Una pasión prohibida
Autores: Carmen y Salvador
Su vista se paseaba por el libro que hacía un rato tomó con la intención de leer, pero si alguien le hubiera preguntado qué era lo que leía, no habría sabido responder. Lo dejó a un lado y su mirada recorrió la estancia. Cada rincón, cada objeto, parecieron adquirir una importancia inusitada para el hombre recostado en la cama, que hizo vagar su mirada por cada centímetro de la pieza, como si la estuviera redescubriendo. Pero toda esta concentración estaba muy lejos de responder a su verdadero estado de ánimo. Sus pensamientos tenían una sola dirección y el abandono de la lectura respondía a su incapacidad de escapar a las ideas e imágenes que rondaban por su cabeza. La inspección de cada escondrijo a su alrededor no lograba librarlo de la imagen que domina todos sus pensamientos, todo su ser. No puede arrancarla de sus deseos más íntimos, a pesar de su lucha constante por arrancarla de su mente. Quisiera no pensar en ella, sacarla de su cabeza de una vez por siempre, pero está demasiado pegada en su mente y todo lo que él intenta por librarse de ella es imposible e irremediablemente vuelve a sentirse atrapado en las redes de esa pasión que lo domina.
Cuando se suponía que su vida entraba en una etapa definitiva de alejamiento de las pasiones y búsqueda de la paz que da la reflexión madura y lejos de las tentaciones, el pobre Diego se ha enamorado como un muchacho. Toda su vida se revolucionó desde el momento en que comprendió que abrigaba en su interior una pasión irrefrenable, que le domina como si fuera un adolescente.
Ya estaba en la medianía de su vida y todo hacía presagiar el inicio de una etapa de madurez y de lo que algunos llaman el reposo del guerrero. A sus 55 años, recién cumplidos, con una vida de pareja estable, sin sobresaltos, con tres hijos de los cuales dos ya partieron enfrentar la vida construyendo las suyas propias. Sólo les quedaba la menor, la única tarea pendiente, por lo que parecía que los días que venían serían como un remanso donde descansar sus cansados huesos. Pero no. Tuvo que venir a enamorarse a una edad en que los demás hombres, por lo general, piensan en jubilarse. Y, lo que era peor, precisamente de su hija menor.
Cuando sintió que la imagen de la muchacha ocupaba todos sus pensamientos y que esos pensamientos no tenían nada de paternales y sí mucho de carnales, luchó infructuosamente contra el deseo que se apoderaba de él. No quería aceptar esa aberración y en su intento por vencer la tentación que le rondaba permanentemente, se alejó de ella, enfrió su relación, se agrió su carácter, alejándose de la muchacha a una edad en que ella más lo necesitaba. A pesar de las múltiples muestras de cariño de ella, él se fue alejando con cualquier pretexto, ya fuera trabajando hasta tarde en la oficina o en reuniones con los amigos. Llegaba tarde a su casa, los fines de semana buscaba pretextos para salir y evitar estar con ella.
Si estaban sentados, evitaba en todo lo posible la tentación de espiar por entre sus piernas en busca de esos muslos que le obsesionaban. Y si su blusa mostraba más de lo debido, apartaba la vista para no mirar esos senos que gritaban que los tocara, los besara, los mordiera. O su trasero, un círculo perfecto que le decía: tócame, acaríciame, le invitaban a pasar su mano por sus promontorios, pero Diego luchaba y a duras penas lograba sobreponerse al deseo de apretar sus nalguitas.
Era un sufrimiento constante el ver a esa muchachita que a cada día deseaba más y tener que resistir la tentación de abrazarla, besarla, tocarla, manosearla.
Pero todo fue inútil. Y fue su esposa la que, sin quererlo, terminó de hundirlo en el abismo de una pasión que había mantenido contenida con tanto esfuerzo. Ella le reprochó su frialdad con su hija, su lejanía y la falta de compañía que como padre se supone debía tener así como lo hizo anteriormente con sus hermanos.
Carmen, a sus quince primaveras, luce todo el frescor de la juventud, con un cuerpo que anuncia a la mujer que muy pronto despertará en todo su esplendor. Su porte de princesa, su alegría de vivir, su amorosa manera de ser, todo en ella contribuyó a que su padre terminara enamorándose, deseando poseer ese cuerpecito que lo incitaba con pensamientos oscuros que no podía desechar y que le mantenían permanentemente en un estado de excitación que no creía podría volver a sentir a esta edad. Y es que a sus 55 años, aunque se mantenía físicamente bien y era bien parecido, creía que su hora había pasado y se estaba acostumbrando a la pasividad de la edad madura cuando su hijita
empezó a revolucionar sus hormonas.
Y no es que Carmen fuera de medidas exuberantes. No, al contrario, con su tez blanca y pechos firmes y de un tamaño medio, pezones rosados, un culito duro, todo en ella era de medidas normales, pero en su conjunto habían llamado la atención de su padre desde que la acompañara al por primera vez al colegio a un evento de gimnasia, donde la vio a haciendo saltos y giros. Fue ahí, cuando su pequeña y querida Carmen saltaba y la veía caer en la colchoneta donde no pudo contener el deseo por ella, viendo como se mueven sus pechos y sus piernas.
Su esposa le pidió encarecidamente que acompañara a la niña a sus competencias de gimnasia, como lo hacía antes, para alentarla y darle compañía y apoyo, que ella necesitaba que él estuviera cerca, que sintiera que su padre estaba ahí para ayudarla. Lejos estaba ella de saber que eran precisamente esas competencias las que despertaron en él una pasión prohibida y contra la cual intentó luchar infructuosamente y que serían el camino por el cual padre e hija transitaron hacia una pasión incestuosa.
Volvió a acompañarla a sus competencias, donde ella se sentía feliz de participar. Y a partir de entonces, el verla compitiendo se hizo en el una necesidad y no le importaban los sacrificios que tuviera que hacer para ir con su hija a verla en su traje que le permitía admirar sus muslos exquisitos y esa camiseta que reflejaba sus pechitos esplendorosos. Su deseo por su hija era vez mayor.
La tarde en que las cosas entre los dos cambiaron para siempre, el miraba absorto sus piruetas y ejercicios, imaginando lo húmedo y sudado de su sexo, deseando besarlo, chuparlo, tocarlo. Cuando reaccionó, se maldijo por tener pesos pensamientos, pero estos estaban en su interior desde hacía tiempo, esperando a que en un momento de debilidad de él, volvieran a aflorar. El lo sabía, no lo quería, pero en el fondo, muy en el fondo suyo, sabía que la lucha estaba perdida. Era demasiada la tentación de verla en ese trajecito que hacía lucir sus exquisitos atributos y que el deseo de él de solazarse en su contemplación. Ignoraba que faltaba un pequeño empujón para que el deseo diera paso a la pasión, que el entendimiento se nublara y lo arrastrara en un tobogán en que también ella sería arrastrada.
Después del entrenamiento la llevo a comer un helado como premio a su esfuerzo y dedicación. Ella aceptó la invitación y, feliz, lo abrazó y besó en la mejilla en señal de agradecimiento, pegando su pequeño pecho contra el, lo que volvió a despertar sus demonios. Sabía que la tentación estaría siempre rondándolo mientras tuviera a su hija cerca. Nada podría hacer para evitar el desearla.
En la cafetería, mientras Carmen le comentaba entusiasmada los pormenores de su participación, parte de su helado cayó en la camisa, con lo cual esta se transparenta y se marque uno de sus hermosos pezones, cuya visión lo deja hipnotizado observando el pequeño círculo que pugna por romper el género. Imaginó su textura, su sabor, su suavidad, su frescor y unas gotas de sudor perlaron su frente. Era deseo puro el que se reflejaba en su mirada y ella se da cuenta. Carmen, turbada, corre al baño a limpiarse. Esta confundida pues no es primera vez que ve en su padre esa mirada, aunque nunca antes había sido tan evidente. Y lo que más le confundía es que esa mirada, que sabía prohibida, le agradaba. Le hacía sentirse bien, aunque no podía entender por qué se sentía así.
Llegan a casa y el prepara algo para cenar, algo ligero para cuidar el peso de la niña, que necesita estar en buena forma.
Ella acude al baño y cuando la lluvia de la ducha golpea su cuerpo, una de sus manos toca sus senos, pensando en las sensaciones que sintiera cuando su padre se los miraba. Siente un calorcillo nuevo entre sus piernas y no puede evitar tocarse, lo que le produce una corriente tan fuerte que casi cae. Retira la mano, pero el deseo ya está anidado en la muchacha. Baja recién bañada, con un short y una camisa de tiritas sin sostén. Su cabello húmedo moja su espalda y su padre no puede evitar seguir con la mirada una gota rebelde que se pierde en la espalda.
¿Por qué no te has secado, cariño? Te puedes enfermar si no lo haces.
Papi, no he encontrado el secador.
El busca una toalla y se sienta en el sofá, abre sus piernas y la mira, invitante. Sabe que en ese gesto está el germen de su perdición, pero no puede evitarlo: es demasiada la tentación de sentirla pegada a él. La muchacha entiende lo que le pide su padre sin palabras, algo le dice que no es posible, que está mal, que no debe hacerlo, pero se acerca y se sienta de espaldas a el, sobre su falda. Es esa sensación que sintiera bajo la ducha con su mano acariciando su vulva lo que la lleva a aceptar su invitación. Ambos quedan en silencio, él con la respiración contenida y ella anhelante por lo que no sabe que pasará, pero lo que sea lo desea ardientemente. El pasa la toalla sobre el cabello de Carmen con suavidad, con, amor. Ella siente un escalofrío recorrer su cuerpo cuando la dureza detrás suyo se hace evidente. Es el miembro de su padre, que está a punto de explotar. Hace un esfuerzo extraordinario por intentar sobreponerse a la situación, pero es imposible, ya que el deseo se ha apoderado de su ser y nada puede hacer por superarlo. Lo suyo es deseo en su estado puro.
Diego se abandona a la tentación, cierra los ojos y decide dar el primer paso, bajando lentamente las manos por los hombros de su hija rozando el contorno de sus hombros, hasta llegar a sus pechos, por lo que ella de inmediato siente que se le ponen duros los pezones. Siente el bulto en su espalda, ahora duro como piedra. se remueve incomoda por la humedad entre sus piernas y un deseo nuevo que siente nacer dentro suyo, una sensación nueva pero agradable. Es el deseo que se apodera de todo su ser.
La muchacha se deja hacer. Está entregada a este juego tan exquisito que su padre juega. Solo desea que él continúe, aunque sabe que se está hundiendo en un pozo. Es una sensación de abandono que no sabe donde la llevará pero no le importa donde termine. Ella quiere recorrer este sendero desconocido.
Cariño, ¿te molesta?
Mmmmmm…..
¿Continúo?
Con un movimiento de cabeza, ella da un si sin pronunciarlo.
Con la audacia que le da el permiso sin palabras de su hija, lleva una de sus manos por sobre uno de sus senos, que aprieta suavemente. Ella da un pequeño brinco, mezcla de sorpresa y excitación.
¿Te gusta?
Ssiii, papi
Está roja, su voz le sale como un susurro, entrecortada. Su padre sabe que su hija está entregada.
La voltea y la mira a sus ojos. Ella ve los de su padre más oscuros, llenos de deseo, deseo por ella, por su pequeña niña. El mira su miembro, completamente duro, y ella le sigue la mirada. Intuye lo que le esta pidiendo, se acomoda y tímidamente una de sus manos frota el pantalón de su padre, sintiendo la dureza que se esconde bajo la tela. El gime, casi un grito de dolor.
Diego sabe que está mal lo que hacen, pero la desea de una manera tan grande que nada podrá impedir que la haga suya, que hunda su verga en su vulva virgen hasta que choque con su pelvis, que Carmencita grite pidiendo que pare. Pero su hija está tan deseosa como el, por lo que no existe ninguna barrera que los detenga.
Ella agarra con dificultad el pene, sacándolo del pantalón y dejándolo al aire. La mano no lo abarca toda. Mira asombrada el monstruo en sus manos.
Qué grande, papi
Necesito que lo toques, quiero sentir rico, mijita.
Ella empieza tocar el pedazo de carne, a mirarlo, mientras su manita recorre el tronco, arriba y abajo.
No es igual a nada que haya visto o tocado antes.
Has visto una antes
Solo por internet, con mis amigas del equipo.
¿Quieres darle un besito, cariñito?
Carmen se inclina y le da un besito y otro y otro. El cierra los puños, intentando demorar su orgasmo, que siente venir de manera incontenible.
Chúpalo un poquito, mijita, como lo hacías con tu helado.
Me gusta como sabe. No es como un helado, pero me gusta, papi.
Abre más la boquita, amor, intenta meterla un poquito más.
El enreda sus dedos en el cabello aún mojado de su hija y empuja un poco, lo que hace que ella se atragante y tenga una arcada.
Aguanta, mi niña
No, papi. Para, que me duele
No puedo parar, mi cielo.
Diego está descontrolado y empuja su miembro en la boca de su hijita, metiendo y sacando como si la estuviera follando, en tanto ella aguanta las embestidas y siente que entre sus piernas se forma un charco de líquido y su cuerpo está por explotar.
El saca su miembro repentina y bruscamente de su boca, la pone en el sofá y abre sus piernas. Ahí está su pequeña, con sus hermosas piernas bien torneadas, abiertas para él. Su rostro se pierde entre los muslos juveniles y su boca abarca todo el paquete que se oculta bajo el short, apretándolo entre sus labios, con suavidad, pero transmitiéndole su calor interno con su boca, lo que tiene efecto inmediato en la niña, que empieza a desesperarse y mueve su cuerpo con una agitación inusitada.
Papitooooooooo
El continúa su tratamiento, con lo que su hija empieza a perder el control y atrapa su cabeza, que aprieta contra su vulva, en un gesto desesperado por no dejar escapar las sensaciones que cubren su cuerpo, que la transforman en una hembra ardiente y deseosa de algo que aún no atina a comprender.
Siiiiiii, papiiiiiiiiiii. Aghhhhhhhhh
Su cuerpo se mueve con espasmos mientras su inviolada vulva suelta su primer orgasmo, que la lleva al paroxismo del placer.
Aghhhhhhhhh, papiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii
La muchacha, rendida por la intensidad del orgasmo, el primero que siente, intenta recuperarse, en tanto su padre se levanta y termina de desvestirse, dispuesto a llegar hasta el final en esta aventura incestuosa. Ella comprende y desea ardientemente lo que ahora venga. Sabe que su virginidad está por irse y será su padre el que se la lleve, el que la hará mujer.
Su padre, hombre con experiencia en la materia, se da cuenta que la muchacha está dispuesta para el gran paso. La alza en sus brazos y arrancándole la camiseta se introduce uno de sus pezones en la boca y procede a chuparlo suavemente. Ella se sume en un estado de ensoñación y deja que los labios de su padre acaricien sus senos, despertando en ella la mujer que estuvo dormida hasta ahora.
Papito, por favor.
La suya es la última propuesta de la joven que ve perder su más preciado tesoro, pero sabe que no hay marcha atrás. Diego está dispuesto a todo y nada lo detendrá.
Carmen poco a poco empieza a gemir bajito, cierra los ojos a su padre, a lo que siente, a todo lo que la rodea. El la toca, la aprieta, la acaricia. Baja una de sus manos y la mete por debajo de las braguitas, que están pegadas a su vagina, pero ella reacciona.
Papi, soy virgen.
El calla, le arranca las bragas y hunde los dedos, una y otra vez. Ella grita de placer ante lo que su padre hace en su virgen túnel de amor. El dirige su dura verga a la entrada y de un empujón la penetra
Aahhhhh...papaaaa!!!
Pero el está ajeno a sus quejidos y gritos de protesta,
Ayyyyyyyyyy, papiiiiiiiiii, nooooooooooo
Ricooooooooooooo
Para me duele, me duele, ahhhhhhh
Aguanta carmencita aguanta
...Y la embiste con toda la fuerza que tiene. Finalmente siente que la unión se ha completado, que toda su virilidad está dentro de su niña.
Aahhhh....que rico. Ya eres mía, ya eres mía, solo mía
Carmen termina por rendirse y al intenso dolor de la pérdida de su virginidad, después de unos minutos sigue la exquisita sensación de una sensualidad que está aflorando y que empieza a cubrir su cuerpo de sensaciones nuevas, nunca antes experimentadas. Mientras más amaina el dolor, más intensa es la nueva sensación que se apodera de ella.
Siiii... papi, soy tuya, soy tu mujer...dame mas, masss ricooo
Toma carmencita!!! Tomaaa!!!
Ella grita y se dobla del dolor del placer. El embiste una vez más y la inunda con su leche.
Terminan cansados, abrazados sabiendo que lo que hicieron no esta bien pero no pudieron evitarlo. La pasión los dominó completamente, superando la racionalidad que en algún momento tuvieron.
El acaricia los senos de la muchacha, feliz de haberla hecho suya, llenándola de mimos y palabras de cariño, mientras sus dedos recorren la geografía de su niña, que se hizo mujer en sus brazos.
Mientras los dedos paternos recorren cada rincón del cuerpo de su hija, ella siente dentro que esa exquisita sensación que la llevó al paroxismo hace un momento, vuelve a formarse, como si fuera un volcán que empezara a erupcionar nuevamente.
Se acomoda para la entrega.