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Sabina (08: Pacto entre caballeros)

en Orgías

www.joaquinsabina.net/2005/11/16/pacto-entre-caballeros/

Vaya, el botellón había durado hasta tarde. No sé qué hora sería. Tampoco importaba. Era la hora en la que a las calles les tocaba doblarse ante mis ojos, supongo que a merced de las dos botellas de vodka que había vaciado a pachas con el Rodri. El último tumbo que había dado por la acera me había llevado a derrumbarme sobre la pared, así que preferí quedarme allí apoyado hasta que mis piernas se acordaran de cómo era ese extraño vicio de caminar.

Llevaba un par de minutos allí tirado cuando las voces de unos chavales rompieron el silencio madrugón que reinaba en la calle. Me vieron y se acercaron. Eran tres, todos jóvenes, de mi edad, ninguno llegaría a los 20.

- Oye, primo, ¿Tienes fuego?- me dijo el primero de ellos, un gitano de cara aniñada, con un pendiente en la oreja y otro en la ceja.

- Sí.- respondí, metiendo la mano en el bolsillo buscando el mechero que, por simple y llana Ley de Murphy, estaba en el lado contrario del que yo estaba escarbando. Tras, a la segunda intentona, acertar con el bolsillo y sacar el "zippo", se lo lancé a las manos.- Pero de vuelta, que no tengo otro.- les dije, con evidente lengua de trapo.

- Oye, primo.- dijo, tras encenderse el pitillo y devolverme, sorprendentemente para mí, el mechero.- ¿Y algo suelto p'a gasolina no tendrás? Es que la moto nos ha deja'o allí tira'os.

“Ya. E ibais los tres en la moto” pensé.

- Nanos... vivo a tomar por culo.- les dije, alzando la mano para señalar no sé bien qué, yo vivía en la dirección contraria.- No he cogido ni siquiera el bus nocturno, así que un taxi menos... Me quedan más de veinte minutos de caminata y voy más borracho que Boris Yeltsin en el "oktoberfest"... ¿De verdad pensáis que me va a quedar un puto chavo?

- Venga, primo. Algo tendrás. Aunque sea el reloj...- me dijo el mismo, acercándose más a mí. “Ya, un reloj para gasolina... ¡Qué cosas!”

- Todo vuestro.- dije con una sonrisa, extendiendo las manos y mostrándoles las muñecas desnudas.

Uno de ellos, el más bajito, se rió de la ocurrencia, aunque el que tenía delante no se lo tomó con el mismo humor y se hinchó como un pavo.

- ¿De qué vas tú? ¿Vas de gracioso?- me espetó, sacando pecho tratando de amenazarme.

- ¿De gracioso? No...- dije, y luego mirando mi camiseta (negra, como la mayoría de las mías) contesté:- Voy de negro...

El bajito se lo tomó con más humor aún, y lanzó una sonora carcajada, igual que el otro, el más alto. Sin embargo, el tercero de ellos, el que me interesaba que se lo tomara con humor, fue al que peor le parecieron mis habilidades locutorias.

- ¿A que te meto una hostia por listo? ¿Qué quieres? ¿Burlarte de mí? ¡De mí no se burla ni Dios!- y para reafirmar su tono grave, sacó una navaja del bolsillo y la desplegó justo debajo de mi cuello.

En ese momento, pude escuchar las voces de mi conciencia que, para proseguir con el tópico, describiré como un angelito en mi hombro derecho y un diablillo en el izquierdo.

- ¡Corre! ¡Huye! ¡Dales lo que quieran o vete corriendo!- me gritó, asustado, mi angelito.

- ¡Ni de coña, tío!-  respondió el diablillo.- A ver ¿Para qué te has visto tú todas las pelis de Chuck Norris y Steven Seagal? ¡Dales de hostias!

Normalmente, habría hecho caso a uno o a otro, pero es que hubo un tercer ser que se sumó a la conversación (sí, ¿Qué pasa? Yo tengo tres voces en mi conciencia). ¿Que cómo era? Fácil. Lo llamaremos, de aquí en adelante, el duendecillo verde del alcohol.

- Tsssschh... tranquilo. Tú no te muevas. Si intentas moverte te esmorras contra la acera, chaval. Tú no le hagas caso a estos dos y sigue ahí quietecito que ya verás como se arregla.

Obviamente, tras dos botellas de vodka y no-recuerdo-qué-más-había-traído-la-Clarita, el duendecillo verde tenía mucho poder. Un poder de la hostia.

- ¿Que no tienes nada?- seguía gritando el chaval, con el filo de la albaceteña demasiado cerca de mi cuello.- ¿Y qué es eso del pantalón?

Dicho esto, bajó el arma y llevó su otra mano hacia mi bolsillo derecho, donde se adivinaba un bulto cuadrado. Yo, en movimiento reflejo, hice como si le apartase el brazo con un manotazo. Y digo “Hice como si”, por que en tal estado etílico como era el mío, no habría podido acertar ni a un elefante a medio metro de distancia.

- Mira, nene, no te pases que te rajo.- me amenazó, devolviendo su navaja bajo mi mentón y presionando ligeramente, hasta que me quejé por el pinchazo.

- Beto, tron, no te pases...- dijo el más bajito, que se estaba convirtiendo en mi abogado, mi salvador, o mi enamorado de esa noche. Esperaba que una de las dos primeras.- ¿Primo, qué tienes ahí? Enséñaselo y así no habrá problemas...

- Vale, vale... pero dile a tu colega que baje la albaceteña, que me está acojonando un rato largo.- pedí, mientras, un poquito por el tiempo que pasaba y otro mucho por el miedo que me iba entrando, el duendecillo de mi conciencia iba perdiendo poder. O, en otras palabras, la borrachera se me estaba yendo.

- Beto, guarda eso.- intercedió. Y el tal Beto, mirándome como si me quisiera fulminar (era una buena idea, si me mataba con la mirada se ahorraba limpiar mi sangre de la navaja), obedeció y guardó el peligroso filo en su bolsillo.

Tras el entierro del hacha de guerra, o mejor dicho, de la navaja de guerra, me resigné y metí mano en el bolsillo de mis vaqueros para extraer aquél ansiado objeto. ¡Qué chasco debieron llevarse cuando vieron que no era más que una pequeñísima libretita!

- ¿Qué es eso?- preguntó el susodicho Beto.

- Una libreta.- respondí.

- ¿No me jodas? ¡Que para qué coño llevas una libreta en el bolsillo, coño!- se desesperó el Beto, echando mano de nuevo al bolsillo.

- ¿Me gusta su tacto?- contesté, sin convencimiento, y el más bajito volvió a reírse.

- Jajaja... ¿Qué escribes en esa libreta, primo?- inquirió, enjugándose una lágrima de risa...

No tuve más remedio que entregársela.

- Míralo tú mismo.

- A ver, primo...- abrió la libreta y se puso a leer las frases desperdigadas, tachoneadas y desubicadas que había escrito.- “Allí fuera llueve y el mundo se acaba, yo busco en los charcos las ilusiones que perdí... Ninguno baila. Lo que hacen no se puede llamar baile cuando has visto al ángel moverse entre el humo... Más humo, más luces, más música, lluvia de purpurina, apoteosis de alcohol... ¿A qué huele? A azufre. Como lo oyes, huele a azufre. A azufre dulce...”... ¡Hostia, nano! ¿Qué coño es todo esto? ¿Tú qué fumas?- Ahora fui yo el que se rió.

- Verás, escribo algunos relatos, y cuando se me ocurren frases buenas, las apunto para ponerlas después en mis relatos. Para que no se me olviden.

- ¿Escribes relatos? ¿Dónde?- Me preguntó el tercero, que casi no había abierto la boca.

Creo que si no me hubiera tomado ese suero de la verdad “Made in Rusia”, no hubiera confesado y me hubiera inventado algún medio de publicación alternativo, pero como iba hasta las trancas de vodka, canté como un pajarito:

- En una web. Se llama Todorelatos.

- ¿Pero esa no es de relatos guarros?- respondió el mismo. Mira que es mala pata. Para una vez que digo dónde publico, y me encuentro con un usuario de Todorelatos.

- Sí. Es de relatos eróticos.- apunté yo.

- ¡No me jodas que escribes en una web de relatos guarros!- exclamó el bajito.

- Amos, no me jodas...- terció el Beto.

- Hostia, nano... No solemos tener la oportunidad de hablar con un escritor.- dijo sonriendo el bajito.

Si no me eché a reír fue por... ¡Qué coño! Si es que sí que me eché a reír. “Escritor”. Manda cojones.

- Oye, que yo de escritor no tengo nada...- intenté “defenderme”.

- ¿No has dicho que escribes en una web?- y sin darme tiempo a responder, continuó.- Pues ya está, eres un escritor.

Y como no es de personas educadas replicar a quien tiene amigos con navaja, me resigné y acepté mi “título honorífico”.

- Bueno, por cierto, que ni nos hemos presentado ni nada. Éste es Beto...- me dijo el bajito señalando a su agresivo compañero.- Éste otro es Javito y a mí puedes llamarme “Cigalitas”. ¿Y tú cómo te llamas?

Entonces, nuevamente, la tercera voz de mi conciencia apareció sobre mi cabeza (en mis hombros el ángel y el demonio “jugaban” a echarse piedras) y me susurró lo que debía decir.

- Caronte. Me llamo Caronte.- dije, callándome mi nombre real.

- ¿Caronte? ¿Qué clase de nombre es ése?- me preguntó “Cigalitas”

- ¿Y qué clase de nombre es “Cigalitas”? Vamos a llevarnos bien...

La carcajada del “Cigalitas” resonó por toda la calle y, seguramente, despertó a más de uno de los vecinos.

- Joer, nano, eres muy gracioso...

- No, pero lo disimulo muy bien.- Y oye, yo no sé si es que mi humor era el mismo que el del “Cigalitas” o es que el chaval se había hinchado a setas antes de atracarme pero, inexplicablemente, volvió a reírse...

- Ey, nano... me has caído simpático. Vente con nosotros al local de un colega. Quiero irme de fiesta con un escritor tan gracioso como tú.

Y de pronto, las voces de mi conciencia volvieron a hacerse presentes.

- ¿Pero dónde vas a ir con estos tipos de tan mala catadura que acabas de conocer? Seguramente son unos borrachos y unos drogadictos... seguro que quieren que tomes cosas de esas raras- dijo, obviamente, el angelito.

- Tío, por primera vez estoy de acuerdo con el angelito. Seguro que te dan cosas raras... así que... ¿A qué esperas? ¡Tira con ellos antes de que se arrepientan de haberte invitado!- respondió el demoniete.

- Oye, yo estoy con el rojito... si hay bebidas... yo de ti me apuntaría.- terció el duendecillo.

Dos contra uno. ¡Viva la democracia!

- Po' vale. Vamos p'allá.- decidí.

Así pues, “Cigalitas” me llevó por las más recónditas calles del barrio del Carmen mientras Beto y Javito nos seguían a pocos metros. Tras varios minutos de caminata, y cuando yo ya empezaba a pensar que lo que me esperaba, en vez de una fiesta, era una paliza a tres bandas, llegamos al local de su amigo. El bareto (que estaba completamente vacío a excepción del camarero) era una planta baja de poco más de cuarenta metros cuadrados. La barra ocupaba toda la pared derecha, a excepción de los tres últimos metros, donde estaban las puertas de los servicios y el almacén. Éstas quedaban justo enfrente de una especie de tarima rodeada por una balaustrada de madera. En dicha tarima, dos sofás y otro par de sillas que parecían muy confortables, rodeaban una mesilla baja. Hacia allí nos dirigimos los tres ¿Tres? ¿Antes no éramos cuatro?

- Habrás contado mal.- me replicó el duendecillo verde del alcohol.

- ¡Qué pasa, Raulito! Anda, ponnos unas birras al rincón antes de chapar.- le dijo el Beto al camarero, que, con un gesto de cabeza, admitió a trámite la petición y se dispuso a extraer unas “rubias” bien frescas del congelador.

- Oye... ¿Y el Javito?- pregunté, a sabiendas que no me había equivocado al contar.

Como si lo hubiera oído, Javito hizo su entrada en el bar, metiéndose en el bolsillo un móvil.

- ¿Vienen?- preguntó “Cigalitas” que, cada vez más, me parecía el jefe de los tres.

- Ya te digo... Les he dicho que teníamos a un “escritor” con nosotros y han dicho que tardan cinco minutos.

- Esto... ¿Quienes van a venir?- pregunté, con toda la buena intención del mundo.

- Naaaa... ya las conocerás cuando vengan... ¿Por cierto... de salud andas bien, no? ¿Nada que te obligue a llevar condón? Es que no sé si habrá alguno- aquella revelación y lo que dejó intuir crearon en mi cara una sonrisa equivalente a la que habría salido si me hubieran abierto las puertas del cielo o me hubieran dado un billete de quinientos euros... estos chavales cada vez me caían mejor.

- Tomad...- murmuró Raúl con una voz que de tan grave parecía de ultratumba, dejando sobre la mesa cuatro cervezas bien frías.- Yo me piro...

- No chapes del todo, Raulito, que tienen que venir las nenas.

- Está bien.- contestó el tal Raúl, yéndose y dejándonos completamente solos en su local. Joder. Hay que ver la confianza que tenían estos chavales con el dueño. Los deja solos en su local sin ningún tipo de temor a que vacíen el almacén y/o le peguen fuego. Yo quiero colegas así.

- Bueno, ¿Y qué relatos escribes?- me preguntó Javito mientras cogíamos las birras que nos había preparado Raúl.

- Pues de todo un poco... tengo relatos de todos los temas...- respondí, mientras le pegaba un buen trago a mi birra.- de cualquier tema...- repetí, cuando hube apurado mi sorbo.

Sin embargo, no nos dio tiempo a seguir nuestra charla. Por la puerta, subiendo la persiana (la primera vez que el sonido de una persiana se me asemeja a unas trompetas angelicales), aparecieron tres bellezas de esas que quitan el hipo. Cada una tan distinta a las otras dos, pero al tiempo, tan igualmente bella, que no sabría muy bien por quién empezar, así pues, echaré mano de comodín, y las presentaré tal y que en el orden en que se me fueron presentando.

- Hola, me llamo Salomé.- Salomé era rubia, alta, delgada, facciones rectas y bellas, una diosa nórdica nacida a orillas del Mediterráneo, palabra. Me dio un leve beso en la comisura de los labios y se fue a saludar al resto.

 - ¿Tú eres el escritor, no? Soy María...- Me dijo una morenaza de aspecto frágil pero que, en cuanto me tuvo delante, me plantó un beso en los morros que me puso los ojos en órbita. En un momento, sentí mi boca invadida por una lengua que, una vez dentro, se convirtió en un remolino que creo no dejó centímetro sin tocar. Vaya beso. Supongo que con tremendo ósculo se me debió quedar una cara de tonto bastante ostensible por las sonrisa que pusieron las mujeres cuando María se separó de mí.

- No me lo gastes, Mari.- dijo la última de ellas, una muchacha de buenos atributos, más bajita que yo.- Yo soy Elisa.- añadió, dándome un beso más casto (tremendamente más casto) que el de su compañera. Ella era la menos delgada de las tres, lo que no quiere decir que fuera gorda, sólo que para ser menos delgada que la pareja que formaban María y Salomé no se necesitaba mucho. Elisa lucía una melena teñida de rubio que, creo, perjudicaba más que beneficiaba a su aspecto, porque esos ojazos negros y su piel morena hubieran lucido mejor con su pelo natural del mismo color. De todas formas, no tenía nada que envidiarle a ninguna de las otras. Las tres, y cada una a su estilo, eran tres mujeres de bandera, de esas que no te importaría comprar el "Interviú" para verlas en las páginas centrales.

- Bueno, nenas, cogeros unas copas y vamos para el rincón.- dijo el "Cigalitas", bajando la persiana hasta abajo del todo, "encerrándonos" en el bar mientras el resto nos sentábamos de nuevo.

- ¡Oh, sí! ¡Qué pena! ¡Te ha encerrado en un recinto con alcohol, sofás y tías buenas... debe ser un sádico maquiavélico.- rumió irónicamente mi diablillo.

- ¡Pero por favor! ¿Estás seguro que quieres pasar la noche con esta gente de mala vida que acabas de conocer?- preguntó mi angelito.

Me quedé un par de segundos esperando la intervención del duendecillo, pero lo vi intentando meterse de cabeza en uno de los cubatas que "Cigalitas" acababa de traer.

- ¡Nano!- me dijo.- ¡A beber y a follar que el mundo se va a acabar!

Oye, qué capacidad de síntesis. Pues nada... a hacerle caso al duendecillo. Y para empezar, una buena dosis de "vitamina J B" para darle fuerzas. Le metí un buen trago a mi cubata mientras Elisa se sentaba a mi lado y sus compañeras se quedaban en la barra con el "Cigalitas" preparando una nueva ronda de combinados.

- Así que escribes relatos, nos han dicho...- Elisa ya paseaba su mano por mi muslo. Tragando saliva, la miré de abajo a arriba, aunque me costó horrores separar mi vista de su deslumbrante escote para seguir subiendo, todo sea dicho. Cuando llegué a su cara, la encontré mirándome fijamente.- ¿Y de qué estilo son tus relatos eróticos?- siguió Elisa, con voz coqueta. Tras ella, pude ver cómo Salomé se las apañaba besando al Beto y con su mano buceando en el pantalón del Javito. Y por los besos que oía a mis espaldas, supuse que Mari le estaba dando el mismo tratamiento bucal a mi amigo "Cigalitas".

- De-de todo... no me pongo límites...- susurré mirando las tetas de Elisa...

- Eso es bueno...- Y no dijimos más. No hubiéramos podido. Cuando dos bocas se dan un beso con lengua como aquél, las palabras se esconden acojonaditas del todo en un rincón.

Después de ese beso, capaz de hacer sonrojar a la más puta de las pornostars, Elisa se subió encima de mí, y con una voz anegada de vicio e inocencia, como sólo saben poner las mujeres, me susurró...

- Cuéntame algo más de tus relatos... cuántos has escrito... de qué van...

- Pues he escrito un porrón... ya ni llevo la cuenta, aunque una buena parte son poesías...- Nota mental, el vodka afecta a la humildad. Normalmente habría dicho "sólo rimas".

- ¿Poesías?- a Elisa se le iluminó el rostro.- ¿Y nos vas a recitar ahora alguna de tus poesías?- dijo, un poco más alto de lo que me hubiera gustado, lo que consiguió que sus dos compañeras echaran un ojo hacia mí, para ver a dónde llevaba eso.

- No creas que no me gustaría... Pero es que ahora mismo no me llega la sangre al cerebro, no sé si me entiendes.

- Pero eso se puede arreglar, ya verás...- dijo María. Sí, sí. María, la que hasta unos segundos antes se estaba morreando con "Cigalitas"... Y dicho eso, se vino hacia mí, pidiéndole paso a una Elisa que, algo decepcionada, se lo permitió.

Y entonces, María me besó otra vez. Todavía me sigo preguntando qué tenía aquella mujer en la boca, aquello no era una lengua, era una batidora. Dios... esa noche descubrí que habían dos tipos de besos. Los de María y el resto. Poco a poco, fue trepando sobre mí, a la vez que sus manos me toquiteaban bajo la camiseta. Abrí los ojos en pleno beso y observé cómo Salomé le chupaba la polla a Beto mientras el Javito le quitaba los pantalones.

- ¡Una orgía! ¡Por fin!- exclamó mi diablillo, pajeándose con el espectáculo.

A mi izquierda Elisa, que se había visto desplazada a un segundo plano (o tercero, o cuarto, o incluso quinto plano, por que en ese momento mi mirada no lograba escapar del cuerpazo de María), optó por ocupar el hueco que había quedado vacío al lado del "Cigalitas", que no tardó en empezar a desnudarla, empezando por ese top que guardaba dos tetas como dos carretas.

Yo no me quise quedar atrás y pasando por darle un buen magreo al culo de María, comencé a trepar por debajo de su camiseta buscando el cierre del sujetador (no me pasé media adolescencia practicando con un puto cojín para nada). Sin embargo, María se acercó a mi oído (desgraciadamente sólo tenía una boca, y tuvo que interrumpir el beso) y me murmuró:

- No te esfuerces. No llevo.

- Vaya. Y yo que te quería demostrar mi destreza patentada...- le reí en voz baja.

- Enséñale lo que sabes Hacer, Maruja...- rió el Cigalitas mientras Elisa acomodaba su cabeza entre las piernas del chaval.

- ¡Vete a la mierda! ¡Te he dicho que no me llames Maruja!- protestó María.

Afortunadamente, no hubo tiempo para más palabras. María se amorró a mi cuello como una vampiresa en busca de alimento y yo me conformé con besar su hombro desnudo después de quitarle la camiseta. Tenía razón. No llevaba sujetador. Lo que llevaba eran dos tetitas de esas que abren el apetito hasta al más hartado. Joder, como estaba la María...

La muchacha, enseguida, me empezó a desnudar (zapatos y calcetines me los había ido quitando yo con los pies), empezando por una camiseta que ya me empezaba a quemar puesta, y continuando por los vaqueros que, en un arranque de lujuria, acabó tirando con fuerza hacia atrás y a punto estuvieron de golpear al Beto (lo que faltaba, con la tirria que me parecía haber cogido).  Afortunadamente, pasaron rozando su cabeza y acabaron encima de una mesa del bar. Acto seguido, mientras yo desabrochaba su estrecha minifalda vaquera, María me empezó a quitar los calzones, que mostraban no una tienda de campaña... aquello era ya la carpa del circo de Bárbara Rey. La situación había conseguido llevarme al grado de cachondez más alto de toda mi vida.

Así, al tiempo que la faldita vaquera caía al suelo, con ese susurro tan hermoso que tienen las prendas cuando se deslizan sobre la suave piel de una mujer, María me sacó los slips y los dejó en el suelo.

Y allí estaba yo. Tan desnudo como cualquiera dentro del bar (excepto María, que conservaba el tanga y los zapatos), y con una jovencita arrodillándose ante la mayor erección que jamás ha sostenido mi cuerpo.

Elisa le mamaba la polla al "Cigalitas", y por la cara de mi benefactor, apuesto un brazo a que no lo hacía nada mal. Salomé había intercambiado puestos y ahora se la mamaba a Javito mientras el Beto ya se la había enfilado. María, tras sopesar mis testículos en traviesa caricia y (espero) encontrarlos de su agrado, se metió mi polla en la boca de una estacada. ¿Pero dónde le cabía? No es que yo tenga un instrumento de actor porno, pero es que María parecía tan frágil, y su boquita tan pequeña,  que de verdad pensé que no le iba a caber.

Pero le cupo. Vaya si le cupo. y aún tenía espacio para hacer maniobrar la lengua, que empezó a hacer diabluras rodeando mi tranca. Si es que por cómo besaba tenía que haberme imaginado que la chupaba de puta madre. El placer que me empezó a envolver hizo que mis ojos comenzaran a cerrarse. Sin embargo, entre los párpados quedaba aún una rendija por la que inspeccionaba la escena.

Salomé apagaba gemidos sobre la polla de Javito, mientras el Beto, con su cuerpo musculado (ahora me alegraba de no haberme liado a hostias con ellos, el Beto solo podría con tres como yo) cubierto de sudor penetraba una y otra vez sin miramientos a la rubia. Elisa parecía querer hacerle la competencia a María y le ofrecía al "Cigalitas" (recostado sobre el sofá, ojos cerrados cara al techo) una demostración de cómo chupar una polla, parecida a la que yo estaba recibiendo de su compañera.

Con mi polla en la boca de María, y al ritmo que le estaba dando la chiquilla, seguro estaba de que no iba a durar mucho. Dicho y hecho, gemí un "que me voy", y me fui en la boca de María, que no hizo nada por apartar mi polla de sí misma, al contrario, chupó con más fuerza, tragando todo el semen que salió de mi tranca y acabando por limpiarlo a lengüetazos...

Tras ello, María se lamió los labios en un gesto lascivo y murmuró un "ahora vuelvo", marchándose hacia la puerta que ocultaba los baños y el almacén. Allí me quedé yo, solito entre tanta gente, mientras Elisa comenzaba a montarse al "Cigalitas" y Salomé se turnaba entre Beto y Javito para alojar en su interior ambas erecciones. La rubia ya estaba envuelta en sudor y parecía no dar abasto, aunque la cara que ponía era de satisfacción total.

- Tranquilo...- dijo, justo antes de un gemido, Elisa, mientras me agarraba la verga que empezaba a decaer.- No creo que tarde mucho.

La creí a pies juntillas, y como no tenía otra cosa que hacer y su pecho me quedó a tiro (aunque decirle "pecho" a aquello que Elisa llevaba por partida doble era como llamar "gatito" a un tigre de Bengala), me aferré a su pezón mientras ella botaba encima del "Cigalitas" que, desde detrás, tuvo que quitar su mano derecha del pezón de su partenaire y llevarlo al clítoris para dejarme a mí campo libre en esa areola marrón que inducía a besarla y hasta casi morderla.

Cuando María regresó (ya completamente desnuda), allí estaba yo, comiéndole la teta a Elisa mientras "Cigalitas" se la follaba y Javito se corría en el interior de Salomé, que seguía pajeando y mamándosela a Beto. Bonita escena, no digo que no.

- Ya veo que no me has echado de menos.- dijo María con falso rencor mientras me hacía un guiño.

No me dejó ni responderle, me empujó de nuevo a mi sitio hasta dejarme sentado y, sin más, se atravesó con mi polla, que se había mantenido erecta gracias al difícil arte manual de Elisa. Me besó como sólo ella sabía y su beso sabía a eucalipto. Nadie podría haber dicho que hace solamente unos minutos acababa de correrme entre esos labios.

Los pechos de María se apretaron contra mi torso cuando se penetró con mi ariete. Sentí esos pezones duros picarme casi en los hombros mientras su cadera comenzaba un lento ir y venir metiéndose y sacándose mi polla. Pude notar lo húmedo que tenía su sexo. Claramente, yo no era el único al que la cachondez le embargaba.

María gemía casi en un susurro, con soniditos cortos y guturales que ahogaba besándome y mordisqueándome el cuello mientras sus manos se perdían entre mi espalda y el respaldo del sofá y las mías caminaban por el sendero de su columna, rozando la línea de huesecillos que abultaban bajo la piel desnuda, hasta llegar al pequeño hoyito que anunciaba el inicio de sus portentosas nalgas. Con avaricia, me apoderé de los dos cachetes de su culo y empecé a amasarlos sin piedad, mientras ella gemía y me murmuraba cosas que no entendía pero a las que contestaba que sí.

De pronto, uno de mis dedos salió de la nalga derecha y se internó por la quebrada de su culito, no tardando en encontrar el agujerito posterior de la jovencita.

- ¿Te gustaría follarme el culo?- me ronqueó en el oído con una voz completamente lujuriosa.

- Por supuesto.- le murmuré al oído. "Darle por culo". Si es que hasta la frase sonaba bien. Más aún para alguien que todavía no ha podido hacerse con el anito de sus compañeras habituales.

- Pues no te voy a dejar.

- ¡Hijaputa!- exclamó el demoniete, que ya me veía penetrando ese oscuro agujerito.

- No te voy a dejar..- seguía María, con la voz hundida en la más absoluta cachondez.- No te voy a dejar hasta que me demuestres por qué te he elegido. Quiero que me muestres lo que sabe hacer alguien que escribe relatos de sexo. Quiero que me hagas disfrutar como haces disfrutar, seguro, a tus personajes... No te voy a dejar hasta que me lo demuestres... no te voy a dejar que me des por el culo...

La voz de María era ronca y grave, se le adivinaba el placer, los gemidos contenidos, en cada letra.

- No te voy a dejar... no...- ella seguía murmurando, sin pausa, mientras seguía arriba y abajo, cada vez más rápido, buscando apagar el fuego que había prendido en su cuerpo.- No te voy a dejar que me folles el culo... no... no te dejaré... no...

Sus susurros no escapaban de mis oídos, y sólo a mí me calentaban la sangre. Ni el "Cigalitas", que terminaba por correrse en el coño de Elisa, ni Beto, que descansaba después de hacer lo propio con Salomé, ni el Javito, que había ocupado el hueco de su compañero, se enteraban de lo que María me decía, aún cuando a ninguno de los dos nos habría importado que lo supieran.

Finalmente, los noes de María se fueron fusionando en un jadeo inconstante cruzado de vez en cuando por gemidos que, ahora sí, todos oían... Los dientes de María se clavaron en mi hombro con fuerza (hasta un poco de sangre me parece que vi correr), mientras ella apagaba en su mordisco un "Nnngggggggggggggggggg" en medio de un temblor de piernas que me hizo difícil la tarea de mantenerme en su interior hasta que se le pasara el orgasmo.

Quedó desvaída sobre mí, como si fuera un juguete al que se le han acabado las pilas. Notaba su piel y su sudor hacerse uno con los míos. Puede que suene como una locura pero, teniéndola en mis brazos, desnuda y hermosa, lo que me inspiró fue una ternura tal que no pude evitar besarle la mejilla tontamente. Su rostro dibujó una sonrisa y me devolvió el beso reanudando el movimiento para darme a mí el mismo final que yo le había dado a ella.

Allí lejos, el Javito acabó su periplo en el interior del coño de Salomé y, pocos segundos después, yo hice lo propio en el sexo de María, que lo aceptó todo mirándome fijamente a los ojos, como si quisiera alimentarse de mi orgasmo a través de ellos.

Riendo entre ellas, las muchachas se excusaron y volvieron al baño, yéndose las tres desnudas.

- ¡Qué cuerpazos tienen!- le dije al "Cigalitas" mientras él sonreía y se preparaba lo necesario para liarse el primer porro de la madrugada (para ellos, yo había despachado unos cuantos en grupo en la fiesta de antes).- Espera, "Cigalitas"...- le detuve y, tras ir a recuperar los pantalones que estaban en medio del bar, saqué un plastiquito de uno de los bolsillos.

- ¿Qué es, primo?

- Píllalo.- el hachís, o lo que quedaba de la piedra de 50 euros que habíamos bautizado esa noche, describió una parábola sobre las cabezas de Beto y Javito y acabó en las manos del "Cigalitas", que lo acercó a su nariz e inspiró fuertemente.

- ¡Hostia, primo! ¡Está bueno, está bueno!- rió, guardando su material y poniéndose a quemar el mío.

"Cigalitas" lió el primer porro, mientras el Beto le seguía los pasos liando otro, bien cargaditos los dos. Cuando acabaron, las chicas ya volvían de su "ratito de limpieza" tan desnudas como se marcharon. Si de espaldas ya eran un espectáculo inenarrable, no digo nada cuando las vi de frente, una al lado de la otra, con esos seis pechos sosteniéndome la mirada y los coños, completamente rapados en el caso de María y Salomé y con un diminutísimo triángulito de vello en el pubis de Elisa, llamando a la lujuria.

- Probad un poquito de lo que ha traído el "escritor".- les dijo el "Cigalitas", extendiéndoles el canuto que había cargado.

María fue la primera en darle una calada, larga e intensa. Me pregunté si todo lo que esa mujer hacía con la boca era largo e intenso. Luego se lo pasó a Elisa mientras exhalaba el humo suavemente. Un segundo de silencio...

- ¡WUUUU!- chilló, alzando el puño.- ¡Es bueno, cabronazo!- me gritó.

- Gracias... supongo.

Cuando el porro llegó a manos de Salomé, ya estaba a la mitad. Tras su calada, Elisa vino hacia mí, envuelta en una nube de humos de la risa, sentándose a mi lado.

- Bueno ¿El señor escritor está preparado para otra ronda?- me susurró al oído, antes de lamerme el lóbulo de la oreja lascivamente.

Escuché su voz, me lamió la oreja, miré sus tetas, y mi polla respondió por mí. "¡Arriba el palo de mesana!" oí gritar en mi interior. ¿Palo de mesana? ¿Qué diablos es eso?

En fin, afortunadamente, Elisa no estaba por la labor de dejarme hundido en mis pensamientos y me levantó del sofá. Sin dejar de sonreír, y mientras los nuevos "equipos" se iban formando, puso una de sus rodillas en el asiento del sofá y el pie contrario en el suelo, y luego, se fue inclinando hacia delante, dejando mostrar entre sus piernas sus labios gordezuelos.

Primero de todo, aclarar una cosa. Hay "culos" y "Culos". Sin lugar a dudas, el de Elisa estaba en el grupo de los mejores. Posiblemente, aquella rotunda redondez fue la que se le pasó por la cabeza a Galileo al elucubrar su teoría de que la Tierra es redonda. Sin palabras.

- ¿Esperas una invitación por correo?- me sacó Elisa de mi ensimismamiento agitando su pandero ante mi soldadito, que llevaba ya un tiempo en posición de "firmes" y esperando órdenes de la comandancia. No necesité más. La agarré de las caderas y su coñito se abrió a mi paso como la mantequilla al paso de una radial.

Elisa apagó un gemido que se vio solapado por otro (más ruidoso, más potente) de Salomé, que sin pollas en la boca bien parecía saber cómo gemir. Beto y Javito, los cuales empezaba a pensar que eran siameses, compartían ahora a María, que de rodillas alternaba en su boca una polla y otra. El diablillo de mi hombro, que se había (por fin) erigido en gobernante, tras dejar al duendecillo durmiendo la mona y al angelito encerrado en el sótano, tomó, ante la visión del culazo de Elisa, el control de una de mis manos y...

"¡PLAS!" las carnes de la joven se agitaron. Elisa gritó primero y gimió después. No habiendo recibido ninguna señal de que aquello le disgustaba, repetí (ya por voluntad propia) el movimiento y el segundo ¡PLAS! no se hizo de esperar. Tampoco el grito, que sonó ahora más incluso a gemido.

- ¡Dios! ¿Te pone eso, cabronazo? ¿Eh? ¿Te pone pegarme, hijo de la gran puta?- me gritaba Elisa, descompuesta de vicio. Como única respuesta, le aticé otra nalgada mientras la mano que quedaba libre huía de la carne que empezaba a enrojecerse y se iba a amasar esos dos pechos dignos de Botero. Le pellizqué los pezones. Gimió riendo. Se me iba yendo la cabeza poquito a poco y empezaba a flotar en esa estupenda follada. Follaba de pie y no me cansaba. Olía a hachís. Alguien había encendido otro porro. Me lo pasaron. Cargado hasta las trancas. Fumaba y follaba al mismo tiempo. Una mano sostenía el canuto y la otra le atizaba al pandero de Elisa. Nunca he sido tuno pero le estaba sacando una buena melodía a la muchacha. Sólo que la canción era de gemidos.

Se me acercó otra mano. Agarró las carnes de Elisa. Por el otro lado me cogió de la cintura. "¿Me vas a sacar a bailar precisamente ahora?" pensé. El porro regresó. Estos árabes sí que se lo sabían montar. Viva el hachís. Vivan los árabes. Vivan los harenes. Como en el que estaba. El "alguien" que había detrás mío se acercó más. En su camino una polla, húmeda y caliente, chocó con mi cintura. Se alejó de mí. Se metió en la boca de Elisa. Parecía contorsionista dándonos placer a los dos. Yo follaba y no me cansaba. "Nota mental. Antes del próximo maratón me fumo un peta para comprobar si tienen efecto vigorizante."

Ya me veía recibiendo el Nóbel por haber dejado obsoletos los esteroides. Y yo allí, delante del Rey de Suecia, follándome a Elisa mientras alguien le metía la polla en la boca. Alguien más se me acercó. Risas. Yo seguía follando. Era María. "Ven p'acá, Morena". Toma beso de tornillo. "Yo también se besar". Se separó de mí, me mordió el labio y se puso a mi izquierda, imitando la postura de Elisa. El otro "alguien" se puso detrás suya y quiso emularme. Más porro. Dame. Toma. Primer envión de mi compañero. Falló. Se agarró de las caderas de María. su polla se balanceaba de un lado a otro y no lograba encontrar el camino.

- Joder, nano... con esa puntería tenía que haberte dejado que me "anavajaras". No ibas a acertarme ni una.- Le agarré la polla y se la dirigí al agujerito hambriento de María.

- Tronco, gracias.- dijo, con voz boba, el Beto.

- A servir, capitán, mi capitán.- grité yo, haciendo el saludo militar y dándole con la otra mano al culillo de Elisa, para que no se olvidara quién era el capitán de ese barco en ese momento.

Salomé se cansó de la misma postura y repitió la de Elisa y María, mientras el "Cigalitas" nos emulaba a mí y al Beto y Javito iba de boca en boca mendigando felación.

A mi izquierda, una pareja follaba. A mi derecha, una pareja follaba. A mi izquierda y derecha, habían unos culos que me estaban pidiendo que los dejara tan rojos como el de Elisa. "¡Catapumba!" doble azote a las compañeras. "¡Catapumba!", otro azote. "¡Catapumba!" el diablillo y el hachís se dieron la mano y me cruzaron los cables... Azote a los culos del Beto y el "Cigalitas".

- ¡Pero primo!- se quejó el "Cigalitas".

- ¡Eh! ¿Qué pasa?- me defendí.- ¡Aquí de discriminaciones de género nada!

Siete carcajadas. Bueno, seis. Con la polla del Javito en la boca, María no podía reírse mucho. Pim-pam. Pim-pam. Pim-pam. Mi cadera golpeaba con los glúteos (nunca me ha gustado esa palabra. Suena demasiado a gimnasio) de Elisa. Y el coñito de la muchachita que, a cada envión, me repetía el mismo tratamiento, un afectuoso apretón de músculos vaginales que acabaron por llevarme al extremo del delirio.

Me corrí, entre el dulce aroma a hachís y el agrio del sudor. Olía a sexo. Sexo pegajoso. Pero con el hachís todo parecía mucho más bonito. Hasta las calaveras pintadas en las paredes sonreían. Javito ocupó mi lugar mientras yo me iba hacia las sillas de detrás y veía ese triplete sexual. Lié otro porro. Había que gastar lo poco que quedaba del chocolate que había traído. Y eso que era para dos semanas. No importaba. Lié otro porro mientras la gente iba acabando. María y Elisa me rodearon. "Tienes que darnos tu teléfono, poeta". Me dijeron. "Sí, claro... aquí tenéis...". Tardé aún unos segundos en acordarme del número. Se lo apunté y recordé la frase... "Una cosa... ¿Por qué me habéis llamado poeta?". "¿Y la poesía que nos acabas de recitar qué?". "¿Qué poesía?". Rieron. me dijeron unas palabras sueltas. "¿Y eso os lo he dicho yo?". "Sí". "Hay que joderse cómo se me va la pinza". Más risas. Otras birras aparecieron sobre la mesa. P'adentro.

Estábamos todos desnudos, sudados y pegajosos, pero no nos importaba. Salomé se levantó y se dirigió hacia mí.

-Falto yo.- gruñó con la voz traviesa mientras se acercaba a mí bamboleando ese cuerpazo de ensueño.

- Todita la razón, señorita.- sonreí.

Me hizo levantarme. Me acompañó al sofá y me sentó de nuevo en él. Flip. Mi verga se deslizó en su interior. No quise pensar qué era aquello viscoso de su interior. Aquello era demasiado bonito para pensar en tonterías. Sus manos en mis hombros... cabalga, nena, cabalga... la polla ya me dolía de tanto esfuerzo realizado y sospechaba que en mis testículos ya no quedaba ni leche en polvo. Pero me daba igual. Como si se me quería caer a trozos tras esa noche. Para polvo tenía los que había echado. Y ya había cumplido. Gemidos. Los gemidos de Salomé eran otro idioma, con sus vocales, sus consonantes, y ningún sonido en español para definirlos. Y, por si fuera poco, llevaba el "tempo" que ni un director de orquesta. Y venga, y dale... una pierna demasiado morena y demasiado peluda para ser de Salomé apareció a mi izquierda. Un grito rasgó el bar.

- ¡Bestia!- le grité yo al Javito, que había entrado por detrás sin llamar al timbre. Con ternura (¿Cómo puede existir una palabra así en una situación como esa? ¿No es pecado ni nada por el estilo?), enjugué con el pulgar la lágrima que se había precipitado desde el ojo azul de Salomé.

- Espera, tío, espera...- rogó la chica, mirando hacia atrás, y sonriéndome con dulzura al volverse. Nos quedamos quietos unos segundos, esperando que Salomé se acostumbrara a su segundo invasor, que había reducido bastante el espacio de maniobrabilidad de mi polla en aquel coño. Y de paso, añadía una presión que no se podía describir más que como "deliciosa en todos los aspectos".

- Menos mal que has usado la vaselina, cabronazo, si no, me revientas.- gimió Elisa, antes de comenzar a moverse entre los dos.

Dos pollas en una mujer. Las pelotas de Javito se rozaban con las mías en cada movimiento. Pero no importaba. Olía a hachís y yo me estaba follando a una diosa rubia. De pronto, una tercer pierna apareció en mi campo de vista. Otra peluda. Vaya suerte.

- ¡AAAAHHHHH!- gritó Javito. "Donde las dan, las toman. Hasta por el culo", pensé.

- ¿Nunca te han dicho que tienes un culito de tía?- rió el Beto, con su polla en el interior del ano del Javito.- ¡Ah, y tranquilo, que para esto me he puesto condón, no querría que me mancharas la polla!- siguió riendo.

Si es que en ese momento no había más que risas... "¡Qué bonito trenecito! ¡Chucu-chucu-chucu!", exclamé yo, y las risas se multiplicaron. Pero era verdad. Era un trenecito increíble, y en vez de chucu-chucu, el sonido era un chocar apagado de caderas. Yo casi no me podía mover, y Salomé tampoco, pero recibíamos las embestidas del Beto que se trasladaban a nosotros sin problemas. Y otro encima del sofá. Me vi una pierna a un lado, otra al otro, y cuando miré para arriba me encontré con las pelotas del Cigalitas. Sinceramente, prefiero los frescos de la Capilla Sixtina como decoración para el techo. El "Cigalitas" le metió la polla en la boca a Salomé y la muchacha se estremeció al verse penetrada por todos sus agujeros penetrables. Susurros. Hachís. Me pasaron el último calo del último porro. Lo despedí como a un héroe antes de fumármelo.

Una mano cogió la mía. Otra, por el otro lado, hizo lo mismo. Las pegaron al asiento. Y de pronto, noté otros dos cuerpos subiéndose a ellas. Entendí. Dedos corazones y anulares se hundieron en los interiores de los coños de María y Elisa. Gritaron. Sentía sus manos agarrándome de las muñecas, como si quisieran tenerme allí por siempre jamás. Agité los dedos. Sus gritos llenaron el bar. Sonreí. Dedeaba a dos muchachas, me follaba a otra que, además, estaba chupándole la polla a un tío que tenía sus pelotas demasiado cerca de mí. En añadidura, detrás de ella tenía a dos tíos haciendo el trenecito y penetrando culos sin piedad. Por si fuera poco, aún olía a hachís.

Beto se corrió. Luego fue Elisa, cuyos jugos me llenaron la mano. El "Cigalitas" y Javito no tardaron en seguirla. María también obtuvo, gracias a mis dedos, lo que andaba buscando, y yo fui el siguiente. Me equivoqué cuando dije que en mis cojones no quedaba ya nada. Me corrí. En abundancia.

Por último, todos, los seis, acostamos a Salomé en el sofá y no paramos hasta que acabó en un orgasmo maravilloso, con seis bocas sobre su cuerpo y no sé cuántos dedos acariciándola. Perdí la cuenta cuando el dedito de María, que estaba a mi lado, intentó meter su yema por mi ano.

Fuera, comenzaba a amanecer. Los primeros rayos de sol se colaron por debajo de la persiana dibujando una línea amarilla en la entrada. Nos vestimos, completamente agotados. El "Cigalitas" me llevó en coche hasta mi casa.

- Esto hay que repetirlo, primo.

- Cuando queráis, nano... Ha sido la mejor noche de mi vida. La próxima vez que me intentéis atracar, nos volvemos a ir de fiesta.- reí yo.

Subí a mi casa y, tras una ducha rápida, me tiré en la cama y perdí noción de tiempo y espacio. Me desperté cuando ya era de noche otra vez. Alguien me llamaba al móvil.

Eran Salomé y María.

- Te debemos un culito, señor poeta...- me habían dicho.

Sin más, me vestí y salí de mi casa...

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