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Los secretos de la familia Martínez (capítulo 11)

en Confesiones

Gracias a todos los que han leído los diez capítulos, con éste once, que conforman ‘‘Los secretos de la familia Martínez’’. ¡Cualquiera diría que con tanta vuelta de acontecimientos parecía más un culebrón que otra cosa! A diferencia de Sir Arthur Conan Doyle o George Hergé, yo no me cansé de mis personajes. Sólo me queda decir un par de cosas: la primera, que el final lo tenía pensado desde que escribí el primer relato, sólo tenía que trazar el camino para llegar hasta él. La segunda, es simplemente hacer una mención especial a esos lectores fieles que han leído todos los relatos de esta serie. Gracias por vuestro apoyo.

Nunca se puede abusar de la confianza de una persona o de la inocencia innata que ésta pueda mostrar. Al fin y al cabo recibes lo que das, y es cuestión de cada uno pensar en todo lo que puede haber hecho mal y en todo lo que ha podido hacer para beneficiar a buenas personas.

Había salido de aquel sótano con la promesa de vivir un verano inolvidable al lado de Lourdes. No podría haber deseado nada más, pero sabía que llevaba mucho tiempo ocultándole la verdad. Mi error quizá no fue esconderle la primera noche que pasé con su madre, sino callarme todo lo que pasó a partir de aquella ocasión.

Se lo conté. Le dije primeramente que había descubierto algo de su madre que ella aún no sabía; tuve que decirle que era una prostituta. Le conté que me había estado advirtiendo para que la dejase y yo no lo había hecho hasta que volvimos a tener relaciones, aun estando con ella. No fueron mis palabras exactas, pero le di a entender la verdad: le había puesto los cuernos con su madre.

Aquellas heridas y golpes me los había provocado ella y sus acompañantes, presionándome para que la dejase. Quería contárselo antes, pero me acobardé y no pude. Por último, le dije que la quería, que estaba muy enamorado de ella y que no quería perderla.

Esperé a que Lourdes estallara. Me imaginé ese momento, quizá propinándome una bofetada o insultándome. Fue peor de lo que esperaba porque no dijo nada durante unos segundos. Estaba sudando y me notaba la cara roja, pero ella miraba a un punto fijo con cara de circunstancia.

Lo primero que hizo fue preguntarme si era una broma. Al recibir una respuesta negativa, me advirtió que si era una broma no tenía gracia. No pude decirle nada más.

Al pasar por mi lado me dijo que no la siguiera. Fue un error. Tendría que haber ido detrás de ella, y lo hubiese hecho si hubiese sabido entonces lo que iba a pasar.

Volví solo a casa, con la mente saturada pensando en mil cosas. No podía centrarme sólo en una y eso me noqueaba.

Tendría que haber tenido a alguien que me dijese qué hacer, a donde dirigirme… pero estaba solo. Era una cosa que no lo había compartido con nadie antes y no podía apoyarme en ninguna persona. Llamé a Lourdes; no me contestó. Fue la primera de las mil llamadas que no me cogió.

Pensé que era demasiado pronto, que llamándola ya podría ver que la quería de verdad y además no quería que se enfadase más conmigo; por eso dejé de hacerlo.

No dormí más de una hora aquella noche. A una hora razonable me fui a buscarla a su casa, pero allí sólo había una persona: Noemí Martínez.

Ella fue quien me dedicó todos los insultos que Lourdes no me había dicho. Me tachó de imbécil y de gilipollas por haberlo contado. Tenía los ojos rojos de haber llorado, y ni siquiera pudo seguir desahogándose conmigo porque no tenía fuerzas.

Le pedí ver a Lourdes. No estaba en casa, se había marchado aquella mañana para pensarlo todo con calma porque había recibido demasiadas noticias a la vez. Se lo había dicho a su padre, quien había puesto a parir a su esposa, a la que denominó ‘‘puta barata’’.

¿Había roto una familia? Sentía que la culpa era toda mía, y no tenía ni idea de como actuar. Nunca en mi vida había estado tan despistado. Seguí llamando a Lourdes durante todo el día, pero era inútil. No iba a contestarme y lo sabía.

Mi preocupación aumentó cuando pensé que Juan Martínez, el padre de Lourdes, vendría a matarme. Me equivoqué. No volví a ver a ese hombre en mi vida. Aquel día volví a su casa, pero no me abrió nadie. Parecía que no había vida alguna dentro.

Un día más quise localizarla, pero me quedé sin respuesta. La estaba presionando porque tenía miedo, y entonces decidí dejarla respirar un poco. No pude hacerlo, porque a la mañana siguiente volví a su piso. Allí no había nadie, y empezaba a temer por el paradero de todos.

Lo veía todo perdido, pero el destino me ayudó, en cierta manera, al dejarme ver a Noemí fumando en la plaza más cercana.

El portero, aquel que nos había sacado del ascensor semanas atrás, me hizo saber que si estaba buscando a los del quinto la señora había salido hacía poco y estaba en la plaza de al lado.

Me acerqué a ella con miedo, pensando que me echaría a patadas. No hizo nada. Sabía de mi presencia pero le daba igual. Aquella mujer estaba destrozada tanto por fuera como por dentro.

-¿Dónde está Lourdes?-fue lo primero que le dije.

-Se ha ido.

-¿A dónde se ha ido?

-No lo sé, no me lo han dicho. Pero no piensan volver.

¿Han? ¿Piensan? ¿Por qué hablaba en plural aquella mujer? Sí, se refería a Lourdes y a su padre. Ambos habían abandonado el hogar.

-Lourdes le dijo a su padre que se iría y que volvería cuando lo hubiese pensado mejor. Para ella él es una víctima más de todo esto. Esta mañana él ha dejado una nota diciendo que se iban y que no regresarían.

-¿¡Y te quedas aquí sin buscarla!?

Noemí no se alteraba. No tenía fuerzas para ello.

-No van a volver.

-¡Joder!

Estaba a punto de volverme loco, quería romper cualquier cosa y dar la vuelta al mundo para buscarla.

-Tiene sida.

-¿Qué? ¿Qué dices?

-El padre de Lourdes. Tiene sida.

Me quedé parado al oír eso. ¡El hospital! Por eso los había visto allí, tenía algo que ver…

Noemí le dio una calada al cigarrillo y se abrazó a sí misma antes de seguir hablando.

-Esto no es nuevo, hace años que se contagió. Nunca ha querido decírselo a Lourdes, y nunca me ha dejado que se lo dijese. Pero ha sido ahora cuando ha empezado a responder mal a la medicación…

Ella empezó a sollozar y su voz sonaba entrecortada.

-Yo no quería… no sé como me convertí en una puta. Pero él no quería hacer nada conmigo, no quería tocarme… ¿¡sabes lo qué es eso!?

Su cara me daba miedo y su mirada me asustaba y se clavaba en mi interior. Yo aún estaba parado con todo aquello.

-Fui…fui una tonta al buscarme un amante…-me dijo mientras lloraba.

-¿Cómo llegaste a todo esto?

Noemí se pasó la mano por la nariz, aunque no sirvió de nada.

-Fue mi hermano. Sabe que siempre me ha manejado como ha querido porque estuve enamorada de él, me volví loca de amor por él cuando era joven.

¿Su hermano? ¡El tío de Lourdes! ¿Se trataba de aquel hombre de la foto? ¿Dónde lo había visto antes?

Me miró a los ojos y me agarró de un brazo. Aquella mujer estaba desencajada.

-Es mi medio hermano. Su padre se acostó con mi madre y tres años después ella se casó con el mío porque el suyo era un borrachuzo y un errante belga.

¿Belga? ¡Dios! ¡Era Ronald! ¡Por eso me sonaba haber visto esa cara antes y por eso Noemí me explicaba todo eso ahora! Lo iba entendiendo todo poco a poco. ¡Por eso él la trataba con cariño aquella noche en el club, por eso había permitido esa orgía, porque podía manejar a su hermanastra a su antojo!

¿Y todo eso lo había sabido Lourdes por mi culpa? Entendí todo lo que había supuesto para ella y un dolor punzante me atravesó el cuerpo.

-Pensé que… pensé que me quería, ¿sabes? Que yo podía ser su musa, como me llamaba él, y que de verdad quería estar conmigo. Por eso le dejé que me hiciera aquellas cosas, dejé que follara conmigo cuando estábamos solos en casa. Él quería mantener relaciones a todas horas, éramos jóvenes y me convenció de que aquello no estaba mal.

No pudo reprimir sus lágrimas. Yo pensaba en todo aquello como en una película de terror. Mi pobre Lourdes…

-Él sólo quería… pero yo no me di cuenta. Accedía a todos sus caprichos, y me gustaba, ¿sabes? ¿Tú sabes cómo lo hacía él? ¿¡Lo sabes!? Nunca me lo habían hecho de la forma en que me lo hacía él…pero….pero todo cambió el día que conocí a Juan. Él hizo que dejara mi relación incestuosa con mi hermano. Y después…

No paraba de pensar en que todo eso que era nuevo para mí lo había sabido Lourdes dos o tres días antes. Era demasiado como para no trastocar la vida de nadie.

-Cuando le conté que mi marido no quería hacerlo… volvió a manipularme. Pero ya no éramos adolescentes, éramos una familia y teníamos ya a nuestra pequeña Lourdes…

No pudo seguir al pronunciar su nombre. Tiró con rabia el cigarrillo al suelo y volvió a secarse las lágrimas.

-Me vendió. No me di cuenta hasta mucho después, pero me vendió poco a poco de manera que no lo notase. Me quería para que se la chupase a sus amigos, para que sólo los divirtiera un rato y… soy una inútil, no sé reconocer nada aunque esté delante de mis ojos. Lo que era una tarde discreta haciendo felaciones se convirtió en tardes de sexo vicioso con sus compañeros, en tríos en los que él participaba presentándomelo como un juego para mí, en vender mi culo para poder verlo… ¿sabes lo que es eso? ¿¡Lo sabes!?

Su tristeza se había tornado en ira pura, enfadada como si yo fuese Ronald.

-Las orgías no tardaron en llegar, ni cesaron los billetes metidos en mis bragas. Juan seguía sin querer hacer prácticamente nada conmigo pero… no era excusa para acostarme con todos aquellos hombres ni mucho menos para que me pagasen por aquello…

No sabía qué decir. Entendía muchísimas cosas, pero toda la información recibida se acumulaba en mi cabeza porque cada sorpresa era mayor que la anterior.

Noemí lloraba medio encogida y con sus manos cubriéndole la cara. La miraba y sentía vergüenza ajena, pero a quien odiaba de verdad era a su hermano. Lo odiaba con todas mis fuerzas porque sentía que era el culpable de todo aquello.

Reaccioné y le aparté las manos de la cara.

-¿Dónde… dónde está Lourdes? ¿Dónde puede haberse ido?

No me contestaba, tan sólo lloraba hasta deshidratarse. Aquella mujer, posiblemente, no iba a reponerse jamás de todo aquello.

Agotada la posibilidad del teléfono lo intenté por otros medios: las redes sociales, mirar las universidades a las que podría haber ido, preguntándole a sus amigas si sabían algo…

No conseguí nada. Había desaparecido de la tierra. Poco después su número respondía a un número inexistente. Pasados esos días pensé que Noemí estaría más calmada y me dirigí al club a buscarla. Si había decidido dejar aquella vida al menos me podrían decir donde podía encontrarla.

No estaba. Me dijeron que no sabían nada de ella, pero que antes de despedirse había dejado una nota para un tal Martín. ‘‘Acostarme contigo es lo peor que he hecho en mi vida’’. Esas fueron sus últimas palabras hacia mí. No he vuelto a verla hasta el día de hoy, y la última imagen que tuve de ella fue la de una mujer bañada en lágrimas que no podía levantar la vista del suelo.

Me di cuenta de que posiblemente hubiese podido arreglar mi relación con Lourdes si se hubiese tratado de una infidelidad, pero el hecho de recibir todas las malas noticias al mismo tiempo debió destrozarla.

Poco a poco perdí mi ímpetu. No lo hice por ganas, sino porque comprendí que ella no quería  verme. Pasado todo aquello se me ocurrió intentar buscarla con la policía o con una de esas agencias que buscan personas. Pero no lo hice. Yo era el culpable y yo le había arruinado la vida.

Pasé meses debatiéndome en la bipolaridad por todo lo que había pasado.

Han pasado ya dos años de todo aquello. Hace dos semanas que organizamos un rencuentro para vernos todos los antiguos compañeros otra vez. Especulé con la posibilidad de que Lourdes pudiese estar en aquella cena. Cada segundo que pasaba miraba hacia la puerta, disimulando. La estuve esperando hasta el último minuto y fui el último en irme de allí, pero Lourdes no apareció.

Aún guardo la llave del candado que me dio. El otro día se me ocurrió pasar por allí mientras entrenaba para la media maratón. Sudado y sin aliento subía las escaleras donde Lourdes me había dejado sin respiración al enseñarme sus delicadas piernas y su erótico cuerpo.

El candado seguía allí, cerrado como aquella tarde en que me lo enseñó. Me gusta pensar que no lo ha quitado porque un día me dijo que podría contar con ella para lo que quisiese.

Perdí a una de las mejores personas que he conocido por culpa de mi propio ego, aunque nunca pierdo la esperanza de recuperarla…

…Lourdes, mi dulce Lourdes…

FIN