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Historia de una conocida política actual (III)

en Grandes Relatos

  Aquel verano no se vieron mucho más las amigas. Algún día coincidieron en la capital pero pasaron el verano una en cada pueblo, Tati en el de sus padres, en la casa de los abuelos maternos. Un lunes, cuando comenzó otra vez el curso, volvieron a verse las amigas, planearon entre otras cosas ir un fin de semana para el que faltaban dos semanas, a las fiestas del pueblo de los padres de Tati, serían solo dos noches, pero Tati estaba muy ilusionada en que Sara la acompañara. Además dormirían solas en la habitación que disponía Tati en casa de sus abuelos, y para colmo, en la única cama que cabía en aquella pequeña habitación.

  Al día siguiente, martes, y segundo día de curso, a Tati le llamó la atención que no se presentara Sara en clase, el día anterior estaba perfectamente y era muy raro que faltara sin motivo aparente. Decidió hacer una visita a su amiga al terminar las clases. Cuando llamó al timbre de la casa de Sara, nadie contestaba, repitió una y otra vez sin respuesta; al fin, una vecina que se acercaba por la calle y la vio, le preguntó:

  -¿Buscas a Sara?-

  -Sí, hace rato que llamo y nadie contesta.-

  -En el bar de la esquina deben saber algo más pero creo que ha tenido un accidente su padre.-

  -¿Ha sido grave? ¿Dónde está? ¿Cómo ha sido?-

  -En el bar a lo mejor te pueden contar algo más yo no sé nada más.-

  Dándole las gracias, se despidió y se encaminó hacia el bar. Allí le informaron de que aquella mañana, al comenzar el trabajo parece ser que había tenido un accidente y había caído desde una altura considerable, lo habían llevado al hospital y la policía municipal había ido a la casa a darles la noticia sobre las ocho de la mañana. Madre e hija habían marchado corriendo al hospital. Al dueño del bar ya le habían llegado noticias de que aunque era grave, estaba fuera de peligro afortunadamente.

  Sin pensarlo dos veces, Tati pasó por su casa para avisar a su madre de que se iba al hospital en autobús y que volvería cuando pudiera. Las heridas del padre de Sara eran graves, sobre todo una en la cabeza que había requerido una intervención urgente, pero ya había salido del peligro grave, aún estaba en una unidad de vigilancia intensiva pero a la mañana siguiente, si todo iba normal, lo pasarían a planta. Sara y su madre se habían pasado todo el día en una sala de espera, allí recibían las visitas; una de ellas la hizo la madre de Tati que se ofreció a cuidar de Sara mientras durara la estancia de su padre en el hospital. En vista de que el sitio para dormir en casa de Tati estaba tan limitado, decidieron que se fueran a dormir juntas, para hacerse compañía, a casa de Sara, y comer y cenar lo harían en casa de Tati.

  La primera noche, mandaron a los familiares a casa, no eran más que ellas dos, madre e hija. Era un sinsentido estar en la sala de espera toda la noche, por eso, con mucho dolor de corazón, se fueron a descansar. La madre de Sara, como no podía dormir a pesar de encontrarse rendida, preparó algo de comida para el día siguiente por si Sara no quería ir a comer a casa de Tati. Ese día y los siguientes, quería pasarlos sin apartarse de la cama del hospital junto a su marido.

  Al día siguiente se sucedieron las buenas noticias, después de la jornada anterior, tan larga y de tanto desasosiego e inquietud, ahora ya todo el mundo estaba más calmado por la buena evolución del accidentado; aquel día Sara ya acudió normalmente a las clases y como estaba previsto, tras una larga visita hospitalaria de las dos amigas, se fueron a cenar a casa de Tati. Rápidamente, nada más terminar de cenar, se despidieron para irse a casa de Sara a dormir. Ahora ya por fin, las buenas amigas se encontraban solas en la pequeña vivienda familiar de Sara, su hermano estaba trabajando lejos aunque cuando se enteró de lo de su padre, manifestó su deseo de visitarlo el fin de semana próximo. Las dos ardían en deseos de estar en semejante intimidad que las esperaba, no decían nada ninguna de las dos, pero lo cierto era que les embargaba la emoción.

  Cuando se metían en la cama grande de sus padres, con unos ligeros camisones y solo las bragas debajo, Tati se miró a Sara que con su sonrisa estaba pletórica de sensualidad y belleza, y le dijo:

  -Oye Sara, a mí ahora me gustaría que nos hiciéramos unos dedos aquí juntas, pero igual tú no tienes ganas o humor suficiente.-

  -Ya me lo imaginaba yo que lo dirías, pero si no lo hubieras propuesto tú, te lo habría propuesto yo. No ves que se te notaba en la cara el deseo.-

  -Pues si se me notaba a mí, es que se nos notaba a las dos; anda que no tenías en mi casa ganas de marchar, y eso que los gemelos te han llenado de atenciones ¿te has fijado como te miraban todo el tiempo?-

  -Ya lo he visto… ya. Igual ahora al masturbarme pienso en ellos. Estar con los dos a la vez debe dar doble gusto ¿no?-

  Explotaron las dos a reír al tiempo que comenzaban a tocarse. Las dos de la misma manera y mirándose mutuamente; una mano por los pechos y la otra deslizándola por dentro de las bragas. De golpe se levantó Sara para dirigirse al baño, inmediatamente vino con un bote de crema e invitó a Tati a servirse un poco para utilizarlo como lubricante. Siguieron con la faena y cuando ya se estaban empezando a emocionar, Tati se sacó las bragas. Su imagen sobre la cama, con las piernas abiertas totalmente, las rodillas separadas y los talones casi unidos, sin parar de mirar a su compañera de cama que también estaba excitadísima, le dio pie a ésta para decidirse a darle la sorpresa. Primero se quitó las bragas como antes había hecho Tati, y acto seguido se levantó de la cama y rodeándola, fue a rebuscar algo al armario del otro lado. Lo que fuera, Sara ponía mucho cuidado en no revolver y debía estar muy escondido por el tiempo que invirtió hasta que lo sacó.

  Tati estaba extrañada de que en un momento así la hubiera dejado sola, pero al ver a la otra tan decidida, y habiéndose despojado de su ropa íntima, esperaba que volviera de un momento a otro al asunto que había dejado en suspenso. Mientras, a Tati no le importaba mucho que su amiga no le acompañara en la tarea porque, al no llevar las bragas, ahora le estaba mostrando una vista posterior de su precioso trasero totalmente desnudo, queriendo o sin querer, pero a Tati aquella vista le gustaba y le excitaba. Cuando Sara se irguió y se dio la vuelta, Tati, ensimismada en la vista del trasero, ahora trocada por una vista frontal con el pelo púbico de su amiga destacando como el eje central de un maravilloso cuadro, tardó en fijarse en el trofeo que había conseguido Sara en el armario.

  Sara exhibía en su mano un plástico de color rosado con forma de pene erecto de unos 25 cm de largo y un buen grosor.

  -¿A dónde vas con eso? ¿Eso te cabe? ¿Tu madre se lo mete? ¿Tú te lo has metido alguna vez?-

  -Yo no sé si mis padres lo emplean alguna vez, yo no me he dado cuenta nunca. Si mi madre lo emplea cuando se queda sola en casa… tampoco lo sé; lo que sé es que desde que descubrí que estaba escondido en el fondo de una estantería de ese armario, yo lo he utilizado un par de veces… tampoco creas que me gusta tanto. Ahora quiero que lo pruebes tú.-

  -Yo eso no me lo pongo ni loca, eso no me cabe ni de pensamiento.-

  -Tati: ¿No sabes aquello de… “nunca digas este cura no es mi padre ni esta picha no me cabe”, yo me la he metido, tú también lo harás.-

  La perspectiva de ver a Sara con aquello clavado ya le empezó a gustar a Tati; por eso aprovechó a decirle:

  -Pero métetela tú primero.-

  Una untada de crema por todo el aparato y otra más por la entrada de su orificio. Tati no se perdía detalle mientras seguía masturbándose cada vez más excitada, con toda seguridad que por el espectáculo que Sara le estaba proporcionando. En aquel momento, Tati se habría abalanzado sobre su amiga para demostrarle su deseo de poner sus cuerpos en contacto íntimo y darle directamente el placer que buscaban individualmente cada una por su lado.

  Sara buscó con la punta del aparato que portaba en la mano, la entrada de su cueva. Cuando estuvo en su sitio, apretó hacia sí suavemente la mano empujando el cilindro y éste se fue clavando para sorpresa de Tati que dudaba seriamente de que aquel enorme trozo de plástico pudiera ser engullido por la delgada anatomía de su amiga. En aquel momento le hubiera gustado ser hombre y tener pene para meterlo donde estaba aquel sucedáneo y darle directamente placer a su amiga Sara.

  Cuando tras breves movimientos de rotación interior con la punta y otros de vaivén con toda la longitud del juguete, quedó demostrado que Sara podía con el aparato, se lo sacó de golpe y lo llevó decididamente a la entrepierna de Tati; ésta, sorprendida, hizo ademán de reusar la propuesta que en silencio pero con una delicada sonrisa le hacía la amiga, y cerrando las piernas de golpe, usó las manos para frenar las claras intenciones de Sara de ensartarla con aquel enorme falo de imitación.

  -Solo pruébalo, ya ves que no muerde. Ya verás cómo te gustará. Si no te gusta déjalo.-

  Al tiempo que le decía esto, Sara trataba de abrirle las piernas con la mano libre. Tati, al sentir aquella suave mano tan caliente en sus piernas, se le vino abajo toda la resistencia que quería oponer, y más que por probar el aparato, por dejar a Sara maniobrar por sus bajos, abrió despacio las piernas y ofreció su ardiente sexo a los caprichos de su amiga como cuando se lo ofrecía a cualquier chico con los que había intimado hasta entonces.

  Lo primero que hizo Sara fue separar con los dedos los labios del coño de Tati, enseguida fijó la punta del aparato entre los labios abiertos y empujó suavemente. El sucedáneo de pene entraba perfectamente en aquel húmedo y caliente sexo. Sara entonces lo sacó, para sorpresa de Tati, y mintió:

  -Está seco, hay que untarlo… o mojarlo más.-

  Sin pedir ni permiso ni opinión, Sara bajó su cabeza hasta colocarla entre las piernas de Tati con la clara intención de mojarle el coño con saliva aplicada con la lengua y la boca directamente; estaba claro por la forma en que se acercaba. Tati, por un momento pensó que no debía dejar cruzar aquella línea roja y hasta se le fueron las manos a la frente de Sara para frenarla. El freno falló porque los deseos de Tati eran los que eran; un momento antes estuvo a punto de abalanzarse sobre su amiga y ahora que la otra era la que se abalanzaba, no tenía que hacer otra cosa más que dejarse llevar.

  -Esto sí que me gusta, Sara, no pares por favor.-

  Se oyó decir a Tati después de un buen rato de silencio en el que Sara le comía literalmente el sexo a su amiga mientras sus manos acariciaban las nalgas, los pechos, los pezones, el vientre, toda la piel a la que tenía acceso desde la posición en que se encontraba. Tati, por su parte, acariciaba el pelo de la cabeza de Sara cuando no la apretaba hacia sí con pasión. Esta experiencia que estaba pasando Tati era la mejor de su vida hasta entonces. El aparato rescatado por Sara de su soledad en el armario, permanecía junto a una de las piernas de Tati y ésta notaba en su piel la frescura del todavía húmedo objeto, en contraste con el calor de las manos de Sara en sus caderas o de la boca en su entrepierna.

  Al rozar Sara con un brazo el objeto, también ella notó su temperatura. Pensó en lo poco agradable que le había sido unos minutos antes el metérselo sin calentarlo previamente y con la idea clara de hacérselo placentero a su amiga, colocó el aparato bajo su barriga. Notó el frío localizado pero enseguida se acostumbró; ahora el juguete se calentaba hasta la temperatura corpórea, cuando se consiguiera llegar a ella, Sara volvería a utilizarlo en el lugar que ansiaba.

  Un minuto después, quizás antes de lograr la temperatura ansiada, Sara agarró otra vez el aparato y lo metió con decisión en la cueva de Tati, cuando logró meter casi la totalidad, volvió, sin sacarlo, a lamerle el clítoris. Ahora Tati percibía una nueva sensación todavía más intensa, más placentera… sublime. No quería llegar al orgasmo en un intento de prolongar aquellas sensaciones y en la seguridad de que en cualquier momento podría conseguirlo; solo tenía que cortar los invisibles hilos que mantenía para frenar en lo posible lo inevitable. Se preguntaba cómo podía gustarle tanto, ¿era por las mismas sensaciones que le estaba provocando su amiga?, o más bien… ¿era por ser su propia amiga Sara la que estaba entretenida entre sus piernas?

  Fuera lo que fuera, Tati ya no pudo aguantar más y dejando vencer a sus deseos de culminar el inmenso placer que la embargaba, frente a las represivas medidas autoimpuestas para prolongar ese mismo placer hasta el imposible infinito, tuvo un tremendo orgasmo como no había experimentado hasta entonces en ninguna ocasión de las que ella, en soledad, con sus manos, alcanzaba el clímax.

  Sara no esperó a que Tati se recuperara para seguir aquel juego que habían iniciado. Ella sola lo continuaría; con la agilidad propia de la edad, se despojó del camisón que todavía cubría sus pechos y saltó al sitio de la cama que ocupaba al principio; cuando escasamente había abierto las piernas, ya tenía el aparato aquel, ahora con el calor propio de estar recién salido del interior de Tati,  introducido hasta lo más hondo de su ser provocándole el placer, ya conocido y por tanto deseado, que la dejaba sin aliento y con la urgencia de culminar su momento.

  Todavía no recuperada, pero sí excitada, Tati, viendo a su compañera tan emocionada, decidió que no era cuestión de dejarla sola y quiso pagarle la deuda contraída devolviéndole con creces el placer recibido. Se quitó también el camisón para poderse quedar totalmente desnuda y se colocó sobre su amiga con las piernas entre las suyas y de forma que sus pechos se juntaron así como los labios en un tierno, húmedo y prolongado beso de amor sincero a la vez que lleno de lujuria con las lenguas enredadas tratando de hacer nudos imposibles.

  Al verse Sara rodeada por los brazos y el cuerpo de su compañera, se desentendió del aparato que hasta ese momento movía rítmicamente, para abrazarla, agradecida y exultante de felicidad al percibir el salto que habían dado aquella noche desde la amistad hasta un amor sincero envuelto de lujuria y placer.

  Al apretar Sara su pelvis contra el cuerpo de Tati, ésta notó en sus piernas el juguete que se salía del interior de su amiga. Con una pierna se lo volvió a meter consiguiendo un evidente respingo de placer que Sara hizo evidente con una ahogada exhalación. Tati entonces, sacó la otra pierna de entre las de Sara y dejó que las cerrara abrazando la que había quedado atrapada empujando en casi toda su extensión el objeto causante del placer que sentía Sara dentro de sí.

  En esa posición, con el trasero de Tati un poco levantado para dejar a Sara más libertad de movimiento, ésta se frotaba con la pierna de la amiga mientras el aparato hacía, con los movimientos pélvicos, la función que mejor se podía esperar. Para Sara era como si su amiga íntima se hubiera convertido por arte de magia de la mejor de las hadas, en un amante superdotado pero con la amabilidad, ternura y sensibilidad que cualquier mujer pudiera desear.

  La urgencia que antes tenía Sara de terminar se había trocado por ganas de continuidad con el placer que estaba sintiendo; pero era tanto éste que sin poderlo remediar, entre espasmos y jadeos desaforados y la enorme satisfacción de Tati, Sara sintió una condensación de electricidad dentro de sí que de golpe explotó causándole el mejor de los orgasmos por ella sentidos hasta aquel momento.

  Pasaron la noche abrazadas desnudas y dándose calor mutuamente como dos amantes que comienzan una relación y no quieren separarse ni un momento uno del otro. Al despertarse por la mañana, tras los besos apasionados demostrativos del amor que había entre ellas, se prometieron repetir las manifestaciones de amor que aquella noche les había cautivado. Tuvieron ocasión de hacerlo a la noche siguiente solamente, ya que el viernes llegaba el hermano de Sara a pasar el fin de semana. Aunque a la semana siguiente tendrían otra vez, ocasiones para repetirlo.

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