Priscila 1
Parece tenerlo todo, pero no es feliz. Con un rostro hermoso, un cuerpo como esculpido y una sensualidad a flor de piel, es el tipo de mujer a la cual los hombres no se atreven a abordar, acobardados por tanta belleza. Y no saben que es precisamente esa belleza la causa de su infelicidad.
A sus 32 años Priscila ha descubierto que en ella existe otra mujer, una llena de deseo insatisfecho y que anhela hacer realidad. Y esto que pareciera tener fácil solución para una mujer hermosa como ella, no le es posible realizar, ya que los hombres no se le acercan deslumbrados por tanta belleza. Y su matrimonio pasa por una etapa delicada, debido a los problemas de su marido en el trabajo, lo que ha repercutido en su vida conyugal. Y tenía que ser precisamente cuando han vuelto a despertarse en ella toda la energía sexual que creía dormida desde cuando se casara. Y la posibilidad de buscarse un amante estaba fuera de discusión, ya que todos los candidatos pertenecían al círculo social de ella y su esposo.
Como una manera de encontrar un antídoto a su insatisfecha vida sexual, empezó a incursionar en páginas se sexo en internet, pero a fin de cuentas el remedio resultó peor que la enfermedad, ya que se sintió atrapada por las páginas de relatos eróticos, donde encontró un refugio a sus fantasías cada vez más crecientes. Buscó en diferentes categorías y pasado un tiempo se dio cuenta que tenía preferencia por los relatos que se referían a relaciones entre hombres maduros y mujeres jóvenes. Encontró en ellos un morbo que la hizo sentirse transportada a un mundo nuevo, donde podría hacer realidad sus fantasías más osadas, en manos de hombres experimentados y curtidos en el arte de hacer el amor. Mientras más pensaba en ello más se convencía que solamente con un hombre mayor se atrevería a serle infiel a su marido. Pero ese hombre no existía y si lo encontraba probablemente sería el padre de alguno de los conocidos de ella o de su marido. Había algunos de ellos que conoció en el club de campo o algunas otras actividades sociales, pero prefería no fijarse en ninguno para no alimentar vanas esperanzas.
Sentada al lado de la ventana, después de ducharse, miraba su cuerpo esplendoroso y se imaginaba atrapada en los brazos de un hombre maduro, posiblemente de unos 70 años. Si, le parecía bien esa edad ya que sería un tipo con potencia sexual aún vigente pero con todos los recursos amatorios producto de toda una vida de sexo. Se lo imaginaba de contextura media, ya que no le gustaban los gordos. De pelo entre cano, en lo posible no calvo, con el deseo reflejado en su mirada, tocándola con lentitud, sin apresuramiento, despertando en ella todo el caudal de deseo que guarda su cuerpo, hasta llevarla al paroxismo. Sus piernas flaquean y una mano fuerte pero delicada se desliza por entre ellas, en busca de sus muslos. Cierra los ojos preparándose para lo que viene. . .
El sonido del teléfono interrumpe sus pensamientos.
Hola Priscila
Hola Paula, ¿qué tal?
No sé cómo lo tomarás, pero en la casa de reposo donde trabajamos Tania y yo se produjo una vacante y pensamos que, ya que tienes estudios de enfermería, tal vez te interesara trabajar con nosotras y así te distraerías.
¿Y qué te hace pensar que necesito distraerme?
Mira, cariño, se nota de lejos que andas preocupada por algo
Bueno, tienes razón, pero disculpa que no te lo diga
Y no quiero presionarte para que me digas nada. Tu sabrás cuándo hacerlo. Pero como amiga debo intentar ayudarte
Te lo agradezco y prometo conversarlo con Andrés.
Llámame para sí o para no.
Esa noche, cuando le comentó a su esposo la propuesta de su amiga, éste la alentó a aceptar, ya que así se mantendría ocupada y no pensaría tanto en los problemas que tenían, los que debiera dejárselos a él para resolverlos, ya que no quería que los problemas de la industria les afectara en el matrimonio.
Déjame a mí preocuparme de los problemas de la fábrica, querida. Tu distráete, que pronto superaremos esta impasse.
Al día siguiente, más relajada por la conversación de la noche anterior, pensó en la oferta de Paula y recordó que la casa se reposo en que trabajaba era para adultos mayores. Se sonrió y pensó para sí “tal vez es la respuesta a mis deseos”
Se desperezó y una corriente de excitación recorrió su hermoso cuerpo. Se imaginó encontrar ahí a su hombre, al que se ha entregado en sus fantasías. El hombre que sabía despertar en ella la hembra insaciable, que disfruta plenamente del sexo, hasta quedar agotada de placer.
Se imaginó encontrarlo y que el hombre sin rostro empezaba a adquirir rasgos. Y poco a poco una cara empezó a tomar forma en sus pensamientos.
No era hermoso ni feo. Tampoco era vulgar, sin ser un adonis. A fin de cuentas era un rostro normal, pero agraciado. Parecía un tipo agradable, simpático, alegre. Sí, tenía que ser un hombre que supiera lo que quería y sabía esperar si algo valía la pena. Y ella valía la pena, lo sabía.
Definitivamente, su hombre era un tipo de mundo, con experiencia y que no perdía la cabeza ante una mujer hermosa. Es más, estaba segura que no se amilanaría ante ella y hasta sabría manejarla a su antojo.
Sintió que un calorcillo recorría su cuerpo.
Levantó el teléfono.
Hola, Paula
Hola, ¿Lo pensaste?
Sí, y mi respuesta es sí
Estupendo. ¿Cuándo puedes empezar?
Hoy mismo
Te paso a buscar más tarde para que te entrevistes con la directora.
Te espero.
Cuando llegaron a la casa de reposo, se encontró con una casa antigua de tres pisos, estilo decimonónico, algo derruido, pero se notaba que dentro de él bullía la actividad.
La directora era una mujer de edad mediana, llena de vida y muy compenetrada de su trabajo. Una profesional ciento por ciento, que la entrevistó concienzudamente y terminaron conviniendo el sueldo y los turnos de trabajo. Priscila salió muy complacida de la reunión.
El trabajo era aliviado y no tuvo problemas para adaptarse, ya que los ancianos le daban poco trabajo y estaban sus amigas para apoyarla si surgía algún problema.
Fue al tercer día que lo vió. A su hombre. El hombre de sus fantasías.
Estaba terminando un reposo post operatorio y lo encontró sentado en una mecedora, al final de un pasillo, mirando al techo, sumido en sus pensamientos. Ella quedó paralizada, pegados sus pies al suelo, con la vista clavada en él, que no se percató de su presencia.
Su rostro, su cabello, sus ojos, todo en el correspondía a la imagen que se había forjado de su amante virtual, el que la había hecho disfrutar en sus pensamientos de las delicias del sexo pleno, sacando de ella toda la hembra insatisfecha que buscaba ponerse al día.
Sí, no cabía duda. Era el.
Se retiró silenciosamente y se encerró en un baño para calmarse. Apoyada contra la puerta, intentó recuperar la respiración perdida. ¿Cómo podía haber sucedido esto? Ese hombre era la personificación de ese ser imaginario al que se abandonó en sus febriles fantasías. No podía ser pero así era, ahí estaba, en persona. Era un ser real, de carne y hueso. Había pasado de ser una imagen de su mente a un ser corpóreo, real.
Ya más calmada, decidió evitar la presencia de ese hombre, pues su cercanía la desarmaba completamente y no tenía ninguna seguridad de poder resistir la atracción que ejercía sobre ella, sin él saberlo. Además, probablemente sería muy diferente a la persona de sus sueños. Quizás un viejo vulgar o libidinoso o indiferente. Siempre la realidad era más prosaica que la imagen que uno se formaba de ella. Y muy probablemente si ella lo trataba, el sería alguien sin ningún atractivo especial y terminaría siendo una desilusión. ¿Y para qué desilusionarse si podría conservar el pensamiento de un hombre muy especial, con el cual podría seguir soñando?
Los días continuaron sin mayores novedades ni sobresaltos y Priscila no volvió a ver a “su hombre”. Llegó a pensar que tal vez habría abandonado la casa de reposo y de alguna manera ese pensamiento la entristeció, ya que si bien no deseaba verlo, el saberlo ahí, en algún lugar, le hacía sentirse bien.
Al cabo de una semana, debido a un malestar de Tania, que tenía el turno de noche, Priscila se ofreció a reemplazarla, ya que su marido estaría fuera de la ciudad y ella se encontraría muy sola en casa, cosa que aborrecía.
Al hacer su ronda, tipo 1 de la madrugada, visitó a cada uno de los internos y les dio la medicina que indicaba la hoja de atención.
La pieza 23, la última de su recorrido, era la pieza de Salvador. Así, sin apellido. No había medicina para proporcionarle, por lo que parecía que su ronda nocturna terminaría sin novedades, pero al momento de abrir la puerta para cerciorarse de que todo estaba en orden, sintió unos quejidos en el interior que la alarmaron. ¿Tendría algún ataque este caballero? Pero nadie le había advertido nada al respecto. Con mucha precaución abrió la puerta y miró adentro.
En la cama estaba “su hombre”.
Las tapas corridas, con una enorme verga en la mano, a punto de acabar, estaba Salvador terminando una masturbación que le tenía completamente absorto, pendiente del chorro de semen que estaba por expulsar.
Priscila quedó paralizada, con la mano en el pomo de la puerta. Tenía ante sí la imagen viva del hombre de sus sueños, con una verga aún más imponente de lo que ella había soñado. Y en su rostro se reflejaba la misma lujuria que ella había visto en el hombre de sus sueños.
La búsqueda había terminado.