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Los secretos de la familia Martínez (capítulo 7)

en Hetero: General

[RESUMEN DE LOS CAPÍTULOS ANTERIORES: Una noche en un club de prostitutas se convierte en el principio de mi historia con las mujeres de la familia Martínez. Me acosté con Noemí Martínez en una orgía sin saber que era la madre de Lourdes, una compañera de clase. Conseguí una felación por su parte que más que compensarme alimentó mi deseo de ir tras ella. Lo que no imaginé fue sentir una atracción por Lourdes hasta el hecho de llegar a desvirgarla. No definimos nuestra relación, pero una conversación caliente por Msn y un rato en los vestuarios del instituto nos convierte en novios. Ahora tengo remordimientos que me atacan, y decido que es hora de contarle a Lourdes lo que pasó con su madre…]

Caminé al lado de Lourdes, dejando que hablara ella casi todo el tiempo. Sudaba ligeramente y creía que iba a morir cuando le dijese que me había acostado con su madre. Tuve que ir así en el autobús, dejando que hablara ella e intentando disimular pintando una sonrisa falsa en mi cara. Al entrar en su calle supe que llegaba la hora de decírselo.

-Martín… ¿qué te pasa? ¿Qué tenías que contarme? Has estado muy callado todo el rato, así que será mejor que lo digas ya…

-Yo…Lourdes…

-Espera.

Vi como Lourdes daba un pequeño paso al frente y bajaba la mirada. Me extrañó que hiciese eso, pero lo comprendí rápidamente. Su madre había llegado en coche en aquel preciso instante. Nunca entenderé por qué pasan esas coincidencias.

El rostro de Noemí no mostraba expresión de amabilidad, ni dejaba lugar al afecto. Se acercó a nosotros implacablemente.

-Lourdes, sube a casa.

La pobre Lourdes se fue con la carpeta entre sus manos, con la mirada baja y avergonzada de algo que ella imaginaba había hecho mal.

-Veo que no piensas dejar a mi hija en paz-dijo su madre al quedarnos solos.

-No. Quiero a Lourdes-dije yo con valentía.

-Vale, perfecto. Y ahora déjala en paz.

-No pienso dejar a Lourdes… no lo hago para joder a nadie, sólo quiero estar con ella, me he dado cuenta de que la quiero.

-¿Justo ahora?

Noemí se quedó pensativa bajo mi mirada desafiante que mostraba mi capa exterior, aunque estuviese muerto de miedo en mi interior.

-¿Qué quieres?

-¿Otra vez dinero? No voy a dejar a Lourdes, ya te lo he dicho.

-No lo comprendes, ¿verdad? Lourdes es muy inocente para que esté con nadie aún.

Tenía razón, eso era verdad. Yo mismo me había estado cuestionando si no le había quitado esa dulzura a Lourdes y si le había restado inocencia con todo aquello.

-Si la dejas en paz te dejaré hacer todo lo que quieras conmigo… pero tienes que dejarla tranquila.

Era cierto. Yo era el culpable de que Lourdes hubiese perdido todo aquello que la convertía en inocente… ¿o no? El problema estaba si eso la cambiaba de buena a mala persona. Pero sentí que tenía que alejarme de ella, su madre tenía razón.

-Está bien, tú ganas. Dejaré a Lourdes en paz.

Me convencí a mí mismo de que no estaba enamorado de Lourdes para poder decir aquellas palabras. Uno siempre cree lo que quiere creer, y eso fue lo que yo me empeñé en opinar.

-Te dejaré hacer lo que quieras, pero a ella no quiero que la toques, no quiero que la mires…

-No lo haré. Dejaré a Lourdes en paz.

-Pásate esta noche por el club, a eso de las diez.

Me pasé toda la tarde pensando, sin conectarme ni mirar el móvil; quizá porque sabía que si lo hacía Lourdes me diría algo que me convenciese.

A las diez y cuarto volvía a estar en aquel club. La última vez que lo visité había acabado en una orgía con aquella mujer que ahora me pedía que dejase a su hija.

Cada detalle de aquel salón me parecía familiar. Los sillones rojos, las bailarinas semidesnudas, aquellos hombres gordos con su cerveza, las plataformas donde bailaban aquellas chicas…

Me acerqué a la misma camarera de aquel día, aquella que mi tío Javier había instado para llevarnos a la habitación de Noemí. Tras un par de minutos, volvió con una amplia sonrisa y me dijo que podía pasar.

Allí estaba ella. Vestía un tanga dorado, un precioso tanga dorado que le apretaba y le tapaba sus labios vaginales. La miré de arriba abajo. Aquel tanga era todo lo que llevaba puesto.

Poco a poco me fui quitando la ropa. Había deseado desde la primera vez volver a estar en aquel lugar, y ahora luchaba por convencerme a mí mismo de que seguía queriendo hacer eso.

No sabría explicar a ciencia cierta lo que me ocurrió a continuación, mientras me desvestía, pero creo que fue el comienzo de un aislamiento de todos mis pensamientos, fuesen buenos o malos, y de un ceder enteramente a todos los placeres carnales que me ofrecía aquella mujer.

Llevando unos calzoncillos azules que marcaban mi pene le indiqué que viniera. Se puso de rodillas y me bajó levemente la ropa interior, dejando a la altura de sus labios mi miembro. Estaba grueso y sentía que también tenía ganas, quizá por el deseo que había alimentado.

-Chúpamela.

Noemí obedeció, cogiendo con su mano la base del pene y metiéndose aquel miembro. Mi mano pasó por su oreja y por su precioso pelo. Sus ojos me miraban, explorando cual era la expresión de mi cara. Yo correspondía a ellos con una mueca de placer.

Mi pene entraba en su boca con gusto, más profunda de lo que hubiese entrado nunca en otra. Me gustaba sentir el contacto de sus labios arropándomelo, pero me aparté de ella. Quería más.

-Quítame la ropa interior.

Ahora era Noemí quien llevaba más ropa que yo. La cogí de la cintura y la besé, succionándole ligeramente los labios. Sabía que la estaba acosando juntándome tanto, pero yo no respondía a nada. Mis manos viajaron hasta su culo, amasándolo en círculos y tocando ese tanga dorado que tanto deslumbraba.

Agarrado a ella y teniendo cuidado de que no cayese, me estiré encima, cayendo ambos en la cama. Notaba mi polla gruesa y dura chocando con el coño de Noemí, con ganas de entrar en ella, de penetrarla a cualquier precio.

Me erguí tranquilamente. Sabía que tenía el control y no me preocupaba nada. No quería hacerle el amor a esa mujer, quería follar con ella.

Le bajé el tanga hasta los tobillos, descubriendo otra vez aquel coñito depilado, con sus labios más gruesos y dispuestos. Volvía a besarla, únicamente en la boca, queriendo comerme esos labios rojos y delgados.

En un estado de éxtasis, mordí uno de sus labios. Su mano me empujó hacia atrás, dejándome una ligera marca roja en mi pectoral con aquellas uñas.

Estaba de pie otra vez, con ella desnuda en la cama y, como la última vez, con esa moqueta roja haciéndome cosquillas en los pies.

-¿Qué coño haces?-me inquirió ella.

-¿No has dicho que ibas a hacer todo lo que quisiera? Pues quería morderte el labio…

Noemí se pasó el pelo por detrás de la oreja. Sabía que yo tenía razón y sabía que no era potencialmente peligroso, así que, ¿qué argumento iba a inventarse para que no le hiciese eso?

-¿Qué crees, que voy a pegarte? Por quien me has tomado…

-No…yo no he dicho eso…

Me estiré en la cama, dando por concluido el tema.

-Coge el tanga y envuélvemelo en el pene.

Su cara reflejaba un ligero desconcierto, algo que decía que esas características no correspondían con la persona que tenía delante.

El tanga dorado cayó sobre mi pene. Miré otra vez a Noemí, y no hizo falta que le dijese nada más. La palma de su mano se posó en mi glande levemente mojado, envolviendo después mi miembro con aquella prenda.

Movía su mano arriba y abajo. Sentía la sensación de su mano, pero también tenía la certeza de que la suavidad de la ropa interior se postraba allí abajo.

Era una masturbación diferente, una que sólo me complacía a mí.

Miraba al techo pero era como si el techo no estuviese. No sé en que pensaba, no sé que sensaciones tenía ni sé por qué miraba todo sin mirarlo.

Levanté mi cabeza. Allí estaba ella, masturbando sin parar. Cogí su mano y le dije que parara.

-Quiero hacerlo sin condón.

Ella me miró. No había odio en sus ojos, ni gozo, tan sólo había hasta aquel momento el reflejo de que era yo el único que disfrutaba de todo aquello.

Noemí se sentó encima de mí, viendo como mi pene entraba poco a poco dentro de ella. Podía acariciar sus piernas, sentir su piel húmeda. Se movió lentamente, como si quisiese marcar los movimientos, y luego botó con fuerza.

Ella se movía encima, no paraba ni un segundo y me hacía sentir un cosquilleo por todo el cuerpo, un sofoco que se adhería a toda mi piel y me sumía en una calor veraniega.

Con los primeros gemidos de esa mujer apreté su piel con fuerza, moviéndola de sitio.

-Sigue…sigue…

-Sí…sí…

-Ven….ven aquí….

-¿Q…qué?

Mi mano atrapó como pudo el hombro de Noemí, llevando sus pechos hasta mi pectoral. Fue una sensación nueva, nunca había estado específicamente con unos pechos encima tocándome con sus duros pezones y tocándome con su piel.

La besé en la mejilla, en su dulce mejilla ligeramente maquillada. Le atrapé la piel entre mis dientes sin llegar a morderla.

-Vamos….gime para mí…

-Ah…ah…

Noemí me mordió suavemente la oreja sin que yo le dijese nada. Aquello alimentó mi poderío, ya que entendía que lo había hecho sin yo pedirle nada.

Fue ella quien se quedó quieta y recibió mis embestidas, quieta totalmente. Yo la penetraba a ella con mi miembro y ella me penetraba a mí con sus gemidos y sus suspiros.

Empezaba a mojarme, aunque no era la totalidad del esperma la que salía por la punta. Un líquido pre seminal era lo que estaba contactando con esa vagina.

Con un susurro en su oreja, le indiqué que se apartara de mí. Volví, una vez más, a ponerme de pie, con mi pene ligeramente rojo y muy sensible al placer.

-Tócate…tócate un poco para mí…

Por muy extraño que le pareciese cualquier cosa, ella obedecía sin protestar. Su mano pasó a lo largo de su vagina, pero no se detenía en ningún punto. Acerqué la mía a la suya, notando como también ella estaba húmeda alrededor de sus labios.

-Tócate aquí-dije moviendo nuestras manos en el clítoris y mirándola a los ojos.

Noemí suspiraba de placer, apretando sus labios y mirándome. Volví a besarla y otra vez mordí su labio inferior. Por alguna extraña razón pensaba que no había captado bien el sabor. Ella respondió clavándome las uñas de nuevo, esta vez en la espalda, en un lugar en el que lo noté mucho más.

No le dije nada, simplemente la empujé con cuidado hacia atrás y me estiré encima de ella, dispuesto a penetrarla. Me movía sin separarme apenas, sólo me centraba en ese punto en el que sabía que me gustaba a mí.

En la posición del misionero, Noemí me pasó sus manos por mi espalda, por mi culo, por todos los rincones que quería conocer y palpar de mi cuerpo. Eso me animaba a seguir y clavarle mi pene en su vagina, abriéndola un poco más.

Supe que me iba a correr cuando el placer fue aumentando demasiado y temblé ligeramente. Fue entonces cuando paré y un par de gotas de semen cayeron en Noemí. Aquellas fueron mis primeras gotas en entrar dentro de ella.

Me quedé de rodillas, en la cama. Noemí me miró el pene, pensando que ya habría acabado. Volvió a pasarse su precioso pelo por detrás de las orejas, esperando sin saber muy bien qué.

-Gírate.

No había acabado. No me iba a ir sin practicar un poco de sexo anal con ella. Aquel era el polvo que había estado esperando en un principio, y la emoción en la que me encontraba habían hecho creerme que eso era lo que faltaba para comprobarlo.

Mis dos dedos ensalivados entraron dentro de su ano, provocando el nacimiento de un pequeño grito. Le metí dos dedos a conciencia, esperando dilatar aquel orificio.

Apunté mi pene a aquel pequeño agujero y metí mi miembro. No me detuve y no tuve en cuenta nada excepto el hecho de que tenía que penetrar sí o sí.

Me gustaba agarrarla de las caderas y atraerla hacia mí, que fuese ella quien se moviese. Su pequeña mezcla de gritos y gemidos me acercaban a la locura.

Tenía el pene oprimido por sus dos nalgas, pero me gustaba aquello. Le pedí entre suspiros que las apretara, y lo noté. Aquellas nalgas eran la personificación del placer y me corrí. Todo mi semen fue a parar dentro hasta que saqué mi miembro y se escapó conmigo.

Lo primero que hizo Noemí fue estirarse boca abajo, en una posición en que no había hecho nada con ella. Yo, otra vez de rodillas en la cama, me iba recuperando del placer inmenso que había sentido. Sólo había sido una vez, pero era más que suficiente.

Poco a poco volví a ser consciente de mí mismo. Donde estaba, qué hacía allí. Esas cosas las sabía perfectamente, lo extraño era que las hubiese perdido de vista.

Cuando pasaron unos segundos más, fui consciente de lo que había hecho y me estiré al lado de Noemí, que seguía boca abajo. Yo me estiré boca arriba, mirando al techo. Tuve que taparme la cara con las manos por la vergüenza que sentía de mí mismo.

Ella, como si nada, se levantó desnuda, buscó su tanga y se lo volvió a poner.

-Me he equivocado. No tendría que haber hecho esto. Dios mío…

-Has aceptado la responsabilidad antes de hacerlo, y lo más importante, no lo olvides, has prometido que dejarías a mi hija.

Lourdes… ¡qué le había hecho! … ya no había duda de que era mi novia, pero….engañarla con su propia madre…

-Parece que la quieres-siguió ella-Ni siquiera te habrás dado cuenta de que has gritado su nombre un par de veces mientras lo hacíamos.

-Dios mío…

-Hoy puedes ir solo a casa-dijo Noemí con desprecio.

Cualquier muestra de cariño por parte de aquella mujer no existía, había sido su instinto maternal el que había predominado por encima de todo aquello.

Me vestí y me fui sin decirle nada. Salí del club directo a casa…

¿Cómo iba a renunciar a Lourdes? ¿Me vengaría de alguna manera de Noemí?

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