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Linda, una gran mujer 5

en Grandes Series

La historia de Linda

 

Capítulo 5

 

La puta

Eligieron una esquina algo abandonada, donde un farol entregaba una débil luz. Salvador estacionó el auto y quedaron esperando a que las muchachas de la noche empezaran su desfile.

Linda, ataviada con un abrigo solamente, bajo el cual llevaba un sostén, calzón y medias negras como todo atuendo, mostraba una aparente tranquilidad, la que no hacía traslucir ningún temor por lo que su amante le había pedido que hiciera y que estaba pronta a llevar a cabo: una prostituta ofreciendo sus favores a los automóviles que pasaran por el sector. Lo habían conversado largamente y ella sentía un estremecimiento al imaginarse haciendo de puta callejera. Era un temblor mezcla de temor y deseo de hacerlo. Sentía que estaba por cumplir una de sus fantasías más soñadas desde que empezara a deslizarse por la pendiente de la morbosidad de la mano de su amante.

                                

Primero fueron frases duras, que a ella le gustaron en demasía. Después él le pidió que se vistiera como prostituta para él, para estimularlo. Y cuando ella lo hizo, empezó a tratarla como tal y Linda se sintió transportada a otro nivel de sensualidad, sintiéndose toda una puta en manos de ese hombre, que la maltrató e insultó mientras le hacía el amor. Fue tanto el gusto que sintió que empezó a hacerse habitual en ella llegar a su cita clandestina vestida de puta, tapada con un abrigo de piel que nada hacía sospechar la vestimenta que su dueña llevaba debajo. Y cuando entraba al departamento, abría su abrigo para mostrarle la nueva lencería que estrenaba solamente para él. Toda su ropa interior, de primera calidad y muy buen gusto, tenía un toque de seducción que solamente ella podía darle, luciendo cual modelo profesional.

Se despojaba del abrió y gustaba quedarse solamente en calzón y sostén, paseándose por la pieza con ademanes seductores y gestos estudiados para provocar en el el deseo por poseer su cuerpo escultural. Se sabía Linda, con un cuerpo atrayente, pero su amante le había enseñado a valorarse como hembra, a sacar provecho de sus formas y belleza, por ello sus encuentros siempre empezaban con un paseo de Linda por el departamento para que su amante se excitara antes de poseerla.

“¿Te gusta como luzco?”

 

“Estás regia, cariño. Te ves espléndida”

Y ella sonreía y continuaba su paseo, hasta que Salvador se levantaba y la tiraba a la cama para penetrarla, que era su manera de demostrarle lo mucho que lo había excitado.

Ella, feliz por el efecto logrado en su amante, se dejaba penetrar.

                     

En la búsqueda de nuevas sensaciones, Linda debió cumplir con diferentes pruebas, cuya ejecución  le producían nervios por lo arriesgado de las mismas, pero era ese mismo peligro el que la atraía y aunque en un principio se mostraba algo tímida, cada vez más su actuación se fue haciendo más audaz.

Recordaba al muchacho que sedujo en la piscina, cuando vistió una salida de baño que  hizo que el joven olvidase lo que estudiaba para fijar su atención solamente en las piernas de esa hermosa señora que mostraba más de lo debido, pero de manera casual. Y cuando el muchacho estaba completamente absorto en la contemplación de sus muslos, que cada vez más se mostraban por entre la tela, ella le miró y sonriendo le preguntó:

“¿Te gusta lo que ves?”

El creyó ver en su pregunta  una invitación, pero Linda se levantó y antes de irse se acercó y le susurró al oído:

“Si quieres, en cinco años más conversamos”

Se alejó moviendo sus caderas provocadoramente. Estaba segura que el muchacho se fue directo al baño a desahogarse. Y cuando le contó a Salvador, vio que éste se excitaba con los detalles del cumplimiento de la prueba y terminó empujando su verga en la  vulva de Linda salvajemente, como si fuera el muchacho.

Cuando Salvador le propuso seducir a los visitadores médicos que iban a ofrecerle medicinas,  ella pensó que no podría cumplir la tarea, pero resultó un éxito y se sintió estimulada a repetirlo varias veces, incluso sin que él se lo pidiera. Se paseaba en su consultorio con una mini que resaltaba sus espléndidas piernas, mientras acomodaba remedios en el anaquel o estudiaba las listas de precios, ofreciendo a sus visitantes la oportunidad de gozar con la contemplación de sus piernas y, a ratos, sus muslos. Y adoptó la costumbre de sentarse frente a sus visitantes, y ya no detrás del escritorio, de manera que al subir una pierna sobre la otra ellos podían observar buena parte de sus muslos y, si se daba la ocasión, su tanga al final de estos. Pero su actitud fue siempre la misma de siempre: seria, distante y profesional en el trato, lo que los ponía locos de deseo, ya que en ningún momento dio signos de provocación y todos sus movimientos parecían naturales y sin una segunda intención. Pero después de cada visita debía ir al baño a desahogarse pues el morbo que sentía era demasiado.

Ella misma sugirió la idea de usar bolas chinas durante las entrevistas, lo que permitió que en más de una oportunidad acabara delante del visitador médico, momentos en los que debió recurrir a diversas argucias para evitar que vieran su gesto de gozo cuando sentía que estaba teniendo un orgasmo. Su audacia era cada vez mayor, y parecía que su curiosidad no tenía límites en materia sexual.

Cuando tuvo que verse con un ginecólogo amigo de la familia, Salvador le propuso seducirlo y ella aceptó encantada. Fue una experiencia increíble pues se removió cuando era examinada, emitió ligeros gemidos cuando el dedo del facultativo exploraba en su vagina y más de un suspiro se le escapó cuando le tocaban los muslos. Y la entrevista estuvo cargada de insinuaciones por parte de ella. Pero llegado el momento en que el médico intentara ir más adelante, se hizo la desentendida y logró apaciguar los ánimos del amigo de su esposo.

Pero su sueño fue siempre sentirse puta.

Y ahora haría de callejera, paseándose en busca de clientes ocasionales, mientras Salvador vigilaba esperando el momento oportuno para rescatarla, evitando así que las cosas se salieran de las manos.

Cuando creyeron oportuno, Linda descendió del vehículo y se dirigió a la esquina elegida para pasearse y ofrecer sus encantos. Al rato pasó un vehículo moderno y ella abrió su abrigo, mostrando sus hermosas piernas, cubiertas con medias negras y un calzón del mismo color. El ruido de los frenos se oyó a varias cuadras. Se bajó un vidrio y un hombre de mediana edad le conversó.

“Hola, qué tal”

 

“Hola”

 

“¿Quieres venir?”

 

“Mmmm, si, pero….”

 

“¿El precio?”

 

“Si, primero pongámonos de acuerdo”

 

“¿Cuánto pides?”

 

“Depende”

 

“Digamos por una hora, ¿te parece?”

 

“Supongo que en un hotel”

 

“Lógico”

 

“Digamos 500 dólares”

 

“¿Qué te has creído, puta de mierda?”

El ruido del auto al partir hizo chirriar los neumáticos. Ella se quedó sola, meditando en el fracaso de su primera incursión como puta callejera. Y claro, una callejera no puede ser tan cara. Ella valía los 500 dólares y tal vez el doble, pero no lo lograría si actuaba en la calle. Para eso era necesario ser una puta de lujo, una niña de compañía. Pero lo exagerado de la tarifa también era su seguro para no tener que subir en cualquier auto y meterse con un desconocido. La idea era actuar como puta, pero no estaba en sus planes irse a acostar con un cliente.

En todo caso, sintió que su actuación había estado buena y que se había comportado como toda una profesional del sexo, a excepción de la tarifa pedida. Pero ello le había permitido deshacerse de su primer cliente.

Un par de vehículos también se detuvieron frente a ella, pero corrieron la misma suerte que el primero. Linda estaba feliz con la experiencia, pues los tres hombres la tomaron por una puta profesional, aunque demasiado cara para ellos.

Salvador detuvo el auto a su lado y bajando el vidrio la trató como si fuera una puta de verdad:

“¿Cuánto pides?”

 

“500 dólares”

 

“Caro me parece, pero lo mereces”

 

“Es que soy puta de lujo”

 

“De acuerdo. ¿Vamos?”

 

“Vamos, mijito”

Las otras muchachas que se paseaban por la misma cuadra vieron asombradas como ese hombre aceptaba la exagerada tarifa de esa advenediza casi sin chistar, abrió la puerta del coche, ella subió y se alejaron raudamente en busca de un hotel.

Linda reía, feliz por su primera experiencia como puta y esa noche se entregó a Salvador como una verdadera callejera con su cliente ocasional. Mientras éste le empujaba la verga dentro de su caliente vulva, ella insistía en que la tratara como a una callejera.

Soy tu puta, ¿verdad?”

                                                                                                     

“Sí, mi puta caliente”

 

“Cabrón, eres mi cabrón”

 

“Tu cabrón, que se folla a su puta”

 

“Hazme lo que quieras, cabrón, que soy tu puta caliente”

 

“Más que puta, eres una perra caliente”

 

“Entonces házmelo como si fuera una perra, cabrón”

 

Linda se puso en cuatro pies esperando que su amante la follara en esa posición. Este puso su herramienta a la entrada de la vagina de ella y sintió el exquisito roce de sus nalgas contra su estómago. Empezó a golpear estas nalgas cada vez que empujaba su verga en la gruta de ella, que emitía grititos de goce con cada embestida, apretándose contra él para sentir más adentro el trozo de carne que la invadía.

“Así, cabrón, así. Soy tu perra”

 

“Toma, toma, perra caliente”

“Sí, asiiiiiii”

 

“Rico, mijitaaaaaaa”

Linda se hundió en la cama, agotada por el esfuerzo. Salvador encima de ella sentía como su herramienta hundida en la cuca de su amante iba perdiendo su dureza hasta finalmente salir y quedó goteando entre las nalgas insaciables de ella.

Al cabo de un  rato, ella le planteó a su amante la posibilidad de ser puta de lujo.

“Pero, ¿sabes que en ese caso vas a tener que acostarte con tu cliente?”

 

“No necesariamente”

 

“¿Cómo que no? Van a estar en un departamento, solos. No podré ayudarte”

 

“Ya veremos. Confía en mí”

 

La discípula estaba muy adelantada y segura de sí misma. El comprendió que en esa prueba ella no saldría indemne y tendría que probar otra verga, cosa que no terminaba de agradarle. Pero Linda estaba demasiado lanzada como para negarle lo que pedía.

“Cariño, de acuerdo, pero será bajo mis reglas, ¿te parece?”

 

“De acuerdo, como siempre”

 

“¿Confías en mí?”

 

“Completamente, lo sabes”

 

“En tu oficina he visto varias veces a una jovencita que te saluda como a su tía”

 

“Sí, es Andrea, mi sobrina”

 

“¿Te atreverías a seducirla?”

 

“¿A Andrea? Nunca lo había pensado”

 

“¿Qué dices?”

 

“Es que no sé……., nunca la había visto desde ese punto de vista”

 

“Pero ahora que te lo planteó, ¿qué te parece como mujer?”

 

“Cariño, es una niña, de diecisiete años solamente”

 

“Pero por lo que he visto está muy en forma”

 

“Ahora que lo dices, sí”

 

Mientras hablaban, Salvador metía uno de sus dedos en la raja aún húmeda de Linda, la que se encontraba muy sensible a las tocasiones después de la reciente sesión de sexo a lo perrito. Empezó a mover su chochito casi maquinalmente, mientras Salvador continuaba con su plan.

“A su edad ya debe haber hecho el amor”

 

“Claro. No me lo ha dicho pero una se da cuenta”

 

“Y debe estar en la edad más sensible para todo lo que sea sexual”

 

“La he sorprendido varias veces espiando cuando estoy con mi marido”

 

“¿Qué has hecho en esos momentos?”

 

“Nada”

 

“Vamos, cariño, que te conozco bien”

 

“Bueno, al principio nada, pero poco a poco he empezado a hacer ruido para ella”

 

“¿Te gusta que te vea cuando te follan?”

 

“A decir verdad, sí”

 

“Entonces a ti te gusta que te vea y a ella le gusta verte, ¿o no?”

 

“¿Y si es a mi marido a quien quiere ver?”

 

“Con tu experiencia sabes que no, o sino no actuarías para ella, ¿verdad?”

 

“Tienes razón, como siempre”

“Ahora, imagina que mi dedo es el de ella”

Su dedo empezó a moverse con mayor libertad, dentro y fuera de la caliente cueva de Linda, que a estas alturas se movía con bríos.

“Imagina que es ella quien te come el chochito”

Sacó su dedo, húmedo del líquido que emanaba de la vagina de Linda, y lo cambió por su lengua, que exploró todos sus rincones, operación que no duró mucho pues ella casi de inmediato empezó a acabar.

“Así, Andy, asiiiiiiiiiiii”

Y golpeó la boca de Salvador con una acabada de proporciones, en medio de grititos de gusto por la exquisita sensación que sentía.

 Esa tarde, cuando se separaron, Linda había aprendido bien todo lo que tendría que decir y hacer para lograr que Andrea cayera en sus brazos.

Tendría que buscar el momento adecuado, con ellas dos a solas en casa, cuando su marido estuviera de turno y les diera varias horas de libertad.

Andrea debería ser preparada adecuadamente para esa oportunidad, por lo que la tía se encargaría de que sus actuaciones en la cama con su marido fueran lo suficientemente buenas como para que la muchacha se sintiera atraída por ella.

A lo anterior había que agregar las insinuaciones que Linda tendría que hacer durante todo el período previo, para que Andrea fuera sintiendo que el estar con su tía sería una agradable sorpresa. Y nada mejor para ello que algún comentario casual a sus actividades nocturnas, dándole a entender que la tía sabía que a la muchacha le gustaba espiarla y que eso le agradaba.

Y Linda intuía que su cuerpo no le era indiferente a su sobrina, pues había captado sus miradas cuando lucía esa hermosa lencería que gustaba usar en casa para calentar a su marido. Ahora la luciría con doble intención y sabía que su cuerpo podía atraer a esa muchachita tan inquieta por el sexo y que desconocía lo caliente que podía ser su tía.

Esa misma noche empezaría su campaña de seducción, que tenía por objetivo lograr que su sobrina también fuera amante de Salvador.

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