Autor: Salvador
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LOS JUEGOS PROHIBIDOS DE CAMILA ( I )
A sus dieciséis años, Camila parecía una muchacha como cualquiera otra de sus compañeras de colegio, con la belleza de la juventud que se plasmaba en unas piernas muy bien torneadas, un cuerpo en plena formación y un rostro bello que se adivinaba que iba a ser mas bello aún con el paso del tiempo.
Pero ni ella ni sus compañeras eran del tipo de niñas que sus padres suponían: muchachas dedicadas a estudiar y flirtear con niños de su edad, sin malicia y viviendo preocupadas solamente de chismes y los ídolos del cine y de la música.
Pero si alguno de esos padres hubiera podido ver los juegos a los que se entregaban las muchachas cuando estaban solas en casa de Camila habrían tenido sorpresas mayúscula.
Camila, la caliente Camila.
Aun no cumplía los dieciséis años cuando el sexo hizo irrupción en su vida y fue en la persona de Mariana, su amiga y confidente. Y fue en los baños del colegio, después de la clase de gimnasia.
Mariana estaba en la ducha, completamente enjabonada, mientras Camila desvestida esperaba turno para darse el remojón.
"Ven, que se te puede enfriar el cuerpo"
Le dijo mientras la invitaba a acompañarla bajo el chorro de agua.
Camila entró y mientras dejaba que el agua cayera por su cuerpo, sintió la cercanía de Mariana y con un estremecimiento de su cuerpo respondió al contacto de uno de los pequeños senos de su amiga con el que le había rozado involuntariamente.
Mariana salió de la ducha y Camila quedó sola bajo el chorro de agua, pensando en lo sucedido. No lo comprendía, pero algo en ella había despertado, algo nuevo que le parecía anormal, prohibido pero lleno de sensaciones agradables.
Y mientras el agua helada recorría todos los rincones de su juvenil cuerpo, con los ojos cerrados, deseó sentir más íntimamente la suave piel de Mariana, que esos senos pequeños pero enhiestos se apegaran nuevamente a los suyos, un poco más voluminosos.
Con un temblor en sus piernas sintió que una energía desconocida la inundaba a tal punto que debió afirmarse a la pared para no perder la compostura. No supo en ese momento que el deseo sexual se había apoderado de ella, para ella era una sensación agradable como nunca había sentido antes y que su amiga Mariana se lo había provocado.
Los días siguientes se dedicó a espiar todos los movimientos de su amiga. En el colegio, cuando estaban sentadas conversando no podía apartar su vista de los muslos de Mariana o del canal que se formaba entre los senos o de la comisura de sus labios.
Todo en Mariana le gustaba y cada rincón del cuerpo de su amiga despertaba en Camila sensaciones increíbles que nunca antes experimentó.
No se atrevía a decir a nadie lo que le estaba sucediendo pues sospechaba que no era normal. Y menos a Mariana, con la cual los temas de conversación generalmente eran acerca de muchachos y de sus fantasías sexuales.
Es que Mariana y ella estaban despertando impetuosamente a lo sexual, pero en el caso de Camila estaba tomando un ritmo diferente después de su experiencia en la ducha.
Fue en una de esas conversaciones que Mariana le recomendó chatear en internet en busca de alguien que quisiera fantasear eróticamente.
"A mi me han servido mucho para desahogarme"
Camila entró en un chat y al poco tiempo contactó a un hombre que comprendió inmediatamente su situación y que la hizo incursionar en los terrenos de la satisfacción sexual solitaria.
Ella quería aprender a masturbarse y él la guió tan magistralmente que su primer orgasmo lo tuvo mientras chateaba con el desconocido. Y la sensación que ello le proporcionó la dejó tan satisfecha que solo pensaba en repetirlo.
Le habló a su nuevo amigo de Mariana y lo mucho que le agradaban sus senos y sus piernas. También le conversó de su gusto por las piernas de Coté, su otra amiga, y por Karina, su hermanita menor, a la que había visto desnuda mas de una vez.
Sentía que podía ser sincera con ese desconocido, con el cual no tenía tapujos en confesar sus gustos por otras mujeres.
Fue después de una sesión masturbatoria en que el le había propuesto invitar a Mariana que ella se quedó tendida en el suelo, apoyada en la pared, pensando en las posibilidades que podría brindarle la ayuda de ese hombre, que su mente comenzó a divagar con escenas sexuales en que ella y Mariana se entregaban a los placeres de lesbos.
Su calentura llegó a extremos increíbles, al punto que sin darse cuenta se encontró de pronto con una de sus manos hundida entre sus piernas, bajo la falda, masajeando su pequeña gruta inviolada, mientras con los ojos cerrados imaginaba que era la mano de su amiga la que la exploraba.
Una corriente de liquido seminal inundó su pequeño calzón, mojándolo completamente, en medio de los estertores que le produjo su masturbación.
Abrió los ojos y vio a Sultan, el perro pastor alemán, parado en la puerta del dormitorio, observándola con su lengua colgando del hocico.
La lengua del perro le llamó la atención, por lo larga y húmeda. No pudo apartar su vista de ella mientras su mente maquinaba que Sultan podría ser un buen instrumento para encontrar satisfacción a sus apetitos sexuales sin correr riesgos. Si bien su amigo en el chat le ayudaba a masturbarse, ella prefería algo más sólido, pero un hombre traía consigo la posibilidad de muchas complicaciones que ella no deseaba correr. En cambio Sultan.
Pero, ¿cómo podría atraerlo?
De pronto una idea vino a su mente y sin dudarlo se sacó el calzón, del que aún caían restos de su reciente explosión seminal. Lo acercó al perro, poniéndolo frente a su nariz de manera que oliera sus líquidos.
Después de olerlo unos momentos, el perro le pegó un lengüetazo a la pieza de género.
Camila, poseída por un deseo insano, atrajo la pantaleta poco a poco, hasta dejarla frente a su sexo desnudo, con restos de su reciente acabada. El perro continuó pasando su lengua por la prenda, la que ahora estaba posada sobre la vulva de la muchacha.
Camila esperó el siguiente lenguetazo del perro y cuando ello se produjo, retiró el calzón de manera que la lengua se movió sobre su gruta de amor, recorriéndola desde el inicio del culo hasta casi medio estómago.
Bastó una pasada de la lengua del perro para que ella tuviera otro orgasmo, el más exquisito de esa jornada. La sensación que le produjo el rasposo y al mismo tiempo suave apéndice canino, con su semi humedad, le produjo un éxtasis inmediato que le hizo soltar todo el resto de líquidos que quedaba en su interior.
Despidió al perro y fue a ducharse para recuperar la calma.
Mientras el chorro de agua corría por su juvenil cuerpo, llevándose los restos de sus múltiples orgasmos, pensó que debía decirle a su desconocido amigo lo que había hecho con el perro. Tal vez a el se le ocurriera algo más para experimentar con Sultan.