Autor: Salvador
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La tristeza de mi hermana
( Un relato con dos finales )
No me decidí por ninguno de los desenlaces que propongo, así que dejo la decisión en tus manos, amiga o amigo.
¿ O prefieres otro final ? Es tu decisión.
Con los codos en la ventana, Julia era la imagen viva de la desesperanza, reflejando en su mirada perdida en ninguna parte, toda la tristeza que albergaba su alma vacía. Al levantar la vista del libro y fijarla en la triste figura de mi hermana, el alma se me llenó de congoja por la impotencia de no poder aliviar el dolor que su rostro delataba. Su mirada perdida entre las hojas de los árboles del patio al cual daba el ventanal y la rigidez de sus facciones delataban el drama que la embargaba desde vino a vivir a mi casa y encontrar apoyo en la odisea de recuperar el equilibrio que le abandonara cuando su matrimonió se hundió. Si bien las últimas semanas los llantos impetuosos habían dado paso a una cierta resignación ante lo inevitable de su soledad actual, cada cierto tiempo la nostalgia la invadía y nublaba sus días, aunque, a decir verdad, esos instantes de íntimo dolor se habían espaciado cada vez más y una cierta sonrisa, una triste sonrisa, se iba imponiendo en su semblante poco a poco.
A ratos parecía ser la misma Julia de nuestras aventuras juveniles, cuando yo buscaba refugio en ella para escapar de las reprimendas de nuestra madre como consecuencia de mis desaguisados y ella encontraba las palabras necesarias para que el enojo de mamá se suavizara. Creo que siempre la ví como una madre sustituta, endosándole responsabilidades que no correspondían a su edad pero que ella aceptaba como algo natural. Tal vez su carácter protector hacia mi se despertó cuando estuve delicado de salud o quizás por mis frecuentes magullones cuando volvía del colegio, donde era victima frecuente de la furia de mis compañeros. O quizás cuando mi carácter solitario me hizo retraerme y buscar amigos imaginarios que ella quiso reemplazar. No sé, lo cierto es que conquistó completamente mi confianza y terminé depositando en mi hermana mayor todas mis ansias y anhelos juveniles, sabedor de que su sonrisa escondía un mar de comprensión y que en sus bellos ojos encontraría la aceptación y acogida que tanto necesitaba, puesto que mi rebeldía para con el mundo era aplacada por mi hermana-madre. Pero ahora los papeles se habían invertido y era ella la que buscaba consuelo y comprensión. Yo la había acogido abierta y sinceramente, buscando entregarle mi cariño como bálsamo a su dolor.
Pero mi inexperiencia me hizo actuar obviamente y mis constantes atenciones no le ayudaban en nada para conseguir la tranquilidad que buscaba con tantos deseos, ya que no sabía que ella tenía que vivir su proceso interno sin presiones externas. No comprendía que debía estar atento a mi hermana, pero sin ahogarla, que ella supiera que me tenía a su lado para darle la tranquilidad necesaria pero sin interferir en su búsqueda de paz.
Intentando aliviar mi preocupación por ella, Julia disimulaba lo doloroso de su situación con una actitud que intentaba ser normal, pero su aire reservado de antaño había adquirido un toque dramático debido al dolor que la invadía y que había dejado su huella en su rostro, ese hermoso rostro de tez blanquecina, ojos verde claros, nariz respingada y labios finos en que siempre campeó una semi sonrisa que le imprimía una cierta aura de misterio a su mirada, ahora empañada permanentemente por un velo de tristeza. Pero sus esfuerzos fueron inútiles pues mi preocupación por ella aumentaba a medida que pasaban los días y no veía en ella una real superación de su tristeza, por lo que llegué a pensar que mi querida hermana no podría salir de su estado actual y mi inquietud por ella se hizo obsesiva, sumiéndonos en un circulo vicioso en que ella intentaba no preocuparme y yo más me preocupaba, al punto que Julia empezó a pensar que quizás fura mejor para ella vivir su proceso lejos de su hermano menor.
Siempre hubo entre los dos mucha comunicación, en una relación fluida en que yo siempre ponía la intensidad, tal vez por el hecho de ser un año menor que ella, en tanto ella le imprimía la nota de sensatez necesaria, con el consejo o comentario adecuado. No faltó entre nosotros la atracción física, que se manifestó cuando desperté a la pubertad y mi hermana se transformó en fetiche de mis primeras fantasías sexuales. Pero nunca mis deseos se hicieron tan evidentes como para que ella se enterara y así la confianza entre los dos se mantuvo inalterable, incluso después de su casamiento. Por ello se explica el que Julia pensara primeramente en su hermano cuando necesitó ayuda y refugio cuando sobrevino su fracaso matrimonial. Conmigo no le faltó ni lo uno ni lo otro, ya que a esas alturas yo vivía solo en una casa demasiado grande para las necesidades de mi soltería, pero mis atenciones y preocupación le estaban haciendo insoportable la vida junto a mi, impidiéndole encontrar la tranquilidad que buscaba con ahínco. Desde que se instaló a vivir conmigo, inició una etapa de recuperación que la llevó desde un aislamiento casi total, encerrada en su pieza sumida en un llanto permanente, a una actitud de ensoñación como la que le sorprendí ahora, que si bien la hacía divagar con hechos del pasado que pudieron ser y que no fueron, al mismo tiempo le iban abriendo nuevas perspectivas de su situación y que finalmente le daban otra dimensión de su estado actual, una dimensión más normal, con dificultades que ahora veía, supongo, como etapas posibles de superar en el corto plazo, siempre que su hermano no la presionara tanto con sus atenciones.
Acodada en la ventana, con su pelo castaño liso cayendo hasta sus hombros, la mirada perdida en sus pensamientos, vestida con una blusa negra de seda abotonada, de mangas cortas, en que se insinuaba un sostén blanco que desentonaba en el conjunto y una falda roja amplia que llegaba hasta sus rodillas, mi hermana meditaba en la decisión que había tomado y no encontraba las palabras con las cuales decirme que se iba a vivir sola sin que ello me doliera. La visión del conjunto, rematado en un par de piernas hermosamente delineadas, la hacía lucir como un cuadro impresionista que bien pudiera titularse "la espera". El aire de inseguridad y debilidad que irradiaba me movió a dejar el libro a un lado y acudir a su lado a darle mi cariño y solidaridad.
Sin decir palabra me acerqué por atrás, la tomé de los hombros, mientras ella, esbozando una sonrisa de agradecimiento, echó su cabeza hacia atrás y la apoyó en mi pecho. Acerqué mi mejilla a la suya, transmitiéndole un cariño en que sobraban las palabras. La besé cerca de su oído, intentando transmitirle fuerza, cariño y comprensión, y mis sentidos fueron invadidos por el suave aroma del perfume que usaba. Pasaron varios minutos sin que dijéramos nada, yo con mis brazos en sus hombros y con mi rostro junto al suyo, besándola delicadamente, mientras era invadido por el sugerente aroma que la envolvía. Dedicado por entero a transmitirle cariño y ella a recibirlo, yo a darle energías y ella a recibirlas, mis besos a su mejilla aumentaron en intensidad sin que siquiera me percatara de ello, arrobado por su perfume. Acerqué mi rostro a su cuello, a lo que ella respondió moviendo su cabeza a un costado, como queriendo dejar su pelo a un costado, dejando de paso su albo cuello expuesto a mis besos, que estaban perdiendo todo signo de cariño filial.
Las sombras estaban cubriendo los últimos rastros de luz diurna y la noche empezaba a apoderarse del ambiente. Era ese momento tan extraño en que la inquietud lo invade todo, en que el día ya no es día y la noche no es noche aún. Es la hora de la oración, del fin de la jornada, del reposo. Y ahí estábamos, unidos en un abrazo que se estaba tornando en el preludio de una melodía desconocida que parecíamos destinados a interpretar y a la cual mis besos en su cuello imprimían un ritmo inusitado, cual una espiral con final insospechado. Como esa tarde en que curó mis heridas y secó mis lágrimas, hacía ya tantos años. "Quédate tranquilo, que el dolor pasará", me consolaba mientras ponía alcohol en el curco que se había abierto en mi rodilla. Y yo la veía tratar mi pierna, moviéndose con seguridad, como si fuera una enfermera, limpiando y curando, impregnando mis pupilas con la silueta de su figura a contraluz, lo que me hizo pasar del dolor al deseo. Fue una reacción propia de mi juventud, ansiosa de sexo, pero que la razón se resistía a asimilar. Era mi hermana, la que me estaba curando la herida, la que se preocupaba por mi e intentaba consolarme, a la que estaba deseando. Era ilógico e inapropiado.
Esa tarde el proceso de dolor-deseo-sentimiento de culpa lo hice sin transición y tan pronto como el deseó entro en mi mente desapareció, para dar paso al arrepentimiento, un tipo diferente de dolor, que me quitó el sueño esa noche. Me sentía despreciable por haber albergado ese tipo de deseos por alguien que solo me había brindado cariño y comprensión. Pero hoy todo era diferente, los dos éramos diferentes a esa vez, hace tantos años.
Un temblor en su cuerpo me indicó que había tocado una fibra delicada en mi hermana, a la que seguía teniendo tomada por los hombros, en tanto mi cuerpo se acercaba al suyo, con un deseo evidente y que no podía disimular. Mis manos dejaron sus hombros y fueron a rodear su cintura, en un gesto que pretendía ser fraternal pero que llevaba en sí el germen del deseo, un deseo que quería transmitirle con mis besos, con mis brazos y con mi cuerpo que se apegó a su espalda, haciendo evidente mi excitación contra sus nalgas. Hoy no habría marcha atrás, ni arrepentimiento ni sentimiento de culpa. Ahora éramos otras personas, separadas de los adolescentes de antaño por las experiencias vividas por separado, incluyendo un matrimonio fracasado en el caso de ella.
Mis besos empezaron a hacerse más intensos. Mis labios en su cuello besaban ahora con fuerza, abriéndose para permitir que mi lengua, explorara su piel, recorriendo su suave piel mientras mi hermana, con los ojos cerrados, permanecía en actitud pasiva que solo era alterada por suaves suspiros y ligeros estremecimientos, en tanto mi cuerpo iniciaba un ligero movimiento contra ella, empujando mi virilidad contra los promontorios que ocultaba su falda roja.
La noche ganaba la batalla, desalojando las últimas luces del día para reemplazarlas por sombras que invadían todos los rincones de la casa, ahora necesitados de luz artificial para revelar sus secretos, pero no estábamos para preocuparnos de cosas domésticas en esos instantes. El ambiente de penumbras facilitaba el paso del afecto al deseo y ambos nos sentíamos embriagados por la naturalidad con que cambiaba la naturaleza del momento que estábamos viviendo, abandonándonos suavemente en una espiral incontenible de deseo. Si esa vez mi hermana hubiera comprendido mis deseos por ella, si se hubiera percatado del efecto que producía en su paciente la visión de su cuerpo a contra luz, de los atisbos que tenía de la piel de sus piernas entre los pliegues de su bata o del efecto que tenía en mi ver el surco entre sus juveniles senos que insinuaba su escote, ¿cómo habría reaccionado? ¿La calidez de su sangre de muchacha de dieciocho años le habría respondido de la misma forma que a mi, un año menor? ¿habría aceptado participar en la experiencia que ahora, diez años después deseábamos vivir? ¿Cómo habría marcado esa experiencia nuestras vidas? Nunca sabríamos si ese hecho hubiera cambiado algo en nosotros o quizás nada. Pero hoy todo era diferente, pues éramos dos adultos viviendo una experiencia nueva, prohibida por los cánones morales de la sociedad, pero que enfrentábamos conciente y responsablemente, seguros de que no dejaría huellas dolorosas en ninguno de los dos ni sería una experiencia traumática como lo hubiera sido si Julia hubiera adivinado mis ansias juveniles por su cuerpo.
El cinturón de mis brazos la aprisionaba con fuerza y mis besos se habían hecho lascivos. Apreté más aún mi cuerpo al suyo y mi virilidad ahora se pegaba a sus nalgas de manera evidente, ayudada por la suavidad de la seda de la falda, que hacían resaltar sus redondeces. Ella se quedó quieta, sin hacer ni decir nada, a excepción de sus suspiros, que aumentaron en intensidad y volumen, como clara muestra de su estado de excitación.
Final 1
La semi claridad externa y la oscuridad del cuarto permitieron que la ventana reflejara el rostro de Julia como si fuera un espejo. Sus hermosos ojos verdes, los mismos que me acogían solícitos cuando volvía a casa, me miraban con intensidad por el reflejo que nos devolvía la ventana, en tanto su sonrisa de antaño se había tornado en gesto de ansiedad en que sus labios parecían buscar el aire que le faltaba a sus pulmones, producto de la excitación.
Volví a sentirme abrigado en su abrazo protector, de hermana-madre. Me sentí transportado a nuestros días juveniles, en que ella era mi confidente, mi amiga, mi todo.
Y volví a sentirme despreciable, faltando a la confianza que ella había depositado en su hermano menor, que se estaba aprovechando de la debilidad de su situación. Y el mismo sentimiento de culpa que esa vez se apoderó de mi cuando sentí que estaba traicionando su confianza, ahora me asaltaba con mayor ferocidad por todo lo que había logrado de mi hermana, aprovechándome de su dolor. Volví a verla como mi querida hermanita que siempre cuidó de mi, que nunca me faltó y a la cual deseaba acudir en el futuro con la misma confianza de entonces.
Sabía que después del rapto de lujuria vendría la vuelta a la realidad, que no sería ya como la calma que precede a la tormenta sino como un paisaje devastado por un tifón, en que ya nada volvería a ser lo mismo. Los efectos de un desastre irreparable.
La lucidez volvió a mi y apartándome del cuerpo deseable de mi hermana, en un esfuerzo increíble de voluntad, me alejé en silencio mientras ella seguía en la misma posición, acodada en la ventana y con la vista fija en la noche. Parecía que nada había cambiado en ella, en su actitud o en su rostro. Todo parecía igual.
A excepción del reflejo de los primeros rayos de la luna en su rostro, que bajaba desde sus ojos y corría por sus mejillas.
Final 2
Julia se apoyó en la ventana, en actitud de querer escudriñar el exterior, envuelto en una oscuridad que solamente permitía ver los contornos de los árboles, con lo cual su cuerpo se dobló, apegándose más al mío. Sin pensarlo, apreté mi instrumento entre sus nalgas, moviéndome con lentitud pero en un claro signo de copula, al que ella respondió con un ligero movimiento de sus caderas.
Una de mis manos subió a su pecho, apretándolo por sobre la blusa, en tanto que la otra descendía por su vestido hasta llegar al final del mismo, donde empezó un camino de vuelta por sobre su pierna, arrastrando consigo la tela roja y dejando sus piernas al descubierto, para ir a posarse sobre su sexo, apretando su bikini con fuerza. Sus suspiros dieron paso a los quejidos de goce, en tanto sus movimientos se hacían más intensos.
Ambos nos habíamos olvidado de su dolor y ahora estábamos experimentando el goce del deseo, en que los dos buscábamos la satisfacción total, sin importar que la pareja era de la misma sangre. Sin proponérselo, habíamos encontrado el remedio a su mal, la manera de extirpar de una buena vez el recuerdo y el dolor de la separación de Julia. Pero en ese momento no me interesaba nada de ello sino el hecho de saber que tenía a mi hermana junto a mí, dispuesta a entregarse y recibirme como su hombre, que era lo único que quería en esos momentos. No habían sentimientos en mí sino deseo puro y simple: poseerla, disfrutar de su cuerpo y satisfacer en ella mis deseos. Su cuerpo era el cuerpo de la mujer que me daría goce y no otra cosa. Debía ser mía y sabía que lo sería, como me lo anunciaban sus suspiros y el movimiento de sus nalgas.
Subí el vestido y dejé expuesto su bikini blanco, que se hundía entre los promontorios de sus nalgas. No imaginé que las piernas de mi hermana serían tan exquisitamente moldeadas ni que sus nalgas serían tan prominentes. Y ahí tenía el bello espectáculo de mi hermana apoyada en la ventada, con la falda roja subida y sus nalgas y piernas al aire, en actitud de entrega total. Saqué mi instrumento de su prisión y haciendo a un lado el bikini, se lo puse a Julia, quien acomodó sus piernas para la entrega y facilitar la penetración, de manera tal que bastó un empujón para que su vagina recibiera al visitante hasta la mitad, lo que la excitó a tal manera que echó su cuerpo hacia atrás para obligarme a meter el resto de mi instrumento, el que entró completamente en su interior.
"¿Te gusta?", pregunté mientras iniciaba un furioso movimiento de mete y saca.
"Es exquisito, es rico", respondió ella, secundando mis movimientos.
La situación era tan excitante que no tardé en rendir mi arma ante mi hermana, la que me respondió con un manantial que fluyó de su interior y corrió por sus piernas en medio de intensos movimientos y quejidos de su parte, los que fueron apagándose mientras recuperaba la normalidad.
Y ahí estábamos los dos, pasado el momento de locura sexual: ella apoyada aún a la ventana, con su falda roja subida hasta la cadera y sus piernas abiertas, totalmente expuestas, con mi verga entre sus nalgas, mientras yo me abrazaba a sus caderas en un estado de excitación aplacado pero no superado, conciente de que mi instrumento se había rendido momentáneamente pero que pronto volvería por sus fueros.
Julia se incorporó, con lo que su falda bajó y cubrió sus intimidades, en tanto mi verga quedaba totalmente expuesta, fuera del pantalón.
"¿Qué dices?" Preguntó mi hermana, como buscando una explicación de mi parte.
"Que estuvo realmente rico" Dije, deseoso de lo sucedido fuera solamente un preludio.
"A mi también me gustó", manifestó ella con una sonrisa de alivio.
"Te deseo"
"Yo también te deseo"
"¿Quieres que lo hagamos en forma?"
"Bueno, vamos"
"¿Estás segura?"
"Si, segura"
Agachándose, mi hermana se apoderó de mi verga, que ya había recuperado su vitalidad, y se la tragó, dedicándose a darle unos lengüetazos que me hacían pensar que demasiado pronto volvería a eyacular. Pero después de algunos momentos la dejó libre, ya que no quería acortar el goce que deseaba sentir, y desprendiéndose de la falda y de la blusa, quedó vestida solamente con el sostén y el bikini blancos, yendo a acostarse de espalda y con las piernas abiertas, esperando que yo terminara de desprenderme de lo que me estorbaba.
"Chúpame la tetas, mijito" me dijo cuando estuve acostado a su lado.
Saqué los senos de su prisión blanca y me dediqué a besarlos y chuparlos con ansiedad, en forma alternada. Eran un par de globos de dimensiones respetables, duros, parados, blancos y de pezones café claros. No imaginaba que mi hermana estuviera tan bien dotada y tan deseosa de que disfrutaran de sus atributos, por lo que me dediqué con ahínco a acariciarlos, besarlos y chuparlos, viendo como sus pezones endurecían a medida que ella se excitaba.
"Bésame ahí" dijo poniendo una de sus mano en su sexo.
No imaginé que mi hermana gustara de ese tipo de lenguaje en las relaciones sexuales, pero era evidente que las palabras soeces imprimirían una cuota adicional de excitación a nuestro encuentro, por lo que me parecieron adecuadas ese tipo de palabras y decidí unirme a ella mientras me dedicaba a su sexo, metiendo mi lengua intentando alcanzar su clítoris. Al igual que ella, cuando intuí que mis besos y lenguetazos en su vagina podría devenir en un orgasmo, me detuve y le pregunté:
"¿Quieres culiar?"
"Si, métemelo" dijo mientras se desprendía del bikini.
Abrió sus piernas, las que encogió dispuesta a recibir la visita de mi instrumento, el que no se hizo esperar y se hundió sin reparos en su intimidad, iniciando un movimiento continuo de entrada y salida, mientras me aferraba a los senos de mi hermana, la que puso sus manos en mis caderas y mirándonos directa y profundamente a los ojos, nos dedicamos a gozar del incesto que recién habíamos descubierto.
"Eres rico, mijita"
"Tu también, mijito"
"¿Te gusta?"
"Si, mucho, mijito rico"
"Y tu lo haces como una experta"
"¿Cómo una puta?"
"Si, como una puta, mijita,"
"Rico, qué rico es tu pico, mijito"
"Toma más pico, puta"
"Siiiiiiiiiiiii"
Embriagados por los insultos que ella recibía como si fueran afrodisíacos, incrementamos nuestros movimientos hasta que logramos una nueva explosión conjunta de semen y jugos vaginales, entre gritos de goce y movimientos convulsivos.
Recuperada la calma, y sabedores de que abríamos una página nueva en nuestras vidas, una página de sexo, incesto y lujuria, continuamos nuestro diálogo en los mismos términos insultantes de cuando hacíamos el amor.
"¿Te gusta como lo hacemos?"
"Me encanta, hermanito"
"¿Te gusta mi pico?"
"Si, es el más rico de la familia"
"¿No me digas que te acostaste también con mi hermano?"
"Con él y con papi"
"¿Mi papá y mi hermano?"
De esa manera me enteré de la verdadera naturaleza de mi hermana y la razón por la cual su matrimonio había fracasado. Una historia digna de contar.
¿Final 3?