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Mi hermano es mi lechero

en Amor filial

Hacía ya tres semanas que Jero no dormía en casa y su hermana Andrea se empezaba a preocupar. No era el hecho de que su hermano mayor se hubiese marchado dejando más de la mitad de sus cosas en su habitación, sino el extraño ambiente que envolvía el hogar y que había desembocado en la marcha de Jero a quien sabe donde.

Sin verle el pelo durante aquellos días, sin contestar a las tímidas llamadas pérdidas que ella le hacía y sin actualizar sus diferentes redes sociales, sentía que a Jero se lo había tragado la tierra. Por eso la tranquilizó el hecho de que él le enviara un mensaje diciéndole que quería quedar.

Andrea se vistió discretamente con unos vaqueros azules y una camiseta negra que llevaba un escrito en inglés del cual sólo había descifrado el ochenta por ciento de las palabras. No le daba importancia al hecho de llevar a juego con su pelo negro un tanga del mismo color, pero si que quiso maquillarse para ver a su hermano. No tenía una gran altura aunque pasase del metro sesenta, pero alguna vez había sentido la necesidad de adelgazar por verse gorda con su estatura. Sus ojos verdes, llevase la ropa que llevase, le daban el toque de color que siempre necesitaba.

Cuando salió de su habitación con el bolso en la mano encontró a su madre en la cocina, intuyendo con su sexto sentido que alguien quería salir de casa.

-¿Sales ahora? No me has dicho que pensabas comer fuera.

Marcos, su hermano pequeño de siete años, la miró interesándose por la conversa.

-Lo siento, es que había quedado…-dijo temiendo que su madre no la dejara salir.

-¿Y a dónde vas?

-He quedado con Jero.

Todo el interés que tenía su madre se volvió en vergüenza finalizada en disimulo, aparentando y mostrando que no sabía muy bien qué hacer.

-Dile… dile que le queremos-dijo su madre sin mirarla a la cara.

Andrea salió sonriendo por la puerta directa a aquel parque al que su hermano la había citado. Sabía que él tenía la costumbre de llegar diez o hasta quince minutos antes de la hora acordada, así que no le extrañó encontrarlo sentado en el banco.

Ahora las tres semanas le parecían un tiempo ridículo, pero tras años viéndolo día a día le parecía que su hermano estaba más delgado y que tenía algún detalle diferente en su cara. Sus ojos marrones eran los mismos, la misma mirada penetrante que siempre tenía él. El pelo estaba algo revuelto, pero tenía un perfil cuidado a pesar de que ella no sabía su paradero. Verlo guapo la tranquilizó.

Ella no pudo evitar darle un abrazo después de los dos besos normales y corrientes que siempre se daban. Jero la correspondió sin timidez ni cobardía. Tras apartarse Andrea se pasó el dedo por el ojo comprobando que no estaba llorando.

-Lo siento…-se disculpó él.

-¿Dónde has estado?

-Me he ido a casa de un amigo unos días…

-¿Pero por qué te has ido?

-Ven, vamos a comer algo y te lo explicaré.

A petición de ella acabaron en la cafetería más cercana, una donde la gente no podía evitar extrañarse al ver nuevos clientes.

-Estoy harta de que nunca me expliquéis nada, siempre soy la última en enterarme de todo-dijo ella enfadada tras sentarse.

-Andrea… no es eso… es que… Quería llamarte pero no he podido.

-Te he enviado un montón de mensajes por el whatsapp y no me has contestado ninguno.

-Lo siento, he estado un poco absorto.

-¿Qué ha pasado Jero? En casa papá y mamá casi no se hablan, pero… no es que estén enfadados… no sé, es algo raro.

-¿Tú me querrías aunque las cosas cambiaran?

-¿Qué? Sí, claro que sí… ¿cómo puedes dudarlo? Eres mi hermano y te quiero. Ya sabes que te he contado algunas cosas que no…

Que no les había contado a sus padres. Era cierto. La primera vez que sus amigas la invitaron a una fiesta petting fue a consultárselo a su hermano, y no a su madre. Lo cierto era que tenían bastante confianza y por eso Andrea se sentía algo traicionada al ver que su hermano no le había explicado lo que le pasaba.

-¿Y si no fuese tu hermano? ¿Me querrías igual?

Andrea intentaba adivinar lo que decía, pero aunque intuía algo creía que lo más importante era que su hermano no dudase de su confianza.

-Pues claro que sí, eso da igual.

-¿Te has dado cuenta de que Marcos y tú tenéis los ojos verdes y yo no?

-Porque mamá los tiene verdes, pero eso no tiene nada que ver.

-Bueno… sí…y no…

-¿Por qué no me quieres explicar qué ha pasado de una vez?-preguntó Andrea impaciente.

-Antes tienes que prometerme que si te cuento esto tu opinión sobre papá y mamá no cambiará.

-¿Qué ha pasado? ¿Es que han hecho algo malo?

-Papá le puso los cuernos hace tiempo-soltó él.

Aunque se había temido algo así, Andrea mantuvo la mirada baja menos tiempo del que hubiese pensado.

-¿Y te has ido de casa por eso? ¿Estás enfadado con él?

-Es que… de ese desliz que tuvo salí yo.

La mente de Andrea se empezaba a liar, y las ideas, apiñadas entre sí, se convertían en frases sin revisar que soltaba por su boca.

-Pero… ¿entonces te has enfadado con mamá, o con los dos? No lo entiendo.

Jero le explicó que se había marchado porque quería pensar en ello, pero que no estaba de parte de nadie. Según su opinión, no había tenido tiempo aún de decantar la balanza.

-Aunque papá hiciese eso sigues siendo mi hermano. Si tienes diferente madre no importa, sigues siendo mi familia.

Él no decía nada. Ese era el punto al que no quería llegar.

-El hecho de la infidelidad no cambia, pero… hace unos días que un hombre me buscó para decirme que creía ser mi padre. Pensé que me estaba volviendo loco, y aún lo creí más cuando papá lo reconoció como un antiguo amigo. No sé quien es mi padre. Por lo visto sea quien sea mi madre biológica no lo dejó claro a la hora de acostarse con más de un hombre… a la vez.

Andrea no dijo nada y casi por un minuto estuvo sin mirar a nada fijamente, hasta que le cogió la mano a su hermano.

-¿Y tú estás bien?

-Sí, yo… estoy bien, únicamente quería pensar bien en todo esto… Pensaba volver a casa, y si no lo hubiese hecho te habría llamado igualmente.

La camarera dejó los platos de comida en la mesa viendo como se agarraban la mano y sonrió, creyendo erróneamente que eran una pareja de enamorados. A la ya crecida señora le pasó desapercibida la lágrima que empezaba a nacer en el rostro de Andrea.

-Pero… Jero… no puedes irte, aunque no seas mi hermano biológico sigues siendo mi hermano, ¿no?

-Sí… por supuesto que sí. Tú sigues siendo mi hermana, y Marcos seguirá siendo mi hermano. Y papá, y mamá… ella me ha criado sabiendo que no era su hijo y aceptando una infidelidad… ella siempre va a ser mi madre…

Ni Jero ni Andrea hablaron demasiado después de haber dicho aquello. Era como la jornada de reflexión que se habían creado, y la simple presencia de su hermano calmaba a Andrea para saber que no la había abandonado.

Siendo consecuente con sus palabras, él le aseguró que volverían a verse. Y así fue como el siguiente miércoles por la noche se fueron los dos al cine, a ver cualquier tontería que les quitase de aquellos pensamientos.

Andrea se puso muy guapa, con aquella falda marrón y corta tan fina y sencilla que tenía, combinándola con una blusa blanca de botones que intentaban incrementar su talla de pechos.

Una vez su madre le dijo que si una persona te importaba y sabías que iba a venir a casa lo que había que hacer era limpiarlo todo bien a fondo para que esa persona viese lo que la valorabas. Haciendo caso de ese aviso, Andrea se arregló y se puso guapa para quedar con su hermano; no para que él pensase cosas que no debía, sino para que él pudiese ver cuanto le importaba.

Quizá él pensó lo mismo, pero lo cierto fue que eligió una camisa roja de manga larga que a ella siempre le había gustado. Se sentaron en unas butacas azules que apenas llegaban a cubrirles cómodamente la espalda, haciendo que maquinalmente la corta falda de Andrea subiese y tapase menos de lo que debía.

-Papá y mamá te envían recuerdos…-dijo dando el recado con miedo.

-Creo… creo que no te lo han dicho, pero ayer fuimos a hacernos las pruebas. Dentro de una semana sabré quien es mi padre.

Jero empezaba a fijarse en las piernas que se le exponían enfrente, aquellas que se juntaban cubiertas por una fina capa que más que taparlas acentuaban su figura; una figura que mostraba que su hermana de dieciocho años ya no era una niña. ¿De dónde había sacado ella unas piernas así? Se desencantó cuando volvió a la realidad, acordándose de que aquella chica seguía siendo su hermana.

-¿Y no vas a volver a casa?

-No sé… quizá dentro de un par de meses. No es porque esté enfadado ni porque quiera alejarme, sólo quiero pensar qué voy a hacer. Quiero conocer a mi madre.

-Si quieres que te ayude o… si me dejas… podría ayudarte. Si quieres, claro.

-Sí, claro que quiero. Es sólo que tú debes estar con los estudios ahora y… tendríamos que esperar un poco. No quiero que flojees con los exámenes por mi culpa.

Era mejor dejar el tema aparcado, dejando que cada uno tuviese sus propias conclusiones.; Andrea era lo bastante lista como para darse cuenta de ello. Parecía que aquella noche no iba a haber mucha gente, y los dos se percataban de ello cuando al fin se sentaron en la sala esperando a que empezase la película.

La mirada disimulada de Jero se paseaba por el cuerpo de Andrea como un escáner que él hacía. Las piernas puestas una encima de otra parecían que reducían el tamaño de la falda y mostraban unas piernas de una mujer seductora.

-He estado tonteando con un chico-dijo mirando a su hermano.

-Ya sabes que…

-Sí, lo sé… Aún no lo hemos hecho, no te preocupes-le dijo mirándolo.

Jero se acomodó en su asiento satisfecho de su responsabilidad. Recordaba esos momentos en que sus amigos le habían preguntado por ella y él había esquivado sus intereses. No es que pensase en que alguna remota posibilidad de acostarse con ella se iba a truncar, pero no le hacía mucha gracia que alguno de sus amigos le acabase poniendo la mano encima para llevársela al catre. Andrea, por supuesto, nunca se enteró de dicho interés.

-Pero he estado tomando la píldora. Creo que estoy preparada.

Él estallaba de rabia por dentro, pensando que alguien iba a ser capaz de hacerlo con ella. Sin embargo no lo exteriorizaba, simplemente intentaba serenarse interiormente.

-Eres responsable, ya tienes dieciocho años… supongo que si quieres hacerlo no puedo impedírtelo.

-Creo que quiero dar ese paso, sabes… Ya hemos hecho otras cosas y hacer el amor… Él me ha demostrado que puedo confiar en que saldrá bien.

Si hubiese podido Jero se habría metido el puño en la boca para morderlo de rabia. Era un torbellino de sensaciones juntas las que sentía en aquel momento, y probablemente le hubiese dicho que se callase porque lo estaba torturando si hubiese podido.

-Esto no se lo digas a nadie, ¿vale? Es algo personal.

-No, claro que no…

-Si… si tengo alguna duda, ¿puedo preguntártelo a ti?-le dijo tocando su brazo.

Sentir el tacto de su hermana era lo que le faltaba para que el sofoco se manifestase en su cuerpo y se transformase en una erección aderezada por el hecho de estar observándole las hermosas piernas.

-Sí… supongo…claro.

-Gracias-dijo sonriendo.

Tímidamente Andrea se acercaba a su hermano y apoyaba su cabeza sin apoyarla. Sólo hacía que rozarlo, cosa que no ayudaba a Jero a la hora de calmar el calor que sentía.

-Espero que no te importe, pero al final sí que me apetece beber algo.

‘‘¿Justo ahora?’’ pensó él. Sabía que si se levantaba ella podía notar lo que le pasaba entre sus pantalones, pero tampoco quería mostrarse descortés.

-Sí…voy ahora…

-Tengo un poco de sed… Si te molesta puedo ir yo a buscarla, claro.

-No te preocupes, ya voy yo.

-Gracias Jero.

Su hermano se fue como pudo y volvió minutos después con el refresco en la mano y los anuncios en la pantalla que anunciaban que las luces se iban a apagar en breve.

-Jero… ¿puedo preguntarte una cosa antes de que comience la peli?

-Sí…

-¿Te has enfadado porque te dicho lo de antes?

-No… no… tarde o temprano tenía que llegar, supongo…

Andrea no dijo nada más. Jero prestó poca atención a la película, era imposible concentrarse entre los acercamientos de su hermana, sus piernas, la falda que las decoraba y lo que le había contado minutos atrás.

Eran algo más de las doce de la noche cuando salieron de allí. Jero se dio cuenta que más de uno, aunque disimuladamente, intentaba mirar la corta falda de su hermana. Empezaba a ponerse celoso y ni siquiera sabía si eso tenía sentido.

Que su hermana levantase pasiones no era nada raro. Él mismo le había mirado el culo o el escote alguna vez. Los años de adolescencia eran así para él, con las hormonas revolucionadas, y Andrea siempre era la chica que tenía más cerca.

-¿Te ha gustado la peli?

-Sí, ha estado bien…

No se atrevió a profundizar más en los comentarios por miedo a equivocarse, porque lo cierto era que poca atención había prestado a la película.

-¿No te han puesto ninguna pega por salir tan tarde entresemana?

-No… les he dicho que iba contigo, y eso es suficiente como para que mamá y papá piensen que estoy segura. Ellos confían mucho en ti.

Al pararse en un semáforo, imprescindible para llegar a casa, se fijó en el escote de Andrea. ¿Ese botón de arriba no estaba abrochado antes de haber salido del cine? Creyó notar el fino sujetador blanco y rosa asomando con timidez, pidiendo permiso para tomar el aire.

-Ellos tienen la esperanza de que te haga volver-dijo Andrea.

-Pero… yo no he dicho que me vaya a marchar definitivamente…

-Creo que ellos piensan que sí…y… sea como sea, yo también quiero que vuelvas a casa.

Llegando al punto en el que se dividían los caminos, Jero dudó si acompañar hasta la puerta a su hermana o pensar que podría recorrer segura esas dos calles que le faltaban.

-¿Quieres que te acompañe hasta casa? Mañana tendrás clase, así que si te dicen algo por llegar tarde es culpa mía.

Andrea se pasó la mano por el pelo para peinarlo, fijándose en el pobre número de personas que había por la calle.

-Yo pensaba que me ibas a enseñar donde habías estado viviendo.

-Por supuesto; te invitaré el domingo a comer, te lo prometo.

-Dices que no quieres alejarnos pero no quieres que vaya a tu casa… es un poco contradictorio…

Jero bajó la mirada. Sabía que al menos algo de razón sí había en sus palabras.

-No es eso… es que es muy tarde…-se excusó.

-Vale, no te preocupes.

Ella parecía que se mostraba algo reacia a darle los besos de despedida, y Jero la quería demasiado como para permanecer enfadado por esa tontería.

-Está bien. Pero sin hacer mucho ruido, ¿de acuerdo? Que allí hay mucha gente mayor y no les gusta que hagan ruido de madrugada.

-Te prometo que no. Gracias Jero, eres el mejor-dijo cogiéndolo del brazo.

Ambos llegaron al edificio en el que él había estado viviendo, uno que tenía una portería mucho más grande del edificio en el que vivía Andrea.

Con el dedo en los labios le indicó a su hermana que no hiciese ruido, a lo que ella dibujó una sonrisa en su cara con unos ojos tan sensuales que parecía la viva imagen del erotismo. Andrea cogió el dedo de su hermano y se lo llevó a sus labios, callándose ella misma. Por un momento Jero no reaccionó; el aspecto que veía de Andrea lo despistaba. Entre la tenue luz parecía una chica diferente, una mujer que podía romper muchos corazones.

Si Andrea hubiese cogido ese dedo y lo hubiese chupado Jero habría podido correrse allí mismo en un instante. Sin embargo, sacó fuerzas para subir las escaleras delante de su hermana hasta llegar al tercer piso.

El piso en el que estaba su hermano, el de su amigo, era un lugar muy normal abarrotado de muebles y cuadros por todas partes que lo hacían parecer mucho más pequeño. Jero se llevó a su hermana de la mano hasta su habitación, la primera puerta a la derecha.

-Perdona que esté todo tan desordenado…-dijo casi susurrando.

-Jero, no importa…

-Yo… Es un poco tarde. Puedes acostarte aquí si quieres, yo ya dormiré en el sofá del salón.

-No digas tonterías… ¿cómo vas a dormir en el sofá si esta es tu cama?

-Es que… la cama es más cómoda y eso…-dijo buscando alguna excusa.

-Ven aquí, duerme conmigo. No tienes que tener vergüenza.

-Sí…-respondió sumisamente.

Una sábana fina y blanca arropaba la cama esperando a cumplir su función. Con cierta precaución, Jero se dejó la camiseta puesta al quitarse la ropa.

-Jero… ¿tienes algún pantalón corto? No quiero dormir con la falda…

-Sí… sí… ahí está la ropa. Coge lo que quieras.

En la oscuridad y con su hermana de pie bajándose la falda… ¿qué se suponía que debía hacer? Simplemente se quedó quieto, esperando a que ella acabase de cambiarse. Le sorprendió ver ese culo en las anchas caderas de Andrea con un tanga rosa que conjuntaba con el sujetador y la hacía más atractiva. Ella se quitó la camiseta sin ponerse antes los pantalones, por lo que se expuso delante de su hermano en una simple ropa interior que empezaba a levantar pensamientos impuros.

-Jero, ¿qué miras?-le dijo ella de pie.

-Nada… lo siento.

Andrea no dijo nada más. Lo había pillado mirándole mientras se cambiaba, pero no por eso se tapó o hizo ningún gesto de querer irse.

Ella se acostó a su lado, sin apenas tocarlo, y dejando que su hermano se calmase un poco con todo aquello. La sábana blanca estaba ya cubriendo sus cuerpos quietos y algo tensos.

-Buenas noches Jero-dijo al fin dándole un beso en la mejilla.

-Buenas noches pequeña.

-Jero… tú también tienes que perdonarme. Te mentí hace mucho tiempo.

-¿De qué hablas?-le preguntó mirándola en la oscuridad.

-Aquella vez, cuando me besaste. No había besado a nadie antes.

-¿Aún te acuerdas de aquello?

-Lo recuerdo porque fue mi primer beso. Si te hubiese dicho que no había besado a nadie no lo habrías hecho.

-Eso fue una tontería, sólo era un juego.

Andrea se trasladó de nuevo a aquella fiesta de cumpleaños en la que, con diez años, besó a su propio hermano. Sabían que en el juego de la botella se podía tirar otra vez si te tocaba un familiar, pero quisieron mostrar ante sus amigos que se atrevían y que eso sólo era un simple beso entre un niño y una niña.

Nadie hizo más escándalo que los típicos comentarios, pero ellos no se avergonzaron. Para Jero fue una muestra de valentía; para Andrea, aquel beso significó depositar poco a poco la confianza en su hermano hasta el punto de no tener reparos a la hora de contarle sus cosas.

-Jero…

-¿Sí? ¿Estás bien?

-Algo me dice que no eres mi hermano.

-¿Cómo dices?

-Sé que no eres mi hermano. Es decir… mi intuición me dice que no eres mi hermano biológico.

-No tiene que cambiar nada entre nosotros por eso-dijo él sacando una conclusión errónea que, sin embargo, pensaba que era la correcta.

-¿Por qué no? Sé que puedo confiar en ti, eres el chico perfecto. Y hasta ahora… lo único que me impedía hacer algo era saber que eras mi hermano…

Pensando en lo que ella acababa de decir, Jero sintió los cálidos labios de Andrea pegados a los suyos, moviéndose junto a su cabeza e intentando acomodarlo en la almohada. Paulatinamente y sin despegarse, ella se movió hasta estar encima suyo, atrapándole las manos para que no pudiese arrepentirse.

Rodeó el cuello de su hermano con las finas manos y le apretó la cara contra sus pechos. Jero podía sentir a través de la camiseta como le estrujaban la cara. Con el simple contacto en su prenda Andrea empezaba a gemir lentamente. Adoraba a su hermano y quería tenerlo físicamente dentro de ella, por eso gemía poco a poco viviendo cada momento y cada segundo sabiendo que eran únicos.

Cuando notó la boca de Jero moviéndose se deshizo de su camiseta y dejó los pechos envueltos en el sujetador al aire. La pequeña parte rosa del sujetador era tan bonita para él que poco a poco la erección fue creciendo.

Besaba a su hermana con cariño y le rozaba las piernas con sus dedos, sabiendo que ella estaba sentada encima por gusto y no por obligación. Al ver como las manos de Andrea le acariciaban el pecho y sus ojos verdes lo miraban directamente, atacó sus pechos con la boca. Los mordía sin poder abarcarlos enteramente, sin utilizar apenas los dientes y creando un pequeño temblor en el cuerpo de Andrea cada vez que sus labios chocaban con los senos.

Quería comérselos, los besaba y los probaba con más afán a cada segundo que pasaba. Andrea no supo en qué momento su sujetador dejó de aguantarle los pechos y cayó de su lugar, dejando a la vista sus pezones erectos y duros.

Jero estaba desatado, no podía parar de mordisquearlos y chuparlos con su boca. Mamaba de ellos como si fuese un bebé, incluso queriendo imitar a uno para deslizar y limpiar en un segundo la saliva de aquel pezón. Andrea cerraba los ojos, dejándose llevar, y se mordía el labio inferior.

-Te… ¿te gusta, verdad? Te gusta chuparme las tetas…

-Me encanta…

-¿Quieres hacerme el amor?

-¿Qué?

Él paró en seco a pesar de lo que acababa de hacer. Estaba claro que eso iba a desencadenar en un acto sexual, pero pensarlo fríamente cambiaba totalmente la perspectiva. De querer parar aún estaría a tiempo, ése era el punto de no retorno.

-Quiero… quiero hacértelo.

-¿Por qué no dices la frase entera?

-Quiero hacerte el amor, Andrea.

Entre caricias y mimos la ropa caía e iba desapareciendo de sus cuerpos. Las manos masculinas no acertaban a la hora de coger el tanga y rodearlo, la pasión lo desconcertaba y lo entorpecía. Buscaba en aquel culo algo a lo que agarrarse, pero el tanga de Andrea era juguetón y se escapaba a cada caricia.

Las manos de Jero acariciaban aquel culo y lo palpaban, haciéndolo sentir importante y calentándolo a medida que pasaban los segundos. Fue conociendo milímetro a milímetro las nalgas de su hermana, matándolas a caricias.

La sábana blanca se envolvió ridículamente entre sus piernas, casi atrapándolas y juntándolas entre sí, cuando él quiso ponerse encima de su hermana. Andrea le pasó la mano por la cara mientras lo observaba en la oscuridad.

-Vamos, Jero. Enséñame a follar-le susurró.

Casi enfadado Jero la besaba, queriendo dominar la situación a pesar de que las continuas caricias de su hermana hacia su pene lo derretían. Ese enfado que sentía era fruto de la pasión, una pasión que era tan fuerte que había desembocado en una cólera erótica.

El olor que desprendía Andrea era el mismo que él había olido durante años, aquel que reconocía con los ojos cerrados. Cada beso que le daba incrementaba el cosquilleo en su ser; quería tocar a su hermana con todo el cuerpo, no sólo con las manos o con los labios, sino llegar a juntar sus piernas con las de ella o apretar su pecho contra sus admirables tetas.

Su hermano se restregaba contra su cuerpo, impregnando el calor en ella para que Andrea sintiese como se humedecían sus labios vaginales. Saber que estaba cachonda, como lo pensó ella literalmente al notar el calor en su coño, no la frenó, únicamente la animaba a seguir las travesuras con su hermano.

-Eso es…sí…-gemía ella.

-Sabes… sabes que voy a ser un buen lechero…

-Sigue… sigue diciéndome cositas Jero… no te hagas el niño bueno conmigo…

-Voy a follarte… quiero… quiero ser tu lechero.

Separando su cara, Andrea buscó el miembro duro de su hermano para orientarlo hasta su vagina.

-¿Sabes cuántas veces me he mordido la lengua mientras te escuchaba cuando hacías el amor con tu novia?

Cientos de nombres pasaron por la cabeza de Jero, barajando las diferentes opciones que esa frase presentaba. ¿De quién estaría hablando Andrea? La verdad era que poco importaba eso, su hermana se merecía que el chico que le quitase la virginidad sólo pensase en ella.

-Quiero sentirte dentro, piel con piel, métemela en el coño…

Jero se sorprendía al escuchar a su hermana. Estaba desenfrenada, sacaba a relucir sus deseos más íntimos sin inhibiciones, y eso únicamente podía desencadenar en más líquido pre seminal de parte de su hermano.

-Hazlo despacio, por favor… recuerda que soy virgen.

Él metió poco a poco su pene dentro de ella, abriendo sus labios vaginales a cada centímetro de contacto y mezclando los flujos vaginales y el líquido de su pene a partes iguales, desembocando en una dulce mezcla llamada incesto. La mano de Andrea apretaba su pecho, casi separándolo de encima, cada vez que él se movía un poco más.

Sus piernas se tensaron cuando entró y penetró por completo por primera vez en su vida a su hermana. Andrea sentía arder dentro de ella el pene de su hermano, clavándose en su interior y tocando una fibra sensible que mezclaba placer y dolor, aunque el segundo fuese mayor que el primero.

Jero se movió de adelante hacia atrás, haciéndole el amor a Andrea mientras suspiraba por la sensibilidad que le producía.

-Quiero llenarte entera…

-Sigue, sigue… no pares…

-Me… me encanta calentar la leche aquí…

-Eso… sigue…dime más cosas…

Los gemidos de Andrea empezaron a imponerse y a ser superiores a los de su hermano. Cuando él sentía que estaba haciendo demasiado ruido, la acallaba con un beso; un beso que ni él podía mantener por el gusto que le daba.

-Te… ¿te gusta la leche calentita, verdad?

-Sigue Jero… me gusta muy calentita…

Suspirando Andrea llegó a duras penas hasta la oreja de su hermano, donde juntó sus labios y la empezó a chupar. Los gritos acallados de su hermano le llenaban la oreja contraria, sintiéndose satisfecha por ser ella esa chica que estaba con él.

-¿La… quieres caliente?

-Sí, sí… la quiero ardiendo… tengo sed, derrámamela por favor…

-Te la daré tan caliente…que… que te vas a quemar…

-Saca… saca espumita, quiero que tu leche me abrase y me incendie el cuerpo…

Jero llenaba de embestidas a su hermana con su miembro duro y rojo que tenía ganas de explotar. El leve sonido de chocar su cuerpo contra el líquido se acentuaba ante la necesidad de callar los gemidos.

-Creo…creo que…

-Dentro… pónmela dentro…

-Ah…ah…

El miembro caliente paró de moverse y soltó la gran leche que le había prometido a su hermana. No había mentido: se había calentado tanto que el semen le salía violentamente, estremeciéndolo hasta tal punto de querer desplomarse allí mismo.

Andrea no hizo ningún gesto de querer apartarlo. Fue Jero quien se quitó de encima casi enseguida, llevándose consigo algo de aquella espumita que su hermana le había pedido sacar de la punta del glande.

Abrió los ojos y miró a Andrea cuando notó, aún con el pene duro y erecto después de haber eyaculado, que su hermana pasaba dos dedos por el glande, acariciándolo y rodeándolo con ambos hasta que estos se juntaron, llevándose consigo el resto de semen.

Jero siguió la mano de su hermana por intuición y vio como ella se metía los dos dedos en la boca y como los chupaba con la lengua hasta dejarlos limpios y llenos de una tenue saliva.

-Me lo habías prometido…-dijo con naturalidad.

Jero volvió a casa la semana siguiente. Quería compartir los resultados del test con toda la familia, o al menos esa era su idea inicial. Esos resultados podían cambiar muchas cosas.

Con el sobre en la mano, Jero se reunió con su madre en la habitación.

-Te he llamado antes de que lo abras para decirte que diga lo que diga ese maldito test tú sigues siendo mi hijo. Aunque no quieras reconocerme como madre tú vas a ser siempre mi hijo.

-Mamá… Ya te tengo a ti, a la mejor madre del mundo. No quiero otra. Tú siempre vas a ser mi madre, pase lo que pase.

Veinte minutos después los dos habían salido de la habitación con los ojos algo rojos. Su padre se mantenía al margen, quizá porque era al que más le incumbía de todos y estaba demasiado nervioso.

-He tomado una decisión-dijo Jero en voz alta.

Andrea lo miró con una impaciencia que crecía minuto a minuto.

-No quiero saber el resultado. Vosotros sois mi familia diga lo que diga esto-dijo señalando el sobre.

Andrea le ayudó a preparar esa mini hoguera en la terraza donde quemarían el sobre. Sus padres se habían ido, sabiendo que el resultado iba a morir entre las llamas.

-Espérate, voy a buscar un mechero-le dijo Andrea.

Con el sobre en la mano Jero miró a lado y lado. La misma pregunta se le cruzaba por la cabeza una y otra vez cada día desde que se acostó con ella. ‘‘¿Y si me he tirado a mi propia hermana?’’.

La curiosidad había matado al gato, pero nunca se decía nada de que hubiese matado al lechero. Sus manos actuaron instintivamente y corrieron más que su mente, abriendo el sobre torpemente y mostrándole el resultado.

Su padre, aquel al que había llamado papá durante diecinueve años, era realmente su padre biológico. Eso era lo que decía el resultado. Por tanto, había hecho el amor con su hermanastra, aquella a la que consideraba hermana completamente.

Jero se apresuró a dejarlo todo tal y como estaba y giró el sobre para que Andrea no viese que lo había abierto.

-¿Estás seguro de que no quieres saberlo?-le preguntó ella por última vez acariciándole el brazo.

-Estoy seguro.

Juntos tiraron el sobre al fuego, el único amigo que conocía la verdad.

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