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Dos ramos de rosas (Sábado por la mañana)

en Sexo Oral

Continuación de "Dos ramos de rosas (Viernes noche)"

http://www.todorelatos.com/relato/42196/

No sé qué es lo que pasa en mis sueños esa noche. Recuerdo vagamente a Julia, y a la florista, pero el hilo de los acontecimientos se esfuma por obra y gracia de algún duendecillo maquiavélico que juega con mi memoria antes de que despunte el alba. Quizás he soñado con lo que iba a hacer esa tarde, yéndonos a comer una buena paella a algún restaurante y llevando, tal y como había prometido, a Ana y Daniel a ver a los payasos, después de mucho tiempo de reflexión sobre si sería buena idea o no llevarlos, ya que muchos niños salen llorando, intimidados por el extravagante maquillaje de los "clowns". Tampoco importa mucho en lo que he soñado, ni nos va ni nos viene para esta historia que se desarrolla más rápido de lo que me gustaría vivirla.

El día está naciendo cuando despierto. Una espesa humedad me envuelve el sexo y no tardo en sentir la lengua de Julia acariciándome el glande. Su cuerpo, escondido bajo las sábanas, me transmite su calor espeso, dulcemente agobiante, limitándose a calentar más que a chupar el miembro que acaricia con una dulzura renovada. Suspiro al sentir mi miembro entre sus labios, bocanadas de aire acarician toda mi zona púbica, cosquilleándome en el vello.

Aún sin verla, y aún con mi polla en su boca, sé que está sonriendo. Sé que sonríe por que la conozco. Conozco esa sonrisa que rebosa perversión y vicio por que la tengo clavada en los recuerdos de las mejores noches de mi vida. Y, cuando sus manos se cuelan bajo mi cuerpo para apretar mis nalgas, se le escapa una risilla que corrobora mi opinión.

Antes de comenzar el subibaja de su boca sobre mi enhiesta verga, Julia la lame con pasión, calentándola a su vez con la punta de la lengua en círculos de saliva que rodean su perímetro. De pronto, se cuela toda mi carne de una hasta la garganta, haciendo chocar su nariz con mi pubis, arrancándome un escalofrío de placer que se mantiene en mis músculos hasta que oigo que alguien toca a la puerta de la habitación y veo entrar a Ana y Daniel, en pijama y saltando entre risas.

- ¡Va, perezosos!

- ¡Es hora de levantarse, gandules!

Bajo las mantas, Julia intercambia su boca por su mano alrededor de mi verga para poder soltar una carcajada al reconocer en esas palabras las que ella misma les dice a los niños entre semana.

El bulto de su madre bajo las sábanas sería grotescamente explícito para cualquiera que no tuviera ocho y seis años, como nuestros hijos, y más aún la mueca distorsionada de su padre, que no puede evitar que el sudor le recubra al volver a sentir los labios de Julia sobre la verga, mientras Ana y Daniel se siguen acercando a la cama.

- ¡Va, mamá, no te escondas!- dice Daniel, intentando levantar las sábanas, pero un rápido movimiento de mi brazo lo impide, volviendo a dejar la tela pegada al colchón, deshaciendo los dos centímetros de viaje que le había hecho recorrer Daniel.

- Iros a almorzaaaa-aaar- jadeo por que Julia acaricia con su lengua, y de un rápido movimiento, toda mi verga desde la punta hasta allí donde empieza la bolsa escrotal.- ya iremos luego vuestra madre y yo.

Mi respiración está agitada hasta límites jamás sentidos. El aire en mi cuerpo parece enloquecido, como si no supiera si ir o venir. Siento como si el corazón me hubiera explotado y estuviera latiendo en todo mi cuerpo, más aún en la punta de mi verga, que es balanceada con malicia por la lengua de Julia.

Me cuesta lo indecible coger suficiente aire para poder seguir respirando, por lo que no puedo hacer nada cuando las manos de Ana se dirigen a la sábana para imitar la acción de su hermano, esta vez sin padre que lo impida. Pero, cuando sus pequeñas manos están a punto de tomar contacto con la blanca superficie de las sábanas, otra mano, más grande pero igual de suave, sale por debajo, acompañada de un grito "monstruoso" de mi esposa.

Los niños saltan hacia atrás, sorprendidos por el "ataque" de la mano, y después de un segundo, rompen a reír y se marchan corriendo hacia la cocina. Aún oigo sus risas alejándose cuando Julia retira mínimamente hacia atrás la sábana hasta descubrir mi vientre, mi polla y su cabeza, que me mira a los ojos con los suyos hechos fuego de pasión.

- ¿Estás… loca? Mira que hacerme… eso… con los niños…- Digo, jadeante, mientras su perfecta y perversa sonrisa de lado se marca en su bello rostro sin separar su mirada de mi cara.

- ¿Cómo era eso? Si me prometes que no te ha gustado, juro no volver a hacerlo.- Sonríe de nuevo, para luego volver a tapar lo destapado con la misma sábana y apropiarse otra vez de mi miembro con sus labios.

Me tiembla el cuerpo al sentir la cálida humedad de la boca de Julia. Mis dedos casi se clavan en el colchón mientras la sábana sube y baja, baja y sube, llevada por el movimiento que mi esposa le imprime al acto. Su lengua, dentro de su boca, parece estar en tres sitios a la vez. Acaricia, rodea y golpea toda mi barra, que, como mantequilla, amenaza derretirse en su boca.

Allá lejos, a años luz de mi cuerpo, tintinea el sonido de cacharros precipitándose al suelo de la cocina. Pero en mi cama, como era de esperar, mi verga late anunciando el principio del fin. Después de tensar mis músculos hasta el umbral del dolor, Julia vence sabiamente y sin dificultad mi resistencia, haciéndome descargar su contenido en la boca de mi esposa.

Segundos después, Julia sale de debajo de las sábanas, con la mirada aún encendida y con la boca llena. Se acerca a mis labios y me pasa justo la mitad, sin que yo le muestre ningún rechazo, al contrario que harían otros. Nos pasamos un buen rato lamiendo, chupando, besando labios y lengua todo de una, sin que ninguna gota suicida se atreva a escapar de nuestros labios para acabar precipitándose en las sábanas húmedas de sudor y sexo. Cuando cada lengua ha explorado la boca compañera, cerciorándose de que no queda ni rastro, nos levantamos y nos vamos corriendo y desnudos hacia el cuarto de baño, a ducharnos juntos como hacía tiempo que no nos duchábamos.

Y poco tiempo después acabamos de ducharnos sin dejar de acariciarnos y calentarnos la piel. Y luego desayunamos. Y después nos vamos con los críos a pasear, y acabamos comiendo una buena paella en un restaurante, para a continuación irnos al circo los cuatro y pasar una divertidísima tarde riéndonos de los payasos que hacen carcajearse a Ana y Daniel y, por qué no decirlo, también a sus padres, que somos la Julia y yo. Cuando, de vuelta a casa, nos tiramos en el sofá, mientras los niños se van a jugar a su cuarto, Julia y yo nos besamos por veinticuatro horas magníficas.

Sin embargo, mientras en la televisión la prima del cuñado de algún pariente asturiano de cierto cantante famoso desvela sus intimidades en el más profundo súmum de la telebasura, siento una sensación intentar apoderarse de mí, de mis músculos, de mis huesos, de mi mente. Con cuidado, dejo a Julia, que estaba dormida, apoyada en mi hombro, tumbada en el sofá, y apago el televisor.

- Ummmm…- Julia abre lentamente sus bellos ojos y yo la miro con ternura.

- Sabes, cariño, tengo ganas de irme a dar una vuelta, me siento como si me estuviera anquilosando entre estas cuatro paredes… no sé si…- Pero Julia asiente y sé que me comprende.

- Vete.- me dice con una sonrisa.- Te entiendo muy bien, huye del aburrimiento, querido. Vete a pasear, al cine, o a tomar unas copas… ¿Cuánto hace que no vuelves borrachito del "Gran Rex"?- me pregunta con tono alegre.

- ¿De verdad que no te importa?- pregunto, ya cogiendo la gabardina.

- Claro que no, cariño, estaré aquí cuando vuelvas… O allí- añade, señalando la habitación.

Salgo del edificio al mismo tiempo que las farolas de la calle se encienden, como si quisieran alumbrarme el camino. Vago por las calles, aparentemente sin rumbo fijo. Sí, ya sé que todos vosotros, que me leéis, si habéis leído el relato anterior, sabéis adónde voy, pero yo no. Yo no lo sé, y aún sigo sin saberlo cuando me cuelo por una calle que me resulta familiar. E incluso, continúo desconociendo mi destino cuando me detengo ante el escaparate de una floristería que aún está abierta.

Las campanillas de metal que cuelgan ante la puerta tintinean cuando me introduzco en el luminoso local…

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