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Historia de una conocida política actual (II)

en Grandes Relatos

  Después de aquella noche nunca más volvió a hacer nada parecido con su hermano. Ahora lo hacía con César. Éste intentaba penetrarla pero Tati seguía negándoselo, por miedo al embarazo y por una esperanza de poder darle su virginidad a alguien con quien ella se viera teniendo un futuro, evidentemente no lo veía con César, además ya se estaba cansando de él y cualquier día saldría con otro, ocasiones no le faltaban. Cuando estaban en el parque tras los matorrales, aunque separados de Sara y Esteban, entreveían a éstos como hacían lo que después Sara contaba a Tati; ellos sí que consumaban la penetración.

  Una de las ocasiones se presentó enseguida; un sábado por la tarde, Tati había ido a buscar a Sara a su casa mientras los dos primos esperaban en las cercanías y se la encontró en la cama y con fiebre, estuvieron juntas unos minutos y Sara la despachó para que no se les hiciera tarde para entrar al cine donde habían pensado ir aquella tarde los cuatro, ahora tres. Al sentarse en el cine, dejaron a Tati en medio de los dos, pronto empezó César a meter mano como de costumbre pero ésta vez Esteban, con toda su jeta, le metió mano también.

  Tati, asombrada y extrañada, miró a César que parecía estar encantado de lo que hacía Esteban, nada celoso, hasta propició que se besaran. Al salir del cine, la obligada visita al parque era la antesala de lo que allí iba a ocurrir. Tati ya sabía que aquella tarde iba a saborear también la polla de Esteban, mientras caminaban por un solitario andador, Tati estaba encantada de tocar a la vez dos tremendos bultos erguidos por debajo de sendos pantalones. Al llegar al lugar elegido, ellos se despojaron de los pantalones y los dejaron juntos sobre la hierba, a Tati la desnudaron visto y no visto y ella se echó sobre la ropa extendida. Nunca había hecho eso antes; mientras ellos la sobaban por todas partes, ella, encantada, chupaba alternativamente la polla del uno y la del otro; por otro lado, se percató de que nunca, cuando la habían tocado anteriormente, había abierto las piernas tanto como ahora lo hacía.

  De momento se notó una cabeza entre las piernas, Esteban con su lengua acariciaba su sexo (ella sabía por Sara que antes del coito siempre se lo hacía) a la vez que lo dejaba bien ensalivado. Sabía Tati que aquella tarde iba a perder la virginidad; no era ninguno el hombre ideal ni la ocasión más esperada pero no se podía resistir, es más, ya lo estaba deseando. Después de habérselo negado varias veces al dueño de la polla que tenía en la boca, ahora, su primo estaba tratando de ensartarla y con no mucho cuidado. Tati se quejó de dolor y entonces César pidió ser él quien probara con la excusa de tenerla más pequeña.

  Esteban no se movió, -ni falta que hacía- pensó Tati y con algo más de cuidado esta vez, logró penetrarla. Tati notó como un escozor a la vez que un imponente gustazo, pensó en el peligro del embarazo y se convenció a sí misma de que no podía pasar nada porque estaba a dos o tres días de que le bajara la regla y le había dicho Sara que entonces no hay peligro.

  Esteban era guapete pero quizás por su juventud, mal amante. No aguantó más de un minuto, y en cuanto se corrió, a pesar de que a Tati le hubiera gustado seguir, la sacó para no tener que hacerlo. Menos mal que entonces César lo apartó para meterse él entre las piernas de Tati. Éste aguantó un poco más pero tampoco llegaría a los tres minutos.

  -Sigue y no te pares.-

  Se oyó que decía Tati. Obligándole al tenerlo cogido de las nalgas a mantener la posición. Solo un rato después comenzó el pene de César a volver, tras mucho tiempo, al estado natural de flacidez. Tuvieron que dejarlo y Tati se quedó con un gusto entre dulce y amargo de aquella experiencia donde ella había entregado su virginidad.

  Al día siguiente, Tati fue a hacerle compañía a su amiga y le contó lo poco que le había gustado, tanto es así que ya no volvió a salir con ellos. El fin de semana siguiente fue Sara la que tuvo a los dos primos a su disposición. Tati ya mientras, había quedado con otro chico. A Sara le gustaba estar con dos a la vez y repitieron varias veces hasta que se cansó y empezó a salir con otros. Tati tuvo varias experiencias más pero no le resultaron más gratificantes que la primera; no dejó por eso de salir con chicos. Siempre juntas, en poco más de un año se repasaron e intercambiaron a una larga lista de compañeros, amigos y parientes de los anteriores. La fama que habían adquirido era de ser las más fáciles del barrio.

  Como ellas se lo contaban todo, Sara expresaba su sentir explicando que los chicos le gustaban mucho pero que nunca se había corrido con ninguno, con ella actuaban como con Tati; lo que pasaba es que después, en la soledad, se masturbaba y entonces sí que se corría. Tati le confesaba que ella también se tocaba pero no sabía qué era eso de correrse o tener orgasmos.

  Así llegaron las vacaciones de verano del año en que las amigas inseparables cumplían quince. Al comienzo de él, por San Juan, se celebraban las fiestas del pueblo del padre de Sara. Ésta le pidió a sus padres que invitaran a su inseparable amiga. Aunque iban a casa de los abuelos, a Tati la trataron como una más de la familia; como el sitio andaba escaso, Tati dormiría en la misma habitación que Sara, en la cama donde otras veces dormía sola Sara que ahora compartiría cama en esa misma habitación con una primita suya de siete años.

  La primera noche estuvieron hablando animadamente mientras la prima dormía hasta que alguien al otro lado de la puerta pidió firmemente silencio. Al día siguiente empezaban ya las fiestas y por consiguiente los primeros contactos con chicos de la misma edad dentro de un grupo de amigos de ambos sexos con muchas ganas de divertirse. Aunque aquel primer día no pasó nada especial, las chicas se fijaron en un par de chicos y como si fueran piezas de caza, decidieron cuál de ellos sería para cada una. Al llegar a la habitación vieron a la primita dormida en medio de la cama y decidieron compartir la otra cama.

  No tenían ganas de dormir y comenzaron a charlar en voz muy baja de sus cosas; salieron a conversación los deseos para el día siguiente, recuerdos de otras relaciones pasadas, gustos, disfrutes y desilusiones. Preguntó Tati:

  -Tú me has dicho alguna vez que te tocas y te corres, yo no sé hacerlo.-

  -Eso es porque no te lo haces bien, has de hacerlo con los dedos mojados.-

  -Ya me los mojo con saliva.-

  -Si tienes crema de manos o algo así, es mejor.-

  -Pero me pondré toda pringosa.-

  -También cuando te duches… yo entonces… con agua caliente y la mano bien jabonosa.-

  -¡Cuánto sabes Sara! ¿Quién te ha enseñado todo lo que sabes?

  -Si me juras no contárselo a nadie, te lo diré.-

  -Ya sabes Sara que nos lo contamos todo, no diré nunca nada que tú no quieras decir.-

  -Mira Tati, ya sabes lo pequeño que es el piso donde vivimos. Hasta hace poco dormía en el mismo dormitorio que mis padres; mis padres ni se lo imaginan, pero ya estoy acostumbrada a verlos y oírlos cuando lo hacen y eso ocurre casi todos los días. Mi madre se ha de quedar satisfecha siempre, a veces tiene un orgasmo antes que mi padre y eso es lo que más me gusta a mí porque después ella quiere otro, mi padre entonces se pone a chuparle por aquí (entonces Sara puso su mano sobre el sexo de Tati cubierto solo por las bragas) o si se duerme, mi madre se masturba hasta acabar.-

  -Oye Sara: ¿Y cómo es que se fían de hacer todo eso ante ti?-

  -Aprendí a hacer un ruido gutural respirando y cuando ellos lo oyen les parece que duermo profundamente. Cuando dejo de hacer el ruido ellos paran hasta que vuelvo a hacerlo, de esa manera me puedo enterar de todo lo que hacen.-

  -Entonces… si ahora no duermes con ellos, tienes que dormir en la misma habitación que tu hermano…-

  -Estuve unos meses durmiendo allí con él pero ahora no ocupo la habitación esa más que cuando él no está; como no está casi nunca, la ocupo casi continuamente, y cuando viene, me paso a la habitación de mis padres.-

  -Yo pensaba que venía todos los fines de semana. Estaba trabajando por un puerto… ¿no?-

  -Empezó a trabajar a los 16 años, o sea, hace 4 años ya, en una empresa de montajes y siempre está desplazado, a veces está muy lejos y entonces no viene hasta acabar la obra.-

  -Y cuando viene… ¿por qué no quieres dormir en la misma habitación?-

  -Bueno… es que ya no soy una niña. ¿No te parece?-

  Sara, a la vez que hacía la pregunta, se cogía los pechos con las dos manos por encima del camisón, subiéndoselos para corroborar lo que afirmaba.

 

  Tati comprendió, pero no dijo nada, que algo debió pasar entre los dos hermanos. Recordó el incidente que hacía tiempo pasó en su habitación con su hermanito Carlos y que tanto le remordía la conciencia. Seguro que con lo caliente que era Sara, y su hermano en plena juventud, si los padres se enteraron o sospecharon algo, evitarían desde ese momento las ocasiones. Pensó que ese tema era muy delicado, no debía preguntar y si un día Sara le quería contar algo, la escucharía y la comprendería.

 

  -Entonces… ¿tú has aprendido de tu madre a masturbarte?-

  -Yo me tocaba cuando estaba sola pero me pasaba como a ti, me gustaba pero no me corría. Un día vi, o medio vi con la poca luz de la habitación, que al acabar mi padre, mi madre siguió con la mano pero de forma frenética. A la primera oportunidad que tuve, hice lo mismo y cuando noté que me venía un gusto inmenso, ya no podía parar y aún me froté más fuerte y más deprisa; entonces tuve un orgasmo y después ya he sabido que hacer para tenerlos cuando me da la gana. Así de sencillo.-

  -Ya me puedes enseñar.-

  -Pero en total y absoluto silencio, no se vaya a despertar mi prima.-

  Sara se subió el camisón lo justo para poder meter su mano por debajo de las bragas hasta alcanzar su sexo; Tati la imitó sin necesidad de subirse nada porque vestía solo una camiseta y las bragas. Al principio se acariciaban con toda la mano toda la parte que está entre las piernas, subiendo y bajando lentamente la mano desde el ano hasta el monte de Venus. Con la otra mano se acariciaban los pechos. Se miraban divertidas y alegres y la sonrisa no se apartaba de sus caras. Cuando Sara comenzó a mover la mano más deprisa, Tati, que la imitaba en todo, vio que Sara se mordía un labio y ya no se reía. Ahora el movimiento de las manos ya era mucho más rápido, más intenso, más localizado.

  A la profesora le pareció que Tati no lo hacía del todo bien y para que lo viera claramente, se sacó de un tirón las bragas por los pies y siguió haciéndolo con un dedo. Lo metía y lo sacaba y se lo pasaba con intensidad por el clítoris; de vez en cuando se lo introducía en la boca para mojarlo de saliva. Tati seguía imitándola en todo, así que también se despojó de las bragas y seguía mirando a su amiga. Le gustaba lo que estaba percibiendo pero sin duda, le gustaba más por hacerlo en compañía. Esa sensación se transmitía como si estuvieran unidas por un cable invisible y a Sara también le pasaba lo mismo. Aquello era algo más que una simple clase, era una ocasión inigualable de edificar una sólida amistad, un amor de verdaderas amigas, una complicidad sin límites. A una y otra les pasó por la cabeza la posibilidad de ser amantes aunque solo fuera un instante, pero ninguna dio el primer paso.

  Ahora ya estaban usando dos dedos y la velocidad de los movimientos era endiablada, tenían que hacer verdaderos esfuerzos para ahogar sus gemidos de placer. Al fin, Sara con sus dos dedos metidos hasta todo lo adentro que podía, cerró las piernas abrazando con ellas su muñeca y su mano y con unos espasmos continuados demostró a su amiga lo qué es sentir un orgasmo. Tati, al ver así a su amiga, sintió una corriente de placer desde el cerebro pasando por todo el cuerpo para terminar en el punto que, como Sara, buscó en su interior e imitándola también en esto, cerró las piernas mientras notaba la llegada de una explosión de sentidos y de placer, el primer orgasmo que sentía.

  Aún quedaban tres días de fiesta, de besos por parte de Tati con un chico guapísimo a hurtadillas y escapadas a las afueras donde después de un par de veces que le ayudó a desfogarse, dejó que la penetrara con la condición de correrse fuera. Por su parte, Sara salió también solo con uno, con el que ella había elegido pero lo mantuvo a raya hasta la última noche, entonces, en compañía de la otra pareja, se fueron a una era de las afueras donde culminaron la noche de la manera que ya estaban acostumbradas a hacerlo en el parque de la capital.

  Lo que más les gustaba de aquellas fiestas era el final de la jornada. Cuando se encerraban en la habitación donde la primita dormía ajena a la fiesta que las dos jovencitas se montaban. A Tati le había gustado lo que había aprendido y quería repetirlo, empujaba a Sara a que le acompañara en el intento de conseguir un orgasmo, y ésta, aunque sin una especial motivación, por amistad y solidaridad se prestaba a acompañarla. Ninguna de las dos se insinuaba por miramiento hacia la otra, pero si una cualquiera de las dos lo hubiera hecho, la otra se habría lanzado sin freno a un abrazo sincero, caliente y sensual.

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