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Colegiala con medias y liguero

en Fetichismo

Tiene diecisiete años, sólo uno menos que tú, y la ves salir del instituto. El vuelo de su falda deja adivinar un par de piernas seductoras que te incitan y te excitan. Observas, a la sombra del árbol más grande del parque, cómo pasa ante ti, con la mochila al hombro, la melena rubia cayéndole por la espalda, y sus dos ojos azules por bandera. Camina y tú te pierdes en cada zancada que da. Cuando la falda se abre levemente, ahí está tu mirada para captar algún centímetro de piel, algo más de esa media negra, o, simplemente, la sombra de tus imaginaciones más ardientes.

Ella sigue caminando, hasta que, en un momento dado, gira la cabeza y te ve. Está claro que te ha visto, es imposible no verte, por muy a la sombra que estés. Sin embargo, ni un mal gesto, ni un suspiro de fastidio… Ella, joven y risueña, te sonríe y alza pícaramente su mano para saludarte.

El mundo se ha parado. Tus músculos se han parado. Ella se ha parado. Las hojas, cargadas de otoño, que se caen de un árbol cercano, se han parado. Algún dios, niño y juguetón, le acaba de dar un balonazo al reloj de arena de los cielos y se ha cargado el tiempo. Todo se ha detenido en una magnífica fotografía. Ella, joven, guapa, sonriéndote y saludándote con gesto de niña traviesa. Tú, joven, moreno, a la sombra de un árbol, con una sonrisa reflejada en tu rostro, y el corazón volcado en la mirada que te une a la joven.

 

* * *

 

Han pasado dos meses. Hoy es la primera vez que despierta a tu lado. Los pulmones se te han llenado de ternura y orgullo cuando has abierto los ojos y tu mirada ha ido a dar con la rubia maraña despeinada de su melena. Su cabeza, liviana y caliente, se apoya con suavidad sobre tu pecho desnudo. Con la punta del dedo, acaricias, con la máxima suavidad de la que eres capaz, el perfil de tu amante. Y, a medida que tu dedo recorre su brazo, su cintura, su cadera, y toca tímidamente la nalga, tu sangre se encabrita y tu corazón empieza un constante tamborileo que te retumba en el pecho.

Poco a poco, ella despierta suavemente escuchando el golpeteo de tu corazón. Vuelve su cabeza hasta ti y enfrenta su mirada adormecida con la tuya. Sus ojitos entrecerrados muestran dos brillantes reflejos azules que te sacan una sonrisa.

- Ummmm… ¿Ya estás despierto?- pregunta, estirando un poco su cuello y depositando un tierno beso en tus labios. Sin embargo, se retira antes de que tu lengua pueda contestar.

- ¿Qué hora es?- pregunta, con su vocecilla aguda.

- ¿Qué importa? Hoy es sábado. Tenemos todo el día para nosotros, recuerda que tus padres creen que estás con una amiga.- Respondes.

- Sí, supongo que tienes razón.- Dice, mientras te vuelve a besar, esta vez sí, introduciendo en tu boca su lengua y desperezando tus sentidos. Mientras os besáis, ella se vuelca encima de ti. Tus manos se apoderan de sus nalgas, su piel está caliente, muy caliente. Poco a poco, tu verga empieza el proceso de endurecimiento y es presionada con crueldad por el peso de Elsa (se llama Elisa, pero la llamas Elsa, tú sabrás por qué).

Os besáis hasta agotaros las lenguas. Su saliva engrasa tu garganta y su piel suaviza tu piel. Herida en su orgullo, queriendo alzarse en pie de guerra y sin poder a causa del caliente cuerpo de Elisa, tu verga se inflama y casi la sientes arder, pegada a la pierna derecha de la rubia.

- ¿Vamos a desayunar o…?- pregunta, y esa "o" te hace imaginarte el cielo por enésima vez. El cielo verdadero, tu cielo, el de los ateos, el sexo de una mujer.

- ¿O qué?- respondes, aún sabiendo que tu pregunta sobra.

Elsa sonríe con picardía y se separa de ti. Tu verga, libre, salta endurecida mientras Elsa se levanta, y ves cómo un escalofrío la recorre al pisar, descalza, el frío suelo.

- Espérate un momento.- te dice, mientras camina, desnuda, por la habitación.

Observas su perfecto cuerpo desnudo alejarse de ti. La cabellera dorada le llega casi hasta las nalgas, perfectas nalgas de carne dura y curva que dan ganas de morder y perderse en ellas. Cuando se agacha, para recoger su mochilita del suelo, los labios de su sexo se abren paso entre sus piernas y tu erección no puede ser ya más escandalosa. De repente, Elsa coge su mochila y se mete en el baño. Desnudo, en la cama, con tu miembro expuesto al aire que se debe colar por alguna rendija, quedas tú.

Los segundos pasan, quizá sean minutos, quizá no… El tiempo no existe sin reloj que te lo recuerde, y el reloj, como todo aquello que os privaba de la desnudez, debe estar tirado en algún sitio del piso. Pasan los segundos, y Elisa no sale, tienes ganas de levantarte e ir a por ella, pero algo a medio camino de la pereza, del saber que ella quiere encontrarte tal y como te ha dejado, y del pensar que las buenas noticias se reciben mejor tumbado en la cama, te hace quedarte quieto.

Cuando ella sale del cuarto de baño, tu verga ya hace tiempo que, olvidada de ella y de ti, ha empezado a decaer, casi con gesto deprimido. Pero cuando Elsa vuelve a la habitación, y tus ojos se te abren al máximo, tu miembro, como llevado por un empujón de curiosidad, se vuelve a endurecer, casi como si quisiera ver a Elsa tal y como está.

- ¡JoooooOOODEEERRR!- se te escapa de los labios. Casi sin creerlo, te incorporas, te arrodillas en la cama, desnudo pero caliente como el infierno.

Delante de ti, alguna hada que te adora, ha colocado la fotografía de tus fantasías más morbosas. Allí está, es cierto, no es ninguna mentira que tus ojos se hayan inventado.

Quieres que de nuevo el tiempo se pare, quieres esa instantánea para ti y para nadie más. Elsa, vestida de colegiala, no con el uniforme de su escuela, sino de dulce y excitante colegiala, de Lolita recién extraída de los fotogramas de cualquier película pornográfica, te sonríe con su gesto de niña traviesa.

Allí está, ante ti. Zapatos rojos y largas medias verdes oscuras, que se ajustan a sus preciosas piernas. Tu mirada sigue subiendo y sientes toda la sangre de tu cuerpo arremolinarse en tu polla. Sigues inspeccionando su indumentaria, minifalda de cuadros, con líneas también rojas, que no llega siquiera hasta la rodilla, y una pequeña blusa blanca que anuncia la brevedad carnosa de sus pechos. Su melena rubia ahora se derrama en dos coletas que aniñan su rostro, aún más si cabe, mientras sus ojos azules brillan de excitación.

- ¿Me llamaba… señor profesor?- Elsa utiliza un tono infantil, de niña mimosa, que no hace más que calentarte todo lo posible, y lo imposible también.

Tú no tienes palabras. Cientos, miles de veces has soñado con esto y, ahora que lo tienes, estás callado, petrificado, intentando asimilar lo que tus ojos ven y lo que tu verga está sintiendo. No te atreves ni a pestañear, temiendo que la ilusión se esfume como el humo. Ilusión que se incrementa todavía más cuando ella saca un chupa-chups de la mochila y lo desenvuelve con gesto pícaro. Luego, saca la lengua y hace círculos con ella sobre la bola de caramelo.

El corazón se te ha encabritado. Estás tremendamente excitado. Jamás habías estado tan cachondo como ahora. Sin separar la vista de ella, te levantas y caminas hacia su cuerpazo escultural. Ni el frío aire parece capaz de bajar ni un ápice la excitación que ha petrificado tu polla, mientras acercas tu cuerpo desnudo al suyo. Te pones a su espalda y la abrazas. Su ropa cosquillea en tu piel, mientras hundes tu nariz en su pelo, y aspiras un tierno aroma a colonia infantil que la rodea.

Da igual que estés desnudo. Ella ha inventado la historia y te toca seguir con la actuación.

- Elsa… ¿Sabes que vas muy mal en mi asignatura?- Pero poco te importa la actuación, te aprietas a ella todo lo posible, la hundes en ti, te hundes en ella, no eres actor, eres un joven excitado. Haces que tu polla se cuele bajo su falda y te crees morir cuando toca sus nalgas.- ¿No llevas braguitas, Elsa?

Inclinando levemente la cabeza, y obsequiándote con la azul mirada de una niña que sabe que ha hecho algo mal, ladea la cabeza con inocencia.

- No…- susurra con vocecilla llorosa.

Sientes que las piernas te fallan. No hay sangre en tu cuerpo. Toda se ha reunido en el mismo sitio, en una verga erectísima que, sigilosamente, busca acomodo entra las dos nalgas húmedas de la joven. Tu mano se desliza por delante e, imitando a tu polla, se cuela debajo de la falda. Elsa se muerde el labio inferior cuando tus manos tocan su sexo. Está mojada, muy mojada. También ella está excitada con el juego que ha inventado para ti. Sigues acariciándola, mientras tu miembro se cuela entre sus piernas y su piel caliente te abraza. Tu otra mano también rodea a Elsa y ayuda a la diestra a tocar el sexo.

La acaricias con sapiencia, jugueteas con el recortado triángulo de escasísimo vello dorado de su pubis. Estáis los dos calientes, cachondos y enfebrecidos de caricias excitantes. Tu mano resbala con la humedad de su sexo, y Elsa sólo habla con voz mimosa.

- Mmmmmm… ¿Qué me hace, señor profesor?- Elsa escupe gemiditos que te incendian. Vas extendiendo tus caricias y de repente tocas una tela elástica en sus piernas. La inspeccionas con la yema de los dedos. Va de arriba abajo, hasta las medias. Por arriba, se pierde en otra tela que rodea la cintura de tu colegiala. En la otra pierna hay una gemela de esa. Un liguero. Lo has visto demasiado en tus fantasías como para no reconocerlo. Un liguero que te vuelve loco de remate.

Ya no sabes si respiras o el aire que entra por tu cuerpo es repelido por algún campo magnético. Todo tú eres un arroyo de inhalaciones y exhalaciones. La excitación ha llegado a límites inconcebibles. Colegiala, Elsa, liguero, el roce de sus piernas… Todo forma parte del excitante universo que te rodea. Y tú desnudo. Te corres. No puedes evitarlo, intentas retirarte a tiempo pero lo único que consigues es eyacular en sus nalgas. Embadurnas su culo con tu semen con un bramido más animal que otra cosa. Ella arquea el cuerpo, acerca su culo a ti, como intentando eternizar el contacto mientras, los ojitos entrecerrados de placer, los dientes mordiéndole el labio, y la piel caliente, muy caliente, quieren algo más.

- Mmmmmm… ¿Qué es esto, señor profesor?- te dice mientras recoge un chorro de semen que resbala por sus piernas con el dedo índice, que después, se mete en la boca, para chupar con perversión y lujuria marcada en su mirada.- Está bueno…

Te tumbas boca arriba en la cama, la respiración jadeante, como si hubieras participado en una maratón. Desnudo, te sorprende que después de tan soberbia corrida, tu polla aún esté tan erecta, tan dura, tan hinchada, con el glande prácticamente amoratado de cachondez.

Elsa saca un pañuelo de su mochilita y con él se limpia las nalgas y las piernas, hasta hacer desaparecer de su piel todo rastro de tu materia. Tu respiración ya se ha calmado un poco, lo suficiente como para que te puedas levantar. Lo haces, y vuelves a acercarte a ella, sin más, te arrodillas y le levantas la falda. Si quedaba alguna duda, ahora se disipan, al tiempo que tu verga regresa al primordial estado de auténtica dureza. Allí, como enmarcado entre el liguero, la faldita escocesa y las medias, el glorioso sexo hinchado de Elsa, brillante de flujo, te tienta como nada te había tentado.

- ¿Y ahora, señor profesor?- pregunta, con su vocecilla de niña, al tiempo que se mordisquea con lujuria el índice.

- Ahora viene lo bueno. Sígueme.- Te sientas en la cama para ver cómo avanza hacia ti, cómo sus piernas se mueven con una sapiencia impropia de una colegiala, pero muy propia de TU colegiala, tu dulce Lolita de excitante atuendo.

- Ponte en mi regazo, tengo que castigarte por suspender…- No sabes de dónde ha salido esa voz, pero es la tuya, alguien ha dicho lo que pensabas con tu misma voz.

Elsa no cambia el gesto, ni mucho menos, sonríe levemente y sus ojos refuerzan su brillo de cachondez.

- Lo que usted diga, señor profesor.- Te obedece, y se tumba boca abajo sobre tus rodillas, con su vientre sobre las piernas.

Levantas la falda y te encuentras con ese culo que tanto te gusta sobar, ancho y de nalgas rotundas, duro y sabroso, coronado por el liguero. Tu verga erecta se aprieta en su cintura, estás tan caliente que temes atravesar su delgado cuerpo.

El primer azote se envuelve de eco en la habitación. Elsa gime, pero no de dolor, y tú lo sabes, tu dedo meñique, que ha rozado el sexo y se ha imbuido de humedad, lo sabe, tu verga, que está tan caliente como su cuerpo, lo sabe. Los siguientes azotes se suceden, seguidos de gemiditos de Elsa, que casi no puede aguantarse, al igual que tú, la calentura. Cuando acabas, su culo está rojo, en sus ojos azules crees descubrir el reflejo de una lágrima, pero su sexo no ha dejado de lubricar, y sientes su flujo manchar tus piernas incluso.

La permitas levantarse y Elsa se incorpora y te mira. Su cara es un poema, de esos que le gusta escribir a tu amigo. Las mejillas enrojecidas, la respiración agitada, la frente perlada de sudor, y las coletas ya deshechas desde no sabes muy bien qué instante. Te mira, sabes que arde, que te desea, que te ama más que nunca y que tú la amas más que a nadie. Decidido, te acercas a ella, la agarras de la nuca y os besáis como si el mundo se fuera a acabar. Arrebatado de lujuria, la lanzas sobre la cama y le desgarras la blusa, cuyos botones chocan furiosamente contra el suelo. Te apropias de sus pechos, los muerdes, los chupas, succionas sus pezones, casi los muerdes. La miras por última vez, tumbada bajo tuyo, los pechos en un constante ir y venir de respiración agitada, sus ojos azules clavados en los tuyos, la mueca de su cara demudada por la ansiedad de ti que tiene.

La penetras. Y ella gime. Atraviesas una y otra vez su pequeño sexo, y Elsa te responde con uno y otro gemido. A partir de entonces, ya no gime, su voz empieza a gritar, te pide más. "Señor profesor", te sigue diciendo, entre jadeo y grito, convulsionándose de placer. La sientes arder, te clava las uñas en la espalda, va a explotar y tú también. No habéis durado mucho, pero la situación ha jugado por vosotros. Te corres, se corre, clava aún con más fuerza sus uñas en tu espalda, te hace sangrar.

Te derramas en ella, ocultado tu berrido de triunfo por sus escandalosos gritos. Alguien se ha tenido que dar cuenta en la residencia, pero no te importa. Acabas de conocer el cielo de tus fantasías gracias a Elsa, tu Elsa, la gran Elsa con la que, sin saberlo, llevas soñando eternidades.

El sábado continúa. Folláis como conejos en la habitación. Pierdes la cuenta de sus orgasmos y de los tuyos. Te suda la polla que mañana tengas tantas agujetas que no puedas moverte. Eres feliz. Has cumplido. Felicidades.

 

 

Dedicado a ese amigo mío que sueña con alas de metal y una azafata en cada aeropuerto. Que lo consigas.

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