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Los secretos de la familia Martínez (capítulo 4)

en Hetero: General

[RESUMEN DE LOS CAPÍTULOS ANTERIORES: Me encuentro una noche casual en un Club nocturno. Allí, con tres compañeros, compartimos a una mujer que resulta ser la madre de Lourdes Martínez, una compañera de clase. Tras estar en su casa, me lleva en coche y por el camino consigo una felación a cambio de mantener la boca cerrada. Pero esa no sería la última vez que la viese. Volví a verla en una boda familiar, donde me perdí por los alrededores con Lourdes. Tras nuestra experiencia, ella se va a buscar un preservativo, momento en que aparece su madre…]

Noemí Martínez, allí de pie, pretendía que  dejase a su hija en paz, ofreciéndose como moneda de cambio. Mis ojos miraban los suyos, mientras ella esperaba mi respuesta. La primera vez que la vi no creí que tuviese un gran parecido con Lourdes, pero ahora veía muchas más similitudes que entonces. La luz de la luna brillaba en su piel y, al igual que hacía en Lourdes, también acentuaba su belleza.

-¿Tan malo soy para Lourdes como para que no quieras que esté con ella?

-No es eso, simplemente no quiero que nadie le haga nada.

Hubiese querido más tiempo para pensarlo fríamente, pero mi respuesta definitiva tenía que formularse antes de que volviese Lourdes.

-Está bien… no le haré nada.

-Eso es. No le harás nada.

-¿Pero cuándo estarás conmigo?

-Mi marido no es tan despistado como para no notar mi ausencia tanto tiempo. Hoy no.

Esta vez sí, por el lado correcto, se oyeron unos pasos ligeros pisando el césped y apareció Lourdes, que tardó unos segundos en darse cuenta de la presencia de su madre, a lo que se apresuró a esconder sus manos detrás.

-Hola mamá…

-Entrad dentro, que aquí empieza a hacer frío.

-Sí…

Con la cabeza baja, caminó a mi lado, con su madre haciéndonos de guía. No tardamos mucho en volver al recinto y estar en la pista de baile. Como excusa para que nos dejase, cogí a Lourdes de la mano y la llevé a la pista aprovechando una canción algo lenta.

-No le habrás contado nada a mi madre, ¿no?

-No, por supuesto que no…

-Siempre hace lo mismo, me trata como una niña…

-Es tu madre, sólo se preocupó al ver que no estabas. Las madres son así.

-¿Y qué vamos a hacer ahora?

-Supongo que estará toda la noche pendiente de nosotros, vigilando que no nos volvamos a ‘‘perder’’.

-Sí, no me extrañaría…

-Pero…eso no significa que vaya a olvidar nada de lo que has hecho.

-Sé…sé que por alguna razón no te gusto, pero tú sí que me gustas mucho. No es que haya estado enamorada toda la vida, pero siempre has sido tan…

Dejamos de bailar y le cogí la mano otra vez, llevándola a los servicios. No había olvidado lo que le había prometido a su madre, pero el sentimiento que nacía en mí de haberme aprovechado de Lourdes iba en aumento y quería repararlo.

Con una sonrisa recibió la sorpresa al entrar en el lavabo de chicos y ver que no había nadie. Nos metimos en uno individual y cerramos la puerta, mientras ella se entregaba a los besos, calurosos y con sentimiento, y se acomodaba en aquel espacio cerrado.

-¿Qué pasa con mi madre?-dijo.

-No importa. Da igual.

-Vale…-dijo ella con una sonrisa.

No le importaba qué le pudiesen decir, sólo quería disfrutar del momento y perder su virginidad. Se atenía a las consecuencias de lo que pudiese pasar y de lo que, de hecho, creía que pasaría.

No dejaba de sonreír, aun cuando me besaba, mientras sacaba de su escondite aquel preservativo. Ayudándola, me desabroché el cinturón y deje caer mis pantalones al suelo. Lourdes me bajó la ropa interior y me dejó con mi sexo al aire, caliente pero envuelto por un aire frío que contrastaba con esa temperatura ambiente.

Bajó su mano y tocó suavemente mi pene, dándole caricias a la vez que lo miraba y apoyaba ligeramente su frente en mi hombro.

No sabía lo que la hacía especial, pero ese estilo para masturbar era único, mucho mejor de lo que yo hubiese sentido nunca de otra mujer. Sus manos seguían siendo suaves, algo pequeñas y cálidas, sus dedos eran una fuente de cosquillas y temblores que aceleraban el crecimiento de mi miembro.

Me había provocado una erección con aquellas caricias sensuales. Al ver que estaba grande y dura como antes siguió, pensando que lo que estaba haciendo era muy bueno.

Y lo era, me producía un placer que se mantenía a un nivel alto y continuado; pero tenía miedo, a pesar de ya haber eyaculado, de dejar que hiciese todo el trabajo otra vez.

Agarré su mano y la apreté entre la mía, haciendo que parase.

-Lo siento…- me dijo.

-No, no pasa nada…

La apoyé contra la pared en aquel pequeño espacio, intentando que no diese un golpe contra la puerta. Me arrodillé teniéndola de espaldas. Admiré sus blancas piernas a la vez que iba subiendo el vestido. Su piel todavía estaba fría, pero poco a poco iba alcanzando una temperatura más normal. Metí mis manos por debajo para bajar su ropa interior y dejarla a la altura de los tobillos. Le dije que tenía que quitárselas, quedándose con el vestido únicamente.

Dirigí mi cabeza hacia su entrepierna, al mismo tiempo que volvía a subir su vestido. Había tocado su coño, pero no lo había visto. Lourdes era muy limpia, e incluso imaginé que quizá por eso estaba depilada. Sus labios se juntaban y mantenían una vagina cerrada y, en contraste con su piel, caliente.

Fue importante saber que no estaba del todo seca, aunque simplemente estaba algo húmeda. Algo ligeramente pegajoso se había posado allí, pero incluso así parecía que seguía manteniendo esa admirable limpieza.

Se estremeció ligeramente cuando pasé mi lengua cerca, tanteando aquella zona. Pude incluso saborear aquella maravillosa y suave piel. Abrió las piernas cuando intentaba darle muestras de cariño, acariciando sus muslos y su culo.

-Lourdes, será mejor que te gires…

Aquella cara fue la personificación de la picardía. Sus pómulos estaban rojos y sus ojos brillaban con una luz que no se hubiese apagado nunca. Quizá, pensé, era por eso que su madre no quería que yo estuviese con ella. Lourdes no tenía maldad.

Fue más fácil acceder a ella frente a frente y encontrar aquel clítoris que en realidad era lo que yo andaba buscando. Quería hacerlo bien, y sin embargo no creía contar con toda la experiencia necesaria.

Pasé la lengua por aquella raja, apoyando mis manos ligeramente en sus muslos, con Lourdes apoyada del todo en aquella fría pared. Su espalda medio desnuda chocaba con su piel, resintiendo el proceso de avivar la temperatura de su cuerpo. Era un contraste que le gustaba, porque no trató de apartarse de aquella pared.

Encontré su clítoris y traté de besarlo y de morderlo suavemente, con lo que ella cerraba ligeramente las piernas y luego, como si se acordase de que tenía que relajarse, las abría sutilmente.

Oí sus gemidos sordos y leves. Seguía moviendo mis labios y teniendo detalle en cada contacto, sin saber cómo lo estaba haciendo.

Poco a poco Lourdes doblaba sus rodillas. Se humedecía más a cada momento, y quería que estallase, pero me paró antes de llegar a ese punto.

-Quiero hacerlo…-me dijo.

-Ven.

Me senté en la taza del váter con los pantalones bajados y mi miembro medio erecto. Otra vez, Lourdes me ayudó a ponerlo duro con ese estilo único de masturbación. Volví a sentir el contacto con sus manos, como cuidaban mi pene y lo movían de arriba a abajo, moviendo mi piel y descubriendo la sensibilidad que había dentro.

Me sorprendió, por una parte, que supiera como poner un condón. Luego, pensé que era una chica lista y que debía haberlo visto en algún sitio. Ella notó mi ligera cara de sorpresa.

-Nos enseñaron a ponerlo en 3ro, ¿no te acuerdas?-me dijo sin que yo le dijese nada.

Era verdad. En 3ro de ESO nos llevaron a un taller de educación sexual. No me gustaba sentir que ella se acordase de cada detalle mientras yo ni siquiera recordaba que Lourdes había estado en aquel taller. Esa emoción me hacía sentir culpable.

Acerqué a Lourdes, poniéndole las manos en las caderas e hice que se quedara con las piernas abiertas y de pie, con sus manos en mis hombros. Su vestido colgaba en el vacío, interrumpido por mis piernas, y sus pechos parecían que querían salir de allí con un escote acentuado. Me estaba volviendo loco pensando que esas tetas crecían de tamaño cada vez que las miraba.

Atrapé a mi pene entre mis dedos fuertemente para poder metérsela. Lourdes bajaba ligeramente hasta que su entrada se encontró con la punta, tocando mi glande sensible y levemente rojo.

-Relájate…

Por primera vez penetré a Lourdes. Sus labios me oprimían e incluso dificultaban un poco el paso. Su cara seguía rojiza y cerraba los ojos mientras abría y cerraba la boca. Con algunos centímetros dentro, Lourdes aun no estaba sentada del todo encima de mí.

-¿Qué tengo que hacer…?

-Relájate… todo saldrá bien.

Empezaba a disfrutar de aquel contacto oprimido a la vez que ella bajaba hacia mí, terminando por sentarse del todo.

Cogiéndola por la cintura, me moví ligeramente para entrar y salir de ella. Lourdes se agarraba a mí por mis hombros y dejaba a la altura de mi cara aquellos pechos redondos y sensuales. Sin pensarlo dos veces los besé, pasando los labios por cada uno de ellos, como si quisiese hacer un chupetón allí mismo. Tenían un olor embriagante que completaban mi locura con las vibraciones que sentía al penetrarla.

Botaba encima de mí, a un ritmo lento que se aceleró poco a poco y se convirtieron en unos movimientos rápidos cuando ataqué su cuello y lo mordí ligeramente.

-Sí…el cuello…

Lo había sabido antes, en el césped, pero no había vuelto a atacar en aquel lugar hasta ese momento. Que le besase y mordiese el cuello a Lourdes no le gustaba, le excitaba. Aquella era la fuente de su excitación. Me había esforzado por perfeccionar el sexo oral, por besarle los pechos con morbosidad, por no hacerle daño mientras la penetraba… y me había olvidado de lo que realmente le gustaba.

Disfruté besando ese cuello delgado y blanco, con dos lunares pequeños y marrones que parecía que lo decorasen. Mordí su piel con un tono cariñoso mientras un pequeño y minúsculo cúmulo de babas se depositaba en él. Lo último que quería era dañar esa pureza y esa limpieza que tenía, pero no podía evitar acelerar el ritmo oyendo esos gemidos que me llenaban la oreja. Prefería que me diese muestras de placer así que no sentir su boca mordiéndome la oreja. Sus gemidos se tornaron más largos e intensos, cosa que me hacía darle con fuerza y moverme con algo más de rapidez.

Botó despacio hasta que sintió un punto de excitación crecido, momento en que abandonando esa tendencia prefirió moverse de delante hacia atrás en vez de arriba y abajo. Esa penetración era diferente para mí, era ella quien se clavaba mi pene y me hacía sentir un espasmo cada vez que se acercaba. Notaba el roce de sus muslos con los míos, su piel pegada a la mía, el contacto que nos hacía estremecer, que provocaba el nacimiento de un cosquilleo y un temblor que nos hacía gemir a ambos.

La piel de su cuello se fue tornando algo más oscura y rojiza, hasta que el chupetón en su piel se hizo evidente. Se agarraba a mí cada vez que sentía mis labios en su cuello; cada vez que estiraba esa piel me deleitaba con sus susurros que llegaban hasta lo más hondo de mi oreja.

-Te…te quiero Lourdes…

-¿Qué…?

No volví a repetirlo porque no podía hablar. Estallé dentro de aquel condón, dentro de Lourdes, mientras sentía un orgasmo gigantesco. Me quedé unos segundos eyaculando hasta que indiqué a Lourdes que se levantara. Aquel condón estaba mojado por sus fluidos y ligeramente manchado de sangre.

Salimos de aquel lavabo poco después, volviendo otra vez con la preocupación de que su madre nos hubiese echado de menos.

No tardó en aparecer, para nuestra sorpresa, diciendo que nos marchábamos ya porque el padre de Lourdes no se encontraba bien. Ordenó a Lourdes que se lo comunicase a su padre, mientras me dejaba a mí solo ante el peligro.

-¿Te creerás que soy tonta o que estoy ciega, no?

-¿Cómo dices?

-Tendría que ser estúpida para no darme cuenta del chupetón que lleva Lourdes en el cuello.

-Lo siento, no he podido… Sé que no he cumplido lo que habíamos acordado.

-Te lo he avisado-sentenció ella.

Esa cara no volvió a alegrarse. Ella pensaba hacer algo, pero no tenía ni idea de qué era.

Poco después subimos al coche los cuatro. Noté que Lourdes se tapaba el cuello con el pelo, y que se había maquillado aquella zona. Era más difícil de detectar, pero aun así se podía intuir la marca.

Mientras, allí sentado, yo pensaba en que impulsaba a Noemí a prostituirse. Con una vida aparentemente buena, ¿qué razón podía haber?

¿Iba a conseguir saber algún día por qué lo hacía? ¿Y Lourdes? ¿Qué pasaría con ella?

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