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Número 274589

 

Permanezco sentada, abrazándome las piernas, la melena cayéndome por la espalda, completamente desnuda. La pantalla de la unidad informática del barracón ilumina con contrastes azules mi cara y mi cuerpo y, al tiempo, el de las decenas de muchachas que me acompañan en el barracón X-9, igual de desnudas que yo. Unas pocas líneas blancas se abren paso sobre el fondo del color de los antiguos cielos. Ahora los cielos siempre son grises, o rojos, todo según la violencia y cercanía de las explosiones. Con dificultad, leo las palabras escritas en alemán (el idioma oficial del Ejército de la Entente Europea) que hay en la pantalla.

Base avanzada nº 47-SD. Barracón X-9.

Localización: Nuevo Kandahar, República Unitaria de Irán. 65º 22’ latitud este, 32º 12’ longitud norte.

Fecha: 2 de noviembre del 2276

Medidores atmosféricos: Contaminación del aire; nivel naranja. Velocidad del viento; 80 kph. Humedad relativa; 2 %. Previsión meteorológica; Tormenta de Lluvia Ácida en tres días.

Maldita lluvia ácida. Lleva ya dos semanas obligando a los vehículos europeos a quedarse bajo techo. Los tanques de la Entente son más rápidos, ágiles y manejables que los del enemigo, y casi igual de potentes, pero carecen de la fortaleza y la resistencia más mínima, comparados con las poderosas “tortugas” chinas.

- Número 2-7-4-5-8-9. Acuda al barracón 8-R.

La megafonía truena llamándome. Otra vez al barracón 8-R. Levanto mi cuerpo desnudo del suelo, me doy unos golpes en las nalgas para quitarme la arena que se había quedado adherida a mi culo y salgo de la estancia, cambiando las miradas indiferentes de mis compañeras por la lasciva de los soldados. No me importa que los soldados me miren como si quisieran comerme, casi podría decirse que estoy aquí para eso. Soy carne y sólo carne para ellos.

Antes de continuar, miro al cielo una vez más. Los científicos dicen que algún día el sol volverá a asomarse entre los nubarrones negros que van de horizonte a horizonte. Las antorchas encendidas (las luces se apagan toda la noche ante la cercanía de una batalla) son lo único que saca de las tinieblas al campamento más avanzado en territorio asiático de la Entente. El fuego hace desplegarse mi sombra a mi izquierda. Se lee, en su silueta, el cuasi perfecto dibujo de mis curvas. Pechos firmes, no muy grandes, culo duro y redondo, piernas largas, aún más estiradas a causa del capricho de la sombra. Hasta en esas condiciones, se puede notar la redondez de mis labios, el perfecto y recto puente de mi nariz, cada detalle que me otorga el don de despertar la lascivia de cualquiera de los miembros del ejército.

- ¡Un día te podré pillar yo!- dice uno de los soldados, un ucranio de ojos azules y el pelo rapado, en alemán, la lengua en la que fueron educados todos los europeos desde el año 2188.

- ¡Deja de soñar, Duschenko! Está fuera de tus posibilidades. Confórmate con las que nos han tocado a nosotros o te acabarás volviendo loco.

Ése es Figueiredo. Un portugués de cuarenta años, de los pocos que lucharon en la segunda guerra Euro-china. Muchas veces se le puede escuchar hablar de que, cuando él era joven, Siberia aún era poco más que un desierto helado, muy lejos de lo que es ahora a causa del calentamiento global: Una planicie verde que el gobierno de la Rusia asiática tiene pensado convertir en el granero de Eurasia mediante un ambicioso plan agrario. Claro está, cuando la guerra entre las dos potencias que la rodean acabe… Si es que acaba algún día.

No escucho cómo sigue la conversación entre Duschenko y Figueiredo. Llego al barracón 8-R y la puerta se abre automáticamente. Sé quién me espera dentro. O por lo menos una de las personas que me esperan.

- ¡Por fin ha llegado la puta, Kleissmann!- grita el Teniente-coronel Morales nada más verme.

- ¿Seguro que es tan buena como dices?- dice, dubitativo, el capitán alemán, aunque, eso sí, sin quitarme los ojos de encima, relamiéndose al acariciar con la mirada las voluptuosas curvas de las que todo el mundo en aquella base puede gozar cuando se preste.

- Que te lo demuestre ella. Número 2-7-4-5-8-9, enséñale lo que sabes hacer.- Es lo único que soy para ellos, un número. Un número que sabe follar, pero sólo un número.

Con una sonrisa, me voy acercando a Kleissmann, acompañada de un movimiento descarado de mis caderas. Paso los brazos por sus hombros y le muerdo con suavidad el lóbulo de la oreja. Suspira y el aire caliente que se escapa de sus labios me caracolea en los hombros. Su erección, cada vez más dura y caliente, se pega a mi cuerpo incluso debajo de su uniforme militar.

Le soplo en la oreja con dulzura y lo siento estremecerse de pies a cabeza. Me separo un poco, lo justo para besarle en la boca, le permito que saboree mis labios, que juegue con mi lengua, que crea que soy suya. Luego voy desabrochándole la camisa, descubriendo su torso ancho y plagado de vello rubio y rizado que parece crear un camino hacia la zona del bajo vientre.

Mientras le desabrocho el pantalón, voy besándole el torso, jugando con su vello, mordisqueándole levemente los pezones. Kleissmann sólo gime, no sabe dónde poner las manos, se ve llevado por la excitación y me empuja la cabeza hacia abajo. Me arrodillo. Su erección, grande y gloriosa, emerge desnuda cuando le bajo los pantalones hasta el suelo. La rodeo con mi lengua, la rozo, la esquivo, la juego… La piel del capitán está ardiendo.

- Chúpamela ya, joder…- rumia.

Obedezco. He de hacerlo. Me meto su polla en la boca, me llega hasta la garganta. Es grande. Él tiembla de placer. Sus manos me agarran la cabeza y empiezan a dirigirla, arriba y abajo, arriba y abajo. Me folla la boca sin contemplaciones.

- Levanta la grupa, putita…- me grita el Teniente-coronel Morales. Lo hago, expongo a su vista mis dos agujeros y ahora él no tiene más que elegir. Elige, como siempre, el más pequeño.

El oficial español embiste contra mí y me clava de una estocada su polla en mi ano. Gimo. Intento acompasar el trabajo de uno y otro, aprovecho el vaivén de los empujes del español para meter y sacarme la tranca del alemán de la boca.

Me dedico a ellos. Intercalo gemidos y caricias a partes iguales, presionando y liberando sus pollas a mi parecer. Los dedos del teniente-coronel se clavan casi como garras en mis caderas mientras él no deja de follarme.

- ¿Lo hace bien, Jürgen?- Oigo que dice Morales.

- De puta madre, Morales, de puta madre…- es lo único que puede contestar el alemán.

Yo no digo nada. No puedo. Simplemente gimo, con la polla de Kleissmann en la boca y la de Morales en el culo. Empalada por dos pollas que me penetran sin piedad. Aprieto una y otra, las hago latir, las llevo hasta el final. El sudor ya hace tiempo que ha empezado a viciar el aire. Huele a sexo. Gruñe el alemán, ruge el español, se corren los dos en mi interior, temblando como los dos brazos de un diapasón. Vibran y yo vibro con ellos, aún empalada, dejando que disfruten de sus orgasmos.

- ¿Qué te ha parecido?- Dice Morales mientras se sienta, aún desnudo y sudoroso, en su sillón.

- Única. Es perfecta.- responde Jürgen.

- Y eso que no has visto lo mejor.- Morales saca un control remoto de un cajón y me apunta con él. No hago nada por evitarlo, no me han ordenado que lo haga, así que sólo me quedo quieta mientras el oficial aprieta un botón y todo se apaga y se vuelve negro. Ya no escucho, ya no veo, ya no siento, inclusive puede que haya dejado de computar. Cuando quieran volver a gozar, me pondrán otra vez en funcionamiento.

 

*****

Xabier Mazas

 

- ¿Dónde está ese maldito matraz? ¿Dónde está?- Mis pies me llevan sin rumbo por todo el laboratorio. Los nervios se me llevan y no sé a dónde. Mucho estrés, mucho estrés… Esto de ser el científico de todo un ejército es toda una maldición, más aún si te tocaba ir de “campaña” con ellos. Pero bueno, por lo menos mañana vendría mi hija a ayudarme con toda esta mierda.

- ¡Doctor Mazas!

- ¡Coooooñó!- La sorpresa hace que se me escape el palabro en español sin poder evitarlo.

- Quiero hablar con usted, y, por favor, no hable en ese idioma tan obsoleto que le puede caer una buena…- me responde el oficial en alemán, el lenguaje al que estamos obligados a hablar en este ejército que trata de mantener la mentira de que Europa sigue unida a pesar de los poderosos movimientos aislacionistas surgidos en la mayoría de países pertenecientes a la Entente.

- ¿Qué quiere?- le pregunto, sin dejar de caminar de un lado a otro buscando ya-no-me-acuerdo-qué.

- Quiero hablarle de las unidades de desahogo sexual…

- ¿Eh?

- De las putas-robot.

- Ah, bueno. Dígame. ¿Qué estaba buscando yo? ¡Ah, sí! El matraz. ¿Dónde estará ése dichoso matraz? ¡Pero cuente, hombre!

- Simplemente tengo una pregunta. ¿Por qué no tienen… ya sabe… no pueden…?- Vaya.

- Ya le entiendo.- Le interrumpo, me freno en seco y me siento en mi sillón. Va a ser una historia larga. No es el primero que lo pregunta.- ¿Por qué no tienen orgasmos? ¿Era eso lo que quería preguntar?

- Exacto. Tienen saliva para besar, incluso flujo para favorecer el acto. Pueden imitar el movimiento de los músculos vaginales, pueden gemir de placer (según usted, las más modernas pueden sentir placer.) Podrían pasar perfectamente por humanas si no fuera por eso. ¿Resulta de alguna dificultad técnica o algo por el estilo?

- No. Es verdaderamente fácil conseguir que estos robots lleguen al estado del clímax mediante el acto, y que, como todas, aprendan de ello. Desgraciadamente, las pruebas están en nuestra contra.

- ¿Pruebas?

- Siéntese.- El capitán Kleissmann obedece y toma asiento frente a mí.

- Hace casi dos décadas, en la guerra euro-china, pusimos en marcha una campaña de mejora de las unidades X-9. Estas unidades “nuevas” (y “nuevos”, no olvidemos el cada vez más amplio espectro de soldados mujeres o la pequeña parte de soldados hombres homosexuales) eran prácticamente perfectas. Podían reír, podían llorar, podían sentir dolor, podían mantener una conversación sobre algunos temas… Y lo más importante… Aprendían.

- Pero éstas también aprenden.

- No de igual forma. Las X-9.1 tenían una forma de aprendizaje mucho más humana. ¿Si un niño se cae al suelo por correr por un prado, significa eso que ya no va a correr nunca más por el prado para no caerse? ¿Cuándo una persona aprende ciertos datos (la tabla de los elementos, la composición del combustible hidrogenado, o las guerras árabes del siglo pasado), estás seguro que, se lo preguntes cuando se lo preguntes, te va a saber responder a cualquier pregunta sobre esos temas?

- ¿Olvidaban? ¿Unos robots que olvidaban?

- Correcto, y también, y esto fue lo más difícil porque no sabes lo complicado que es buscarle un sustitutivo cibernético a las endorfinas, sabían divertirse. Preferían leer un libro o escuchar música que quedarse horas mirando a una estúpida pantalla azul como las idiotas de las X-9. Es más, eran tan humanas que casi basaban su funcionamiento en el nivel de endorfinas. Y aún más. Su capacidad de decisión era asombrosa, y podían incluso crear vínculos sentimentales con las personas. Y podían mentir, podían engañar para sacar algún provecho para alguien, eran personas. Y normalmente mejores personas que una persona normal.

- ¿Entonces? ¿Cuál fue el problema?

- Ése era el problema. Eran demasiado humanas. Dejaron de ser putas al servicio del ejército y se convirtieron en personas. Los soldados tenían miedo de herir sus sentimientos, o no les gustaba pensar que podían “no dejar el listón suficientemente alto”.

- Si no conseguían hacerlas llegar al orgasmo, se sentían culpables.

- Exacto, y los humanos somos tan gilipollas que odiamos que los robots nos hagan sentir culpables.

- ¿Dejaron de follar con las X-9?

- Correcto. Aumentaron exponencialmente el número de soldados pillados en actos sexuales con otros soldados del mismo o diferente sexo. Aplicando la normativa de la Entente, los soldados fueron licenciados automáticamente. El batallón mermó en un 50% y la Entente se vio obligada a restituir a los soldados licenciados y proporcionarles las versiones antiguas.

- ¿Qué se hizo de las nuevas?

- Se almacenaron para remozarlas como unidades antiguas…

- ¿Dónde?

- Eso, ni yo mismo lo sé.

 

*****

Julia Mazas

 

El pequeño vehículo (poco más que seis ruedas, dos asientos, un volante y un diminuto motor), atravesaba los pasillos de la base subterránea de Teherán a una lenta velocidad de 100 kilómetros hora. El gobierno iraní (quizá prevenido por la Liga de Naciones Islámicas) había sido muy comprensivo a la hora de dejarme pasar por sus instalaciones para llegar a la base donde mi padre tenía su laboratorio. Llevaba un par de años sin verle, por eso me ilusionó tanto recibir esa nota en la que me pedía que viajara a los territorios históricos de los afganos para ayudarle.

Xabier Mazas, mi padre. Aún recuerdo cómo me instruyó en Historia Moderna siempre con una sonrisa, aún cuando mi cabeza no daba para tanto. Pero logró que aprendiera la historia de todo el siglo XXI en, relativamente, poco tiempo. Finalmente, sabía hablar de la caída del imperio estadounidense, del “Cóndor Negro”, de la pujanza de la nueva Liga de Naciones Islámicas, de las conquistas de Irán, de los países desaparecidos (los pequeños estados de Europa deglutidos por las grandes potencias, Israel, Afganistán, Puerto Rico, Guatemala, Honduras, El Salvador…) de las nuevas guerras, de los nuevos bandos, del caos americano… Todo un siglo cabía en mi cabeza, allí donde antes pensé que no cabía ni siquiera un sólo día.

Es una pena lo que ha pasado con este mundo. Y que todo empezara con un ordenador. Maldito "Cóndor Negro"... Héroe para muchos, villano para la otra mitad del mundo. Él solo había iniciado, hace más de dos siglos, el declive del imperio estadounidense, que hoy día se reducía a una multitud de ruinas por la que se peleaba la América restante. Y con la única arma de un ordenador. Todo un continente sumido en el caos, la muerte, el odio... Sacudí la cabeza. No era tiempo de pensar en destrucción. Tras dos años, por fin iba a volver a ver a mi padre. Debía pensar en cosas alegres.

- Ya queda poco.- Murmura, en árabe, el conductor del pequeño coche mientras el camino empieza a inclinarse hacia la superficie. Observo detenidamente a mi acompañante. Es un hombre atractivo, con esa piel morena y sus ojos aceituna. Por un momento, pasa por mi mente la imagen de su piel y la mía chocando. Suspiro.

- Bien.- contesto, también en árabe. Hay que ver lo que han avanzado las cosas. Según mi padre, hace 250 años había miles de idiomas por todo el mundo. Hoy, basta con saber sólo cuatro para entenderse en todo el mundo. El chino, muy distinto al que se usaba en el siglo XXI, a causa de la mezcla con el japonés y el hindi; el alemán, idioma oficial de toda Europa pese a los pequeños reductos geográficos que se negaban a prescindir de su idioma histórico; el árabe, la lengua hablada en toda África y en la zona de Oriente Próximo (Es decir, en toda la Liga de Naciones Islámicas); y el español, vestigio inculto que aún se habla en la zona americana, convertida, desde hace casi dos siglos, en una panda de hienas que no hacen más que enfrentarse entre sí. Cultura del odio, dijo mi padre. “Si siembras vientos, recogerás tempestades. Ellos sembraron tempestades.”

El vehículo llega al final del pasillo. Una puerta metálica cercena el horizonte. Nos bajamos del coche, y el conductor teclea un código en el tablero de mandos. Silenciosamente, la puerta se abre, mostrando el paisaje de la desolación. Ahora entiendo por qué la Liga Islámica permitió a la Entente montar una base en Kandahar sin ningún problema. Aquello ya no es la ciudad floreciente de hacía un siglo. Ruinas. Sólo ruinas.

Un pequeño coche me espera a la salida de la base subterránea de la Liga. Apoyado en él, un militar de toscos rasgos angulares, el pelo rubio y los ojos azules como el cielo de los antiguos.

-   Buenas tardes…- Le digo, en el idioma oficial de la Entente y mi mirada recorre sus galones.- Capitán…

-   Kleissmann… Jürgen Kleissmann.

-   Bien, Capitán Kleissmann… ¿Está muy lejos el laboratorio de mi padre?

-   No realmente. Está al suroeste de la ciudad, a menos de un kilómetro, pero no se puede caminar tranquilamente por esta ciudad.

-   ¿Llama a esto ciudad, capitán Kleissmann?

-   Puede llamarme Jürgen.

-   ¿Llama a esto ciudad, capitán Kleissmann?- repito, señalando el apocalíptico paisaje que se ofrece ante mi vista. Ruinas abandonadas a merced de las guerras y los elementos, edificios más de un siglo vacío de cualquier cosa que no fueran soldados y cadáveres de soldados. Ruina. Sobre todo, ruina.- Esto era una ciudad hasta que tres bandos la eligieron para ser campo de batalla. Ahora… ahora sólo Dios sabe lo que es.

-   Por favor, señorita Mazas, comprenda que…

-   No, no comprendo nada. No intente convencerme de las virtudes de una guerra que me ha alejado de mi padre durante dos años y que quién sabe el número de hijos al que han alejado, de por vida, de sus padres. Y ahora, si me permite, me gustaría ver cuanto antes a mi padre.

Enfurruñado como un niño pequeño, desarmado por mis palabras, hasta parece capaz de inspirar ternura. Estúpidos militares…

-   Suba al coche entonces.

-   ¿Por qué no ir a pie? Dice que no está lejos…- ¿por qué me resultará tan divertido llevarle la contraria a los militares?

-   Si quiere enfrentarse a una legión de saqueadores y minas en su camino, puede ir andando. Yo prefiero sobrevivir a un paseo.- me responde él, arisco.

-   Es verdad. Usted preferirá morir en el campo de batalla, luchando… ¡Ay, perdón! Que los que luchan son los soldados, no los oficiales, que se quedan bien resguardados de cualquier ataque…

-   Suba y cállese.

-   Sí, capitán Kleissmann… lo que usted diga.- murmuro, callando una risita.

 

*****

Jürgen Kleissmann

 

- ¡Julia!- en cuanto el doctor Mazas ve entrar a su hija a la tienda, deja caer lo que tiene en sus manos (dos frascos de líquidos peligrosos, que se estrellan en el suelo despreocupadamente) y corre a abrazar a su hija.

Padre e hija se funden en un abrazo que se lleva alguna que otra lágrima de alegría.

- Bueno, doctor Mazas. Aquí tiene a su hija… yo me marcho.- digo, echándole un último y rápido vistazo a la feliz pareja. Inconscientemente, mis ojos se clavan en las deslumbrantes curvas de Julia Mazas. Joder con la niña. Según su ficha, tiene 20 años, pero ya ha sido capaz de sacarse los títulos de Bioquímica y Medicina becada en la mejor universidad de Europa, siguiendo los pasos de su padre. Por si fuera poco, además de lista, su cuerpo parece fabricado a conciencia para ser la mayor muestra de belleza. Si no fuera tan borde…

Salgo de la tienda sin esperar contestación. ¿Cómo puede ser que el simple hecho de ver las curvas de la joven señorita Mazas haya conseguido calentarme tanto? Noto mi verga chocar con los pantalones, queriendo endurecerse. Desisto de ir a los barracones donde los oficiales tenemos nuestras habitaciones y voy directamente al barracón X-9.

Entrar en ese barracón es profundamente tétrico, contraproducente a lo que está relacionado. Las decenas de mujeres y hombres robots, completamente desnudos, sentados, abrazándose las piernas, en perfectas formaciones cuadradas, esperan una voz que les llame sin mover un “músculo”. Miradas vacías, cuerpos perfectos y tinieblas. La luz azul de la pantalla que ocupa la pared sur no logra más que un tétrico juego de luces y sombras sobre los distintos tipos de pieles, impecablemente escalonados en la formación, de las unidades de desahogo sexual. Vaya nombre para unas prostitutas, por muy robóticas que sean.

Camino entre las indiferentes decenas de cuerpos, y me planto frente a uno en concreto. Piel morena, buena altura, ojos claros, y una gran polla entre sus aparentemente musculosas piernas. Antes de salir del barracón, escojo también otra unidad femenina y les ordeno que me sigan.

Cruzo la base con mi particular corte bisexual. El simple recuerdo de Julia Mazas consigue mantenerme la polla dura. Por eso, cuando entro en mi cuarto, seguido por la desnuda pareja (una de las ventajas de ser oficial, puedes escoger el número de unidades que desees), y me bajo los pantalones, el hombre no tiene ningún problema en tragar mi tiesa polla hasta la garganta.

- Tú, zorra, empieza por detrás.- ordeno a la hembra, una preciosa mujercita hecha a semejanza de una joven (quizá demasiado joven) asiática.

Mientras el hombre me mama la polla y la joven me mete su artificial pero extremadamente realista lengua por el culo, empiezo a pensar en Julia Mazas. ¿Qué tendrá esa mujer?

Sin embargo, la joven doctora desaparece de mi mente cuando empiezo a penetrar el ano de la robot asiática al tiempo que el mío es atravesado por el tieso y gentil bálano del hombre mecánico.

A mis oídos comienzan a llegar los gritos de los soldados. Una nueva ofensiva repelida por los chinos. Una nueva derrota más al saco.

No me importa. Estoy follando.

 

*****

Óscar Figueiredo

 

- ¡MERDE! ¡MON DIEU! ¡MA JAMBE!- Blasfema un soldado francés al que una explosión le ha cercenado la pierna mientras lo depositan sobre uno de los colchones de la enorme y atestada enfermería.

- ¡Recluta Montagny! ¡Use el idioma europeo o le abriré un expediente!- brama, ante la violación del código militar, el Teniente-Coronel Morales.

- ¡SOUCHE MA BITE, FILL DE PUTE!- responde el soldado Montagny, desechando el alemán como idioma.- ¡YAAAARGGHH!

- teniente Morales, deje a los soldados en paz.- replica el doctor Mazas, acompañado de su hija, mientras atiende a los heridos de más gravedad.

- ¡Si fueran verdaderos soldados no les habrían vapuleado! ¡Inútiles!- una bandeja cae al suelo con el estruendo consiguiente.

- Perdonen. Se me ha caído.- se disculpa la joven hija del doctor con un claro mohín de disgusto.

- Teniente-Coronel Morales, será mejor que salga de la enfermería. ¡Será por tiempo para echarnos la bronca!- exclamo, y uno de los soldados rompe a reír, a pesar del dolor causado por la metralla que atravesó su protección y se hundió en su cuerpo.

- Duschenko, no deberías reírte tanto, o acabarás echando esos putos tornillos por la boca.- le digo, desde mi cama, donde la herida de mi brazo espera, desangrándome pacientemente, a que mis compañeros sean atendidos.

- Y tú no deberías ser tan idiota, Figueiredo, casi pierdes el brazo por hacer el estúpido.- me responde el ucranio.

- Tienes razón, debería haber dejado que el francotirador te reventara la cabeza.- reímos los dos, intentando olvidarnos del dolor mientras la doctora Julia Mazas le retira el uniforme empapado de sangre a una soldado compañera para poder vendar sus numerosas heridas. Sus pequeños pechos rebotan levemente al verse libres de tela. Creo que si no estuviera desangrándome, la polla se me pondría dura. Qué lindas tetitas. Mi mente divaga e imagino a la doctora besando lascivamente a mi compañera. Joder. Estoy demasiado pervertido. Esto de poder follarse a las putas-robot de todas las formas posibles y sin queja acaba haciéndote pensar siempre en sexo. Quizá no sea tan malo. Cada vez que salgo allí fuera, me cargaría a todos los putos chinos del mundo sólo para volver a mi barracón y sodomizar a mi puta-robot favorita…

Poco a poco, todas nuestras heridas van siendo atendidas y curadas con rapidez. La medicina ha adelantado muchísimo estos últimos siglos. Ya no hay herida que tarde más de un día en sanar con un buen tratamiento. A los soldados más graves se los llevan a la sala contigua para que el doctor Mazas siga tratándolos. A nosotros nos dejan al cuidado de la doctora y…

Cuando las puertas se abren, y comienza el desfile, lucho por incorporarme y encontrar entre las robots a mi preferida. ¿Seré idiota? ¿Me estaré enamorando de un maldito robot? Sé que no… lo que pasa es que se parece tanto, tantísimo, a María… María, mi cielo, sobrevivo por ti.

Todas las X-9 entran a calmar nuestro dolor y poco a poco cada soldado encuentra pareja. Yo también encuentro a la mía, número 867403, que se acerca hacia mí con un desbordante meneo de caderas. Tal y como me gusta. Las lenguas artificiales comienzan su trabajo. Las pollas se yerguen, los coños se mojan, mi pequeña Robot-María me acaricia la polla lascivamente. Es verla y veo a mi esposa. Aunque jamás pudiera estar con mi esposa en semejante bacanal.

47 parejas comienzan a follar como locos. Duschenko penetra sin piedad a su compañera en cuestión, cuyos sordos gemidos son acallados por la orquesta de “ays”, “ums”, “síes” y “ohs” que resuenan en el barracón. No existe el pudor. ¿Para qué nos serviría allí, en el apestoso y ruinoso culo del mundo?

La soldado que había sido desnudada y vendada por la doctora cabalga sobre su amante de fibras compuestas, sus gemidos son los más sonoros de la enfermería. Más aún que la chica pelirroja que goza los dedos de una robot de su mismo sexo. Más que la robot que comparten Frigioni y Brown, más que la veterana (compañera mía en las dos últimas guerras euro-chinas) cuyo ano se abre al lento vaivén de su adiestrado compañero. Y, por supuesto, más que los de Julia Mazas que, sorprendida por la naturalidad con la que empezó la orgía en su primer día de ejército, lo mira todo con gesto nervioso, traga saliva y, poco a poco, desliza su mano bajo la ropa. Sus mejillas se encienden y un jadeo brota de sus labios.

Sólo en estos casos me alegro de ser europeo.

Con una sonrisa, vuelvo a mi trabajo, penetrar el cálido y angosto coño de la unidad X-9.

El ambiente se vicia de sexo. Los sudores se entremezclan, el aire se sobrecarga de sudores y fluidos. Los cuerpos continúan su sensual baile de pareja. Adelante y atrás, arriba y abajo, de izquierda a derecha, haciendo círculos… las pollas barrenan los coños y los coños enguantan las pollas. El sexo nos rodea.

Casi no respondo cuando escucho el lejano rugido de un motor de avión. El rugido de la muerte. La Muerte que vuela a la base mientras follamos.

Comienzan a sonar las sirenas. Salimos de la enfermería, vestidos únicamente con nuestros fusiles, a tiempo de escuchar los primeros disparos.

 

***

Jürgen Kleissmann

 

- ¡Ataque aéreo! ¡Ataque aéreo!- vocea el vigía de la base, desde su alto puesto de vigilancia y control de los monitores, antes de que una bala le atraviese la frente. Aviones francotiradores. Puta tecnología china.

A esos aviones le siguen los bombarderos. Tres siglos y medio de bombardeos. Sus inventores deben estar brindando con cava en el infierno. El estruendo de las bombas cayendo domina el paisaje. Salgo de mi camarote para ver volar sobre la base los negros aviones chinos. Nuestros antiaéreos van fallando uno a uno, quedándose todos mudos en pocos segundos. Alguien nos ha saboteado. Putos chinos.

Las bombas electromagnéticas, la opción B, son lanzadas con celeridad y decoran el cielo durante medio minuto, nunca más tiempo. Los ordenadores de la base no pueden estar apagados más de treinta segundos. Encendidos, las pinzas les harían lo que le hacen a los aviones enemigos, destrozando sus sistemas operativos. Poco a poco, empiezan a perder el equilibrio y se estrellan, afortunadamente, la mayoría fuera de nuestra base.

- ¡Capitán Kleissmann!- me llama alguien, pero no puedo contestar. Los bombarderos parecen buscar una zona precisa de la base.

Llego a la enfermería, que gracias al cielo ha conseguido mantenerse en pie. Algunos cascotes han caído y las unidades X-9 han quedado tiradas por el suelo, heridas de muerte por las bombas electromagnéticas. Los soldados han salido de allí, supongo que buscando apoyar a los antiaéreos, y el único movimiento llega de debajo de una mesa donde, encogida sobre sí misma, Julia Mazas temblequea asustada.

- ¿Julia?

A mis oídos llega un sollozo desconsolado y sin pausa.

- Señorita Mazas, tranquila, ya ha pasado todo.- La doctora no me contesta, así que doy la vuelta a la mesa para poder acceder a la joven, me agacho y a miro de cerca.- ¿Doctora Mazas?

El abrazo me pilla por sorpresa. Envuelta en lágrimas, Julia Mazas se lanza hacia mí. Sin poderlo evitarlo, caigo hacia atrás y la doctora conmigo. Llora. Se hunde en mi pecho y llora. No puedo hacer más que abrazarla y dejar que se desahogue.

Por la puerta, segundos después, aparece su padre. La visión de las X-9, muertas, desmayadas en el suelo, parece afectarle.

- ¡JULIA! ¿DÓNDE ESTÁS JULIA?- grita desesperado el doctor, en español.

- Está aquí, Doctor Mazas.- no hago siquiera además de reprenderle por faltar nuevamente al código militar.

- ¡Julia! ¿Está bien? ¿Le ha pasado algo?- se acerca corriendo a nosotros y me ayuda a levantar del suelo a Julia, que sigue llorando.

- estoy… estoy bien, papá… No… no me ha pasado nada… pero estaba asustada… y…- Julia no puede vencer las lágrimas.

- Tranquila, mi cielo… ya pasó todo.- Xabier Mazas abraza a su hija mientras yo observo la escena.

- La encontré temblando bajo esa mesa.- le digo, señalándole la mesa metálica de la enfermería.

- Quizá por eso…- oigo susurrar al doctor, que acaba apagando sus palabras en un murmullo ininteligible.

- ¿Qué dice?

- ¡Oh, nada, nada! ¡Mire qué desastre!- dice, observando los cuerpos desnudos y perfectos de las unidades X-9.

- ¿No se podrán reparar?

- Sí, claro… pero todos sus datos se han perdido… habrá que reconfigurarlos todos de nuevo… maldita sea… ¡me costó un mes configurar sus sistemas! ¡Maldición! ¡Putos chinos!

- Sí, putos chinos… aunque ahora tiene usted ayuda.- le digo, mirando a su hija, que no se despega del paternal abrazo.

- Tiene usted razón, capitán Kleissmann.- sonríe con ternura el doctor.

- ¿Cómo están los enfermos?

- ¿Eh? ¡Ah, muy bien! Ninguna bomba ha caído en las dependencias contiguas.

Estoy a punto de salir de la enfermería cuando el doctor me detiene.

- ¡Oiga, Kleissmann!

- ¿Sí?

- Verá, Julia es mucho mejor cocinera que los cocineros de éste ejército, ¿Querría venir a probar uno de sus platos esta noche? Así le agradecería lo que ha hecho.

- ¡Por supuesto! La comida que nos sirven a los oficiales es una bazofia. No quiero ni pensar cómo será la que toman los soldados…

- Está bien… entonces le espero a las diez en nuestra tienda.

 

*****

Augusto Morales

 

- Nos están jodiendo, señores, nos están jodiendo y mucho. Los chinos nos han vapuleado esta mañana y luego está lo de los cañones. Tenemos que encontrar al saboteador antes de que los chinos acaben con esta guerra de la peor forma para nosotros.

- Tranquilo, Capitán Kleissmann. Las bajas del bombardeo han sido nimias, y el gobierno de la Entente ya nos ha prometido nueve batallones más y las suficientes máquinas como para ganar la guerra.- trato de tranquilizar al capitán alemán.

- ¿De verdad? ¡Fabuloso! Ahora sólo es cuestión de esperar a que lleguen los nuevos soldados.- tercia un oficial.

- ¡Y una mierda, Ljubrev! Y hasta que lleguen los batallones ¿Qué? ¿Te crees que los chinos se van a quedar tranquilos mientras les atacamos con todos nuestros hombres? ¿Cómo puede ser así de insensible? ¿Tu hijo está luchando en el ejército y lo único que se os ocurre es traer más soldados? ¿Para qué? ¿Para que mueran más y mejor? Si no encontramos al infiltrado que le está pasando la información a los chinos será como volvernos a dar contra un muro. ¡Y dará igual cuántos seamos! Lo único que cambiará será el número de cartas que tendrás que escribir a las familias de los muertos.

- ¡Capitán Kleissmann, tranquilícese!- bramo, hastiado del griterío insoportable del alemán.

- Perdone, Teniente-Coronel Morales.

- La mayor desgracia de este ataque ha sido el sacrificio de las X-9.- explico.

- ¿Y las siete bajas de hoy? ¿No son la mayor desgracia? ¿O qué pasa?

- ¡Capitán Kleissmann! ¡Silencio! Eran soldados, sabían a lo que se exponían. No son una desgracia. La desgracia es que si no arreglan pronto las X-9 nos podemos encontrar con un motín en toda regla. Habrá que tranquilizar a los soldados e impedir que comience una insurrección por culpa de esos estúpidos robots.

- No creo que los soldados sean tan estúpidos como para perder el control por algo tan banal como las putas robot.

- General Llorente, si es capaz de decir eso, entonces es que no conoce usted bien al ejército.

- Habrá que hacerles llegar a los soldados la mala noticia, ¿no?- tercia un Coronel.

- Sin duda. Hágalo sonar por megafonía y por las pantallas de cada barracón. Empieza una temporada de abstinencia completa. Y ahora, busquemos al espía. Cerrad la base y convocad a todos los soldados. ¿Los mecánicos han terminado de reparar los cañones?

- Sí, han acabado. El que los inutilizó era un simple aficionado.

- Capitán Kleissmann, ese “aficionado” como usted lo llama ha bloqueado todas nuestras defensas y nos ha costado la pérdida de todas las unidades robóticas… Así que no le llame “aficionado”.

 

*****

Ivan Duschenko

 

- ¿Tú qué crees, Figueiredo, están buscando a un espía?

- Por supuesto, Duschenko. Algún hijo de puta nos jodió los cañones para que no pudiéramos defendernos del ataque aéreo.

- Suerte que teníamos las “pinzas”. Por cierto… ¿Tú sabías que las teníamos?

- Jamás había siquiera oído hablar de que las bombas electromagnéticas se podían usar para eso.

- No me jodas, Figueiredo…- suena una voz a mis espaldas. Al girarme, me encuentro con una soldado de unos cuarenta años que se acerca a mí y a Figueiredo.

- Valentina Bojleva… Creía que te habías olvidado de mí…- sonríe mi compañero portugués, enseñando sus blancos dientes que contrastan con su piel morena.

- Oh… ¡Vete al cuerno, Óscar! ¿De verdad no sabías el efecto de las pinzas electromagnéticas sobre los robots? ¿Por qué te crees que somos nosotros los que nos rompemos la cara en las guerras y no los robots? ¡Una pinza de esas lo suficientemente cerca los manda a todos a tomar por culo!

- Yo tampoco lo sabía, que conste…- Digo, para evitar ser sacado de la conversación.

- Es que los hombres sois estúpidos.- ríe la mujer.

- No decías eso en Krasnoiarsk hace quince años.- interrumpe Figueiredo con voz decidida.

Ni yo, ni Figueiredo, y posiblemente ni siquiera Bojleva, esperábamos aquel guantazo que la letona le dio al portugués. Tras un par de segundos de confusión, es Valentina la que habla.

- Que sea la última vez que hablas de Krasnoiarsk.

 Ofendida, Valentina Bojleva da media vuelta y se pierde de nuevo en la muchedumbre de soldados reunidos en la base.

- ¿Qué pasó en Krasnoiarsk?- pregunto, viendo cómo las curvas maduras de Bojleva se alejan.

Figueiredo mira a un lado, a otro, y lanza una furtiva mirada a la tarima desde donde el Teniente-coronel Morales debe dar la charla en unos minutos. Suspirando, se apoya en una pared y, en voz baja, rememora los hechos de Krasnoiarsk.

 

*****

Óscar Figueiredo

 

- Hace quince años se disputaba la segunda guerra Euro-China y, por qué no decirlo, a los europeos nos iba jodidamente mal. Vamos, como ahora. El invierno era asquerosamente frío, desde hacía dos siglos que el sur de Siberia no pasaba un invierno tan frío como aquél. Valentina y yo formábamos parte de una unidad que se había infiltrado en un bosque tras las líneas enemigas. En un principio, éramos diez. Uno de ellos, Sergio Morales.

- ¿El hermano del Teniente-Coronel?

- El mismo. El muy gilipollas tuvo la culpa de que nos descubrieran. Escuchó un animal y creyó que era un soldado enemigo. El bosque se llenó de pronto de balas de su metralleta.

Los chinos nos descubrieron y huimos. Sí, muy poco heroico, pero nos superaban en armas y número. En el bosque, Valentina y yo encontramos una vieja cabaña abandonada, ruinosa, con unos cuantos siglos a sus espaldas, pero que nos sirvió para escondernos de los putos chinos.

- Putos chinos.- ríe Duschenko.

- Sí. Putos chinos. Sin embargo, aquella casa de pronto se convirtió en un paraíso. Cuando pudimos contactar con la base, nos dijeron que tardarían una semana en llegar. Imagínate una semana encerrado en una casa con una mujer como Valentina Bojleva.

- ¿Follasteis?

- Como putos conejos. El primer día nos entregamos el uno al otro sin restricciones. Deberías ver de lo que es capaz Valentina sobre una cama. Nunca, repito, nunca me la han chupado como la chupaba Valentina. Tendrías que oír la de guarradas que me susurraba mientras follábamos. Te lo juro. Sólo con la voz sería capaz de hacer correrse a todo un escuadrón de chinos.

- De putos chinos.

- Sí. De putos chinos.- Los dos estallamos en carcajadas.- De veras, pasamos una semana sin parar de follar. No pensábamos en nada, sólo en follar, una y otra vez. Desnudar a Valentina se convirtió en una religión para mí. Nos acabamos la comida de un mes en la semana que estuvimos encerrados allí porque gastábamos todas las energías en follar. Era increíble. Teníamos 28 años por aquél entonces, y Valentina ya era toda una maestra del sexo. Hasta que, al final… pasó lo que tenía que pasar.

- ¿Qué pasó?

- Cuando el equipo de rescate llegó a la cabaña, nos sorprendieron follando. Desnudos, en la habitación, Valentina cabalgaba sobre mí con furia descontrolada y sin callarse los gritos de placer. Era una máquina de follar.

- ¿Y entonces?

- El sexo entre compañeros estaba prohibido, así que Valentina tuvo que sacrificarse para que no nos licenciaran con deshonor.

“Un momento. Por favor. Si olvidáis que esto ha pasado… yo…”- Imagínate lo que hizo.

- No puede ser verdad.

- Durante horas, sin ningún tipo de pudor, Valentina Bojleva se convirtió en la puta de toda la unidad de rescate. Folló con todos y cada uno de los siete hombres, varias veces, por todos sus agujeros. Fue tratada como una puta, le llenaron cada agujero de leche, mientras yo lo veía todo sin atreverme a para semejante vejación.

- Pero… ¿La violaron?

- Al contrario. Valentina disfrutó como una puerca, sus orgasmos se sucedían, era abrumador ver cómo tres pollas penetraban su cuerpo al tiempo. Su piel pálida y su pelo, como siempre, corto, acartonados de semen, sus pechos pequeños por el entrenamiento militar devorados cada uno por una boca… jamás pensé que aquello pudiera ser posible. Y lo más extraño era que Valentina parecía ser la que más disfrutaba con todo aquello.

En la unidad de rescate sólo había una mujer. Ella y yo nos calentamos tanto que acabamos follando allí mismo, mientras a dos metros de nosotros, Valentina gozaba y gritaba. En ocasiones como éstas, sin unidades X-9, daría un brazo por volver a aquella cabaña y follar de nuevo con Valentina.

- Me he fijado en ella durante las rehabilitaciones. De veras es increíble.

- Y eso no es nada. Y pensar que todo empezó hablando sobre las nuevas X-9 y lo que les haríamos al volver.

- ¿Nuevas? Creí que el diseño de éstas tenía más de treinta años.

- Y lo tiene. Pero en aquella guerra se probaron unas nuevas. Más humanas, más perfectas, más interesantes.

- ¿Y qué pasó?

- Pues lo mismo que con las bombas electromagnéticas. Sólo lo saben los peces gordos. Absolutamente todas fueron retiradas y el proyecto del doctor Mazas fue cancelado. A partir de ahí, se les perdió la pista.

- ¿El doctor Mazas?

- Sí, el diseño de las nuevas fue cosa suya.

- Joder, le podríamos decir que nos hiciera un par.

- Sí, y que fueran como Valentina, ¿No?

- por ejemplo.

Nuestras risas duran hasta que el teniente-Coronel Morales hace aparición y comienza su discurso.

 

*****

Jürgen Kleissmann

 

Maldito Morales. Está como una puta cabra. Cacheos concienzudos, interrogatorios, dios quiera que no haya torturas, a todos y cada uno de los soldados. Además, la segregación de los soldados de ambos sexos en los barracones norte y sur, completamente separados. Idiota. Si lo que quiere es provocar una rebelión molestando al ejército, bien sabe que está a punto de conseguirlo. Ya tienen suficiente los soldados sin poder follar durante un mes para que ahora venga este estúpido a hacerlos pasar una humillación tras otra.

La base es ya mi segunda casa, me conozco cada callejuela de Nuevo Kandahar, y los edificios antiguos remozados para ser convertidos en edificios útiles. La enfermería, los barracones N, y las dependencias del doctor Mazas y su hija.

Cuando llego al edificio propiedad del doctor Mazas, me sorprende encontrar la puerta abierta. Bueno, de todas maneras me esperaban. Paso dentro y la oscuridad se descubre como mi única compañera. Una leve raya de luz se cuela bajo una puerta desde donde me llegan unos susurros. Avanzo y toco a la puerta antes de abrirla. Al abrir… el corazón se me para, los ojos se clavan en el paisaje descubierto. Me quedo petrificado ante lo que mis ojos ven.

- ¿Seguro que no te ha pasado nada?

- Que no, papá… la mesa me protegió.

Julia Mazas, completamente desnuda, de pie, de espaldas a mí, mientras su padre, arrodillado frente a ella, la examina metódicamente, supongo que en busca de heridas.

La visión de la espalda desnuda y el culo de Julia Mazas me dejan sin respiración. La perfección hecha mujer. Su pelo largo, recogido en una única trenza que cae sobre su espalda, parece querer señalar las fenomenales curvas del prohibido trasero de la joven.

- Lo-lo siento.- balbuceo, cerrando la puerta rápidamente mientras Julia y su padre, sobresaltados, tratan de tapar la desnudez de la doctora.

La luz de la habitación en la que estoy se enciende, y me siento en una silla. Casi al instante, el doctor Mazas sale de la habitación visiblemente nervioso.

- Capitán Kleissmann… perdone…

- No, no… la culpa ha sido mía. Lo lamento. Debí haberme esperado fuera.

Julia sale entonces de la misma habitación, terminando de ponerse una camiseta blanca que todavía deja adivinar una franja de piel de su vientre. Está hermosísima. Tras las disculpas de rigor, Julia, aún profundamente avergonzada, se marcha a la cocina a preparar la cena y yo me quedo hablando con su padre.

- Capitán Kleissmann, me veo obligado a preguntarle qué es lo que ha visto en la habitación.

- ¿Eh? ¿Yo? Eh… nada, nada… bueno… claro que he visto algo, pero ha sido muy poco tiempo, yo…

- Pero Jürgen, tranquilícese, joder.- ríe Xabier Mazas.- Estoy completamente seguro que no es el primer cuerpo de mujer desnudo que ve.

- No, por supuesto que no. Pero creo que, con diferencia, es el más perfecto…

Me arrepiento al momento de lo que he dicho. Joder, es el padre de la joven, ¿Qué pensará de mí? Aunque, por otra parte, también es un hombre, debe ser imposible que los encantos de su hija le pasen desapercibidos por muy buen padre que sea.

- tiene razón, y lo sé. Por eso temo por la salud de mi hija, y más ahora que las X-9 se han estropeado. Ya sabe usted que el mejor lugar para una mujer atractiva no es un ejército.

- ¿Qué quiere decir?

- Verá, señor Kleissmann, no puedo obligar a Julia a quedarse dentro de la casa, o a no salir de la enfermería, pero comprenda que mi hija está en una situación delicada. Si estalla el motín que tanto temen los oficiales… la enfermería está al alcance de cualquier soldado rebelado. Es más, estamos en la parte de barracones masculinos. Temo mucho por Julia.

- Quiere que la traslade al barracón de los oficiales.

- Sí. Allí estará segura.

- No sé si debería, además, no hay habitaciones libres, tendría que dormir en la mía.

- Señor Kleissmann, si le he elegido a usted es porque es en el único que puedo confiar. ¿Me hará este favor?

Justo cuando Xabier Mazas calla, su hija aparece por la puerta con una enorme bandeja con un guiso que se adivina apetitoso. Me mira a los ojos directamente mientras me sirve, como intentando decirme algo con la mirada.

- Bueno, ¿De qué le hablaba mi padre? ¿No le habrá aburrido con sus historias, verdad?- dice, alegre, la joven doctora mientras toma asiento al lado de su padre y frente a mí.

- Señorita Julia… debería usted saber que las historias de su padre no son aburridas.- sonrío yo mientras tomo la primera cucharada de la deliciosa comida preparada por Julia.- Mmmm… ¡Sabrosísima! Su padre no exageraba para nada alabando sus virtudes culinarias…

- Ay, capitán…- replica con falso fastidio la joven.- ¿No crees que ya podemos tutearnos?

Los preciosos ojos azules de Julia se clavan en los míos, y de pronto noto un contacto subiendo por mi pierna. Trago saliva y a punto está la cuchara de caerse al suelo.

- Bueno, Capitán Kleissmann, le he estado contando hoy a Julia sus logros en el campo diplomático. No se creía que fuera usted un hombre de paz.

En cualquier otra ocasión, sonreiría. Sí que es cierto que he firmado más tratados de paz que declaraciones de guerra, que tengo más de una medalla por cuidar de las vidas de mis soldados… Pero eso ahora ha perdido cualquier importancia. Bajo la mesa, el pie de Julia Mazas me busca la entrepierna mientras la doctora ríe por lo bajo y su padre sigue hablando. Eso es lo importante. El pie de julia sobándome el paquete y su padre hablándome de España.

Va a ser una noche muy larga…

 

*****

Valentina Bojleva

 

- ¡Siguiente recluta!- brama un alférez.- ¡Boix, Joan!

De la multitud de reclutas surge un frágil y delgado cuerpo masculino que camina inseguro hacia el barracón donde se llevan a cabo los interrogatorios.

- ¡Sala hache!- ordena el vocero mientras otro soldado sale, con visibles marcas de violencia en la cara.- ¡Siguiente recluta! ¡Bojleva, Valentina! ¡Sala be!

Con paso firme, paso junto al alférez y, sin titubear, avanzo por el pasillo adelantando al joven soldado catalán.

- ¿Señorita Bojleva?

- Señora, por favor. Llevo tres años casada.

- Correcto, “señora” Bojleva.- murmura el interrogador con la arrogancia propia de su puesto.

- Mire, teniente-coronel Morales, si me va a preguntar si yo soy el saboteador de un principio le digo que está completamente equivocado.- le respondo con acritud.

- Esa actitud no le va a ayudar, señorita.

- Señora.

- Señora… Desnúdese.

- ¿Cómo?- No puede ser cierta la palabra que he escuchado.

- Me ha hecho sospechar, he de hacerle una inspección de cavidades corporales.

- ¿Está de broma?- Sin dudarlo, me levanto indignada y me dirijo hacia la puerta. El grito del teniente coronel me frena.

- ¡Señora Bojleva, si sale por esa puerta, yo mismo me encargaré de que sea fusilada por traición a la patria!

Sin mostrar una sola expresión en mi cara, no pienso darle esa satisfacción, doy media vuelta y comienzo a desabotonarme el uniforme. Maldito hijo de puta. ¿Por qué? ¿Por qué tiene que ser así? ¿Por qué tengo que ser así? ¿Por qué me excita todo esto?

Cuando me quedo en ropa interior, Morales saca al aire su ariete y muerde con voz tajante un:

- Mámamela, puta.

Sintiendo mis bragas humedecerse, me arrodillo y obedezco. Como si fuera una de esas putas X-9 fritas por la pinza electromagnética. Simplemente obedezco.

 

*****

Julia Mazas

 

La noche es muy oscura, la base está siniestramente vacía. Empiezo a tener miedo.

- Todos los soldados están en la plaza principal, ante los barracones de los interrogatorios.- me explica Jürgen.

Afino mi oído y logro escuchar al encargado de llamar a los soldados.

- ¡Siguiente recluta! ¡Carrière, Monique! ¡Sala be!

Un escalofrío me recorre la espalda. Quién sabe lo que estarán sufriendo esos soldados. Maldita guerra. Mil veces maldita guerra.

Llegamos a la zona de los oficiales. Se nota porque el horizonte de edificios comienza a estar más cuidado, más limpio, más seguro. Jürgen saluda al vigilante y éste abre la puerta del muro. Pasamos dentro y pronto nos introducimos en el barracón de los oficiales. Al pasar al interior de la habitación del capitán, puedo observar el lujo en que viven los oficiales, contrapuesto a las condiciones de los soldados. Observando mi cara de fastidio para con su enorme habitación, Jürgen me dice:

- Pues deberías ver la del teniente Coronel. Yo, por lo menos, he dado la mitad de los muebles a los barracones de los soldados. Puede preguntárselo si quiere.

- Joder, Jürgen… te he dicho que me tutees. No me hagas parecer vieja antes de los 21, coño.

El Capitán Kleissmann parece sorprenderse de la franqueza de mis declaraciones.

- Está bien, está bien, Julia. A ver, tú dormirás en la cama de allí…- me señala una pequeña dependencia separada del resto de la habitación por una estrecha pared.- y yo dormiré en este saco de campaña.- extiende sobre el suelo un saco de dormir bastante nuevo. Supongo que él no suele salir mucho de campaña.

- Está bien…- respondo divertida.

Me acuesto en la cama y miro por la ventana, soñando con que algún día una estrella se cuele por entre las nubes de humo que cubren el planeta. ¿De verdad que un día hubieron estrellas en el cielo? Un sonido me saca de mis ensoñaciones. Jürgen se pelea con el incómodo fardo, removiéndose de un lado a otro.

Se debe sorprender mucho cuando, tras algunos meneos más, abre los ojos y me encuentra a su lado, tumbada en el suelo, mirándolo directamente a los ojos.

Enciendo la luz con el control remoto. Mi cuerpo desnudo acapara la mirada de sus ojos, y el diplomático capitán parece haber perdido la capacidad de hablar. No importa. Esta noche no la va a necesitar. Lo beso con pasión y nuestras dos lenguas se juntan, aprendiendo a comunicarse con algo más que el desafinado idioma cacofónico que nos han obligado a aprender en Europa desde hace décadas.

Con suavidad, lo llevo hasta la cama y lo desnudo. Su verga es un ariete que apunta al cielo. En su balanceo hay un encanto casi hipnótico.

- No… no deberíamos. Está prohibido.

Sin responderle, no dudo y me lanzo a mamársela. Lamo, chupo, no quiero dejar centímetro sin tocar. Jugueteo traviesa con sus testículos, mientras él calla. Se estremece como la hojarasca mecida por el viento. Comprendiendo que no necesito su ayuda para saber chupar, deja caer sus brazos a los lados y se abandona a las caricias libertinas de mi boca. El dedo corazón de mi mano derecha se cuela sin dificultad hasta la segunda falange en el ano de Kleissmann.

Pocos, muy pocos minutos de trabajo después, el alemán estalla en mi boca con un gemido apagado. Trago sin problema y lamo el enorme falo del capitán hasta dejarlo limpio de todo lo que no sea mi propia saliva, y erecto nuevamente dispuesto a otra descarga.

Kleissmann se levanta de la cama y me tumba a mí en ella.

- No deberíamos…- dice, mientras me abre las piernas y me acaricia mi sexo ya húmedo.- Está prohibido…- susurra, mientras apunta su tiesa polla hacia mi sexo y me penetra dulcemente.- No deberíamos estar haciendo esto.

El primer gemido se escapa de mi boca. Placer. Mucho placer. Esa gruesa verga me llena y yo me retuerzo de gusto. A cada embestida me parece ver las estrellas. Esas estrellas cuya visión los humos cercenan y que ahora me llenan la cabeza. Durante varios minutos, Kleissmann me penetra sin piedad, arriba y abajo, y yo gimoteo de gusto.

Cambiando de postura, el alemán se arrodilla y, agarrándome las piernas, las sube hacia arriba hasta que nuestras pelvis se vuelven a chocar y su polla, bien dirigida por su mano libre, se hunde de nuevo en mí. No es una postura cómoda, pero cuando él coloca una mano sobre mi vientre, presionando, y su otra mano encuentra mi clítoris al tiempo que me sigue penetrando, la comodidad pasa a un discreto segundo plano y el placer se adueña de la escena. Noto la verga de Kleissmann frotarse, sobretodo, con la parte superior de mi coño, tocando puntos que me arrancan jadeos y gemidos sin pausa. Cierro los ojos, el corazón se me acelera, la respiración enloquece, mi cabeza se llena de cada vez más estrellas… Pero las estrellas se convierten en soles, los gemidos en gritos y el placer se trueca en un orgasmo que me lleva hasta el infinito.

- ¡SÍIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII!- grito, en pleno éxtasis.

Unos segundos después, con un gruñido, Kleissmann vuelve a acabar en mi interior.

Nos quedamos abrazados hasta que él se duerme.

Desembarazándome de su abrazo con cuidado, me visto y salgo de la habitación, dejándolo dormido.

Es hora de continuar con el plan.

 

*****

Xabier Mazas

 

Cielo santo. No puede ser…

Las explosiones magnéticas han dañado gravemente, pero no completamente las memorias de las unidades X-9. Un robot jamás olvida, es por eso que cada cosa que las y los X-9 ven u oyen se les queda grabado en el disco duro.

Pero ésta…

- Tú sabes el mayor secreto de esta base, pequeñita…- digo, mientras acaricio la cabeza de la robot inconsciente y observo la extraña sucesión de imágenes en el ordenador. Los archivos están dañados, pero estoy seguro que podré repararlos.- Quiero saber todo lo que tú sabes… Enséñamelo, preciosa… hazlo por papá…

 No tenía que haber enviado a Julia a buscar en los archivos centrales. La información está aquí, en las cabezas de los robots. Con celeridad, saco mi comunicador y llamo a mi hija.

- ¿Papá?- me susurra en voz baja. Está claro que ya ha puesto en marcha su incursión.

- Julia, vuelve cuanto antes a la habitación de Kleissmann, lo que he descubierto aquí tiene más valor que los archivos de Morales. Si los necesito ya podrás ir otra vez mañana. Ahora sal de ahí.

- Entendido…- me contesta.

- ¡Eh! ¿Hay alguien ahí?- escucho una tercera voz. La del teniente-coronel Morales.

- ¡Mierda!- blasfema mi hija, y la conexión se corta.

- ¡JULIA!- mi comunicador cae al suelo, rompiéndose.

No. Mierda. Por favor, no. Por favor, Dios mío, protege a mi Julia…

 

*****

Augusto Morales

 

Llevaba tanto tiempo sin follar con una mujer de verdad que casi se me había olvidado. Aunque hoy me lo he cobrado con creces. Esa Valentina Bojleva… es impresionante. Menos mal que las salas están insonorizadas, si no, creo que mis compañeros se hubieran llevado la sorpresa de escuchar a Valentina Bojleva soltar la mayor sarta de sucios gritos en todos los idiomas conocidos. Es increíble la cantidad y calidad de las cosas que excitan a esa guarra letona. Por simple recato no diré las veces y las formas en que me he follado a esa preciosidad cuarentona. Ahora entiendo por qué, hace años, mi hermano pequeño estaba loco por ella. Eso que no sabía cómo follaba. Tras ella, Monique Carrière y Paula Figueres me han sabido a mierda. Pero de todas formas me las he follado. Apostaría a que a la tal Paula le he desvirgado el ano. Qué apretadito lo tenía. Me ha exprimido la polla la muy zorra. Se ha ido llorando a moco tendido. No podrá sentarse en varios días. Que se joda. Si hubiera sido tan displicente como Bojleva…

Por hoy hemos acabado los interrogatorios. Mañana seguiré follándome a estas putas. Ahora que han perdido a sus queridos machos X-9, será mucho más fácil doblegarlas a mis deseos. Es ilícito. Sí, ¿Y qué? También se supone que es ilegal matar a un hombre y aquí en el ejército te dan medallas por ello.

Llego a los barracones de los oficiales y atravieso el pasillo canturreando alegremente. Hoy todo me ha salido rodado.

Un momento… La puerta de mi habitación está abierta. Yo SIEMPRE la dejo cerrada.

- ¡Eh! ¿Hay alguien ahí?- desenfundo la pistola y camino hacia la puerta, lentamente, cuidando de que nadie vaya a salir de mi departamento. Al llegar a la puerta, apunto hacia dentro, dispuesto a disparar. Lo que allí veo, me hace bajar el arma automáticamente.

- ¿Julia Mazas?- la hija del doctor de la base está ante mí, desnuda y preciosa como un ángel. Me mira con gesto avergonzado desde el centro mismo de mi habitación.

- Verá, Teniente-Coronel…- comienza la joven, con lengua de trapo.- me he colado en su despacho porque… desde que lo vi… eeehhh… no sé… no es propio de mí… ¡por favor, no se lo diga a mi padre!

- Pero qué pasa, mi niña, ¿Por qué estás así?- La doctora parece azorada, temerosa, al borde del llanto. Como una niña asustada.

- Aproveché que usted estaba interrogando a los soldados para venir aquí y…- Julia calla y no prosigue la frase.

- ¿Y… qué?- Cielo santo, ¡cómo puede tener un cuerpo tan perfecto!

- Y… masturbarme… Teniente Morales, me pone usted muy cachonda. Sueño con que me folle, pero sé que eso contradeciría las normas y no me he atrevido a pedírselo nunca…

- Pequeña…- la simple mención en boca de Julia Mazas del verbo “masturbarse” unida a la gloriosa visión de su cuerpo desnudo, hacen que aguantar la polla en mis pantalones me empiece a resultar imposible. He de pensar en algo. No quisiera perder la maravillosa oportunidad que Dios me ha puesto ante mí.- Verá, señorita Mazas, los doctores, como tales, forman parte del ejército y deben seguir sus normas, por supuesto. Pero su padre goza de una condición especial. Ha venido a Nuevo Kandahar no como doctor, sino como científico, y usted, como su ayudante, recibe el mismo trato… Y en las nóminas del ejército no se contempla el puesto de científico…

- Entonces…- la cara parece iluminársele a la niña de Xabier Mazas.

- Sí… no hay norma que nos impida follar.- Julia salta, palmotea y se lanza a por mí. Me abraza y me besa con una pasión impropia de su inocencia.

No tardo en desnudarme, con mi polla erectísima, clamando por hundirse en las entrañas de la pequeña hija de Xabier Mazas. La pequeña universitaria, qué poco sabrá de la vida y lo que va a tener que aprender aquí en el ejército.

La llevo hasta la cama y la hago sentarse en el borde. No se puede empezar fuerte con una chiquilla como Julia Mazas, que es todo ternura. Cuántas veces deseé tener a una mujer así, una niña inocente a la que adiestrar en el sexo. Le ordeno abrir las piernas y me arrodillo entre ellas. La empujo hacia atrás y su coñito se abre, pequeño y rosado, ante mí.

Julia tiene aspecto de virgen, pero bien sé que en las universidades, las vírgenes duran poco, afortunadamente. Prefiero hacerla disfrutar de un goce completo sin tener que hacerle ningún tipo de daño.

Acaricio suavemente el suave y rosado sexo de Julia, que no tarda en humedecerse. El flujo empapa sus labios vaginales y los hace brillar lascivamente. El clítoris surge con rapidez y mi lengua se encarga de darle el placer merecido. Los lúbricos sonidos acompañan al flujo y a la saliva que se mezclan. Julia comienza a respirar con dificultad, así que aprovecho, junto dos dedos y los cuelo con dificultad en el estrecho chochito de Julia, que se remueve de placer.

- ¡Oh, sí, teniente Morales! ¡Me encanta lo que me hace!- gimotea la joven, mientras su sexo no deja de lubricar, embadurnándome los dedos de su flujo transparente. Una mano va a acariciar su vientre mientras el corazón y el anular de mi otra mano se agitan en el interior de Julia. Los gemidos de la boca de Julia crecen y crecen.

- ¡Oh, sí! ¡Oh, Dios! ¡Joder qué gusto!- brama la niña, gozando como nunca. Así, mientras presiono su vientre y me encargo de masturbarla con la otra mano, Julia estalla. Su grito, de no estar los barracones construidos con un material fono-absorbente, se hubiera escuchado a millas de distancia.

El orgasmo le azota hasta dejarla desfallecida sobre la cama. Varias descargas han recorrido su cuerpo, dejándola desmadejada sobre el lecho. Abriéndola de piernas, y colocándola en el centro de la cama, comienzo a penetrarla mientras ella sólo puede gimotear de placer.

Jamás pensé que Julia Mazas fuera tan sumamente deliciosa.

 

*****

Julia Mazas

 

Antes de que amanezca, me levanto y me visto, esperando volver a la cama de Kleissmann antes de que se dé cuenta. Morales duerme como un bendito. Ese hijo de puta sabe cómo volver loca a una mujer. ¡Qué cabrón! El orgasmo que anoche me causó fue bestial.

Me cuelo de nuevo en la cama de Kleissmann, que abre los ojos en cuanto me tumbo a su lado.

- ¿has dormido bien, Jürgen?

- Debo haber muerto mientras dormía. Jamás me había despertado al lado de un ángel.

Sonrío tontamente tras el piropo de Kleissmann. No sé qué decir. Normalmente soy yo quien desarma a la otra persona con las palabras.

- Idiota.- le digo, bromeando.

- Será mejor que nos vistamos, ¿No? Tu padre debe estar esperándote.

- ¿Ya me vas a dejar sola?- No sé por qué digo eso. ¿Debería importarme que Jürgen Kleissmann me deje sola?

- Digamos que tras el bombardeo de ayer, han decidido poner a un oficial cuidando la enfermería así que no estarás del todo sola.

No puedo más que alegrarme. La sonrisa inunda mi rostro. ¿Por qué será que con Kleissmann me siento protegida? ¿El episodio de ayer puede haberme cambiado? El bombardeo me enseñó, por primera vez en mi vida, lo que es el verdadero miedo. Y fue Jürgen quien fue a mi rescate. ¿Es simplemente que siento que le debo algo? ¿O hay algo más?

- ¿Te parece que antes de irnos bauticemos el día?- le murmuro al oído, mientras mis manos viajan por su espalda, hasta rodear las suaves y prietas nalgas de Jürgen. ¡Qué apetitosas parecen!

- A mí me parece muy bien…- responde, sonriente, el alemán, al tiempo que su polla comienza a despertar entre nuestro abrazo, abriéndose paso entre los dos cuerpos en su crecimiento.

Cuando Jürgen me penetra, vuelvo a ver las estrellas en el cielo. Sólo que, esta vez es de día. “Julia, idiota”, me digo… deja de pensar estas idioteces. Pero no puedo. Más rápido que nunca, llego al orgasmo mecida por el compás rápido de Jürgen. Y sigo pensándolo. Me gusta. Jürgen Kleissmann me gusta mucho. Tal vez, sólo tal vez, me esté enamorando de él.

 

*****

Xabier Mazas

 

- ¡Papá! ¿Estás ahí?- la voz de mi hija llega a mis oídos con total nitidez. Me cuesta unos segundos darme cuenta que no es un sueño. Me giro y la veo venir con Kleissmann.

- ¡JULIA! ¡JULIA CARIÑO!- salgo hacia la pareja y abrazo a mi hija como si no la hubiera visto en años.- ¿Cómo…?- Noto que Jürgen nos acompaña, así que me veo obligado a cambiar la pregunta.- ¿Cómo has pasado la noche?

- Maravillosa, papá, Jürgen es todo un caballero…- sonríe mi hija. Y cuando ella sonríe, estúpidamente, yo también sonrío.

- Muchísimas gracias, capitán Kleissmann.

- Ningún problema. Al contrario.

- ¿Cree usted que podrá pasar las noches allí, mientras dure esta locura del espía?

- Por supuesto, lo que haga falta.

- Ah, papá…- tercia Julia.- ¿Sabes que Kleissmann va a quedarse a vigilar la enfermería?

- Maravilloso.- Digo, callándome lo que en verdad pienso. Con lo que hacemos en la enfermería contigua, no me siento muy cómodo teniendo a un oficial al lado.- ¡Ah, Julia, lo que te quería enseñar ayer…! Capitán Kleissmann, ¿Podría quedarse cuidando de los enfermos de esta enfermería son sólo dos y están descansando, mírelos…?

- Por supuesto, Doctor Mazas.

- Oh, llámeme Xabier.

- Entendido.

Con Julia siguiéndome, paso a la dependencia contigua, donde me encargo de verter la información de todas las X-9 a mi ordenador central.

- Observa.- le digo, pulsando sobre un archivo de vídeo que se abre automáticamente.

Empieza un despliegue de imágenes de mala calidad, en las que un oficial parece escribir algo.

- Éste es la que salvé del “cerebro” de la número 567230. Y éste es el mismo archivo reparado.- pulso en otro archivo de vídeo que sigue los pasos de su compañero y también se abre automáticamente.

 

“Tanques de 100 millones de euros. Menudo despilfarro…- decía, en el video, el teniente-coronel Morales al teléfono.- y todo para que esos putos chinos nos minen todo el camino y nos inutilicen los tanques. Y una mierda. Por 50 millones podemos comprar tres a los árabes. ¿Cómo que qué pasa con el dinero que sobre? Joder, Hrolf, como si no lo supieras. 60-40. ¿No habíamos quedado así?”

- Cielo santo- exclama Julia.- ¡Eso es un robo en toda regla! ¡Desviación de fondos! ¡Hijo de la gran puta!

- espérate, cariño… aún no has visto nada.- le digo, mientras Morales se vuelve hacia la cámara, como si nos hubiera visto a Julia y a mí.

“- Un momento. ¡Joder! ¡No está apagada! ¡Esta zorra no se ha apagado! ¿Cómo le borro la memoria a la X-9? ¿Cómo que no se puede? Hrolf, más te vale que haya una forma o…- acercándose hasta poder echar el aliento sobre la cámara, Morales apaga el terminal de la X-9 y la pantalla queda en negro.”

 

- Julia, necesitamos la factura de los árabes para hundir a Morales. Por fin podremos acabar con ese hijo de puta.

- Sí, papá. Esta noche.

 

*****

Óscar Figueiredo

 

Los interrogatorios se han reanudado. Afortunadamente, yo y Valentina ya los hemos pasado.

- Bojleva, perdámonos por un barracón desierto.- le susurro al oído, cuando la encuentro sola, patrullando por una calle desierta de la ciudad.

- ¡Estás loco, Óscar! ¿Sabes lo que puede pasar si nos pillan?

- Ya lo vi una vez.

Valentina está a punto de soltarme otro guantazo, pero esta vez la agarro y se lo impido.

- Ahora vas a seguirme hasta el barracón del suroeste, ahora está vacío. Allí te follaré de todas las formas que se me ocurran.- sin una palabra más, salgo a paso ligero hasta el sudoeste de Nuevo Kandahar. Sin volver la vista atrás ni una vez, entro al barracón y espero. Ocho segundos después que yo, Valentina Bojleva atraviesa la puerta y comienza a desnudarse hasta quedar en ropa interior.

“A esas tías les va el rollo fuerte, Figueiredo, hazme caso. Tienes que tratarla como a una puta y la tendrás cachonda perdida.”- Jamás pensé que Duschenko entendiera de estas cosas.

- La ropa interior también. Quítatela. Quiero ver tu cuerpo de puta.

Valentina me mira con rencor, pero obedece sin chistar.

- Ahora, vas a bajarme los pantalones y me la vas a mamar hasta que me corra. Y más te vale hacerlo bien.- no me reconozco. ¿De verdad soy así de cabrón? ¿Es Valentina la que me provoca? Jamás si quiera soñé con hacerle esto a una X-9. Quizá porque siempre elegía la que me recordaba a mi esposa y a mi esposa jamás le haría esto. Pero Valentina…

No dejo de verla en Krasnoiarsk, desnuda, recibiendo polla por todos los lados, gozando con otros cuando durante una semana sólo había gozado conmigo. La odié. Y la odié tanto que desde entonces quiero follármela otra vez.

Mi verga ya recibe el lascivo tratamiento de la lengua de Valentina. ¡Cómo chupa la condenada! Su lengua lame de la base a la punta, mi tiesa polla, entreteniéndose en el frenillo, lo que me hace temblar de placer. Joder, Valentina. Mientras me la chupa, Valentina baja una de sus manos a su sexo y comienza a masturbarse.

- ¿Quién te ha dicho que puedes masturbarte?- la vena sádica fluye por mi cuerpo sin dificultad. Valentina automáticamente deja de meterse los dedos y continúa mamando polla que es un primor.

No tardo en correrme en su boca. Sin dejar escapar una gota, Valentina traga.

- Maravilloso…- le digo.- Ahora, mi putita, prepárate para una sorpresa.

La mujer se pone en alerta, me teme, la polla me vuelve a ganar firmeza sintiendo esa sensación. De pronto, la puerta se abre y entra Duschenko.

- ¿Qué te parece, Iván? ¿Podrá con los dos a la vez?- me río, señalando a Valentina que, desnuda en el suelo, no se atreve a moverse. Solamente nos mira.

 

*****

Jürgen Kleissmann

 

Sin trabajo en la enfermería, decido irme a pasear un rato. Julia dice de acompañarme y acepto encantado. Paseamos por la ciudad más desierta que de costumbre. Un riachuelo desciende su agua helada por un sinuoso cauce que lo llevará a morir a unas aguas mayores. Esa es la directriz de un soldado. Morir por una causa mayor.

- Es hermoso ver el agua correr, sin preocupaciones, disfrutando de los peces y animalitos, ¿No?- dice, jovial, Julia.

Cierto. Tiene toda la razón. El río es hermoso precisamente en su correr, no en su final. Esta mujer tiene tanto que enseñarme. Me vuelvo hacia ella y enfrento su azul mirada con la mía. Cielo santo. Hacía casi veinte años que no estaba en una situación como ésta. Inspiro profundamente, Julia me mira fijamente a los ojos, me inclino, se aúpa para llegar a mis labios…

El beso, con un cantarín arroyo que no sabe de finales ni de muertes y sí de peces y alegrías, es perfecto. Hay amor en ese beso. Anoche hubo muchos, pero todos estaban borrachos de pasión, el amor no acababa de encontrar su sitio. Pero ahora, en este, mientras nos besamos, sentimos el amor flotar en de un labio a otro, de una lengua a la otra…

Cuando nos separamos, nos sonreímos como bobos y seguimos nuestro paseo, agarrados de la mano como dos adolescentes.

 

*****

Augusto Morales

 

La noche ya ha caído cuando unos gritos me sacan de mi merecido descanso después de follarme a otras cuatro reclutas. Además, había tenido el honor de desvirgar a una de ellas, supongo que una de esas sucias lesbianas. A ver si enseñándole lo que era una buena polla la hacía volver al camino recto.

- ¡Teniente-coronel! ¡Teniente-coronel! vea usted mismo…- Exclama mi sub-oficial agitando unos papeles.

Cuando mi sub-oficial me enseña los foto-vídeos, no hace más que confirmarme lo que pensé al ver salir esta mañana a Kleissmann acompañado de Julia. Así que la pequeña Mazas ha querido jugar conmigo… muy bien.

- Haga llamar al capitán Kleissmann.- le ordeno a mi subalterno, mientras me repantingo en mi silla, esperando ver cumplido mi plan de una vez por todas y sin molestias.

Jürgen Kleissmann aparece en la sala de gobierno con celeridad.

- ¿Me buscaba, teniente-coronel Morales?

- Capitán Kleissmann, creo que ya he encontrado al saboteador.

- ¿De verdad?

- Por supuesto y le he llamado porque quiero que sea usted quien lo capture.

- Agradezco su confianza, teniente-coronel… mas pienso que si ha sido usted quien lo ha descubierto… el mérito debería ser todo suyo.

Maldito estúpido altruista.

- El espía es nada más y nada menos que Xabier Mazas. Fielmente ayudado por su hija, claro está.

- ¿CÓMO? No, es imposible, señor. El doctor Mazas es un hombre íntegro y fiel…

- ¿De verdad? Observe este bando. ¿Le suena la cara que hay en él?

Lentamente, deslizo sobre la mesa un foto-vídeo de busca y captura contra Xisco Mateu, perteneciente a una de las organizaciones ilegales aislacionistas más fuertes de toda Europa. El asombroso parecido de Xisco Mateu y Xabier Mazas pasa por algo más que una casualidad.

- ¿Xisco Mateu?

- Hemos buscado, y no hay documentación sobre Xabier Mazas antes del 2053. Justo cuando se le pierde la pista a Xisco Mateu.

- Pero… no puede… no puedo… no puedo creerle…

- Ese grupo terrorista es culpable de cientos de boicot a actos del gobierno… ¿Aún no me cree?

En ese instante, la alarma de mi reloj, conectada con el fichero de mi habitación, saltó.

- Observe esa pantalla.- le indico al Capitán.

En ella, una mujer abre y rebusca en unos ficheros en la oscuridad. Si no fuera porque la cámara está en modo nocturno, sería imposible verla más que por la débil barra de luz que lleva para iluminar, al menos, los nombres de los expedientes que coge.

- Es…

- Sí, es su querida Julia Mazas. Ahora mismo está husmeando en mis cajones. Obviamente, no va a encontrar ninguno de los expedientes que está buscando, supuestamente para vendérselos a los chinos. Yo mismo he salvado todos mis documentos. Ahora… ¿Me cree?

- No tengo más remedio.

 

*****

Ivan Duschenko

 

Increíble. Valentina goza sin pudor, con su coño taladrado por la polla de Figueiredo y su culo abriéndose lenta y constantemente al embate de la mía.

- Oh, joder… oh, joder… no puede ser, no puede ser… ¡¡¡DIOSSSSSSS!!!- Valentina Bojleva estalla en un orgasmo brutal, haciéndonos temblar a Figueiredo y a mí, al sentir sus dos agujeros penetrados hasta el fondo.

- Venga, Ivan, una tú y una yo.- me dice mi compañero y, lentamente, voy sacando mi polla de su ano para metérsela luego de un solo empujón.

- ¡JODER!- se estremece de gusto la letona antes de que Figueiredo repita mi movimiento y, sin poder evitarlo, la mujer estalle en un nuevo orgasmo.- Increíble. No puede ser, no puede ser. ¿Cómo puede ser capaz? Van cuatro, joder, van cuatro…- cuenta los orgasmos nuestra puta desde que empezamos.

- Y más que van a caer, pedazo de guarra.- le digo al oído mientras Figueiredo y yo empezamos al tiempo un furioso metisaca que hace golpearse entre sí y con la zona del peritoneo de Valentina a nuestras pelotas.

- ¡no! ¡Por favor! ¡Más lento, más lento! ¡Más…! ¡¡MIERRRRRRDAAAA!!- Valentina estalla nuevamente en un orgasmo atronador. Es increíble la capacidad de esa mujer. El sentirse vejada, humillada, impotente, es para ella el mayor afrodisíaco que se puede pedir.

Tardamos mucho, mucho tiempo en corrernos dentro de Valentina porque, cuando uno se nota próximo al orgasmo, se detiene y permite que sea el otro quien se encargue de arrancarle el placer a pollazos a Valentina.

Al llegar a siete orgasmos, Valentina deja de contar y se dedica a gozar.

 

*****

Xabier Mazas

 

- ¿Cómo vas, Julia?- susurro al comunicador, reparado, con el que contacto con mi hija.

- No encuentro nada, Papá. Sólo hay papeles inservibles… Me parece que nos ha olido…

- Sigue buscando, por Dios, Julia, hay que vengarse de ese hijo de puta.

- ¿Doctor Mazas?

- ¡COOOÑÓ!- el comunicador se me resbala de las manos por culpa del sobresalto, aunque lo agarro antes de que pueda estrellarse en el suelo.

Me giro hacia los visitantes y me encuentro a cuatro soldados.

- Y… ¿Qué se os ofrece?

- Queda usted detenido por traición, sabotaje y espionaje.

- ¿QUÉEEEEEEE?- No puede ser verdad.- ¡JULIA! -Trato de hablar con ella por el comunicador antes de que los soldados me esposen, pero lo que me llega no es, sin duda, lo que querría escuchar.

- Señorita Julia Mazas.- retruena una voz autoritaria.- Queda usted detenida por traición, sabotaje y espionaje.

- Mierda. Mierda. Mierda, mierda, mierda…- blasfemo mientras los soldados me ponen las esposas.

 

*****

Julia Mazas

 

- ¡Papá!- grito, cuando veo entrar a mi padre, igual de inmovilizado y custodiado que yo, en la sala de mando de la base.

- ¿Qué hacemos aquí?- les pregunta mi padre a los carceleros, que se mantienen mudos en sus caras de piedra.

- Vaya, vaya… Creí que jamás volvería a ver a Xisco Mateu…- suena una voz, entrando por la puerta y colocándose entre mi padre y yo.

- ¡Morales! ¡Cerdo de mierda! ¡Suéltanos o…!

- ¿O qué, pequeña? ¿Me volverás a follar?- los cuatro guardias se tienen que esmerar en detenerme porque estoy a punto de saltar sobre Morales e hincharlo a patadas.

- ¿Julia? ¿Tú…?- la cara de dolor de mi padre se me clava en el alma.

- No tenía otra salida, papá… perdóname.

- Tranquila, hija. Maldito cabrón. Te arrepentirás de haber matado a mi esposa hace veinte años.

- No haber sido unos terroristas malos malosos…- ríe el cerdo de Morales.- Ahora sólo queda comunicar al ejército que los saboteadores han sido capturados.

- ¡Mentira!- bramo.- ¡El saboteador eres tú! ¡Inutilizaste los cañones y permitiste que los aviones atacaran sólo para que las pinzas destruyeran las X-9!- la única respuesta que recibo de Morales es una sonora carcajada.

- Tienes mucha imaginación, querida. En fin… ahora voy a dejarte que veas a quien va a dar la noticia al ejército. Pase, Capitán.- Entonces, el Capitán Kleissmann entra en el despacho.

- ¡Jürgen! ¡No le creas, por favor, Jürgen! ¡Es todo mentira!- rompo a llorar, si Jürgen no me cree…

- ¿Cómo habéis podido?- nos replica Kleissmann. ¿Qué es ese brillo de sus ojos? ¿Así se ve el desprecio? Mierda. Estamos perdidos…

 

*****

Jürgen Kleissmann

 

- Bueno, Capitán, sólo queda que se dirija a todo el ejército por las pantallas y les muestre la verdad.

- Tiene razón.- murmuro

Lenta pero decididamente, me acerco al ordenador y abro la conexión con todas las pantallas.

- Soldados. Les habla el capitán Jürgen Kleissmann. Juzgo necesario que sepan lo siguiente…- en ese momento, hay un cambio en las pantallas de todos los barracones. Mi cara se borra y aparece el video que acabo de introducir en el ordenador. En él, El teniente-coronel Augusto Morales confiesa:

“Tanques de 100 millones de euros. Menudo despilfarro… y todo para que esos putos chinos nos minen todo el camino y nos inutilicen los tanques. Y una mierda. Por 50 millones podemos comprar tres a los árabes. ¿Cómo que qué pasa con el dinero que sobre? Joder, Hrolf, como si no lo supieras. 60-40. ¿No habíamos quedado así?”

Al acabar el vídeo, mi cara vuelve a las pantallas.

- Hemos descubierto al saboteador. El teniente-coronel Augusto Morales inutilizó los cañones antiaéreos para que las pinzas electromagnéticas destruyeran a la unidad X-9 que había grabado este vídeo que acabáis de ver.- Sonriente, me vuelvo hacia Morales guiñándole un ojo a Julia.

- ¿CÓMO?- exclama, enfadado, el teniente-coronel.- ¡MALDITO TRAIDOR!

 

*****

Julia Mazas

 

Capitán y teniente-coronel desenfundan sus pistolas al mismo tiempo. Los soldados, algo más lentos y mucho más confundidos, tardan un poco más. El único cañón que no apunta al teniente Morales es su propia arma, que amenaza la frente de Jürgen.

- Maldito traidor… te vas a arrepentir de esto el resto de tu vida.

- Vamos, Morales, tire el arma. No es sólo mi pistola la que le apunta. Tiene ocho rifles del ejército apuntándole también. Sabe que si dispara, muere.

- Maldito traidor…- el arma apunta directamente a la cabeza de Kleissmann.- Hijo de puta… te vas a arrepentir toda la vida…- repite. Se sabe derrotado, perdido. Gracias, Jürgen. Mil veces gracias.

En un último movimiento, Morales gira el arma hacia su derecha… directo hacia mí.

- ¡No!- la angustia cierra la garganta a mi padre y no puede decir más.

- ¡¡NOOOOOOOOOOOOOOOO!!- el grito de Jürgen retruena en todo el barracón.

Uno, dos, diez disparos. Morales cae al suelo, yo también Grito. El dolor… escuece… siento mi pecho arder… me tapo la herida con la mano… regueros de líquido brotan de ella. Me miro la mano. Negro. Aceite. Creo que sonrío, no estoy segura. No sé qué hago. Juraría que hay un error en mi programación.

 

*****

Xabier Mazas

 

- ¡JULIAAAAA!- liberado de las esposas, corro hacia mi hija. La bala le ha atravesado el pecho. El aceite de su sistema oleo-hidráulico se escapa por el agujero de bala. No, mi pequeña, no te mueras…- Tranquila, cariño, papá te reparará…- las lágrimas caen por mis mejillas, no, no puedo perder a mi pequeña Julia. No por Morales. No por mi culpa. No por culpa de la guerra en la que la he metido…

- ¿Qué? ¿Julia? ¿Es un… robot?- Kleissmann, confundido, se agacha junto a mí y clava sus ojos en la herida de Julia.

- ¿Recuerda cuando le dije que absolutamente todas las unidades X-9.1 fueron retiradas e inutilizadas?- trato de explicar.

- Sí.

- Mentí.

- Entonces… ¿Julia?

- Sí. La más perfecta de las X-9.1. Una maravilla estética y funcionalmente. Durante cinco años se ha hecho pasar por una humana. Y nadie ha sospechado.

- ¿Podrá arreglarla?

- Eso…- la voz que usa Julia suena quebrada, rota, distorsionada, puede que la bala haya afectado a alguno de los tendones vocales artificiales…- ¿Podrás arreglarme, papá?

- Por supuesto, cariño, por supuesto…- Lloro. No estoy seguro de conseguirlo. Si no fuera mi hija la tiraría y crearía otra.

No te me mueras, Julia, no te me mueras.

 

*****

Diario “El Mundo Europa”

 

Firmada la paz entre Europa y China.

Las rutas comerciales se han abierto, y los soldados vuelven a casa.

Ayer, 11 de febrero del 2277, los ejércitos de la Entente Europea y China firmaron un acuerdo de paz tras tres meses sin ningún ataque. Como gesto de buena voluntad, el Gobierno de la Entente, en la figura del Delegado y ex-capitán del Ejército Jürgen Kleissmann, donó al Gobierno chino más de 100.000 unidades X-9, una unidad robótica especializada en el ámbito sexual.

Al acto, al que acudió la esposa del Delegado, la doctora Julia Mazas, hija a su vez del diseñador de estas unidades, asistieron importantes personajes de todos los países. La foto más buscada fue el abrazo entre los presidentes de México y la República de Canadá, que también acordaron poner fin a la lucha que los enfrentaba por unos territorios de los antiguos Estados Unidos, que recibirán la independencia.

Durante su discurso, el Delegado Jürgen Kleissmann declaró:

“Hoy hemos puesto fin a una guerra estúpida, como lo son todas las guerras. Hoy, por fin, podemos disfrutar del agua del río sin pensar que tiene que morir en un río más grande. Por fin podemos sentarnos en la orilla, todos juntos y disfrutar del canto del agua y de los peces saltando.”

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