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Dame una oportunidad (Séptima parte)

en Lésbicos

Para María ver a Saray aquellas tardes y tener la excusa de hablar con ella porque ambas iban a recoger a sus hijos eran casi los mejores momentos del día.

Aquellas caricias inocentes de amiga, esas miradas carnales aunque disimuladas y esos leves toques en el brazo cuando un comentario lo merecía eran todo el contacto que tenían para poder esconder lo que se deseaban. María intentaba que su marido se calmase un poco y volver a la senda tradicional de lo que a él le gustaba, pensando que eso sería lo mejor. Por esa razón, aquellos momentos con Saray habían sido los únicos compartidos durante aquella semana.

Pablo quedó avisado de que el domingo, después de la Iglesia, se irían a comer a casa de Saray y su marido. Los argumentos expuestos para apoyar la idea fueron la amistad de su hijo con aquella niña y el poder relacionarse con las demás personas estando en familia.

No es que le hiciese especial ilusión pasarse el domingo encerrado en casa de otros, y menos cuando vio la casa que tenían y supo que era mucho mejor que el piso donde vivía él.

Como buena anfitriona, Saray salió a recibir a los invitados. Tras decirles que estaban en su casa y que Mike estaba abajo en el jardín, se quedó mirando a María. Repasó su cuerpo con la mirada comprobando que cada facción era exactamente como la recordaba ella.

-Qué bien que hayáis venido, tenía ilusión por veros.

-Siento…  siento que esta semana…

Saray le puso las manos en los hombros para sacarlas a pasear y poder acariciarla un poco.

-No importa… ahora estas aquí-dijo con una sonrisa.

María bajó las escaleras hasta llegar al jardín con su piscina, aquel que parecía más un terreno amplio que no un pequeño jardín decorativo, bajo la mirada de Saray y sus gestos por procurar que no se hiciese daño ante un peligro inexistente. Cada vez que le parecía necesario le posaba la mano en la espalda o hacia un gesto para procurar que una supuesta amenaza no la hiciese tropezar.

Un apretón de manos entre Mike y Pablo auguraba buenos síntomas para pensar que se llevarían bien y que ambos podrían soportar la compañía del otro, pero no fue así. La ficción de pensar que estaban hechos de la misma calaña se quedó corta tras el espectáculo que ambos estaban dando sin parar de reír y explicándose quien sabe qué.

Saray aprovechó esas circunstancias para llevarse a María a la cocina, aquella que rebosaba patriotismo americano con su estilo decorativo y que estaba impregnada de un olor a comida sumamente agradable.

Saray no esperó ni un segundo más para volver a coger a María, esta vez con suavidad y delicadeza, y besarla de modo que sus lenguas pudiesen encontrarse.

-Joder… como te he echado de menos María.

-Qué dices tonta…si hablamos hace dos días…-dijo en un tono retozón.

-Lo sé, pero se me ha hecho eterno… Cada día estás más guapa.

-Tú si que estás preciosa-dijo después de pasarle la mano por la mejilla y antes de volver a besarla.

-María…tengo un regalito para ti cielo.

-¿Qué es?-dijo con la curiosidad despertada.

-No puedo dártelo ahora, sólo quiero que sepas que tienes algo esperándote.

Saray seguía cocinando y María sentía el impulso de abrazarla por detrás y darle unos besos cortos en el cuello que la hacían estremecer.

Las miradas no cesaron estando ya en la mesa, a pesar de todo. De aquellas seis personas sólo ellas dos sabían lo que pasaba en realidad.

Fue un rato muy agradable marcado por la excelente cocina de Saray. María no tenía ni idea de que cocinase tan bien, pero aquello no hacía más que perfeccionarla y aumentar sus deseos. La observaba como sonreía, como hablaba con una elocuencia envidiable de su vida, de las experiencias que había vivido junto a su marido en Estados Unidos, como cogía perfectamente el tenedor con la mano izquierda y el cuchillo con la derecha…

No podía parar de mirar a Saray. Empezó a temer que alguien se diese cuenta y que pudiese pasar cualquier cosa, pero todo eran imaginaciones suyas.

Lo que no sabía era que Saray hacía lo mismo, observándola y temiendo a cada momento que alguien se diese cuenta. Su maestría había entrado en juego y ninguno de los hombres notó nada.

Tras un breve café los niños ya estaban jugando otra vez, con esa energía inagotable que tenían siempre, y los cuatro adultos estaban sentados en la parte trasera de la casa, en el segundo piso.

Saray estaba sentada en las piernas de su marido mientras él le acariciaba la cintura como si fuese lo más normal del mundo. Sus dedos se colaron por debajo de la camiseta para quedarse unos instantes en los que María miraba a Saray con cierta mezcla de envidia y recelo.

Él no dudó en seguir con las muestras de afecto y paseó sus dedos dentro del pantalón, queriendo encontrar lo que su mujer se había puesto aquella mañana. Saray empezaba a acariciarle la mano para frenar esos arranques, pero de manera que él no se sintiese despreciado y que pensase que ella recibía bien sus gestos.

Debatiendo diferentes temas de conversación que surgían sin presión, alguien mencionó los inconvenientes que habían surgido al comprar aquella casa. Saray miró a María y le preguntó si había llegado a estar en el piso de arriba, haciendo que poco a poco se fragmentara la conversación hasta el punto en que los dos hombres empezaron a hablar de lo suyo. Fue entonces cuando Saray quiso ser acompañada por María hasta el tercer piso, haciendo alusión a cierta cosa que quería enseñarle.

Cuando entraron en la habitación matrimonial Saray no tardó mucho en echar el cerrojo. María había sentido el impulso de sentarse en la cama, tendida con un hermoso edredón a cuadros.

Con una sonrisa picarona y una mirada aún más juguetona que todas las que había visto María de aquella mujer se acercó y la beso sin dejar que se levantase. El impulso que empleaba hizo que ambas cayeran en la cama.

Los ojos de Saray parecían que nunca habían estado tan cerca de los de María. Ella los miraba, admirando su luminosidad originaria de aquella mujer. La mano de María acariciaba el pelo rubio, pasándolo por detrás de las orejas en un gesto inútil para intentar que no le cayese a ella.

Saray no podía parar de sonreír y le daba picos a María, envueltas en una dulzura que hacía contraste con el frío edredón en el que estaban estiradas.

-Saray… Pablo está abajo…-dijo ella como si recobrase una cordura que nunca había llegado a perder.

-No me hagas esto… no es un capricho, necesito estar contigo…

-Entiéndeme, yo te quiero, pero tengo miedo de que alguien venga y…

-¿Qué has dicho?-le preguntó Saray.

-Que tengo miedo…

-No, antes de eso…

-He dicho que… te quiero.

Saray no cambiaba su expresión, simplemente la miraba de cerca sin dejar de poner su mano en el cuerpo de María.

-Te quiero-repitió María.

Saray seguía sin decir nada. No es que fuese totalmente insensible a aquello, pero escuchar esas palabras de la preciosa boca de María le embotaba todos los pensamientos.

-Te quiero-dijo ella una tercera vez.

María empezó a impacientarse, pensando que quizá lo que había dicho no era lo que ella esperaba; pero aquellas palabras le habían salido del corazón y ambas lo sabían. Ella sintió la necesidad de expresarlo porque era un sentimiento que estaba calando muy hondo.

El peso agradable de Saray seguía cayendo sobre María. Sus ojos estaban muy abiertos y a ella incluso le parecía que el tono verdoso estaba cambiando. Sus ojos tenían un brillo nuevo.

-Yo… yo también te quiero, cielo-parecía que decía al fin.

Saray se apartó de encima, quedándose al lado de María. Su mano recorría aquel vientre ajeno hasta llegar a sus pechos, acariciándolos sin lujuria.

María observaba la sonrisa de Saray junto con aquellos ojos que parecían estar encharcados con lágrimas. No estaba llorando, pero tenía ese punto como si acabase de bostezar y hubiese dejado un principio de lloros.

-Yo también te quiero, María.

Por fin Saray la besó sin inhibiciones, queriendo poner todo el amor del mundo que se le permitía dar en aquel momento.

-Es imposible no quererte…

La respiración se marcaba en su pecho y parecía que había cogido un ritmo rápido y drástico. Escuchar esas palabras procedentes de María era mucho mejor de lo que hubiese imaginado, era una emoción más que correspondida que se le clavaba en lo más profundo.

Saray era desnudada por las cálidas manos de su amante, queriéndole quitar aquel fino jersey para dejar sus pechos al descubierto. María perdía su ropa bajo los movimientos de Saray, que quería besarla y acariciarla sin fin.

Fue un proceso tan apasionado que pronto se encontraron las dos con la ropa interior, el tanga negro de Saray y el cullotte amarronado de María. Ambas se acariciaban los brazos para intentar calmar la piel de gallina que les producía estar con tan poca ropa.

-Estás… estás temblando cielo-le decía Saray.

La suave y calurosa mano de Saray no era suficiente para desprender el calor que necesitaba, pero estar con ella si era lo que necesitaba para no pasar frío.

María se agarraba al cuerpo de Saray, besando su pecho cubierto con el sujetador, con esos labios ligeramente fríos que estremecían al cuerpo que tenía allí.

-No sabes cuanto te quiero, quiero estar contigo a cada momento….te echo muchísimo de menos.

Los cuerpos casi desnudos se pegaban entre ellos, compartiendo el calor que necesitaban.

Saray se decidió a levantar el edredón con sonrisas juguetonas y besos infantiles para que ambas se metiesen debajo y pudiesen recuperar temperatura en sus cuerpos.

María se quedó encima de Saray, besándola y sintiendo como su culo era acariciado con ternura y amor, desatando la pasión que sentía.

Las manos de Saray subieron por su espalda hasta desabrochar el sujetador y dejarlo entre las dos mujeres, solo sujeto por el prensado que creaba el juntar los pechos.

La cabeza de María hacía movimientos sutiles al besarla, queriendo disfrutar de todo el recorrido que podían ofrecer sus labios.

Sus piernas se acariciaban mutuamente, sintiendo con aquellas caricias el apego que se tenían. María y Saray poseían mucho amor para dar, y ya habían decidido que querían compartirlo la una con la otra.

Debajo del edredón todo era muy oscuro, y el aire que respiraban era muy caliente y concentrado. A ambas les hubiese dado igual inhalar esa ventilación perjudicial mientras pudiesen seguir acariciándose.

Moviéndose con lentitud pero con entusiasmo llegaron a estar la una al lado de la otra, para poder posar sus manos en la cintura contraria que tan atractiva les parecía.

Una mano revoltosa de Saray bajó hasta encontrarse con su vagina, resbalando entre los labios vaginales para que poco a poco pudiese crear ese líquido que tanto ansiaba. Los dedos que resbalaban por la intimidad de María fueron acompañados por la mano de la propia María, que ayudaba a dirigir la masturbación.

Los gemidos volvían a ser acallados por los besos de Saray, quien no creía que la barrera creada por el edredón fuese suficiente para aislarse del mundo entero.

Todo quedó en un intenso y tenso silencio cuando el pomo de la puerta se giró con una fuerza natural y la puerta intentó abrirse. Fuese quien fuese aquella persona, al ver que no podía entrar, picó a la puerta con potencia.

Por un momento a María se le paralizó el corazón, pero reaccionó cuando Saray apartó el edredón y dijo algo en inglés que no entendió pero que bastó para frenar las ganas de ése alguien que resultaba ser Mike.

Saray se giró para seguir con su juego, pero María ya había recibido un aviso y no pensaba tentar la suerte. De pie Saray podía ver como todavía no se le había mojado del todo la ropa interior a María, pero que aun así cogía su ropa y se la ponía a toda prisa.

-María, cielo….-dijo pasándose su pelo rubio para echarlo hacia atrás.

María tenía una cara de susto, pero poco a poco se iba tranquilizando.

-Mike no va a volver, ya le he dicho que nos estábamos cambiando.

-Nuestros maridos están abajo…

Saray se puso de pie, dejando ver esa seductora ropa interior negra que hacía justicia con su cuerpo.

-Lo siento… no quería hacerte sentir incómoda…

-Saray…

Ella se acercó a María porque intuía de qué quería hablar. Cuando la abrazó aún no se había abrochado los pantalones, pero no fue ni mucho menos un impedimento válido para poder rodearla con sus brazos.

-No me hagas esto… quiero estar contigo. Me da igual que no podamos estar físicamente juntas, pero necesito besarte y estar a tu lado… no soporto estar un día sin ti.

-Saray… si Pablo lo descubriese alguna vez sería una humillación demasiado grande para él. No lo soportaría.

-Lo podemos llevar como tú quieras, te lo prometo. Pero… necesito saber que vas a estar a mi lado.

María levantó la vista y acarició las mejillas de Saray, pensando en todo lo que ella significaba.

-No sería capaz de dejarte. Te quiero demasiado.

Poco a poco se vistieron y volvieron a bajar al segundo piso, donde encontraron a los hombres tal y como los habían dejado. No había pasado mucho rato, o quizá fuese que a ellas se les había hecho demasiado corto.

Saray buscó cada mínima ocasión para acercarse a María, pero ya no pudo hacer nada. Ella no se iba a arriesgar a llevarse otro susto.

La velada acabó, pero Saray sabía que volvería a ver a María aquel lunes.

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