Una familia unida
Capítulo 1
Con una sonrisa de bienvenida Paul abrió la puerta de y Vanesa, con cierta timidez, ingresó a la consulta de su abuelo. Era un control de rutina, según él le había adelantado, pero la muchacha no terminaba de tranquilizarse, ya que era su abuelo a quien le abriría sus piernas y lo mostraría sus partes íntimas. Siempre se había sentido intimidada cuando iba al ginecólogo y que un desconocido fuera a hurgar entre sus piernas y metiera sus manos en su sexo. Fue su madre quien le propuso visitar a su abuelo, ya que así la muchacha se sentiría más en confianza si quien la revisaba era una persona como su abuelo.
“Una persona de respeto”, le había dicho Mónica, sin que Vanesa se percatara del tono de las palabras de su madre y una cierta sonrisa con que acompañó sus palabras. Es que Vanesa ignoraba las verdaderas intenciones de su madre. Y no sabía el tipo de hombre que era su abuelo, la “persona de respeto”.
Paul, a sus 62 años se mantenía en excelente forma debido a un estado físico que cuidaba haciendo deporte. Y como era bien parecido, muchas de sus pacientes se habían convertido en amantes, las que se mostraban felices con ese hombre que se gastaba una verga grande y gruesa que sabía utilizar en la cama y algunas veces en la consulta misma.
El éxito de Paul con las mujeres había alimentado en él un deseo desmedido por el sexo, desde su infancia, cuando se corrió la voz entre las mujeres de su familia de las cualidades que ostentaba entre las piernas. No hubo ninguna que se resistiera a la tentación de probar los atributos de Paul y así el incesto se convirtió para el en algo normal y no revestía nada inmoral ni anormal. Y Mónica, la mayor de sus hijas, lo sabía bien pues nunca había dejado tener sexo con su progenitor, con quien había llegado a cotas increíbles de perversión.
En pocas palabras, Paul era un pervertido. Y su hija Mónica parecía no irle en saga.
“Ponte cómoda, cariño”, le dijo a la muchacha indicándole la camilla con brazos para poner las piernas. Con cierta timidez, Vanesa se reclinó y abrió sus piernas, las que Paul puso en las andarillas con delicadeza. “Tranquila, no te preocupes”, agregó Paul mientras se ponía la mascarilla y se sentaba frente a las abiertas piernas de su nieta.
Paul acercó su rostro a los muslos abiertos y se dedicó a examinar la vulva de su nieta, comprobando a un primer vistazo que la muchacha no era virgen. Es más, el estado de los labios vaginales y de la piel interna del canal le indicaban que Vanesa había tenido bastante actividad sexual. Mientras examinaba el sexo de la muchacha pensaba para sí que su nieta parecía gustarle el sexo tanto como a su madre. Y si él había dado tanto placer a Mónica, pensaba mientras su dedo entraba en el túnel juvenil, tal vez podría también dárselo a Vanesa.
La muchacha sintió las tocaciones en su zona íntima y no pudo dejar de sentirse invadida por sensaciones placenteras. Cuando aceptó hacerse ver por su abuelo pensó que de esa manera dejaría de sentirse excitada durante el examen cada vez que visitaba un ginecólogo, pero se daba cuenta que la excitación que le producía abrir sus muslos y mostrar su intimidad a un desconocido también la sentía ahora, cuando quien estaba entre sus piernas era su abuelo. Y su abuelo la tocaba de una manera especial, lo que le hacía sentir sensaciones mucho más exquisitas que las anteriores.
Es que su abuelo conocía muy bien cómo actuar para aumentar el libido en una mujer y ahora estaba decidido a preparar a su nieta para que aceptara tener sexo con él. Pero estaba consciente de que no sería un trabajo fácil lograr que Vanesa le entregara su cuerpo, por lo que en esta oportunidad se limitó a despertar en ella el deseo, pero a un nivel que se le hiciera casi insoportable, para que llegara a su casa a masturbarse pensando en ese hombre que la había llevado casi a la exasperación con sus manos. Y cuando Paul comprobó que el cuerpo de su nieta empezaba a estremecerse, terminó el examen y se despidió de la muchacha.
Te recomiendo venir el próximo mes, mi niña.
Siiiii
La respuesta de Vanesa fue tan entusiasta que Paul no tuvo dudas que este primer “examen” había sido todo un éxito. Estaba seguro que muy pronto la muchacha, que salió apresuradamente de la consulta, le entregaría sus encantos. Con una sonrisa se imaginó la razón por la cual la muchacha se había ido tan apurada. “Espero que cuando esté solita se lo haga pensando en su abuelo”, se dijo para sí.
Vanesa, con sus ojos color miel y sus medidas perfectas, 90-60-90, de tez blanca y pelo negro que le caía hasta el hombro y que tanta admiración causaba cuando tenía sus sesiones de modelaje, partió con la idea fija de refugiarse en su dormitorio, subir su faldita y meter su mano entre sus piernas para aliviar ese ardor que su abuelo le había producido con su examen y que le pareció tan exquisito.
Y esperaba que en su próxima visita su abuelo pudiera hacerle un examen tan bueno como el de ahora.