Alicia, la esposa de mi amigo
La primera vez que la conocí se me hizo completamente inaccesible, pues era demasiado mujer para cualquier hombre, especialmente para uno como yo, amigo de su esposo. Es que su belleza era tan perfecta que no parecía real.
Intenté ser simpático con ella, pero cada vez que sus ojos violetas se posaban en mí me desarmaban completamente y no atinaba a decir nada inteligente.
Su pelo rubio caía hasta sus hombros, enmarcando un rostro blanco hermoso, de unos labios increíblemente carnosos, que invitaban a ser besados. Su cuerpo armonioso, de unos senos con dimensiones perfectas, parados como desafiando la ley de gravedad, era un poema a la hermosura de la mujer. Y ella era mujer hasta el último de sus poros.
Toda ella respiraba hermosura, perfección. Y se llama Alicia.
Quedé embobado y mi actitud no debió pasarle desapercibida, pues cuando nos despedimos su sonrisa y su mirada se agrandaron al momento de darme el beso de despedida, que me pareció más cerca de mis labios de lo que debiera, aunque pudo ser producto de mi imaginación solamente, pues una mujer tan hermosa, tan joven, difícilmente se fijaría en un hombre mayor como yo.
La ví un par de veces más y mi primera impresión se trocó en un deseo desenfrenado por poseerla, aunque sabía que no tenía la más remota posibilidad con una mujer tan hermosa y, para peor, veinte años menor.
Fue en una de estas ocasiones en que le conté de mi profesión de Asesor Financiero y ella me dijo que tenía algunos problemas que le gustaría consultarme, a lo que dije que estaría encantado de poder atenderla. Pero pensé que fui demasiado evidente con ella y era improbable que accediera a ir a mi oficina, pensando en que podría resultar un viejo degenerado, lo que en ese momento efectivamente lo era.
Pero me dio una sorpresa mayúscula cuando a los dos días mi secretaria me anunció su presencia. Salí eufórico a recibirla y ahí estaba ella. . . . su esposo y sus dos hijos.
Los hice entrar y charlamos de banalidades, hasta que en un momento determinado ella me dijo que venía a raíz de mi invitación para charlar de su problema financiero. Iba a empezar a consultarle al respecto cuando ella le pidió a su esposo que la esperara fuera con los niños, pues esta reunión era muy importante para ella y no quería ser interrumpida para pensar tranquilamente.
Salió mi amigo con los dos niños y quedamos solos en mi oficina.
Me puse cómodo y le consulté respecto de su problema, el que resolvimos rápidamente, ya que no presentaba mayores dificultades.
Nuestra conversación derivó a temas intrascendentes. Ella se acomodó en su asiento y, al hacerlo, vi que sus muslos se mostraban generosamente mientras mantenía una pierna sobre la otra. Yo no podía apartar mis ojos de sus piernas, en una actitud evidente de deseo no tenía ninguna intención de ocultar, aunque ella pensase lo peor de mí.
"¿Te gustan?"
Su voz me llegó como un golpe.
Sin pensarlo mayormente, sabedor de que la situación había cambiado completamente entre ambos, respondí:
"Me encanta, pero quiero ver más".
Bajando su pierna, las abrió lentamente, mostrándome el exquisito paisaje de sus dos columnas cubiertas en la seda de sus medias, las que llegaban hasta sus muslos, región en la cual el cambio de tonalidad hacía más excitante la visión que tenía frente a mí.
"Súbete la falda"
Le ordene con suavidad, lo que ella hizo de inmediato mostrándome sus piernas en su totalidad, con un par de muslos increíblemente redondos y blancos. Y un bikini rosado que cubría una mata de pelos rizados entre sus piernas.
Lentamente me levanté, me arrodillé frente a ella y mirándola a los ojos, sin apartar la vista, bajé su bikini y fui abriendo sus piernas más aún, en tanto ella mi miraba con un deseo que no hubiera imaginado en su bello rostro.
Besé su sexo con los labios abiertos, metiéndome en la boca sus labios vaginales y buena parte del pelo que los cubría. Después que los dejé libres, metí mis labios cerrados en su gruta de amor y, una vez dentro, saqué mi lengua para explorar esa húmeda cueva, buscando encontrar el tesoro de carne sensible que escondía, el que alcancé al cabo de unos instantes.
"Mmmmmmmmm"
Musitó mientras su lengua relamía sus labios y su cuerpo se apretaba a mi rostro, en un espasmo de placer que intentó disimular lo mejor posible, dadas las circunstancias.
Me levanté y saqué mi instrumento, parándome frente a ella, la que lo tomó y llevó a su boca con desesperación, chupándolo fuertemente, con la intención de hacerme acabar luego. Y lo logró, pues al cabo de un par de mamadas, sentí que mi leche fluía y cuando ella se dio cuenta de que mi eyaculación era inminente, me apretó y cerró sus labios sobre mi verga, que le regaló una buena cantidad de leche, que engulló completamente.
"¡Qué rico, mi amor! ¿Podemos vernos mañana?"
Le dije mientras guardaba mi instrumento.
Mientras ella se ponía su bikini y arreglaba su vestido, puso su mano en mi pantalón, apretando mi verga, y me respondió:
"De todas maneras, pues nos faltó terminar esta conversación"
Su gesto despertó nuevamente en mí el deseo y poniéndola contra la pared, levanté su vestido y bajé su bikini hasta que quedó a la altura de sus rodillas, saqué mi instrumento y se lo puso por detrás.
¡Qué trasero más exquisito! No podré olvidar cómo sus globos golpeaban mi estómago mientras mi verga se metía en su sexo, que ella movía con desesperación.
"Más, más, mijito, rico"
Me decía a media voz, mientras yo respiraba en su cuello, aferrándome a sus senos y metiéndole mi pedazo de carne entre sus labios vaginales.
"Toma, mijita, toma, cómetelo todo"
"Sí, mijito, métemelo todo, por favor"
Y acabé profusamente, en tanto me apretaba a ella pues los pies se negaban a sostenerme. Tal era la energía desplegada en este polvo.
"Eres exquisita, mijita"
"Si, lo sé"
Me dijo con una sonrisa y agregó:
"Mañana te espera mucho trabajo, cariño"
Nos arreglamos y llamamos a su esposo y a los niños para despedirnos, ambos con el rostro preocupado, como si nuestra "reunión" hubiera sido muy seria.
Y mi amigo no tenía idea que nuestra verdadera "reunión" sería al día siguiente.