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Cuñadas amorosas (III)

en Amor filial

Autor: Salvador
Dirección: demadariaga@hotmail.com

Detuvo su auto a una cuadra del departamento de Ana y aferrándose al volante cerró sus ojos y sopesó las consecuencias de lo que estaba por hacer. Sabía que su decisión no cambiaría, pero quería estar segura de las alternativas que se le presentarían y cómo podría enfrentarlas.

¿Quién sería el desconocido al que se entregaría en un rato mas? Quería suponer que se trataba de algún amigo de su esposo o tal vez un familiar de suyo. ¿Cómo afectaría esta aventura a su matrimonio? Ello dependería del grado de parentesco de Mario con el desconocido que conocería. Se imaginaba que no podría ser un familiar cercano, más bien se inclinaba por pensar que se trataba de un amigo común.

En todo caso, creía poder manejar la situación y salir airosa de esta locura sexual que estaba por acometer, ya que se trataba de alguien que ella conocía y que si se había atrevido a secundar a Ana en sus planes era debido a que él también habría pensado en las consecuencias de esta aventura. Sí, era un amigo, ¿pero cual de ellos?

Se imaginaba que era joven, como de su edad, apasionado y dispuesto a hacerla suya a pesar de las dificultades que implicaban los lazos afectivos. Y ella se sentía segura de que no tendría problemas para entregarse a él, pues lo suponía alguien respecto del cual no se sentiría atemorizada de que no pudiera manejar la situación.

Prefirió desechar cualquiera otra posibilidad que no fuera la de un amigo de Mario y de ella y sacudiendo su cabeza para ahuyentar todo pensamiento que la hiciera debilitar en su decisión, bajó del vehículo y se dirigió decidida a su encuentro con el desconocido, aunque un ligero temblor en su cuerpo delataba el nerviosismo que la invadía a pesar de la seguridad que su paso decidido quería demostrar.

Ana abrió la puerta y la recibió con un beso en la mejilla, invitándola a entrar. Entró y su vista recorrió todo el recinto pero no había nadie más a la vista.

Desilusionada por este primer traspié, se sentó a charlar con su cuñada sin atreverse a preguntar por el invitado desconocido. Ana se sentó a su lado y puso una de sus manos en uno de sus muslos, en tanto la miraba a los ojos con expresión divertida y sin decir palabra alguna.

Un escalofrío recorrió a Edith por todo el cuerpo y apuró su bebida para ocultar el nerviosismo que le causaba la mano de su cuñada tan cerca de su sexo, que se encontraba sensible a las caricias después del masaje que se diera en la mañana.

Ana continuó con su mano en la parte superior de su muslo mientras con la otra la abrazaba y acercaba su rostro al de ella, en busca de su boca. Edith giró la cabeza y la miró directamente a los ojos y luego a sus labios carnosos, húmedos, de rojo intenso, incitadores. Se acercó a su cuñada ofreciéndole su boca para que la besara, lo que Ana hizo suavemente, posando con delicadeza sus labios en los de ella que los esperaban secos por el deseo y anhelantes por la excitación.

En tanto sus labios se unían en un prolongado beso y mientras sus lenguas se buscaban ansiosas, Edith sintió que la mano de su cuñada se metía por debajo de su vestido y subía en procura del premio que había al final de sus entrepiernas. Abrió sus muslos para facilitarle la incursión y abrazó a Ana con pasión, entregándose completamente a los deseos de esa mujer que la enloquecía con sus manos.

Se desprendió de su cuñada, se levantó y sacó su vestido por arriba de la cabeza, quedando delante de su amante compañera solamente en sostén y bragas, ambos de un excitante color blanco. Ana, se levantó a su vez y sin quitar los ojos del sexo de Edith, se desprendió del vestido y se quedó delante de su cuñada completamente desnuda, pues no traía nada puesto debajo.

La visión del cuerpo escultural de Ana la dejó atónita, pues su belleza era mayor a la que había exhibido el día anterior. Sus dos senos parados desafiaban a las leyes de la naturaleza. Sus piernas tostadas por el sol lucían como dos columnas de ébano perfectas, que realzaban una cintura digna de una modelo. Sus muslos eran el remate ideal para sus piernas largas y bien formadas.

El conjunto formaba una figura digna de lucir en un calendario, para deleite de los hombres, pero ahora estaba a su disposición para que obtuviera del mismo los goces que ella quisiera. Y pensaba disfrutarlo a plenitud.

Ana se acercó y le quitó el sostén y luego las bragas, lo que hizo de rodilla frente a ella. Con las bragas en el suelo, aprovechó que su cuñada levantó un pié para desprenderse de su prenda íntima para meter su rostro entre sus piernas, buscando su sexo cuyos labios mordió con los suyos delicadamente, estirándolos ligeramente mientras respiraba profundamente sobre el hueco del túnel amoroso de Edith, la que casi pierde el equilibrio por la exquisita sensación que le produjera el mordisco y el aliento caliente de su cuñada en la vulva y le pidió que fueran la llevara al dormitorio, al que acudieron abrazadas y besándose apasionadamente.

 

Ya en el dormitorio, Edith no necesitó invitación para tumbarse de espalda en la cama y abrir sus piernas, esperando que Ana la besara en sus partes íntimas para sentir la deliciosa sensación que le brindara el día anterior en su casa cuando por primera vez la hizo gozar con su boca.

Pero Ana tenía otros planes, pues se acercó al velador y sacó un consolador, que exhibió delante de ella con la clara intención de usarlo.

¿Quieres probarlo?

¡Sí!

Respondió Edith, abriendo aún más sus piernas para recibir este inesperado visitante, que tan bien respondía a su nombre, ya que era un consuelo ante la ausencia del invitado de su cuñada.

¿Alguna vez lo has hecho vendada de los ojos?

No, nunca.

De esta forma tu imaginación aumenta las sensaciones.

Ana le pasó una máscara de dormir de esas que se usan en los aviones, la que cubrió completamente su visión, sumiéndola en la oscuridad. Se sintió abandonada, aislada, en un medio desconocido, indefensa ante todo lo que pudiera sucederle, pero excitada en extremo sabiendo que todo lo que vendría sería en exclusivo beneficio de su erotismo.

En la penumbra a la que se había sometido sólo podía sentir y escuchar. Y sintió que uno de sus pezones era aprisionado por unos labios que tiraban del mismo con suavidad. La excitación fue instantánea y ella se revolvió inquieta por la necesidad de algo más concreto. El otro pezón fue aprisionado entre dos dedos y también respondió de inmediato al estímulo. Ambos pezones se endurecieron denotando el grado de excitación de su dueña, que se movía de un lado a otro en busca de un labio, un seno o cualquier cosa que besar.

Sintió como su túnel de amor era invadido pero no por el consolador que ella esperaba sino que por una lengua que iba en busca de su clítoris, para hacerlo explotar de excitación. Aunque con menos pasión que la primera vez, esta lengua igualmente logró su objetivo y Edith sintió fluir una corriente de líquido espeso en tributo del gozo obtenido, mientras sus manos se aferraban a las sábanas ya que no tenía otra cosa a la cual tomarse. Esta misma incapacidad de tocar a su amante ayudaba a que el goce que experimentaba fuera aún mayor. No podía ver ni tocar, solamente podía dejarse hacer, entregando su cuerpo a la voluntad de su bella compañera.

¿Te gusta, cariño?

¡Es lo máximo, vida!

Y aún falta lo mejor

Sintió las manos de Ana que abrían más aún sus piernas y luego la cabeza del consolador se ponía a la entrada de su sexo, moviéndose acompasadamente entre sus labios vaginales pero sin decidirse a entrar.

¡Métemelo ya, cielo!

Pero Ana quería hacer durar el momento y llevar su excitación al límite, pues siguió moviendo el instrumento en la entrada mientras Edith se revolvía enloquecida por el deseo, sintiendo que su ceguera momentánea y la imposibilidad de poder tocar nada la llevaban al delirio.

¡Ya, por favor, métemelo!

¿Lo quieres adentro?

¡Sí, vida, por favor, ya!

Y Edith levantaba su pelvis como intentando ir al encuentro del consolador, en tanto su cuerpo se llenaba de sudor por el deseo y el esfuerzo por ser penetrada, mientras sus manos se hundían en la cama, lo único tangible que tenía a su alcance.

Las manos de Ana apretaron más fuerte sus piernas, dejándolas bien abiertas y sujetas a la cama, impidiéndole moverlas.

Ahora, cariño

¡Sí, métemelo todo, por favor!

Poco a poco su túnel fue invadido y Edith perdió todo control cuando sintió el instrumento en su interior, moviendo enloquecida su cuerpo. Era tal su gozo que soltó las sábanas y buscó aferrar a su compañera de juego para tocarla mientras el consolador la penetraba, pero sólo pudo tocar un cuerpo varonil.

Alarmada, llevó su mano a la máscara que cubría sus ojos pero otra mano se lo impidió y la voz de Ana en uno de sus oídos le dijo:

Esta es la sorpresa que te tenía preparada. Continúa con los ojos cerrados y disfruta el momento antes de saber quien es el que te está poseyendo.

Edith se quedó quieta, cohibida con la presencia del desconocido que la tenía ensartada. Un dejo de vergüenza la invadió y sintió que sus ímpetus se aquietaban, pues no sabía cómo actuar, ya que estaba completamente indefensa mientras ese hombre disfrutaba a plenitud de su desnudez.

Pero el desconocido continuó metiéndole la verga con calma, tomándola de las nalgas, resoplando con cada embestida que le daba. Sintió que a la vergüenza daba paso la curiosidad de sentirse invadida hasta lo más íntimo, disfrutada sin saber a quien entregaba su cuerpo, con sus nalgas en las manos de ese hombre que la conocía bien, sin que ella pudiera hacer nada al respecto ya que no sabía quien era el dueño de esa verga que ocupaba su sexo. Y a la curiosidad siguió el morbo. Al cabo de un rato sus movimientos pelvianos secundaron los de su amante y buscó ese rostro desconocido que besó apasionadamente.

Edith levantó sus piernas por encima de la espalda del desconocido y apresuró sus movimientos, sintiendo un deseo de sexo como nunca antes lo sintiera con otro hombre. Ambos cuerpos transpiraban copiosamente y buscaban fundirse en una cópula frenética. La locura sexual se había apoderado de Edith y sólo deseaba que este momento durara una eternidad, mientras su cintura iba en busca de la de su desconocido amante como intentando meterse toda la verga que fuera posible, apretando sus piernas en la espalda de él cuando sentía que tenía toda su barra de carne dentro. Estaba enloquecida de sexo. Ambos habían enloquecido.

Cuando el clímax estaba por reclamar lo suyo de Edith, cuando sintió que la excitación llegaba a su punto culminante y que lo único que importaba para ella era sentir esa verga dentro suyo, cuando un escalofrío de gozo invadía todo su ser, Ana le quitó la máscara.

Al principio se sintió deslumbrada, pero poco a poco una silueta se fue perfilando: la del padre de Mario que poseído por el deseo continuaba metiéndole la verga. Era su suegro que la miraba intensamente, con el rostro desencajado por el deseo, que la tenía tomada de las nalgas y metía y sacaba su verga de su sexo.

Ya era tarde para arrepentimientos. Las preguntas vendrían después. Ahora sólo podía pensar en acabar. Le miró a su vez y tomándose de sus hombros aceleró el ritmo de sus movimientos hasta que ambos eyacularon al mismo tiempo, en una suerte de conjunción de dos seres que recién están conociéndose verdaderamente y que funden sus vidas en un beso final que ella no hubiera imagino antes.

Una vez calmada su excitación, vino el momento de las confesiones y aclaraciones.

Ahora, explíquenme

Es que siempre te deseé, Edith

Eso es evidente, pero ¿cómo lo supo Ana?

Eso también es evidente, ¿no te parece?

¿Ustedes dos?

Sí.

Ana se acercó y mientras acariciaba sus senos le explicó que ella y su padre eran amantes desde que era adolescente.

Edith sintió que las caricias de Ana empezaban a hacer efecto en ella y con su suegro junto a ellas mirándolas con el deseo renacido, sintió que el morbo ganaba terreno apresuradamente. Recordó que el relato del incesto de Ana y Mario la había excitado grandemente y se imaginó que lo sucedido entre su cuñada y su padre debiera ser más perturbador.

No puedo creerlo

Tienes que creerlo, cariño

¿Y cómo pudo ser?

Ana comprendió que su cuñada quería que le contara su primera relación con su padre al igual como lo hiciera con su hermano. A Edith le gustaba imaginar las situaciones que le describían y así lograba excitarse en mayor grado.

La primera vez sucedió en la casa, estando ambos solos, cuando yo tenía diecisiete años de edad. Papá de un tiempo a esa parte me miraba con otros ojos desde que me viera masturbando en el dormitorio a donde entró sin avisar. Yo intenté disimular con las sábanas lo que estaba haciendo, pero no pasó desapercibido a sus ojos las actividades secretas de su niña.

A partir de entonces no perdía oportunidad de espiarme y yo me sentía encantada con el acoso, por lo que en la inconsciencia de mi juventud fui alimentando sus deseos con espectáculos que le tenían a mal traer, ya sea vistiéndome provocativamente o mostrándole mis piernas o senos cuando podía. Y cuando estaba en mi dormitorio y sentía que el estaba escuchando por la puerta, me masturbaba mientras emitía gemidos de placer que estaba segura el escuchaba. Esta situación era encantadoramente excitante y más de alguna vez logré el orgasmo pensando en mi padre tras la puerta espiándome. Pero mi excitación estaba desvinculada de su persona como progenitor sino que veía en él un hombre cuya proximidad despertaba en mí las fibras de mi erotismo. No era mi padre como tal el que me excitaba sino la presencia de un hombre que me espiaba y al cual no veía.

Mi actitud era torpe, ridícula, inocente y peligrosa, pero no lo ví así hasta que fue tarde.

Nunca me dijo nada, por lo que yo seguía confiada incitándolo sin pensar en las consecuencias de mi tonto proceder.

La tarde en cuestión él leía en su dormitorio y yo entré en busca de un libro. Iba con una minifalda corta a rabiar y una blusa transparente que reflejaba mis senos, pues andaba sin sostén.

Mientras mi padre leía acostado en la cama yo busqué en el librero que se encontraba frente suyo. En un momento determinado busqué en los anaqueles inferiores y al agacharme mi trasero quedó al descubierto y regalé a papá el espectáculo de mis nalgas al aire, pues tampoco llevaba puesta bragas.

Mi padre dejó el libro a un lado y con un brillo de deseo en los ojos me pidió que me acercara. Yo me senté en la cama, frente a él y comenzó a hablarme de trivialidades mientras sus ojos no se apartaban de mis muslos. Sin pensarlo mayormente y divertida por la expresión de deseo que veía en su cara, encogí mis piernas para quedar más cómoda y con ello el espectáculo que él tenía delante abarcaba hasta mi sexo desnudo al final de mis piernas.

Mientras me hablaba puso una mano en mis muslos y fue apretando poco a poco. Yo estaba pendiente de sus movimientos pero puse una cara de inocencia que le alentó a seguir adelante y fue subiendo lentamente su mano hasta llegar al final de mis piernas. La sensación de su mano entre los pelos de mi sexo fue tan exquisita que involuntariamente separé mis piernas, lo que fue mi perdición.

Mi padre cubrió mi vagina con su mano y uno de sus dedos se puso a la entrada de esta, pugnando por entrar. Ya no podía hacerme la desentendida y con cara de asombro le pregunté por lo que estaba haciendo. Pero ya era tarde para respuestas y mi padre destapó las sábanas y dejó al descubierto su verga inmensa que apuntaba amenazadora. Sus ojos desorbitados eran claro indicio de que nada podría hacer para que él no cumpliera sus deseos. Recién entonces pude entender la magnitud de mi proceder insensato, pero ya era tarde para arrepentimientos.

Se levantó y abriéndome las piernas puso su herramienta en mi sexo y empezó a empujar hasta que logró penetrar, arrastrando todo a su paso, incluida mi virginidad. Mis gritos y esfuerzos por desprenderme de mi violador nada pudieron contra su loco deseo de poseerme y continuó metiendo y sacando su verga repetidamente, sin pausa, hasta que me inundó con su semen en una explosión de orgasmo que golpeó lo más profundo de mi vagina.

Ya calmado, se fue al baño mientras yo lloraba en la cama por el ultraje al que había sido sometida por mi irresponsable actitud provocadora anterior. No podía reprocharle a él más que el haber sido débil ante mis insinuaciones; más bien debía recriminarme a mi misma por haber sido tan infantil y provocarlo de la manera en que lo hice. El reaccionó como cualquier hombre lo habría hecho al ver los espectáculos que yo lo daba tan irresponsablemente. Tarde lo comprendía.

El dolor de la violación fue desapareciendo poco a poco y en su lugar el recuerdo del momento vivido fue creciendo y con ello la sensación de que después de todo el dolor vivido quedaba un exquisito deseo de volver a sentir ese pedazo de carne dentro. Total, el dolor no podría ser tan intenso como la primera vez, pensaba. Probablemente no habría dolor la próxima vez sino el gusto del que tanto hablaban mis compañeras de colegio.

Mi padre volvió y me abrazó pidiéndome perdón por lo hecho, arrepentido de la debilidad que había tenido. Yo me abracé a él, pero como estaba sentada en la cama y él parado a un costado, su estómago quedaba a la altura de mi rostro. Me di cuenta de ello pero no me importó pues una idea empezaba a germinar en mí: quería ser violada nuevamente pero con mi participación activa. Quería sentir esas sensaciones maravillosas de que tanto me hablaban mis compañeras cuando en el baño del colegio nos masturbábamos unas a otras (una historia interesante de la que te contaré después, pues en esos días nació mi gusto por las mujeres, a las que disfruto tanto como a los hombres).

Apoyé mi cabeza en su estómago mientras me abraza fuertemente a él, para que sintiera mi cercanía y estimularlo para continuar lo que tan dolorosamente habíamos empezado. Como era lógico, la cercanía produjo el efecto esperado y mi padre tuvo otra erección, la que sentí de inmediato cuando su verga se apretó a mi pecho. Sin pensarlo dos veces abrí su bata y tomé su instrumento, el que al contacto se hizo de mayores dimensiones aún. Lo saqué a la luz y me entretuve viéndolo como crecía a ojos vista, apretándolo suavemente.

Me tumbé en la cama, abriendo mis piernas para recibir nuevamente la verga de mi padre en mi vagina. El me miró con agradecimiento y se sacó la bata. Se puso encima mío y me introdujo la verga que fue penetrándome lentamente y sin el dolor de la vez primera.

El sentir su trozo de carne en mí me llevó al paroxismo y empecé a moverme sin control, acabando tres veces antes de que él tuviera su segundo orgasmo. Y sin esperar a que se repusiera me apoderé de su instrumento y empecé a manipularlo hasta lograr que se pusiera enhiesto y me regalara nuevamente sus jugos después de explorar por tercera vez mi cueva ávida de sexo..

Esa tarde hicimos el amor incontables veces, hasta perder la cuenta de las veces en que acabé con la verga de mi padre. Y continuamos los días siguientes, cuando teníamos oportunidad para ello, enceguecidos por la pasión que se había apoderado de los dos. Al cabo de una semana, cuando fuimos a un hotel fuera de la ciudad, empezamos a explorar nuevas facetas de nuestra relación, la que se consolidó definitivamente cuando le entregué mis nalgas para que explorara mi región posterior y encontrara nuevos senderos para gozar.

Pero esta es una historia larga de contar y ya me cansé, así que por ahora déjame tener también mi cuota de sexo contigo y después continuaré respondiendo tus preguntas, que imagino son muchas.

Edith se acomodó pues la jornada iba a ser larga. Por una parte tenía muchas preguntas que debían ser respondidas y por otro lado había mucho sexo que disfrutar aún, tanto con su cuñada como con su suegro.

Pero cada cosa a su tiempo se dijo y abriéndole las piernas a Ana metió su cabeza para explorar su exquisita cueva de amor, que ya goteaba un preludio orgásmico, en tanto su suegro acercaba su verga a las nalgas que Edith le mostraba impúdicamente.

Salvador
demadariaga@hotmail.com

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