Autor : Salvador
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Paulina
Casi sin aliento, llegó a su casa y, sin saludar, se fue directamente a su dormitorio. Ya en su pieza, Paulina se sentó al borde de la cama y repasó lo sucedido, desde el momento en que subió a la micro de vuelta a su casa. Venía fuera de sí, con los sentidos completamente alterados por la experiencia vivida. No podía creer que ella, una muchacha de solamente quince años, hubiera despertado tal deseo en un hombre mayor, al punto que terminara haciéndole las cosas que ese hombre le hiciera en la micro.
Se recostó y cerrando los ojos, repasó lo sucedido.
La micro iba llena de gente y ella, aferrada a una barra, era remecida por los continuos avances y frenadas del chofer. Había salido apurada del colegio pues deseaba preparar la prueba que le esperaba al día siguiente, ya que de ella dependía su futuro escolar. Sumida en las preocupaciones por la nota que necesitaba para salvar su año escolar, no se percató de la proximidad de un hombre mayor, de aproximadamente treinta años, que había acercado su cuerpo al suyo. No fue hasta que sintió entre sus nalgas la presión de cierta dureza que sus pensamientos la volvieron a la realidad. Giró levemente su cabeza y vio a un varón de buen aspecto que miraba por la ventanilla de la micro hacia fuera mientras se apretaba a ella. Siendo ese hombre lo único próximo a su cuerpo, entonces quiere decir que lo que se apretaba a sus nalgas no podía ser otra cosa que su virilidad. El solo pensamiento de que ese hombre estaba excitado por ella le produjo un cosquilleo que no pudo controlar. Ella, una muchacha de quince años, colegial, en su uniforme escolar, había logrado que un hombre de treinta años la deseara. Y sin proponérselo.
La sensación de sentirse objeto del deseo de un hombre, y en este caso un hombre que le doblaba en edad, le hizo tomar conciencia de que su cuerpo había adquirido formas de mujer adulta, capaz de despertar el deseo de los varones. Ahora comprendía perfectamente las miradas de algunos profesores y de su vecino.
El solo pensamiento de saberse deseada gatilló en ella el afán de llevar las cosas adelante y comprobar hasta qué punto ese hombre estaba dispuesto a seguir. Sus nalgas se apretaron ligeramente al hombre que estaba a sus espaldas, esperando su reacción. Y esa reacción no se hizo esperar.
La presión de la verga entre sus glúteos se hizo mas pronunciada, con ligeros movimientos que el hombre imprimía a su pelvis en el afán de lograr algo parecido a una copula. Paulina se sintió trasportada y sin medir las consecuencias, apretó su cuerpo al de él, enviándole una clara señal de aceptación del juego entre ambos.
Con los ojos cerrados pensaba en la escena que había vivido en la micro y una de sus manos se posó sobre su falda colegial, apretando su sexo, visiblemente excitada por las imágenes que venían a su mente.
Sintió una mano posarse en su pierna y recorrerla por debajo de la falda, hasta alcanzar uno de sus glúteos, lo que la llenó de nerviosismo, pero no la amilanó. Se dejó hacer y la mano llegó a su panty.
El recuerdo de la mano de ese hombre en su panty, apretando su paquetito, le hizo meter su propia mano bajo la falda y llevarla al mismo lugar donde ese desconocido la había puesto.
Sintió que el hombre bajaba su panty con las dos manos, hasta dejarlas a media pierna, para después bajar el cierre de su pantalón y buscar dentro del mismo. Sabía bien lo que ese hombre buscaba y sus sospechas se hicieron realidad cuando sintió el pedazo de carne posarse entre sus piernas.
Su mano bajó su panty y mientras recordaba el pene del hombre entre sus nalgas empezó a meter uno de sus dedos en su vulva, la que conservaba restos de la humedad que el pedazo de carne del desconocido le había provocado en la micro. La sensación que le produjo el dedo en su propia vulva era indescriptible. Tal vez el recuerdo de la verga moviéndose entre sus piernas ayudó a que su excitación fuera incontrolable. No lo sabía, el asunto es que se sintió poseída por el deseo de llegar al límite en esta nueva experiencia que estaba viviendo y un segundo dedo siguió al primero, los que salían y entraban de su vagina a un ritmo desenfrenado mientras ella seguía con sus ojos cerrados, aferrada al recuerdo de las sensaciones que ese desconocido despertó en su ser al compás de las metidas y sacadas de su verga de entre sus piernas.
De pronto sintió que era inundada de algo viscoso que empezó a correr por sus piernas y supo que había logrado hacer acabar a ese hombre. Había logrado que tuviera un orgasmo con solo rozar su instrumento entre sus piernas. Ella, una chica de quince años.
El hombre la besó en el cuello y se separó de su lado, para bajarse en el siguiente paradero, en tanto Paulina, con restos del semen del desconocido entre sus piernas, intentaba subir sus panties sin que nadie se diera cuenta.
Su cuerpo en la cama subía y bajaba al compás de sus dedos que entraban y salían de su vagina, a un ritmo creciente, que culminó en la explosión de su primer orgasmo, que la inundó de placer para terminar en un relajamiento final que terminó por adormecerla.
Y con el recuerdo de la sensación vivida en la micro y con el placer que reprodujeran sus propios dedos, se durmió el resto de la tarde, sin acordarse de la tarea que debía preparar.