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Historias de Las Arenas (3: infidelidad)

en Hetero: Infidelidad

Dos japonesas se tiran una foto en la orilla. Padre y madre toman el sol en la arena. Ella mira, de reojo… Como siempre.

- Vaya, ¿Me estabas esperando?- El Vargas ya estaba sentado en el muro del paseo marítimo.

- Sabes que sí- contestó Jaime Vargas.

- ¿Vienes buscando sol o historias?- le dije, con una sonrisa

- Venga huevón, déjate ya de hacer el payaso e ‘imagina’ otro cuento. Me encanta escucharte.

- O.K.- lentamente, me senté enfrente suyo.- pero primero fíjate en todos los que nos rodean. Mira a los dos que se meten ahora en la arena.

Dos hombres vestidos sólo con un bañador y unas chancletas pasaban ahora por el hueco del muro que permitía el acceso a la arena. Uno era bastante gordo, con su extenso vientre cubierto por una gruesa línea de pelos que se agrandaba a la altura de su pecho. Un reloj de oro estaba firmemente asido por su muñeca. El otro hombre tendría más o menos la misma edad (unos cincuenta), y también parecía gozar de una situación económica bastante desahogada.

- Fíjate cómo anda el gordo, cómo se mueve, cómo habla... Es prepotente y arrogante en cada uno de sus pasos, y tiene escrito en la mirada que goza del sexo todos los días.

- Sí, ¿Y que?

- Mira su mano. Está casado. ¿Tú crees que un hombre con tan poco atractivo puede tener sexo con su mujer pasados los cuarenta?- el Vargas se rió sonoramente.

- Ya, muy bueno...

- Además, se nota que es un hombre rico, quizá un banquero. ¿Qué hace un hombre feo y con pasta para tener sexo?

- ¿De putas?- Jaime no lo dijo muy convencido

- Exacto. Y ahora quiero que imagines, no ya a ese hombre, sino a su mujer. Imagínatela. Cuarenta y pocos años, a golpe de bisturí…

" A golpe de bisturí había conseguido mantener cierta porción de su belleza juvenil. Despierta en la cama y ya no hay nadie a su lado. La humedad del sudor de su marido ya hace horas que se ha filtrado al colchón. Se levanta, desnuda después de una noche de torpes insinuaciones que el mentecato de su marido parece no entender. Lleva más de tres meses sin follar, sin sentir un cuerpo masculino cubriendo el suyo, sin nadie que la quiera, que la ame, que la cuide..."

- ¿Tú has oído la canción "sola" de Boikot?- Jaime niega con la cabeza- pues cuando puedas miras la letra, esta mujer está sola.

"Sola. Esa palabra se introduce en su cabeza y revolotea en su cerebro. Se pone una bata de seda y sale al pasillo. Nunca la soledad le había parecido tan espantosa. Esa casa es demasiado grande para ella. Su marido casi nunca está en casa. Siempre vuelve tarde, apestando a una mezcla de cerveza y perfume barato. Él se va de putas y mientras su mujer se queda en casa con el cuerpo pidiéndole a Dios un buen polvo. Hoy su marido se ha ido a la playa con su amigo Lorenzo. Ese hijo de puta de Lorenzo Garriga que fue el que le metió en el mundo de las putas. Ese cabrón de Lorenzo Garriga que fue el que lo llevaba de noche por la Avenida del Puerto de Valencia para acabar tirándose a cualquier puta negra que chillara como una loca fingiendo que la polla de su marido la está haciendo gozar. Mira al reloj, son las nueve y cuarto. Su marido ha dejado la visa encima de su mesita. Es algo así como "Mira cariño, me siento culpable por haberme follado a una cualquiera, así que cómprate cualquier cosa bonita para aliviar MI conciencia por engañarte con una puta barata".

La mujer avanza por el pasillo. La bata abierta oculta bien poco de su cuerpo mientras los cuadros que adornan la casa van quedando más atrás a cada paso. Llega a uno en concreto que tiene ganas de romper. Es una foto de gran tamaño. Es la foto de su boda, y se mira en ella. Era tan joven, tenía tantas ilusiones, era tan ingenua, tan guapa, tan… feliz. Pero ahora ese cuadro parece una broma macabra. Veinticinco años de ilusiones muriéndose poco a poquito, veinticinco años de tristeza creciente, veinticinco años de soledad.

Tocan a la puerta. La mujer se cubre recatadamente con la bata. Hace un nudo en el cinturón para evitar sorpresas. Abre la puerta del enorme chalet y ve plantado en el umbral a un joven de uniforme. Mensajero. Trae un paquete en las manos. Interiormente, la mujer piensa "Ricardo, cabrón, ¿A cuántas putas te tiraste anoche para tener que aliviar tu conciencia con un regalo". Pero no. El regalo no es de su marido. Es de su hermana que vive en Francia. "Como sea otro huevo de Fabergé va a acabar en el suelo, roto en añicos" piensa. Odia a su hermana, la señora ‘mujer feliz del jodido empresario perfecto que le hace el amor todas las noches’. Además, no deja perder ninguna oportunidad para demostrar que tiene más dinero que ella. Ya le ha enviado tres huevos de Fabergé, famosos por su alto valor. También tiene un cuadro no muy famoso de Juan Gris, maestro del cubismo español siempre a la sombra de Pablo Picasso. Y así, hasta más de cien mil euros en regalos de su hermana.

- ¿La señora Margarita Rivelles?- el joven habla con la desidia habitual de esa generación. Va mascando un chicle ruidosamente. Todavía no ha levantado siquiera la cabeza para mirar la puerta. En cuanto ha oído el pestillo descorrerse ha bajado la vista al nombre escrito en el formulario del paquete.

- Soy yo.- Entonces el joven levanta la vista y no puede callar un "guau"

El cuerpo de la mujer es espectacular. El cinturón apretado en sus caderas permite darse cuenta de que, aún para ser mayor, tiene un buen tipo. La mujer se da cuenta de la mirada del joven y después de firmar el papel, lo invita a entrar.

- No, no puedo...- "pero qué carajo. Es mi último envío por hoy. Después de esto tendré que irme a mi casa a mirar la tele, aburrido, y posiblemente machacármela hasta que llegue mi madre."- Bueno, sí. Me encantaría entrar.

Margarita no esconde su sonrisa. Lo hace pasar al recibidor y cierra la puerta. Lo lleva al comedor y lo hace sentarse. El mensajero está intranquilo, no necesariamente nervioso pero sí intranquilo. Sabe dónde va a acabar y eso siempre le llena de intranquilidad. Acaba de conocer a esa mujer, si es que a eso se le puede llamar ‘conocer’ y todavía no sabe a qué está acostumbrada. No sabe si dará la talla, si al final se la follará como dios manda o si sólo lo ha hecho entrar para reírse de él. De todas formas, está calmado. Le gustan las mujeres maduras, expertas. No en vano perdió la virginidad con una amiga de su madre, la caliente y divorciada Manuela, que le enseñó que las pajas no tienen punto de comparación con el chocho ardiente y húmedo de una mujer. Tenía trece años cuando esto ocurrió. Trece años, hace ya casi siete. Trece años, y con una amiga de la madre. Igual que John Holmes, mítico actor porno. Sin embargo, no es eso lo único que tenía en común con el fallecido actor…

La mujer está de pie delante de él. Tiene el regalo de su hermana en las manos, y juega con él pasándoselo de una mano a otra. De repente, lo tira al suelo. Se oye un ruido de cristales rotos. El mensajero no dice nada, no se inmuta. Margarita desata el cinturón y abre la bata. Un cuerpo atractivo en toda su desnuda extensión le da la bienvenida al joven que sigue sentado. Nadie tan joven tiene el control suficiente como para no demostrar una buena erección ante ese espectáculo. El pantalón del joven ya muestra una más que decente tienda de campaña. El mensajero no es guapo, ni musculoso, y a lo mejor tampoco es inteligente, pero se gasta una polla de al menos veintitrés centímetros. La bata cae al suelo y Margarita se acerca a su amante moviendo su cuerpo desnudo ante los ojos desorbitados del mensajero. Lo hace levantarse con un dedo en su barbilla y comienza a quitarle la camiseta de la mensajería. La camiseta, con el nombre ‘Juanjo’ bordado en la espalda, al estilo de las camisetas de los equipos de fútbol, no tarda en hacerle compañía a la bata. El pecho del joven aparece bajo la ropa. Delgado y casi sin mata de pelos, se nota la juventud en cada pulgada. Con algunos problemas por la erección de su miembro, consiguen hacer que los pantalones liberen las piernas del joven, completamente depiladas por sus aficiones ciclistas.

El calzoncillo parece ciertamente en problemas para esconder la polla de toro del chaval. La mujer destapa el remo del chaval. Las venas se extienden como raíces a través del exuberante falo de Juanjo. Margarita no recuerda la última vez que tuvo a su alcance una polla así. Tal vez nunca haya tenido a su alcance algo de esas dimensiones. Dudaba que la de su marido hubiera superado alguna vez los trece centímetros. Se agacha hasta colocársela en la polla y comienza a chupar todo lo que su boca abarca. Juanjo gime de placer, esa mujer sabe cómo comer una buena polla. Mira a su alrededor, y ve el lujo de la casa. Quizá, esa mujer había dado un buen braguetazo en sus tiempos mozos. La mujer comienza a jugar con su lengua en el frenillo y el joven se siente morir de placer. Tan absorto está que no se da cuenta de que uno de los dedos de Margarita está buscando su ano. En cuanto lo encuentra, ese dedo se sumerge en las profundidades del agujero negro del chico acompañado de un amigo de la misma raza. Los dos dedos en el ano del mensajero empiezan a buscar los centros de placer más escondidos del hombre, que no tarda en descargar el contenido de sus testículos en la boca de Margarita.

- ¡AAHHHHH!- el aire que escapa de sus pulmones sólo le da fuerzas para decir eso, mientras la mujer hace desaparecer la leche de Juanjo por su garganta.

Margarita se levanta y acompaña a Juanjo hasta su cama. Lo dirige cogiéndolo del pene, que aún está en semi-erección. Ella se tumba en el lecho, y espera al joven. Juanjo no tarda en caer sobre la cama y comenzar a deleitarse con las tetas ensiliconadas de Margarita. Los pezones se alzan rectos, mirando al techo, deseosos de dar placer a raudales. La polla de Juanjo comienza a resucitar a los tres minutos, ansiosa de sustituir a esos dedos que buceaban en el interior mojado y caliente de la mujer.

Juanjo se incorpora en la cama. Está de rodillas, y desde ahí tiene una vista espectacular del cuerpo rejuvenecido de Margarita. Sus labios quizás sean demasiado gruesos, como los de todas las que se encomiendan a ‘San Cirujano’ para modelar su boca. No hay rastro de arrugas, quizá por los liftings a los que se habrá sometido. Se nariz es pequeña, y no puede evitar pensar si esta mujer tendrá algo realmente suyo.

Su miembro se alza de nuevo erecto en la magnificiencia de sus casi veinticinco centímetros. Lo dirige a la vagina de Margarita y coloca su cabeza en la entrada. La mujer está muy mojada, pero aún duda de que su miembro pueda atravesar ese sexo que lo espera ansioso. De todas formas, lo coloca en posición y comienza a empujar lentamente. Nota como la vagina de Margarita se abre con dificultad a su paso.

- ¡AAAAYYY! ¡SIGUE! ¡METÉMELA TODA! ¡AAUMMMMPPPFFFFFF! ¡DIOS QUÉ CIRUELO! ¡AAAAAAHHHHHH!- los más de veinte centímetros de Juanjo entran en el sexo de la ardiente madura.

Juanjo comienza a bombear casi sin dar tiempo a que el cuerpo de la mujer se adapte a esa enorme espada de carne. La mujer grita entre el dolor y el placer, pero en poco tiempo éste último se acaba imponiendo.

- ¡DALE! ¡SSSSIIIIII! ¡JJODDEERRRRRRRRRRRR! ¡AH! ¡AH! ¡AAAAAAHHHHHGGGGGGG!

La mujer grita como poseída por un demonio demasiado grande para su cuerpo, y en realidad es eso lo que pasa. Ese hombre la destroza de placer con una herramienta que sólo creía capaz de los mejores actores porno. Margarita se debate, se convulsiona, se corre de placer una y otra vez. Ya no recordaba lo lindo que es ser multiorgásmica. Era ya demasiado tiempo sin una polla entre sus muslos. De alguna forma querría que su marido estuviera ahí en ese momento, viendo como se la folla un hombre de verdad y no un marica putero.

La sábana comienza a mojarse bajo la entrepierna de Margarita, que gime y grita por esa polla incoinmensurable que atraviesa su cuerpo completamente. Juanjo se coloca otra vez de rodillas, la agarra de una pierna y se la levanta. Empieza a penetrarla metiendo y sacando completamente su polla de su coño. El sexo de Margarita está enloquecido, cada milímetro de piel de la polla del chaval que toca lo hace incendiarse en una explosión de fuego y jugos.

- ¡AAAAUMMMMM!- Margarita está completamente presa de sus orgasmos. Nada inteligible se escapa de sus labios.

- ¿Te gusta, puta?- La voz de Juanjo se ha agravado hasta límites insospechados. Su cuerpo suda del esfuerzo y Margarita se excita aún más si cabe.

Las acometidas del mensajero se vuelven más violentas y despreocupadas por el cuerpo de la mujer. Durante un ligero instante, Margarita vuelve a sentir una punzada de dolor que rápidamente desaparece ocultada tras una nueva oleada de placer húmedo. Margarita ya no sabe qué hacer para que su cuerpo deje de convulsionarse tan violentamente cada vez que el joven le introduce sus veinticinco centímetros de golpe hasta que oye el choque de sus huevos contra el cuerpo excitado de Margarita.

Juanjo empieza a acelerar sus embestidas, y por un momento parece que de su barriga fofa se escapa el destello de unos curtidos abdominales. Los veinte años del joven se ponen a taladrarla con violencia, y Margarita se corre otras dos veces antes de que el joven acabe dentro de ella.

- Diosssss… eres… muy… bueno… en… la cama… ¿Sabes?- A Margarita le cuesta recuperar la respiración después de tan salvaje sesión de sexo.

- ¿Qué te crees? ¿Qué eres la primera que me lo dice?- Juanjo sale desnudo del cuarto para recuperar su ropa allí donde la había dejado. Se viste y desaparece de la casa en menos de un minuto.

Margarita vuelve a salir de la habitación. Está contenta después de somero envite de placer. Sin embargo, vuelve a estar sola, como una más… como una más.

Años después sonreirá complacida viendo una película porno española y descubriendo entre los actores a un español llamado Juanjo Cardona. Se le verá más fuerte. Decididamente habrá pasado muchas horas en un gimnasio y la barriga fofa habrá desaparecido. Se le notarán unas espaldas anchas y unos abdominales bien cuidados. En la película, cómo no, hará de mensajero.

- ¿Dónde le pongo el paquete, señora?- dice desde la pantalla…"

- Fin de la historia.- dije, sonriendo complacido de lo atento que había mantenido al Vargas.

- Esto… ¿cómo se dice acá? Ah, sí ¡Ole, ole, y ole!- Responde con una sonrisa aniñada.

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