Autor: Salvador
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Hermanas y amantes II
El cuerpo de Lana golpeaba contra el colchón con cada embestida que le daba, entre grititos de placer por el goce que presentía próximo, y sus brazos se aferraban a mi costado buscando una cercanía que le permitiera una mayor penetración de la verga que le hundía repetidamente.
Sus senos entre mis manos se me escapaban con cada bajada de su cuerpo, pero volvían a apretarse cuando su torso subía en busca del tronco que le hundía en su mojado túnel para llenarla de placer.
Sus ojos clavados en los míos no perdían detalle del goce que mi rostro reflejaba sintiendo como le hundía y sacaba la verga para volver a perderla en su interior.
Sus labios esbozaban una ligera sonrisa que era su manera tan exquisita de demostrar el placer que sentía cuando su vagina recibía el instrumento que le empujaba hasta el fondo.
Y sus piernas, su hermoso par de columnas alabastrinas, se enroscaban a mi alrededor, aprisionándome en la más exquisita de las prisiones, donde la única salida era su túnel de amor, esa húmeda cavidad en que tantas veces he encontrado la culminación del placer en medio de sus aullidos de gozo, confundidos con los míos.
Estoy gozando a Lana y ella goza conmigo. Ambas gozamos la proximidad del éxtasis que nos llegará como una corriente de placer que finalmente nos dejará sin aliento, con nuestros cuerpos confundidos en un abrazo y sin aliento, esperando a recuperarnos para reiniciar la exploración de nuestros cuerpos.
Lana es mi hermana. Yo soy su hermana.
Somos hermanas. Somos lesbianas.
Hace un rato atrás, cuando Lana me pidió "Eidyn, hermanita, quiero ser tu mujer", mientras se abrazaba a mi, sentí que el deseo que ella despertó en mi hace ya varios meses, en nuestra Caracas natal, un deseo que creía inalcanzable, se había convertido en una realidad palpable, que no creí llegar a vivir. Un deseo que ambas hicimos realidad pero que yo inicié con mis insinuaciones y toda una estrategia de seducción, a la que Lana respondió perfectamente bien.
Hace un año, mientras me secaba el pelo en el baño y Lana se depilaba, sentada muy cerca de mi, ajena a las miradas que le daba por el espejo, marcó el inicio de nuestras relaciones, sin que ella se percatara. Incluso yo misma no me di cuenta inmediatamente.
Enfrascada en su labor, Lana no se dio cuenta que sus piernas abiertas me mostraban mas de lo que debieran mostrar. Pero era su hermana la que estaba con ella, ¿qué mal podría haber en ello?
Lo que Lana no sabía era de mis aficiones lésbicas, las que me habían llevado a tener un par de encuentros que si bien no dejaron mayor huella en mi, habían sembrado la semilla del deseo prohibido.
En el colegio tuve mi primera experiencia con otra mujer. Y con una compañera de oficina, con la que mantuve una relación relativamente estable, pero mi afición a los hombres no había cambiado y me sentía una mujer normal que estaba experimentando cosas nuevas, las que suponía terminarían cuando encontrara el varón que me llenara.
Pero esa vez en el baño marcó la diferencia.
Cubierta con una toalla blanca, que le cubría desde el pecho hasta los muslos, mi hermana depilaba sus piernas sin darse cuenta de que cada vez que las habría mis ojos parecía que querían devorar lo que se insinuaba.
Y en un momento de descuido, sus piernas abiertas me mostraron lo que tanto buscaba: se sexo depilado del que asomaban sus labios vaginales rosado oscuros. No sé qué cara pondría pero mis ojos devoraban ese sector de mi hermanita, el poco tiempo que duró, ya que se paró y yo me retiré a mi dormitorio a cambiarme.
Sentada en la cama, sentí como mis jugos caían por mis piernas. ¡Estaba acabando pensando en la vagina de mi hermana!
Mientras me limpiaba las piernas y mi sexo me hice el propósito de hacer mía a Lana, aunque no sabía cómo lo haría.
Debía hacerla mía.
Y ahora la tengo, frente a mi, de espalda en la cama, mientras la verga artificial que usamos para estos menesteres se le hunde en su rica vagina y sus piernas se enroscan a mi alrededor.
¡Qué exquisita es mi hermana!
Me acerca a ella y aprieta sus labios a los míos, mientras las convulsiones de su cuerpo me indican que el goce final le ha llegado, cubriendo el falo artificial con sus jugos.
Unidos nuestros cuerpos por un aparato de goma, nos dormimos unos momentos disfrutando del éxtasis del sexo que nos brindamos.
Pero este descanso dura solamente unos momentos, pues ahora es mi turno de gozar en los brazos de mi hermanita Lana.