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Historia de una conocida política actual (I)

en Grandes Relatos

  Por los años 60 unos jóvenes, entonces novios en el pueblo, decidieron casarse y emigrar a una de las principales capitales del país. Allí vivieron en un piso alquilado mientras nacieron sus dos primeros hijos, hermanos gemelos varones, dos años mayores que su tercera hija, una preciosa niña, hasta que ésta cumplió los cinco años.

  Como el padre era simpatizante de todo lo comunista, ruso y revolucionario, les quiso poner a los hermanos gemelos el mismo nombre de pila que Vladimir Ilich Uliánov (Lenin) y que Aleksandr Kerensky, pero no le dejaron y tuvo que conformarse bautizándolos Wladimiro y Alejandro. El dijo que se les llamaría por el nombre ruso pero la realidad fue que al final todos les llamaban Wladi y Alex. A la niña también le puso un nombre típicamente ruso, Tatiana. Todos la llamarían Tati.

  Se mudaron al nuevo pequeño piso que pudieron comprar en un barrio del extrarradio y se instalaron de forma que los gemelos tenían su propia habitación y Tati otra, la más pequeña, para ella sola. Era lo suficiente para aquella familia que nadie pensaba que pudiera aumentar pues los padres habían ya cubierto el cupo, como decían, de hijos para criar por un sacrificado proletario trabajador.

  Al año escaso, nació otro miembro de la familia; a éste no se le esperaba pero se le recibió con todo el cariño por todos los miembros, especialmente por Tati, para ella era como un muñeco de carne y hueso que le hubieran regalado a sus seis años.

  Para seguir la tradición de nombres rusos y revolucionarios, éste se llamaría Carlos, como Karl Marx por expreso empeño del padre. Unos años más tarde se enteraría, para sorpresa y enojo consigo mismo, de que el famoso filósofo, pensador y economista que había inspirado a los revolucionarios rusos, había nacido en una ciudad de Prusia, hoy Alemania.

  Como no tenían más habitaciones, Carlos dormiría en la misma habitación que sus padres hasta cumplir los seis años, entonces le pusieron una cama en la habitación de Tati que para entonces, a sus doce años, ya comenzaba a dejar de jugar con muñecas para pasar a jugar a juegos de mayores con los chicos del cole.

  Formaba parte Tati de un grupo de cinco amigas, compañeras del mismo curso, y aficiones parejas. Eran las menos niñas de toda la clase y andaban siempre revueltas con los chicos; éstos buscaban en ellas un roce o cualquier cosa de las que a esa edad conforma la búsqueda del despertar sexual en la adolescencia todavía rayana a la niñez.

  Con quien Tati mantenía mejor relación era con su amiga Sara; ésta era con mucha diferencia sobre las demás la más avanzada en cuanto a relaciones con chicos. Tati la admiraba y la envidiaba, todos los chicos estaban locos por ella, sabían que era “una chica fácil” y por eso buscaban su compañía. Siguiendo sus pasos, Tati también dejó que los chicos se le acercaran buscando lo que si su padre el comunista hubiera sabido que ella les daba, probablemente la habría encerrado bajo llave.

  Con trece años comenzaron las dos amigas a dejar evidencia de sus aficiones. Tanto era así que antes de cumplir los catorce ya se les conocía en el colegio por el sobrenombre tan aclaratorio de “las pajeras”. Para entonces ya habían sido varios chicos los que habían conseguido que una u otra (algunos, una y otra), les calmaran las calenturas que se cogían con ellas, ayudándose de las suaves manos de las dos adolescentes.

  César, el último ligue de Tati, era uno de los chicos más guapos del cole, con los dieciséis cumplidos y sumamente aficionado a los desfogues que Tati le proporcionaba con la mano, estaba loco por mantener aquella relación y para lograrlo, se ayudó de su primo Esteban, que vivía en el centro de la ciudad, que como también era guapo y un año mayor, enseguida encandiló a Sara y así consiguió una permanencia más estable de la relación. Siempre iban los cuatro juntos a todos los sitios en cuanto tenían ocasión, sobre todo al anochecer a un parque no muy iluminado donde tras los arbustos, siempre se repetía lo mismo: los chicos lo intentaban todo y al final se iban desfogados por las manos de sus incipientes novias.

  Ésta situación valió para que las otras amigas fueran distanciándose de ellas, un poco por envidia y otro poco por la presión de sus padres. Ese fue el motivo de que la amistad entre las dos se afianzara y aumentara todavía más. Se contaban hasta las cosas más íntimas, y por supuesto, lo que ocurría tras los arbustos del parque. Tati le contó que César estaba empeñado en que se la chupara pero que ella no se lo había querido hacer; Sara le contó que ya se la había chupado tres veces a Esteban. Aquello despertó la curiosidad de Tati.

  Aquella misma noche, al acostarse, reparó en su hermano que ya dormía profundamente. Muchas veces veía como se le notaba la erección por debajo del pantalón del pijama cuando dormía en verano sobre las sábanas o cuando se levantaba por la mañana todavía dormido y caminaba inestable hacia el baño acompañada por su madre. Estaba acostumbrada a vérsela en estado de erección cuando su madre le ayudaba a vestirse y le cambiaba la ropa interior, a sus ocho años recién cumplidos, el niño ya apuntaba una buena dotación.

  Se despertó en medio de la noche y el pensamiento que le vino a la cabeza hizo que se despejara totalmente. Encendió la tenue luz de su mesilla y se levantó sigilosamente, se acercó a la cama de su hermano y lo vio durmiendo acurrucado echado de lado hacia el lado donde se encontraba ella. Corrió la ropa que lo cubría y viendo que él no se inmutaba, se atrevió a meter la mano sobre el pijama de su hermano a la altura de sus partes íntimas, allí se encontró con un pene casi erecto pero no tan duro como ella lo había visto en cualquier ocasión.

  Hubiera querido entonces pasarle la lengua por la puntita del pene de su hermano antes de metérsela por entero dentro de la boca, pero en la posición que estaba Carlos, era imposible hacerlo. Con suavidad, empujó el cuerpo de su hermano hasta que pudo colocarlo boca arriba y fue a mirar la hora en el despertador. Era una hora en la que todos dormían, no había peligro de que nadie la pillara, se aseguró del profundo dormir de su hermano  y metió los dedos por la abertura de la bragueta del pijama de Carlos hasta alcanzar su pene casi erecto, lo sacó y soltándolo estuvo observándolo durante unos segundos.

  Pensó en el pene de César y otros que habían pasado por sus manos, éste que ahora sobresalía por encima del pantalón de pijama, indudablemente, era mucho más pequeño y además pertenecía a un miembro de su familia, el paso que estaba deseando dar era de una gravedad extrema, los remordimientos que iba a padecer si daba el paso no le iban a dejar vivir tranquila. Optó por cubrir otra vez a su hermano con la ropa de cama que había apartado y marcharse a su cama.

  Apagó la luz y quiso dormirse pero le acudían a la mente imágenes y sensaciones pasadas. Los labios del primer chico que la besó, su pene cuando le hizo una paja, la única, tras la cual la ignoró por completo sin dar explicación. ¡Qué raros eran algunos!

  Le hubiera gustado entonces tener allí a César, poderlo tocar y acariciar, dejarse tocar todo el cuerpo por él tal y como acostumbraba a hacerlo. En su defecto, fue ella misma la que comenzó a tocarse, ya lo había hecho otras veces, pero en esta ocasión lo necesitaba hacer con más convicción. Sentía algo nuevo para ella, le gustaba el tacto de sus manos por sus tetas ya casi desarrolladas, los dedos deslizarse por su todavía fino vello púbico hasta llegar a la raja que se había dejado tocar por fuera en varias ocasiones pero que no había permitido penetrar ni siquiera por un dedo. Ahora ella traspasaba la línea que a los demás marcaba… y eso le estaba gustando.

  El deseo le estaba nublando la mente, si entonces hubiera estado allí César o cualquier otro, habría exigido ser penetrada y perder su virginidad pero estaba sola; sólo su hermano dormido estaba en la cama de al lado, dormido y con su pequeño pene medio erecto, fuera del pantalón y bajo la sábana.

  Al fin la tentación pudo más, sin saber muy bien lo que iba a hacer, se levanto tras dar la luz de la mesilla y se acercó a la cama de su hermano que daba muestras de dormir profundamente. Retiró la ropa de la cama hasta dejar a la vista el pene de su hermano que permanecía idéntico a como lo había dejado un rato antes. Al apoyarse en la cama, el cuerpo de su hermano se giró levemente hacia ella y sin tocarlo, acercó su boca al pene del muchacho, sacó la lengua y le dio un lametón a lo largo. Enseguida besó con sus labios la punta sin descapullar y acto seguido engulló la totalidad de aquel pequeño pene dentro de su boca.

  Con la lengua jugaba con aquel trozo de carne sin sacarla de dentro de su cavidad bucal. Notó como se hacía más grande y se ponía más dura a medida que intensificaba la felación. Carlos seguía durmiendo profundamente. En algún momento pensó qué explicación tendría que darle ella si de repente se despertaba; tendría que silenciarlo y tranquilizarlo con una sonrisa que ya tenía premeditada, después le mentiría diciéndole que estaba intentando despertarlo de aquella forma porque pensaba que le gustaría, que si le gustaba, podría seguir, y si no le gustaba, lo dejaba y en paz; pero eso sí, no podría contarlo a nadie, se lo tenía que jurar.

  La estaba notando tan crecida que se apartó para verla; efectivamente, no se la había visto nunca tan grande; mientras volvía a chupársela pensó una vez más que su hermano prometía una buena dotación. Estaba encenagada con lo que estaba haciendo y no veía el final, le había costado empezar pero una vez cometido el delito, ya daba lo mismo un poco más o menos, y ella lo disfrutaba; así que estaría un poco más y lo dejaría. Pensando así, notó un pequeño cambio de sabor en la boca que la hizo detenerse del movimiento de sube y baja que hacía con la cabeza, y entonces notó un casi imperceptible movimiento involuntario del pene.

  Automáticamente levantó la cabeza para ver qué sucedía y aun llegó a tiempo de ver un par de leves espasmos del pene, y aunque se fijó, no vio salir nada de aquel pequeño pene mojado, eso sí, abundantemente de la saliva que llenaba la boca de Tati y que se iba tragando. Pensó que fuera la primera eyaculación de Carlos, desde luego muy lejos de las que ella había provocado a los chicos con su mano, ésta, si lo fue, tuvo que ser una mísera gotita casi imperceptible. Estuvo observando unos segundos la cara de su hermano y después de meterle el pene dentro del pijama y taparlo, se marchó a su cama con un sentimiento de haber hecho algo horroroso que no la dejó dormir durante un buen rato. Ese sentimiento le duraría años, afortunadamente era su secreto íntimo e inconfesable.

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