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La vieja casa (I)

en Amor filial

  Esta historia transcurre en la casa donde se desarrolló mi juventud, era una casa vieja que había sufrido los embates de la guerra, según decía mi abuela, una bomba había caído muy cerca y desde entonces estaba resentida, por toda ella se podían encontrar desconchados y grietas con los que estábamos acostumbrados a convivir. En tiempos, habían hecho dos habitaciones de una grande, para ello, levantaron un tabique en medio de la habitación que partía a la vez el hueco de la única ventana de tal forma que pudieron, sin hacer más ventanas, dar ventilación a las dos nuevas habitaciones.

  En cada una de esas habitaciones dormíamos mi única hermana y yo. Ella tenía cuatro años más que yo y nunca la había mirado con ojos libidinosos, ni lo hacía ni se me podía pasar por la imaginación que pudiera hacerlo. Con mi hermana había una buena relación pero nada más, la diferencia de edad hacía que tuviéramos pocas cosas en común fuera del ambiente estrictamente familiar.

  Yo estaba en la edad en que las hormonas rebosan y estás excitado a la más mínima. El objeto de mis pajas era siempre alguna chica de mi edad o más jovencita, había amigas de la cuadrilla, vecinas (sobre todo una dos años menor), primas (aunque Carmen tenía dos años más) y una hija de unos amigos de mis padres. Solo se salía de este grupo una vecina casada y con un hijo que rondaría entonces los 28 ó 30 años.

  Aquella primavera incipiente ya me había aprendido que mi vecina salía a tender o a recoger la colada a su terraza, que daba al patio de luces al que tenía acceso la ventana de nuestro cuarto de baño. Al mediodía, en cuanto yo llegaba a casa con los libros bajo el brazo, dejaba éstos y me ponía a vigilar la terraza vecina desde el baño y siempre muy discretamente. Casi todos los días, obtenía el premio ansiado, la vecina salía a la terraza vestida con unas batas o unos vestidos semitransparentes que dejaban translucir la braga y el sostén cuando lo llevaba, algunas veces se notaba que no lo llevaba y sus enormes tetas colgaban para mi deleite dentro de aquellas prendas que dejaban ver grandes partes de sus senos por los escotes y por los sobacos.

  No cabe duda de que cuando la veía, me cerraba en el cuarto de baño y me corría viéndola un día sí y otro también. Si no salía, en lugar de encerrarme allí, la mayor parte de los días esperaba a después de comer y me encerraba en la habitación. Allí teníamos nuestro espacio privado que nuestros padres nos habían enseñado a respetar; nadie osaba entrar a una habitación sin llamar previamente, por eso, aunque teníamos cierre interior, éste no era utilizado apenas, al menos por mí. Entonces, si estaba suficientemente excitado, me masturbaba dejando volar mi imaginación al lado de alguna de mis musas particulares.

  Por aquellos días, mi prima Carmen había tenido alguna gresca con sus amigas y la habían hecho de lado. La causa segura era que Carmen era algo más lanzada, por decirlo de alguna manera, que sus amigas y éstas, acuciadas por sus familias, además de la natural envidia que sentían, se apoyaron unas con otras para hacerle el vacío a la pobre Carmen. Es entonces cuando se arrimó a su prima Julia, mi hermana, que aunque dos años mayor, suponía un apoyo para ella y la solución para el trauma que significa para una chica joven quedarse sin amigas. Mi hermana la acogió con los brazos abiertos y hasta intentó introducirla en el íntimo círculo que tenía formado con dos amigas más, las tres inseparables; de momento no lo conseguía por los recelos de las otras dos amigas, pero entre las dos primas había una excelente relación y una gran complicidad. La prueba de ello era que Carmen, últimamente, pasaba más horas en mi casa que en la suya.

  Carmen era la dueña de un cuerpo espectacular, mis amigos no paraban de decirme lo buena que estaba y yo también lo veía y ahora que tantas ocasiones tenía de verla por mi casa, me estaba obsesionando por ella cada día más; ya las pajas que no me hacía mirando a la vecina eran todas por Carmen, eso sí, ella me ignoraba totalmente. Cuando estaba en casa con Julia y se sentaban en la sala de estar, yo encontraba siempre excusas para estar con ellas, si Carmen cruzaba las piernas o se le subía la falda o se le veía la cintura por debajo de la camiseta o reía con aquella maravillosa risa o cruzaba con mi hermana una mirada cómplice delatora de algún secretillo, allí estaba yo para verlo y hacer más grande el sufrimiento de no poderla tocar pero me podía desfogar acto seguido en la soledad de mi habitación o en la del baño.

  Un día que no estaba mi hermana entré a su habitación a dejarle sobre la cama una prenda que acababa de plegar mi madre. Entonces la vi: Era una grieta, una más de las de la casa, iba de arriba abajo por todo el tabique separador de las habitaciones de mi hermana y mía, la había visto toda la vida pero ahora reparaba en ella. A un metro de altura, la grieta era de considerable tamaño, toda ella había sido reparada alguna vez con yeso pero ya hacía mucho tiempo y se había agrietado y hasta soltado algún trozo, precisamente donde la grieta era más ancha por el lado de la habitación de mi hermana, faltaba un trozo de yeso que dejaba a la vista una esquina del delgado ladrillo macizo del tabique.

 Inmediatamente pensé que si por el lado de mi habitación pudiera acceder al hueco que estaba observando, sería posible espiar a Carmen cuando se encerraba con mi hermana en su habitación. En mi habitación miré la grieta y aunque también el yeso estaba agrietado, éste permanecía íntegro a lo largo de toda ella; medí en la otra habitación la distancia desde el suelo a la esquina del ladrillo visible y ya en mi habitación, localizado el punto exacto, hice presión con los dedos en el yeso hasta que cedió. Con el alma en vilo y la punta de unas tijeras, extraje el trozo de yeso, me agaché un poco y pegué mi ojo al agujero: Efectivamente había conseguido mi objetivo, aunque no tenía una perspectiva de toda la habitación, podía ver la parte superior de la cama y parte de la habitación desde la altura de las rodillas hasta casi metro y medio de altura. Cuando estuvieran sentadas en la cama podría ver perfectamente a Carmen, ya ardía en deseos de comprobar mi descubrimiento. Coloqué el trozo de yeso otra vez en su lugar y observé que apenas se notaba el que se pudiera sacar y poner a voluntad, no obstante comencé a pensar la forma de evitar miradas indiscretas al bendito trozo de yeso.

  Aquel mismo día conseguí un par de pósters de uno de mis grupos favoritos y los coloqué con celo uno encima de otro de forma que solo tenía que levantar un poco el de abajo y ya tenía acceso al mirador.

  Solo tuve que esperar hasta el día siguiente por la tarde. A los pocos minutos de encerrarse ellas en la habitación, fui a la mía, cerré con pestillo por si acaso y con el corazón saliéndose de mi pecho por el miedo a ser pillado y por la emoción de poder comprobar mi capacidad de espionaje, arrimé el ojo y las vi sentadas frente a mí en la cabecera de la cama. Las dos tenían las rodillas levantadas, mi hermana llevaba pantalones y Carmen una corta falda subida hasta dejar al aire todas las piernas, podía ver perfectamente su blanca braga cuando abría las piernas, cosa que hacía repetidamente mientras hablaban confiadamente.

  No hubiera imaginado tal imagen a la primera, no estaba preparado para ello pero en cuanto me tranquilicé un poco consideré que había llegado el momento de masturbarme aprovechando aquella visión; colocado de rodillas, me bajé los pantalones y agarré mi miembro que todavía no había reaccionado y comencé a sobarlo. Enseguida se puso tieso y entonces ya tuve que pensar yo en que cuando me corriera tendría que tener algo preparado para no dejar rastro así que me levanté en busca de un pañuelo y enseguida volví a mi puesto.

  ¡Qué contrariedad! Carmen se había levantado por lo visto a buscar un par de pitillos, mi hermana Julia se lo fumaba en la cama en la misma posición y Carmen se dirigió al lado de la ventana a fumárselo en una posición inalcanzable a mi vista. Yo dejé mi paja en suspenso esperando a tener otra vez a la vista las bragas o, al menos, las piernas de mi prima Carmen.

  El tiempo pasaba y seguían hablando y hablando, Carmen debía estar sentada en la silla que había delante de la ventana porque no la veía. Se estaba haciendo muy tarde y yo calculaba que pronto se iría Carmen, yo seguía manteniendo mi erección pero procuraba no tocarme para evitar correrme antes de visionar otra vez lo que la había provocado.

  Pensé que la sesión de espionaje había llegado a su fin cuando vi a mi hermana levantarse de la cama y pasar por delante de mi visual, poco después se encendió la luz que ya comenzaba a hacer falta por la hora que era y mi hermana se sentó en la cama con los pies en la alfombra, al rato de ver solo esa imagen, cruzó por delante el cuerpo de Carmen por lo que supuse que iban a salir inmediatamente. Entonces vi a mi hermana que se echaba en la cama con los pies hacia el cielo y se sacaba los pantalones, después se sacó la camiseta y se puso un camisón cortito que sacó de debajo de la almohada, volvió a sentarse encima de la cama como al principio y otra vez comenzó a charlar con la prima que vi pasar otra vez a la silla.

  Ahora era mi hermana la que me enseñaba todo lo que yo ansiaba ver de Carmen, no había sido mi objetivo verla pero la estaba mirando y la forma de verla, nunca hasta entonces de forma libidinosa, trocó por momentos a hacerlo de la misma manera que deseaba hacerlo con Carmen. Estaba tan estupenda o más que la prima y yo ya estaba cansado de esperar otra visión, mis hormonas rebosaban y mi pene llevaba demasiado tiempo erecto. No era momento de remordimientos y prejuicios, mi leche quería salir y yo solo tenía que dejarla fluir, unos meneos más y ya notaba que me venía, coloqué el pañuelo alrededor de la punta de mi polla y dejé que explotara descargando toda la leche contenida y retenida durante la última media hora.

  Después de esta mi primera paja por mi hermana, pensé que sufriría grandes remordimientos y que la vergüenza no me dejaría mirar a la cara ni a Julia ni a mis padres, pero lejos de ello, comencé a mirar a mi hermana como una mujer más, lo mismo que a las vecinas o que a mi prima. Cuando andaba por casa con aquel camisón cortito, o cuando se sentaba en las sillas y ponía los pies en el travesaño levantando las rodillas, o cuando se agachaba, o cuando se subía a una silla para coger algún libro de la última estantería, siempre estaba yo al acecho con mis miradas libidinosas esperando ver parte del cuerpo que cada vez más me subyugaba y me producía una obsesión enfermiza.

  Ni qué decir tiene que el espionaje por la grieta del tabique se extendió no solo a cuando estaban las dos primas sino a cuando estaba sola mi hermana. Me gustaba espiarla sobre todo por las mañanas al levantarse pues era entonces cuando se quitaba el camisón, se ponía el sujetador y se cambiaba las bragas, era una acción rápida pero me permitía ver fugazmente su cuerpo desnudo. Eso no evitaba por otra parte, que cuando estaba Carmen con ella me pasara todo el rato espiándolas. Tenía generalmente mi recompensa con la visión de una u otra o las dos a la vez.

  Un día estaba yo en la cocina solo en la casa y oí entrar a mi hermana saludando y preguntando si había alguien; yo no le podía contestar porque en ese preciso instante estaba bebiendo, pero inmediatamente me acerqué para saludarla y poder verla otra vez con la minifalda que la vi salir de casa. Por lo visto había venido con unas ganas tremendas de orinar y al pensar que no había nadie en la casa se había metido en el cuarto de baño sin cerrar la puerta. Cuando llegué frente a la puerta del baño la vi en una visión inolvidable. Las braguitas en el suelo en medio del cuarto, al fondo del cuarto y sobre el inodoro, Julia de pie con las piernas abiertas, la mini recogida en su cintura, las últimas gotas de orina cayendo dentro del wáter, su cabeza agachada escondida tras la melena que le caía en cascada, un papel en una mano y la otra sobre el pubis dirigiendo la caída del chorro.

  Como ni me vio ni me oyó, hice marcha atrás lentamente un par de metros y la llamé mientras avanzaba hacia el baño. Esperaba un grito por su parte para frenar mi inminente entrada pero sorpresivamente esperó a tenerme delante para sin inmutarse decirme mientras se bajaba la falda que pensaba que estaba sola en casa.

  -Ya te he oído cuando has llegado pero no te he contestado porque estaba bebiendo-

  -Me lo has visto todo-

  -Apenas ha sido un momento-

  -Es que venía meándome y se me escapaba, tengo que cambiarme las bragas-

  -¿Y siempre meas de pie?-

  -¿Por qué piensas que lo hago así?-

  No supe qué contestar, había cometido un error ya que oficialmente no la había visto más que bajarse la falda. No me insistió más en que le diera una respuesta y yo se lo agradecía porque era una situación de lo más comprometida.

  El gran premio al espionaje que practicaba cuando venía Carmen ocurrió un domingo por la tarde. Mis padres habían salido y ellas llevaban ya mucho rato en la habitación, habían puesto música como solían hacer a menudo pero a pesar de haberse cambiado ya mi hermana para salir, cosa que no me había perdido, seguían charlando y sin marcharse. Ya hacía un buen rato que no me las miraba pero movido por la curiosidad quise echar un vistazo. Lo que vi hizo que ya no abandonara el mirador, estaban bailando lentamente al son de la música abrazadas una a la otra pero muy juntas, tan juntas que aquello resultaba excitante. No podía verles las caras y a veces desaparecían de mi campo de visión pero cuando volvían a él lo hacían apretadas entre sí. Mi imaginación volaba y en mi cerebro las veía besándose, no necesitaba más estimulación para que mi polla se pusiera en forma, preparé, como siempre, el pañuelo y dejé mi sexo al aire con la polla agarrada y lista para la paja que me esperaba hacer.

  Me fastidiaba no ver si se besaban, sobre todo cuando vi que se acariciaban las espaldas mutuamente, una y otra subían y bajaban sus manos a lo largo de la espalda de la otra. Mi hermana coló su mano por debajo de la blusa de Carmen para palpar directamente su piel; Carmen, un momento después, colocó sus manos en los glúteos de Julia. Ya no daban apenas vueltas y yo estaba contento de que se hubieran quedado junto a la cama en un lugar dentro de mi campo visual, hubiera sido una lástima perderme lo que estaba viendo.

  Carmen apretaba con sus manos el culo de Julia hacia ella a la vez que le subía el vestido y Julia hizo lo mismo metiendo las manos por debajo de la falda de Carmen. Dejaron de dar vueltas, ahora estaban inmóviles apretando sus pelvis la una contra la otra. Se separaron de pronto y Carmen levantó el vestido de Julia hasta lograr sacárselo, después desabotonó su blusa rápidamente y se la sacó, al segundo estaban despojándose de sus sujetadores, toda la ropa caía al suelo sin orden ni cuidado alguno. Volvieron a juntarse en un abrazo íntimo de piel con piel, tetas con tetas y aunque no podía verlo, suponía que sus labios también estarían juntos. Yo veía como con sus manos recorrían toda la superficie de la piel de la compañera; se acariciaban los senos mutuamente, los costados, el abdomen… y al unísono, como obedeciendo una orden de mi calenturiento pensamiento, dejaron deslizar una mano cada una por dentro de las bragas de la otra para acceder a la zona íntima y desconocida hasta entonces.

  Aguantaron acariciándose esa zona un buen rato, yo no me quería tocar para no correrme y aún así pensé que podía hacerlo en contra de mi voluntad, quería seguir disfrutando de lo que veía. Carmen pegó un tirón a las bragas de mi hermana hacia abajo que cuando las notó por debajo del culo terminó de sacárselas, mientras, mi prima se bajaba la falda y las bragas a la vez y se las terminaba de sacar con los pies. Una vez desnudas las dos, se abrazaron y al estar al lado de la cama, solo tuvieron que dejarse caer en ella sin aflojar para nada el abrazo. Al caer pude ver el beso hasta entonces imaginado en el que estaban fundidas sus bocas.

  Carmen se incorporó un poco separando la boca de la de mi hermana y acercó sus labios a las tetas de Julia, las besaba y chupaba con deleite y pasión hasta que mi hermana estiró de ella de forma que pudiera tener a su alcance las tetas de Carmen; ahora era Julia la que le devolvía a mi prima el placer que ésta le había proporcionado un minuto antes. Pronto se giró Julia y acomodándose las dos, se abrazaron para darse gusto mutuamente en un 69 que hacían echadas de lado. Yo, pensando que habían llegado ya al límite y que no podía esperar ver nada nuevo, quise calmar la necesidad que tenía de correrme porque si no, iba a estallar o a coger un dolor de huevos mayúsculo. No hice más que cogérmela y con dos o tres meneos ya me corrí, mientras, ellas seguían en su empeño de darse gusto mutuamente.

  Me limpié con el pañuelo y seguí mirando. A pesar de haberme corrido, notaba que no me había quedado satisfecho del todo, indudablemente era por verlas a ellas inmersas en aquel empeño, moviéndose como culebras, agarrándose la una a la otra como lapas; yo seguía sosteniéndome la polla, todavía grande aunque no tan dura, y la meneaba lentamente. Pronto me di cuenta de que necesitaba más, se me estaba poniendo otra vez dura; en éstas, ellas se separaron y entre risas y sonrisas y frases que yo no alcanzaba a oír, se colocaron sentadas una frente a otra con las piernas entrecruzadas de forma que sus coños se tocaban entre sí, así comenzaron un movimiento frenético que las llevaba a levantar sus culos un palmo de la cama, apoyándose en las manos para poder sostener sus cuerpos en esa posición sin parar de moverse rítmicamente. Ya no reía ninguna, a Carmen la tenía de espaldas y no podía verle la cara pero a Julia sí pues me caía de frente; la expresión de su cara era totalmente desconocida para mí, se me quedaría grabada mucho tiempo, todo lo que estaba presenciando se me iba a quedar grabado, pero su cara muchísimo más.

  Ya se me había puesto dura del todo y ahora me estaba volviendo a pajear con ritmo acelerado, lo que veía se merecía otro orgasmo por mi parte. Pero fue Julia la que apurando la expresión de su cara al máximo, echando la cabeza hacia atrás y entre sonoras exhalaciones que llegaban a mis oídos, frenó el movimiento de su pelvis y apretándola más si cabe a la de su prima, consiguió su orgasmo. ¡Bestial! Yo no conocía un orgasmo femenino, descubrí entonces que aquello tenía que serlo y entonces sí, no pude aguantar más y me volví a correr por segunda vez en poco rato.

  Julia se paró pero era evidente que Carmen se había quedado con ganas de más. Se levantó de pie sobre la cama y puso su sexo a la altura de la boca de Julia que estaba sentada en la cama. Pronto se cansaría mi hermana de chuparle el coño en aquella posición, se echó larga en la cama y mi prima cayó sobre ella en cuclillas colocándole el coño en la boca; echada hacia arriba, mi hermana se limitaba a chuparle el coño a Carmen, pero ésta movía su pelvis sin parar frotando su sexo en la boca de Julia.

  Aún tenía mi pene de un tamaño considerable posiblemente porque no paraba de seguir masturbándome mientras veía a Carmen incrementar el ritmo diabólico de su danza sobre la cabeza de su prima. Como yo ya había conocido el orgasmo de Julia, esperaba algo parecido en el caso de Carmen y así fue; mi prima incrementó el ritmo de su movimiento pélvico hasta que cesó en él casi al completo mientras su cuerpo era sometido a grandes espasmos que causaban en su piel repetidos temblores perceptibles perfectamente. Cuando unos segundos después, llegó la calma, Carmen elevó el culo para dejar respirar a Julia y se acomodó estirada al lado de mi hermana, se dieron un tierno beso antes de meterse las dos como pudieron dentro de la cama y cubrir sus cuerpos desnudos con la ropa, querrían entrar en calor con sus cuerpos pegados uno al otro en aquel día de primavera en que la temperatura todavía era algo fresca. La vista de la pareja abrazada dirigiéndose miradas enternecedoras en la intimidad secreta de aquella habitación puso punto final a unas imágenes tan impactantes como inolvidables.

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