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Historia de una conocida política actual (X)

en Grandes Relatos

  A partir de la ruptura con Toni, la relación entre Tati y Lucía cogió más estabilidad. Las dos sabían qué podían esperar una de otra y por eso funcionaba tan bien. Lucía había renunciado a arrastrarse consigo a Tati a iniciar una vida sentimental nueva lejos de allí; y por parte de Tati, sabía que podía contar plenamente con su amiga y a cambio ella se entregaba todo lo que podía. Ambas eran conscientes de la orientación sexual que Tati había descubierto hacía tiempo y seguiría manteniendo durante toda su vida.

  Por eso, Tati ya le había expresado su intención, firme desde hacía años, aunque se había quebrado algo cuando conoció a Toni pero se había reforzado desde la ruptura, de conseguir un novio de categoría; categoría social, económica y personal. Ahora estaba más convencida de que no se enamoraría de cualquiera, quien la quisiera tendría que ser alguien que de verdad se la mereciera. Ya no era la adolescente medio descarriada que les hacía pajas a sus compañeros de colegio sin otra recompensa que ganarse el título de pajera. Ahora era una digna empleada en un puesto de responsabilidad en la cadena comercial de más prestigio, con un diploma colgado en el salón de casa de sus padres y con un porvenir laboral inmenso. Además ya había ahorrado algún dinero y se estaba planteando comprarse un apartamento pequeño pero céntrico para poder independizarse totalmente de sus padres.

  Como hablaban a menudo con Lucía, ésta conocía sus metas y estaba dispuesta, cómo no, a ayudarle a conseguir sus fines y sabía que aunque Tati se casara, tuviera hijos y fuera feliz en su matrimonio, nunca dejaría de hacerle las visitas en las que tan bien se lo pasaban las dos. La posibilidad de que Tati entrara en los círculos de la clase alta de aquella ciudad la tenía ella en sus manos. Lucía se movía entre personajes de la que se podría llamar burguesía local. Solo había que esperar la ocasión propicia.

  Mientras, Lucía y Tati se veían una o dos veces por semana y solían escaparse algún que otro fin de semana a hacer turismo pasando la noche en algún perdido hotel. La amistad que tenían ya no la ocultaban como al principio y sobre todo en la tienda era conocida, aunque nadie sospechaba que detrás se ocultaba una relación lésbica, íntima y secreta.

  Un día, Lucía llamó a Tati a su despacho y allí le explicó el plan que había urdido para que Tati entrara en el círculo de sus amistades. Se lo explicó pormenorizadamente: Tenía que ser amable con un amigo de ella; era un hombre más joven que Lucía pero que hacía días que iba tras ella. Se servía de un matrimonio amigo de ambos para verla. Cuando Lucía quedaba con sus amigos, éstos hacían lo posible por invitar a Ramiro que acudía a las citas con la esperanza de que algún día Lucía accediera a sus deseos.

  Tenía 40 años, era un licenciado en derecho, bien parecido, deportista, de una conocida familia de la ciudad (un tío abuelo suyo había sido alcalde) y además de tener negocios familiares, colaboraba escribiendo artículos en un importante periódico de la ciudad por lo que era muy conocido. Tenía pasión por la música clásica y por el soul americano. De todo ello fue informada Tati para que supiera con quien se iba a encontrar el domingo.

  El domingo, siguiendo el plan previsto al pie de la letra, Tati se encontraba en la cafetería indicada antes de las tres de la tarde. En aquel momento la clientela era escasa, escogió una mesa cercana a la barra de esas que tienen espacio para cuatro repartido en dos bancos fijos de dos plazas. Se pidió un vino blanco con un exquisito postre de los que había en la barra y se armó de paciencia pues sabía  que hasta las cuatro tendría que estar sola. Se pidió otra consumición igual a la media hora, y cuando faltaba poco para las cuatro se pidió otro postre con un café, llevaba más de una hora ocupando una mesa y a esa hora ya no quedaban libres, por eso fue pidiendo consumiciones.

  Cuando vio entrar a un hombre solo con una buena planta, polo de marca y pantalones de lino, se imaginó que sería Ramiro. Por el rabillo del ojo veía que apoyado en la barra, se la miraba. Ella en una ocasión cruzó su mirada con la de él y entonces él tuvo que hacer un medio saludo que Tati correspondió con una leve sonrisa.

  A poco más de las cuatro, vio a Lucía entrar con una pareja y dirigirse a donde estaba el que Tati pensó que era Ramiro. Le saludaron todos con besos en las mejillas y antes de pedir nada, Ramiro les debió informar del lleno del local, pues todos escudriñaron el local a la vez. Fue entonces cuando Lucía se encontró con la mirada de Tati y excusándose, fue a saludarla.

  Hicieron como que se encontraban por casualidad y de inmediato Lucía llamó a sus compañeros para que ocuparan los asientos de la mesa de la que Tati se levantaba. Lucía fue la que mientras desaparecía Tati, explicó que aquella chica se iba a llamar por teléfono porque estaba esperando a unos parientes del pueblo y se estaban retrasando demasiado, pero no había ido antes a llamar por el miedo a perder el sitio que tenía cogido. Ahora ellos le hacían el favor de guardarlo mientras se favorecían pudiendo pedirse algo estando sentados.

  Muy amables, cuando volvió del teléfono, le preguntaron si había pasado algo importante. Tati les contó que antes de salir del pueblo tuvieron que parar por avería y que llamaron a casa de Tati pero no pudieron llamar a la cafetería porque aunque sabían dónde estaba, no sabían cómo se llamaba aquella cafetería. Ella pensaba acompañarlos a varios sitios, pero ahora se iba a ir para su casa.

  Le invitaron a permanecer allí hasta que se marcharan, y le obligaron a pedirse una consumición. Ella la aceptó pero les dijo que si podía tomarse un café irlandés que es lo que se iba a tomar si hubieran llegado los del pueblo, en un pub de moda al que le gustaba ir porque ponían una música muy de su gusto, casi toda era soul americano.

  -¿Es que te gusta el soul?-

  -Pues sí, mucho. ¿Lo conoce?-

  -Por favor, no soy tan mayor, trátame de otra forma, me llamo Ramiro.-

  -Yo me llamo Tati, mucho gusto.-

  -Entonces… igual querías ir al pub “Soneto” que está al final de la calle esa que empieza ahí en esa esquina.-

  Entonces intervino Lucía para decir que Ramiro no quería nombrar la calle en cuestión porque llevaba el nombre de un antiguo alcalde con quien no le gustaba que lo relacionaran por ser de diferente ideología política, pero que aunque a él le pesara, eran de la misma familia y compartían apellido.

  El matrimonio también se presentó y todos estuvieron un rato en animada charla. Tati veía que Ramiro la miraba con ojos libidinosos y ella procuraba con sus sonrisas y dulces miradas, atraerlo todavía más. Al terminar de tomar los cafés y levantarse todos para marchar, cuando Tati se despedía ya, Ramiro la invitó a acompañarles al pub en cuestión; como Lucía y el matrimonio insistieron en la misma idea, Tati decidió acompañarles.

  El pub estaba todo decorado con instrumentos musicales, cuando entraron sonaba la inconfundible canción de Otis Redding “Sentado en el muelle de la bahía”. Tati la reconoció pues había estado estudiando toda la semana en la sección de discos de la tienda. Se marcó un tanto cuando se dirigió a Ramiro preguntándole:

  -¿Te gusta Otis? A mí me encanta.-

  -¿Bailamos? Está animada la pista.-

   -Primero vamos a tomar algo.-

  El elevado sonido de la música hizo que acercaran sus caras para poderse oír y Ramiro sintió el perfume de Tati en sus fosas nasales despertando un nuevo interés por aquella jovencita a la que ya imaginaba en sus brazos bailando y quién sabe si en algún otro lugar más íntimo y privado como su apartamento de soltero al que nunca había logrado llevar a Lucía a pesar de llevarlo intentando desde hacía tiempo, la resistencia de aquella mujer, mucho mayor que él que estaba acostumbrado a conseguir a las que quería, lo desconcertaba pero le servía de acicate y hoy quería demostrar sus dotes de conquistador con aquella jovencita tan bella y tan simpática que había llegado como caída del cielo.

  Cuando sonó otra de Otis: su famosa versión de “My Girl”, movidos como por un resorte, saltaron a la pista para poner sus cuerpos tan cerca uno del otro que más que rozarse se apretaban. Notaba él con su mano la suave cintura de ella y en su pecho aquellos senos de ella tan sensuales. Ella, a su vez, la firmeza del masculino brazo rodeando su cintura y la cálida mano de él sosteniendo la suya. Pronto ella pasó la mano que apoyaba en el hombro de él por detrás de su nuca a la vez que se apoyaba en el pecho con la cabeza por un lado y con la otra mano por el otro. La música no cesaba y de Otis pasaron a Procol Harum y “Con su blanca palidez”; después vendrían baladas en la inconfundible voz de Aretha Franklin entrelazadas siempre con temas lentos, entre otros “Only You” de The Platters y “Cuando un hombre ama a una mujer” en la versión de Percy Sledge. Tati notaba en su vientre el enorme bulto tieso y duro que a Ramiro se le había puesto desde que su pareja apoyara la cabeza en su hombro en un inconfundible acto de acercamiento excitante, por eso estuvieron bailando en silencio, apretados, en una complicidad sexual, pícara e íntima, a pesar de actuar públicamente ante sus amigos y el resto de la clientela del local.

  De golpe y sin previo aviso, sonó “Funki Street” de Arthur Conley con un ritmo totalmente distinto al de los temas anteriores. Enseguida se llenó la pequeña pista del local de cuerpos que se retorcían al ritmo endemoniado de la canción a la vez que daban las clásicas palmas que la acompañan cada vez que se oye. Ramiro y Tati permanecían todavía abrazados, contrariados por la finalización de los temas lentos que tan buena excusa les procuraba para disfrutar ambos de la cercanía del otro, provocadora de una excitación mutua que ambos sabían que probablemente terminaría en algo íntimo y lujurioso. Cuando se separaron levemente, Ramiro se miró sin disimulo al bulto del pantalón y Tati, con la sonrisa en la cara y una fugaz mirada a los bajos de su compañero, volvió a acercársele otra vez de forma que se pudiera ocultar la incómoda situación en la que se encontraban y de la que uno y otro se dispusieron a salir sin saber cómo. Pronto vieron que pasando cerca de la barra, por donde más gente había, Tati por delante de él y él pegado a ella, podían llegar a los servicios. Todo menos volver hacia la mesa que ocupaban sus amigos y mostrar inevitablemente la erección.

  Entraron, tras unas gruesas cortinas, a un pequeño espacio que daba acceso a los servicios separados de damas y caballeros, Tati entonces, mostrándole la puerta de estos últimos, le susurró con una sonrisa:

  -Ya puedes entrar a aliviarte-

  Pero entonces él, abrazándola con fuerza, unió sus labios a los suyos en un beso apasionado y excitante tan largo que dio tiempo a que se abrieran las puertas de ambos servicios para entrar y salir usuarios varias veces mientras duró el cálido y húmedo morreo en el que estaban enganchados.

  Viendo que no podían ni querían separarse, Tati pensó que había llegado la hora de rememorar aquellas prácticas que realizaba siendo todavía una niña con los compañeros de colegio. Separó a  su pareja de sí y abriendo la puerta del servicio de damas para observar su interior y comprobando que no había nadie en la zona de lavabos, arrastró de la mano a su compañero hasta la primera puerta que se veía abierta y rápidamente la cerró tras ellos. Ya estaban en la intimidad de un espacio cerrado en el que apenas cabían ellos dos y el retrete abierto que mostraba toda la suciedad acumulada por las usuarias que antes habían pasado por allí. No era el lugar más romántico para un encuentro amoroso pero, como le dejó claro Tati, podía servir solo y exclusivamente para aliviar la excitación de Ramiro. Éste metió las manos por debajo de la blusa de Tati buscando desabrochar el sujetador y acto seguido manosear unas suaves y cálidas tetas  que buscó lamer con sus labios mientras Tati, con experiencia no olvidada, buscaba tras la bragueta abierta, liberar aquel bulto tieso y duro que tan mojado y caliente sintió en su mano cuando pudo agarrarlo.

  Enseguida comenzó Tati a menear aquel falo en un movimiento rotativo alternándolo con breves vaivenes de adelante y atrás. No podía imaginar Ramiro que una simple masturbación pudiera gustarle como le estaba gustando, sabedor de que en aquel momento no podía aspirar a otra cosa más que al manoseo al que era sometido, se concentró en disfrutar de él al tiempo que buscaba con su mano bajando por la suave piel del vientre de Tati, el cálido y ya húmedo sexo de su pareja. Una mata de pelo fuerte y rizado le indicaba que bajo él estaba la cueva que aunque hoy no pudiera conquistarla, por lo menos palparía. Después de abarcar todo el sexo con la mano y propinarle unos suaves pero firmes apretones, siguió con inusitada experiencia, masajeando con los dedos centrales el clítoris prominente al tacto que hacía retorcerse de placer a una mujer acostumbrada a disfrutar como nadie del placer que pueden proporcionar unos dedos bien manejados, sobre todo cuando eran los suyos propios o como en esta ocasión, si se lo hacían tan bien como lo hacía Ramiro.

  Por eso, él, que sin parar de disfrutar de los toques que estaba recibiendo pero intrigado en ver dónde podía acabar su pareja con el placer que demostraba sentir solo con una mano en su sexo, comenzó a centrarse más en dar gusto que en el que recibía y así pudo observar a Tati acumulando placer y tensión a la vez, apagando los gemidos que sin duda habrían sido estridentes de no estar en un lugar público con mujeres que se oían trajinar al otro lado de la delgada puerta. Con los ojos cerrados, los labios inflamados por los besos y por la pasión, henchida de placer, reventó por fin en un estallido sordo pero intenso, orgasmo sorprendente y nunca imaginado por Ramiro que al ver aquello explotó también lanzando chorros de semen sin control alguno que fueron a parar a la pared y al suelo añadiendo algo más de suciedad a aquel espacio reducido en el que ambos, según decía Tati, habían logrado aliviarse.

  Ramiro se limpió como pudo y Tati abrió la puerta con precaución, vio el camino despejado y otra vez tiró de él, esta vez hacia fuera, Tuvieron suerte de no encontrarse a nadie de frente y tranquilamente se acercaron a la barra para pedirse unas bebidas con las cuales se presentaron ante el grupo de sus amigos. Julia, al verlos, ya sabía con certeza lo que había pasado. Tati les agradeció que le hubieran brindado la amistad como lo habían hecho, y tras tener que prometer que el domingo siguiente también se juntaría con aquel grupo, comenzó a despedirse. Ramiro insistió en acompañarla hasta donde ella quisiera ir (decía que iba a casa de su amiga Sara), llevándola en su deportivo que tenía aparcado cerca. Cuando Tati aceptó, todos intuyeron que terminarían en su apartamento pero todos disimularon educadamente y nadie hizo ningún comentario al respecto.

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