Autor: Salvador
Soledad, una historia de perversión
I
La muchacha
Empezó a meterse en su cabeza desde que la muchacha cumplió los diez años. El tenía 17 cuando empezó a ver como su sobrinita empezaba a tomar forma de mujer. En un principio los cambios fueron imperceptibles, pero para él eran notorios, ya que siempre se sintió atraído por la muchacha, por lo que los cambios en su físico no le pasaron desapercibidos, convirtiendo su atracción inicial en un incontenible deseo por el cuerpo de la niña que se asomaba a la juventud.
En su cabeza sólo había cabida para el deseo por esa niña, que día a día se transformaba en una mujer. Y qué mujer.
Ricardo no perdía oportunidad para solazarse con las formas de Soledad y las miradas furtivas a sus piernas, a sus senos, a su rostro, alimentaban sus fantasías solitarias que invariablemente terminaban en erecciones que con el tiempo constituían la finalidad de sus actividades voyeristas, pues esas erecciones le producían un estado placentero cuando su mano acariciaba por sobre el pantalón ese paquete que adquiría cada vez más prominencia. No buscaba alivio a sus erecciones pues veía maldad en ello y pensaba que la masturbación era dañino para su salud. Pero ello no limitaba en absoluto sus actividades furtivas para escudriñar en las interioridades de las piernas de su sobrina, completamente ajena a los pensamientos de su tío, al que veía como un hermano más, ya que prácticamente se habían criado juntos.
Una tarde iban en el auto de su cuñado a la playa y su hermana Adela le pidió llevar a Soledad en la falda pues ella deseaba leer y quería estar cómoda para después hechar una pestañada. Y como los restantes ocupantes del vehículo ya iban durmiendo, el subió a su sobrinita en su falda y siguió mirando el paisaje como si el hecho de que la muchacha estuviera entre sus piernas no tuviera mayor significado. No obstante, en su interior, Ricardo sentía que el pecho se le salía por la emoción de tener a la niña tan cerca. El tenía 18 años y la muchachita 11.
La proximidad de la niña produjo en él un efecto inmediato y su verga empezó a levantarse, apretando bajo el pantalón contra las nalgas de Soledad, que inocente a lo que sucedía, se movía inquieta y feliz por el viaje que emprendía. Ricardo pasó de la felicidad de tener tan cerca de su sobrina a la desesperación de no poder ocultar su creciente excitación y trató de moverse para que la muchacha no se percatara de su erección. Pero fue en vano, pues no tenía mucho espacio para hacerlo en el interior del vehículo. Soledad, por su parte, seguía moviéndose y a veces se adelantaba para mirar por sobre el hombro de su padre, que conducía. Y cuando volvía a sentarse, sus nalguitas apretaban la verga de Ricardo. Y con el movimiento del auto, él sintió que se producía un acompasado acariciar de su verga que le llevó a cerrar los ojos y dejar que lo que se insinuaba en su interior aflorara. Y cuando sintió que lo que debía pasar iba a suceder, apretó con disimulo la cintura de la muchacha y sus dientes rechinaron cuando la corriente de semen caliente empezó a salir e inundar el interior de su pantalón. El golpetear de su verga mientras expulsaba su primer orgasmo no pasó desapercibido para la muchacha, pero estaba tan entusiasmada con el paisaje que no le prestó atención.
A partir de esa experiencia en el auto, en que tuvo su primer orgasmo, Ricardo vio aumentado su deseo por su sobrina, la que nunca supo que le había regalado a su tío su primera experiencia sexual, de la que ella participó involuntaria e inocentemente.
Para ella no hubo cambio respecto de su tío, pero para él su sobrina se convirtió en un objeto de deseo cada vez mayor, que alimentaba con fantasías en las que ella participaba activamente. Pero el tiempo no pasa en vano, especialmente en el caso de una muchacha cuando cumple los 14 años y ya se siente mujer y su cuerpo empieza a clamar por nuevas experiencias, desconocidas pero que supone le darán placer. Al menos eso fue lo que ella escuchaba de sus compañeras de colegio, con las que el tema del sexo adquiría cada vez más relevancia, llegando a ser el tema único cuando estaban a solas en la pieza de alguna de ellas.
Y ahí fue donde tuvo su primera experiencia.
Carmen, una niña de su misma edad, con la que estudiaban juntas en la pieza de esta, la introdujo en estas actividades a las que ella se introdujo por curiosidad. Fue en un descanso, después de tomar un refrigerio que les había llevado la madre de Carmen cuando tomaron el tema del sexo. La muchachita le preguntó si alguna vez se había tocado "ahí", mostrándole la zona entre sus piernas. Soledad dijo que no y Carmen le dijo que si quería, ella podría enseñarle. Movida por la curiosidad, Soledad accedió y pronto se vió con las piernas abiertas, su faldita subida hasta la cintura y sin calzón, en tanto su amiguita pasaba su mano por sus labios vaginales. Soledad sintió un placer tan grande que cerrando los ojos echó su cuerpo hacia atrás y se abandonó a los masajes de su compañera de curso, la que aprovechándose de la situación metió su cabeza entre las piernas de la niña y empezó a lamerle la vagina. Soledad se sorprendió pero no hizo nada por sacarla de entre sus piernas y muy pronto su cuerpo empezó a soltar sus jugos, que Carmen tragaba con deleite.
Ya repuesta, Soledad sintió una enorme vergüenza por lo sucedido y apartando a su amiga intentó salir del lugar, pero su compañera la calmó y le pidió que nunca revelara lo sucedido entre ellas. Sería un secreto entre las dos. Pero la experiencia dejaría su huella en Soledad y el recuerdo de las sensaciones que le produjo su primera experiencia sexual la perseguía recurrentemente. Había sido tan exquisito lo que había sentido que a partir de entonces sentía dentro de ella que el deseo sexual era como una segunda piel que en algún momento saldría a la luz.
Estaba por cumplir los quince años cuando se produjo el cambio definitivo en ella. Fue mientras miraban un partido de pelota vasca desde un segundo piso, apoyada sobre un barandal que había frente al vidrio que permitía mirar lo que sucedía en la cancha. Su tío Ricardo la había acompañado, ya que de otra manera no la habrían dejado ir. El estaba sentado detrás de ella, tomando una bebida, mientras ella seguía con interés lo que sucedía abajo. A ratos se apoyaba en la baranda para asomarse y con ello sus piernas se mostraban generosamente a Ricardo, que gozaba con el espectáculo que la muchacha le regalaba sin darse cuenta. En un momento determinado Soledad levantó la vista y vio que el vidrio le reflejaba la imagen de su tío, con la cabeza semi agachada y la vista fija en su parte trasera. Cuando analizó la situación comprendió que su tío estaba dándose un espectáculo con sus piernas y su trasero y que parecía estar pasándolo muy bien. De la sorpresa inicial pasó a la sensación de bienestar que le producía ser observada por un hombre, aunque este fuera su tío. Y con una sonrisa de picardía se apoyó en la baranda, simulando ver lo que pasaba en el primer piso, mientras su falda subía y sus piernas se mostraban en todo su esplender. Y por el espejo espiaba la reacción de su tío, que llevó una mano a su entrepierna y quedaba con la boca abierta viendo el paisaje que su sobrina le obsequiaba. Ver a Ricardo espiándola la excitó y su exhibición se hizo más evidente y audaz, lo que motivó que su tío empezara a acariciar el paquete que tenía entre sus piernas, sin perder detalle de las piernas de su sobrina y del calzón que se alcanzaba a asomar al final de las mismas.
A partir de entonces, Soledad empezó a ver a Ricardo con otros ojos. No era tan viejo como había asumido hasta entonces. Pero si eran solamente 7 años los que los separaban, y con el tiempo la diferencia sería cada vez menor. Su tío estaba más cerca de ella en edad que de su hermana, que contaba con 32 años. De hecho su tío tenía la misma edad que tenía su madre cuando la tuvo a ella. Y mientras más pensaba en él veía que era un joven atractivo, que la atraía enormemente. Y así empezó a fantasear con su tío, al que ahora veía como un vehículo de satisfacción sexual.
La predisposición de Soledad al sexo se vio alimentada con las fantasías que le producía su tío. El, por su parte, seguía fantaseando con su sobrina sin saber lo que estaba produciendo en esta, a la que seguía viendo como una inocente muchacha que estaba ajena a sus morbosas intenciones. Ese pensamiento le hacía sentir remordimientos de las masturbaciones que se daba a nombre de Soledad, a la que suponía tan lejana de este tipo de pasiones.
El día en que fueron en familia a la playa, Soledad vio la oportunidad de disfrutar a su tío, sin que este se diera cuenta, pidiéndole que la llevara en su falda. Todo salió tan natural que nadie se percató de sus intenciones e iniciaron el viaje. Soledad se había puesto una mini y se sentó en las piernas de su tío de manera de aprovechar de mostrarle generosamente sus piernas, lo que produjo un efecto inmediato en este. La niña se dio cuenta de que estaba logrando su objetivo y empezó a moverse como si estuviera mirando a un lado y otro del paisaje, a levantarse para ver por el hombro del conductor y volver a sentarse, para comprobar que la dureza que se apoyaba contra sus nalgas era la prueba de que tenía completamente empalmado a su tío. Y sonreía con picardía para sus adentros, pues toda esa excitación la producía su cuerpo. Pero siguió moviéndose sin detenerse a pensar en el efecto que ello produciría en su tío. Y así fue como de pronto sintió las manos de Ricardo apoyarse en su cintura y que el cuerpo de este se envaraba, en reprimidos espasmos que no pudo evitar, mientras la verga de su tío le golpeaba las nalgas mientras soltaba el semen que salía sin parar. Se quedó quieta, sin atreverse a hacer ningún movimiento pues no sabía como reaccionar ante lo que había provocado en su inconciente atrevimiento. No dijo nada, no hizo nada y actuó como si no se hubiera dado cuenta de lo que pasó con su tío, el cual, por su parte, rogaba por que su sobrinita no se hubiera percatado de lo sucedido.
Soledad comprendió que las cosas habían llegado a un punto crucial, después del cual vendría el enfrentamiento con la realidad entre ambos: el deseo que les envolvía en su red de pasión incontrolable. Y eso le producía confusión, pues sentía que deseaba a ese hombre pero le avergonzaba pensar en verlo como tal. Era su tío, con el que se había criado, con el que había compartido juegos, penas, alegrías y secretos. Pero también era el hombre al que deseaba entregarle su cuerpo, el que quería que la hiciera mujer, al que deseaba por sobre todo.
No tenía duda, deseaba que su tío Ricardo fuera su primer hombre. Pero Soledad no sospechaba entonces que sus deseos se harían realidad solamente después que su madre tuviera, aunque su tío era el hermano de su madre..
Ricardo tendría a la madre y a la hija. A la hermana y a la sobrina.
Soledad, por su parte, no sospechaba los grados de perversión a los que descendería de la mano de su madre.