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Ángelo da Morte

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Y le conocían como Ángelo da Morte. Giordano D’Angelis, alias Ángelo Ferrara, alias Giorgio Simoni, alias Giordano Tadelli, alias Ángelo da Morte, era uno de los sicarios más buscados por la Interpol. Sospechoso de más de una treintena de asesinatos sólo en Europa, su sello era la más absoluta pulcritud. Ni una huella, ni un cabello, ni un testigo. ¿Balas? Cuando las había, sólo dejaba una. No le hacían falta más. Ponerse a tiro de su rifle de francotirador era condenarse a muerte. Pero el cuerpo a cuerpo no era tampoco un punto débil del Ángel de la Muerte (si es que ese ser, a medio camino del hombre y la leyenda tenía algún punto débil), y ya había perdido la cuenta de las gargantas que había atravesado a cuchilladas.

Tirado al sol de Ipanema, Giordano recordaba lo bien que le había salido la jugada de trabajar para la mafia calabresa. Como había previsto, la Cosa Nostra, la mafia siciliana, a pesar de todo el cine que llevaba a sus espaldas, estaba decayendo poco a poco, vencida ante las duras tácticas de la ‘Ndrangheta. Ahora, él era uno de los mejores "eliminadores" de la mafia calabresa, y sus servicios se pagaban muy bien.

Bajó la montura de sus gafas de sol para clavar la vista en el deslumbrante cuerpo de dos brasileñas que pasaban ante él, con ese soberbio culo duro de samba bailoteando ante sus ojos. El sonido del teléfono móvil, sin embargo, le obligó a dejar la contemplación de tan bellos cuerpos.

- ¿Diga?

- ¿Angelo?- contestó la voz al teléfono con acento italiano.

- Depende de quien lo pregunte.

- Soy Carlo. Te espero el lunes en Buenos Aires, sé que no estás lejos. En el bar de siempre. Tenemos el trabajo del siglo.- Y colgó.

Carlo. A Giordano ya le extrañaba que tardara tanto en llamar. Casi hacía... ¿Cuánto? ¿Cuatro, cinco meses, desde el último trabajo? ¡Bah, no importaba! Un trabajo siempre es un trabajo, y más aún cuando lo pagaba Carlo Costacurta.

* * *

El lunes a primera hora, tomaba asiento en uno de los bares más famosos de la capital bonaerense. Carlo no tardó en llegar a la mesa, con una sonrisa de oreja a oreja y una mirada alegre bajo su pelo canoso.

- ¿Cómo te va la vida, Ángelo?

- No hemos venido aquí a hablar de mi vida, sino de la de otro.

- Bene, bene… Lo que tú quieras. Veo que, como siempre, tienes las cosas claras. En fin, tengo un nombre y una cuenta en un banco de Suiza, ¿Qué es lo que quieres ver primero?

- Por supuesto, el nombre.- Regla número uno, jamás aceptar el dinero de la ‘Ndrangheta sin saber para qué lo dan.

- Muy bien…- Disimuladamente, Carlo sacó un papel del bolsillo y lo puso encima de la mesa. Lentamente, lo arrastró por la superficie blanca hasta dejarlo al alcance de Giordano. Con una sonrisa, lo cogió y lo miró.

La sonrisa se le borró automáticamente de la cara cuando leyó el nombre que Carlo le había pasado. "Imposible", pensó.

- Ni lo sueñes.- contestó, devolviendo el papel a la mesa, arrastrándolo de nuevo hacia el mafioso.

- Dos millones de euros.- Carlo lo dijo sin decisión. Pese a que la cifra era astronómica, sabía que no era nada comparado con la magnitud del nombre.

- No.

- Muy bien, Giordano. Tú lo has querido.- Con fastidio, sacó unas fotos del maletín y se las pasó. En ella había dos niños jugando en un jardín, una mujer en la puerta de una casa, la misma mujer llevando a los niños al colegio… Sus caras no le podían ser desconocidas al mercenario.

- Mi familia…- suspiró.

- Exacto, y no creo que te gustase que les pasara nada. ¿Verdad?- La sonrisa de triunfo de Carlo Costacurta parecía salírsele de la cara. Al final, esas fotos que tomaron hace un par de años le iban a servir para algo.

- ¿Sabes cuánto tiempo llevo sin visitarlos? Al mayor todavía no le habían salido los dientes cuando los vi por última vez. ¿De verdad te crees que si me importaran iba a estar tanto tiempo sin verlos?

La expresión de Carlo mudó de la confianza a la rabia. No se esperaba eso. Se esperaba de todo, menos eso. Se esperaba que Giordano hubiera hecho algún movimiento que hubiera obligado al francotirador que tenía apostado en el edificio de enfrente a volarle la tapa de los sesos. Total, Giordano D’Ángelis se estaba volviendo demasiado poderoso, tenía demasiada fama y eso no le convenía a la ‘Ndrangheta. Muerto, la mafia se guardaba la leyenda… Vivo, el hombre podía joderlos.

- Dos millones y medio de euros.- Carlo echaba el resto por el contrato.

- ¿Por qué?- preguntó Giordano, y la pregunta descolocó al capo.

- ¿Por qué qué?

- ¿Por qué quieres, queréis, matarlo?

- Ese cabrón ha revalidado su contrato con la Cosa Nostra. Su institución es la más importante de las que siguen apoyando a los malditos sicilianos. Mátalo, demuestra que la Cosa Nostra no vale una mierda, y que su sucesor debe elegir a la ‘Ndrangheta.

Giordano rió. Una risa franca. Era una mierda de motivo para asesinar, la mafia no ganaba demasiado y el objetivo era demasiado costoso. Una misión suicida para que el mejor eliminador fuera capturado o asesinado. Aún así, quiso saber cuánto eran capaces de dar por el trabajo, por que él, sólo él, Giordano D’Ángelis, Ángelo da Morte, era capaz de hacer el trabajo. Y él, sólo él, iba a reírse en las narices de la ‘Ndrangheta cuando volviera con un periódico cuya primera página proclamara la muerte del objetivo.

- Cinco millones de euros y…- un instante de tensión se abrió paso en la mesa.- éste será el último trabajo. Ángelo da Morte se retira.- Dijo el mercenario sin cambiar la expresión sonriente de su rostro. No podía seguir trabajando para quien le quería muerto.

- Hecho.- Carlo contestó con seguridad y mirándole a los ojos. Había trato. Por última vez, deslizó el papel con el nombre por la mesa hasta dejarlo justo delante de Giordano que, esta vez sí, se lo guardó sonriendo.

A Carlo le entusiasmó la decisión de Giordano, aunque supo controlar las emociones que reflejaba su cara. Ya no habría más problemas con Angelo da Morte. Si lograba salir de ese trabajo con vida, la ‘Ndrangheta ganaría algo más de poder y Giordano D’Ángelis se dedicaría a vivir de las rentas lejos de todo el mundo.

Ese mismo día, 6 de julio, Giordano cogía un vuelo directo a España. A media tarde aterrizaba en el aeropuerto del Prat, y de ahí se fue a recoger el armamento que le tenía preparado un conocido, y luego partiría hacia Valencia, allí estaría su objetivo. Éste era el sexto trabajo que hacía en España. Él era el único eliminador que sabía hablar español, a excepción de tres o cuatro pistoleros mediocres que se ocupaban de alguna tarea sencilla en la Costa del Sol de vez en cuando.

* * *

Giordano inspeccionaba detalladamente las armas que le había proporcionado Josep. Fuera de sus ideologías políticas (Josep era miembro de un partido neonazi), quizá fuera el mejor comerciante de armas de toda España. En ningún otro sitio podría encontrar un rifle de francotirador PDI M24 Socom por menos de doscientos euros, Y una Desert Eagle nueva por 20 euros.

Giordano abrió, para celebrar la venta, la botella de whisky que Josep había sacado con una sonrisa y un "¿Hace un whiskito, Ángel?" en la garganta. Después de poner tres hielos en un vaso, fue derramando el licor ambarino en él. Tras darle un buen trago, comenzó a hablar.

- ¿Sabes una cosa, Josep? Cuando comparas el hecho de asesinar una persona con el de matar a un perro, empiezas a subestimar la vida humana. Cuando te das cuenta de lo fácil que es matar, desarrollas rápidamente una vena sádica… Las personas dejan de importarte y se convierten en seres ideados para recibir la muerte en tus manos. Lo que no debería ser más que trabajo, empieza a gustarte… Comienzas a disfrutar quedándote a ver cómo tu víctima se desangra, con una puñalada en el estómago, la boca escupiendo sangre, intentando maldecirte, insultarte, pero sin poder siquiera moverse. Empiezas a violar a las mujeres antes de matarlas, y a asesinar a familias enteras sólo por que el padre te ha visto la cara. Y no te importa matar una y otra vez, por que te das cuenta de que la vida no vale una mierda. ¿Entiendes? Sí, supongo que ya lo has entendido.

Con rudeza, Giordano apuró el vaso de whisky y lo dejó con un golpe sobre la mesa, sintiendo cómo la bebida ardía en su garganta. Luego recogió todas sus armas en una bolsa de deporte negra y salió de la casa. Al otro lado de la mesa, Josep seguía sentado en su silla, y la sonrisa estúpida de su rostro no se había borrado a pesar del agujero sanguinolento que decoraba su cabeza, vomitando sangre que resbalaba por la cara, tintando de vivo carmesí la amarillenta dentadura y la camiseta que había perdido cualquier rastro de su blanco original bajo una capa de suciedad. La pared, a sus espaldas, aparecía salpicada de restos de masa cerebral, en medio de una roja explosión de sangre.

* * *

Cuando el tren que Giordano había cogido lo dejó en Valencia, ya hacía tiempo que había caído la noche. El mercenario de la 'Ndrangheta supo esquivar sin problemas a cada policía para vigilar la zona donde tendría que cometer el crimen. No tardó en encontrar defectos imperdonables en el cinturón de seguridad instalado, y memorizó todos y cada uno de los edificios de las inmediaciones del viejo cauce del río Turia. En poco tiempo el sencillo plan estaba ideado, así que volvió a la casa que Carlo le había proporcionado, lejos del lugar, para no levantar sospechas, y se dispuso a dormir.

El siete de julio lo dedicó a repasar los movimientos que debía dar, a elegir un edificio y a trazar con calma la actuación que llevaría a cabo al día siguiente. Comió algo en un restaurante cercano, y malgastó la tarde paseando, disfrutando de un poco de tranquilidad antes de arriesgar su vida. Al caer la noche, se fue a un pub que quedaba cerca, a celebrar sus últimas veinticuatro horas como mercenario de la ‘Ndrangheta.

Mientras apuraba un buen lingotazo de crema de whisky, comenzó a mirar a las muchachas que bebían como él, algunas acompañadas, algunas solas, todas entre los quince y los treinta. Giordano se fijó en una mujer joven, morena, alta y de buenas curvas resaltadas por un caro vestido rojo, a juego con sus zapatos de tacón.

"No. No puede ser ella..." susurró. Alguien llamó a su móvil y, sin dejar de mirar a la mujer nio por un segundo, Giordano descolgó y respondió.

- Diga.

- Giordano, soy Carlo. Me han pasado una información. Ten cuidado, Daniela está en...

- Lo sé.- contestó Giordano antes de colgar.

Sin más, el mercenario apagó el móvil y se acercó a la mujer de los rojos zapatos de tacón.

A miles de quilómetros de allí, en su despacho de Milán, Carlo Costacurta intentaba llamar de nuevo a su eliminador.

- El teléfono al que usted llama está apagado o fuera de cobertura, por favor...- empezó la voz aflautada del teléfono.

- ¡MA VA FAN CULO!- Exclamó el capo lleno de rabia, lanzando su propio celular contra la pared, rompiéndolo en mil pedazos. No quería que Ángelo se cruzara con Daniela. No sabiendo lo que sabía de ella...- coglioni...- susurró el capo, sentándose de nuevo en el sillón.

Giordano se acercó a la mujer, que le daba la espalda, sin percatarse de quién iba hacia él. Cuando estuvo a escasos centímetros, adelantó la mano y tocó en el hombro de la mujer.

- ¿D... Daniela?- se quitó el nudo de la garganta Ángelo da Morte.

- ¿Giordano?- los ojos de la mujer se llenaron de sorpresa.

No hubieron más palabras. El beso en los labios no las hubiera dejado salir. Giordano y Daniela se besaron, recordando el dulce sabor de la boca del otro.

- ¿Qué haces aquí?- le preguntó Giordano a la mujer. SU mujer.

- Es por trabajo... ¿Y tú?

- También por trabajo...- contestó con una mueca triste.

- Ya...- respondió Daniela, su esposa.

- No, Daniela, no lo entiendes, es el último.- Dijo el mercenario obligándola a mirarle de nuevo.

- Sí. Hace diez años también me dijiste que era el último, y por eso me atreví a tener a Marcelo... ¿Y luego? ¿Te tengo que decir lo que pasó luego?- la música sonaba alta, Daniela se tenía que acercar bastante al oído del mercenario de la 'Ndrangheta para que éste pudiera escucharla.

- No, Daniela, ahora es distinto. Te lo prometo. Ya se lo he dicho a Carlo, es el último, quiero volver con vosotros... ¿Dónde están los niños?

- En casa de mi madre. Vine sola... ¿Seguro que es el último?

- Te lo prometo sobre la tumba de mi padre.- respondió Giordano.

Daniela lo miró a los ojos. Sonrió. Y volvió a besarle.

- ¿Y qué te han ordenado?

- Una misión sin importancia.- mintió él.

- ¿Una misión sin importancia? ¿A ti? ¿Un último trabajo, una misión sin importancia?

- Cariño... sólo tengo que tocarle un poco los coglionis a la Cosa Nostra.- susurraba Giordano al oído de la mujer.- Me han encargado cargarme a uno de sus clientes y seguro que los sicilianos han puesto a alguien tras de mí. Por eso me lo han encargado a mí. A cualquier otro lo haría desaparecer la Cosa Nostra.- Giordano sabía que eso era verdad. Seguro que la Cosa Nostra sabía lo que se proponía la mafia calabresa y cualquiera de sus mercenarios lo esperaría con la pistola cargada.

- Entiendo...

Daniela entendía demasiado. Tantos años casada con uno de los mayores eliminadores le habían dado ciertos conocimientos de cómo se meneaba cada mafia. Sabía quién mandaba, quién estaba bajo el amparo de la 'Ndrangheta, de la Camorra milanesa o, sobre todo, de la Cosa Nostra.

- ¿Me crees entonces?

- Te creo.- respondió Daniela, y volvió a besarlo. Como cuando eran novios, unos jóvenes adolescentes que se acababan de conocer en una de las calles más turbias de Florencia. Unos jóvenes que tenían toda la vida por delante sin tener que preocuparse de pistolas ni de mafias. Unos jóvenes que todavía no habían conocido a Carlo Costacurta ni jamás habían oído nada de Ángelo da Morte.

Cuando se despegaron del beso, Giordano pidió una botella de Queen Margot.

- Aún te acuerdas de lo que me gusta.

- Me acuerdo de todo lo que te gusta.- le respondió al oído, sobándola descaradamente por sobre la ropa y besándola en el nacimiento del cuello.

Daniela suspiró.

Tres copas más tardes salieron del bar y se fueron al departamento de Giordano. Entraron abrazados, compartiendo labios y lenguas en un beso que no parecía tener ninguna prisa por acabar. Se desnudaron luego a la carrera. Sentían la apremiante necesidad de sentir la piel desnuda del otro calentándoles la propia.

- Es el último trabajo. Prométemelo.- Dijo Daniela antes de permitir que su marido la penetrara.

- Lo prometo. Es mi último trabajo. Juro que puedes creerme.- contestó, besándole los pechos, el vientre, esperando que las manos de Daniela permitieran el acceso a su sexo.

- Te creo.- concluyó ella, pasando sus manos a la poderosa espalda de Giordano y atrayéndolo hacia ella.

Esa noche hicieron el amor tres veces, como en los viejos tiempos, antes de que Daniela se quedara dormida, exhausta tras la sesión de orgasmos a la que Giordano la había sometido. Ahora recordaba por qué seguía enamorada de su marido. Era un amante excepcional.

Giordano, en cambio, no podía dormir. Tenía demasiadas cosas en las que pensar. "Adiós a la ‘Ndrangheta", se repetía una y otra vez, y seguía sin creérselo. Por fin podría volver con su familia, con la que llevaba años sin comunicarse para protegerla. ¿Cómo habría encontrado Carlo a su familia? No importaba. Lo que importaba es que podría, al fin, retomar esa vida tranquila que se truncó a golpe de trabajos para la mafia, a golpe de dinero... Y mientras las cuentas corrientes de Giordano y de su familia se hinchaban, lo que se deshinchaba era la humanidad de Giordano, que, poco a poco, se convirtió en el mayor asesino a sangre fría de Europa. Y ahora todo, finalmente, iba a acabar gracias a ese gran último trabajo. La despedida de Ángelo da Morte iba a ser por la puerta grande.

No había pegado ojo cuando se levantó. Afortunadamente, era capaz de trabajar sin problemas aún en condiciones peores que esas. Todavía no había salido el sol y él ya se estaba vistiendo. Recogió la bolsa con las armas del suelo y, despidiéndose con un tierno beso en los labios de su esposa, se fue de la habitación, tropezando con uno de los zapatos rojos de tacón de Daniela, que dormía plácidamente en la cama.

* * *

Eran las nueve de la mañana cuando alguien tocó al timbre de la puerta número veintitrés de un edificio cualquiera en la ciudad de Valencia.

- ¿Quién e…?- Leticia Sánchez Salazar abrió despreocupadamente la puerta. Sus palabras se cayeron cuando se encontró de frente al cañón de una pistola de gran calibre. Su chillido llenó la casa y alertó a su marido e hijos.

- ¿Se puede pasar?- preguntó Giordano, con una sonrisa bailando en el rostro, apuntándole a la cabeza con la Desert Eagle y entrando mientras la mujer caminaba lentamente hacia atrás, sin atreverse a separar su vista del negro ojo del arma.

- Leticia ¿Qué ha pasado?

Rápidamente la pistola cambió de objetivo y apuntó al pecho del hombre que recién entraba en el recibidor.

- Ni un solo movimiento o tu queridísima esposa tendrá que limpiar tu sangre del suelo.- El hombre se paró en seco, fijos sus ojos en la pistola que brillaba con un destello macabro. Sin dejar de apuntarlos, fue empujando a la familia hacia el interior de la casa.

No le costó inmovilizar a toda la familia. Los ató y los dejó en una habitación, sentados en un rincón, amenazados de muerte si se les ocurría alguna idiotez.

- ¡Qué jovencita más guapa!- susurró el italiano mientras acariciaba las mejillas de una bella joven de unos diecisiete años.

- ¡Déjala cabrón o…!- El culatazo en la sien calló a su hermano, que se desplomó inconsciente en el suelo.

- ¿Qué has hecho hijo de…?- empezó a decir el padre de la familia.

- ¡Una voz más y empiezo a cargarme gente! No creo que te guste ver cómo le disparo a tu queridísima hijita ¿Verdad?- Giordano acarició con el cañón de la pistola las mejillas de la muchacha, bajando por el cuello y colándola por el escote de la camiseta hasta golpear con sus pequeños pechos, del tamaño de una manzana.

- Si le haces algo a mi familia…

- ¿Qué? ¿Vendrás a matarme? ¡Ponte a la cola, desgraciado! ¿Ves esta carita? Pues está en todas las putas comisarías de Europa, así que no me jodas o convierto esto en una masacre- Luego, girándose hacia la joven, añadió.- Quizá tú y yo tengamos luego algo más que palabras. Depende de vuestra actitud. No me deis problemas y me esfumaré de aquí tal y como he venido. Jodedme, y llenaré la casa con tanta sangre que esto parecerá el maldito mar rojo. ¿Capisci? Y a lo peor... obligo a tus padres a que vean como me divierto contigo. Madre, padre e hija rompieron a llorar. La joven temblaba de puro terror.

Giordano salió de la habitación y se dispuso a montar el rifle de francotirador en la ventana. Ése era su trabajo más importante, no podría permitirse un fallo. Tenía que hacerlo de forma que fuera imposible verle desde el exterior, pero que pudiera apuntar directamente a su objetivo. Finalmente, cuando todo estuvo dispuesto, dirigió la mira hacia él. El hombre a quien correspondía el nombre que le había proporcionado Carlo Costacurta. Tras Giordano, de ruido de fondo, las dos mujeres lloraban desconsoladas. Giordano sufría un martilleo inconstante en sus sienes. Quizá no debería haber bebido tanto anoche, quizá debería haber dormido más... El sollozo de madre e hija le retumbaba en la cabeza.

- ¡Haz callar a esas mujeres!- gritó, y los lloros enmudecieron casi de inmediato. No debía ponerse furioso, no quería asesinar a esa familia. No ahora que sabía que era su último trabajo y que después de eso desaparecería. Angelo da Morte debía bajar el telón con la mínima sangre posible. No más muertes de inocentes. Josep, el traficante de armas, se lo podía permitir. Pero una familia entera no. No otra vez.

La cabeza le dolía. La sentía latir. Tac-tac-tac. Cada sonido se le clavaba en el cerebro tan profundo como una certera puñalada. Se intentó deshacer de los sonidos, necesitaba concentrarse.

Volvió a colocar el ojo en la mira del rifle. Necesitaba tranquilidad, sólo iba a tener una oportunidad. La gente llenaba las calles. Jóvenes y ancianos, más de los segundos que de los primeros, se agrupaban en el cauce de lo que antaño fue un río que atravesaba Valencia, y ahora es sólo un cauce seco reconvertido en un respiro de verde entre el gris del asfalto. Y allí en medio, subido en el altar construido para la ocasión, engalanado con sus ostentosos ropajes con bordados en oro, estaba él. Su objetivo. Por última vez, sacó del bolsillo el pequeño papel que Carlo le había proporcionado y releyó el nombre con una sonrisa. "Joseph Ratzinger. Benedicto XVI. Il Papa". El Papa.

Sí. Así era. Le habían encargado matar al hombre que dirigía toda la cristiandad. Y lo iba a hacer. Por cinco millones de euros, por su familia, por vivir tranquilo el resto de su vida. Cerró un momento los ojos para cronometrarse con sus propios latidos. Sólo iba a tener una oportunidad. Una oportunidad de la que dependían demasiadas cosas. Su vida, por ejemplo. Si fallaba, más le valía que la policía lo pillara, por que la opción del fracaso no está bien vista en la ‘Ndrangheta, y menos para un eliminador. Pero su familia también estaba en peligro, y por ellos no podía fallar. Escuchó el latido de su corazón. Tac-tac-tac... era como un taconeo en sus oídos.

Abrió los ojos y centró el punto de mira en la cabeza del Papa. En la cruz de la mira telescópica se marcó la cabellera canosa del Santo Padre. Luego, apuntó ligeramente arriba para compensar la caída de la bala en la distancia. Con esa bala irían esos cinco millones de euros que Carlo le había prometido y que le permitirían un retiro dorado si lograba escapar. Al fin, dejaría el crimen y podría volver con su querida familia, con Daniela, con sus hijos que lo esperaban en Florencia sin saber dónde estaba ni qué hacía. Al fin podría volver con ellos y llevárselos a otro país. Quizá Marruecos, quizá Argentina, a cualquier país donde pudiera pasar desapercibido y vivir de las rentas. Su dedo abrazó el gatillo. Tac-tac-tac. Los sonidos eran más fuertes, como si se acercaran.

Todo fue muy rápido. Todo fue una explosión de sangre y luego, silencio. Cuando quiso enterarse de lo que ocurría, su sangre manchaba el suelo del piso. El cuerpo de Giordano cayó al suelo, el cuello abierto en canal, la sangre explotando en una vomitona roja que manchaba tanto el suelo como el trípode que sostenía el rifle. El charco sanguinolento se extendía poco a poco por la alfombra, hasta manchar unos zapatos de tacón. Rojos zapatos de tacón.

- Silvio…- decía la mujer por el móvil que llevaba.

- Dime…- El teléfono traía una voz varonil, fuerte pero cansada.

- Obbiettivo eliminato.- dijo Daniela justo antes de cerrar el móvil y tirar el cuchillo empapado de sangre. Luego, girándose hacia el cadáver del mercenario añadió- No se juega con la Cosa Nostra, coglioni.

Daniela se agachó, con lágrimas en los ojos, hacia el cuerpo sin vida de Giordano. Misión cumplida. La Cosa Nostra estaría orgullosa de ella. Daniela se había entrenado para su trabajo más difícil a conciencia, aún así, no estaba preparada para ver morir a su marido. Con dulzura, cerró los ojos de Giordano y le dio un beso en la frente para luego, desaparecer de la casa con paso triste. Tac-tac-tac... repetían sus tacones sobre el suelo.

Ése fue el último trabajo de Ángelo da Morte...

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