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Mari Carmen

en Hetero: Infidelidad

La tía Mari Carmen le quitó los zapatos viejos y le desabrochó uno a uno los botones de la camisa. Mi cara debió ser un poema, porque ella enseguida me dijo:

-Es la primera vez que pasa.

Yo le quité los calcetines a Román, ya medio muerto en la cama de la gran borrachera que se había pegado.

La tía Mari Carmen se adueñó de la camisa de rayas blancas y azules y la colgó en la percha, planchándola con la mano.

Sin preocuparse de mi presencia, le desabotonó los pantalones y se los bajó hasta los tobillos, quedándose Román como un niño indefenso y casi regañado al notar que no podía evitar mearse.

-Román, maldito cabrón...-susurró entre dientes Mari Carmen, pegándole tímidamente en el brazo a su marido.

Él se dio media vuelta, insinuando su culo medio desnudo hacia nosotros.

-Pásame unas toallitas que están en el último cajón de esa mesita.

Como un hijo, obedecí mientras mi tía Mari Carmen dejaba al hombre desnudo, descubriéndome su enorme miembro. La casi ya callosa mano de mi tía no llegaba a cubrirlo del todo, y como si fuese un anciano Mari Carmen le limpió los restos de orina de aquella enorme polla.

Tan bebido estaba Román que no se lo pudo agradecer a aquella mujer ni con una merecida erección.

Agarrando el edredón, ella de un costado y yo del otro, tapamos a Román, quien poco a poco notaba como su piel de gallina iba desapareciendo y sus pensamientos viajaban hasta el país de los sueños.

-¿Quieres beber algo?-me preguntó ella acomodándose el vestido de flores que aún llevaba puesto.

-No es necesario, gracias...

-Ese hijo de puta...-empezó a decir como si hubiese encontrado en mi respuesta un indicio para iniciar una conversación.

-Yo no...

-No me hagas caso. Ves al sofá, anda-me dijo con cierto desprecio, como si de repente adivinase que yo no iba a solucionar sus problemas.

Me quité los pantalones, pensando en si debía siquiera ir a donde ella para darle las buenas noches. Como cuando tenía quince años, me puse las manos detrás de las cabeza y miré al techo esperando encontrar estrellas.

Pero allí, en el salón de la casa de Mari Carmen, solo había una lámpara vieja colgada del blanco techo, bailando con el viento que se colaba por debajo de las puertas.

A lo lejos una foto de Mari Carmen y Román sujetando al pequeño Nicolás en camiseta de tirantes me hacían compañía.

Sin sentir sus pasos, Mari Carmen se acercó a mí y se sentó en el suelo, al lado del sofá, obligándome a ponerme de lado.

Sus uñas color carmesí brillaban en cierta manera en la tímida oscuridad. Sus dedos me acariciaban la mejilla como lo solía hacer mi madre.

-Eres igual que tu madre-me dijo. Tienes la misma mirada.

Mamá siempre tuvo aquellos ojos verdes que ninguna de sus dos hermanas heredó, pero que sí me los regaló a mí.

-Cuando vuelvas a casa no se lo digas a tu madre.

-¿Decirle el qué?

Mari Carmen sonrió, comprendiendo que yo no diría nada.

-Gracias.

-Gracias a ti por cuidar de mamá.

Ella soltó el vaso de cristal que había tenido entre manos, como si quisiese prestar toda la atención en lo que yo pudiese decirle.

-Mamá me ha contado que siempre la cuidaste.

-Los hermanos mayores siempre cuidan de los pequeños-sentenció ella.

No contenta con sus lecciones morales, añadió:

-Ellos siempre son la alegría de los mayores, y tu madre lo fue siempre para mí.

Pensando que quizá iba a llorar, cambió de postura y añadió con una sonrisa pícara:

-¿Qué más te ha contado tu madre?

-Que estaba orgullosa de ti-dije sin dudarlo.

Mari Carmen sonrió. Su mirada me decía que aquellas palabras no las había oído en años.

-Y que eres cariñosa...

Ella me acarició la mano.

-Y mimosa...

Mi tía sonrió y se echó el pelo detrás de las orejas.

-Y una mujer a la que vale la pena tener.

Mari Carmen se incorporó, aun con su vestido de flores puesto, y levantó el edredón, viéndome sin pudor con mis tímidos calzoncillos de marca blanca.

-No pienso dormir con el hijo de puta de Román esta noche-explicó para que entendiese el por qué de sus acciones.

Se estiró a mi lado, vestida, sin apenas tocarme.

-¿Puedo preguntarte algo?-le dije.

-Claro, estamos en confianza...-dijo con una risa.

-No es la primera vez que te lo hace, ¿no?

-No cariño. Te he mentido. Llevo como puedo la borrachera de tu tío, pero hay situaciones como las de antes en que ya no se puede disimular lo que es indisimulable.

-¿Me has mentido en otra cosa?

Sonrió antes de responder.

-No cielo, puedes estar tranquilo.

Mari Carmen me besó el pecho sin previo aviso y apoyando la barbilla en mí me miró a los ojos.

-Me toca. ¿Has estado con alguna chica?

Con mis aires de macho intenté controlar la ruborización que subía hacia mi cara, aunque nunca supe si lo conseguí.

-Sí. El verano pasado.

Ella volvió a besarme el pecho y yo miraba el pasillo para contener mi erección.

-Te toca-me dijo.

Yo moví los dedos de los pies, nervioso.

-¿Cuánto hace que no mantienes relaciones?

-¿Que no follo?-repitió ella tirando por los suelos mi bonito vocabulario. Este martes hará tres semanas.

-¿Y cómo...?

-No sé-dijo antes de volver a besar mi pecho.

El bulto empezó a crecer, amenazando con chocar contra el vientre de mi tía si se daban los movimientos adecuados.

-¿Y tú? ¿Debes estar todo el día...? ¿O ya has pasado esa época?-dijo pasándose la lengua por los labios.

-Depende de la chica.

Ella hundió su cara para reírse, momento en el que mi polla chocó contra ella con un roce.

-Voy... voy al lavabo-dije aprovechando que no me miraba para así armarme de valentía.

-¿Por qué? Lo que vas a hacer allí lo puedes hacer aquí-dijo aún sin mirarme.

-...¿Cómo?

-¿Te crees que es la primera vez que alguien de tu edad se pone así conmigo?

Su respuesta me confundió, pero en todo caso sirvió para que me acomodase del todo en el sofá, decidido a no levantarme.

Mari Carmen acercó su cara y me besó el labio, me lo acarició con su lengua puntiaguda y rosa a la vez que su pelo rubio caía encima.

Besarla fue como besar a alguien de confianza. Experta en artes marciales, jugaba con su lengua, persiguiendo a la mia, luchando por ponerse encima mio.

Le fui subiendo el vestido hasta descubrir sus bragas blancas de mujer cuarentona. Mis esfuerzos fueron mínimos una vez que puso los brazos en alto para quitarle todo el vestido.

Al pasar por allí, aproveché para comerme esas tetas que sólo Nicolás había probado y que había dejado una vez amamantado y Román en sus noches locas.

¿O había habido alguien más?

-¿Ha habido alguien más?

-¿Qué?-preguntó entre gemidos susurrados.

-¿Alguien más aparte de Nicolás y Román te ha comido las tetas?

-Tu padre.

Aquella respuesta fue como un calambre doloroso.

-¿Qué?

-Tu padre me las come con la mirada cada navidad-dijo esta vez.

Yo me quedé callado, y cogiendo mir orejas atrajo mi cabeza hasta ellas.

-Ven.

Mari Carmen cogió su teta y con su cariñosa mano en mi barbilla me abrió la boca.

-Come un poco-me dijo.

Yo ensalivé aquel pezón hasta notarlo duro y puntiagudo, momento en el que se me arrebató de mi boca aquel alimento.

Mi tía agarró su pecho, esta vez el izquierdo, y como había hecho antes lo introdujo en mi boca para que yo lo comiese y lo chupase con la tarea de dejar su piel brillante y su pezón duro como el hielo.

Ella supo que había llegado el momento cuando me bajó mis tímidos calzoncillos y encontró allí mi miembro, que en comparación con el de Román media quizá la mitad.

Sentí de repente morirme de vergüenza, esquivando la mirada de mi tía en la oscuridad.

-Sé que te gustan grandes-le dije. He visto a Román.

Ella acarició mi cara dejando su manos allí. Me pareció mirar a su coño pegado a sus bragas y notar una raja de veinteañera de pocos complejos.

-Es perfecta para el sexo anal.

-¿Qué?

Ella volvió a besarme.

-¿Quién es la que habla fino ahora?-le pregunté.

-Tienes razón. Es perfecta para que me la metas por el culo.

Con su mano echó a un lado las bragas blancas y la agarró para soltarla ya dentro suyo.

-Voy a moverme yo, tú no te muevas cariño.

Mari Carmen, sentada encima, recibía su placer anal a base de acercarse a mí una y otra vez, adelante y atrás otra vez.

-Piensa... que ahora mismo me estás dando por el culo-dijo.

Yo la miré con sentimientos encontrados.

-Dentro...dentro de poco me dejarás tu semen dentro, pero acabará saliendo-dijo en su papel de profesora.

Mari Carmen me miró cuando puse mis manos en sus caderas.

-Disfrútalo. Sé que me lo has mirado estos días. Ahora... ahora ya lo tienes.

Yo disfrutaba como un niño tumbado boca arriba, bajo la dominación más extraña que había tenido nunca en el sexo.

-Avísame cuando quieras correrte-me advirtió.

-¿Querer? Vamos pequeña...te estaría dando por culo hasta que nos temblara las piernas.

Aquel comentario me costó caro, pues noté que sudaba, un signo indudable de que la profecía de mi tía era cierta: pronto la llenaría por atrás de semen.

-Joder, lo... lo s... pero me voy a correr...

Mari Carmen apuró sus movimientos entre gemidos y quejas, produciendo un sonido tan ensordecedor para mí como para su marido si no fuese porque aquel hijo de puta dormía, dormía en lo profundo mientras yo me follaba a su mujer.

Arañé las piernas de mi tía al saber que la primera gota salía disparada hacia ella. Una segunda le siguió cuando dejé caer mi mano de su cadera.

No paré hasta que me dolió tenerla a ella encima.

Mari Carmen se levantó, acomodándose las bragas y recogiendo su vestido de flores del suelo.

-No le digas nada a Nicolás-me dijo antes de irse por el pasillo.

Aquella noche fueron las vistas de su culo y no de la luna lo que me despidió mientras la que había sido mi mujer durante un rato abría la puerta de la habitación de su hijo con tal de acostarse para poder conciliar el sueño.

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