Hans ardía cada vez que la penetraba. Asió la cabeza de ella y la acercó para que le diera otro beso. Le había gustado y quería más. No deseaba renunciar a esos labios por nada, y así se lo hizo saber poniendo su mano en el esbelto cuello y penetrándola con cierto cariño y ternura.

Elena le acarició las partes del cuerpo más cercanas para demostrar su agradecimiento. Apreciaba las partes calurosas de sus hombros y su pecho con un tono acalorado. Su pasión creció con aquellos besos y se volvió a mover, creando en él un placer combinado por el hecho de no tener que hacer todo el trabajo y por el de sentir ese cosquilleo en su cuerpo. Eran, en aquel momento, dos personas dándose placer mutuo.

Hans intensificó sus embestidas hacia ella. A pesar de no tener estimulaciones previas, Elena se sintió excitada por lo que estaba percibiendo. Las palpitaciones de ambos aumentaban de frecuencia y él empezó a sudar. El alcohol ingerido y el ligero sudor que perdía le hacían deshidratarse, pero eso no lo desanimó.

Elena se sorprendió mojándose a su vez y teniendo un pequeño orgasmo que, si bien no pensaba que había sido el apogeo, le ayudaba a aumentar sus sensaciones y lo que abrigaba teniendo relaciones con ese hombre.

Cuando él dejo de moverse con tanta velocidad, fue Elena quien le pidió más. Él quería seguir, pero no podía. Estaba cansado, aunque no iba a renunciar. Ella le hizo un favor al botar encima. Apoyaba sus manos en su pecho, sin aplastarlo pero haciéndole sentir el contacto.

Él la agarró a la altura de los pechos cuando estalló dentro. Elena no paró de moverse hasta que Hans cerró los ojos. Entendió que había acabado y se tumbó a su lado. Dudó de lo que tenía que hacer ahora. Había disfrutado, pero no dependía de ella seguir. Podía estimularlo, pero era el hombre quien tenía el mando.

Miró al techo. Después de hacer el amor por dinero no sintió nada malo. Imaginó que habría algún remordimiento, pero no fue así.

Tras unos minutos llenos de suspiros y respiraciones, decidió levantarse e irse de allí. Había sido suficiente que él aguantase una eyaculación con el alcohol, y entendía que fuese precisamente de aquella manera. Antes de que pudiese incorporarse del todo, le cogió la mano y le hizo el gesto para que se pusiese de lado. Ahí supo que eso no había acabado.

Elena volvió a besarlo, a la vez que aquel pene volvía a ponerse duro…

Dieron las cuatro cuando Mario vio a Elena aparecer por ese gran vestíbulo del Hotel. Se había calmado mucho el ambiente, aunque la juerga no había finalizado para muchos turistas que se encontraban allí.

El Hotel 20 de julio permitía entrar allí a prostitutas porque de lo contario hubiese perdido mucho dinero. Sus dueños habían sabido combinar muy bien el lujo con la diversión.

La cara de Elena no reflejaba desagrado, cosa que tranquilizó a Mario. Había actuado bien a su vista, pero no podía saber como iría en privado. Volvió a comérsela con los ojos a cada paso que daba para acercarse a su posición.

-Me tengo que ir Mario-dijo ella sonriendo.

-Te llevo yo, ¿sí?

Y así Mario llevo a casa a Elena, a las cuatro de la mañana, porque a las seis tenía que levantar a sus hijos de la cama para que fuesen a la escuela…

Mas de Martin Crosas

Vamos a la playa

Mi hija borracha

Conociendo a los padres de mi novia

Mamá

Mari Carmen

La decisión de Hugo (1)

La profesora Pilar

Mi Hasta luego de Todorelatos

La chica de la gelatina

Luna victoriosa

Travesuras en el vestuario

El hijo pródigo ha vuelto (1)

Ojo por ojo... ¿madre por madre?

Dame una oportunidad (Décima parte)

Mi hermano es mi lechero

Dame una oportunidad (Novena parte)

El culo de mi suegra

Dame una oportunidad (Octava parte)

Dame una oportunidad (Séptima parte)

El padre de Paula

Dame una oportunidad (Sexta parte)

Dame una oportunidad (Quinta parte)

Los secretos de la familia Martínez (capítulo 11)

Dame una oportunidad (Cuarta parte)

Dame una oportunidad (Tercera parte)

Dame una oportunidad (Segunda parte)

Los secretos de la familia Martínez (capítulo 10)

Dame una oportunidad (Primera parte)

Los secretos de la familia Martínez (capítulo 9)

Los secretos de la familia Martínez (capítulo 8)

Los secretos de la familia Martínez (capítulo 7)

Los secretos de la familia Martínez (capítulo 6)

Los secretos de la familia Martínez (capítulo 5)

Lo que pase en Roma se queda en Roma

Sandra, me gustas

Lo que las hembras quieren y los machos hacen

Los secretos de la familia Martínez (capítulo 4)

Jessica en París (capítulo II)

Jessica en París (capítulo I)

Los secretos de la familia Martínez (capítulo 3)

El bulto

Los secretos de la familia Martínez (capítulo 2)

Sucedió en la playa

Follando como conejos

Los secretos de la familia Martínez

El regalo