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Las mujeres de mi familia (1)

en Amor filial

Autor: Ricardo

Dirección: cuauthemoc@hotmail.com

Las mujeres de mi familia

1: Casualidades

Vivía con mi madre y mis dos hermanas, en una casa solariega a las afueras de una ciudad del sur de mi país. Las tres mujeres han sido mías. Cada una por su lado han sido experiencias inolvidables, pero ellas no son las únicas mujeres de mi familia que me han regalado sus favores.

Todo empezó de manera casual y casi sin darme cuenta. Las cosas se fueron dando de manera tal que sin pretenderlo me fui involucrando con mis hermanas y mi madre, en una vorágine pasional que nos envolvió a todos casi al mismo tiempo. No hubo premeditación en el inicio de nuestras relaciones sino que estas fueron el producto de las circunstancias, el lugar, nuestro natural deseo sexual y el aislamiento en que pasábamos nuestros días veraniegos. A partir de entonces, las otras mujeres de la familia con las que tuve sexo fueron conquistadas por mí de una u otra forma, con mayor o menor participación de ellas, pero siempre era yo quien las conquistaba para satisfacer mis deseos. A diferencia de mi relación con mi madre y mis hermanas, en que las situaciones se plantearon de manera casi casual y la temperatura, la soledad, la curiosidad y el deseo sexual hizo el resto, con mis tías y primas me movió el afán de conquista, de probarme que era capaz de hacer mías al mayor número de mujeres de mi familia, que no había límites morales cuando el deseo de la carne está presente. Era como un juego, en que me divertía poniéndolas a prueba y viendo cómo las llevaba a cumplir mi objetivo y ellas se dejaban llevar. Con ellas me demostré que el condimento de la relación incestuosa era la llave maestra para que se me entregaran. No era lo mismo para ellas acostarse con un desconocido que con un sobrino o primo, según el caso. Había un componente adicional que siempre jugó a mi favor y era la confianza que despertaba en ellas el que fuéramos parientes, las posibilidades de poder estar a solas sin despertar sospechas y los muchos lugares apartados en nuestra casa o en la de ellas para tener sexo sin temor a ser sorprendidos.

Mis hermanas se llaman Natalie y Susana. En la época en que se iniciaron nuestras aventuras sexuales ellas tenían 18 y 17 años, respectivamente. Yo tenía 16 y estaba en pleno despertar sexual, en que todo lo que me rodeaba me hablaba de sexo y todo lo reducía a sexo, el motor que movía mi vida por ese entonces. Vivíamos en una casa de campo, alejados del pueblo, en que el jefe de hogar era nuestra madre, de 36 años por entonces, separada desde hacía dos años después de sufrir por casi dos décadas la violencia de un esposo para el cual ella siempre no pasó de ser una más de sus posesiones, que podía tomar cuando le diera la real gana, sin importar sus sentimientos. Y finalmente conoció una muchacha de la que se prendó y por ella abandonó a sus tres hijos y a su mujer, sin ninguna explicación.

Mi madre era una hermosa mujer, en la plenitud de su vida y que el maltrato sufrido en el matrimonio no había menguado su belleza. Aun cuando escondía su figura en trajes largos, oscuros y sin un asomo de coquetería, se podía apreciar que su cuerpo tenía que ser hermoso, al igual que su rostro. Era alta, de pelo castaño recogido, cutis de porcelana, ojos de un negro intenso y unos labios delgados en que siempre bailaba una sonrisa.

Natalie, la mayor de mis hermanas, tenía 18 años y estaba en la flor de su vida, habiéndose desarrollado completamente como mujer, mostrando unas formas generosas en que destacaban un busto generoso, unos muslos imponentes, unas piernas generosas y, en general, una figura apetecible. Era bellísima mi hermana y lo sigue siendo. En la época en que iniciamos nuestra aventura amorosa ella había terminado sus estudios y se preparaba para ir a la Universidad. Estaba pasando el último verano de niña sin preocupaciones ya que se le venían encima múltiples actividades y obligaciones universitarias que terminaron por alejarnos pasado un tiempo. Pero eso es otra historia.

Pero mi historia empieza con Susana, la menor, una mujer exquisita de 17 años que si bien no estaba tan dotada como su hermana mayor, había que darle el tiempo suficiente para que las formas que se insinuaban en ella adquirieran su plenitud. Por ahora sus senos delataban un futuro esplendor y sus piernas se habían desarrollado lo suficiente como para apreciar en ella unos muslos generosos. Con su rostro angelical, Susana atraía por su permanente alegría, como si las preocupaciones y penas no existieran en su vida. A decir verdad, fui yo el que le trajo las primeras preocupaciones, como fue vivir un amor clandestino y prohibido que nos envolvió en una vorágine pasional.

Era verano y el calor nos agobiaba al punto de que las tardes las pasábamos en nuestros dormitorios huyendo de la alta temperatura reinante en el patio. Esa tarde ni siquiera la piscina me atraía pues estaba en un estado de sopor que me tenía tumbado en mi cama, leyendo algo adormilado. En la posición que estaba me encontraba de frente a la puerta de mi dormitorio, que por descuido había dejado algo abierta, por lo que podía ver la pieza de mi hermana menor, Susana, la que estaba apoyada en una ventana mirando hacia el patio, ensimismada en sus pensamientos. La relativa oscuridad del dormitorio contrastaba con la luz que provenía de la ventana en la que mi hermanita se apoyaba, lo que producía un efecto de contraluz sobre su cuerpo que fue lo que atrajo mi vista y me hizo olvidar la lectura, dejando el libro de lado para mirarla con más atención.

Al parecer se había vestido para dormir la siesta, pues andaba con un camisón celeste y bajo el mismo solamente sus calzones. Su hermoso cuerpo se recortaba perfectamente al contraluz y se podía apreciar claramente la redondez de sus senos libres de toda prisión. Cada cierto rato ella cambiaba de postura, lo que me hacía deleitarme con sus muslos, pletóricos de vida y rematados en unos calzones que insinuaban un paquete de dimensiones generosas, donde se guardaba su juvenil sexo.

Mi reacción fue inmediata y una potente erección fue la señal del efecto que la silueta del cuerpo de mi hermana, con sus bellas y deseables formas había producido en mí, siempre ansioso por todo lo que fuera sexo, sin respetar si este involucraba a alguna de mis hermanas o a mi madre. Para mí todo giraba alrededor del sexo y mis sentidos estaban permanentemente alertas en busca de algún incentivo que me permitiera posteriormente desahogarme en el baño pensando en lo que recién había visto, ya fuera un asomo de los senos de mi madre bajo su escote, un muslo de mi hermana mayor que había alcanzado a vislumbrar a la pasada o, como ahora, en que la casualidad me permitía gozar de la visión de un hermoso cuerpo recortado contra la luz de esa tarde veraniega.

En lugar de ir al baño a masturbarme como lo hacía cada vez que podía deleitarme con algún espectáculo como el que ahora me estaba regalando mi hermanita menor, me puse a acariciar mi instrumento con suavidad mientras la contemplaba y masticaba las ideas que esa visión llevaba a mi mente. De la fantasía erótica acerca de mi madre o mis hermanas que tantas masturbaciones me habían brindado en la soledad del baño, ahora deseaba pasar a algo más concreto, algo mejor que mi pobre actividad onanista. Quería menos imaginación y más acción, y la acción estaba ahí, en la casa. Quería hacer mía una mujer, quería sentir cómo era penetrar una vagina, sentir cómo se hundía mi verga en la humedad de un sexo de mujer. Y las únicas mujeres que podría poseer estaban ahí, viviendo conmigo. A ellas quería poseer, a alguna de esas mujeres que me rodeaban. Y Susana estaba tan cerca, era tan deseable. Si, ella sería el objeto de mi primera conquista. Con ella satisfaría mis deseos reprimidos y en ella volcaría toda mi pasión.

Mi hermana desapareció de mi vista y no volvió a acercarse a la ventana, quitándome con ello la visión de su exquisito cuerpo, lo que me hizo continuar en mis actividades solitarias con solamente el recuerdo de tan bello espectáculo y con el recién nacido deseo de poseer a la menor de mis hermanas.

Los días continuaron interminablemente calurosos y tediosos, pero para mí había un aliciente: ver la manera de propiciar mis planes para con Susana, la que seguía en sus cosas sin saber que su hermano deseaba poseerla.

La casualidad, ya lo dije, jugó un papel principal en mi historia con mi madre y mis hermanas. Así como por casualidad nació mi deseo por mi hermana menor, también por casualidad empezó mi primera experiencia sexual. Pero no fue Susana la que me dio el regalo de mi despertar sexual sino Natalie, mi hermana mayor.

Hacía una semana que se había despertado mi deseo por Susana, la que no sospechaba de mi pasión por ella. Siempre atento a sus movimientos, buscaba poder captar algún pedazo de piel asomando bajo la tela del vestido o de la blusa mientras conversábamos o departíamos. Pero lo hacía con tal disimulo que no se daba cuenta de mis miradas furtivas.

En el patio de nuestra casa había unos matorrales cubiertos por varios árboles, lo que lo constituía un refugio perfecto. Desde niño usé un pasaje que construí entre las matas para vivir fantasías de piratas o de exploradores. Y en los veranos calurosos usaba ese refugio para dormitar o leer sin ser molestado. Era un lugar ideal para escaparse del mundo y ahí viví tardes hermosas de aventuras en la selva o en plena guerra buscando al enemigo para atacarlo con mi fusil de escoba.

Esa mañana me sentí atraído por mi refugio y decidí visitarlo para leer un libro que me tenía muy interesado y que deseaba leer con tranquilidad. Incluso, si se daba el caso, hasta podría pegar una pestañada. Hacía meses que no me metía en los vericuetos de los matorrales y tuve algunas dificultades para avanzar, tal vez porque el hueco entre las ramas se había hecho estrecho para mi cuerpo ahora juvenil. No obstante, avancé reptando y llegué al lugar que acostumbraba a usar para mis lecturas: una cavidad más grande que permitía recostarse y algunos movimientos. Para mi sorpresa el lugar estaba ocupado por Natalie, quien estaba leyendo entusiasmada una revista con una mano metida entre los pliegues de su falda. Estaba tan ensimismada en lo que hacía que no se percató del ruido que había producido yo en mi avance por el túnel del matorral. Solamente cuando estaba a su lado se dio cuenta de mi presencia y, confundida, sacó su mano de debajo de la falda e intentó guardar la revista. En todo caso, alcancé a ver sus piernas abiertas y parte de sus muslos blancos cuando ella sacó su mano. A pesar de mis años y mi escasa experiencia sexual, comprendí perfectamente las actividades en que estaba enfrascada mi hermana mayor y ello activó de inmediato mis sentidos.

"¿Qué haces aquí?"

"Vine a leer, igual que tú, parece"

Después de pensarlo un rato, agregué: "Parece que está buena tu lectura"

Natalie no respondió y se revolvió con cierta inquietud, sopesando mis palabras. Al parecer había quedado a medio camino en lo que pretendía y mi presencia, que en un principio la perturbara, ya no era un elemento preocupante, pues mis palabras le habían infundido tranquilidad, ya que denotaban comprensión y complicidad. Sus siguientes pensamientos empezaron a incluirme y llegó a la convicción de que yo podría ayudarle a dar un feliz término a su "lectura", considerando que siendo menor que ella sería fácilmente manejable para lograr su objetivo. Lo volvió a pensar unos segundos y terminó de convencerse que el lugar, el momento, las circunstancias y yo eramos adecuados para terminar en buena manera aquello que la lectura de la revista porno y su mano habían iniciado . Me miró intensamente y se decidió a actuar.

"Estaba leyendo una revista para mayores. ¿Has visto una de estas antes?"

Comprendí que mi hermana mayor algo pretendía y que ese algo tenía que ver con sexo, pero no sabía cómo debía actuar en una situación así. Era mi primera vez con una mujer y no tenía experiencia en situaciones como esta, así que preferí que fuera ella quien llevara la iniciativa.

"No, nunca"

"Mira, tiene fotos de cosas que hacen las personas adultas"

Me mostró la revista, en que habían parejas en diversas poses. Una mujer de espalda, con las piernas abiertas, penetrada por un hombre. La misma mujer, sentada sobre otro hombre. Los dos hombres penetrándola al mismo tiempo. Ella chupándole la verga a los dos. En fin, había páginas y páginas de parejas o tríos haciendo sexo, en todas las poses imaginables. Miraba las fotos asombrado, con la boca abierta y con una manifiesta protuberancia en mis entrepiernas, producto de la excitación.

Natalie comprendió perfectamente mi situación, lo que la alegró. Recogió sus piernas y quedó sentada frente a mi, mostrándome parte de sus piernas y muslos, con las manos empuñadas bajo su barbilla y mirándome divertida.

"¿No habías visto nunca antes fotos como estas?"

"No. Nunca"

"¿Qué te parecen?"

"¿Así es entre las personas mayores?"

"Sí. Y es exquisito"

"¿Lo has hecho tu?"

"No, per me han dicho que produce sensaciones ricas"

"Parece que sí, por la cara de la mujer en las fotos"

"Es que debe ser extraordinario sentir que una verga la penetre a una"

"¿Verga? ¿Lo que tenemos los hombres?"

"Si, como la que tienes tú, esa que tienes parada"

"Es que estas fotos me producen cosas, como verte a ti"

"¿Verme a mí? ¿Cómo es eso?"

"Verte las piernas, los muslos, me encanta y me hace sentir extraño"

"Y si abro más mis piernas, ¿se te para más la cosa?"

Uniendo la acción a la palabra, mi hermana separó sus piernas y expuso ante mí sus muslos y el final de ellos un calzón blanco que se notaba manchado por la excitación. Sabía que esto tenía que terminar en sexo, lo que aumentó mi calentura. La primera mujer en mi vida sería Natalie, mi hermana tres años mayor. No podía creerlo, toda una mujer para mí. Una hermosa y deseable mujer quería conquistarme y seducirme. Y yo me dejaría hacer por ella.

"Eres rica, hermanita. ¿Ves como me pones?"

"Pero veo solamente el bulto en tu pantalón. ¿Te lo saco?"

"Bueno"

Y mi hermana adelantó su mano a mi pantalón, el que abrió y sacó del mismo mi instrumento, completamente parado. Para lograrlo debió usar las dos manos, dadas las dimensiones que había adquirido mi verga.

"¿Todo esto es tuyo?"

"¿Por qué?"

"Porque se ve tan grande. No parece la verga de un muchacho"

"¿En serio?"

"Si, hermanito. Eres todo un hombre"

"Se siente rico cuando está en tus manos, Natalie"

"Ahora vas a sentir más rico, con estos masajes"

Mi hermanita pasaba su mano suavemente por el tronco de mi instrumento, arriba y abajo, lentamente, disfrutando la visión de mi herramienta completamente parada entre sus dedos, con las venas a punto de estallar. Pero ella no estaba para hacer acabar a su hermano menor sino para que este le diera satisfacción metiéndole su cosa en la vagina.

"Ahora vas a probar lo que viste en las fotos"

"¿Qué hago?"

"Yo me pongo de espaldas, abro las piernas y tú te pones entre ellas. Ven"

"¿Pongo mi cosa en tu cosita?"

"Bien, ahora empuja"

"Ricooooooooooooo, hermanita"

"Siiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii, asiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii. Yaaaaaaaaaaaaa"

Y así nos iniciamos en el sexo ambos. Si, porque ella también lo hacía por vez primera, regalándome su virginidad en un charco de sangre que se escurrió finalmente junto con sus líquidos seminales y mi semen, en un orgasmo temprano y al unísono que nos dejó abrazados, yo sobre ella, disfrutando de la hermosa sensación de haber tenida nuestra primera eyaculación verdadera.

Repuestos de la sensación que nos dejara nuestro primer acto sexual, me levanté un poco para mirarla a los ojos. Ella me miró también, con la satisfacción pintada en el rostro.

"¡Qué cosa más rica!"

"Si, ¿pero no te dolió? Te salió sangre"

"Si, pero la satisfacción fue más grande que el dolor"

"¿En serio?"

"Si, hermanito. Y la siguiente será mejor aún"

"¿Podemos hacerlo nuevamente?"

"Claro, pero ahora lo haremos durar más, para que sea más rico"

"¿Más rico aún?"

"Si, quiero que me hagas gozar mucho, hermanito"

"Ya la tengo parada otra vez"

"Déjame metérmela yo misma, ¿ya?"

"Uuuuuuy, ricoooooooo"

"Empuja, empuja, Ricardo"

"Toma, toma, toma, ricaaaaaaaaaaaaaa"

"Mássssssssss, másssssssssssssssssssssssssssss"

"Qué rico, mijita, qué ricooooooooo"

"Aghhhhhh, yaaaaaaaaa, yaaaaaaaaaaaa"

"Trágatela toda, hermanita, tomaaaaaaaaaa"

"Guauuuuuuuuuuuu, mijito, me llega al fondo, siiiiiiiiiiiiiiiii"

"Te la meto y te la saco. Te la meto y te la saco.

"Sigue así, asiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii"

"Ahora si, mijita, ahora siiiiiiiiiiiiiiiiiiiii"

"Yaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaahhhhhhhhhhh"

Ella acababa por tercera vez cuando lo hice. Y nuestro orgasmo fue de una intensidad increíble que nos dejó completamente agotados, unidos en un abrazo que sellaba el nuevo rumbo de nuestras relaciones. Al cabo de unos minutos ya estaba en condiciones volver a la carga, pero mi hermana se negó pues hacía mucho tiempo que estaba fuera de casa y nuestra madre podría estar buscándola. Con mucho pesar quedé con mi vega parada, en la mano, mientras mi hermana me daba un beso para retirarse.

Natalie se despidió, pero antes acordamos volver a reunirnos en el mismo lugar, esa misma tarde, cuando la el día refrescara, para continuar nuestra "lectura". Quedé solo en mi refugio, pensando en la afortunada casualidad que puso a mi hermana mayor en mi camino, regalándome su cuerpo en una experiencia exquisita e inolvidable, al punto que en lugar de masturbarme preferí guardar energías para esa tarde. No sabía en ese momento que la casualidad pondría a otro miembro de mi familia en mi camino, y no era mi hermanita Susana a quien tanto deseaba conquistar.

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