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Los secretos de la familia Martínez (capítulo 6)

en Sexo Oral

Mis pensamientos aquella noche fueron todos para Lourdes. No dejaba de pensar en lo que tenía que hacer. ¿Le confesaba lo que había hecho con su madre o me llevaba el secreto a la tumba? Allí precisamente era donde iba a acabar si Lourdes descubría que había hecho el amor con su madre…

Traté de no pensar en ello, y el hecho de estar en clase con exámenes día sí día también me ayudó. En Segundo de Bachillerato no podías aburrirte, no tenías tiempo.

En la última clase de ese día me senté con Lourdes. Habíamos estado con amigos a todas horas y no me había sacado el tema de quedar en ningún momento. Llegué a pensar que se había olvidado.

-Quiero proponerte algo- me dijo de repente.

-¿De qué se trata?

-Ven, vamos a fuera a hablar un rato.

Cogidos de la mano, me fui al pasillo con ella. Me intrigaba porque no intuía lo que quería decirme, pero me gustaba que fuese así conmigo.

-Martín…

-¿Qué te pasa Lourdes?

Empezaba a pensar que algo iba mal, pero no quería preocuparme innecesariamente.

-¿Tú me ves como una chica inocente y poco atrevida?

-A mí me encanta como eres, me gusta tu forma de hablar, de tratar a los demás y además ya sabes que siempre te he dicho lo guapa que me pareces.

-Pero…

-¿Qué ocurre?

-Yo quiero hacer una locura. Y quiero que tú la hagas conmigo.

¿Una locura? No sabía en qué estaría pensando, no sabía si tenía que alegrarme o asustarme.

-He pensado que… podríamos robar una llave en conserjería y quedarnos un rato en los vestuarios luego.

-¿Lo dices en serio?

-Sí, muy en serio. Ya te dije que mi madre siempre me trata como a una niña, pero creo que todo el mundo me ve así y… yo también soy capaz de hacer cosas.

-Pero si nos pillan…

-Pero es que me daría mucho morbo guapo…

Cualquier duda que tuviese sobre su particular plan fue disipada por esas palabras. Me pasé la clase entera pensando en lo que me había dicho, y decidí hacerlo. Nos quedamos un rato en el instituto, tiempo suficiente para que se marchara bastante gente. Luego, mientras ella distraía con una excusa barata al conserje, le robé la llave que estaba en la caja. El corazón me iba a mil. Mi sorpresa fue grande cuando me di cuenta de lo que realmente estaba haciendo. La parte fácil fue subir a los vestuarios y abrir.

-¿Te gusta tener relaciones en el instituto?

Fue la primera pregunta que se me vino a la cabeza para hacerle a Lourdes.

-Me gusta… hacerlo en estos sitios. Desde el día en que estuvimos en el césped… No sé. Me gusta hacerlo y me gusta hacerlo contigo.

Me cuestioné mis acciones. Antes de todo eso Lourdes no tenía maldad, pero… ¿la tenía ahora realmente? Me dolía la cabeza cada vez que tenía que filosofar en esas cosas.

Entramos en el vestuario masculino sin hacer ruido. Ella no dudaba ni por un segundo de todo lo que hacía. Se quitó la ropa a mi lado, acariciándome y casi obligándome a que la mirara a la vez que me desvestía. Su cara de picardía siempre me volvía loco, y había descubierto otra cosa que me ponía a mil: verla jugar con su dedo en sus labios. No esperé más cuando sus pantalones estuvieron a la altura de sus tobillos y la cogí por la cintura.

Mis ganas por besarla crecieron enormemente. Sus labios sabían ligeramente a melocotón. Ella me correspondía pasando sus manos por mi pelo y por mis hombros.

Ambos en ropa interior nos tumbamos en el banco y nos besamos. Tenía a Lourdes encima de mí, abarcando todo su culo con mis manos, acariciando sus piernas y su piel suave y lisa de su espalda.

Dejo de besarme y me sonrió. Aquellos ojos nunca habían sido tan bonitos. Era innegable, quería a Lourdes y me había enamorado de ella.

-¿Aún quieres que te la chupe?

Era demasiado bueno para mí. Me pasó por la cabeza la idea de cuanto tiempo había perdido sin conocerla, pero… ¿acaso no era muy joven para decir que lo nuestro se acabaría? Era incapaz de verle fin a nuestra relación.

No le dije nada, mi manera de contestarle fue besarla, juntar mis cálidos labios con los suyos y cogerle suavemente las nalgas por debajo de sus bragas.

Se incorporó, apartando su pelo marrón que ligeramente había caído sobre mi cara y se quedó sentada. Me dedicó otra sonrisa cuando se dio cuenta de que mi pene, ya duro por la excitación, estaba en contacto con su culo. Posó sus delicadas manos en mi barriga, sin hacerme daño.

Se movía ligeramente adelante y atrás, con movimientos tan lentos que cada segundo de contacto era una estimulación para todo mi cuerpo.

Le gustaba ver como mi miembro crecía por ella, lo noté en su cara. Quería acariciarle todo el cuerpo, sus brazos, sus manos, sus piernas… pero me veía atrapado.

Lourdes me tenía absorto con el contacto que me producía y con la vista de sus pechos desnudos que tanto me gustaban.

En ese estado aprovechó para recorrer con sus labios mi cuerpo, desde mi pecho hasta el ombligo, hasta que llegó a mi miembro. Por encima de la ropa interior, su boca me apretaba el pene y echaba un aliento cálido y acogedor. Sentí como me la bajaba y me dejaba totalmente desnudo, rendido a ella.

Sentir sus manos otra vez y su estilo de masturbación me volvía loco. Su cara se posó enfrente de mi pene, sacando la lengua y mirándome.

Solté un leve gemido cuando su lengua entró, por primera vez, en contacto con la piel que envolvía mi pene. Me dio dos lametazos, sin ningún miedo y sin ningún reparo, y al fin se la metió a la boca. Lo hacía despacio, cogiéndolo con una mano y moviendo la boca.

Veía la expresión de su cara. Cerraba los ojos por momentos mientras chupaba el glande. Me excitaba mucho verla y sentirla de aquella manera.

-Espera… espera Lourdes.

Ella dejó de chupármela, mirándome sin comprender lo que pasaba.

-Perdón, es la primera vez…

-No, no es eso. Lo haces muy bien, pero…

-Dime qué tengo que mejorar y lo haré.

Me incorporé para poder dejarle la mano en la mejilla.

-No es eso. Sólo que… no quiero ser un egoísta. Quiero que tú también disfrutes.

-¿Y cómo lo hacemos? Deja que te la chupe un rato y luego…

La cogí de la mano y le pedí que se acercara, que me pusiese su dulce coño en la boca. Ella era una chica lista, y lo entendió a la primera. Me dejó que lo tuviese delante de mi cara para poder saborearlo, lamerlo y meter la lengua a mi antojo. Abrió las piernas y se recogió el pelo, a la vez que su cabeza bajaba hacia mi miembro, metiéndolo en su boca, lamiéndolo y sintiéndolo.

Sí; aquel sesenta y nueve me pareció la mejor forma de no ser un egoísta con Lourdes. Fue ella quien siguió con la tarea empezada de lamer mi pene y palparlo con sus pequeñas manos. Notaba como su boca bajaba y subía por mi miembro, apretándolo suavemente con sus labios.

No esperé más y le metí la lengua sin pensarlo. La pasé ligeramente por dentro, con la punta dentro de ella. Poco a poco mis ganas de intensidad crecieron, y mi boca pasó de esos movimientos tímidos a arranques firmes y directos a su vagina.

Quería chupar sus labios, sentir sus flujos en mi boca y meterle la lengua lo más que pudiese. Y así lo hice.

Su respuesta se tradujo en gemidos suaves que daba cuando descansaba, agarrando mi pierna con sus tiernas manos.

Hice que dejara de chupármela cuando notaba que me volvía loco de pasión y le succionaba el clítoris, mordiéndolo como me gustaba hacerlo. A ella le gustaba, pero a mí me encantaba.

Podía tocar y sentir su piel, caliente y suave. Me gustaba acariciarla mientras paseaba mi lengua por los sitios más íntimos de su cuerpo.

Oía sus gemidos otra vez a un nivel bajo, como siempre que había estado con ella.

Sentir como poco a poco me mojaba la boca fue una de las mejores sensaciones del mundo. Me gustaba saber que ella estaba bien conmigo y que yo no era el único que debía disfrutar en una relación sexual.

Lourdes se levantó. La miré, no sabía que me pasaba. Fue ella quien entonces se quedó de pie y me cogió la mano.

-Ven guapo…

Me llevo casi riéndose a las duchas.

-Martín… ¿cómo es hacérselo a alguien en la ducha?

No lo sabía. Nunca había tenido la ocasión de probarlo.

Le dio al botón del agua y nos mojamos juntos, sintiendo como aquella agua ligeramente tibia caía encima de nosotros. Me rodeó con sus brazos y me besó. Acariciar su cintura y sentirla desnuda me hacía sentir afortunado. Estaba más enamorado de lo que pensaba.

No tardó en arrodillarse y masturbarme ligeramente. Eché la cabeza hacia atrás, apoyando la mano en la pared. No tuve que mirarla para sentir que sus labios se posaban una vez más en mi miembro.

Sentía un temblor mientras me la chupaba y unas cosquillas por todo el cuerpo por tener aquellas pequeñas gotas pegadas a mi piel. Cogían el calor de mi cuerpo y empezaba a tener un poco de frío, pero me gustaba la oposición entre las dos cosas. Empecé a gemir suavemente mientras Lourdes seguía con su felación.

-¿Te gusta?

-Sí…me gusta mucho…-dije entre gemidos.

-Dime que me quieres…

-Te…te quiero Lourdes…

Ella no sabía cuanto, pero me había enamorado y mucho en muy poco tiempo.

-Lourdes…te quiero mucho…

-¿Te gusta que te la chupe?-dijo mientras me masturbaba.

-Sí…sabes que me gusta mucho…

-¿Y te gusta que te toque?

-Sí…eres única…

Lourdes me agarró la pierna con cierta fuerza y me dijo que la mirara. Se quedó quieta dos segundos, mirándome a los ojos.

-Mírame…

Una de sus manos bajó suavemente por su piel tenuemente mojada, resbalando sus dedos por su vientre, y acabó en su vagina.

-¿Quieres que me meta un dedo?

-Sí…hazlo, por favor…

-Sólo lo haré si me miras.

-Te lo prometo.

Lourdes cumplió su palabra. Su dedo no dejaba de entrar y salir sutilmente dentro de su vagina, meneándose con movimientos cortos pero placenteros para ella. Veía como me la chupaba. De vez en cuando alzaba su vista  y me miraba, dejándome ver sus preciosos ojos.

Sentí que había llegado al final y que me iba a correr. Estaba algo absorto, pero cuando el placer se hizo más intenso supe que tenía que sacarle mi pene de la boca. Con unas caricias rápidas en su pelo lo entendió, y se apartó para que su mano hiciese el resto del trabajo.

Mi semen chocó con sus pechos, tal y como había querido, regalándome unos segundos intensos. Volvió a besarme en la boca cuando hubo acabado.

Nos vestimos poco a poco, secándonos también como pudimos. Lourdes sonreía y me miraba, sólo sabiendo ella lo que estaría pensando.

-¿A los chicos os gusta de verdad el sexo anal?

Aquello era demasiado. Me puse de pie, prácticamente temblando porque sabía lo que podía venir.

-Lourdes…

-¿Estás bien? No tienes buena cara…

-Oye Lourdes… tenemos que hablar.

-¿Por qué? ¿Qué pasa?

-Yo… no sé como decírtelo…

-Me estás asustando…

-No, es que…

Creí que estaba sudando. Notaba el calor característico que me hacía enrojecer la piel.

-¿Quieres que lo hablemos más tarde, cuando hayamos salido?

-Sí…creo que será mejor…-vacilé yo.

Le tenía que contar lo de su madre. ¿Y si me estaba montando una película y en realidad era una tontería?

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