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Julia (2)

en Jovencit@s

Volví en moto a mi casa. Cuando el rugiente motor de la moto de Lucía se paró en el aparcamiento, ya eran las cinco y diecisiete minutos. Iba a meterme en casa cuando vi luz en la ventana de una casa del tercer piso. Era la de Lucía, así que me dispuse a devolverle el casco y las llaves de la moto. Subí los dos pisos que nos separaban, y toqué a la puerta con los nudillos. Lucía me abrió, completamente desnuda, y antes de que pudiera decir palabra, me empujó hacia su casa y me tumbó en la cama.

A las siete menos cuatro minutos, después de tres polvos y no sé cuántos orgasmos de Lucía, salía de su casa con marcas de carmín hasta en la verga. Llegué a mi casa y saqué otra vez la navaja. Hice otra muesca en la pared, pensando en Julia. Ya eran doscientas catorce, casi había agotado el mercado de solteras y adúlteras de buen ver de Valencia, y por eso cada vez tardaba más en inscribir otra muesca en la pared. Una por mujer, y ya tenía la pared casi llena. Me encaramé a lo alto del armario y agarré el tanga de Julia, abrí el cajón superior del armario con mi llave (hacía unos seis meses le había puesto una cerradura) y metí el diminuto pedazo de tela. De repente, mientras metía el de Julia, las braguitas de Mayra se asomaron entre otras bragas blancas. Las cogí, y me quedé un buen rato observándolas, remontándome a aquellos tiempos en que Mayra era una diosa desnuda en mi cama. Después de su primera visita aún había venido otras tres veces, y siempre habíamos acabado en la cama. Luego, ella me había pedido mi permiso para salir con chicos de su edad (¡Mi permiso!), que, obviamente, le había dado. A partir de entonces, ella siempre venía a la tienda a presentármelos, y hacía bastante tiempo que se la veía muy feliz con un chaval llamado Sergio, rubio y con aspecto de deportista.

Después, yo me había ido fijando cada vez más en Julia, por que crecía y se volvía más insinuante por días. Y por fin, ese día lo había conseguido. Ya tenía en mi memoria el cuerpo desnudo de Julia, así que dejé el tanga de Julia y las bragas de su amiga juntos, en el centro del cajón. Lo cerré con llave y me tumbé en la cama a ver si podía dormir un rato.

Sin embargo, nada más poner mi cabeza en la almohada, el hijo de puta de mi despertador había empezado a sonar. Me tocaba el turno de la mañana del sábado, uno de los más duros y estresantes por la cantidad de gente que venía a la tienda. Sin embargo, aunque no había dormido y el día se presentaba absolutamente jodido, yo estaba feliz. Si tenía suerte, la semana que viene haría realidad mi sueño, pero antes tenía que convencer a Julia y, sobre todo y más difícil, a Marta.

Me vestí con lo primero que cogí y me dirigí al centro comercial. Cuando llegué la jefa, una mujer entrada en carnes y en años pero bastante buena persona, ya había abierto la tienda. Después de recibir la correspondiente regañina por llegar cinco minutos tarde, me dispuse a embaucar a las clientes con mi sonrisa aniñada, intentando compensar mi retraso en la tienda con una recaudación más abultada de lo normal. Sin embargo, a las once de la mañana ocurrió algo que no me esperaba. Julia entró en la tienda llorando y se me echó al cuello. Yo no sabía qué hacer, así que me metí con ella en el lavabo de empleados mientras mi jefa vendía unas camisetas a un grupo de jóvenes.

- ¿Qué pasó, linda?- pregunté cuando se hubo tranquilizado un poco.

- ¡QUE ESTOY HASTA LOS HUEVOS DE MIS PADRES!- lo tenía que haber adivinado. Chica adolescente, retraso de media hora, unos padres bastante conservadores... sumen ustedes mismos.

- ¿Pero qué hicieron, preciosa?- le dije poniéndole un brazo en el hombro para que se calmara del todo.

Ella, entre sollozos de pura rabia me contó que sus viejitos estaban locos (ella no sabía lo que era tener una madre loca), que la habían castigado una semana por llegar media hora tarde, que la trataban como a una niña... En fin, todo eso por lo que todos hemos pasado sin excepción y que se resume en un "mis padres no me entienden". Yo la calmé, abrazándola y ella me preguntó que si podía quedarse unos días en mi casa, que no pensaba volver a la suya. Yo acepté, más por miedo de que se fuera por ahí, y acabara en cualquier cuneta que por otra cosa. Además, intentaría hacerla entrar en razón, y estaba seguro de que conseguiría hacerla regresar a su casa. Cuando salí del baño le dije "Quedate aquí un rato". Salí y vi que no había mucha gente en la tienda, pues hacía poco habían abierto una tienda de las mismas características cerca de allí, así que le dije a la jefa si podía irme, que no me encontraba bien. Ella respondió que sí, entré en el baño, y volví a salir agarrando a Julia.

Cuando hubimos salido, el teléfono de la tienda empezó a sonar y la jefa no tardó en responder.

- ¡Marta!… ¿Cómo que no puedes venir esta tarde?… ¿Tu hermana…?…

No tardamos en llegar a mi casa, yo casi arrastraba a Julia por las calles, así que cuando llegamos a mi casa, yo ya andaba cansado. La pasé al comedor y la senté en una silla, mientras abría la despensa para hacer inventario de lo que allí tenía, y que esperaba que duraran para aguantar a una adolescente resentida durante uno o dos días.

- ¿Qué quieres? ¿Té, café, alguna infusión...?- le pregunté, para que se sintiera a gusto.

- Follar- respondió rápidamente.

- ¿Qué?- me pilló por sorpresa, no estaba preparado para aquello.

- Quiero follar contigo- repitió, saboreando las palabras.- quiero que me hagas sentirme mujer otra vez.

La verdad es que esto, acompañado del gesto de quitarse la camiseta y dejar al aire unos pechos blanditos sin sujetador, me ponía bastante cachondo. Ella se acercó a mí y me puso mis manos en sus pechos, y luego me arrastró a la habitación. Me tumbó en la cama y empezó a quitarme la ropa como si fuera un delicioso caramelo que se quisiera comer. Cuando me tuvo completamente desnudo, ella se quitó los pantalones vaqueros y otro tanga que llevaba. Como pueden imaginar mi verga estaba muy dura con el espectáculo, así que me acerqué al cajón de la mesita a coger un condón. Ella me lo impidió, a la vez que me dijo "no te va a hacer falta", mientras se ponía de pie en la cama con su sexo a pocos milímetros de su conchita.

Yo comencé a comerle su sexo, mientras ella disfrutaba y yo miraba de reojo al cajón. No sabía a que se refería, pero cuando se dispuso a sentarme encima de mí lo comprendí. Se sentó de espaldas a mí, con lo que puso mi miembro entre sus nalgas. "Me excitaste tanto que he estado toda la mañana jugando con mis consoladores para poder hacer esto" me dijo sensualmente al oído, mientras me ponía el pene en la entrada de su ano y empezaba a bajar. Lo tenía notablemente dilatado, debido sin duda a sus juegos con los dildo. Empezó a moverse arriba y abajo, mientras mi pene entraba y salía de su colita, tan joven, tan bella y tan… virgen. Un relámpago de placer me recorrió el cuerpo al pensar que la había desvirgado doblemente. Ella gemía más de placer que de dolor, por que aunque mi verga era más grande que sus consoladores, estaba lo suficientemente excitada como para que el dolor no fuera más que un ligero zumbido en algún rincón escondido de su mente. Mientras ella echaba la cabeza hacia atrás para besarme, yo metí mi mano en su concha y empecé a notar lo húmeda que estaba.

Nos besábamos y con mis besos sus gritos de placer se quedaban en gemidos que nacían y morían en su garganta. Mientras mi mano derecha jugaba con su sexo, la izquierda le sobaba los pechos, pellizcándole de vez en cuanto los pezones. Ella gemía y gemía, y yo estaba a punto de correrme, pero me esperé hasta que noté que ella también llegaba al orgasmo por el trabajo de mi mano, y nos corrimos juntos. Después de unos veinte segundos nos despegamos y ella se abrazó a mí. Estuvimos veinte minutos, así abrazados mientras ella me explicaba con más detalle sus problemas con sus viejitos. De repente tocaron a la puerta y oí la voz de Marta.

- ¡JAIMEE! ¡JULIA! ¡ABRID!- estaba visiblemente enfadada, así que le dije a Julia que mejor se vistiera. Me puse sólo unos pantalones y una camiseta sin mangas y salí a la puerta.

- ¡Shhhh!- le dije a Marta, poniéndome un dedo en la boca como si temiera despertar a un bebé dormido.

- ¿Y Julia? ¿Dónde está cabrón que...?- me levantó la mano y yo se la cogí, cerré la puerta y continué hablando.

- Está acá dentro, pero tranquila, que está bien. Está muy enfadada con sus viejitos y estoy intentando convencerla de que vuelva a casa. Tranquilízate, vuelve a casa y espérala, no quiero que ahora lo estropees todo.

- Y una mierda, sácala que me la voy a llevar a rastras.

- Primero tranquilízate. Llama a tus padres, dile que está bien, y que la esperen en casa. Ella no tardará.

- No están allí, están en el hospital. A mi padre le ha dado un soplo cardíaco.

La noticia me golpeó en la cara como si fuera un bloque de cemento, el señor Garriga parecía tan jovial y sano. Julia no tardó ni dos segundos en aparecer por la puerta.

- ¿Qué le ha pasado a papá?- Julia tenía la cara blanca. Su hermana no se atrevía a contestar y nadie parecía tener nada que decir. El silencio era tan denso que se podía cortar con un cuchillo hasta que lo rompió el ruido de un móvil. A Marta se le bajó la sangre a los pies y sacó su móvil del bolso. En la pantalla aparecía:

LLAMADA ENTRANTE:

MAMÁ

Marta no se atrevía a contestar, tenía demasiado miedo de que fueran malas noticias y Julia parecía estar pasando por lo mismo, así que yo cogí el móvil y lo descolgué.

- ¿Sí?… No, está aquí a mi lado... – entonces mi cara de angustia se relajó cuando oí lo que decía la madre de las hermanas- Está bien, yo se lo digo... No se preocupe, están bien.- Y colgó.

Yo colgué con una sonrisa en la boca, me acababa de quitar un peso de encima.

- Tranquilas, ya está bien. Está fuera de peligro pero tendrá que pasar un día en la UCI. Ha salido todo bien, su corazón vuelve a latir con fuerza.

Con un gritito de alegría, las dos se abalanzaron sobre mí y empezaron a abrazarme y besarme. Estuvimos así agarrados hasta que les dije que sería mejor ir a visitarlo al hospital.

Entonces toqué a una casa de mi mismo piso pero bastante alejada y abrió Claudio, el camarero del "Buenos Aires".

- ¿Qué pasa, huevón?- me preguntó nada más abrir la puerta.

- Tenés que llevarme a mí y a estas señoritas al hospital.

- ¿Qué pasó carajo? No me asustes.

- No es nada, tienen que ir a ver a su papito.- entonces Claudio asintió y salió de su casa. Se palpó los bolsillo y encontró las llaves de su coche. Diez minutos después, Claudio nos dejaba en el aparcamiento del hospital Nou D’Octubre, (nueve de octubre para los que, como yo, no dominen el valenciano). Subimos rápidamente las escaleras y después de unos segundos entrábamos en la habitación donde el señor Garriga parecía haber envejecido unos veinte años. Nada más entrar, tanto Julia como Marta se lanzaron sobre la cama de su padre y empezaron a besarle en la mejilla. A Pedro Garriga se le iluminó la cara cuando vio a su hija pequeña.

- ¡Julia! ¡perdona lo que te dije!

- ¡No! Perdóname tú papá...

Yo admití que la conversación no iba conmigo, así que me salí. Cuando estaba a punto de irme, Marta me llamó y me dijo:

- ¿Dónde vas? Tenía que darte las gracias por traerme aquí con mi hermana, para demostrarlo, te invito a cenar.

- No, dejálo, tú avísame cuando tu papito se reponga, y entonces hablaremos.

- De eso nada, Vargas.- me miraba directamente a los ojos.- Te espero en mi casa esta noche a las nueve, estaremos los tres, tú, yo y mi hermana.- Entonces el mundo pareció volverse rosa por un momento y supuse que le debía caer muy bien a alguien de allá arriba. Acepté la invitación y deseé por todos los medios que la sobremesa se alargara mucho. Salí del hospital diciendo por lo bajo "Gracias, Marta. Gracias, Marta". Extrañamente, no supe muy bien a quién se lo decía, si a Marta Garriga, la que me había invitado, o a Marta Vargas, mi pequeño ángel, que me estaba dando su bendición.

Habíamos quedado a las nueve, pero a las ocho y media ya estaba en la casa de la familia Garriga-Lozano. Me abrió Julia, que se veía excepcionalmente bella esa noche con un vestidito largo, que, aunque le cubría todo el cuerpo, se ajustaba a sus curvas femeninas. Luego de hablar con ella durante un rato, me dirigí a la cocina a ver cómo le iba a Marta. Estaba vestida igual que su hermana, con un vestido largo, morado, que se le ajustaba mucho. Por un momento, pensé en las gemelas Olsen, unas pequeñas actrices de Estados Unidos que eran tan guapas como parecidas. Sin embargo, tanto Marta como Julia eran morenas.

A Marta se la veía muy apurada y comprendí que sería bueno echarle una mano. Cogí unas pinzas de metal y empecé a voltear la carne para que no se quemara. Lo hacía muy rápido y con habilidad, por lo que ella me habló.

- ¡Vaya! Y además cocina, ¿Hay algo que no sepas hacer?

- Decirle que no a una carita tan linda.- respondí, y Marta sonrió. Al cabo de cinco minutos, estábamos en la mesa dispuestos a comer. Habían dos platos y postre, según me habían contado, y no habíamos acabado el primer plato cuando yo noté un pie jugueteando en mi entrepierna. Al estar las dos hermanas sentadas enfrente de mí, no podía asegurar a quién pertenecía ese pie, pero por la sonrisilla que tenía, estaba casi seguro de que era Julia. De repente, noté otro pie también en la entrepierna, y al levantar la cabeza, vi que las dos hermanas me miraban con una sonrisa divertida en el rostro. Casi me atraganto al pensar lo que podía sucederme esa noche. Había venido para convencerlas de realizar una de mis fantasías y parecía que ellas tenían más ganas que yo. Acabamos el segundo plato y les pregunté:

- ¿Dónde está el postre?- quería coger rápidamente la tarta, pastel, o flan, o lo que quisiera que fuera para lanzarme encima de las hermanas. De repente las dos hermanas se levantaron, pusieron sus manos sobre el vestido, lo desabrocharon de los botones que tenían en el hombro, y los vestidos cayeron al suelo.

- ¡Aquí está el postre!- No llevaban nada debajo, y yo casi me desmayo al ver a las dos hermanitas desnudas enfrente de mí. Me acompañaron al cuarto de sus padres, desnudas, y me tumbaron en la cama. Me tiraron encima una caja de condones, de las grandes de 12, y fue Julia quien habló primero.

- ¡Mañana no debe quedar ni uno sin usar!- me sentí en la gloria cuando vi que estaba entera. Entonces las hermanas comenzaron a desvestirme como si mi ropa fuera de oro, hasta dejarme desnudo, como ellas. Fue en ese momento cuando se subieron a la cama, y me empezaron a gatear como si fueran gatitas.

- ¡Vamos, Vargas! ¿A quién te quieres coger primero?- En ese instante maldije al Creador por no haberme puesto dos pollas en lugar de una, pero en mi indecisión ellas tomaron la iniciativa, y Julia se puso encima de mí. Con sus manos abrió un condón y me lo puso. Entonces vi una imagen que me recordó a la Capilla Sixtina en la que el dedo de Dios se extiende para tocar el del hombre. Marta y Julia comenzaron a besarse en la boca, regalándome un espectáculo lésbico que estuvo a punto de hacerme explotar.

Así, sin dejar de besarse, Julia colocó mi verga en la entrada de su concha mientras Marta ponía sus rodillas a los lados de mi cabeza. Así, con el sexo de Julia en mi polla y el de Marta en mi lengua, las hermanas comenzaron a gemir. Ninguno de los tres tardamos en llegar al orgasmo, fruto de la excitación que traíamos. Sin embargo, a ellas no les bastaba y lo habían dicho "Mañana no debe quedar ni uno sin usar" Y habían doce. Bueno, once. Marta me quitó el condón y se lo vació en la boca. Después lo tiró a una papelera prometiéndole a su hermanita que el próximo sería para ella. Tras menos de dos minutos de jugar con mi verga en sus bocas, estaba preparado para otro polvo. Reescribimos el Kamasutra. Primero, Marta a cuatro patas y yo dándole de rodillas por su conchita mientras Julia de pie, ponía mi boca en su sexo. Diez condones. Luego fue Julia la que se puso a cuatro patas lamiéndole el coño a su hermana tumbada boca arriba. Nueve condones. Marta, en la misma posición que antes mientras yo metía mi verga entre sus piernas y amasaba los pechos de Julia que me daba la espalda arrodillada en la cama con la lengua de su hermana en su sexo. Ocho condones... A cada condón que usábamos, ellas se iban turnando para bebérselo. Luego lo echaban a la papelera. Después se pusieron las dos a cuatro patas, delante de mí, mientras sus lenguas se juntaban en una batalla por ver quién era la que me excitaba más. Así, las dos con el culo en pompa, una vez le metía la verga en la concha a una y luego a la otra. Cada una de ellas ahogaba sus gritos de placer en la garganta de su hermana, y a mi oído sólo llegaban jadeos que me excitaban más y más. Después de tres horas, ya sólo quedaban seis condones, y Julia me colocó otro. Nada más colocármelo la empujé hacia atrás y empecé a penetrarla sin piedad, mientras ella gritaba de placer. Su hermana se estaba masturbando solita hasta que yo le alargué mi mano y empecé a dedearla como a ella le gustaba, primero acariciéndole el monte de Venus, después introduciendo un dedo, sacándolo, metiendo dos, sacándolos, metiéndole tres... Yo estaba perdido en ese mar de orgasmos que eran las dos hermanas. De vez en cuando, cuando a alguna se le escapaba un grito más fuerte de lo normal, la hermana acudía a taparlo con su boca, y se besaban durante algunos minutos.

A las cuatro de la madrugada, y después de diez polvos maravillosos, sólo quedaban dos condones. En ese momento, alguien que hubiera visto la escena habría podido decir que éramos la viva imagen del agotamiento, los tres tumbados caóticamente sobre las sábanas, sudando la gota gorda. Pero cuando Julia me colocó otro condón, volvimos a la acción. Entonces Marta me puso la verga entre las nalgas y me dijo que apretara. Yo la metí toda de una y Marta no pudo gritar por que tenía la concha de su hermana en la boca. No sé para qué puso el condón, porque después de diez minutos eyaculaba en el interior de su ano. Esta vez le tocó a la misma Marta beberse el semen, pero lo compartió con su hermana mediante un beso largo y lascivo. Veinte minutos después, Marta me ponía el último condón Y Julia ponía su culo dispuesto para ser perforado.

- ¡AAAAYYYYYYYAAA AAAAHAHHHHHHHH!- La boca de Marta no pudo acudir en ayuda de su hermana por que la tenía ocupada en la mía, mientras mis manos se sumergían en su concha. Julia siguió gritando, pero esta vez de placer, cuando la mano que me quedaba libre comenzó a juguetear en su sexo. Dos minutos después, caía derrotado sobre la cama, mientras las hermanas me quitaban el condón y, antes de tomárselo, cuchicheaban entre ellas.

De repente se acercaron a mí con una sonrisa en la boca y supe lo que querían. Otro a lo mejor las habría rechazado, pero yo tenía cierta curiosidad morbosa. Pusieron la obertura del condón en mis labios y deslizaron mi semen en mi boca. Yo lo tragué, y cuando ellas me miraron expectantes yo solamente dije

- ¿Qué? Ustedes deberían saber mejor que nadie a qué sabe.- ellas rieron y me empezaron a besar. A la hora de vestirme ellas se lanzaron al montón de ropa que había en la habitación (La de ellas estaba en la cocina, en la forma de dos simples vestidos y NADA más), y se apoderaron de mis calzoncillos. Julia se los pasó a Marta y esta dijo

- Creo que esto nos lo vamos a quedar nosotras.- Yo sonreí, me habían pillado. Hicieron conmigo lo mismo que yo hacía con todas las mujeres nuevas que conocía, quedarse con la ropa interior.

- Está bien, allá ustedes. Pero no quiero que sus papis se enfaden si lo encuentran.- ellas volvieron a reír.

A las siete salía de aquella casa con una sonrisa en los labios y las reservas de mis testículos completamente vacías. Al final, mi fantasía se había cumplido incluso de mejor forma de la que yo esperaba. El sol comenzaba a amanecer y yo acababa de tener mi noche más larga con dos chavas. Desde el cielo, en algún sitio escondidito, sabía que Martita Vargas me estarían viendo. Yo sabía que ella hubiera estado feliz de aquello, así que miré al cielo y saludé. Y entonces, no se si fue mi imaginación, pero hubiera jurado que desde lo alto de una nube, otra manita pequeña me devolvía el saludo.

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