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Lo que pase en Roma se queda en Roma

en Hetero: Infidelidad

Muchas veces se ha dicho que la infidelidad siempre la comete el hombre. ¿Es eso cierto? ¿Es el hombre quién siempre tiene la culpa? Aquí no vamos a entrar en debate, pues seguro que cada uno tiene su opinión al respecto. Este relato lo inspiró una compañera en clase de Inglés, casada y con hijos, que me dijo textualmente: ‘‘en Italia se liga mucho si vas sin tu marido’’.

Genoveva era una mujer que cuidaba mucho los detalles, siempre había querido tener su vida bajo control y seguir las pautas de lo que todo el mundo aconsejaba en cada situación. De esa manera, cuando se casó, no dejó de leer folletos que decían como hacer que un matrimonio durase toda la vida. Cuando supo que estaba embarazada de su primer hijo leyó infinidad de libros sobre embarazo y partos. Cuando nació el pequeño, hizo lo mismo con libros para padres primerizos, e incluso examinó diversos métodos de enseñanza.

Con su hija hizo lo mismo, pero esa vez se atrevió a leer a algunos filósofos  catedráticos de la enseñanza, para poder comparar por ella misma lo que era mejor.

Era una mujer con un pelo ligeramente ondulado y rubio que solía llegar hasta la altura de los hombros. Sus ojos ligeramente verdes le proporcionaban una apariencia de persona atractiva, aunque sólo fuese por el cliché de decir que las personas con ojos claros son envidiadas. Medía cerca de metro sesenta y tres, y quizá por eso sus pechos parecían más grandes de lo que eran. Genoveva tenía una buena talla, y eso jugaba a su favor a la hora de aparentar más. Su cuerpo se completaba con unas caderas marcadas y unas piernas algo torneadas. Cumplidos los cuarenta y dos apenas empezaba a acumular algo de grasa en la zona abdominal por las horas de ejercicio que dedicaba a cuidarse.

Una vez que sus hijos crecieron y tuvieron una edad para que ella no tuviese que estar encima de ellos todo el tiempo, siguió con la lectura de libros sobre el matrimonio. Hubo un punto en concreto que le llamó la atención. Decía, es tan importante compartir momentos juntos como que cada uno de los cónyuges tenga su espacio.

Fue de esa manera como Genoveva inició pequeños viajes con sus amigas, primero a destinos más cercanos a su ciudad, como Pineda de Mar, Sant Pol o Port de la Selva. Cuando se animó a ir a Andorra con su amiga, Mónica, supo que viajaría más allá. A diferencia de Genoveva, Mónica era de piel más blanca y de pelo oscuro. Sus ojos habían sido de un color miel en su juventud, pero ahora, a sus ya 40 años, habían perdido algo de fuerza y se les podía catalogar de un castaño claro. Era incluso más delgada que ella y tenía la piel algo más morena.

Fue Mónica quien convenció a Genoveva de muchas cosas: viajar, hacer alguna salida nocturna a restaurantes, hacer ejercicio…

Y era precisamente esto lo que hacía que aún estuviesen en forma a su edad. Se habían apuntado a un gimnasio viendo que la cuesta abajo no estaba muy lejana. Mónica quería dejar el running casual de un domingo al mes e ir varias veces a ponerse en forma dentro del gimnasio. Costó hacerse la idea al principio, pero ambas se engancharon rápidamente al famoso bienestar que se siente después de hacerlo.

Para subir su autoestima, no se limitaron a hacer turismo por algunos sitios interiores de Europa, sino que también eligieron viajes cortos a la Costa Brava, a Grecia o a Malta, para poder lucir sus cuerpos en las preciosas playas.

¿Y qué decía su marido sobre todos estos viajes? Él se había pasado toda la vida siguiendo las reglas de su mujer y su dichosa literatura al pie de la letra, cuidando de sus dos hijos y aguantando familia los domingos, midiendo cada céntimo y trabajando sin parar…

La primera vez que ella le dijo que quería hacer un viaje con Mónica a otro país de Europa se le abrieron las puertas del paraíso personificado en descanso, e insistió en que ella se merecía un descanso. Al fin y al cabo, los chicos ya estaban en la universidad; uno viviendo en Vic y la niña estudiando medicina en una universidad privada de Madrid. ¿Por qué no tomarse un descanso?

De esa forma, cada vez que hacía un viaje, Ernesto, que así se llamaba, descansaba y hacía durante tres, cuatro o hasta cinco días lo que quisiese con su tiempo. Al regreso de su mujer, aguantaba durante una o dos horas que ella estuviese hablando del viaje y luego le hacía el amor en el dormitorio como si hubiese pasado dos años sin verla. Para él, era un plan redondo.

Tras haber visitado varios puntos, Mónica sugirió una ciudad que se les había resistido: Roma. Harían un poco de turismo, saldrían a cenar fuera cada noche y lucirían sus figuras, hubiesen o no playas bonitas en la ciudad romana.

El viaje fue planeado para la última semana de agosto. Iban a pasar siete días en Roma, visitando la ciudad. En el viaje de ida el tema de conversación más interesante fue el culo de un azafato, marcado en esos pantalones azules, que se apretaba cada vez que se inclinaba para coger una bandeja.

El primer día se dedicaron a seguir el itinerario hecho por Genoveva y hacer turismo, visitando varios sitios.

Fue enfrente de la Fontana De Trevi donde Mónica empezó a ser coqueta y no pudo resistir hacer el tonto al ver un grupo de jóvenes sentados en unas Vespas. Aquel grupo se quedó mirándola mientras se paseaba con ese vestido negro y corto que llevaba. Con pocos esfuerzos conseguía pegarse el vestido al cuerpo, con una sutil ayuda del calor, disimulando y haciendo poses, a la vez que fotos, frente al monumento. El mejor momento para ellos llegó con una fingida picadura de mosquito, que hizo subir la mano de Mónica hasta prácticamente las caderas por debajo del vestido.

Los chicos no cesaron de comentar el cuerpo que lucía, mientras Genoveva se dedicaba a mirar al suelo e irse de aquel lugar casi empujando a su compañera.

-Hija… esa no es la actitud para salir esta noche…

-¿Ya no recuerdas que estás casada?

-Vaya, de repente te has vuelto monja…

-Esos chicos te estaban comiendo con la mirada, ¿qué iba a decir tu marido?

-¿Qué crees, que él nunca ha mirado a ninguna jovencita por la calle? Tendría que ser tonta para no darme cuenta de como gira la cabeza cada vez que pasa una contoneándose. El pobre cree que disimula, pero…

-Mónica… ¿no va todo bien entre vosotros?

Genoveva le quitos las gafas de sol con un gesto para poder apreciar la expresión de sus ojos.

-Sí, claro que sí… Como siempre.

La respuesta, la convenciese o no, tenía que ser suficiente para no volver a preguntar por ese tema pasadas al menos unas horas.

Tras un día lleno de turismo y comida italiana, decidieron conocer algo de la ciudad de noche. Acabaron en un restaurante cercano, uno elegante y equipado, en el que se sentaron a cenar.

-No pidas gran cosa, que luego nos vamos a bailar.

Genoveva miró a Mónica con un gesto de desaprobación.

-¿Sí? ¿Y a dónde piensas llevarme?

-Tú tranquila, sólo saldremos por ahí, a tomar algo, para relajarnos un poco mujer.

Y sin saber muy bien por qué le hizo caso. Tras una ligera cena, Mónica paseó con su amiga hasta llegar a un local llamado Baldoria. Era una discoteca que normalmente se componía de dos salas durante el año, que se transformaban en tres al llegar el verano. A las dos salas, para jóvenes y gente más madura respectivamente, se le unía un jardín al aire libre donde italianos del país y turistas se mezclaban por iguales. Allí no había restricciones.

No tuvieron problema para entrar, y en un abrir y cerrar de ojos Genoveva se vio en aquel gran jardín y sentada en la barra con un margarita en la mano. Mónica se movía, sentada, al ritmo de la música, bebiendo con mucho más ritmo que ella.

-Me parece que aquí hay muchos jóvenes, ¿no?-le preguntó a Mónica.

-Claro mujer, sí ahora con la excusa del Erasmus todos los universitarios dan la vuelta a Europa.

-Sí, pero es que estos tienen la edad de mis hijos…

-Bueno chica, así hay más morbo, ¿no?

La mirada de Genoveva hacia Mónica fue muy sospechosa, una mirada que casi obligó a decir algo para no comprometerse.

-Es broma…

-Seguro…

-Estamos de vacaciones, ¿no? Relájate un poco.

-Sí, sí, ya me relajo, pero parece que tú estás un pelín…

-No te preocupes. Lo que pase en Roma se queda en Roma.

-¿Qué quieres decir con eso?

-¡Eh! Vamos a bailar, que no hemos hecho un vuelo de dos horas para venir a sentarnos en la barra.

Cogidas de la mano empezaron a bailar, marcando Mónica el ritmo, movidas por la música que sonaba. Genoveva no estaba muy animada al principio, pero su compañera no le dejó otra opción que acelerar el ritmo y dejar de estar tan parada.

Con su vestido negro, sencillo, ligero y bonito, Mónica paseaba sus manos por el pelo y cerraba los ojos, sintiendo la música en su interior. Alzaba ambos brazos y bajaba sensualmente su cuerpo, restregándose ligeramente con el cuerpo de Genoveva, que se reía sin vergüenza y jugaba con ella, bailando y siguiendo el compás de la canción.

Para cuando aquella movida canción finalizó y comenzó otra, Genoveva había perdido totalmente las inhibiciones que la retenían y bailaba como si no le importase nada más en el mundo. Tuvo que parar, sin embargo, para pedirse otra copa en la barra.

Allí, se sorprendió al ver lo rápido que Mónica había encontrado substitutos para ocupar la vacante. Dos hombres la rodeaban sin peligro, juntándose con ella. Lejos de estar asustada su cara reflejaba ganas de ser deseada. Supo que no había ningún problema, aunque no por eso dejó de sorprenderse, cuando uno de los chicos le cogió la cintura y la movió a lado y lado. La cabeza de Mónica se tiraba ligeramente hacia atrás, los labios de aquel hombre no la tocaban, pero él amago un mordisco juguetón que fue recibido con risas.

Como si hubiese sido la otra persona quien la hubiese tocado, ella posó sus manos en los hombros del que tenía delante. Lo acarició cerca del cuello y bajó sus manos al tiempo que la música se animaba. Sin miramientos, acarició el torso y la zona abdominal del hombre y éste supo que tenía permiso para girarse y apoyarse frente a frente.

Genoveva observó detalladamente por un momento a aquellos hombres. Desde luego las habrían estado observando, porque no tardaron nada en juntarse con Mónica. Algo que no se podía negar era el buen físico que tenían. Ambos eran altos y morenos y calculaba que debían tener entre veinticinco y treinta años.

Sintió que habían leído sus pensamientos porque Mónica se acercó a la barra con aquellos hombres.

-Ciao Genoveva-le dijo Mónica con una sonrisa.

-Hola…-respondió ella mirando directamente a los dos hombres.

Mónica pidió, a la vez que acariciaba el cuello de uno de ellos, que las invitasen a una copa, cosa que no se hizo esperar.

-Él es Leonardo y él Alessandro. Chicos, ella es Genoveva.

Varios besos se repartieron tras haberse presentado.

-Mónica ha dicho que estáis de vacaciones. ¿Qué te parece la ciudad?-preguntó Leonardo.

-Muy bonita, es muy…bonita-dijo Genoveva algo avergonzada.

-Ven, vamos a bailar-dijo Mónica antes de llevarse de la mano a Alessandro.

En un sorbo de un tercer margarita Genoveva tuvo tiempo de observar a Leonardo. Ya había notado que era moreno y alto, pero más de cerca tenía tiempo para mirar los detalles. Desde luego era guapo, sin tener que esforzarse por apenas cambiar su físico. Sus ojos tenían una mirada penetrante, de un marrón intenso. Tenía el típico peinado de los jóvenes, un estilo corto y con el flequillo ligeramente hacia arriba. Ni gominas ni otro producto, simplemente agua y saber peinarse. Aquella barba de tres días le hacía un favor. Tal era así que Genoveva empezó a preguntarse si no sería Mónica el objetivo de aquel hombre.

-Te sienta muy bien Roma.

Genoveva acabó ese sorbo infinito, algo sorprendida por lo que escuchaba.

-¿Hablas español?

El acento de Leonardo no era, ni mucho menos, un acento catalán, gallego, andaluz o de otra parte de España, pero hablaba el idioma con gracia y sin equivocarse.

-Sí, pasé nueve meses en Palma y al ser tan parecido… no me costó demasiado aprender.

Leonardo bebió con cierta gracia de su Bloody Mary.

-No sé lo que te habrá dicho Mónica pero…

-Tranquila, no ha insinuado nada.

Hizo un parón de un segundo, únicamente para ponerle gracia a su entonación.

-Sólo me importa lo que digas tú.

Genoveva lo miró, sintiendo que tenía que pararle los pies cuanto antes.

-Mónica es un nombre bonito, pero Genoveva tiene más encanto. Endulza el paladar cada vez que lo dices.

Echaron un vistazo a la pista de baile, para asegurarse que Alessandro no le había quitado la ropa a Mónica y saber que seguían allí bailando.

-¿Por qué no vamos a bailar un poco, bellísima?

Genoveva se fue con cierto gusto a bailar con aquel hombre. Parecía que su hermosura se equiparaba con su elocuencia y, desde luego, con su estilo de baile. Leonardo bailaba con soltura y gala, haciéndole perder la sensación de estar haciendo el ridículo.

Sus cuerpos se unían en uno a cada segundo que pasaba. Genoveva había bebido lo suficiente como para no pensar claramente en qué hacía y qué no hacía, y se dejaba llevar por la música y sus movimientos. Se sorprendió, al cabo de poco tiempo, frotándose con el cuerpo de Leonardo, jugando a coger sus manos y acariciarse levemente con ellas, esbozando algunas sonrisas.

-Y parecía que no habías roto un plato…

Genoveva vio a Mónica de pie, cogiendo la mano de Alessandro. La mano de este se perdía por su espalda, pero dibujaba una trayectoria sospechosa que apuntaba a que esos dedos querían jugar por debajo del vestido.

A Mónica le pareció gracioso el comentario, pero sintió haberlo hecho cuando su amiga se deshizo de las manos juguetonas de Leonardo y se apartó ligeramente, con la mirada algo baja.

-Aless dice que quiere tomar una copa en otro lugar más tranquilo.

-¿Sí…? Está bien… no olvides que quedamos en levantarnos pronto mañana para seguir con la ruta.

-¡Pero qué dices nena! ¡Vosotros también vais a venir!

Genoveva cogió de la mano a su compañera, disculpándose como pudo ante los dos caballeros.

-Mónica… no me parece una buena idea…

-Sólo una copa Geno…

-Me duele un poco la cabeza, y sería un fiasco tener que pasar mi viaje enferma.

-Aless dice que tiene aspirinas en su moto, si quieres le pido una…

-¡Mónica, quieres dejar de hacer el tonto de una puta vez!

La propia Genoveva se sorprendió con sus palabras. Echó incluso un par de miradas a su alrededor por el insulto expresado.

-Vamos Geno… sólo será una copa…

Se quedó pensando bajo la atenta mirada de Mónica, que ardía en deseos, de una manera súbita, de dejar aquel lugar.

-Bueno y… ¿y acaso cómo nos piensan llevar?

-Han venido en moto.

-¿Y nos van a llevar estando tan borrachos? Eso es una locura.

-Pero qué dices… apenas han bebido nada, y con lo que han sudado bailando han quemado todo el alcohol.

Era ella quien se había bebido tres margaritas, pero desde luego Mónica parecía mucho más extasiada.

-Va… si pasa algo te pago yo el abogado, te lo prometo.

Tras unos segundos dubitativos, llegó la sentencia.

-Venga, vámonos antes de que me arrepienta.

Los chicos italianos llevaron a ambas al hotel sin ningún percance, conduciendo bajo la luz de la luna italiana. Mónica no tuvo reproches en invitar a Alessandro, Aless como le empezaba ya a llamar, a la habitación doble.

-Podéis coger cualquier cosa del mini bar, que lo pagamos nosotros chicos.

Mónica se reía por cada mínimo comentario, por tonto que fuese, de Alessandro. Éste, lejos de pensar que se estaba colgando de él, seguía seduciéndola y recibía sus sonrisas con gusto.

Con una leve música entrante por el balcón, Mónica cogió a su acompañante y bailó con él, dando algunas vueltas tontas por la habitación. Lo único que quería, al fin y al cabo, era reírse un rato, pensó Genoveva. La señal para saber que la cosa podía pasar de ahí fue la mano de Alessandro pasando por debajo del vestido y moviéndose con descaro, desatando su picardía y haciendo que ella pegase sus labios a su cuerpo, quizá para esconder el evidente placer que le causaba la situación.

Genoveva estaba sentada en su cama, con Leonardo a su lado, que hablaba con ella a pesar del poco interés que mostraba.

Lo último que hizo Mónica antes de entrar al lavabo con Alessandro fue girar la cabeza y mirarla a ella, con una sonrisa pícara y maliciosa que no escondía lo que pensaba hacer con aquel hombre.

Al cerrarse esa puerta, Genoveva volvió a actuar por iniciativa propia.

-No quiero ser grosera Leonardo, pero creo que será mejor que te marches ya.

-Lo entiendo… ha sido un placer.

-Mira, me gustaría que no pensarás que soy una maleducada, pero no quiero…

-No importa donna.

Para no contradecirse, se levantó y le dio dos besos al joven galán, quien, tras mirarla un momento a los ojos, decidió plantarle sus labios con los suyos en un beso que le hizo recordar sus tiempos de mocedad. Tenía la pillería de un joven y la madurez de un hombre sensato.

-Leonardo…para, estoy casada…

-Me da igual…-dijo él dándole otro beso.

-No puedo…

-¿Sabes lo que me motiva saber que estás casada?

-Leonardo, no…

No hubo más palabras entre ambos en aquel momento. Genoveva se desató y prácticamente arrancó la ropa que cubría el cuerpo de su amante. Descubrió un torso moreno y juvenil, en el que se marcaban unos tímidos abdominales. Leonardo tuvo delicadeza quitándole la blusa, sin romperle un solo botón, descubriendo unos pechos grandes cubiertos con un sostén blanco estampado con rosas.

Al tumbarse en la cama deslizó los pantalones de la mujer, dejándola íntimamente con su ropa interior. Leonardo, lleno de furor, se quitó el resto de su ropa, quedando desnudo totalmente frente a ella.

La mirada de Genoveva se posó en el pene de Leonardo. Sin pensarlo, él la asió de las bragas blancas y las deslizó de la misma manera que había deslizado aquellos pantalones. Genoveva no se creyó lo que le iba a hacer, pero era cierto. Leonardo le abrió las piernas y con la palma de su mano friccionó de arriba abajo la vagina, dejándola más caliente de lo que estaba, notando el leve crecimiento de esos labios.

Con el dedo pulgar frotó su clítoris, conociéndolo bien, a la vez que clavaba su mirada en los ojos de ella. Genoveva sonreía y abría más las piernas, tensándolas ligeramente.

Leonardo le agarró fuertemente las nalgas y acercó su boca a su parte más íntima. Su boca se movía bajo la atenta mirada femenina, pasando la lengua, besando ese dulce coño, abriéndolo ligeramente con la mano y metiendo su lengua para poder saborearlo bien.

Leonardo, totalmente absorto, seguía jugueteando con los dulces y húmedos labios vaginales que tenía enteramente para él. Le dio un par de besos a la piel que cubría las cercanías de su vagina y siguió con su tarea de mover la lengua por su clítoris, mordisqueándolo y succionándolo ligeramente. Le acariciaba ligeramente las piernas para aumentar el contacto, y Genoveva no podía más que disfrutar y de vez en cuando agarrar el pelo de su amante.

Su mano volvió a moverse de arriba abajo, con una expresión de pasión. No esperó más para quitarle el sujetador y dejarla totalmente desnuda. Sus pechos desnudos y grandes culminaban en unos pezones rosados y grandes.

Leonardo se acercó a ella hasta ponerle el pene a la altura de su cara. Totalmente estirada no se resistió y lo agarró de aquel culo firme y juvenil, a la vez que se metía el pene en la boca y lo chupaba.

Él le agarró la cabeza suavemente y propiamente le folló la boca. Movía sus caderas adelante y atrás para que aquella cara con ojos cerrados y labios pequeños acariciase en una felación su dulce miembro.

Leonardo aumentó el ritmo de tal manera que la velocidad hacía salir el pene de la boca. Para contrariar, Genoveva lo buscó, apreciando la rigidez y la dureza. El líquido que pudiese nacer era secado rápidamente por la lengua femenina, que no quería dejar de chupar.

Él dejo de moverle la cabeza y Genoveva se dedicó a saborear el glande, haciendo leves movimientos para incrementar el placer en esa zona. Saboreaba aquel miembro con gusto.

Quiso mirar a aquel hombre a los ojos y para ello utilizo una mano con la que lo masturbó, atrapada entre las piernas de Leonardo, que seguía encima suyo sin hacer ademanes de querer dejarla escapar.

Cuando ella sacó la lengua y Leonardo vio aquel líquido blanco retrocedió en sus movimientos y volvió a agarrar aquella cabeza, utilizando los labios como fuente del placer.

Las venas en su brazo nacían por la fuerza que utilizaba en sus gestos, por la fuerza utilizada en acariciar ese pelo rubio.

Genoveva se tumbó en la cama al notar las manos del italiano masajeándole los pechos en círculos.

Murieron los  masajes de Leonardo cuando volvió a besarla.

-Gírate.

Ella obedeció, mirando de reojo lo que él pretendía hacer.

-Te queda muy bien ese tatuaje.

Genoveva sonrió, acordándose del recuerdo que dejó en su piel de los tiempos de su juventud.

-¿Te hace cositas tu marido con él?

-Lo… lo besaba a veces…

-¿Te gusta cómo te hace el amor?

-¿Qué?

Leonardo le besuqueó el cuello y le mordió la oreja, dejando que su pene tocase con la espalda de Genoveva.

-Te gusta como te folla, ¿verdad?

-Sí…

-¿Lo hacéis con protección o sin ella?

-Con… con protección, ¿pero por qué me hablas de él ahora?

Ella se contrariaba y una sensación de que él tendría que haberse callado pasó rápidamente como un rayo por su cabeza.

-Porque alguien se va a follar a su mujer como él nunca lo hace…

Leonardo dio una leve palmada en la nalga derecha de Genoveva antes de meter su miembro por aquel coño desnudo. Ella sintió un miedo indescriptible al pensar lo que podría pasar si mantenían relaciones de aquella forma, pero de cualquier manera él había enterrado su miembro dentro, además de proporcionarle caricias en su culo, moviendo de lugar sus carnes.

Ella quería agarrarse a la almohada, a las sábanas, al cabezal de la cama… pero nada parecía poder apaciguar los movimientos que propinaba el acto sexual.

Como ayuda no dejaba de palpar su trasero y lo acercaba cada vez que incrustaba su pene y se movía.

Los gemidos empezaban a ser notables y Leonardo se atrevió a introducir un dedo dentro del ano de Genoveva, en aquel agujero que veía moverse delante de él. Las delicadas manos se posaron en la sábana de la cama, intentado agarrarse a algo que era inexistente.

-Cómo me gusta una mujer casada…-dijo él sin contemplaciones.

Genoveva no paraba de gemir.

-Sí…sí…

-Quién... ¿quién te folla mejor?

-¿Qué…?

-¿Quién te lo hace mejor?

Ambos hablaban como podían por el placer que estaban experimentando.

-¿Quién?

-Tú….tú…

-¿Yo?

-Sí….sigue….sigue…

Leonardo agarró sus nalgas con fuerza, tirando de ellas por momentos, juntándolas como si quisiese formar alguna figura. No quería separarse de aquel cuerpo femenino y estimuló sus movimientos haciendo que fuese ella quien se moviese y no al revés.

Su pene ardía dentro de ella, queriendo explotar como una bomba. Él no era un primerizo y supo sacar el pene a tiempo para impregnarla de semen italiano allí donde justamente quería: en el tatuaje negro situado cerca de sus caderas.

Un grito fue la señal para él de que se había complacido.

A la mañana siguiente Genoveva se despertó desnuda y envuelta ligeramente por una sábana blanca. A su lado yacía un hombre atractivo y desnudo.

Eso fue lo que dio de sí el primer día en Roma de Genoveva y Mónica.

¿Qué les depararía el segundo?

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