miprimita.com

La francesa que yo amé

en Hetero: General

  Esta es la verdadera historia de lo que me ocurrió a finales de los 60 cuando contaba 16 años recién cumplidos. Por aquel entonces yo estudiaba el bachiller en un instituto de una capital de provincia a unos 80 Km de mi pueblo, no era muy buen estudiante y me quedó una para septiembre, así que tuve, en plenas fiestas de mi pueblo, que madrugar para coger el autobús que me llevaría para poder presentarme puntualmente al examen que casualmente era el primero de aquel día. A las diez de la mañana ya había terminado y no me salía el autobús de vuelta hasta las dos de la tarde, así que, después de tomar algo en el bar donde acudíamos y ver que estaba sólo, decidí coger el autobús urbano hasta las afueras y allí hacer autoestop, un medio de locomoción bastante frecuente por aquel entonces, hay que tener en cuenta que por aquellos años no había autovías y las carreteras, incluso las nacionales, transcurrían por travesías dentro de las ciudades por lo que no había que irse muy lejos para poder practicarlo.

  A los pocos minutos de enseñar el dedo, como a las once, vi que paraba un coche de pequeño tamaño, color azul y al que cuando me acercaba le descubrí la inconfundible matrícula francesa. -Buenos días, ¿puede llevarme?- le dije, al  tiempo que observaba la sonrisa con que me obsequiaba como saludo de bienvenida la bella señora que sin soltar el volante me invitaba a entrar en el coche en el más completo silencio, lo que  delataba que no debía hablar castellano así que volví a saludar en mi mal francés, básico de mis estudios de bachillerato y sin práctica, y le pregunté si me podía llevar al lugar al que me dirigía, ella, sin parar de sonreír, asintió y metiendo la primera, arrancó conmigo de copiloto.

  Por el camino yo trataba de ser amable y me dirigía a ella en mi básico francés ayudado por su no mal castellano y en esa amabilidad trataba yo de no mirarla descaradamente pero resultaba imposible no darse cuenta del físico de la persona que sin apartar la vista de la carretera seguía mi básica conversación. A mí me parecía una mujer mayor para mi edad pero estaría entre los 30 y los 35, muy bien formada, con unos pechos que se adivinaban firmes bajo una camiseta de tirantes bastante escotada y unas piernas que enseñaba un palmo por encima de la rodilla bajo una estrecha falda que con el movimiento de los pies al conducir se iba subiendo centímetro a centímetro a pesar de sus continuos estirones con la mano que no conseguían otra cosa más que llamar mi atención y de reojo, tratando de que no se notara, mi vista se iba una y otra vez a aquellas piernas que semejante magnetismo ejercían sobre mí.

  De pronto me miró sin parar de sonreír y me hizo una pregunta inesperada: ¿te gustan? A la vez que dando un respingo y elevando un poco el culo daba un tirón a su falda hacia arriba dejando a la vista sus piernas casi en su totalidad, bronceadas en la playa de la que sin duda procedía por la dirección que traía. Me quedé mudo y aturdido, sin saber cómo reaccionar, avergonzado por no haber sabido disimular suficientemente, ahora ella pensaría de mí que era un salido, no supe que contestar aún a pesar de que ella, con su eterna sonrisa, me dirigía una tranquilizadora mirada.

  Por mi mente pasaban todos los pensamientos posibles en una situación como esta, me preguntaba lo que ella quería, a que juego malévolo estaba jugando, que esperaba ella de mí, lo que haría mi amigo Manuel (que era casi tan ignorante como yo) en esta situación, o lo que por contra haría el sinvergüenza de Javier (éste era el único que había manoseado un coño). Pero en los segundos siguientes, que a mí se me hacían eternos, yo no era capaz de tomar ninguna decisión, simplemente dejaba transcurrir el tiempo sin hacer otra cosa que mirar al frente y por mi ventanilla como buscando en el paisaje una solución al dilema que me atormentaba. Cuando por mi mente calenturienta afloraba el pensamiento de que aquello era una ocasión única que tenía que aprovechar, el lastre de la educación recibida, la timidez, el miedo al ridículo y todos los pensamientos negativos pesaban más y no me dejaban actuar como yo, en mi fuero interno, hubiera deseado, que no era otra cosa que abalanzarme sobre ella y hacer con ella esas cosas que con otras chicas no había hecho, posiblemente por los mismos lastres y prejuicios.

  Pasó un rato en el que la comunicación entre nosotros se tornó tensa, las frases cortas y los monosílabos  frecuentes, ella no cesaba de sonreír y eso me aturdía todavía más porque yo no acertaba a saber lo que ella pensaba. Por un lado, ella se comportaba estupendamente conmigo a pesar de mi mala acción de mirar sus piernas y posiblemente  la subida de su falda se debería a un simple acomodo para una conducción más cómoda. Por otro lado, ella podía ser simplemente una mujer liberal y desinhibida con ganas de marcha que habría venido de vacaciones a España buscando precisamente ese macho ibérico que tan mal estaba yo representando, se me había insinuado y yo estaba fallando. No sabía resolver ese dilema, o más bien, no me atrevía, así que iba dejando transcurrir el tiempo a medida que íbamos avanzando por la carretera. De pronto se dirigió hacia mí mirándome con su amable sonrisa y me preguntó si había algún sitio para tomar un baño y si yo también me bañaría, le expliqué que podríamos encontrar un sitio si nos desviábamos de la carretera unos kilómetros más adelante pero que yo no llevaba bañador. Siempre con su eterna sonrisa, me dijo que ella me podría dejar uno.

  Manteniendo la velocidad que llevábamos faltaban unos 10 minutos para llegar al rio en el que yo pensaba buscar un sitio apropiado para bañarnos, se me hacían interminables, aquella situación era de lo más tensa para mí aunque para ella parecía de lo más normal, su naturalidad resultaba del mismo tamaño que mi preocupación. Por fin llegamos a un cruce con una carretera secundaria la cual le hice tomar y que durante unos 8 Km discurría paralela y cercana al rio. Cuando divisé un camino de tierra que se dirigía hacia el rio se lo señalé para que lo siguiera y efectivamente, a unos 500 metros llegamos al borde del agua y siguiendo rio arriba unos 200 metros más, llegamos a un claro donde terminaba el camino que conducía a aquel lugar. Había allí una construcción de hormigón al borde del agua que sostenía una tubería de captación de agua del rio, tenía una escalerilla empotrada y resultaba el lugar perfecto para poder meterte y salir del agua, nos encontrábamos rodeados de maizal por un lado y por el lado del rio de cañaveral lo que hacía de aquel lugar uno de los más reservados que se pudieran encontrar.

  Salimos del coche y entonces pude observar por primera vez la figura de aquella estupenda mujer que buscando en el maletero encontró la toalla que buscaba, un bikini y un pantaloncito  de licra a rayas de colores que me tendió para usarlo de bañador. Ella se puso de espaldas a un lado del coche y yo al otro, mientras me desnudaba veía como ella se despojaba de su camiseta y de su sujetador para mostrar su torso desnudo, yo ya me estaba poniendo aquel pantaloncito que en absoluto disimulaba mi tremenda erección causada, más que por lo que veía por lo que representaba aquella prenda suya que ahora estaba en contacto con lo más íntimo de mi piel. Intuí, porque no lo podía ver, que se sacaba sus prendas inferiores y se ponía el bikini, sí que vi como se colocaba la superior y con maestría se lo abrochaba por detrás. Mientras ella recogía su ropa, yo me apresté a tirarme al agua, sobre todo, por no mostrar mi inocultable erección y me puse a nadar frenéticamente hasta que, cuando noté que ya se me pasaba, salí del agua y fui hasta donde ella se encontraba, estaba de pie aplicándose crema por sus brazos y su plano abdomen, me ofreció la toalla que, tras utilizarla, me hizo tender para inmediatamente, echarse sobre ella hacia abajo y pedirme que le ayudara con el bronceador en su espalda.

  Sin poderlo evitar, sólo de pensar que iba a tocar su espalda, la erección fue instantánea, y ahora ya no me importaría que la viese, es más, intentaría que lo hiciera, empezaba a desinhibirme. Comencé la aplicación por los hombros y espalda y cuando pasé a la zona lumbar, ella se desabrochó el sujetador con sus manos y  sin soltarlo, las deslizó hasta el lateral de sus senos para evitar mostrarlos. Con toda la espalda libre, la aplicación del bronceador la convertí en un tierno masaje que seguramente le debía gustar porque no lo rechazaba y se estaba prolongando mucho más de lo que una aplicación de crema dura normalmente. En éstas, soltó sus manos que hacían de sostén de sus senos, dejando al aire los blancos laterales de sus voluminosas tetas y las llevó hasta el elástico de la braga del bikini para bajarla cuatro o cinco dedos con la evidente intención de facilitarme la tarea con el bronceador. Ver aquella franja blanca respecto al resto de su piel, a ambos lados del inicio de la raja, ahora a la vista, que separaba las dos partes de aquel precioso y subyugante culo que semejante atracción ejercía sobre mí, más la vista de los senos desparramados hacia los lados, más el pantaloncito que ella me había dejado y que hacía contacto con mi pene erecto, más el calor que irradiaba su piel bañada por el sol que yo sentía en mis manos, más su actitud que parecía de complacencia, me estaba poniendo a cien. Sólo faltó la indicación que me hizo para que la aplicación se extendiera a sus piernas, yo no me lo podía creer, me coloqué de rodillas a horcajadas sobre una de sus piernas que ahora yo estaba tocando, primero la una y luego la otra, sólo por la parte de atrás, llegaba hasta los tobillos por disimular, me entretenía en sus muslos y poco a poco me iba hacia los lados, primero los exteriores y al final las partes internas, comenzando por las rodillas para ir subiendo poco a poco hasta rozar su braga en la parte más íntima, ella no decía nada así que me atreví a subir un poco las perneras apareciendo sendas franjas blancas que yo untaba con crema, moviendo aquellos estupendos mofletes que se ocultaban bajo aquella prenda que con ganas le hubiera arrancado de un tirón.

  Yo estaba en la gloria, notaba que iba a reventar, aquella nueva sensación era mucho más excitante que cuando en los guateques bailaba con Mari la flaca o con Lola la tetona a las que me podía apretar y así lo hacía hasta que, inexorablemente, me corría encima. Esto era mejor y no me había corrido aún, pero ese pensamiento que pasó tan fugaz por mi mente debió ser posiblemente el desencadenante e inevitablemente, agarrado a la pierna sobre la que estaba, me corrí como el adolescente que era. Un hilillo de esperma  brotando del pantaloncito de licra se escurrió hasta su pierna depositándose en su corva, no sé si lo notó entonces, pero cuando me apresté a recogerlo con mi mano para limpiármela seguidamente en mi pantaloncito a la vez que con un rápido movimiento evitaba que se me  escurriera más semen, estoy casi seguro de que tomó conciencia de lo que había provocado. Permanecía con los ojos cerrados, inamovible y con su eterna sonrisa, yo, por mi parte, todavía no tenía definitivamente resuelto mi dilema, parecía que fuera una mujer caliente con ganas de mucha marcha pero también podía ser que fuera una mujer de lo más normal de un país en el que sus ciudadanos eran más liberales y menos reprimidos que lo que éramos nosotros, de eso me había dado cuenta aquel verano en una visita que hicimos con mis padres a unos familiares que teníamos asentados en el sur de Francia desde la guerra civil; mis primos franceses se saludaban con sus amigos de diferente sexo indefectiblemente con un beso en los labios, algo que me llamó la atención porque eso era impensable en la España de entonces y por eso estaba cauteloso y no me atrevía a lanzarme definitivamente.

  A donde sí me lancé fue al agua para limpiarme bien, me aseguré de que no miraba y me saqué el pantaloncito que limpié todo lo bien que pude y tras ponérmelo me dispuse a salir subiendo por la escalerilla, entonces vi que estaba sentada hacia el maíz de espaldas a mí, con las piernas abiertas y apoyada en los brazos estirados por detrás de su cuerpo, las palmas de sus manos en la hierba y su pecho desnudo llenándose de aquel sol de septiembre. Si me acercaba podría verle completamente las tetas, pero si no las quería enseñar se las taparía con la prenda que permanecía a su lado, así que decidido a vérselas me fui nadando contra corriente unos metros para salir del agua por en medio de la maleza que se unía al campo de maíz y donde aprecié algunas especies en floración. Entre dos líneas del maíz me acerqué a donde ella estaba y cuando calculé que estaba a su altura, con mucho sigilo me fui acercando agachado hasta que obtuve una aceptable visión a unos 5 ó 6 m de ella. Me di cuenta de que tenía los ojos cerrados por estar con su cara totalmente al sol, muy de vez en cuando los abría para mirar a un lado y otro, pero no lo hacía hacia el frente que era donde yo me encontraba, así que me atreví a acercarme un poco más con lo que obtuve una más que buena visión. Lo que ahora veía era increíble, un par de tetas blancas bastante grandes pero firmes con unos pezones rodeados por unas aureolas grandes y oscuras y lo que no esperaba encontrarme, tenía las rodillas elevadas y para que le diera el sol en la zona púbica, se había recogido la parte delantera de su braga haciendo como un cordón que  se le metía por la raja del coño y permitía enseñar el bajo abdomen con el pelo negro ensortijado sobre una piel blanquísima y los sonrosados labios de aquel primer coño que yo veía en mi vida, lo mismo que aquellas hermosas tetas. A pesar de los picores que tenía por todo el cuerpo causados por el roce de la piel con las hojas de maíz y de mi posición de rodillas en el suelo y agachado, la erección volvió a ser instantánea y esta vez no me correría inconscientemente, lo iba a hacer con todos los conocimientos y con todo el deseo de hacerlo, metí la mano por dentro del pantaloncito para agarrar mi miembro enhiesto y sacarlo de su prisión. Yo, que era de un par de pajas a la semana, sabía que no tendría que menearla mucho para terminar, por eso, me frenaba de hacerlo para seguir disfrutando de lo que veía. Cuando llevaba unos cinco minutos ya no pudiendo aguantar más le di media docena de meneos rápidos e irguiendo el cuerpo me corrí por segunda vez en 15 minutos con chorros de semen que caían delante de mis rodillas regando una planta de maíz. Estuve un rato más observándola y tras ello tuve que planificar mi retirada, me subí el pantaloncito y tal como había llegado hasta allí me retiré, saliendo a la maleza por donde había entrado, pero ahora no me metería en el agua.

  Había varios lilos que en esa época están todavía con algo de flor, recogí las mejores y corté unas pequeñas flores acampanadas de color rosa fuerte y otras diminutas de color amarillo formando un digno ramo de color variado, con él en la mano me acerqué directamente a ella saliendo al claro por dónde evidentemente no me esperaba. Cuando notó mi presencia, instintivamente tapó sus senos con la prenda superior del bikini y cerró las piernas a la vez que echaba su cuerpo hacia adelante pero no lo hizo tan pronto como para no ser consciente de que la había visto aunque lateralmente. Me pidió que le abrochara el sujetador y mientras yo le atendía ese deseo, noté que se componía la braga, se levantó y cuando vio mi mano extendida ofreciéndole el ramo, lo tomó y sin parar de sonreír y demostrando sincero agradecimiento, me estampó un beso en los labios que yo intenté aprovechar para hacerlo más largo de lo que ella en principio quería hacerlo, lo conseguí a medias y tras un leve titubeo, el beso se tornó en morreo, nuestros cuerpos se acercaron hasta apretarse el uno al otro sin dejar de jugar con las lenguas enredadas en lucha por llegar a cual más lejos dentro de la boca del otro.

  Aquella mujer no era tonta y apretándose a mi cuerpo echó a faltar la erección del pene de un adolescente que en esa situación no puede faltar pero ahora, por alguna razón, lo hacía. Entonces debió adivinar lo que había pasado porque separándose de mí, me miró interrogante y con la mano medio cerrada me hizo el gesto inconfundible de la masturbación, a lo que yo, ya desinhibido después del morreo, contesté con una pícara sonrisa que confirmaba su sospecha. Por un instante aún pensé que lo podía tomar mal y convertirse todo aquello en un desastre sin solución, me tendría que ir andando, avergonzado y escamado y lo peor, privado de abrazar aquel cuerpo sin ropa, tan caliente y tan suave, que unos segundos antes parecía que se me iba a entregar. Afortunadamente, su sonrisa y otro beso en los labios que estampó cogiéndome la cabeza con sus manos, me elevó a la gloria en el convencimiento de que lejos de enfadarse, lo comprendía y hasta seguramente le había gustado ser el objeto de la paja recién hecha que me privaba de otra erección. Pero la nueva situación, que a mi entender era la de que podía intentar e incluso lograr hacer algo con aquella mujer, con la seguridad casi absoluta de no ser rechazado y las sensaciones percibidas más el pensamiento de las nuevas que podría percibir, hicieron que me acercara a ella con seguridad y aplomo reclamando otro beso que no dudó en dar y ahora con su complicidad añadida, ayudándome a excitarme, me llevó mis manos a sus tetas que yo tocaba con locura primero por encima del sujetador pero pronto por debajo, se lo desabrochó con pericia y cuando aparecieron aquellos senos a la vista, me abalancé sobre ellos para chuparlos con fruición, la agarraba del culo, le metía las manos por dentro de la braga y cuando ella sintió mi ya otra vez erecta poya sobre su vientre, deslizó una mano por mi vientre hasta llegar a ella y agarrándola fuertemente la sacó de su prisión para comenzar a menearla en una paja que yo no me atrevía a negarle hacérmela.

  Cuando me vi con mi pija en su mano fue cuando me atreví a meterle la mano por delante de su braga para llegar al objeto de mis deseos, ella me ayudaba abriendo ligeramente las piernas y yo tocaba aquel sexo sin saber muy bien lo que debía hacer, enseguida se percató de mi inexperiencia y con la mano libre me conducía la mía en un masaje de arriba abajo y atención especial en un punto determinado. Poco a poco iba flexionando las piernas hasta quedar en cuclillas, lo que me obligaba a mí a estar agachado, el gusto que sentía debía ser soberbio porque abandonó mi pene y con sus dos manos sobre la mía comenzó a gemir hasta que unos espasmos repetidos e intensos que yo notaba en mi mano hicieron que su cuerpo se desplomara en el suelo y yo con ella siguiéndola sin soltar su coño pero asustado de verla en aquel estado, ya no la masajeaba y sólo le preguntaba por su salud, no tenía ni idea de lo que le pasaba y estaba sinceramente preocupado, saqué la mano de aquel sitio que tanto me gustaba y la cogí de los hombros para volver a preguntarle una y otra vez si estaba bien con el silencio por respuesta hasta que un rato después, por fin, me contestó con una sonrisa y me dijo que la había hecho muy feliz, entonces me quedé tranquilo y comprendí que algo muy bueno le había pasado y que yo tenía algo que ver en ello, pero hasta entonces nadie me había hablado, en aquella sociedad machista, del placer femenino. Acto seguido, viéndome todavía sinceramente preocupado, me atrajo hacia sí y susurrando en francés unas palabras que yo no entendía, se quitó la braga y bajándome el pantaloncito hasta encima de las rodillas, me cogió el pene y se lo acercó a la entrada de su cueva; entendí que me permitía, más bien era ella quien lo quería, metérsela. Yo, que todavía estaba en una mezcla de pavor, curiosidad, respeto y osadía, sabía que se podía quedar embarazada y por eso le hice saber mis reticencias a meterla sin condón, pero me tranquilizó con su eterna sonrisa y unas palabras pronunciadas al oído.

  Hacia unas pocas semanas que yo había descapullado, lo primero que pensé fue que tenía mucha suerte de haber pasado por esa experiencia, que ocurrió de casualidad mientras estaba orinando, sin darme cuenta estiraba el pellejo hacia atrás y de golpe y sin esperarlo y con una sensación dolorosa de lo más desagradable, ocurrió el evento y apareció un capullo grasoso y tan sensible que tardé varios días en limpiarlo definitivamente a base de mucho jabón y delicadeza. A partir de entonces, con gran frecuencia, me echaba el pellejo para atrás y hasta conseguí pajearme unos días después con la piel adelante y atrás. Ahora estaba a punto de probar algo inimaginable unos meses antes y con la disposición que demostraba aquella mujer, me llené de lujuria y decisión y me dejé hacer, pues ella, con su mano empuñando mi polla ansiosa de placer, la había colocado entre aquel bosque de pelo negro y frotando la punta a lo largo de toda la raja estaba consiguiendo una perfecta lubricación que favoreció la tan deseada penetración con un leve empujón por mi parte. La sensación que yo sentí aquella primera vez que mi pene, primero la punta pero enseguida por completo, era engullido por aquella carne, tan tierna, tan cálida, tan sensual y tan envolvente, fue tal que, a pesar de haberme corrido dos veces en los minutos anteriores, noté que si no lo remediaba de algún modo iba a hacerlo otra vez. No se me ocurrió otra cosa que sacarla, pero era tan grande el deseo que un segundo más tarde se la volvía a meter a la vez que besaba sus sensuales labios y aquello me causaba todavía más placer, ella a su vez me animaba con su mirada y su beso prolongado, intenté sacarla otra vez pero antes de hacerlo estaba metiéndola más profundamente, repetí el movimiento varias veces hasta que saturado de placer reventé en una explosión de gusto que salió por la punta del pene en forma de esperma derramado en el interior de aquel cuerpo poseedor de aquella cara con aquellos ojos que me miraban condescendientes y aquella boca, ya liberada de la mía, expresando su sonrisa y murmurando unas bellas palabras en francés que yo no lograba entender ni lo intentaba.

  Tras correrme, permanecí unos instantes quieto con mi polla clavada hasta dentro como si quisiera desprenderme  de ella y dejarla allí para siempre, junto con mi semen. Fue ella la que, viendo que habíamos acabado, al menos yo, me empujó para que saliera de encima, me quedé tumbado  boca arriba en la hierba, que al contacto con mi piel me comenzó a provocar picores, y volví a darle, esta vez por fin, el más tierno de los besos que pudiera darle nadie; me había enamorado de ella, yo, un adolescente al fin y al cabo, me había enamorado de la mujer con la que había echado mi primer polvo.

  Después vino el baño compartido en el rio, juegos, risas, caricias, besos y actitudes por mi parte de un perfecto amante enamorado, tanto que le ofrecí llevarla a mi casa, presentarle a mis padres, comeríamos allí y después yo me iría con ella a donde ella quisiera, buscaría un trabajo (entonces era fácil) y le entregaría mi vida entera. Tuvo que sacarme de mi sueño, dejándome un regusto algo amargo, explicándome lo que yo, en mi inexperiencia rayando la más completa ignorancia, nunca hubiera acertado a imaginar. Me dijo que a ella le gustaba mucho el sexo con hombres, que lo hacía por placer, sobre todo estando de vacaciones, pero que había hecho de esa afición también su profesión, que si alguna vez caía por Pau podría, como cualquiera, estar con ella por los 100 francos nuevos que les cobraba a sus clientes, que yo le había caído muy bien cuando me vio tan tímido y reprimido y que le había llegado al corazón al regalarle las flores y que las conservaría unos días como recuerdo de mí.

  Cuando me vestía, ya vuelto a la realidad, iba a devolverle el dichoso pantaloncito pero entonces pensé que si por olvido no me lo pedía, me lo quedaría como recuerdo y prueba ante mis amigos, así que aunque todavía algo húmedo, me lo eché al bolsillo. Proseguimos el viaje hasta que pasamos por la ciudad donde yo vivía, amablemente la invité a un vermut, que tomamos en la terraza de un bar que yo frecuentaba bajo la atenta y envidiosa mirada de más de uno y nos despedimos con un ligero beso en los labios al estilo francés. Al despedirse me hizo ruborizar cuando me hizo la observación de que el vermut por el pantaloncito, pero con su sonrisa de complicidad me transmitió un sentimiento de afecto y amistad que es el que me quedó arraigado y ha perdurado durante décadas hasta hoy.

  Al llegar a mi casa, lo primero que hice fue esconder la prenda adorada detrás de los libros de la última estantería de la librería que tenía en mi habitación. Como estábamos en fiestas, aquella noche cené en casa sólo, al terminar de cenar y antes de salir para reunirme con los amigos, hice una visita a la prenda, sólo tenerla en mis manos ya me provocaba una erección, me desnudé y me puse aquel pantaloncito que tan buenos y tan recientes recuerdos me traía, por encima de la tela me tocaba delante del espejo y en menos de un minuto me estaba corriendo, veía cómo se mojaba la parte delantera y al instante me limpiaba con la misma prenda. Al volver a casa aquella noche alrededor de la una, en la soledad de mi habitación, repetí la escena pensando en aquella mujer que no podía sacar de mi cabeza, y a la mañana siguiente y a la tarde y al siguiente día y a la siguiente semana y al siguiente mes y año tras año, aquella prenda fue compañera y objeto de mis pajas durante mucho tiempo, recuerdo, durante la mili disfrutando algún permiso en casa, haberme masturbado con aquel fetiche. Después ya no sé qué pasó con él, pero confieso que alguna vez me habría gustado volverlo a tener en mis manos.

Mas de tatitatiana

1968 mis experiencias,especialmente las lésbicas

Historia de una conocida política actual (XII)

Historia de una conocida política actual (XI)

Historia de una conocida política actual (X)

Historia de una conocida política actual (IX)

Historia de una conocida política actual (VIII)

Historia de una conocida política actual (VII)

Historia de una conocida política actual (VI)

Historia de una conocida política actual (V)

Historia de una conocida política actual (IV)

Historia de una conocida política actual (III)

Historia de una conocida política actual (II)

Historia de una conocida política actual (I)

Sexo furtivo en el campo

VERANO EN CAMPO, PLAYA Y MONTAÑA 15 (Epílogo)

VERANO EN CAMPO, PLAYA Y MONTAÑA 14(Las hermanas)

VERANO EN CAMPO, PLAYA Y MONTAÑA 13 (Susana)

VERANO EN CAMPO, PLAYA Y MONTAÑA 12 (Orgía)

VERANO EN CAMPO, PLAYA Y MONTAÑA 11 (Javier)

VERANO EN CAMPO, PLAYA Y MONTAÑA 10 (Dani y Sofía)

La vieja casa (V)

La vieja casa (IV)

La vieja casa (II y III)

VERANO EN CAMPO, PLAYA Y MONTAÑA 9 (Ana y Reyes)

La vieja casa (I)

El hermano de mi amigo

VERANO EN CAMPO, PLAYA Y MONTAÑA 8 (Pablo y Sebas)

VERANO EN CAMPO, PLAYA Y MONTAÑA 7 (La Beba)

VERANO EN CAMPO, PLAYA Y MONTAÑA 6 (Rosi)

VERANO EN CAMPO, PLAYA Y MONTAÑA 5 (Lola)

VERANO EN CAMPO, PLAYA Y MONTAÑA 4 (Tres amigos)

VERANO EN CAMPO, PLAYA Y MONTAÑA 3 (La pareja)

VERANO EN CAMPO, PLAYA Y MONTAÑA 2 (Elisa)

Avance voyeur

Avance de un sueño

Avance anal

Verano en campo, playa y montaña 1 (Julio)

Avance bisex

Avance gay

Avance lésbico

Avance orgías

Avance fraterno

Avance masturbaciones

Avance amor

Avance hetero

Avance infidelidad

Avance trio

Avance con madura

Avance oral

Dos principiantes maduros (2ª parte)

Dos principiantes maduros