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13 besos peregrinos

en Erotismo y Amor

El libro

Te deslizas hacia el salón con una sonrisa. Cierras la puerta tras de ti y te aseguras de estar sola. Esbozas una sonrisa, lo estás. Avanzas hacia la mesa y te haces con el libro que la preside solitario. Observas la portada y sigues sonriendo mientras acaricias el nombre del autor, bordado en hilo dorado sobre las tapas carmesíes. De pronto, se oyen unos ruidos tras la puerta y tus sentidos se ponen alerta, temiendo ser descubierta en tu furtiva incursión. Pero no... los pasos continúan su camino y no se aventuran en el salón.

Abres el libro y, sentándote en la silla de espaldas a la puerta, comienzas a leer. Siempre te ha gustado cómo escribía. Quizá abusaba de figuras demasiado poéticas, quizá se enredaba con cosas que no venían al caso, quizá, incluso, le faltaba muchísimo para ser un buen escritor... da igual... a ti, simplemente, te gustaba.

Lees. Las primeras páginas te van metiendo en la historia. Trata de recrear un paisaje urbano, triste y rutinario. No te resulta difícil meterte en él porque es el que tanto has vivido. Por algo vives en la misma ciudad. Incluso, te pareces a la protagonista.

Con lentitud, pero sin dejar de leer, cierras mentalmente los ojos y te ves trasladada a la historia...

"La ciudad se había despertado gris y triste, sufriendo el frío de un invierno que no se decidía a soltar sus calles mojadas. A la puerta de unos cines, ella aguantaba el frío pensando en él. Él y tantas y tantas palabras escritas en la pantalla del ordenador, al amparo de las noches de pasión vía Internet. Ahora, por fin, iba a tenerlo delante sin que entre ellos mediaran bytes e iconos.

Lo vio acercarse. Igualito que en las fotos, con ese aspecto travieso. Sus ojos se cruzaron en la distancia y la multitud se hizo demasiado pequeña para separarlos. Avanzaron al encuentro cada uno por su lado, y se encontraron justo a la mitad del camino.

Él la agarró de la cintura mientras clavaba su mirada en sus ojos. Ella, copiándole la sonrisa, lo tomó de las mejillas. Las bocas se acercaron..."

Escuchas la puerta abrirse y rápidamente dejas de nuevo el libro en su sitio. El corazón te late asustado. No te levantas. Esperas a que vaya hacia ti y ponga la boca tan cerca de tu oreja que puedas oír hasta las palabras que me callo.

- ¿Te ha gustado?- pregunto.

- Mucho... ¿Cómo puedes escribir así?- murmuras, levantándote y volviéndote lentamente.

- Porque te tengo a ti...- Las caras ya se han enfrentado y poco a poco comienzan a acercarse. Los labios claman por un equivalente piel a piel de lo que no han llegado a leer.

Se acercan, se rozan, se juegan, se separan y se vuelven a juntar siguiendo el baile de tantas generaciones aprendido. La piel se electriza y atrae a los labios compañeros. Cae la primera de las barreras y, mientras tu mano me mesa el cabello y la mía se aprende tu cuerpo, las lenguas entran en contacto, se enredan, se gimen una a otra, y, por encima de todo... Se besan. Sí, se besan. Como dos personajes de novela.


 

El cumpleaños

El cumpleaños se me hace aburrido. No conozco a nadie, excepto a mi mejor amiga, que me ha llevado allí. Ella es compañera de facultad del cumpleañero. Tú eres su mejor amigo. Te veo reírte a su lado y pienso que, quizá, el cumpleaños no sea tan tedioso. Es el primer cumpleaños-fiesta de este tipo al que acudo y no había previsto divertirme. El festejado ha preparado pruebas de todo tipo, como una especie de ginkana en la que empareja a la gente a su antojo. Me ve mirarte y sonríe para sí con un puntito de maldad traviesa. A la siguiente prueba nos pone juntos. Te venda los ojos sentándote en una silla, me ata las manos y me pone un boli en la boca.

- Tienes que escribirle en la frente la siguiente palabra- dice, a todo pulmón. Le gente ríe, tú tuerces los labios en un mohín de disgusto simpático. Él se acerca a mi oído y susurra, bien bajito:- La palabra es “Patata”.

Se aleja riendo, y yo me inclino sobre tu frente para cumplir con la prueba. El boli no va bien, arrastra tu frente, deja pequeños rastros pálidos en ella alternando mínimos trazos de tinta azul. No importa, no puedes leerla para adivinar la prueba. Estoy nerviosa, mi respiración en tu nariz te incomoda, ni siquiera sabes cómo me llamo. La gente no para de reírse a nuestra costa, aunque parezca que eso a ti no te importe. Por mi parte, yo continúo escribiendo, aunque sólo haga que mancharte y rascarte la frente. “A”, “T”, “A”. Acabo la palabra y dejo caer el boli, que rebota en tu muslo antes de estrellarse en el suelo.

- Pafua… papua… ¿Fatua?- murmuras tú, y la carcajada se hace general.

Tu amigo te quita la venda y me ves delante de ti, mi cara te confirma lo que te había dicho la carcajada de los asistentes. No has acertado.

- ¡Oh, qué pena!- ríe, sarcástico, tu amigo.- Como no lo has acertado, ahora ella te tendrá que limpiar la frente.- Lo miras con una cara de desconfianza.

- ¿Cómo?- le preguntas, temiendo la respuesta.

- Con la lengua.

La gente vuelve a estallar en carcajadas, yo enrojezco y tú sacudes la cabeza y pones los ojos en blanco. Lo conoces muy bien y te esperabas una de esas. A mí me ha pillado completamente por sorpresa. Pero no lo has adivinado y me toca pagar. Muerta de vergüenza, saco la lengua y empiezo a lamerte la frente, intentando borrar los rastros de tinta que queden.

El sudor y la tinta me saben agrio en la boca, y tú ríes nervioso. Al final, un poco por quitarte la saliva, y un poco por limpiar el último puntito rebelde, acabo la limpieza con un tierno beso en la frente.

- ¡Ya está!- palmotea tu amigo, y me desata las manos. La fiesta sigue y, un rato después, nos encontramos al lado de las bebidas.

- Oye, lo del beso en la frente…- dices, y mi cara vuelve a enrojecer vergonzosa.

- ¿Sí?- trato de evitar mirarte a los ojos.

- Que me has hecho preferir que me hubieras escrito en los labios.

Te miro intrigada. Me devuelves mirada y sonrisa. Me acerco a ti, te inclinas sobre mí y, mientras empieza la música, nos besamos.


 

El sueño

Es de noche. Noche cerrada para más señas. Te tumbas en la cama, y al poco caes dormida. Cuando abres los ojos, has volado. Has volado lejos del mundo, fuera del tiempo, a otra realidad. Estás en un pequeño estanque, herida su tranquilidad por la catarata que se precipita sobre él. El paraje atardece perdido en la inmensidad de una espesa selva donde los únicos animales que parecen haber son los alegres pajarillos que trinan en los árboles.

Sonriente, te sientas en una roca y observas el agua cristalina del estanque. Todo está en paz hasta que un sonido te alerta. No sabes si es algún animal salvaje, algo que separaría el sueño de la pesadilla, y te pones en pie dispuesta a salir corriendo. Pero no. Un joven atraviesa la espesura de los árboles y se planta a la orilla del estanque:

- Hola.- le saludas.

- Hola.- te sonríe él, alzando la mano.

Se acerca a ti con parsimonia, evitando resbalarse con las ramitas y piedras húmedas del suelo.

- Esto... ¿Qué haces tú aquí?- preguntas, extrañada.

- Pues... creo que estoy soñando...- ríe el muchacho.- Aunque normalmente mis sueños no son tan bonitos.

El joven te mira directamente a los ojos y la escena te turba. Avergonzada, apartas la mirada sonriendo con dulzura. ¿Lo estás soñando? ¿Cómo puedes soñar a un chico así si ni siquiera conoces a nadie que se le parezca?

- ¿Y tú? ¿Qué haces aquí?

- Pues creo que yo también estoy soñando igual que tú.- Te giras de nuevo hacia él y te das cuenta que se te ha acercado mucho más, lo tienes a escasos centímetros, subido a la misma roca que tú.

- Vaya... ¡Qué panda de soñadores!- dice él, jocoso, y tú ríes con su risa. Te embargan las sensaciones, ¿y qué si es un sueño? ¿Y qué si no lo es? Parece que ahora sólo existís vosotros dos.

Os acercáis ya sin vergüenza, en la roca sobre el estanque. Vuestras bocas van reduciendo, en silencio, la poca distancia que las separa.

De repente, cuando estáis a punto de besaros, una libélula pasa velozmente y zumbando entre vuestras frentes. Él da un respingo sorprendido y salta hacia atrás, resbalando en la piedra húmeda y cayendo al agua con un gran "Chof". Te ríes a carcajada limpia cuando él emerge de la superficie del estanque, confundido y mojado, sobretodo mojado.

- ¡Ah! ¡Muy bonito!- pese a todo, la sonrisa no abandona sus labios.- ¿Te queda mucho tiempo de reírte o me vas a ayudar a salir?

- Vale, vale... ya te ayudo...

Te arrodillas al borde de la roca y extiendes tu mano. Él la agarra... y te empuja al agua con él.

- ¡Oye!- te quejas, cuando sacas la cabeza del agua, igual de mojada que él.

- Se siente...- dice él, con sonrisa de niño travieso.

Los dos reís pero, poco a poco, las sonrisas van desapareciendo en la tensión que une vuestras miradas. Sobre el agua, os acercáis hasta poder abrazaros.

- ¿Cuánto tiempo tenemos?- preguntas.

- Hasta que nos dejen los relojes.- contesta él que, lentamente, se va inclinando sobre ti, acercando sus labios hacia los tuyos que los esperan impaciente.

El segundo antes del beso es el más largo de la Historia. No dura un segundo. Dura siglos, eternidades, horas en la que los relojes cambian sus números, hacen rodar sus saetas y vuestros corazones disfrutan el acto paralizado de total entrega.

Abrís las bocas y juntáis las lenguas. Casi te parece sentir el sabor del agua dulce entrando por tus labios, y su piel ardiendo bajo tus brazos abrazados a su cuerpo, copiando la postura de los suyos. Os besáis con pasión, queriendo creer que vuestras vidas, con suerte, serán el sueño de ese sueño y mañana, cuando volváis a dormir, os encontraréis de nuevo en el mismo estanque...

Te despierta un irritante pitido. Te incorporas en la cama, sudando, sonriendo, mojada. Te tocas los labios con la yema de los dedos y los sientes calentísimos. En tu lengua aún tienes el sabor del agua dulce. “Hasta esta noche”, piensas, con una mueca triste, mientras detienes el despertador.


 

La historia de siempre

La historia de siempre. Chica y chico, ella y él, frente a frente en una cafetería. Primera cita. Se buscan con la mirada y, al mismo tiempo, se rehúyen. Pasan unos minutos en ese juego que los dos son demasiados tímidos para romper.

No se sabe muy bien cómo pero, finalmente, sus ojos se encuentran. Se hace silencio. Pasa un ángel. Se acercan el uno al otro. Él la sostiene por la barbilla, mirándola con una ternura especial. Le late el corazón a mil por hora. Acumulando valor de no se sabe dónde, se atreve a adelantar su cabeza y darle un tierno piquito en los labios. Se separan al instante, los colores brotan en sus mejillas.

Pero sin tiempo de pensar nada más, las miradas regresan a posarse en los ojos de quien tienen enfrente y, rápidamente, vuelven a juntar sus labios en otro. Y otro piquito más. Las bocas se entreabren, buscando el aire y buscándose también la una a la otra; las lenguas, sabias, juegan a pillar siendo niñas en cuerpo adulto; las manos de ella danzan entre el pelo de él.

Ella se desengancha con un suspiro compartido del beso experimental, y con sus labios atrapa juguetona el labio inferior del joven, lo lame con la lengua, lo mordisquea suavemente con travesura, abre los ojos lentamente y le da un último mordisquito algo más fuerte. Los corazones se han acelerado, se vuelven a separar las bocas y sus portadores se miran sonrojados de nuevo.

Una sonrisa. Es lo único que necesitan. Sus caras rehacen el camino y vuelven a besarse tres, cuatro, cinco piquitos más hasta fundirse en un beso eterno. Beso eterno al que los dos se enganchan con glotonería. Beso eterno que no se ve interrumpido hasta que les sorprende la sombra del barman proyectada sobre ellos.

Ríen. Pagan y ríen. Pagan, ríen, y se van. Pagan, ríen, besan y se van, cogidos de la mano, haciendo suyo cada portal con besos.


 

Cyberbeso

Noche. Las estrellas brillarían si esas nubes desobedientes no tapiasen el cielo. Da igual. Tú no miras al firmamento esta noche, hay cosas mejores que mirar. Estás sentada ante tu ordenador, chateando con un chico que has conocido en el reino del caos que es internet. Te gustan sus palabras, te halaga lo que te escribe y te hace portar una sonrisa durante toda la charla.

De pronto, él te dice de iniciar una conversación por voz.

- No tengo micrófono.- Escribes.

- Da igual… así me escuchas.- Aparece como respuesta en tu pantalla.

Tiembla tu mano, es una frontera más que pasar, un paso más allá, y no sabes si darlo. Clicas en “Aceptar” y suspiras aliviada.

- Hola.

Su voz, en tímido saludo, te llega nítidamente. Empieza a hablarte mientras tus dedos trastabillan por el teclado tratando de responderle como mejor puedes.

- No hace falta que respondas. Sólo escucha.- susurra, con una voz suave y grave que los auriculares llevan hasta tus oídos.

Empieza a contarte algo, no sabes bien qué. Tú (como él) sabes que eso no es lo más importante. Lo importante es su voz, cada variación de sus palabras, sus jotas aspiradas, casi inexistentes, sus eses desaparecidas, sus enes extremadamente nasales, su yeísmo, incluso los defectos son virtudes en la suavidad de esa voz suave.

Poco a poco, has ido cerrando los ojos, llevada por esas palabras que entran dentro, muy dentro, rompiendo barreras que no sabías que estaban allí y haciéndote flotar, volar por un cielo por el que te lleva un ángel de voz suave.

Es todo como en un sueño. Por eso, cuando te susurra, muy bajito “Abre los ojos”, y obedeces automáticamente, no te asusta, sólo te sorprende, ver una cara que emerge de la pantalla de tu ordenador, como si estuviera presa en una cárcel de goma elástica.

Allí desde el monitor, pintada de los colores de la ventana del Messenger que tienes abierta, una cara humana surge del amasijo de delicados materiales de tu ordenador.

Él te sigue hablando, y cuando habla, los labios (finos, masculinos) de la cabeza de tu pantalla se mueven. Sabes que es él. No te hace falta ver sus labios.

No dejas de mirarla. Se hace silencio. Las voces, los sonidos, se han acabado por desterrar a algún oscuro rincón de la habitación para no molestarte. Quizá el puntero del ratón los ha movido a la papelera de reciclaje para liberar el escritorio a la cara que lo llena.

Te acercas a la cara y, acariciándola con suavidad, pegas tus labios a los suyos. El cristal del que ha surgido y del que ha sido formado pronto toma calor. El calor de unos labios que te besan, la humedad de una lengua que, vestida de la última letra que has escrito, se interna en tu boca para rodar con tu propia lengua, la pasión de un amante que se funde contigo en un beso que recordarás por siempre jamás.

No sabes si es un sueño, pero no te importa. Es un beso. Un beso con él. Un beso hecho de bits y pasión. Un Beso. Su Beso.


 

La playa

La playa recibe la marea de gente como recibe la marea de olas. Aguantándola como puede. Estamos con distintos grupos de amigos sobre la arena. Tú juegas a las palas con tu amigo, el futuro piloto, yo hago un castillo en la arena, distraída mientras escucho los marujeos de una amiga.

Para la buena puntería de la que presume tu amigo, te está tocando todo el rato ir a por la pelotita, y esta vez ha venido justo a lo alto de mi castillo. Las almenas de arena yacen en el suelo, sin haber podido aguantar el cañonazo de la pelotita. Te agachas, te disculpas azorado, me río y te digo que no pasa nada. Sonríes y vuelves al juego, a seguir ganando. Tu amigo se empieza a dar cuenta que no es su día y finge hacerlo mal adrede. La pelotita regresa a mi vera, como si hubiera aprendido el camino y queda junto a uno de mis muslos. Vienes corriendo a por ella, pero yo ya estoy cogiéndola. Derrapas y caes sobre una de mis piernas, encima del castillo rebozándote por completo. La risa es total a estas alturas.

Te disculpas de nuevo por los daños infligidos al castillo y te preocupas por la pierna de “la princesa”. Noto el tono vacilón, de graciosete. Le tiro la pelota a tu amigo y te digo que no hay ninguna herida grave que curar, de momento. Te vas de nuevo, y yo me quedo embobada viendo tus espaldas mientras te alejas. Mi amiga me da un codazo.

Nos levantamos y nos ponemos a un lado, en medio de vosotros. Preguntamos vuestros nombres al resto del grupo, que juegan desganadamente con una baraja española. Os empezamos a animar. Esta vez eres tú quien le pega mal a la pelota, corro a recogerla y te la devuelvo. Me guiñas un ojo. Me encanta ese guiño, estoy dispuesta a recogerla cada vez que se te escape.

La vez siguiente se mete en el mar. Me levanto y salgo corriendo, pasando entre vosotros para ir a por ella. Esta vez yo soy la torpe, tropiezo en el agua, me caigo y vienes al rescate de pelotita y princesa. Me tiendes la mano para ayudarme a levantar del agua, pero te estiro del brazo para que caigas conmigo (o al menos a mi lado). Un poco sin querer, y un mucho adrede, caes encima de mí. En el agua, me miras divertido y sorprendido, más aún después de hacerte una aguadilla de la que surges riéndote y agarrándome. Nos miramos, y sello tus labios con un beso salado. El beso más largo de la Historia.

 


 

Día de lluvia

Son las seis de la tarde. Se podría ver al sol ocultarse si no lo ocultaran las nubes que descargan una fina llovizna incesante sobre la ciudad. Se mojan las aceras, bajo tu paraguas caminas escondiéndote del frío en tu abrigo. Llegas a la parada del autobús (una de esas sin marquesina, un simple cilindro de plástico que brota de la acera) y ves en ella a un chico que se arrebuja en su chaqueta aguantando el chaparrón sin nada para protegerse de la lluvia. Te acercas a él y lo cubres con tu paraguas. Se gira y sonríes.

- Gracias.- te digo, sonriendo yo también.

Nos quedamos mirando a los ojos en silencio, como si pudiéramos hablar con las miradas y no hicieran falta palabras. Abro la boca para decir algo pero justo en ese momento llega el autobús que esperamos en el silencio (a nuestro alrededor mucha gente camina, habla y los coches hacen rugir sus motores, pero nada existe fuera de nosotros). La puerta del bus bufa y se abre.

- Tú primero.- digo, dejándote pasar.

- Gracias.- por única respuesta, te guiño un ojo.

Paso detrás de ti y compro el billete. El autobús va casi vacío, sólo una abuelita en su asiento verde y una pareja de hombres de color que charlan animadamente en unos de los asientos traseros. Te sientas a mitad del autobús, y me miras como al despiste. Te devuelvo la mirada, luego la bajo al suelo, miro por la ventana, me confundo con la niebla, tomo aire y avanzo.

Me siento a tu lado, tú me miras y apartas la mirada avergonzada.

- Gracias por lo del paraguas.- repito, para romper el tenso silencio.

- No ha sido nada.- respondes.

Sonreímos. El hielo está roto. Comenzamos a charlar mientras el autobús sigue su recorrido por la ciudad. Me entero de tu nombre, te enteras del mío. Intento hacer gracias pero la voz me tiembla y casi nunca las acabo. Reímos los dos. De vez en cuando, nos quedamos mirando a los ojos, completamente callados, y sin querer apartar la mirada.

El bus sigue avanzando. Miras la calle a través del cristal, me miras a mí.

- Es mi parada.- dices triste. Te levantas y pasas por delante de mí para ponerte delante de la puerta y pulsar el botón de “solicitar parada”. El bus se detiene y abre sus puertas. Salto del asiento mientras las atraviesas. Nada más bajar, te agarro del brazo y te giras hacia mí.

Nuestros ojos se encuentran, las gotas de agua chispean en el asfalto, nos acercamos lentamente… y nos besamos. Nos besamos mientras el autobús cierra las puertas y sigue su camino. Nos besamos mientras el mundo gira. La vida continúa y nosotros… nos besamos.

 


 

Bad to the bones

Noche nochecita. La casa está vacía, a excepción de nosotros dos. Observamos la tele y, de vez en cuando, nos intercambiamos miradas traviesas que no duran más que un suspiro. Llegado un momento, te quedas mirándome fijamente y sonriendo. Te lanzas a hacerme cosquillas sin previo aviso.

- ¡Ay! ¡Malo!- río, esquivando las cosquillas.

- ¡Bad to the bones, baby!- respondes también riendo.

- Y tanto ¡Malo!

- No es que yo sea malo, es que tú eres demasiado buena.- me dices, parando las cosquillas.

- ¿Buena yo?

- Buena. Demasiado buena. Una angelita sin ninguna maldad.

Me levanto mirándote con odio fingido.

- Vente.

Me sigues por toda la casa, hasta que llegamos a mi habitación, una vez allí, cierro la puerta y me lanzo a ti, besándote con pasión, quitándote el cinturón que corona tus vaqueros sin ningún miramiento. Una vez en mis manos, te empujo a la cama, a la que caes boca arriba. Me pongo encima de ti, con las rodillas a ambos lados de tu cuerpo, con un extremo de la correa te ato las manos y el otro extremo lo amarro al cabezal de la cama.

- ¿Angelita decías?- te pregunto, viéndote inmovilizado. Asientes con la cabeza y abro el cajón de la mesita. Rebusco y extraigo unas tijeras de costura ante tu extrañeza. Me levanto y las abro.- Espero que no te guste demasiado tu camiseta, porque como tienes las manos atadas he de cortarla.

Abres la boca y me miras sorprendido mientras voy cortándote la camiseta, siguiendo la fina línea de vellos que nace en tu entrepierna y llega hasta tu pecho pasando por el ombligo.

- Maldita… Me encantaba esa camiseta.

- Lo sabía.- contesto sonriendo mientras corto las mangas para quitártela del todo. Te hago dar la vuelta y me siento en tu culo, ante tu espalda desnuda.

- ¿Te acuerdas cuando escribí algo con un boli en tu frente y tenías que adivinarlo? Esto es parecido.- Me paso una uña por la lengua y comienzo a escribir letras sobre tu espalda. El estrecho rastro de saliva te arranca escalofríos.

- ¿A que ya no soy tan buena?- Pregunto, mientras sigo escribiendo.

- Lo eres.- dices, girando la cabeza hacia mí.

Acabo de escribir y te estiro suavemente del pelo hacia atrás. Creo que entiendes que debes darte la vuelta. Obedeces y quedas boca arriba, atrapado bajo mío, mientras te miro sonriendo.

- ¿Soy buena? ¿O soy mala?- pregunto, mirándote directamente a los ojos.

- ¡Bad to the bone, baby!

Me inclino sobre ti y te beso con fruición, mordiéndote los labios, jugando con tu lengua, perdiendo mis manos en tu reverso. Un beso de diablillos.


 

Circuito

Mediodía del domingo, el asfalto está muy caliente, allí fuera las montañas desdibujan el horizonte. Ahí dentro, el olor a gasolina es casi una especie de droga que frota en el ambiente. Estás en el circuito Ricardo Tormo, y la carrera de 125 está a punto de empezar.

Las cámaras se aglutinan sobre los primeros corredores de la parrilla, que son fusilados a cámaras y entrevistas. Pero tu mirada abandona los primeros puestos y se sumerge en las últimas filas. Observas a uno de los corredores que salen de las últimas posiciones. No tiene flases que quieran capturar su rostro, ni micros que quieran grabar sus palabras. Ni siquiera tiene azafata que lo proteja con el parasol del inclemente Sanlorenzo que azota el mediodía del domingo. Con el casco en las manos, puedes verle la cara. Es apuesto, sus facciones casi de niño le dan una belleza frágil que te encandila. De pronto, te descubre mirándolo y sonríe. Apartas la vista avergonzada y el rubor hace nido en tus mejillas. Un minuto después, un pequeño chavalín se te acerca, aupándose sobre la valla de las gradas.

- Oye, chica… aquél motorista dices que si quieres sostener su parasol hasta que empieza la carrera, que así puede hablar con alguien.

La sonrisa te inunda la cara. Sin dudar, aceptas y el niño le hace un gesto al piloto. Te lleva hasta la pista y te da un parasol. Con las piernas temblando, te vas acercando al apuesto motorista. Es guapo, delgado, el uniforme de la escudería y la moto le hacen parecer un caballero moderno. Tu Amadís de Gaula, tu Tirant Lo Blanc. Sonríes tontamente mientras llegas a su moto. Extiendes el parasol sobre él, los nervios te hacen temblar.

- Muchas gracias…- te dice, sonriendo.

- No, gracias a ti.- respondes.- Jamás había estado aquí.- balbuceas, señalando el asfalto del circuito.

Él sonríe. Empezáis a hablar. Te dice que piensa ganar la carrera.

- Lo tienes difícil… sales desde atrás… pero te animaré cuando estés en lo alto del podio.- dices, sonriendo. De pronto, te ha parecido posible que quede primero.

- Como gane la carrera, te subo al podio conmigo.

Ríes alegre, sabes que lo tiene muy difícil, sale de las últimas posiciones, pero la ilusión no te la puede quitar nadie. Avisan de que la carrera va a empezar, tienes que retirarte de la pista.

- Espérame en boxes.- te dice, poniéndose el casco, y corres a obedecerle.

Empieza la carrera. La primera recta es asombrosa. Uno, dos, tres, y hasta cuatro motos son adelantadas por la de tu corredor. Se te rebela el corazón. Repiquetea ilusionado en tu pecho.

Las vueltas se suceden, y los adelantamientos también. Ves la carrera por la televisión de boxes, y maldices la realización porque no enfocan a tu caballero. Se centran en los primeros mientras el motorista del beso prometido adelanta uno tras otro a sus adversarios y compañeros.

- Increíble.- grita un técnico con un acento que no puedes identificar.- ese muchacho ya está entre los diez primeros. Se te iluminan los ojos. ¿Y si gana?

Tras adelantar más de 10 puestos, los adelantamientos se van haciendo más difíciles. Aún así, por fin, hasta a los realizadores de TV se maravillan de cómo puede ese motorista de equipo modesto competir con las motos más potentes del campeonato.

Pero las vueltas se van acabando y tu motorista no consigue adelantar al sexto, que cubre muy bien las curvas, pese a que va más lento. Por fin, en la penúltima vuelta consigue engañarlo y colarse por dentro mientras tú palmeas excitada.

Adelanta a un corredor más antes de que acabe la carrera. Queda quinto y no puede siquiera subir al podio. De todas formas, la remontada ha sido sorprendente. Nadie contaba con él entre los quince primeros siquiera.

Recibe la enhorabuena del campeón, del segundo, del tercero, de todos los corredores que han visto su espectacular carrera. Estrecha cortésmente las manos y vuelve cabizbajo al box. Allí estás tú.

No te importa su cara de fracaso, conforme lo ves llegar, sales corriendo hacia él. Has visto su carrera, su remontada épica. Te ve ir hacia él y se le escapa una sonrisa que dura muy poco. Mientras el campeón de la carrera lanza una lluvia de champagne a ninguna parte y el aroma a gasolina os envuelve, os fundís en un beso que, en todas las televisiones del mundo, no es más que el premio al mejor piloto de la carrera, que no ha recibido más gloria ni laureles que tus labios.

Quizá, el mejor premio en la historia del motociclismo.

 


 

El columpio

Salgo de casa, llena de preocupaciones, pequeños quebraderos de cabeza. Me han mandado a por el pan. ¡Es Jueves Santo, está todo cerrado! Hago una mueca de fastidio y cambio de dirección.

Tengo  que ir a otro barrio a por el pan y al pasar junto a un parque me ha asaltado la nostalgia. Es donde yo jugaba de pequeña, pero ha cambiado, ya no es lo mismo. Ya no te puedes rasguñar las rodillas en esos suelos mullidos. Llámame tonta, pero era más divertido antes. ¡Cómo me gustaría recuperar aquellos días sin preocupaciones! Recordando viejos tiempos, me siento en un columpio, vacío de niños, la mayoría han sucumbido al encanto de “playstations” y “nintendos” en detrimento de los viejos parques que lloran solitarios.

Empiezo a balancearme, primero suavemente… Casi sin darme cuenta, veo que estoy recogiendo y estirando mis piernas mientras pienso “¡Más alto!”. De pronto, abro mis ojos y ahí delante, en el destartalado banco, escribiendo algo en una libreta, estás tú.

No te conozco, tienes una cara dulce, profunda, pensativa. Sé que me has visto columpiarme… pero no me importa. Me balanceo suavemente de nuevo mientras te miro. Momentos después, alzas la vista de tu libreta, me miras, sonríes, y sigues apuntando cosas. Pasan los minutos en ese juego de miradas, a la cuarta vez, nos reímos a la vez.

Me decido y abro la boca para decirte algo. “piensa algo inteligente, rápido”, me digo. No se me ocurre nada.

- ¿Te ayudo?- pregunto

- ¿Te ayudo?- dices tú, al tiempo. Nos reímos los dos otra vez.

- ¿Cómo me ibas a ayudar?

- No sé, ¿qué escribes? Tengo mucha imaginación. ¿Y cómo pensabas ayudarme tú?

Sonríes, me miras sereno y me respondes medio en serio:

- Para mí que tú lo que quieres es ir más alto.- Me dices, con una sonrisa que no tardo en imitar.

Sin más, te levantas, caminas hacia mí y te colocas a mis espaldas. Tengo miedo de moverme, de irme, de quedarme, no te conozco pero no sé por qué, contigo siento que estoy segura.

Me empujas levemente y me balanceo hacia adelante para, acto seguido, volver atrás.

- No te preocupes por nada, las cosas mejorarán, olvídate de tus preocupaciones e irás más alto…- me susurras al oído antes de empujarme nuevamente algo más fuerte.

Me empujas otra vez, me gusta el tono de tu voz, sigues empujándome…

- ¡No voy más alto!- repongo, un rato después, en pleno vuelo del columpio.

- No sé… ¿Puedo probar otra cosa?- preguntas.

- Claro…- suspiro.

Dejas de empujarme y te colocas delante de mí. Cuando el balanceo es mínimo, me levantas y me atraes hacia ti con firmeza, casi te caigo encima… Mis labios quedan muy cerca de tu sonrisa… Me besas con ternura y pasión.

- Muchas gracias.- te digo, cuando nos despegamos.- ahora sí que he llegado alto.


 

Ángeles

Es un día como tantos otros en el cielo. Aburrido. No tienes más que hacer que revolotear sobre las nubes, como el resto de angelitos aburridos de un cielo en el que, cada vez, menos van creyendo. Si es así de aburrido, normal, piensas. Así pasas la mañana, dándole uso a tus preciosas alas blancas. Hasta que de prontos, escuchas algo.

- Tsch. Tsch. Tú, sí tú, guapetona.

Frenas en seco y miras a uno y otro lado, buscando al autor de las palabras, pero estás sola.

- Tsch, tsch, aquí abajo.

Divertida, te lanzas en picado hacia abajo, hasta que atraviesas la capa de nubes que os hace de suelo, y la voz vuelve a sonar.

- Creí que no me encontrarías.- ríe, jocosa, la voz. Vuelves la vista hacia las nubes y encuentras a otro ángel como tú, con una sonrisa de oreja a oreja y tumbado en dichas nubes… ¡Por la parte de abajo!

- ¿Qué haces ahí?- preguntas, frunciendo el ceño en gesto fingido.

- Vente.- te respondo, extendiéndote la mano. No sabes si cogerla, no te fías todavía de mí.- Venga, atrévete… soy un angelito no te voy a hacer nada malo.- sonrío.

Mi sonrisa aniñada te convence. Me das la mano y yo estiro de ti hasta que quedas pegada a mi cuerpo. Das un grito sorprendido mientras nos dejo caer hacia la Tierra. Te abrazo para que no puedas abrir las alas y volar… pero también para sentir tu piel de ángel pegada a la mía. Caemos a una velocidad insana mientras me carcajeo divertido.

- ¡Estás loco!- me gritas, tú también riendo. Sabes que no te voy a hacer daño, pero el suelo se acerca a nosotros y yo no te suelto. A pocos metros de la superficie del mar donde estábamos a punto de estrellarnos, abro las alas y empiezo un vuelo rápido sobre el agua, mientras los peces se asoman a la superficie preguntándose quién causa tanto alboroto en sus dominios y los pájaros nos miran confundidos

Vuelo llevándote en mis brazos. Alzo el vuelo sobre pueblos y ciudades y montañas y mares, vamos tan rápido que nadie se da cuenta que pasamos sobre sus casas. Me detengo en una especie de torre en la parte antigua de una gran ciudad.

- ¿Para qué me has traído aquí?- preguntas.

- Tsch. Calla y mira.

Desde lo alto de la vieja torre, por encima de la catedral contigua, sobre una plaza donde una fuente de un dios romano reposa su agua fría y muerta, podemos ver cómo anochece en la ciudad.

- ¡Qué bonito!- dices, mientras las sombras cubren edificios antiguos y modernos sin distinción.

- Espera…- te respondo, señalándote a la línea del mar.

Poco a poco, las luces de la ciudad se van encendiendo, cada una de ellas ser refleja en tus ojos, y tu sonrisa se hace, si cabe, más hermosa aún bajo ese brillo.

- Es precioso.- me dices, emocionada por la belleza del lugar.

- No tanto como tú.

Yendo hacia ti, te abrazo por la espalda, y tú te vas girando lentamente hasta que nuestras cabezas, frente a frente, no distan más que unos milímetros que poco a poco vamos reduciendo a la nada. Sentimos las respiraciones agitadas, el corazón latiendo a mil por hora, la ciudad y nuestro propio rostro reflejados en las pupilas del ángel compañero mientras la noche envuelve la ciudad y otro sentimiento muy distinto nos envuelve a nosotros.

Se hace silencio y luz… Esa noche, la policía de Valencia tomó por borracho a un japonés que acudió a la comisaría porque dijo que había visto dos ángeles besándose en lo alto del Micalet.

Un beso hermosísimo.


 

Moto de simulación

Como cada día, el joven adolescente llega a los recreativos con sus amigos. Ellos llevan sus bolsillo repletos de monedas y, en la mente, la cantidad de zombies que van a matar en ese juego nuevo de disparos. Él, en cambio, va directamente al juego de simulación que hay en un rincón. Se monta encima de una moto, la que está pintada de rojo y que brilla ante el aluvión de luces que le llegan de todas las máquinas, y comienza a darle vueltas a una de las tres monedas que puede gastarse esa tarde.

- Eh, Chicho, ¿Juegas?- le indica a un amigo que observa la masacre de no-muertos de sus colegas.

El tal Chicho acepta y se sube a la moto. Mete el chaval su moneda en la máquina y comienza la carrera. Al final de la primera vuelta ya se ha puesto primero, varias décimas por delante de sus competidores mientras su colega se pelea por entrar entre los diez primeros.

Su conducción es perfecta, digna de un profesional, parece de veras que va sobre la moto, cortando el viento, en un circuito de Estados Unidos. La carrera acaba y como siempre, él gana. Como todos los días. Cuando Chicho marcha de nuevo al juego de disparos, animando al motorista virtual a que se sume, él rechaza la invitación y se queda sobre su moto, soñando, mientras sus amigos se burlan de lo aburrido que es, siempre sobre la moto, en recorrer quilómetros de asfalto despejado por delante de pilotos compañeros y rivales.

Lo llevo mirando todos, todos los días, y siempre es así, campeón insuperable en el juego de motos, soso y aburrido para sus amigos.

A la enésima burla, que él soporta estoicamente, me levanto de mi sitio y me acerco hacia él. Cada vez me separa menos espacio, me da la sensación de que todo el local está oyendo los latidos de mi corazón.

Llego al motorista y, sin mediar palabra, le agarro de la cabeza y le doy un tierno piquito en los labios.

- Para mi campeón.- susurro, completamente avergonzada aún, y sin más, me vuelvo por donde he venido.

Mientras sus amigos, boquiabiertos, observan al motorista con sorpresa, los zombis se aprovechan y los machacan en el juego y él, poniendo la yema de su dedo sobre sus labios, tan sorprendido como ellos, rememora el caliente beso que se ha llevado.

Un beso de campeón.

 



 


 

No exactamente besos.

No son exactamente besos. No completamente.

Acaricio tu cara con mis labios entrecerrados. Empiezo por tu mejilla izquierda, me desvío hacia tu barbilla, vuelvo a subir hacia tu mejilla derecha, recreándome en sentir tu piel caliente en la superficie sensible de mis labios. Me escapo luego hasta el lóbulo de la oreja pero, juguetona, vuelvo a tu cara, hacia tu nariz y, por debajo de ella, hasta rozar tus labios.

Siento un sendero de fuego siguiendo el camino que has abierto, cuando llegas a mis labios los intento besar pero sólo beso al aire, tú ya te has retirado, a recostarte sobre mi pecho, mientras te abrazo y me abandono a la dulce sensación de tu piel y la mía haciéndose una, sin palabras, sin moverse, simplemente por simbiosis de los cuerpos pegados uno al otro.

Yo sigo recostada en tu pecho, te cojo la mano y la acerco a mi cara. Me acaricio yo misma con ella, tu piel es muy suave, casi femenina, pero late al juntar su dorso con mi mejilla. Como si fuera mía, como si ya no te perteneciera a ti, la extiendo a mi antojo y la beso. Primero en el dorso, suave y moreno, luego en la palma, piel más pálida que la anterior, pero que igual se estremece bajo mis labios. Por último, beso cada dedo con dulzura, como intentando curar una pequeña herida que ya no está allí.

Aprovecho para acariciarte la mejilla con la otra mano, por detrás de tu cabeza. Me inclino y hundo la nariz en tu pelo. Te beso la cabeza y aspiro tu perfume a flores de jazmín. Te agarro con toda la suavidad que puedo de la barbilla, con sólo el dedo índice, y te hago mirarme a los ojos. Te beso tiernamente en la frente y te devuelvo a tu posición anterior, para que oigas cómo se me encabrita el corazón.

No son exactamente besos. No completamente. Pero son nuestros.

Nuestros.

  

 

Relato escrito a medias con todo un ángel. MI ángel.

Hecho por, con y para Ella, mi Lucy.

Un beso, mi ángel.

Esto es nuestro.

Nuestro.

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Julia

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Teníamos catorce años