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Los terribles y sádicos piratas de Berbería (Cap.1

en Grandes Relatos

Capitulo 1.- El cruel Emir de Gaza

Estamos a finales del siglo XV… La comitiva del Emir de Gaza había partido hacia el pequeño oasis de Dakel, lugar de aprovisionamiento y descanso de caravanas, cerca del canal de Suez, en el desierto de Sinai, para reunirse con el grueso del ejercito que ya llevaba un tiempo por allí.

En el momento que comienza esta narración, el Emir estaba sentado con las piernas cruzadas sobre un gran cojín, bajo la sombra de una palmera datilera, en medio del oasis, rodeado de toda su comitiva y de la tribu bereber sometida, que lo ocupaba… También estaban gentes de otras tribus cercanas que habían sido convocadas al acto de servilismo hacia el tirano Emir.

Era un hombre pequeño, bastante gordo, cruel y con barba... Su edad rondaría los 50 años… Tenía ojos penetrantes y duros, típico de un personaje que había extendido su poder por medio del terror, incluyendo a las más orgullosas tribus bereberes del norte de Egipto y que luego las mantuvo sometidas por miedo... Vestía una colorida y rica túnica bordada y un gran turbante azul como corresponde a los ricos y despóticos gobernantes árabes.

 

Su recaudador encargado de cobrar los impuestos, bien en monedas de plata o en cosechas de trigo, estaba a su lado... Él era el responsables de enriquecer al Emir y si lo hacía bien, recibiría alguna recompensa… Caso contrario, mejor no pensarlo.

Alrededor del Emir estaba su Guardia, compuesta por esclavos negros especialmente elegidos por su fuerza y lealtad a su Amo... Estaban armados con cimitarras afiladas y mosquetes.

Unos metros por detrás del Emir había una carpa, custodiada por el gran eunuco jefe, el negro Murat, junto con dos eunucos más jóvenes… Los tres estaban vestidos con suntuosas túnicas rojas y gorro alto de forma cilíndrica… Iban provistos de cortos látigos que sobresalían de sus cinturones… Murat también llevaba, orgullosamente consigo, la delgada caña de bambú con punta de plata que públicamente lo marcaba como un jefe eunuco negro a cargo de un harén.

Su trabajo se basaba en controlar el placer que las mujeres de un harén deben proporcionar al hombre que servía… Este era un oficio para expertos y, por tanto, gozaban de un alto estatus, aunque ellos, como las mujeres a su cargo, eran todos esclavos.

El principal eunuco negro del Emir era la única persona que podría molestarlo en su harén... Él era el único hombre con quien el Emir hablaba sobre sus mujeres y el placer que cada una le proporcionaba o debería ser forzada a proporcionarle… Era, por tanto, un hombre influyente y recompensado por ello.

En esos momentos, en la carpa, habían dos mujeres bereberes bastante jóvenes encadenadas en extremos opuestos, arrodilladas en el suelo y aterrorizadas... Estaban desnudas, aunque cubiertas por finos chales semitransparentes, a modo de capa, que abrazaban nerviosamente a sus cuerpos para taparse.

Fuera de la tienda, mirando la escena nerviosamente bajo las armas de la Guardia Negra, estaban los miembros de las tribus bereberes, hombres, mujeres y niños, todos siervos del Emir… Ellos son quienes labraban la tierra fértil alrededor de este oasis y de otros oasis de los alrededores, cultivando el grano para obtener las cosechas y aprovisionaban a las caravanas.

Hubo un gran revuelo cuando el jefe de esta tribu del oasis, se adelantó, mostrando ante él a una esbelta y bonita joven bereber… El jefe de la tribu se postró nervioso de rodillas frente al Emir e inclinó por tres veces la cabeza, tocando su frente en el suelo... Y la muchacha que lo acompañaba hizo lo mismo.

Entonces el jefe de la tribu se adelantó y besó humildemente el dobladillo de la túnica del Emir y dijo: “En el nombre de Alá, el Misericordioso, y de su profeta Mahoma, te doy la bienvenida, Poderoso Señor, a nuestro humilde tribu… Y como signo de nuestra obediencia y sumisión, te ruego que aceptes como regalo a la más hermosa de mis hijas."

Hizo un gesto hacia la niña, que ahora estaba arrodillada y sonriendo tentadoramente… La niña sabía que esta podría ser la oportunidad de su vida... Tal vez podría convertirse en la concubina favorita del Emir e incluso la madre de uno de sus hijos y vivir en el gran lujo de su harén.

Pero aún así, se estremeció de miedo… Ella sabía que él era un hombre cruel y podría abusar de ella todo lo que quisiera… La mirada penetrante con que la miraba la había convencido de que el Emir disfrutaría como desease con su cuerpo, pero no tenía otra elección.

El corazón del jefe de la tribu estaba todavía muy acelerado esperando la respuesta del Emir… Mientras, pensaba: “¿juzgaría el Emir a su hija como suficiente regalo?... ¿Era lo suficientemente hermosa para ser aceptada?... El Emir era un hombre difícil para ser complacido”.

El jefe de la tribu recordó la historia que había oído de otra tribu en las que su jefe había tratado de engañar al Emir entregando a una hija que no debería ser lo suficientemente bella y éste la había entregado despectivamente a su Guardia negra para follar con ella antes de devolverle a la chica deshonrada e imponiendo una gran multa a su tribu porque el regalo no le gustó.

El Emir miró a la chica arrodillada y le gustó... Hizo un gesto hacia el eunuco jefe Murat, que rápidamente se dirigió hacia ella.

Hubo murmullos en la multitud, particularmente de las mujeres, al reconocer al jefe eunuco del harén… Éste dejó su bastón con punta de plata en el suelo y cogiendo las manos de la niña se las colocó detrás de su espalda, la levantó de rodillas exponiendo su cuerpo y hábilmente le abrió por delante su túnica, para que mostrase sus pechos y su vientre al Emir.

El padre de la niña permaneció arrodillado a los pies del Emir con la

cabeza al suelo… Esto era, él lo sabía, el momento de la verdad… ¿Él y su tribu serían agradecidos o, por el contrario, castigados?

Mientras que el Emir miraba despreocupadamente a la chica semidesnuda, Murat recorría su cuerpo pasando su mano sobre sus duros pechos y luego hacia abajo, entre sus piernas tocando su coño, oliendo su aliento, examinándole los dientes, la finura de su cara y la suave textura de su largo cabello negro... Y, de paso, también estaba probando la receptividad de sus pezones y de su coño.

Se volvió hacia el Emir y le dijo: “Alteza, yo podría entrenarla bien… Podría prepararla para darle mucho placer'… El Emir asintió e hizo un gesto hacia otra gran figura situada de pié tras él… Era el herrero, que estaba desnudo de cintura con su musculoso torso engrasados y brillando al Sol.

Hubo de nuevo murmullos de la gente cuando el herrero dio un paso hacia la muchacha… Murat le entregó un brillante collar de bronce con algunos escritos árabes y números que habían sido grabados previamente… El collar tenía, además, una anilla delante del cuello y otra en la parte posterior.

Mientras la multitud miraba sin aliento, el herrero doblegó a la chica sobre sus rodillas y con sus musculosos brazos colocó el collar y lo cerró utilizando unas enormes alicates… Luego, colocó unas esposas,

unidas por una cadena corta y brillante, a sus muñecas.

Cuando la niña se irguió, la multitud vio que llevaba el emblema simbólico de la sumisión femenina del Emir, usado por todas sus concubinas: el collar de latón grabado con su sello, el número de harén de la niña y las esposas que unían sus muñecas.

- "Agradezco tu regalo", dijo el Emir al arrodillado jefe de la tribu... – Tu hija me servirá para recordar tu obediencia y tu devoción y la de toda tu tribu cada vez que disfrute de ella."

Abrumado, el jefe de la tribu besó de nuevo el dobladillo de la túnica del Emir y se retiró, caminando hacia atrás, con la cabeza todavía inclinada mientras Murat metía a la chica en la carpa… La niña ahora era propiedad del Emir, para hacer con ella lo que desee.

 

Tras este acontecimiento, se escuchó un sonido de armas y los Guardias Negros trajeron ante el Emir a otro jefe de tribu... Lo llevaban encadenado y seguido por su atractiva esposa y dos hijas adolescentes, todas también encadenadas y desnudas… Estaban aterrorizados.

- Su tribu trató de evitar entregar la mitad de su grano", informó el recaudador al enfadado Emir… El hombre encadenado y sus mujeres cayeron de rodillas delante de él pidiendo piedad y misericordia... - "Recomiendo a Su Excelencia que haga un ejemplo con ellos.”, recalcó el recaudador haciendo caso omiso a las plegarias.

- Por supuesto… Cierto que no toleraré tal desobediencia”, dijo el Emir enojado… Miró a las mujeres temblorosas de arriba abajo y se pronunció: - 'Yo os sentencio a vosotras a trabajos forzados en mi granja de cría y tener 10 hijos cada una, como compensación por el robo.”

- ¡Diez!,… jadeó la madre consternada… ¡No, diez, no!... Piedad.

- "¡Once, entonces!",… dijo el Emir… Y moviendo la mano tentadoramente, prosiguió… “Ten cuidado, no lo aumente.”

- Y a ti, estafador, te condeno a ser castrado totalmente y a trabajar en la granja de cría para que veas siempre como, ante ti, preñan a tu mujer y a tus hijas hasta tener los once hijos cada una con los que han sido sentenciadas… Así verás como -mientras trabajas duro en el campo y eres sodomizado ante ellas-, les crecen sus barrigas durante todos esos años aunque nunca puedas hablarles porque también se te va a cortar la lengua… Esa es mi sentencia ejemplar por ladrón.

Dictada la terrible sentencia, todos los presentes vieron al herrero llevarse a las mujeres encadenadas y desnudas a la carpa, portando el enorme par de alicates en su mano…. La muchedumbre fuera escuchó el sonido de los golpes de su martillo sobre un yunque… Se estremecieron cuando se dieron cuenta que estaba calentando la fragua y dando forma a los collares, esta vez hechos de hierro, tal y como el Emir deseaba… Todas las mujeres condenadas tenían que llevarlo con el numero de hijos que deberían tener colocado en el aro delantero.

El Emir sonrió al escuchar los golpes en el yunque… Y sonrió aún con más satisfacción ante la idea de que los collares de hierro serían remachados alrededor de los cuellos de las mujeres para evitar que se los pudiesen quitar sin su permiso.

Pero esto no era todo lo que el herrero estaría haciendo... Preparaba

lo que vendría en breve… Calentaría en la fragua otros hierros que luego, sin compasión alguna, aplicaría al cuerpo de las condenadas para dejarlas marcadas en sus nalgas, de por vida.

Al cabo de poco tiempo, se escuchó un grito desgarrador en la carpa… Eran los gritos de una mujer que berreaba de dolor... Hubo murmullos de la multitud, pero el Emir levantó la mano para que guardasen silencio, sonriendo y sabiendo que sus órdenes se estaban llevando a cabo... La multitud intimidada de los bereberes quedó en silencio mientras escuchaban asustados como continuaba gritando la mujer... Un minuto después llegaron a escucharse otros berridos de dolor, esta vez la de una niña… Y otro minuto mas tarde, se escucharon otros berridos similares a los anteriores… Y los gritos de dolor continuaron escuchándose durante un tiempo, hasta que unos chasquidos de látigo las hicieron callar.

La multitud aterrorizada sabía demasiado bien que los gritos habían anunciado que la marca con los hierros al rojo habían sido aplicados por el herrero para marcar la carne femenina… La esposa y dos hijas adolescentes de la tribu deshonrada ahora tendrían marcadas para siempre en sus nalgas, al igual que las yeguas en sus establos,

los números que les corresponden como criadoras.

Era bien sabido que el Emir insistía en la precisión que el registro de cría se mantuviese y que todas sus presas, sean de dos o cuatro patas, fueran marcadas con sus números individuales de cría… Este hecho servía como ejemplo a las mujeres bereberes para amenazar a sus hijas desobedientes con el Emir y sus temidas granjas de cría.

Este tipo de castigo nunca dejó de proporcionar al Emir, mujeres y niñas sentenciadas para reemplazar vacantes en los corrales de su temida granja de cría de hijos… Siempre, cada una era condenada a producir un cierto número de hijos y no serían liberadas hasta que  hayan completado su sentencia… Una vez se producía el parto, se apartaba a la madre de su cría y en un plazo de tres semanas volvía al trabajo y se la preparaba para un nuevo apareamiento.

Pero además, como una forma de mantener el miedo al Emir en la tribu de la mujer castigada, ella, una vez cumplida su condena, tendría que continuar llevando el temido collar de hierro y el disco que mostraba su número de crías tenidas… Y también mostrar, en cada visita que hacía el Emir, que todavía lo llevaba puesto.

Pero el maquiavélico Emir había ido más allá en su granja de cría… Había transformado el método tradicional de copula con negros árabes usando ahora negros de la tribu dinka de Somalia para follar a las mujeres bereberes… Los negros dinka tienen penes de tamaños largos y son muy gruesos, con lo cual las copulas eran muy dolorosas para ellas, evitando así que sintieran el más mínimo placer durante el apareamiento, que a veces se prolongaba durante más de una hora y en la que solían acabar muy lastimadas en sus genitales… Pero nada de eso importaba al Emir.

La progenie resultante al emplear los negros dinka era más fuerte, más inteligente y, en el caso de las mujeres, mucho más atractiva que con la vieja usanza tradicional… Al principio, los supervisores eunucos habían estado preocupados por temor a que las mujeres bereberes de caderas estrechas podrían tener dificultades al parir por haber utilizado gigantes Dinka para preñarlas, pero de hecho, al final, pocos problemas surgieron, porque decidieron aplicarles tremendas jodiendas durante la última fase del embarazo para que estuviesen bien lubrificadas y abiertas… Esto se hacía una vez concluía su trabajo en el campo y con todas las mujeres presentes para que viesen como ellas también serían penetradas sin ningún miramiento, una vez llegase su turno… Y así, de paso, aprendían como debían colocarse para tener diferentes formas de penetración, siguiendo siempre las ordenes de sus eunucos.

 

Terminado de sentenciar este caso, llegó el siguiente… Un negro encadenado fue presentado por la Guardias negra... Con él iba una joven mujer de gran belleza, también encadenada… Ambos fueron arrojados a los pies del Emir.

- Para evitar pagar sus impuestos -informó el recaudador- esta pareja planeó, una vez que habían reunido su cosecha, venderla en secreto a sus vecinos y luego huir con todos los ingresos a otra parte de la país, fuera de su jurisdicción.

Una mirada de ira cruzó la cara del Emir… Entonces el recaudador sonrió astutamente, porque sabía los gustos del Emir… Y dijo:

- Excelencia, son una pareja de recién casados y tienen fama de estar muy enamorados.

El Emir frunció el ceño y sonrió… Estas noticias haría que su castigo fuese aún más cruel… Siempre estuvo interesado en tener a una mujer bonita en su harén que estuviera anhelando a su esposo, y sin embargo fuese forzada a servirlo sexualmente, por temor a los bastonazos de los eunucos… Pero en este caso al estar cautivo el marido, el sometimiento de la mujer podría ser muy malévolo.

- ¡Murat!, gritó el Emir… - Prepara a esta mujer para examinarla.

Hubo un grito ahogado de la multitud mientras éste la cogía y se la llevaba a la carpa... El Emir se volvió hacia su recaudador y lo felicité por su minuciosidad… Y el recaudador se sonrojó de placer pensando que quizás el Emir se lo agradecería, como así fue, al escuchar:

- Envíenle una de las concubinas del harén,… dijo el Emir como una especie de muestra simbólica de su agradecimiento... Era un gesto por haber cumplido bien con el trabajo encomendado y una muestra del deseo de que siguiera trabajando para él… El recaudador sabía que todas las concubinas del Emir llevan su marca tatuada en su vientre como una señal de han sido entrenadas por eunucos con experiencia para darles el máximo placer a sus Amos… De hecho esto era un gran premio.

Minutos más tarde, dejando al joven esposo postrado en el suelo, el Emir se levantó y entró la carpa… Vio que la hija del primer jefe de tribu estaba ahora encadenada por el cuello al poste para mujeres del harén, con sus manos esposadas intentando tímidamente esconder su desnudez… También vio a la esposa e hijas, igualmente desnudas, del segundo jefe de tribu, encadenadas al poste de la carpa para mujeres destinadas a la granja de cría... Las mujeres jadearon y uno de los jóvenes eunucos levantó su bastón en señal de advertencia y dio una orden… Todas cayeron de rodillas y se postraron frente al hombre que ahora era su Amo.

Pero el Emir solo tenía ojos para la hermosa joven esposa que estaba allí de pie todavía atada con cadenas, desnuda y sollozando de vergüenza, llevando su collar de bronce recién colocado… Un Murat sonriente la sostenía tirando de una corta cadena sujetada al anillo de la parte posterior de este nuevo collar… Su túnica yacía alrededor de ella en el suelo… Murak agarró a la joven por el cabello y le echó la cabeza hacia atrás para que el Emir pudiera tener una buena vista

del delgado cuerpo y de su espalda arqueada… El Emir la miró de arriba abajo cuidadosamente… Lo único que no le gustó era que su coño quedaba oculto a la vista por la mata de vello que tenía pero no le importó ya sus eunucos pronto se lo eliminarían.

Sí”,… pensó… “Ella se esforzará en darme mucho placer pues sabrá que su marido está encerrado abajo en una de las mazmorras de su castillo y podría sufrir terribles castigos”… “Llegado el momento ordenaré a mis eunucos que la hagan desfilar desnuda ante su marido moviéndose lascivamente frente a los barrotes de la mazmorra para que él pueda verla… Mientras se mueve lascivamente tendrán que mirarse el uno al otro y en ese momento se les informará que la esposa va a ir a satisfacer plenamente al Emir como castigo por lo que ambos habían hecho y que el marido debía saberlo... Ambos también serían informados que si ella no quisiera complacer al Emir o no se esforzase al máximo en lograrlo, entonces ambos serían colocados frente a frente y salvajemente azotados por sus eunucos”… ¡Esta venganza resultaba realmente excitante!

Y seguramente, después de haber disfrutado varias veces con el cuerpo de la mujer, la entregaría a sus Guardias Negras para que –delante de su esposo- se desbravasen con ella follándosela el tiempo que fuese necesario hasta preñarla... Su venganza sería aún mayor pues meses más tarde, diariamente la haría desfilar desnuda y bailando obscenamente, con un vientre muy hinchado, ante los barrotes de la celda de su esposo siendo luego follada y enculada de todas las formas posibles… Pero eso ya vendría más adelante.

 

Pero volviendo a la realidad, el Emir puso su mano en uno de los pechos de la mujer, sintiendo su firmeza y la capacidad de respuesta del pezón… Instintivamente, no pudo evitar pensar en el marido... Y luego volvió a pensar en la esposa para que fuese preñada y darle un hijo que, cuando creciera, tomaría el liderazgo de la tribu de su desgraciado padrastro.

El Emir asintió con la cabeza y salió de la carpa ordenando a su Guardia Negra que llevasen a los dos encadenados a la jaula reservada para hombres presos... Una segunda jaula de hierro, esta vez cubierta con una lona, era para las mujeres destinadas a su harén, mientras que las mujeres destinadas a ser madres en su granja de cría estarían hacinadas en una tercera jaula, muy pequeña.

La vista de estas jaulas, tiradas por un equipo de mulas, fue suficiente para infundir miedo en los bereberes sumisos al Emir…

Antes de irse del oasis, los Jefes de tribus le trajeron peticiones para que fuese a visitarlos a sus oasis, pero por la mente del Emir corría el pensamiento de realizar la peregrinación a La Meca que todos los buenos musulmanes deben hacer al menos una vez en la vida… Él estaba planeando ir en los próximos años, antes de que se hiciese muy viejo… Por supuesto, llevaría varias esclavas elegidas por su excepcional belleza para venderlas durante el viaje con el fin de que sirviesencomo una forma útil de moneda para costearse el viaje.

Sin embargo, también le preocupaban las historias de hombres que murieron en el viaje por enfermedades transmitidas por beber agua... Por lo tanto, el Emir había decidido llevar consigo su propia leche… Leche selecta de concubinas que habría sido preñadas por sus guardias negros… Además, estas concubinas se venderían mejor, si producían leche.

Recordó también que su eunuco jefe Murat siempre le instó a probar leche de las esclavas europeas que ahora eran vendidas en los mercados de esclavos norteafricanos capturadas por los corsarios de Berbería… Con tantos atractivos que encontraba con las mujeres bereberes en su harén, hasta ahora no había interesado en ello… Pero pensándolo bien, las mujeres europeas serían ideal como moneda porque se venderían muy bien… Y, además, él había oído que su leche era de un sabor dulce muy especial.

Decidió pues que enviaría a Murat a la costa con dinero suficiente para volver con algunas mujeres blancas para su harén... Y después de haberlas usado para su placer, las prepararía hasta ponerlas en condiciones para su viaje a La Meca y que le produjesen la leche necesaria para alimentarse todo el camino.

Atando todos los cabos, el Emir también pensó en sus guardias negros… “¿Podría confiar en ellos y evitar que se produjera la más mínima señal de rebelión?... En su ausencia, podrían ser persuadidos o sobornados para ponerse al lado de un aspirante a usurpador y entonces él se quedaría totalmente apartado del poder que ahora tenía”.

La solución estaba en la efectividad y la disciplina de los jenízaros turcos –la guardia pretoriana- de su amigo, el Sultán de Trípoli… Había recibido noticias del alto nivel de entrenamiento de estas tropas comandadas por su nuevo Coronel-Jefe, un ingles ahora a sueldo del sultán.

“¿Por qué no escribir al Sultán y pedirle que envíe a un destacamento de sus jenízaros al mando del ingles para mantener la paz mientras él iba de peregrinación a La Meca?”… Con ellos aquí no habría ninguna revuelta tribal y todo estaría en orden a su regreso.

 

Continuará……

 

 

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