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Historia de una conocida política actual (V)

en Grandes Relatos

  Cuando se despertaron era ya casi la hora de comer, Tati se quería despedir para llegar a comer a su casa a buena hora.

  -Tienes que acabar de ver la vivienda, no habíamos acabado de verla.-

  -Bien, pero deprisa que se ha hecho muy tarde.-

  -Oye Tati: ¿Vendrás otro día?-

  -Pues claro, cuando quieras.-

  Mientras hablaban salieron a la terraza, era enorme, estaba rodeada por una tupida red de seto artificial que evitaba las miradas indiscretas. A Tati le llamó la atención un espacio en una zona todavía más reservada, ocupada por un jacuzzi cubierto por una estructura de metacrilato que se podía cerrar o abrir a voluntad.

  -¿Lo utilizas habitualmente?-

  -No mucho, la verdad, pero si quieres utilizarlo ahora, me pongo a llenarlo.-

  -Se me hará muy tarde.-

  -¿Puedes llamar a tu casa y decirles que no vas a comer? Yo tengo comida aquí para las dos.-

  Las miradas que se cruzaron y un ligero apretón en la mano que sintió Tati, provocado por la mano de quien le estaba proponiendo claramente una nueva experiencia, hizo decidirse a Tati por coger el teléfono para avisar a sus padres de que estaba con unos compañeros del trabajo y se iba a comer con ellos.

  Como hacía calor, el jacuzzi quedó sin cubrir cuando las dos se metieron dentro. El agua estaba deliciosa y otra vez la excitación de las mujeres crecía por momentos. No tardaron a enredarse en besos y abrazos, acompañados de caricias a lo largo y ancho de sus cuerpos que se hacían más placenteras con el burbujeo del agua y los diversos chorros que impelían el agua contra sus cuerpos. Lucía graduó uno de ellos de forma que se podía poner el coño sobre él con el consiguiente placer que producía. Una tras otra probaron aquella delicia tan nueva para Tati.

  Cuando acabaron el baño, tras una orgía de mutuas caricias, besos, masajes y lengüetadas, cada una de ellas se había corrido dos veces. Sin salir de la bañera, dejaron sus cuerpos relajarse hasta olvidarse de ellos, de la hora, de comer y del mundo. La ausencia de la comida que reclamaban sus estómagos acostumbrados a comer todos los días a una misma hora, alertó a las amantes de lo avanzado de la hora; tuvieron que salir del agua para rebuscar algo que comer en la cocina.

  Tati usaba la suave bata de seda de Lucía, ésta se había puesto otra bata menos sugestiva pero de las que se vendían también en la tienda; Tati la reconoció enseguida. Salieron a comer al velador de la terraza; allí bajo un toldo que les protegía del sol, hicieron planes para aquella tarde que pasaban por más sexo y lujuria sin salir de la vivienda. También acordaron verse otra vez el miércoles siguiente por la tarde; ese día Tati tenía libre y Lucía podía cogerse la tarde. Quedaron para una hora determinada y Lucía recogería a Tati con su coche para ir a pasar la tarde visitando un pueblo y su comarca que estaba a unos 100 Km., después Lucía invitaría a cenar en un magnífico restaurante que conocía, y si lo deseaban, podrían pasar la noche juntas en el piso de Lucía. A esto, Tati respondió explicando que aunque tarde, quería llegar a dormir a casa de sus padres.

  Tal y como tenían previsto, aquella tarde fue de locura. El sexo sin límites, la lujuria desenfrenada, los repetidos orgasmos y el amor de locura, fueron la constante de las horas que siguieron a la comida hasta la hora en que tuvo que marchar Tati. Aun a riesgo de ser vistas juntas, Lucía insistió en acompañarla con su coche; lo tenía encerrado en el garaje y ni siquiera tenían que salir al exterior para cogerlo; esto también representaba una ventaja a la hora de llegar en el coche juntas a aquella vivienda y Tati ya estaba tan ilusionada como su jefa en el próximo encuentro que habían proyectado. Dejando a un lado el puro placer que sentía en aquella relación, pensó que para sus íntimos planes de futuro, estaba dando un gran paso pues Lucía podía ser una persona que sencillamente, estaba en una de las mejores posiciones posibles para ayudarla a medrar como ella en secreto anhelaba.

  El miércoles siguiente, tal y como habían planeado, hicieron la excursión. Cuando paseaban juntas por la orilla del rio que visitaron entre otras cosas aquella tarde, parecían dos buenas amigas o madre e hija cogidas de la mano. Lucía estaba enamorada de Tati y ésta se dejaba querer, primeramente por interés, pero estaba dejándose llevar por una sincera simpatía, rayana en amor, por su jefa, madrina, amiga y amante. Esta relación favorecía sus intereses a medio y largo plazo. Incluso a corto plazo, resolvía la necesidad de sexo que desde pequeña había sentido ella, Lucía era una pareja sensacional en ese sentido.

  Después de un buen revolcón en el piso de Lucía, ésta acompañó a casa a Tati, llegó a las dos, ya todos dormían, entró en su habitación sin encender la luz, con el resplandor de la luz del pasillo. Aquel humilde piso, después de estar en el de Lucía, casi le deprimía; pero esa habitación era su reducto, su refugio íntimo, allí se sentía a la perfección; su cama era la suya, y eso le llenaba de satisfacción aunque tuviera que compartir la habitación con su hermano de 13 años.

  Al entrar en la habitación y pasar silenciosa por delante de la cama de su hermano, notó algo extraño, algo cambiado. Reparó en lo que era, su hermano estaba echado en una posición entre ladeado del lado derecho y boca arriba, la pierna derecha estirada y la izquierda flexionada, los brazos fuera de la sábana y la cabeza girada hacia la puerta. No veía a su hermano en esa posición hacía meses. Últimamente, cuando entraba a la habitación, siempre estaba su hermano en la misma posición: Echado del lado derecho, los brazos dentro de la ropa de cama aunque hiciera calor como los últimos días, dando la espalda a la puerta de forma que la cabeza le quedaba hacia la cama de Tati. Una idea le vino inmediatamente a la mente, las dudas que planteaba aquella idea le iban a atormentar desde aquel momento.

  Siempre, desde hacía años, al entrar a dormir Tati, Carlos ya se hallaba en la cama; rara vez sucedía al revés. Cuando Tati se desnudaba para ponerse el camisón o el pijama y veía que su hermano estaba vuelto hacia ella, era como una rutina la pregunta a Carlos:

  -¿Estás dormido?-

  También era rutinario no obtener contestación. Entonces Tati se desnudaba con libertad y se metía en la cama, apagaba la luz de su mesilla y la mayor parte de las noches se ponía a jugar con su sexo de la manera que había aprendido con Sara. Si el otro le decía que no dormía, ya sabía que tenía que darse la vuelta o cerrar los ojos fuertemente de forma que Tati pudiera verlos bien cerrados para comenzar a desvestirse. Normalmente, entonces se refrenaba en sus deseos de masturbarse.

  La posición que tenía aquella noche su hermano, casualmente la única noche que ella no estaba en casa y por tanto su hermano no podía esperar que entrara antes de dormirse, le hacía pensar que la posición que últimamente tenía todas las noches Carlos, fuera totalmente premeditada. Si así lo era, solo podía serlo por un motivo: Esperaba a su hermana verla desnudarse haciéndose el dormido.

  Entonces se dio cuenta de que su querido, su protegido, su mimado, su tierno hermano pequeño tenía ya 13 años. Ella les había hecho pajas a chicos que tenían la misma edad, era natural que su hermano, su querido hermanito, también se las hiciera. Por eso debía estar siempre con los brazos bajo la ropa.

  Se sintió mal, traicionada, humillada, rabiosa. Se acordó del día aquel en que ella abusó de su hermano dormido; pero aquello le había causado mucho remordimiento a ella, en cambio, si era cierto lo que ella ahora sospechaba, su hermano era un cerdo asqueroso capaz de excitarse una noche tras otra con su hermana. ¡Es que era su hermana! Solo le salvaba que no dejaba de ser un crío de 13 años. Decidió que a la noche siguiente saldría de dudas y si la duda se resolvía de la forma que sospechaba, iba a cortarlo severamente.

  Una vez echada, sin parar de darle vueltas, todavía veía a su hermano como el niño pequeño de la casa. No podía imaginárselo haciéndose una paja, quizá solo la mirase pero ni siquiera se excitara; probablemente lo hacía solo por curiosidad. Se preguntaba si a su hermano se le podía poner derecha viendo su cuerpo, seguramente ni siquiera se le ponía nunca derecha. ¿O sí? Probablemente sí. Creía haber visto un bulto sospechoso bajo la sábana cuando entró a la habitación, iba a salir de dudas inmediatamente.

  Se levantó sigilosamente tras encender la luz de la mesilla, y avanzó hasta la cama de su hermano. Éste permanecía en la misma posición y al observarlo descubrió el bulto. Efectivamente se notaba bajo la sábana en el lugar oportuno. Tiró de ella suavemente hasta dejarla a la altura de las rodillas de Carlos; éste llevaba puesto un pantalón de pijama de fina tela y muy amplio. Se notaba perfectamente la erección que tenía el muchacho, además le empujaba el pantalón hacia arriba de forma que una pernera quedaba hueca y por ella pudo observar Tati el considerable tamaño de los genitales de su hermano. Con sumo cuidado estiró del pantalón hasta lograr tener una vista perfecta del pene erecto. Ya no le cabía duda de que su querido Carlos con aquellos atributos tenía que hacerse pajas.

  Recordó el día en que un mal momento la llevó a realizar un acto que después le causó tantos remordimientos. Le volvió a pasar otra vez por la cabeza el repetirlo ahora, años después; fue simplemente una fugaz idea que de plano la rechazó. Volvió a taparlo y nerviosa, se fue a la cama.

  Allí ya no se sacaría de su cabeza la imagen que acababa de ver. Hacía mucho tiempo que no veía un pene de verdad y esa visión le estaba haciendo revivir pasadas experiencias. Sin darse cuenta, se estaba excitando y desvelando en lugar de tranquilizarse y dormir. Al final terminó tocándose hasta alcanzar un orgasmo, después pudo dormir tranquila.

  A la noche siguiente, cuando Carlos se fue a la cama, Tati comenzó a vigilar. A los pocos minutos, fue al cuarto de baño con la luz del pasillo apagada y pudo observar por debajo de la puerta de su habitación un hilo de luz que delataba perfectamente que todavía Carlos permanecía con la luz encendida. Quince minutos más tarde, cuando aún faltaban otros tantos para cumplirse la hora habitual de retirarse Tati a dormir, volvió a hacer la misma comprobación; el resultado seguía siendo el mismo. A los cinco minutos volvió a repetirlo con el mismo resultado, pero entonces ya se quedó en el cuarto de baño y cada poco rato apagaba la luz y permanecía esperando otro rato con la mirada fija en el hilo de luz. De repente, se apagó, entonces Tati miró su reloj y esperó tres minutos a salir para despedirse de sus padres y de los gemelos, y entró a la habitación de la forma habitual, la luz del pasillo encendida hasta encender ella la de su mesilla, después apagar la del pasillo y cerrar la puerta, pasar por delante de la cama de Carlos (esa noche estaba echado como todas las noches) y al llegar al borde de su cama la consabida y rutinaria pregunta:

  -¿Estás dormido?-

  El hipócrita silencio por respuesta; miró su reloj y comprobó que desde que su hermano había apagado la luz, habían transcurrido solo cuatro minutos y unos segundos. Ya sabía que se quería hacer el dormido, ahora venía la actuación.

  Se desvistió como cualquier otra noche, y se puso un pijama de pantalón corto y amplio. Después se sentó en la cama y levantó un pie para apoyarlo en la cama, se hizo a un lado la pernera haciendo como que miraba con detenimiento algo en la entrepierna y así dejó que su hermano pudiera ver una imagen que probablemente no había visto nunca. No contenta con eso, se fue a buscar un pequeño espejo al cuarto de baño y otra vez en la misma posición, hacía como que lo miraba con ayuda del espejo. Todavía más: Se despojó del pantalón y colocó el espejo otra vez por los bajos disimulando una falsa búsqueda.

  Hizo como si ya hubiera encontrado lo que buscaba y dejó el espejo colgando de una mano como si ya no mirara nada en él; pero disimuladamente lo dirigió a la entrepierna de su hermano y así pudo ver claramente como un leve y acompasado movimiento se producía en aquella zona. Su hermano se estaba masturbando mirándola.

  Al mover el espejo disimuladamente y pasar su campo de visión por la cara de Carlos, vio por un instante, pero claramente, unos ojos abiertos como platos. Ya era suficiente.

  Dejó el espejo en la mesilla y siguió con la representación. Ahora se puso a mirar algo directamente en su vulva; separó los labios vaginales por un momento y otra vez buscaba inexistentes causas de una molestia inventada; una y otra vez volvía a separar los labios, los cogía entre sus dedos, estiraba la piel por un lado u otro… y con el rabillo del ojo miraba la entrepierna de su hermano. Después de un crecimiento de la intensidad del movimiento que descubrió con el espejo, el movimiento cesó de repente, ahora debía ser cuando Carlos se corría. Ese momento estaba esperando Tati.

  Levantó instantáneamente la mirada hacia los ojos de su hermano y le pilló con los ojos mirando ensimismado la entrepierna de ella. Al momento los cerró pero sabiendo que su hermana la había pillado.

  -No cierres los ojos ahora Carlos, es antes cuando los tenías que haber cerrado.-

  Quería hacerle sentir culpable a su hermano olvidando que ella se había mostrado de una forma no muy moral que se diga.

  -Sé que estás despierto, te he visto, y tú lo sabes.-

  Carlos no contestaba, seguía con los ojos cerrados y ahora sí que los mantenía cerrados; quizá no quería ver la realidad y cerrarlos era consecuencia de eso.

  Aprovechando que ahora seguro que no la veía, Tati se acercó a la cama de su hermano y de un tirón de la sábana dejó a su hermano totalmente expuesto a la mirada inquisidora de la hermana. Aún tenía su pene agarrado con una mano mientras en la otra portaba un amasijo de papel higiénico empapado del semen que todavía goteaba por la punta del erecto pene. Aunque trató de tapar tales evidencias y se dio la vuelta sobre sí mismo para darle la espalda a su hermana, no pudo evitar la vergüenza que le sobrevino. Solo le faltó al pobre oír lo que su hermana, en voz baja para no ser oída fuera de la habitación pero firmemente, le reprochaba:

  -Te la has meneado viendo a tu propia hermana. Deberías morirte de vergüenza como me muero yo de lo que has hecho. Me has revolcado por los suelos, es imperdonable.-

  Esperaba Tati alguna respuesta por parte de su hermano pero lo único que oyó fueron unos sollozos apagados. Carlos, con sus trece años de edad, no supo salir de aquella situación más que echándose a llorar escondiendo la cabeza en la almohada. Entonces se dio cuenta Tati de que a lo mejor había sido muy dura con él. El pobre se vio sorprendido y eso ya es duro de por sí; y ella encima le había dedicado palabras todavía más duras. Un remordimiento interior llevó a Tati de tratar de consolar a su querido hermano.

  Se arrodilló en la cama de su hermano tras él para poder colocarle las manos sobre su hombro. Al tratar de darle la vuelta hacia ella, los sollozos se convirtieron en amargo llanto que a Tati le llegó al alma; tanto que ya estaba arrepentida de todo lo que ella había provocado esa noche. Pero ya no había remedio, solo podía intentar paliar el sufrimiento sincero de Carlos.

  Por eso lo abrazó de forma tan natural, estirando el cuerpo echada tras el cuerpo de su hermano y apretándolo con su mano derecha hacia sí, mientras con la izquierda le acariciaba la cabeza.

  La pena de Carlos era la de Tati, por eso al momento Tati estaba llorando tan desconsolada como su hermano. Cuando Tati intentó otra vez que su hermano volviera la cabeza, éste lo hizo a la vez que su cuerpo entero para fundirse en un abrazo entre los dos hermanos de amor fraternal sincero y puro. Lloraban juntos y sin consuelo, las cabezas pegadas, la de Carlos debajo de la de Tati y una pierna de Tati sobre las de Carlos.

  Poco a poco se fueron acallando los sollozos pero las lágrimas seguían fluyendo de los cuatro ojos. Tati comenzó a besar a su hermano en las mejillas a la vez que con sus labios secaba las lágrimas que las inundaban. Carlos devolvió el detalle actuando de igual manera en las mejillas de su hermana.

  Todo transcurría muy idílico entre dos hermanos que se quieren como lo que son, con un amor fraterno, puro y sincero que se consuelan ante una situación dolorosa. Solo cuando Tati notó algo que se endurecía por momentos contra la piel de su vientre, reaccionó. Al mismo tiempo, Carlos, avergonzado por la erección que le llegaba sin poder evitarla, echó su cuerpo atrás para que su hermana no la notara; por nada del mundo quería molestar en aquel momento y de ningún modo a su querida hermana.

  Pero Tati entendía de debilidades humanas; comprendía que su hermano sufriera una erección involuntaria si se tenía en cuenta la situación: Los cuerpos calientes de dos jóvenes en contacto total; al poner ella la pierna sobre las de su hermano, él sentía sus piernas rodeadas de la suavidad de la piel desnuda de unas piernas de mujer; también tenía que sentir los pechos de ella en el suyo, sus brazos rodeándolo, sus propias manos sobre la suave piel femenina y los sensuales labios de Tati besándole cerca de la boca, de la misma manera que hacia él.

  Una forma de solidarizarse con quien sufre una penuria siempre ha sido sufrir esa misma penuria. Por esa razón, Tati vio una forma de desagraviar a su hermano rebajándose a su mismo nivel. Él había hecho algo inconfesable y ella ahora, también podía hacer algo parecido para estar ambos al mismo nivel. Para conseguirlo, buscó con su mano el pene erecto de su hermano, y éste, cuando se dio cuenta de que se lo agarraba, retiró sorprendido la cara de la de Tati de forma que sus narices quedaron enfrentadas a dos dedos de distancia.

  Tati comenzó a practicarle un vaivén inesperado por parte del receptor que al sentir eso más ver los labios de la chica tan cerca de los suyos, no pudo reprimir un deseo incontenible de besar una lágrima que a su hermana se le había escurrido hasta la comisura de sus labios. Cuando ella notó los labios de su hermano junto a los suyos, solo tuvo que girar mínimamente la cabeza para juntar sus labios con los de su hermano en un dulce beso que al momento había tornado en un apasionado, morboso y lujurioso morreo. Mientras, Tati iba aumentando el ritmo del meneo que le estaba practicando a Carlos; la experiencia de ya hacía unos años le servía para hacérselo perfectamente. Pensó en cambiar la posición y dejar de pajearlo para ponerse a chupársela; ganas no le faltaban, pero notó a su hermano tan pleno de satisfacción que no quiso romper la magia de aquel momento y Carlos se giró un poco hacia arriba, obligado por su hermana, para que ésta tuviera más libertad de movimiento y momentos después, se corrió sin reparar en el rastro que podía dejar en su pijama.

  La mano de Tati quedó embadurnada de semen, eso le hizo recordar épocas pasadas y ya casi olvidadas pero no por eso menos placenteras. Había terminado una acción que en tiempos le gustaba hacer sobremanera y que ahora sentía que le seguía gustando, aunque fuera con su hermano, es más, posiblemente le había gustado más. Carlos además seguro que no iría contando por ahí este episodio, al revés que los chicos a los que ella hacía años les había procurado momentos parecidos de placer. Ahora sabía que tenía que limpiarse y por eso se levantó a buscar las bragas que se había quitado para utilizarlas como limpiamanos.

  Después de limpiarse, se las dio a su hermano para que se limpiara él con la prenda y se la devolviera después. Sin mediar más palabras, Tati se metió en su cama y apagó la luz. No hubo ni un “buenas noches” por parte de ninguno de los dos.

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