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Solo de flauta en do menor

en Autosatisfacción

Cierro suavemente la puerta de mi habitación. Enciendo la cadena de música y pongo ese CD que me regaló mi viejo. No es que me guste la música clásica, en verdad la odio, pero mi familia no me molesta cuando está sonando.

- ¡Déjale, que disfrute con la buena música y no esas patochadas que oyen hoy en día!- grita mi padre cuando alguien se acerca a mi habitación.

No puedo reprimir una sonrisa cuando oigo su grito, normalmente dirigido a mi madre, elevarse por encima de los pianos y trombones de la cadena y los gritos que surgen de mi ordenador. ¿Quién me iba a decir que Mozart y el otro, el sordo, iban a proporcionarme una coartada para poder ver pornografía sin problemas?

Mientras los violines destrozan el silencio de mi habitación, al ritmo de una melodía que compuso un tipo que debe llevar varios siglos con dos metros de tierra sobre su ataúd, prendo el ordenador. El mensaje de bienvenida de "Windows" me saluda, y rebusco entre accesos directos archivos y directorios hasta llegar a ese oscuro y alejado rinconcito de la subcarpeta llamada "Problemas Mates Miki", donde se encuentra otra carpeta llamada "Onrop".

Quizá a primera vista no tenga un nombre muy especial. Pero no hace falta un especialista en criptografía para descubrir que el significado de la palabra cambia al invertir las letras. En cuanto la abro, aparecen delante de mis ojos decenas de videos y accesos directos a páginas web declarados exclusivamente para adultos. Relatos, videos, fotos, tango de todo... ¡El gran porno-bazar del "tito" Miki! ¡Estamos que lo regalamos!

Conecto unos auriculares en los altavoces para silenciar al ordenador más allá de un área de medio metro y me coloco uno de los audífonos en la oreja derecha, mientras que dejo el otro colgando, para no estar completamente desconectado del mundo exterior. Voy desabrochándome el pantalón mientras repaso el contenido de la carpeta y las trompetas restallan en la cadena de música.

A ver qué tengo por aquí... ¿Todorelatos? No, hoy no me apetece leer. Mejor algo de hentai. Sí, pincho en uno de los iconos y acto seguido el "internet explorer" comienza a trabajar. No tarda en cargarse la página con el mismo rollo de siempre. "Si eres menor de edad te pedimos que abandones la página". Pues mira, es pudiendo y no. Es decir, pudiendo abandonar la página, pues va a ser que no. Una sonrisa divertida me cruza la boca cuando le doy a "Entrar", obviando todas las reglas que me permiten mis quince años. Expongo mi miembro ardiente a la intemperie mientras tanto.

La galería de videos escupe sus generosas carnes virtuales sobre mis retinas. Cliqueo en una colegiala con dos morenas trenzas y un notable busto y el archivo empieza a cargar. En pocos segundos, la barra de estado va mostrando diferentes mensajes. "Conectando con el medio", "Almacenando en búfer", "Reproduciendo. Velocidad 116 kb/s.". El morbo de saber que mis padres están ahí fuera, a menos de cinco metros de mí, sumado a la promesa de excitación, tienen ya mi miembro a medio camino de la erección.

El vídeo empieza fuerte. La joven colegiala de dibujos animados tiene las bragas por las rodillas y anda masturbándose encima de la cama, abandonando sus dedos a las benditas acometidas de la autosatisfacción mientras su otra mano acaricia sus desproporcionadas tetas. Sus grititos me acarician el oído derecho mientras que el zurdo anda aguantando el maremágnum de instrumentos que vomita el CD de la cadena.

Acaricio lentamente mi miembro, que va endureciéndose por momentos, a la vez que la música clásica también ralentiza sus acordes. Casi puedo compenetrar la música a la masturbación. Sin prisas...

Lento.

Do… re… mi. Do… re… mi. Do-subiendo, re-arriba, mi-bajando.

- ¡Ah! ¡Ah!- suspira la colegiala hentai.- ¡ah! ¡Aaaaaaaaaah!

El día de la chica de los dibujos japoneses recién masturbada empieza con una vista de su instituto, mientras mi verga va llegando a la máxima dureza. Luego pasan treinta segundos en los que se supone que transcurre la clase (yo quiero clases de esa duración, no te jode), que me obligan a recordar su espectáculo onanista en la cama para mantener el flujo de sangre sobre mi miembro viril.

Afortunadamente, la muchachita no tarda en ponerse a fornicar con un compañero encima de su pupitre. Mientras en la pantalla la jovencita mantiene la boca "ocupada" y su compañero gime su nombre merced al buen trabajo que debe hacer la lengua de la chiquilla, desde el aparato de música llegan los sonidos de unos tambores con los que reanudo mi sesión onanista.

Adagio.

Do. Re. Mi. Do. Re. Mi. Do. Re. Mi.

Ella sigue chupeteando con saña el descomunal falo con el que el dibujante decidió dotar al joven, que aún mantiene puesta la camisa. Mi mano sube y baja lentamente sobre mi miembro exaltado. Él grita algo un japonés, que los subtítulos traducen "I’m gonna come". Luego, pantalla en negro, que un instante más tarde se ve salpicada de un chorro blanco. La siguiente escena muestra la cara de la joven salpicada del semen de su compañero. Very typical.

Moderato.

Do; re; mi. Do; re; mi. Do; re; mi.

Clarines y timbales desde los altavoces acompañan el instante en que la mujercita se acuesta encima del pupitre, dispuesta a que el chaval le despoje de sus braguitas azul celeste. Mis dedos repiten el movimiento de dos tiempos al tiempo que la ropa interior de la chica se va enrollando al deslizarse por sus piernas. Mientras la joven reanuda sus gemidos con la mano de su compañero en el placentero rincón, subo el tempo de la paja.

Andante.

Do, re, mi. Do, re, mi. Do, re, mi.

Me levanto para tener una postura menos conflictiva con el movimiento de mi mano. A mi oído derecho arriban jadeos, gemidos, y palabras entrecortadas dichas en japonés cuando la pantalla muestra la lengua del joven dando gusto al clítoris pintado de la colegiala. Aumento el ritmo mientras los gemidos esparcen su eco por mi cerebro.

Allegretto.

Do re mi. Do re mi. Do re mi.

Mi mano empieza a acompañar los vaivenes masturbatorios con una presión sobre el tronco de mi verga. En la pantalla, el joven comienza a introducir su tranca venosa en el sexo calvo de su compañera, ante sus quejidos y gemidos excitados, que se confunden con un solo de violines que flota en la habitación.

Allegro.

Do-re-mi. Do-re-mi. Do-re-mi.

Comienzo a jadear sumando más sonidos al caos de la habitación. Mi mano acelera el subibaja al ritmo de los gemidos de la morena colegiala, que jadea en japonés con sus piernas agarradas por las manos del colegial. El calor de mi miembro anuncia una pronta explosión y, con la mano que me queda libre, agarro un pañuelo de papel que me evite manchar teclado y pantalla. Subo la velocidad de mi agitada mano, a la vez que la pareja cambia de postura.

Presto.

Dorremí. Dorremí. Dorremí.

Todos los movimientos se hacen aún más rápidos. Los de la pantalla, los de mi mano, los de la cadena de música. Cierro los ojos para perderme en los gemidos de la muchacha, a la que imagino en el lugar de mi mano. Gime, gimo. Grita, jadeo. Su voz aguda me recorre la sangre enloqueciendo los movimientos de mi garra, que aprieta sin compasión mi verga en su frenético subibaja.

Vivave.

Dorremidorremidorremí.

- ¡Ah!

- ¡Ah!

- ¡Aaaaaahhhhhhhhhhh!

Los tres, ella, su compañero y yo, nos corremos a la vez en una explosión de platillos musicales. Mis músculos tiemblan de arriba abajo, haciéndome abrir los ojos en pleno éxtasis. Y mientras en la pantalla, el perfil de la cara de la chica, medio tapado por su morena melena rebelde, se ilumina, congelando la imagen de su naricilla pequeña y su boca abierta, mi verga vomita el semen sobre el pañuelo que sostiene mi otra mano.

Caigo cansado y feliz sobre la silla. Tiro el pañuelo a la basura y cierro la ventana. Guardo mi miembro, que comienza su decadencia, dentro de los pantalones, y apago la cadena cortando una fiesta de violines, órganos, oboes, arpas, y demás instrumentos que otro tipo que también debe llevar unos cuantos siglos bajo tierra, pensó que serían los mejores para tocar su obra.

En lo que seguro que no pensó fue en que su música podría endulzar las pajas de un chaval un montón de años después de que él muriera.

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