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Dame una oportunidad (Primera parte)

en Lésbicos

María acostó a su hijo bajo la atenta mirada de su marido. El trabajo era más fácil que de costumbre, pues el pequeño ya se había dormido en el sofá viendo los dibujos animados y ella sólo tenía que llevarlo hasta su cama y arroparlo.

Su marido la miraba haciendo nada mientras se pasaba unos cuantos sobres de facturas por los dedos. De espaldas veía la coleta que le recogía su precioso pelo liso y marrón y el sujetador marcado en la blusa blanca y ligeramente apretada. La mirada bajaba hasta su culo envuelto en los vaqueros azules, un culo que se apretaba y se marcaba atractivamente. Sus piernas terminaban en sus pies encerrados por los zapatos negros de tacón, la carta que ella siempre jugaba para poder estar a la altura de ese metro ochenta y siete de su esposo.

Dándole un beso en la frente a su hijo se dirigió a la mesa donde sabía que había dejado su bolso. Allí estaba Pablo esperándola. Era la primera vez que iba a salir sola con sus amigas desde que naciera su hijo en común; y de eso hacía ya cinco lejanos años.

-¿A dónde pensáis ir al final?-le preguntó él.

-No lo sé… Lola dijo que quería llevarnos a un pub irlandés que estaba por la zona…-dijo ella sin acabar su frase y revisando que llevaba todo en su bolso.

-¿Por qué zona dices que está?

María terminó de revisar su bolso y le cerró la cremallera dispuesta a irse.

-No lo sé Pablo…

Vaciló un momento mientras se pasaba la mano por la frente para ordenar su cabello.

-¿Quieres que me quede? ¿Es eso? Sólo tienes que decirlo…

Cada uno jugaba a que el otro pareciese el culpable. Pero ese era un juego que María conocía bien y, al igual que su marido se aprendía las tácticas de los partidos de futbol que solía ver, ella aprendía como tenía que actuar en esas situaciones.

-Te pregunté si te parecía bien que saliese una noche con mis amigas y no pusiste ninguna pega…

-Y me parece bien, pero quiero que pienses que ya no tienes quince años.

-¿Todo esto es porque Saray lo llamó ‘‘la noche de chicas’’?

-Mira…haz lo que quieras. Igualmente nunca me haces caso…

Ella tuvo que morderse la lengua para no soltar todos los argumentos que desencadenaban una noche de pelea sin salir. Aunque no había decidido todavía si tenía ganas de ir o no, sabía que no tenía ganas de discutir.

-Está bien cariño. No te preocupes, que volveré pronto.

Se despidió con un beso en la mejilla, uno que siempre indicaba que si ella hablaba podía hundir a su marido pero que le daba caridad para creer que él tenía razón.

Efectivamente, Lola las llevó a todas a un pub irlandés a charlar y beber un poco, excusándose en que ‘‘una noche es una noche’’.

Aquella salida nocturna había sido secundada por las ganas de Lola, pero quien había propuesto la idea era Saray. María la había conocido en el colegio aquella misma semana, cuando fue a recoger a su hijo a última hora y allí estaba ella, hablando con la monitora y dejando que su hija le dibujase un Sol a su pequeño.

Así supo que Saray, una mujer sencilla de ojos verdes y pelo rubio, se había trasladado a Barcelona desde Texas por el trabajo de su marido. Había vuelto a su tierra, pues toda su familia y ella misma eran naturales de Alicante.

Entre el grupo habitual de madres que rozaban la cuarentena se había creado un interés por todo lo que supusiese algo nuevo, y la llegada de Saray ese curso lo era.

Las siete mujeres que asistían a esa salida se sentaron alrededor de una mesa de madera rústica, pidiendo unas cervezas que nadie había probado nunca salvo Lola.

-¿Sabéis que Marta vuelve a estar embarazada?-dijo una.

-Se creen que son conejos y se dan el gusto de procrear, pero cinco hijos ya… ¿Qué quiere, formar una familia o un orfanato?

-Esto es cosa de su marido, que no quiere que lo plastifiquen.

María paró la oreja atentamente al oír eso. Recordaba las épocas en que de novios el suyo también le había dicho eso mientras trataba de quitarle el sujetador y meterle la mano por debajo del vestido estampado.

-¿Cómo está tu hijo?

Miró a su derecha y allí estaba Saray. Las otras cinco mujeres seguían cotorreando sobre la pobre Marta que, al no venir, se había convertido en la comidilla de la noche.

-Bien, bien…

-¿Ya le tocaba a tu marido cuidar de él, no?-dijo Saray en un tono amable.

-Sí…aunque cuesta. Cada vez que tiene que estar a su cargo…

-Pues eso no puede ser. Dile que tú también necesitas desahogarte de vez en cuando, que eso de traer comida a la mesa está muy bien, pero que por ponerse un delantal de vez en cuando tampoco se va a morir.

María sonrió, quizá por pensar en el retrato de su marido  vestido con un delantal o porque la simple idea le parecía una utopía muy lejana.

-Lo siento, creo que he metido la pata…-dijo Saray poniendo la mano encima de la de María.

-No, no… es sólo que…

-¿Ocurre algo en casa?

-Pablo es… un poco chapado a la antigua, ¿me entiendes? Ya lo sabía cuando me casé con él, pero… Debí suponer que esos chistes machistas que contaba de vez en cuando se iban a volver una cosa habitual…

Saray bebió un trago largo de su cerveza irlandesa.

-Bienvenida al club.

María miró los profundos ojos verdes de aquella mujer. Era una mirada tan penetrante que se clavaba aunque no fuese en absoluto la intención.

-Mike no dejaba ni que un afroamericano cruzara la valla de nuestra granja en Houston. O un nigger, como los llama él… Hay personas que no salen de los años cuarenta aunque les paguen. ¿Por qué me casé con él? Supongo que podría decir mil razones válidas que sonarían a cuentos de hada al fin y al cabo…

La sonrisa de Saray no se apagaba pese a todo. Ante unos segundos incómodos sin saber muy bien qué decir, ella alzó la botella de cerveza.

-Por nosotras.

-Por nosotras-dijo María mientras chocaba la botella de cerveza.

Ambas dejaron su pequeño mundo aparte y se unieron a la conversación que tenía lugar en la mesa.

-Sí, pero lo tuyo es una cicatriz, lo de ella parece una mordedura de tiburón más que una sutura por cesárea.

Lola seguía hablando de Marta, como si tuviese algo en contra de ella.

-Sigue picando cada vez que su marido le dice que le va a hacer un masaje…

Las risas resonaron en todo el local. Las cervezas estaban a medio acabar y Saray aprovechó la oportunidad para escapar de tanto chisme.

-Chicas, os invito a otra ronda.

Algunas buscaron con la mirada al camarero, queriendo probar esa cerveza que se les había prometido.

-No  veo al camarero.

-No os preocupéis, ya voy yo a buscarlo.

Saray se levantó mientras las otras mujeres seguían comentando algo. Los ojos verdosos buscaron a María y le hicieron un rápido símbolo de ‘‘ayúdame a escapar de estas locas’’ que entendió a la primera. Dudó de que la oyeran bien cuando pronunció su ‘‘voy a ayudarla’’ a las demás, pero se levantó de todas formas y la siguió hasta la barra, sorteando gente y mesas.

-Can we have seven beers, sir? Thanks.

Al ver que hablaba en inglés, dos hombres miraron a Saray. Ésta desvió la mirada, sin ganas de jugar con ellos a seducirles o a darles alguna pobre esperanza.

-Esos de allí no dejan de mirarte-le dijo a María.

Ella miró sin disimulo  a aquellos dos hombres que se reían.

-Me parece que no… te miran a ti, no a mí.

-¿A mí? Tú eres más guapa, ¿para qué me iban a mirar?

María sonrió a Saray irónicamente y echó una ojeada a todas partes.

-Qué mal levantas el ánimo…

-Te he hecho sonreír, tan mal no se me dará.

Su cabeza se movía de lado a lado, negando algo sin saber muy bien qué era.

-En realidad da igual como seamos, mientras tengamos pechos que mirar ellos seguirán pensando con el pene.

Las miradas se intercambiaban pensando que era un lenguaje un tanto soez, pero que era una realidad que se dejaba patente.

-¿Sabes lo que les gusta a ellos? El rollo lésbico, por alguna razón lo tienen como una fantasía sexual.

-Cierto…

-Mira.

Saray saludó coquetamente a aquellos hombres con la mano derecha, moviendo sus dedos como una colegiala.

-¿Lo ves? Qué tontos… ¿sabes lo que hacíamos en la universidad cuando nos pasaba esto? Nos gustaba jugar un poco y besarnos delante de ellos… Es muy inocente, pero para ellos es una erección segura.

-No caerá esa breva…

El camarero dejó la bandeja con las botellas en la barra a la vez que Saray cogía por la blusa blanca a María y la besaba en los labios, jugando apasionadamente con su boca.

No pasó mucho tiempo hasta que María se despegó de un empujón y se pasó la mano por la boca para limpiarse, mirando a todos los sitios.

-¿Pero qué haces? ¿Estás loca, si nos ve alguien qué?

-Lo siento Mary, era un juego…

María se levantó a toda prisa buscando la mesa de sus amigas.

-We’re on that table-le dijo al camarero mientras señalaba la mesa y veía a María correr como un pato mareado por el pub irlandés.

Ambas se sentaron. María trataba de comprender lo que había pasado, y pensaba… ¿por qué estoy tan enfadada? ¿Por qué no me ha avisado o por qué…?

La llegada de las cervezas difuminó sus pensamientos. No volvió a mirar a Saray, pese a los intentos de ésta.

Pasado un rato, Saray puso su mano en el brazo de María. Giró la cabeza instantáneamente, con una expresión desconcertante.

-María, ¿vosotros vais a la Iglesia católica, verdad? Mike quiere encontrar una aquí en Barcelona, y yo estaría mucho mejor si pudiésemos ir a una en la que conociésemos a alguien. Si vas solo nunca hablas con nadie aunque los veas domingo tras domingo.

Ambas se miraron. La idea de que pudiese tratarse de una mujer religiosa la tranquilizó, no supo por qué.

-Sí…así es, sí…Tenemos misa mañana a la diez. Y hablando de eso…debería irme para dormir lo suficiente.

-María…necesito que… ya sabes.

Saray hizo un gesto algo íntimo indicando que necesitaba ayuda con algo y que la acompañara al lavabo. Ambas se levantaron y se disculparon, una vez más, ante los cotilleos que no cesaban en la conversación.

-María… lo he hecho porque si te lo hubiese dicho antes no te habrías atrevido, pero si llego a saber que te iba a molestar no hubiese hecho nada de nada, te lo prometo-dijo en el lavabo.

Las palabras y la cara de Saray se pintaban de un sincero arrepentimiento.

-Ha sido una tontería por tu parte.

-Lo siento… perdona, ¿vale?-le dijo Saray pasándole la mano por el hombro-. Eres la única que merece la pena dentro de ese grupo de cotillas, ¿crees que haría algo así para enfadarte? Pensé que iba a ser divertido, nada más.

-Supongo… supongo que estoy exagerando demasiado-dijo María dejando caer lo brazos.

-Además… tenía yo razón. Te miraban a ti, no a mí. Cuando te has ido les ha faltado tiempo para mirarte el trasero.

-Qué va…-dijo ella halagada en lo profundo de su ser por el comentario.

-Dile a tu marido que te cuide bien, porque una chica como tú no se encuentra todos los días.

María se puso ligeramente roja y sus ojos castaños se llenaron de ternura.

-Gracias… cualquiera diría que te has enamorado de mí, mujer…

Ambas rieron abiertamente, sin notar María como la mirada de su nueva amiga caía hasta el suelo durante un segundo antes de volverse a levantar.

-Olvídalo, ¿vale? Ha sido una tontería.

-No ha sido nada mujer, un malentendido lo tiene cualquiera.

Saray y María se fundieron en un abrazo. Saray miraba a través del espejo a la mujer que estaba abrazando, notando sus vaqueros ajustados y sus nalgas que, apretadas, hacían resaltar los bolsillos traseros de su pantalón. La blusa se marcaba y dibujaba una espalda perfecta para ella en la que Saray paseó su mano de arriba abajo. María sonreía por la comprensión que creía haber encontrado.

Si hubiesen tenido que ponerle una nota a aquella noche, probablemente hubiese oscilado entre el nueve y el diez. Todas se lo pasaron muy bien y la única que volvió a casa con algún incidente fue la famosa Lola, que bebió más que el resto del grupo.

María llegó a casa pasadas las dos de la madrugada. La luz de la cocina era la única que la amparaba. Encendió la luz del pasillo y dejó las llaves dentro del reloj de madera que había heredado de su abuela. Llegó a su habitación, donde su marido dormía profundamente con el televisor encendido.

Ella lo apagó y se quitó la ropa sin mirarse al espejo como siempre hacía. Se puso el camisón rosa de seda y se acurrucó debajo del edredón, acercándose a su marido hasta ponerle la mano en el brazo.

-Cariño, ya he llegado…-le susurró mientras le daba un beso en la mejilla.

Pablo, medio dormido, la miró con un ojo abierto.

-¿Cómo ha ido?-fue lo único que atinó  a decir mientras ojeaba el reloj de la mesita.

-Bien cariño… Siento que nos hayamos peleado antes.

Los besos de María no cesaron de caer en la mejilla de su marido hasta que éste se giró lo suficiente como para poder besarlo en la boca. No hizo falta que dijera nada más. Aquella noche dejó que él galopara encima de ella hasta que se cansara.

No quería reconocer por qué lo había hecho, tan sólo miraba al techo blanco y se pasaba los dedos por los labios suavemente de un lado a otro…

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