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- ¡Vamos! No os negués, sé que vos querés que tengan cuidado con tu hermanita, y yo lo tendré.- estaba en el probador con Marta, mientras la besaba y le metía una mano en su pantaloncito.

- ¡No!- decía entre suspiros- No, Jaime, no sigas.- estaba visiblemente excitada, e intentaba sacar mi mano de dónde la estaba metiendo. Sin embargo, lo hacía con tan poca determinación, que sentí que decía justo lo contrario de lo que quería. Así que le cogí las manos y se las puse encima de su cabeza, agarradas con mi mano izquierda, mientras la derecha hacía diabluras en ese sexo húmedo.

Ya habían pasado poco más de dos años desde que Mayra conoció mi casa, y desde entonces, sentía una urgencia carnal por la hermana de Marta, que se había desarrollado espectacularmente. En ese momento Julia tenía quince años, y Marta veinte, y yo deseaba a la pequeña. Mi mano comenzó a desabrocharle el pantalón corto que llevaba, mientras Marta suplicaba que parara. Yo la conocía, siempre pedía que parara, por lo menos hasta que su lujuria era más grande que su razón y se derretía en mis manos. Le bajé el pantalón hasta las rodillas, e hice lo mismo con su tanguita. Dejé su sexo desnudo, con un vello púbico bien cuidado, y mi mano se sumergió en él. Estábamos en la tienda, y la jefa nos había dicho que cerráramos. Sin embargo, nos quedamos unos minutos discutiendo en el probador. Marta ya no se negaba, ahora sólo jadeaba excitada. Supe que era el momento y le solté las manos. Bajé mi cabeza a su entrepierna, y ese olorcito dulzón que tanto me gustaba invadió mi ser.

Empecé a jugar con mi lengua en su concha, empecé a jugar con mis labios en los suyos. Marta estaba muy húmeda, y no tardó en correrse salvajemente, llenando mi boca de su sabor. Entonces me desabroché la bragueta, y me saqué mi verga, que estaba elevada a su máxima expresión. Saqué un condón de mi bolsillo y me lo coloqué, (al mes, casi gastaba tanto en condones como en comida). Ella se quiso agachar, a chupármela como tantas veces había hecho, pero no la dejé. La sostuve contra la pared del probador, el mismo probador donde dos años antes me había aplastado los testículos. La tuve allí de pie, disfrutando de su calentura, y le fui subiendo la camisetita, verde militar, hasta que llegó a sus muñecas, pues aún tenía los brazos encima de su cabeza. La dejé allí, a la camiseta, y comprobé, para mi placer, que no llevaba sujetador, me deleité unos segundos chupando los pezones como un recién nacido. Entonces enfilé mi verga a su concha y se la metí toda de una, arrancándole un grito a medio camino entre el dolor y el placer. Estuve allí, embistiéndola contra la pared, mientras la intentaba convencer de que me dejara seducir a su inocente hermanita.

- ¡AAH! ¡AH! ¡No Jaime! ¡Para! ¡PARA! ¡PARAAAAAAAAHHHH!- Marta estalló en un violento orgasmo, mientras yo la seguía hablando de su hermanita.

- Fijáte, que al final acabará tirándose a cualquier muchacho torpón que la hará más daño que un experto. Ya tiene quince añitos, ¿No? Los cumplió el mes que pasó recién. ¿Vos creés que aguantará virgen mucho tiempo? recordá, ¿No tenías vos esa edad cuando nosotros... nos conocimos?

- No, no puedo dejar que la hagas daño.- Marta hablaba entre gemido y gemido, mientras yo la seguía penetrando.- ¡AAHHHH!- se sacudió violentamente, teniendo su tercer orgasmo de la tarde.

- ¡Mirá! ¡Mirá como vos disfrutás! ¿Le quieres negar a tu hermana el disfrutar con su primera vez?-

¡No! ¡Jaime, para! ¡JAIME, PARA! Quiero que ella elija a su pareja.- poco de lo que decía Marta se oía entre gemido y gemido.

- Eso es lo que quiero, que me dejes hablar con ella para que me elija. Quiero que me permitás seducirla. ¿Vale?

- ¡Sí! ¡Sí! Lo que quieras, lo que quieras... Pero sigue, no pares ¡SIGUE!- esa era la Marta que me gustaba, la que era toda pasión y sexo. Seguí penetrándola, sobándole sus pechos firmes y manejables, chupando sus pezones duros, llevándola a dos nuevos orgasmos que empezaban a desbordar su concha, extendiendo hilillos de sus jugos por mis piernas y las suyas. Cinco minutos después, y tras otro nuevo orgasmo de Marta, yo también acabé. Me deshice del condón en el baño de empleados y volví con Marta, que ya volvía a estar vestida.

¿Y entonces?

- ¿entonces qué?

- ¿Me dejarás que me acerque a ella?

- Allá tú. Pero como la hagas daño, te mato.- Marta me miró con cara desafiante. Por un momento pensé que me iba a llamar bebito, como la otra Marta. La otra Marta que me pidió prestado el apellido y que murió dejándome un vacío. Aquella niña de la calle que fue mi primer amor.

Salimos de la tienda, y cerré por fuera. Le di las llaves a Marta, puesto que mañana ella entraba antes. Me fui a mi casa, y me tumbé en la cama, pensando en Julia. El sol de la mañana me despertó.

Salí de mi casa en dirección a una de las zonas de copas más famosas de la ciudad, tenía toda la mañana para mí, así que llegué a ‘Cánovas’, la zona de la que hablaba, con una sonrisa en la boca. Miré el letrero de un local, bastante sucio, y en el cual se podía leer con cierta dificultad "Pub Buenos Aires". Entré dentro y me encontré el bar vacío, pues no era hasta la noche cuando el local se empezaba a llenar. El dueño me saludó, era un buen amigo, de mi época de adolescente en Argentina.

- ¡Ché! Cuánto tiempo sin saber nada de vos

- Me conocés, Claudio, sabés que siempre voy ocupado. Ponme lo de siempre.

- Ya os creía muerto o encerrado- dijo, mientras me servía un chupito de cazalla.

- ¡Ja! ¿A quién conocés vos que pueda pillarme?

- A la Muerte, huevón, que ésa no perdona.

- Pues si llega y no estoy, me llamás, que quiero saber que tal besa.- le respondí con una sonrisa, mientras apuraba de un trago el vasito.- ¡Uuaaahh! Es fuerte, cabrón.

- Y qué, ¿Detrás de quién andás?

- Ya lo sabés, Claudio, detrás de todas y ninguna.- Saqué un billete para pagar, pero el camarero detuvo mi mano.

- A ésta invita la casa. Pero no te acostumbres.

- Gracias.- dije- por cierto, a ver si ponés la foto de alguien que no sea "el pelusa". - le dije, señalando una pared cubierta por fotos de Diego Armando Maradona.

- Ya puse ahí el cromo de Aimar, ¿Qué más querés?- él señaló la esquina superior derecha del mural, donde estaba un cromo de Aimar, autografiado.

- Un día a lo mejor te cuento cómo los conseguí.- Al principio tenía cincuenta, pero, dando unos por acá y otros por allá, ahora sólo me quedaban una docena. Me despedí de Claudio y salí del local.

Hoy iba a ser un día grande, y dentro de una semana, si había suerte, haría realidad mi fantasía más oculta. Pero necesitaba para eso que Julia cayera antes, así que me decidí a seducirla ese mismo día. Llegué veinte minutos antes de que mi turno empezara en la tienda, y Marta me dijo que su hermana vendría a recogerla a la tienda cuando acabase su turno.

- ¿Podés quedaros quince minutos más mientras yo hablo con ella?

- No.- me respondió secamente.- Apáñatelas como puedas. ¿No eres tan seductor?- dijo, con burla.

- ¡Qué bien lo sabés, preciosa!

Agaché la cabeza y salí de la tienda, aún me quedaba un tercio de hora hasta que mi turno empezara, y yo sabía que Julia solía llegar antes de tiempo. Era puntual, no como su hermana mayor. Cuando la vi entrar por la puerta, quince minutos antes de las tres, una sonrisa se dibujó en mi cara. Tenía un cuarto de hora para convencerla.

- ¡Mirá por dónde llega la jovencita más linda de Valencia!- dije, cuando llegó a la puerta de la tienda.

- ¡Jaime! ¿Cómo estás?

- Después de verte a ti, enloquecido.- le dije, mirándola de los pies a la cabeza, viendo lo bien que había crecido. En ese momento medía un metro setenta y poco, pero tenía unas curvas que ya las hubiera querido cualquier top-model. Usaba ropa muy ajustada, le gustaba que la miraran al pasar. Esa ropa realzaba las curvas de sus senos, quizá una talla o dos más grandes que los de Marta. Pese a sus quince añitos, ya estaba casi completamente desarrollada, y el pantalón corto que llevaba hacía que sus nalgas fueran las más apetecibles del mundo.

- ¡Qué mentiroso eres!- me dijo sonriendo. Tenía una sonrisa preciosa, y su pelo largo, negro y suelto hacía que su sonrisa resaltara aún más.

- ¿Cómo podés decir que yo miento? Yo no he mentido en mi vida.- le dije, mostrando una falsa indignación. Entonces Julia fue a decir algo, pero se calló.- ¿Qué ibas a decir, pequeña?- yo sabía que de un tiempo a esta parte le había ido molestando que la llamaran pequeña, casi tanto como a mí que me llamaran bebito. Así que sonrió y dijo.

- ¿También era verdad eso de que regalar un cromo de Aimar en Argentina era delito?- Así que Mayra se había ido de la lengua, no la culpaba, era normal. Ahora eso no tenía importancia. Ahora lo único que importaba era dejarle bien claro a Julia que la quería.

- No, pero sí que es delito quererte como te quiero.- le dije, con la mejor de mis sonrisas.

- ¿Y qué estás dispuesto a hacer para demostrarlo?- ¡Carajo! Seducir a Julia iba a ser más fácil de lo que creía.

- Por una belleza como vos, lo haría todo. Ven esta noche a la puerta del centro y te lo mostraré.- le dije, muy seguro.

- Me lo pensaré.- dijo, tratando de parecer indiferente.

- Te espero a las diez y media en la puerta. Sólo si te atrevés, está claro.

Entonces un campanario cercano comenzó a dar la hora y Marta salió de la tienda como una exhalación. Me cogió del cuello de la camiseta y me empujó adentro del local.

- Comienza tu turno, ¡Adiós!- cogió a su hermana por el brazo y salió rápidamente.

- Esto... ¡Adiós a vos también!- le grité mientras se marchaba. Ella simplemente me mostró el dedo medio de su mano derecha sin siquiera girarse.- ¡No te lo decía a vos! ¡Adiós Julia!- alcancé a gritar antes de que salieran de mi vista.

Esa tarde en concreto me resultó larguísima, no esperaba el momento de salir y encontrarme con Julia. Al final, después de hacer comprender a una adorable y gorda ancianita que no teníamos tiempo para probar la mitad de tienda que le quedaba, pude cerrar la tienda a las diez y veinticuatro minutos, veinticuatro minutos más tarde de lo que hubiera debido. Bajé la persiana de la tienda y bajé por las escaleras mecánicas corriendo como un loco. Si conocía bien a Julia, estaría ya esperando. Efectivamente, allá estaba, llevaba un bolsito blanco y vestía con una minifalda muy coqueta y una camiseta ajustada que hacían que todas sus curvas aparecieran ante mí con una nitidez y lujuria bastante peligrosas. Sin que me oyera, me acerqué por detrás, y le puse mis manos en los ojos.

- ¿Quién soy?- pregunté a sus espaldas.

- Pues el que me va a llevar de copas esta noche, Vargas.- dijo, casi sin inmutarse, y con una voz que sonó maquinal. Además, era la primera vez que me llamaba Vargas, y eso me gustó.

- ¿Y a ti quién te dijo que yo tengo plata para invitar a nadie?- dije, aún sabiendo que en el bolsillo tenía casi cien euros que me quemaban.

- Si quieres me voy, y te quedas sin saber lo que quiero.- Hablaba con una decisión tremenda. Sólo una mujer en mi vida me había hablado con esa decisión durante tanto tiempo, y era, cómo no, su hermana.

- Está bien, pero vamos a donde yo quiera.

- Ok. Vení a mi casa que cojo la moto.

- ¿Tienes moto?- me preguntó

- yo no dije que la moto fuera mía.

Llegamos a mi finca, y entramos por el patio grande, al igual que había hecho dos años atrás con Mayra. Sin embargo, no la llevé a mi casa. Subimos al tercer piso y toqué a una puerta. Salió una mujer hermosa, de raza gitana, vestida con un pantalón y un sujetador. Se sorprendió al verme allí, y le echó un vistazo rápido a Julia, que estaba detrás de mí.

- Lucía, podrías enrollarte un poquito y prestarme la moto. Vos sabés que siempre te la devuelvo.

- Así que TÚ vienes y TÚ me pides MI moto. ¿Por qué debería dejártela?

- ¡Venga! Por todos los orgasmos que te he dado. Que sabés que no son pocos.

- Me parece a mí que no va a ser suficiente.- me dijo sonriendo.

Acto seguido saqué un billete de veinte euros del bolsillo y se lo tendí.

- Pero ves, siempre se puede cambiar de opinión.- me dijo, metiéndose en casa y sacando unas llaves de un pequeño bolso.- Diviértete- estaba a punto de cerrar la puerta, pero se lo impedí.

- Lucía, se te olvidó el casco, que hoy voy acompañado.- sin decir nada más, me tendió un casco rojo, que le di a Julia. Entonces Lucía cerró la puerta y nos fuimos bajando. Al llegar a mi piso, pasamos por mi casa a recoger el casco que yo poseía, pero Julia se quedó fuera sin querer entrar. Saqué mi casco, y nos bajamos a la calle. No tardé en encontrar la moto de Lucía, una pequeña motocicleta de pequeña cilindrada, perfecta para la ciudad.

- Agárrate.- le dije cuando nos sentamos en ella. Arranqué violentamente, y dejé la lentitud para los caminantes con una estela de humo y ruido.

- ¿Adónde vamos?- me gritó ella mientras la moto surcaba la ciudad.

- A mi tierra- le dije, también gritando para que me oyera.

A las once y cinco aparcábamos cerca del "Buenos Aires". Nos metimos ella y yo, entre la muchedumbre de jóvenes que abarrotaban las calles de ‘Cánovas’.

- ¿Vos qué vas a beber?- le pregunté, al oído pero fuerte para hacerme sentir entre los gritos y la música.

- Lo más fuerte.- me contestó ella

- Pero vos no tenés aún edad para beber- le dije, entre medio en serio y medio en broma.

- Tampoco tengo edad para fumar- me contestó, sacando un paquete de cigarrillo y cogiendo uno.

- ¡Hacemos un trato! Tú no fumas esta noche y yo no le cuento al camarero tu edad.- tenía que gritar mucho, la música estaba muy alta y la gente hablaba demasiado.

- Vete a la mierda- protestó, pero guardándose el cigarrillo.

- Ponme dos de lo de siempre- le dije a Claudio, cuando hubimos llegado.

Claudio miró a Julia, y yo le guiñé un ojo. "¿Qué le has pedido?" preguntó Julia. "Si te lo bebés de un trago te lo digo" dije cuando el camarero hubo puesto las bebidas. Julia no se lo pensó dos veces y, sin esperarme, vació el vasito en la garganta. En ese momento sentí celos del vaso que tocaba sus labios. Yo seguí el ejemplo y me lo bebí de un trago.

- ¡Uau! Cazalla- no necesitó ni que se lo dijera.

- No es la primera vez que bebés, ¿Verdad?- ella no dijo nada y se sonrió.

- ¡Un cuarenta y tres con lima! ¡Bien cargado!- Ella solita le pidió un buen trago de alcohol a Claudio, que se lo puso sin demora.

- ¡Ya sabés! Malibú con piña- le dije yo al camarero.

- ¿Malibú con piña? ¡Eres un marica!- Julia me miraba a los ojos, como desafiándome sin palabras.

- ¿Marica?- le dije, poniéndole una mano en el culo, por debajo de la pollerita. Pude comprobar que llevaba un diminuto tanga cuando mi mano tocó directamente su piel. Tenía las nalguitas muy duras y apetecibles, que daban ganas de morder. Ella echó un suspiro.- ¡Claudio! Ponedme al rey de la casa.

Julia me miró extrañado, pero Claudio entendió a la perfección y me puso un vaso normal, de un quinto de litro, hasta arriba de tequila. Llevaba sin beber para impresionar a una mujer unos diez años, pero esa noche me bebí el vaso todo de una. Julia se sonrió y se pidió otro 43 con lima, el que tenía ya había desaparecido en su garganta. Cuando se lo pusieron, se lo bebió de un trago y me dijo al oído "Vámonos de aquí". En ese momento yo estaba pensando lo mismo, si es que en ese estado que tenía se le puede llamar ‘pensar’ a algo. Salimos a la calle, después de que le tendiera a Claudio un billete que no supe muy bien si era de veinte o de cincuenta euros.

Nos esperamos unos treinta minutos a subirnos a la moto, hasta que se me hubiera pasado un poco la alegría del tequila. Estuvimos besándonos, y me di cuenta de que besaba como toda una experta. Después de media hora de andar juntando nuestras lenguas, nos subimos a la moto y enfilé hacia mi casa. Ella se pegaba mucho a mi cuerpo, abrazándome y poniendo sus pechos en mi espalda. Para ese momento, ya tenía una notable erección. Llegamos al patio de mi finca a las doce y media, y le preguntó si quería subir a mi casa. Ella me dijo que sí, medio adormilada por el efecto del alcohol. La subí, y la metí en mi casa.

Entramos en el comedor, pues no quería llevarla a la habitación hasta que no estuviera lúcida. Le puse un café, bien cargadito para que se depertara, mientras le hablaba.

- ¿Julia? Julia, despertá. Un, dos, tres, despierta.- Julia estaba dando cabezadas, así que intenté mantenerla despierta hasta que el café hiciera su efecto. No me acuerdo de qué hablamos, puesto que yo me había puesto de tequila hasta las cejas, pero lo que sí sé es que en un momento dado Julia se levantó, me abrazó y me besó con toda la pasión que podía. Yo le devolví el, beso, mientras ahora era ella la que ponía sus manos en mi culo. Comprendí que ya estaba completamente despierta por el brillo de sus ojazos, que tan bonitos eran. Así, besándonos y ella sobándome el culo, la llevé a mi habitación. La levnté varios centímetros del suelo y la tumbé en la cama, de frente a mí. Suavemente metí mis manos por debajo de su pollera y le quité el tanga, poniendo mi cara a escasos milímetros de su concha. Estuve aspirando su olor varios segundos. Lo que me sobresaltó fue que tenía todo el sexo depilado, lo que me hizo pensar que quizá Marta no cuidaba tan bien de su hermanita. Sin embargo, cuando le metí un dedo, hasta el fondo, arrancándole un gemido bastante sonoro, pude comprobar que su himen estaba intacto. Comencé a hacerle el cunnilingus, mientras ella me intentaba desprender de la camiseta. La ayudé y de paso le quité también la minifalda, que era lo único que me podía estorbar en el camino a su sexo. Volví a introducir mi cabeza entre sus piernas mientras ella gemía y gemía.

- ¡Mmm! ¡Qué bueno! ¡Lo que me dijo Mayra era verdad!- así que Mayra se lo había contado todo. Mejor, eso me ayudaría a tenerla excitada.- ¡Ahhh! ¡SI! ¡Joderrrr, qué gusto! ¡Vamos, vamos Vargas!- a mí, cada vez que me llamaba Vargas, me excitaba más y más. Entonces me levanté y le quité la camiseta y el sujetador, lo que me permitió ver unos pechos lindísimos, coronados por dos aureolas marrones, no muy grandes pero con unos pezones duros y rectos, que me pedían a gritos que me los comiese. Así lo hice, mientras con mi mano izquierda le dedeaba y ella se retorcía de placer. Con un espasmo violento, que la hizo arquearse completamente, Julia me llenó la mano de sus jugos. Yo me lamí y relamí la mano mojada, mientras la derecha la sustituía.

- ¡Dioss, Vargas! ¡Ese fue mejor que los que yo me provocaba!- dijo, jadeante. La simple imagen mental de Julia masturbándose ella sola, me llevó a no poder aguantar más la polla en los calzoncillos. Me quité los pantalones y los calzoncillos, mientras con la mano derecha seguía masturbando a Julia. De repente vi su tanga en el suelo, y sin que me viera lo lancé arriba del armario. Yo seguía con mi mano en su concha, ayudada de vez en cuando con mi lengua, que se encargaba sobre todo de su clítoris. Sin que se diera cuenta, cogí un condón de mi cajón mágico y me lo puse mientras ella viajaba al país del orgasmo con los ojos cerrados. Me levanté y enfilé mi verga a su concha. La dejé en la entrada y le pregunté:

- ¿Querés acabar con tu virginidad?

- ¡Métela CABRÓN!- no necesité más, introduje lentamente mi verga en su vagina, llevándome por delante el himen. Julia pegó un grito, que pareció más de rabia que de dolor, y yo empecé el mete-saca. Julia, al ser mayor que la Mayra que desvirgué, no tardó tanto en amoldarse al tamaño de mi miembro.

- ¡Joder, Vargas! ¡Sigue, Vargas!- no sé cómo sabía lo que me excitaba que me llamara así, pero empecé a moverme con mayor rapidez.- ¡Joder! ¡Joder, joder, joder!- era lo único que le salía en ese momento.

- ¿Te gusta?- pregunté, aunque no necesitaba respuesta, su carita lasciva y su mirada lujuriosa estaban envueltas en la máxima expresión del placer sexual.

- ¡Hijo de puta! Llevo dos años esperándote- me gritó a la cara. Aquello me sorprendió, así que Julia también quería que yo la desvirgara. Subconscientemente, deseé que Mayra siguiera haciéndome esa bonita propaganda.- ¡Joder! ¡JODEEEEEEEEEEEER! ¡Qué bueno!- dijo, en pleno orgasmo.

Su cuerpecito adolescente se removía debajo mío, Julia llevaba ya una buena cantidad de orgasmos, y aún le esperaban más. Yo disfrutaba con cada uno de los gritos de placer que Julia tenía, y al cabo de dos minutos, acabé de correrme. No sé qué cantidad de chorros salieron, pero el condón acabó que un poco más y parece un globo de agua. Ya iba a deshacerme de él cuando le pregunté.

- ¿Mayra también te contó lo que hizo con el preservativo?- mi mirada la estaba tocando de arriba abajo, desnudita como estaba. Ella asintió con la cabeza, levantó su cuerpo de adolescente provocativa de la cama y me cogió el condón. Puso su boca en la entrada y lo vertió todo en su boca. Debía haber una buena cantidad, por que hasta un hilillo le salió por la comisura de los labios. Yo lo recogí con el dedo pulgar y ella lo chupó durante un buen rato. Miré el reloj despertador, nos habíamos pasado un buen rato follando, así que le pregunté:- ¿A qué hora tenías que volver a tu casa?

Ella miró el reloj, y vio que eran las cuatro y treinta y dos.

- ¡Joder! ¡Hace media hora!- empezó a recoger su ropa, mientras que yo me ponía unos pantalones y una camisa.

- ¡Vestíte rápido que te llevo!- le dije, cogiendo los dos cascos y las llaves de la moto.

- ¡Mierda! ¿Has visto mi tanga?- decía mientras se iba vistiendo.

- No desde que te lo quité.- y solté una carcajada.

- ¡Mierda, mierda, MIERDA! ¡JODER!- lo estaba buscando por toda la habitación, pero sin mirar arriba del armario.

- ¡Dejálo, ya aparecerá! ¡Si total, con la pollerita no se te ve nada!- después de unos segundos de mirar nerviosa la estancia, claudicó y salió de la habitación cogiéndome el casco rojo.

Yo sabía dónde vivía por que más de una vez había ido con Marta. Así que cogimos la moto y salimos pitando. Durante el viaje, más de un par de veces Julia me apretó el torso como si en ello le fuera la vida. "¿Qué pasó?" pregunté, y sólo respondió "CÁLLATE" con la cara roja. Al irnos acercando a la casa, fui frenando para no despertar a nadie con el ruido. Nos bajamos de la moto y la acompañé hasta la entrada de su casa. El saber que no llevaba nada debajo de la minifalda me dio deseos de poseerla allá mismo, contra la puerta de su casa, pero, afortunadamente, me pude contener. Ella sacó las llaves del bolso y entró en el portal después de darme un beso de campeonato. Cuando volví a la moto, pude ver por qué me había dado esos dos abrazos en el viaje. La fricción del asiento, junto con que no llevaba ropa interior, la habían hecho correrse en la moto. Limpié el asiento con la lengua, deteniéndome por última vez a olisquear el olorcillo de su sexo.

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