Largo camino a la nada
Capítulo 3
El juego
Mauricio siguió metiendo y sacando su verga de la caliente vulva de su esposa, que escuchó asombrada el nombre de su hija. Solo entonces ella comprendió la verdad; él creyó en todo momento que Karen había tomado el papel de su hija y no como había supuesto esta, que Mauricio había tomado el papel de su padre violador. Era tan intenso el momento que no pudo más que dejarlo hacer y recibir todos los embates de su marido, que acabó de una manera que la dejó completamente llena de su semen. Los dos quedaron tendidos en la cama, casi sin respiración, pero ella no podía dejar de pensar en lo sucedido. Su marido la había follado pensando que lo estaba haciendo con su hija y ella había ayudado sin pretenderlo, pensando que lo estaba estimulando a cogérsela como si fuera su padre. ¡Qué equivocada había estado! ¡Y qué intensa la calentura de Mauricio al imaginar que estaba culiándose a su hija!
Ana ya era una jovencita de dieciséis años, en plena etapa de maduración. Era casi una mujer en toda la línea, y al parecer eso no había pasado desapercibido a su padre. Y ella había estimulado su deseo sin quererlo, pensando que él la estaba ayudando en su fantasía de follar con su padre. Y él había terminado por revelar el nombre del verdadero objeto de sus deseos. Pero, se preguntaba ahora ¿qué debía hacer? No podía recriminarle nada pues todo lo sucedido había empezado porque ella lo había estimulado a un acto incestuoso, aunque muy diferente a lo que había terminado siendo. Y tampoco podía actuar como si nada había sucedido pues era evidente para él que ella le había incitado a tener relaciones con su hija, aunque sabía que esa no había sido su intención en ningún momento. ¡Qué lío había formado con su manera insensata de actuar! Y todo debido a su estado de embriaguez, que despertó su calentura y la hizo actuar tan irreflexivamente.
Sabía que había despertado un deseo en Mauricio que nada detendría hasta que hiciera realidad su deseo de follar a su hija. Pensó que ella podría controlar a su marido, pero en el fondo intuía que ya había perdido esta batalla, por lo que optó por ignorar lo que había escuchado, en un vano intento de que su marido olvidara su deseo por su hija. A su primer error ahora añadía otro más grave: ignorar lo obvio y optar por negarse a la verdad.
¿Cómo pudo pensar que si hacía como si nada hubiera escuchado su marido se olvidaría de su pasión por Ana? ¡Qué ilusa!
¿O tal vez muy en su interior algo le decía que el dejar hacer le permitiría llevar sus relaciones con su marido a otro plano, en el que involucraría también a su hija? Aunque no quisiera admitirlo en ese momento, lo cierto es que esa parecía ser la respuesta más adecuada a la realidad de una mente enfermiza que estaba empezando a salir a flote.
Desde esa noche Karen intentó ignorar el juego a su marido pero este insistía y trataba una y otra vez que ella hiciese las veces de su hija. Ella sabía que su marido la estaba llevando a un camino sin retorno, pues esta fantasía solamente podría terminar con Mauricio cogiendo con su hija. No quería pensar en ello, pero muy en su interior estaba segura de que así sería, no tenía dudas al respecto. Pero persistía en negarse a la realidad, como si al no pensar en ello las cosas podrían cambiar su rumbo.
El cada vez pedía algo más de ella, arrastrándola en una espiral incestuosa en la que ella muy en su interior sabía que se vería envuelta completamente.
“Mi niña, ¿te gusta la polla de papi?”.
“Cariñito, papito quiere tu culito”.
“Eres rica, mi niña”.
“Mijita, mámale la polla a papi”.
“Mi cielo, ponte a lo perrito”
Y cada vez sus pedidos aumentaban, exigiéndole más, sin que Karen pudiera negarse. Sabía que en lugar de estar follando ella con Mauricio, ahora era Ana la que lo hacía y que ella había pasado a un segundo plano, pero este engaño tenía como efecto que el le brindara unas folladas increíbles, que ella gozaba gustosa.
Una noche de viernes, después de tomarse varias copas de licor, empezaron a hacer el amor siguiendo el mismo juego de siempre. Ella sabía que para él ella era su hija Ana, pero aprovechaba de usar la situación en su favor y se imaginaba a su marido como si fuera su padre. Todas las palabras que ella le dirigía eran dichas a su padre, que nuevamente la culiaba como cuando era joven, cuando le hizo conocer el sexo plenamente y gustarlo como una delicia a la que se acostumbró como si fuera un vicio. Nuevamente el licor nubló su pensamiento y la llevó a pasar las barreras de la prudencia y la moral y abrió una nueva compuerta en esta etapa incestuosa de su vida matrimonial.
Con las imágenes de Salvador y Ana en la mente, se trenzaron en una lucha de sexos brutal, donde Karen sintió toda la potencia de Mauricio desplegada y ambos acabaron intensamente felices de la fantasía que cada uno había vivido, sin que el supiera la verdadera causa del orgasmo de su esposa, y ella sabedora de la verdadera razón de la calentura de su marido.
Cuando recuperaron el ritmo de su respiración, Karen sintió que el trozo de carne en su interior empezaba a aumentar nuevamente su grosor. La calentura de su marido se reiniciaba con mayor brío aún. Ella empezó a moverse y reiniciaron la cópula, lentamente, hasta que al poco rato estaban nuevamente follando como poseídos. Pero no podía dejar de pensar en que Mauricio la imaginaba como a su hija Ana cuando la estaba follando y ese era un pensamiento que le roía la cabeza desde que se enteró de la pasión que anidaba el pecho de su marido.
Mauricio deseaba a Ana, su hija de apenas diez y seis años. Y Karen había alimentado esa pasión creyendo que estaba viviendo su propia fantasía. Había provocado a su marido de manera de hacerle el amor como si se lo estuviera haciendo a su padre y, en cambio, él follaba con ella creyendo que lo hacía con su hija. Y esta noche el alcohol la había vuelto a trastornar y quería gozar completamente, sacar de su marido todo lo que pudiera dar, sin importarle si pensaba en su hija. El alcohol había nublado su entendimiento y lo único que sentía y deseaba era follar, follar hasta quedar exhausta, gozar hasta enloquecer. Y se entregó con todas sus energías al sexo, incitándolo de todas las maneras posibles para que Mauricio la follara, para que fuera Salvador, el salvaje violador, su primer amante, su padre querido. Fue ese deseo insano el que cambió el rumbo de sus vidas, llevando las cosas a un extremo del que con el tiempo se arrepentiría.
Mauricio le levantó las piernas y las puso sobre sus hombres, de manera que su vulva quedara completamente expuesta a su verga, que se hundió hasta el fondo, en una exquisita visión del pedazo de carne perdiéndose entre los labios carnosos de la vulva sedienta de Karen.
Mijitaaaa, ricaaaaaaa
Karen, completamente enloquecida por el deseo que le provocaba el alcohol, continuó alentándolo, para que él se calentara hasta el máximo. El sentirse en el papel de su hija exacerbaba al máximo su morbosidad y sentía que de alguna manera era ella la que estaba ultrajando a su niña.
Papitoooo, ¿te gusta la conchita de tu niña?
Siiiii, mijitaaaaa. Es ricaaaaa
Papitoooo, eres ricoooooo
Tomaaaa, tomaaaa, mijitaaaaa
Karen quiso llevar las cosas al límite, y pensando que si Mauricio le revelaba su pasión por Ana, su hija, el sexo entre ambos tomaría un cariz de perversión que les llevaría a nuevos límites, los que suponía serían mucho más increíbles que los vividos hasta ahora. Pero muy en su interior, debía reconocer que el estar en el papel de su hija la excitaba cada vez más. A estas alturas le era imposible negarse a si misma el placer que le producía el imaginar a su hija follando con su padre. Y eso implicaba que ella estuviera presente y participando. Sí, debía admitirlo, deseaba ver a Ana desnuda, con las piernas abiertas y recibiendo la polla de su padre, mientras ella se masturbaba viendo la escena. Pero su deseo no se queda en la visión voyerista de su hija culiada por Mauricio, no, ella también deseaba a su hija. Si antes había tenido sexo con su hermana, cuando eran jóvenes, le parecía excitante la idea de hacerlo ahora con la muchachita.
Fue este carrousel de ideas lujuriosas, incestuosas y morbosas, lo que dictaron sus siguientes palabras.
Dime mi nombre papitooooo
Karennnnn, ricaaaaa
Karen no reaccionaba conscientemente, era el alcohol el que mandaba sus actos, sin pensar en las consecuencias de ellos. En ese momento solamente sentía y lo que sentía era un deseo inmenso de que Mauricio le metiera la verga y la hiciera acabar una y otra vez, en un deseo irrefrenable de sexo. Se había despertado la fiera sexual que estaba dormida en ella, la hembra que su padre había creado y que había estado dormida, esperando su oportunidad. Y su hija era un instrumento más para que su deseo se satisficiera plenamente.
Nooooo. Mi nombre, papitoooooo
¿Cuál, mijita?
El que te hace feliz, papitooo. Anda, dilo
Karen. . .
No papi, tu sabes cual es
No sé qué quieres decir. . .
Anda, dilo, quiero escucharte decirlo
Es que . . .
Y Karen, perdida toda noción de cordura, cometió el tercer error, el error fatal.
Papi, ya tengo trece años, así que puedes decirlo con confianza
Mauricio comprendió que ella sabía de sus íntimos deseos y que había llegado la hora de la verdad para los dos. Sabía que con esas palabras, su esposa estaba abriéndole la posibilidad de hacer realidad sus sueños y el cuerpo de Ana se empezó a dibujar ante el y a reemplazar el de su esposa, que se debatía anhelante bajo suyo, esperando que le siguiera el juego.
¿Segura?
Si, papito. Tu hijita te lo pide
A . . . na
¿Te gusta tu Ana, papito?
Siiiii, mijitaaaaaaa
Di mi nombre cuando me lo metes, papito. Anda, dilo cuando me culeas.
Anaaaaa, mijitaaaa
Las sensaciones que invadieron a Karen al sentirse llamada como su hija mientras la penetraban con una fuerza increíble, eran de tal magnitud que sintió que el orgasmo que empezaba a estallar en su interior no tenía parangón con ninguno otro que su marido le hubiera regalado antes. Se sentía en el cuerpo de Ana, ella era Ana, la muchachita violada y que gozaba con la verga de su padre, tal como ella misma lo había gozado años antes cuando le entregó a Salvador su virginidad. Y sentirse en el cuerpo de su hija la hizo sentirse joven nuevamente, como si estuviera otra vez entre los brazos de Salvador. Pero, cosa extraña, también la hizo sentir deseo por su hija.
Aghhhhhhh, papito ricooooooo tu pico, ricoooooooooo
Asiiiiiiiiiiii. Mijitaaaaaaaaaa, siente el pico de papito
Ricooooooooo, siiiiiiiiiiiiiiiiiii
Aghhhhhhhhhhhhh, Anaaaaaaaaaaaa
Cuando acabaron, en un torrente de semen que parecía imparable, pasaron varios minutos antes de que recobraran la calma. Ambos sabían que había llegado el momento de enfrentar la verdad.
“¿Te gustó?”
“Estuvo exquisito, amor”
Ambos callaron. Ninguno se atrevió a enfrentar la verdad, uno por cobardía para confesar un deseo inconfesable y la otra porque algo dentro suyo le impelía a continuar con la farsa, sabedora de que empezaba a transitar un camino nuevo que la atraía, pero que no quería admitir que la llevaría irremediablemente a su perdición.
Los dos sabían lo que se ocultaba detrás de sus fantasías sexuales, pero ninguno hizo nada por remediar la situación y desde esa noche Karen pasó a llamarse Ana en la cama. Sabía que la que era follada con tanto ímpetu cada noche era su hija y no ella, pero sabía bien que esa situación no podría durar para siempre, que tarde o temprano Mauricio intentaría hacer realidad sus deseos. Y la idea le parecía atrayente, como el hecho de saber que ella misma deseaba a su hija.
Estaba lanzada en una senda de perdición de la que no podía ni deseaba salir. Su objetivo ahora era tener sexo con su hija, a la que deseaba como una nueva etapa a conquistar en la carrera por obtener cada vez más y mejor satisfacción a sus apetitos.