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Historia de una conocida política actual (VIII)

en Grandes Relatos

  Los dos días de fiesta pasados con su novio fueron el preludio de otros fines de semana y de otros días enteros que pasaron juntos en convivencia, a veces solos, a veces con la hija de Toni que ya había cogido mucha confianza con Tati. Cada vez lo hacían más público y los encuentros menos distantes y más prolongados. La vida para Tati discurría entre el trabajo, el estudio y el novio… y por las noches, la inconfesable rutina que tenían montada con su hermano. La relación con Lucía se ceñía a la estrictamente laboral, aunque nunca fue fría y distante; entre las dos quedó un poso de amabilidad, concordia y verdadera amistad que la herida de la separación jamás haría mella sobre él.

  Un año después, llegó el momento en que a Tati le iban a entregar el título que tanto esfuerzo le costó conseguir, en una ceremonia programada para un viernes por la mañana. Asistirían los padres y todos los hermanos de Tati, Sara también prometió acudir y por supuesto Toni no podía faltar. Tati pensó que gracias a la ayuda que le prestó Lucía, tenía que invitarla y además insistir en que acudiera. Nadie tenía por qué saber la íntima relación que entre ellas había existido, era simplemente la jefa comprensiva y que tanto la había apoyado en sus estudios, por esa razón se explicaba su presencia aquel día tan magnífico.

  Todos fueron a celebrarlo a un restaurante donde comieron y bebieron hasta la saciedad. Al terminar decidieron terminar la fiesta en algún bar de copas, pero ya el grupo que allí acudió estaba muy mermado; solo los gemelos y Lucía acompañaron a Tati. Cuando salieron de aquel bar, los gemelos se despidieron y Lucía se ofreció a acompañar a Tati que tenía que ir a la pastelería a comprar una bandeja de pasteles para compartirla con los compañeros del trabajo.

   -Alguna botella de cava también estaría bien, ¿verdad Lucía?-

  -No te gastes dinero, en mi casa tengo un montón que no las bebo, ya te las llevaré.-

  -Necesito una por lo menos ahora porque esta noche he quedado que iría a casa de mi amiga Sara y lo celebraré con su marido y su hija.-

  -Entonces vamos ahora, tengo aquí cerca el coche.-

  Al entrar en la casa de Lucía, Tati no pudo evitar los recuerdos que le traía aquella estancia. Con Lucía habían llevado a grandes cotas las manifestaciones mutuas del amor que entre ellas existía y que ahora, al entrar en aquella casa, tomaba otra vez vida… si es que alguna vez estuvo muerto. De la forma que se miraban parecía que jamás se hubiera cortado aquella ya lejana relación. Renacían los deseos ardientes, los cuerpos se tensaban esperando una señal, un gesto, la chispa que encendiera el fuego que antes de la ignición ya abrasaba.

  Sin saber quien fue la que dio el primer paso, se encontraron abrazadas y con sus bocas pegadas una a la otra en un interminable morreo que teñía de rojo los contornos de los labios; más por la pasión que ponían que por el carmín extendido, pero ninguna de las dos reparaba en ello. Pronto las manos recorrieron las sendas conocidas, lejanas en el recuerdo pero nunca olvidadas, que conducen a los recovecos disparadores del placer.

  La ropa desaparecía por momentos, un rastro de prendas olvidadas en el suelo conducía al tálamo donde tantas veces habían consumado su amor. Aquel día ninguna se atrevía a separar sus labios de los de la otra antes de yacer desnudas y abrazadas. Por eso, probablemente, cuando separaron sus labios, hicieron rodar sus cuerpos hasta lograr la posición correcta: echadas de lado en perfecta unión, cada una de las cabezas entre las piernas de la otra.

  Comenzaron las dos a la vez a lamer con ansia incontenible el sexo de la otra mientras con una mano apretaban las nalgas y la otra la utilizaban en acariciar, con no menos pasión e intensidad, la cintura, la espalda y los pechos de la compañera. No tardó Tati más que unos segundos en correrse haciéndolo bien patente ante Lucía. Ésta, al notarlo, tuvo una subida tan enorme de sensaciones que desembocó, por esperado y ansiado, en un tremendo orgasmo. Lejos de pararse, a pesar de lo sensible que tenían las zonas objeto de sus chupeteos, siguieron empecinadas en buscar el placer, más el de la compañera que el propio, como tiene que ser cuando hay amor verdadero. Lograron dos orgasmos más cada una: para ello alternaron posturas, cambiaron lamer por ser lamida, entremezclaron bocas, lenguas, dedos, tetas, nalgas, piernas, coños y clítoris. Al final quedaron extenuadas y se abrazaron por enésima vez para besarse, por primera vez en aquella tarde, delicadamente y con inusitada candidez.

  Ya más tranquilas, vestidas y arregladas, analizaron lo que habían hecho y coincidieron que podían seguir haciéndolo como siempre lo habían hecho, en secreto y ahora además, de forma más esporádica. Tati seguiría con su novio y Lucía tampoco tenía que renunciar a cualquier otra relación. Sería una relación que nadie debía conocer y que perduraría para siempre y así se lo prometieron. Tati pensó de inmediato que ya tenía dos relaciones en su vida que ni podía contar ni podía prescindir aunque quisiera, las dos eran preciosas y las dos eran adictivas.

  Un año después, la vida de Tati ahora se repartía entre su trabajo (había logrado consolidar un puesto de encargada de ventas de una sección), su novio, sus visitas a la casa de Lucía, dos o tres veces al mes, y su inconfesable costumbre de las masturbaciones con su hermano. Éste ya contaba 17 años, y había tenido alguna relación con chicas que no habían empañado para nada la que mantenía con su hermana. En más de una ocasión, no conforme con lo que hacían, había intentado algo más con su hermana, sobre todo cuando empezó a salir frecuentemente con una chica y pidió a Tati con toda su cara, que le enseñara a follar. Tati le paraba siempre los pies y le amenazaba con cortar la rutina que tenían, a última hora limitada a una o como muchas, dos veces por semana.

  Un día cayó por la tienda una de las amigas de Tati, miembro de la cuadrilla del pueblo. Hablaron de todo un poco y la amiga le preguntaba bastante interesada en las relaciones de Tati con Toni. Cuando ya vio Tati que resultaba un poco extraño tanto interés, sospechando algo raro le preguntó:

  -¿Es que tú sabes algo que yo no sepa?-

  -¿Qué quieres que sepa yo?-

  -Tú sabrás, pero haz el favor de decirme todo lo que sepas, eres una buena amiga y no me lo puedes ocultar. ¿Qué se dice?-

  Ahora esperaba Tati que su amiga le contara que se decía algo relativo a sus visitas a casa de Lucía. Tendría que mentirle y decirle que simplemente eran buenas amigas y que Lucía le ha ayudado en sus estudios y sigue haciéndolo de forma altruista, pero nunca manifestar lo que en realidad había entre ellas.

  -Vale, te lo voy a decir ya que insistes: Hace meses que a Toni le han visto con una separada que vive sola y los han visto en público y entrando a casa de ella. ¿Sabes algo de eso tú?-

  Tati se quedó de piedra, era aquello un gran golpe a su ego. En aquel momento no se paró a pensar, aunque le voló por su cabeza, que ella engañaba a Toni desde hacía un año con Lucía. Claro que no era lo mismo, ella no lo engañaba con otro; era simplemente una amiga a la que satisfacía sexualmente de vez en cuando.

  No quiso indagar ni hacer preguntas, se limitó a seguir con Toni como si nada pero comenzó a observar comportamientos que le resultaban algo sospechosos. En la tienda, todas las compañeras y hasta algún compañero, sabían de las andanzas de Toni y del aguante de Tati, naturalmente Lucía también se enteró. A ella le afectó este asunto mucho más porque además, cuando se lo asomaba a Tati, ésta la cortaba queriendo mantenerse ciega ante lo evidente. Y es que en su interior algo le decía que sería algo pasajero y después todo volvería  a ser como antes.

  Un día, como otro cualquiera, que Lucía hacía una ronda por los departamentos de la tienda, una de las dependientas le indicó que una clienta que estaba a unos metros de ellas era la presunta amante del novio de Tati, alguien en la tienda la conocía y había corrido la voz. Solo tuvo Lucía que estar atenta a lo que compró, después accedió a la compra que había realizado y vio que había pagado con una tarjeta propia del establecimiento. Por eso pudo enterarse sin levantar sospechas de su nombre y su domicilio.

  Preguntando a Tati, sin contarle nada, se enteraba de cuando ellos se veían o no, y como quien pregunta sin un gran interés, se enteraba de cuando Tati esperaba que Toni acudiera a ella y en cambio, le fallaba. Decidió investigar por su cuenta sin decirle nada a Tati.

  Directamente por Tati, Lucía se enteró de que un sábado se iba a quedar sin recibir la visita de Toni; evidentemente aquello era muy raro y así se lo preguntó ella. La otra le contestó con las excusas que le había contado Toni y para cortar el interrogatorio, miró pícaramente a Lucía y le propuso pasar la noche del sábado juntas. Naturalmente Lucía estaba encantada.

  Ese sábado, Tati se llevó una sorpresa; a la hora de comer le dijo Lucía que le había conseguido un permiso para aquella tarde y que saldrían juntas de viaje a pasar la tarde fuera de la capital.

 Al llegar a la ciudad donde vivía Toni, Lucía convenció a Tati para que llamara desde el bar donde se encontraban a su novio. Parece ser que estaba con la niña en la casa donde vivían junto a los padres de Toni, éstos, según dijo, se habían ausentado y por eso él tenía que quedarse a cuidar de su hija.

 Como Tati conocía la casa, fueron a vigilarla desde el coche. Era una casa unifamiliar en un tranquilo barrio de las afueras; después de un rato, Tati se quería marchar ya, aquello de estar allí vigilando se le hacía muy pesado. Aguantaron por Lucía, ésta se tuvo que poner fuerte y recordarle que estaban allí porque ella había dado la cara en la empresa y al fin y al cabo era todavía horario de trabajo. Por fin vieron movimiento, los padres de Toni salieron llevándose con ellos a la pequeña en el coche donde montaron para alejarse de la casa. Ahora tendrían que estar atentas para seguir a Toni si salía y no perderle de vista. A los quince minutos, paró un coche frente a la puerta y salió de él una mujer que Lucía reconoció como la clienta de aquel día, tras llamar, se introdujo por la puerta que Toni le abrió. Entonces Lucía se explayó en toda clase de explicaciones para hacerle ver la realidad que Tati se negaba a aceptar hasta que se derrumbó en un lamento de llantos sin consuelo.

 Media hora después, ya repuesta y tranquilizada a la vez que consolada por su amiga, se decidió aconsejada por Lucía, a darle una sorpresa al traidor. Llamaría a la puerta y si abría, pasaría para cogerlos “in fraganti”, si no abría, se pondría a gritar evidenciando que sabía que dentro estaba la usurpadora de un amor del que no era merecedor un vil traidor como él.

  Lucía vio como Tati desaparecía dentro de la casa durante unos breves minutos para verla salir corriendo hacia el coche, llorando desconsoladamente, con la cara desencajada, con el dolor reflejado en su semblante, como un juguete roto, como una flor arrancada, con la candidez aplastada para siempre, como una virgen violentada.

  Salieron rápidamente de allí sin parar en ningún sitio, sin hablar, sin parar de llorar las dos, sin tocarse ni siquiera levemente una mano. Pararon en el garaje de casa de Lucía, subieron en silencio en el ascensor y se sentaron muy juntas en el sofá, se abrazaron y permanecieron calladas durante un eterno espacio de tiempo. Ni una ni otra tenían necesidad de sexo, solo querían estar abrazadas; solo la necesidad fisiológica de evacuar los líquidos retenidos hizo moverlas de aquella posición.

  Lucía le pidió a Tati que le ayudara en la cocina a preparar un poco de cena porque ya se había hecho la hora y los estómagos reclamaban su parte. Ya los ánimos estaban más calmados, se permitían bromas y caricias, sin faltar algún que otro beso de amigas que a lo largo que avanzaba la noche se hacían más largos y más pasionales.

  Después de cenar, Lucía arrastró a Tati hasta el yacusi y la convenció para darse un baño relajante. Lucía no entró en el baño, solo hubiera tenido que despojarse de su bata de seda para hacerlo pues no llevaba nada debajo de ella, pero prefirió que Tati dispusiera para ella sola de toda la bañera mientras ella la enjabonaba con una suave esponja natural por todo el cuerpo. Tati apoyó la cabeza con los ojos cerrados y dejó que Lucía la lavara y la masajeara suavemente durante el tiempo que quiso. Cuando Lucía creyó oportuno, dejó a un lado la esponja y siguió directamente con las manos.

  Aunque llevaba las mangas de la bata remangadas, no podía acceder por debajo de la cintura de Tati sin mojarla, así que optó por quitársela y entonces ya pudo llegar algo más abajo. Como todavía no podía acceder a las piernas de Tati, al final entró en la bañera y entonces por fin, comenzó a acariciar las zonas que tanto les gustaba.

  Tati disfrutaba como una perra sintiendo la mano de Lucía realizando maravillas en su sexo. Con suavidad, con ternura, con delicadeza, con amor; aquel día Lucía tenía extremo cuidado en ser delicada, era consciente que tenía en sus manos un juguete roto recién reparado que podía hacerse añicos en cualquier momento. Ponía todo su cuidado en tratar a su amiga, primero como amiga, y por último como amante. Pero poco a poco, los instintos naturales de la joven Tati emergieron sin remedio.

  Cuando Lucía notó la mano de Tati apoyarse sobre la que utilizaba para acariciar la suave piel del sexo de la amiga, comprendió que ésta quería placer, que ya quería pasar de la ternura a la lujuria, que ya estaba superando el trauma vivido aquella tarde, y que ahora buscaba otro tipo de consuelo. Era lo que estaba esperando, se abalanzó sobre Tati para besarla apasionadamente, unió su cuerpo al de su amiga entre las burbujas de la bañera, besó, lamió y mordisqueó sus pechos y en ningún momento dejó de masajear intensamente el clítoris de Tati, ni siquiera cuando le introducía uno o dos dedos dentro de la vagina buscando con la punta de ellos, ese punto que ella sabía encontrarle y que tan feliz les hacía a las dos.

  Tati, después de correrse dos veces, se dejó vencer por el desfallecimiento y apoyando la cabeza en el borde de la bañera, se hubiera quedado dormida. Lucía, comprensiva y nada egoísta, se echó frente a la amada en posición similar y se dispuso a calmar el ardor que la quemaba en su interior. No quería pedirle nada a Tati porque ello hubiera significado sacarla de su letargo, así que con la misma mano que había logrado los orgasmos de Tati, comenzó a tocarse para lograr el fin propuesto. Breves minutos más tarde, Tati, que veía la intención de Lucía, la cogió tiernamente de las manos y la estiró hacia ella haciéndole comprender que quería proporcionarle placer con su lengua. Lucía puso su coño a disposición de la boca de Tati y ésta no tuvo más que sacar la lengua para transmitirle las sensaciones que le harían vibrar de placer hasta culminar en un orgasmo sublime.

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