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Historia de una conocida política actual (IV)

en Grandes Relatos

  Aquella aventura amatoria les marcó; al menos Tati, desde entonces rechazaba cualquier trato con chicos, alguno de los que antes habían tenido algo con ella intentaban retomar las relaciones olvidadas pero Tati se mantenía totalmente distante. Pensaba que los chicos eran más o menos todos por un estilo, egoístas o como mal menor, egocéntricos; soberbios y fanfarrones; superficiales e inestables; incapaces de mantener una relación estable de amor y cariño, al menos de verdadera amistad. Hasta entonces solo habían ido a buscar en ella lo que ella, equivocadamente les daba; el sexo que a ella tanto le gustaba y ellos eran incapaces de complacerla. Total, para satisfacerse plenamente tenía que recurrir a la soledad de su cama, una vez que estaba segura de que su hermano Carlos dormía, y fundamentalmente a los encuentros íntimos con su gran amiga Sara con la que además pasaba horas y horas del día.

  Ella era todo lo contrario que los chicos, era amable, cariñosa, comprensiva, complaciente, sensible, siempre dispuesta a escuchar, a dar compañía, a consolar, a utilizar su tiempo con su amiga y además se llevaban estupendamente en la cama. También era cierto que Sara pensaba lo mismo de Tati, por eso había cortado con los chicos. A ella le había dolido algo más pues en lo concerniente al sexo, Sara disfrutaba más que Tati de las relaciones con el sexo contrario; aunque eso lo llevaba mejor desde que descubrieron que el aparato que utilizaron aquella primera noche podían meterlo en agua muy caliente durante unos minutos antes de utilizarlo en los momentos deliciosos que pasaban solas en la vivienda de Sara.

  No les faltaron ocasiones; la semana siguiente estuvieron durmiendo juntas todas las noches porque la madre de Sara no se quería separar de su marido hospitalizado. El fin de semana volvió otra vez el hermano y a la semana siguiente tuvieron que aprovechar alguna tarde para sus prácticas sexuales pues la madre de Sara ya se iba a dormir a su casa. Lo peor fue cuando le dieron el alta hospitalaria al padre de Sara pues entonces estaba siempre en su casa. Se tuvieron que conformar con escapadas al parque pero siempre limitadas a la incomodidad del espacio tras los setos o los arbustos en la oscuridad cómplice para la necesaria intimidad que allí encontraban como último recurso.

  Se les presentó la ocasión para pasar un par de noches juntas para las fiestas del pueblo de los padres de Tati. Como ya estaba el curso en marcha, allí solo pudieron ir el fin de semana; naturalmente Sara fue invitada y tenían que dormir en la misma habitación en casa de los abuelos de Tati. Iba a ser estupendo, poder vivir aquel amor secreto otra vez, por dos noches en la intimidad que ofrece la cama de una habitación, después de dos semanas teniendo que recurrir al parque.

  Se divirtieron de lo lindo con el grupo de amigos de Tati; había dos o tres chicos que se pegaron a Sara como moscas. Ellas, en privado, ya empezaban a hablar más que de los chicos, de una de las amigas de Sara, muy tierna y sensible, que a gusto se la habrían llevado a la cama con ellas. En el poco tiempo que estuvieron en el pueblo, no se complicaron y se limitaron a disfrutar juntas de la posibilidad que les brindaba la ocasión. Pasaron dos inolvidables noches de pasión desenfrenada en las que ni siquiera echaron en falta el aparato que habitualmente utilizaban en casa de Sara. Desgraciadamente, aquello solo duró dos noches y el domingo volvieron a la rutina de la capital, de sus pequeños pisos en el extrarradio, de los estudios  y afortunadamente, de las escapadas al parque.

  Así llegaron a los días que preceden a la Navidad, era sábado y hacía un frío endemoniado, sin haberlo premeditado, los pasos de la pareja de amigas se dirigían al conocido parque y entonces Tati aclaró:

  -Hoy no tengo muchas ganas, pero igual te lo chuparé.-

  -¿Qué te pasa? ¿Tienes algún problema?-

  -Tú eres la que debe tenerlo, te encuentro muy rara desde hace días.-

  -Entonces… ¿por qué dices que no tienes ganas?-

  -A mí lo que me pasa es que me ha llegado esta mañana el mes.-

  -¡Ojalá me llegara a mí!-

  Se hizo un silencio absoluto y las bocas callaron para dar paso a las emociones. No hacía falta preguntar nada para que Tati comprendiera el alcance del deseo expresado por Sara en su última frase, ahora entendía el estado anímico de Sara durante los últimos días, si no estaba embarazada, al menos, tenía miedo a estarlo. ¿Cabía alguna duda? Agarrándose a la esperanza de la probabilidad de una falsa alarma, Tati le preguntó:

  -¿Cuándo tuviste la última regla?-

  -A principios de septiembre.-

  -¿Y no puede ser un retraso sin más?-

  -No lo creo, he tenido vómitos como cualquier embarazada y me noto que tengo en la barriga algo que estoy segura de que es el niño. Estoy, ahora sí, completamente convencida de que estoy embarazada; de hecho ya hace días que estoy convencida, si no he dicho nada es por ver si con suerte lo perdía, pero ya veo que eso no va a pasar.-

  -Y tus padres… ¿saben algo?-

  -No. Y no sé cómo decirlo.-

  -¿Y quién es el padre?-

  -No lo sé con seguridad.-

  -Vamos Sara… no digas que no lo sabes… eso tienes que saberlo.-

  -Dudo entre dos, por eso no puedo decirlo con seguridad.-

  -Pero a ver Sara: ¿Cuándo has estado tú con chicos sin que yo me enterara?-

  -En las fiestas del pueblo de tus padres.-

  -Pero si no nos separamos ni un momento… y allí ya fuimos después de montárnoslo nosotras solas; me acuerdo que ya había salido tu padre del hospital y estábamos deseando llegar a casa para satisfacer las ganas acumuladas durante los días que no podíamos hacerlo en tu casa por estar allí tu padre.-

  -Bueno, ya está bien. Te digo que fue en aquel pueblo y vale. Además… ¿qué importa quién ha sido si no iba a hacerse responsable?,  ni yo quiero que se lo haga absolutamente nadie, así que no insistas.-

  Tati quedó un tanto dolida con su amiga; al fin y al cabo ella solo quería ayudarle. Pero semejante contundencia ante la negativa a declarar la paternidad de su hijo le hicieron llegar a Tati recuerdos de pensamientos pasados, sospechas que ahora se hacían evidencias. Nunca le había dicho nada pero ahora no se iba a callar.

  -Oye Sara: no es curiosidad, ya sabes que te quiero mucho y lo único que me mueve es quererte ayudar, pero… tiene que ser tu hermano ¿verdad?-

  -No voy a decir nada. ¿Queda claro?-

  -Ya has dicho bastante; tranquila, yo no voy a ir contándolo por ahí. Pero eso se lo tendrás que contar a tus padres… y a tu hermano.-

  -Ya lo he pensado, ahora cuando venga mi hermano para Navidad, me dijo que me ayudaría a contárselo a mis padres, pero no queremos que se enteren de que el padre es él. Tenemos que decir que el padre es un chico que conocimos tú y yo y que salió unos días con nosotras y que no quiere saber nada de mí desde que lo dejamos y que un día que os visteis de casualidad, te dijo que nunca más quería saber nada de nosotras.-

  -Me estás poniendo a mí por medio, está bien, te ayudaré, ya lo sabes.-

  -Mi padre querrá buscarlo y tenemos que impedir que lo intente, en eso me tendrás que ayudar mucho. Hay que inventar un chico, mal estudiante, mal trabajador, de carácter poco agradable y además decir que es violento, borracho y drogata. Cuanto peor lo pintemos, menos ganas tendrá de buscarlo.-

  Fueron unos días muy duros para Sara, además Tati no pudo estar junto a ella. Tras las vacaciones de Navidad, Sara colgó los estudios y se encerró en su casa. A Tati le prohibieron sus padres que se relacionara más con su querida amiga; tenía que ir a verla a escondidas, pero nunca la abandonó y a sus padres les plantó cara diciéndoles que seguiría siendo amiga de Sara durante toda su vida. Por eso, al fin cedieron y al final del embarazo ya se habían resignado a aceptar la amistad de las chicas como algo normal. Cierto es que a ello contribuyó y mucho la nueva forma de comportarse Tati.

  Tati había aprendido muy bien la lección, había madurado en unos meses lo que algunas tardan años. Lo que le pasó a su amiga le había abierto los ojos; Sara ahora estaba prácticamente sola, sin un porvenir basado en sus estudios o en una preparación laboral, sin un marido que la protegiese y la respaldase ni nadie que tuviera la obligación de mantenerlos, a ella y a su hijo naturalmente, ahora tenía que pensar en los dos y lo único que tenía era el permiso de sus padres para quedarse con el niño en aquel diminuto piso en la habitación que dejaba su hermano mientras trabajaba fuera. Cuando estuviera en casa, se apretarían como pudiesen, ya lo tenían discutido y en cuanto Sara pudiera quedarse más libre, buscar un trabajo y a poder ser, encontrar un marido, con lo difícil que sabían todos que eso podía resultar en el caso de una madre soltera.

  Por eso Tati, escarmentada en cabeza ajena, y resabiada tras sus experiencias pasadas con todos los chicos que conocía, además de haber conocido las mieles de una relación lésbica, se propuso seriamente no pasar por nada parecido a lo que su amiga pasaba y le quedaba por pasar. Tati lo vio muy sencillo: Era una chica agraciada y con una fama en el barrio que no le favorecía a sus fines pero eso era lo de menos. Con paciencia, un tiempo después elegiría a un buen partido, como se decía, y se casaría con él para vivir el resto de su vida de él.

  Para lograr ese objetivo tenía que cuidar su físico, no empeorar su fama, estudiar para lograr huir del ambiente del barrio y cuando esa otra imagen que buscaba para ella, la tuviera bien consolidada, utilizando sus atributos físicos y su agradable personalidad, siempre con la frialdad necesaria para no dejarse llevar por las emociones, podría conseguir aquello que se propusiera.

  En contra jugaban su pasado y la amistad con Sara. Ésta, cuando el niño que tuvo en el mes de junio ya tenía unos meses y podía quedarse con su abuela, comenzó a salir y requerir de Tati compañía para ir de compras, salidas nocturnas y demás. Tati se comprometió a acompañarla pero con la condición de que no hubiera hombres por medio. De esa manera, se aseguraba no perder imagen a la vez que se tenían mutuamente para, siempre con la máxima discreción, cumplir de vez en cuando con sus íntimas fantasías apagando entre ellas sus deseos sexuales.

  Una y otra apagaban normalmente la sed de sexo con masturbaciones cada vez más frecuentes, sobre todo por parte de Tati. Había aprendido a hacerlas casi a diario; en la soledad de su cama cuando ya estaba segura de que su hermano Carlos dormía. Ya no tenía suficiente con el primer orgasmo al momento de empezar a tocarse, sino que siempre buscaba un segundo y a veces, un tercero que la dejaba satisfecha y aplacada. Era la forma de evitar totalmente a los hombres y de ir sobrellevando el tiempo que transcurría desde un encuentro con Sara hasta el siguiente, cada vez más distanciados y por tanto menos frecuentes.

  Así transcurrió el siguiente curso al que acudió Tati; sería el último. Para las vacaciones de verano ya había solicitado varios trabajos y tuvo la suerte de ser llamada para dos de ellos: uno era de oficinas en un tema de seguros y el otro, peor remunerado, era de aprendiz en unos famosos grandes almacenes donde quizás tuviera más posibilidades de progresar en el futuro. Eligió este trabajo que además compaginaba con unos estudios de comercio que costeaba con lo poco que ganaba en la tienda.

  El primer año de trabajo, Tati se lo pasó rotando por múltiples secciones, aprendiendo y demostrando a sus encargados su valía. Conoció a cajeros, responsables de sección, encargados, jefes y superiores, la mayor parte de ellos del sexo femenino. Alguno de ellos, naturalmente del sexo masculino, trató de intimar con ella más de lo recomendable; Tati supo mantenerlos todos a raya, no daba nadie la talla suficiente para perder el tiempo con ellos. Ya se había hecho una idea muy clara de lo que tenía que hacer para labrarse un porvenir dentro de la estructura de la tienda que le permitiera adquirir el status necesario para culminar sus intenciones a largo plazo, y eso pasaba por gente de más categoría en la empresa.

  La ocasión llegó cuando se cumplía un año de la entrada en la empresa. La mano derecha de la máxima autoridad en aquella gran superficie llamó a Tati a su despacho. Habían seguido su trayectoria por los diferentes destinos que Tati había tenido durante aquel año y quería tener una entrevista personal para decidir dónde ubicarla.

  Un poco nerviosa, Tati acudió a la entrevista. Sabía quién la esperaba al otro lado de la puerta, había visto su magnífica figura femenina muchas veces en aquel año. Era una mujer de 47 años de porte elegante, siempre impecablemente vestida, de piel cuidada, con un cuerpo de gimnasio sin grasas, ojos preciosos de mirada profunda; nunca pasaba desapercibida, era imposible no mirarla. Los hombres la miraban con ojos lascivos, las mujeres con envidia. Se decía que la había encumbrado el anterior director de tienda porque era su amante, pero nadie lo sabía con certeza pues nunca se les notó nada extraño. Cuando él fue requerido para un importante puesto en la sede central de la compañía, ella fue el principal bastión del nuevo director.

  Se comentaba por la tienda que estaba separada o divorciada de su marido y que había venido desde la tienda donde se ubicaba la sede central, y que si no había vuelto allí cuando el director anterior marchó, era por no encontrarse con su ex que también tenía un importante puesto en la central.

  Encontró una mujer que no esperaba, cordial y amable, hasta cercana. Le pidió que expresara su opinión y sus deseos después de manifestarle los buenos informes que tenía de ella. Eso le dio confianza a Tati para expresarse casi de forma amistosa. La otra le escuchaba atentamente mientras la miraba de una forma que a Tati le recordaban las miradas lascivas que se dirigían con su amiga Sara. Así, sin duda, adquiría más confianza, y atisbaba en esa peculiar forma de mirarla el deseo que entre Sara y ella había; con la diferencia de que no era su amiga de confianza quien la miraba sino su jefa máxima a la que debía el mayor de los respetos.

  Le expresó su voluntad de servir donde hiciera falta pero también sus preferencias por un puesto que ella creía poderlo hacer mejor que quien lo hacía:

  -Creo que sería una buena escaparatista.-

  -Lleva mucho tiempo ahí la que lo hace.-

  -También me atrevería en alguna tarea administrativa, llevo un año estudiando comercio.-

  -¿Ah sí? Eso es interesante, cuéntame.-

  Tati le explicó cómo y dónde estudiaba, cómo se lo financiaba ella misma y cómo lo compaginaba. Eso le llamó la atención a la Sra. Lucía e interesada, le pidió a Tati que para poderla ayudar, le facilitara el programa de estudios completo.

  -Mañana procuraré traérselo, tengo el primer curso ya aprobado ¿sabe?-

  -Entonces debes ser una buena estudiante; mejor.-

  -Le dejaré el programa aquí en su despacho o ¿lo recogerá usted misma en el departamento de ropa infantil en el que estoy ahora?-

  -No se te ocurra traer nada aquí, nadie debe enterarse de que te ayudo. Hay muchas envidias y muchos lobos en esta jungla.-

  Mientras hablaba, la jefa se levantó y acercándose a Tati, que también se levantó respetuosamente, le dijo:

  -Si no te importa, eso me lo proporcionas en privado y lejos de la tienda. ¿Te parece el domingo en mi casa?-

  -Si me dice dónde, allí acudiré sin falta.-

  Cuando le dio la dirección, la hora y el recordatorio de que tenía que ser discreta con aquel asunto, Tati se la miró directamente a los ojos y ya no le cupo duda de que la estaba requiriendo para una cita que podía terminar con suerte, en un revolcón. Bueno, pensó, si me tengo que acostar con alguien, mejor hacerlo con una tía que está tan buena como ésta.

  Aquel domingo Tati se levantó más temprano que otros domingos, se duchó y se acicaló como cuando salía alguna noche con las compañeras de trabajo. Dudaba entre unos ceñidos vaqueros o una estrecha minifalda, al final se decantó por el pantalón sobre unas braguitas de encaje de color carne a juego con el sujetador que llevaba bajo una sencilla camiseta sin mangas de color rojo. Salió pronto de casa pues tenía que coger dos autobuses para llegar a la exclusiva urbanización en la que vivía sola su jefa, pues aunque tenía una hija de 20 años que estaba normalmente con ella, ahora se encontraba con su padre de vacaciones.

  Subió en el ascensor hasta el último piso de un bloque que evidenciaba la clase de gente que allí vivía. ¡Qué diferencia con los bloques de su barrio! Tati pensó que ella también viviría algún día en casas como ésta. Salió a recibirla su jefa vestida con una bata de seda natural de las que vendían en la tienda. ¡Qué bien le quedaba en aquel cuerpo! ¡Cuánto le gustaría a Tati tener una de esas! De momento no se lo podía permitir, algún día también la podría lucir con la misma o más elegancia que lo hacia la Sra, Lucía.

  -Pasa Tati, pasa, estás en tu casa.-

  -Buenos días Sra. Lucía, gracias.-

  -¿Has desayunado? ¿Quieres tomar algo? Yo voy a tomar café, ¿quieres uno?-

  -Bien gracias, con un poquito de leche si no le importa, por favor.-

  -¿Has traído el programa?-

  -Sí, lo tengo aquí.-

  -Pasa, si no te importa, conmigo a la cocina.-

  Mientras preparaba el café no pararon de hablar de cuestiones relacionadas con el trabajo, los estudios y los proyectos de Tati. Después siguieron hablando mientras se lo tomaban, del programa y de la forma que la jefa veía que tenía que afrontar Tati su porvenir en la empresa. Se le veía muy amable y abierta, Tati no podía creer que una persona de tanta responsabilidad en la tienda, estuviera preocupándose por ella; no estaba acostumbrada a esto. A una persona así Tati le tenía, sin más remedio, que coger simpatía. Pero no era solo simpatía lo que sentía por ella, era algo más.

  La bata de seda se había abierto y ahora dejaba ver unas piernas finas y bonitas que su dueña no se apuraba en tapar; posiblemente porque veía como Tati las miraba de reojo, de la misma manera que miraba sus pechos sueltos bajo la bata. Sus miradas se cruzaban y aunque ninguna decía nada ni daba el primer paso, las dos sabían en qué iba a acabar aquello.

  Cuando ya estaba todo hablado, como colofón a una larga mirada que clavó la dueña de la casa en los ojos de su invitada, ésta, a punto de reventar de los nervios y huyendo de aquella mirada, levantó los ojos hacia los armarios de la cocina y soltó:

  -Tiene una casa muy bonita.-

  -¿Quieres verla? Voy a enseñártela si quieres.-

  Se levantaron y comenzaron con la visita. Enseguida vio Tati una foto enmarcada de una chica preciosa.

  -¿Y esta quién es? ¿Su hija?-

  -Tiene 20 años y vive aquí excepto cuando está con su padre como ahora.-

  -Es guapísima, tiene cara de modelo.-

  -Cuando tenía 10 años la escogieron como modelo de ropa infantil en la empresa donde tú y yo trabajamos.-

  -¿Y ha seguido en eso?-

  -No, está estudiando empresariales, y después quiere seguir con otra carrera.-

   Tati estaba encantada con lo que veía, realmente lo que veía le gustaba y percibía tras esa decoración un gusto intachable.

 

  -¿Quién ha decorado todo esto?-

  -He sido yo sola.-

  -¿Usted sola ha decorado todo el piso? La felicito, me gusta muchísimo.-

  -Gracias. Y deja ya de tratarme de usted. En la tienda lo entiendo y ya sabes que hay que guardar ciertas normas, pero aquí no me hagas sentir más madura de lo que ya soy, llámame Lucía… ¿vale Tati?-

  -No sé por qué dices eso, ya me gustaría a mí tener la presencia y el porte que tú tienes. ¿Has visto cómo te miran los hombres?-

  -A ti también te miran, que me he dado cuenta… y alguna mujer también.-

  -También a ti se te miran las mujeres, yo también me he fijado.-

  Tati pensó que aquello lo decía posiblemente por ella misma; aprovechando que estaban viendo la habitación de Lucía, decidió que había llegado el momento de darle pie para que Lucía pasara a la acción.

 

  -Mira Lucía: No sé como agradecerte las molestias que te tomas por mí.-

  -No son molestias, lo haré con sumo gusto. Ven, dame un beso.-

  En lugar de poner la mejilla para recibir el beso que Tati se aprestaba a darle, fue la misma Lucía la que se acercó a la mejilla de Tati para depositar un sonoro beso muy cerca de los labios sorprendiendo a Tati que al intentar devolvérselo, cumpliendo así la petición que le hizo Lucía, se encontró con toda la cara de Lucía frente a ella, y sin pensárselo mucho le soltó el corto beso que en principio estaba destinado a la mejilla, en plenos labios entreabiertos de Lucía.

  Se había tocado el interruptor que hacía falta para iniciar el proceso. Desde ese momento ya todo vendría rodado. Lucía devolvió el beso recibido con otro igual pero éste sería eterno; las lenguas salieron juguetonas a revolver por el interior de las bocas ajenas y los abrazos no hicieron falta pedirlos por ninguna de las dos. Sus cuerpos se juntaron transmitiendo el calor del uno al otro. Las manos de Tati buscaron bajo la bata de seda aquellos pechos increíblemente firmes de aquella mujer que podría ser su madre. Las manos de Lucía se introdujeron bajo la camiseta de Tati buscando el cierre de su sujetador; una vez desabrochado éste, fueron raudas hasta los juveniles pechos de aquella chica que estaba volviendo loca a una mujer que tenía una hija de más edad que la que estaba ahora entre sus brazos.

  En cuanto pudo, Lucía estiró de las prendas de Tati hacia arriba y consiguió sacárselas al mismo tiempo las dos; enseguida desató el cinto de su bata y dejó que ésta cayera lentamente al suelo. A Lucía solo le quedaba una pequeña prenda que le tapaba justo el sexo por delante dejando la mitad de sus nalgas a la vista: al ver Tati la desnudez de su compañera, quiso acompañarla en semejante estado y de inmediato se quitó zapatos y pantalones. A gusto se habría despojado también de sus braguitas color carne pero prefirió esperar para hacerlo conjuntamente con Lucía. De momento volvieron a abrazarse besándose mientras se acercaban a la cama en donde cayeron de golpe sin parar de besarse.

  Ya tenían cada una de ellas una de sus manos sobre el sexo de la otra; primero sobre las bragas pero enseguida por debajo de ellas tocándose mutuamente aquellos sexos que además de calientes en extremo, se ponían húmedos como derritiéndose. Tati notó en su mano un desconocido tacto nuevo; el pelo púbico de Lucía era más recio y más abundante que el de Sara y que el suyo propio, también los labios eran más abultados; buscó el clítoris y también lo notó más grande. Le sobrevino un inaguantable deseo de tenerlo entre sus labios para poder jugar con su lengua con aquel divino botón.

  No tuvo tiempo de actuar, Lucía ya le estaba quitando las braguitas color carne y su cabeza estaba a unos dedos del coño que escondían. Sin llegar a sacarlas del todo, Lucía le estaba comiendo literalmente toda la entrepierna. Tati vibraba de placer, estaba sintiendo una sensación distinta. Estaba acostumbrada a la lengua de Sara y ahora sentía algo distinto, sin poderlo definir, ni mejor ni peor, solo distinto a lo conocido. Lucía recorría toda la raja con el grueso de su lengua, despacio, como si se comiera un helado; una de las veces, cuando llegaba con su lengua cerca del ano, alargó un poco la punta y con ella, jugó en el agujerito aquel tan cerradito y tan redondo, tan suave, tan virgen y tan sorprendente.

  Con Sara nunca habían explorado aquella zona, no había ningún motivo concreto, pero el caso era que por primera vez en su vida alguien hurgaba en esa parte de su anatomía; y sintió una agradable sensación, esperaba que Lucía siguiera, si no lo hacía se lo pediría.

  Parece ser que Lucía se dio cuenta de que le gustaba y pasó a rodear con sus labios el agujerito mientras con su lengua trataba de horadarlo. La saliva que expulsaba Lucía en su afán por lubricar la zona, resbalaba desde el culo de Tati hasta caer goteando sobre el suave cobertor de la cama donde quedaría un círculo húmedo como prueba de lo que estaba sucediendo en aquella habitación en aquella mañana que presagiaba ser la de un caluroso día de verano.

  Cuando Lucía creyó llegado el momento, se metió un dedo en la boca antes de intentar introducirlo por el culito de Tati. Moviendo el dedo de forma circular logró, con inusitada destreza, meter el dedo unos centímetros en el interior, después fue el dedo pulgar de la misma mano el que introdujo por el otro orificio; éste entró con mucha más facilidad. Cuando con los dedos introducidos hacía una especie de pinza a la vez que con la lengua removía aceleradamente el clítoris, Tati sintió un gusto extremo que le llevó al primer orgasmo de aquel día; no sería el último por lo que daba a entender Lucía con su empeño en seguir proporcionando placer a Tati a pesar de haber hecho indudable su orgasmo.

  Después del segundo orgasmo de Tati entre evidentes sacudidas de placer, Lucía dio por concluida su labor y reclamó para sí la atención de Tati. Ésta, en lugar de tenderse a descansar como le hubiera gustado de haber sido egoísta, emprendió la feliz tarea de lograr demostrarle a su amante el deseo, hasta entonces contenido, de darle placer infinito. Y comenzó a hacerlo con la boca y la lengua, le gustó lo que percibía, había alguna diferencia con el coño, hasta entonces el único conocido por Tati, de Sara. Este era más grande, los largos pelos que orlaban los labios, se metían en el interior de la boca de Tati. ¡Cuánto había deseado chupar aquel coño como lo estaba haciendo! ¡Qué placer sentía al hacerlo! ¡Cómo le gustaba a Lucía!

  De repente, Lucía saltó como un resorte dejando expectante a Tati, que al verla hurgar en el cajón de la mesilla, pensó que iba a sacar algún juguete como el que empleaban ella y Sara. No fue así, sacó un tarro de crema que dejo abierto sobre la mesilla y siguió buscando en el cajón; por fin sacó un preservativo de su funda ante la sorpresa de Tati, y cogió la mano derecha de Tati con la mayor ternura y ella misma colocó el condón sobre los dedos centrales, después de dudar entre meter dos o meter tres dedos dentro, se decidió hacerlo con los tres. Hizo que untara el condón en el tarro y le indicó que le metiera los tres dedos enfundados con el condón por el coño. Tati, que estaba aprendiendo con aquella, al parecer, experta amante, otra novedad más, se limitó a obedecer dejando su mano a merced de la mano de Lucía que iniciaba un movimiento de meter y sacar totalmente compatible con el de seguir chupando ávidamente el clítoris de la profesora.

  Después de correrse, la crema derretida y otras humedades segregadas por Lucía, bajaban en escorrentía hasta el cobertor de la cama ocasionando un segundo cerco en poco rato. A su paso, dejaba el ano de Lucia totalmente mojado. Tati pensó que también a Lucía le gustaría lo que antes le había hecho a ella. Sin dejar de darle gusto con la mano del condón, utilizó un dedo de la otra mano para introducirlo por el orificio anal. Poco rato más tarde Lucía alcanzaba su segundo orgasmo. Se miraron con ternura y se dieron otro beso más, éste acompañado por un abrazo que las llevó unidas a una relajación sobre la cama que se tornó en unos minutos en un dulce sueño de ambas sin despegar sus cuerpos dándose mutuamente calor.

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