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Historias de pililas

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HISTORIAS DE PILILAS

Una de las muchas tardes en las que solemos hablar en internet coincidimos juntos, después de añadirnos unos a otros, cuatro amigos, David. Lolo, Mateo y yo.

La conversación derivó al cabo de un rato hacia unos derroteros un poco picantes. Terminamos hablando de un modo general de "pililas" y de algunos problemas que, la de cada uno, nos había organizado.

Manteníamos que es la única parte del cuerpo que es capaz de manejarse sola, sin obedecer órdenes. Una mano, un brazo o una pierna, esperan a recibir la orden del cerebro para de actuar, hasta los ojos se dirigen hacia el lugar según lo que mandemos.

La "pilila" es la única, que sin mandarle cumplir ninguna orden, actúa y está flácida o elevada según a ella le da la gana y muchas veces, todas las historias se refieren a ello, ocasionándonos sonrojantes problemas.

Se propuso que los cuatro contáramos, por escrito, la historia que estábamos diciéndonos por medio del msn, en la que "ella" era la protagonista principal.

Todos aceptamos porque coincidimos en que el "falo" a pesar de todo, es una de las partes más importante del cuerpo y merecía este reconocimiento por nuestra parte. Llegamos a la conclusión que, como adolescentes aún, somos admiradores fálicos.

Cada uno escribiría la historia por su cuenta y después la escanearía y pondría en internet para que los demás la leyera.

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LA HISTORIA DE DAVID

Uno de mis mejores amigos es Luisma, antiguo compañero de aula, vive ahora bastante lejos de donde yo habito, porque sus padres cambiaron de domicilio y él de colegio, aunque seguimos hablando a menudo por teléfono y comunicándonos por el msn.

Es uno de esos chavales muy habilidosos, capaz de construir las cosas más inusitadas e inverosímiles. Al principio de aquella semana me había enseñado por internet, las fotografías de un catalejo, con aspecto antiguo, de los que llevaban los vigías en barcos de vela. Se lo había construido siguiendo unos planos que había descargado de la red.

Mirando las fotos en la pantalla, el artefacto daba una imagen muy "way" por lo que le pedí si me podía enseñar a fabricar uno.

Aceptó encantado y aquella tarde había quedado ir a su casa a recoger los planos y a la vez a aprender, con su ayuda, a construirme uno.

Reuní todas las cosas que me dijo llevase y aunque no necesitaba herramientas, porque Luisma me los iba a proporcionar, el número de chismes, papeles especiales, cristales, alambres y pegamentos, llenaron la mochila del colegio, que había vaciado de libros, para poderla utilizar como medio de transporte.

La pieza más importante y delicada que íbamos a usar era un tubo de 4, 5 cm. de diámetro interior y 18 cm. de longitud, de aluminio que iba a deslizarse por dentro de otro tubo de latón de 5,5 cm. y 20 cm. de diámetro y longitud.

El de latón lo metí dentro de la mochila, pero el de aluminio, al ser más blando, tuve miedo que apareciese golpeado, por lo que decidí llevarlo en la mano.

Me gusta más viajar en autobuses que en el metro, pero si la distancia que voy a recorrer es larga, también monto en el subterráneo, como hice esta vez.

Al subir al vagón, por no querer quitarme la mochila que llevaba colgada de la espalda, no me senté, aunque vi varios asientos vacíos. Preferí quedarme en el cuadro de la entrada, apoyado en una de las cristaleras de las puertas de enfrente, que sabía no se iban a abrir durante este trayecto, porque por donde íbamos a pasar, no correspondían los andenes.

Para tener las manos libres y poderme agarrar en el caso de algún frenazo brusco e ir tranquilo, metí el tubo de aluminio, con mucho cuidado, en el bolsillo del pantalón y quedé cómodamente recostado contra la cristalera, apoyado en mi mochila.

Como no podía llevar el cuerpo totalmente derecho, por culpa del bulto que la mochila hacía en mi espalda, compensé la inclinación que tenía, apoyando los pies en el suelo un poco más adelantados. Esto hacía, sin que me diese cuenta de ello, que tuviese la parte media del cuerpo adelantada, es decir, me saliese la bragueta hacia delante, como si la estuviese ofreciendo a los que entrasen al vagón.

En la parada siguiente penetró en el mismo vagon un joven de unos treinta años, bajo, gordito y algo calvo, que se me quedó mirando fijamente y aunque hizo la mención de ir hacia el pasillo a ocupar un asiento de los vacíos, de pronto pareció cambiar de parecer, se volvió y colocó totalmente frente a mí.

No hice caso de él, parecía un buen joven, pero no era un joven "bueno", ya me entendéis, por lo que no atrajo mi atención. Al estar colocado totalmente enfrente de las puertas de entrada, había sido yo, lo primero que había visto en el vagón y algo que notó en mí, le había hecho cambiar de intención y volverse.

Se apoyó en el primer cristal fijo, el que sigue a la puerta de la izquierda de donde yo estaba posicionado y se puso a mirarme de una manera descarada, dirigiendo la vista insistentemente hacia mis partes inferiores.

Como no quería pensase le estaba vigilando lo que hacía, cambié la dirección de mi cara y la puse, intentando disimular hacia el techo, pero no podía por menos de verle, con la parte inferior de mi campo visual, haciéndome muecas y señalando insistentemente, con gestos admirativos, la parte de mi cuerpo que estaba fijamente mirando.

En un principio no me di cuenta lo que quería decir con sus gestos, hasta que caí que lo que me señalaba eran mis pantalones, bueno mejor dicho la parte de mis calzones correspondiente a la bragueta, donde se marcaba el tubo de aluminio, que creo había tomado por mi polla endurecida.

No sabía que hacer, porque el gordito seguía frente a mí embelesado y me hacía esa señal que todos conocemos que consiste en unir pulgar y corazón mientras se golpea el índice contra ellos, a golpes de la mano, para señalar.

¡¡ Uyyyy que hermosa!!, grande, enorme o el adjetivo que en su calentura mental pensase en aquel momento.

Miedo de que intentase algo contra mí, no me daba, porque había gente en el vagón y chillaría entonces pidiendo ayuda. Sin embargo no quería bajar la cara, porque en ese caso mi mirada, parecería la dirigía hacia él, y quizá entonces pensase, que le daba pie para acercarse con alguna proposición asquerosa.

Imaginaros mi postura, inclinado por la mochila, con el rostro vuelto al techo y un bulto muy sospechoso en mi muslo izquierdo, que encima lo adelantaba, como presumiendo de lo que significaba.

Ya sabéis como soy y al intentar verme como el "fulano" me estaba viendo, no pude por menos de reírme en mi interior de aquella ridícula situación y a la vez de aquel pobre hombre que se estaba excitando con un tubote aluminio, que pensaba poner en mi catalejo.

El seguía con sus movimientos de manos y de ojos. Ahora señalaba una distancia entre sus manos abiertas, como hacen los pescadores para indicar la longitud que tenía el pez que acaban de sacar del agua, y las órbitas se le salían de admiración por el enorme "tiburón", que creía tenía yo, entre las piernas.

Estuve a punto de sacar del bolsillo el tubo que le equivocaba para que dejara de mirarme de aquella manera, pero de pronto pensé.

¡¡ Leches !! para que lo voy a sacar de dudas, ¡¡ qué lo pase bien !!, si esto le anima y se pone contento, qué disfrute el tío. Porque con esa cara no creo que "ligue" mucho.

Además ¡¡ Qué coño !!, voy a seguir presumiendo de algo que todos queremos tener largo, grande y desarrollado y que por mi edad, aun no ha crecido demasiado. . . .

Después malvado seguí pensando.

- Si me pongo el otro tubo, el de latón, que es más gordo y largo, este tío se la casca aquí mismo.

Seguimos así durante bastante tiempo. Como comprobé no me molestó, ni me dijo nada ofensivo, se limitó a mirarme, hacer gestos y al final, meterse su mano en el bolsillo, llegue a bajar poco a poco la cara a su posición normal y dejé que aquel reprimido joven "disfrutase" de aquel viaje en el metro, admirándome, con los ojos en blanco, con la mano que intentaba tapar un bulto sospechoso que le había crecido en su muslo, como si yo fuese su Apolo.

No sé si él pensaba bajar en alguna de las estaciones intermedias que pasamos, porque cuando yo me apeé en la penúltima estación del trayecto, el siguió en el tren.

Cuando salté al andén, y miré disimuladamente hacia atrás, me ofreció de despedida una sonrisa satisfecha de boca a boca a través de la cristalera y yo, que queréis que hiciera, le sonreí también.

 

 

LA HISTORIA DE LOLO

He ido sacando los cursos de una manera cómoda, pero este año empezó, ya desde el inicio, a torcerse la asignatura de matemáticas.

Nos la da una profesora relativamente joven, tendrá entre treinta y cinco y cuarenta años, no es fea, ni antipática, explica bastante bien, pero no sé por qué, no hemos "ligado" desde el principio.

Quizá sea culpa mía. Como dicen los mayores, estoy en edad "difícil", no se lo que quieren decir con ello, pero es cierto que hay días que estudiaría y lo hago, un montón de horas, y otros, aunque me dieran todo el oro del mundo, no hay quien me haga coger un libro.

El caso es que en esta asignatura, los controles que fui haciendo durante los primeros meses, no fueron buenos y cuando llegaron los exámenes del primer trimestre las notas que saqué fueron medianas, bueno, más bien bajas.

A todos los que estaban como yo, nos dio la profesora la opción de poder examinarnos de nuevo, pero esta vez, nos dijo, lo iba a hacer de forma oral. De esa manera podía ver, si las ideas, demostraciones o resolución de problemas los entendíamos y así, podía valorarnos con más justicia.

Hice un examen de conciencia sobre esta cuestión y llegué al convencimiento que la mejor manera de anular la opinión negativa que tenía sobre mí y que me llegaría a perjudicar al final del curso, era demostrarle en este examen oral, que yo era un estudiante "cojonudo" y que era la mala suerte o las circunstancias, las que me habían llevado a este estado.

Por ello me puse a estudiar como un loco todo el texto que entraba en el examen, hice problemas que después repasaba dos o tres veces, para que quedaran bien impresos en mi mente y todas las demostraciones que el trimestre tenía, los llegué a dominar con los ojos cerrados.

Puedo decir que pocas veces había empollado como lo hice para prepararlo. Recuerdo que el examen lo íbamos a hacer durante la última semana antes de las vacaciones de Navidad. Durante ella teníamos tres clases de "mate" pero solo se iba a celebrar una, porque las otras dos, las reservó para el examen, dando vacaciones a los que habían aprobado.

Llegó ese día y preocupado por llevarlo perfecto, puse el despertador a las cinco de la mañana, y así aprovechar tres horas antes de tomar el autobús de las ocho y poder repasar, en el último momento, dos fórmulas y demostraciones de números irreales, que se me resistían.

El examen era a las nueve y la "profe" había conseguido de la clase de Lengua, que era la siguiente, de la que ya me había examinado y aprobado, nos diera libre a los que teníamos que examinarnos para disponer de suficiente tiempo.

Nervioso, pero satisfecho de haber cumplido con lo que me había propuesto, penetré en el aula. Solo encontré sentados, con la misma cara de preocupación que la que yo portaba, a los que nos íbamos a examinar. La profesora estaba ya en su mesa, colocada a un lado de una tarima, en la que toda la pared trasera la ocupa el gran encerado, donde íbamos a sufrir, escribiendo, lo que nos preguntara.

Me senté y esperé mi turno, que iba a ser el quinto o sexto, porque al que le tocaba en el cuarto lugar, no había llegado aún.

Salió el primero a la pizarra. Las dos preguntas que le hicieron me las sabía al dedillo y pensé.

¡¡ Ojalá me pregunte lo mismo !!.

Fueron saliendo el segundo y el tercero que terminaron rápidamente porque no sabían casi nada. El que tenía que salir en el cuarto lugar siguió sin presentarse y el quinto ocupó la pizarra.

En este momento comenzó mi problema. No sé si por la postura, por el calor del aula o por el nerviosismo, mi polla se endureció de pronto.

Es algo que os habrá pasado a muchos de vosotros, pero que cuando me pasó a mí, me cabreó porque en cualquier momento sería llamado a la tarima y la impotencia que sentí en aquella circunstancia fue enorme.

Os aseguro que no estaba pensando en nada que lo motivara. ¡¡ No era el momento !!. No la había tocado siquiera, solamente me di cuenta que se empezaba a endurecer como un resorte, quedando empinada de tal forma, que aunque quise que se sostuviera sujeta por los calzoncillos y no se marcase de "aquella manera", no lo conseguí.

Comencé a preocuparme porque el chaval que estaba en el encerado, mientras la profesora de pie a su lado le miraba, le había llenado de fórmulas de una demostración y estaba terminando de contestar la primera pregunta.

Decidí que mi cabeza pensase otra cosa e intenté seguir el ritmo de la explicación que mi compañero había hecho en la pizarra.

No conseguí que mi "pilila" se ablandase, aunque en voz baja, fui repitiendo.

. . . . entonces multiplicando por (–x) se nos van los sumandos . . .

"Ella" seguía como si la hubiese estado frotando durante cinco minutos, dura, tiesa, desafiantemente, mirando hacia el cielo. Si hubiese tenido ojos, creo que hubiera retado los míos que la miraban clementes desde arriba.

Cerré los ojos y me puse a contar.

Uno, dos, tres . . . . . once, doce, trece . . . .

Los abrí y continué

. . . . diecisiete, dieciocho, diecinueve . . . .

Cambié la postura.

. . . veintitrés, veinticuatro, veinticinco . . . .

¡¡ Joder con la "cabrona" !! Cuando, a veces, he querido que esté así, no lo he conseguido. . . . treinta y dos, treinta y tres . . . . .

Decidí cambiar de táctica

- Pensaré que ya me he "corrido", porque entonces se reblandece de inmediato.

Nada, seguía igual, ningún truco estaba resultando. El bulto, en punta, en la pernera de mi pantalón, creo que era cada vez más saliente.

Empecé a sudar porque oí a la profesora decir al que estaba en el encerado.

- ¡¡ Bien !!, ¡¡ Puedes sentarte !!.

Pensé acojonado

- ¡¡ Me van a llamar a mí !! ¡¡ No podré levantarme estando así !!.

No sé lo que me pasó cuando oí pronunciar mi nombre

Manuel, ahora te toca a ti. Sal al encerado.

Sentí un calor en la cabeza y una sensación de ahogo, unida a una falta total de fuerzas, que no me fue posible levantarme del asiento, aunque lo intenté, apoyando mis manos en el tablero del pupitre.

- ¿Qué te pasa Manuel? – fue lo último que oí de la voz de la profesora, antes de caer derrumbado encima de mi mesa.

Cuando de nuevo fui consciente de mis actos, estaba en los servicios, apoyado en un lavabo y dos de mis compañeros de clase, los que se habían examinado en segundo y tercer lugar, me estaban mojando la cara.

No sé lo que me ha pasado – murmuré intentando volver a la normalidad.

Yo sí, que tienes un calentón "cojonudo". Estás empalmado desde que te sacamos de clase – dijo uno de ellos.

Tío, piensa hoy en las matemáticas solamente – comentó el otro – ¡¡ Te ha dado fuerte !!

Al recordar de lo que había ocurrido en el aula, quise retomar la situación, porque me tenía que examinar "por huevos", ¡¡ Para eso había empollado como lo había hecho !!.

Les pregunté.

¿Tenéis un cello o una cuerda?

No – contestaron ambos extrañados de mi reacción y de la pregunta

Esperarme, me tengo que hacer una cosa – les dije, a la vez que me metía en un retrete y cerraba la puerta.

¡¡ Feliz paja !! – oí que uno decía, pero se rieron los dos de la broma.

No era una masturbación lo que pensaba hacer, sino otra cosa. Me quité los dos cordones de los deportivos, los uní, me bajé los pantalones y calzoncillos y allí apareció, desafiándome, mirando al techo, la culpable de todo este asunto.

Como había visto en las películas documentales, se atan la verga algunos nativos de Nueva Zelanda, así me la até con la cinta que había conseguido preparar y apreté fuertemente el nudo, que pude hacer, después de darme una vuelta completa a mi vientre con el cordón. Me vestí y salí para volver al aula.

¿Ha sido buena la "manuela"? porque ya se te ha bajado – me esperaban fuera mis compañeros descojonándose.

Sonreí al oír lo último.

¡¡ Cojonuda, !! de las mejores – les contesté ya más tranquilo - ¡¡ Vamos!!

- Lo que no entiendo - le decía uno de ellos al otro, tras de mí, cuando íbamos por el pasillo - ¿Cómo es posible que haya elegido un momento así, para hacerse eso. . . ?

Será un ninfómano pajeril . . . .

Ya en el aula la profesora me hizo señas que esperase a terminar quien estaba haciendo el examen. Después me llamó, Me hizo tres preguntas en vez de las dos que hizo a los demás. Contesté "súper" a todas. Me dio un sobresaliente y ahora espero que en el resto del curso no tenga problemas.

En cuanto a mi "pilila" la tengo castigada, quiero se ponga así, no cuando ella quiere, sino cada vez que yo lo deseo y hago la prueba frotándola fuertemente cada poco tiempo, por ver si obedece.

Hasta ahora lo ha hecho dócilmente . . . .

 

 

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LA HISTORIA DE VALEN

Tenía que someterme a una revisión de las muchas que me hacen. En esta ocasión, mis padres eligieron una clínica madrileña para que la efectuaran y como no pudieron acompañarme, lo hizo un señor de confianza de mi familia.

Me presenté en la clínica el día y a la hora que me señalaron, recogieron el frasquito de orina que llevaba y dejé a mi acompañante que hiciese lo que quisiera, durante toda la mañana, porque no le invité a que entrase conmigo.

Después las enfermeras comenzaron por sacarme sangre y cuando se cansaron de hacerme las "putadas" que realizan en esos sitios, me dejaron al cuidado de un joven llamado Ramón, para que me acompañase y me fuese llevando a los distintos lugares, dentro del recinto, que debería visitar durante la mañana para efectuar el reconocimiento que pensaban hacerme.

Ramón, auxiliar de clínica, me tranquilizó diciéndome.

No te preocupes estamos dotados de todos los adelantos modernos y podremos visitar todos los sitios que me han dicho te lleve, sin moverte de la silla.

Estábamos sentados, esperando órdenes, en una pequeña habitación, aburridos, mirándonos a la cara, dejando pasase el tiempo, sin que tanto a Ramón como a mí, se nos ocurriese ningún tema de conversación que nos entretuviera, cuando me propuso.

- ¿Quieres visitar nuestro museo? - Pensé que el auxiliar de clínica creyó que era además de inválido, algo tontito, para proponerme una cosa tan aburrida.

- Un museo . . . – murmuré pensando lo que para mí significaba aquella palabra.

Cuando una colección de cualquier cosa, es hecha por un estado o entidad importante, para que sus habitantes actuales puedan tener constancia y recuerdo, de algo que pertenece a su historia, se guarda en un local adecuado, normalmente un palacio o edificio especial, se deja visitar, previo pago o gratis, le llaman museo. Los hay de muchos tipos, de cuadros, armas, ferrocarriles, zapatos, trajes antiguos, automóviles . . . pero si los visitas, todos son un "coñazo" tremendo.

Cuando estuve en Madrid de pequeño, me llevaron al de cera, en el que había una gran cantidad de figuras tétricas y al de carruajes antiguos, en el que la mayoría de las carrozas eran las que utilizaron los reyes en diversas épocas. Recuerdo que estaba cerca de un riachuelo que llamaban Manzanares y de un campo de fútbol del mismo nombre, que me dijeron.

- No es importante pertenece a un equipo de segunda división que se llama Atlético no se cuantos. . . .

Fueron los únicos que acepté visitar, aunque querían llevarme a otros, que dijeron más importantes y por ello pensé más aburridos, pero me negué rotundamente.

Por eso la proposición de Ramón no me llenó de alegría, mas el tedio que tenía en aquel momento ya no se podía superar, por lo que acepté, sin saber lo que me iba a enseñar.

- Vale . . . – dije sin entusiasmo, por lo que le convencí, por la cara de asco que debí poner, de que efectivamente era idiota del todo.

Bajamos en un montacargas de transportar camillas, en vez del ascensor que tomaban los pacientes, porque me dijo.

Está prohibido enseñarlo a nadie que no sea de la profesión, pero a estas horas no nos verán.

El que estuviese prohibido visitar ya empezó a gustarme, por lo que puse mayor interés y mejor "careto" a la espera de ver lo que me iba a enseñar.

La zona de la clínica que habían dedicado al museo, era bastante grande y ocupaba parte del sótano y aunque limpia, estaba muy abandonada. Las paredes tenían manchas de humedad y el suelo era de terrazo de lo más barato que el constructor encontró en su momento. La luz, que encendió Ramón, era la que unas pobres bombillas nos podían dar e iluminaron medianamente la estancia, que me pareció muy lúgubre.

Cuando me enteré lo que allí guardaban y me iba a enseñar Ramón de una manera escondida y en secreto, hubierais hecho lo mismo que yo, "quedarse de piedra", porque lo que estaba acumulado en aquel lugar, eran las "pililas", que mediante las autopsias de gente conocida e importante o totalmente anónima, habían llegado a reunir.

Ramón me fue explicando mientras penetrábamos en la estancia

El que inició la colección fue el doctor Urcebecu, un rumano nacionalizado español, alrededor de los años cuarenta del siglo pasado, ya fallecido, eminente urólogo, que durante muchos años miró, atendió y conservó potentes y en servicio las "partes bajas" de las mayores personalidades del mundo, grandes empresarios, generales, jefes de estado, virreyes, y sobre todo, jeques y emires musulmanes y claro también las de muchos madrileños de la época.

Alrededor de la sala, las paredes poseían estanterías de madera cubiertas de cristaleras correderas. Se veían viejas y casi sin pintura, pero perfectamente limpias. En el interior, debidamente ordenados, se mostraban una gran cantidad de frascos, de la misma forma, pero de diferentes tamaños. Todos estaban casi llenos de formol y con un cuadrado de papel pegado con algo escrito.

- Fue guardando, en frascos de fenol, perfectamente etiquetados con el número de la pieza y a quien perteneció, para estudiar después, las pollas de mucha gente, que le proporcionó la amistad que tenía con los principales forenses de la capital.

Iniciamos la marcha viendo las estanterías que estaban situadas, según se entraba a la derecha. Flotando en su interior se podían ir contemplando la mayor diversidad de penes que se puede imaginar.

Como, a la muerte de su creador, entre la comunidad médica, cuando se descubrió su existencia, fue muy comentada la colección, los nuevos directores la continuaron guardando – me fue diciendo mientras abría las estanterías.

El auxiliar me iba explicando la edad, el lugar o la circunstancia que hacía que esas "pililas" estuvieran allí, a la vez que bajaba, para enseñármelo, algún frasco, que por la altura en que estaba colocado o porque era algo especial, no podía ver bien desde la silla en la que iba sentado.

- Esta perteneció a un torero que fue famoso en su época – me enseñó un frasco – esta era de un gran actor, y esta – me señaló una de las más grandes que, aunque estaba en un frasco de los de mayor tamaño, se doblaba al cerrar la tapa - era la un jugador de baloncesto que medía 2, 18 metros de altura.

- ¡¡ Joder ¡!, quien la pillara cuando estuvo en vida – pensé.

Siguió enseñándome otros frascos, de los muchos que estaban alineados en las estanterías de este lado, y cuando íbamos a mirar los del otro, Ramón tomó una postura como para decirme un secreto.

No sé que confianza le estaba demostrando para que lo hiciera, sería porque ante mis exclamaciones de admiración, se me quedaba mirando con una cara que adivinaba quería decirme.

- No tengas miedo, que aunque tengas cara de "chorra", solo guardamos la otra y eso después de muerto.

Pero lo que me dijo, en voz baja, acercando su boca a mi oído, aunque allí no había nadie que nos pudiera escuchar fue lo siguiente.

Suelo decir a los que les enseño el museo, me encargan de hacerlo normalmente a mí, que el temor a reclamaciones, no les ha permitido aumentar los especímenes que guardamos, que solo han entrado, después de muerto el fundador, las vergas de los de cadáveres que no son reclamados, casi siempre gente mayor y que también es difícil, porque los suelen llevar enteros a las facultades de medicina que están faltos de ellos.

Volvió a bajar su tono un poco más, de manera que casi mi cara estaba pegando con la suya, cuando añadió.

No es verdad. Siguen trayendo, algunas polla, que quitan en las autopsias. Como los familiares solo miran la cabeza, cuando reciben el cadáver para enterrarlo, aprovechan la circunstancia para cortársela.

Las últimas que habían añadido al museo aparecían dentro de frascos de cristal idénticos pero que se notaban eran nuevos.

Había una gran diferencia entre las "pililas"que llevaban mucho tiempo enfrascadas y las últimas que habían llegado al museo. En estas el fenol aun no había corrugado la carne y dado el aspecto de jamón de York, de ese barato, que te venden para sanwisch, que tenían las antiguas.

Eran como si fuese el último espárrago que queda flotando en el agua después de sacados todos los demás de los tarros de vidrio pero en carne y de color rosáceo.

Aunque algunos de los espárragos eran de los de tres frascos seis euros, otros eran hermosos, gordos, turgentes, como los mejores que se pueden conseguir en Tudela (Navarra) lugar donde presumen de tener los mejores y más hermosos "espárragos" de la Ribera del Ebro.

Esos que metes en la boca, se llena entera, parece que te atragantas porque la punta te llega hasta la campanilla, pero que en cuanto aprietas y chupas un rato, sale un jugo que tragas glotón. Algunos me entienden y los que no ¡¡ Qué prueben !!

Terminamos de ver todos los frascos y salimos del local del museo. No nos habían llamado porque el "busca" de Ramón no había sonado.

Cuando subimos hasta la habitación donde habíamos estado esperando y nos sentamos de nuevo le pregunté.

¿Se puede donar la picha?

- No lo sé. Seguramente se podrá, como se hace con los riñones, pero no creo que haya otro lugar como éste que las recojan.

- Es que me haría ilusión que la mía perdure aunque sea en un frasco de cristal y rodeada de fenol.

Me miró y no le dio tiempo a contestarme porque le sonó el "busca" para indicarle que tenía que llevarme a que siguieran haciéndome "putadas".

 

 

 

LA HISTORIA DE MATEO

He pensado que muchos de mis amigos, quizá pensando que les iba a contestar con un bufido o una de mis más selectas contestaciones, nunca se han atrevido a hacerme la siguiente pregunta.

-Antes de conocer a Marc, ¿ya habías "mojado"?

Lo mismo que puse unas fotografía, para que no me preguntaran cómo tenia el "pixi", ahora voy a contar una historia que, sin contestar directamente a la pregunta, casi lo hace, porque la verdadera contestación solo se la he dado a quien tiene todo el derecho del mundo para hacérmela, mi querido, admirado, deseado y "comido" bollo suizo, que cada día está más blando, dulce, sabroso, y . . . . . . .

Perdonarme que me salga del guión, pero es que cuando mi cabeza piensa en esa "cosa redonda" que tiene detrás, se me pone de manera que tengo que usar las dos manos para bajarla, con una sola, no puedo.

Debo decir, en principio, que los planes que se me habían presentado en los quince años que tenía, cuando conocí al más maravilloso chaval, habían sido muy pocos para los que hubiese deseado, después si han venido a montones las invitaciones, pero las he rechazado por ser fiel a quien se lo merece.

Los planes, en aquel tiempo, fueron escasos para desfogar el deseo que me corroía por dentro. Primeramente por donde vivo, es una urbanización preciosa, en pleno campo, pero que al no estar en la ciudad, si quieres acercarte a ella, tienes que tomar un autobús. Para colmo de males el colegio, al que acudo a "estudiar", no está tampoco en la capital, sino en plena naturaleza, a mitad de camino entre Oviedo y Gijón y los desplazamientos los hago en el autobús escolar.

Otra de las causas fue que, entre mis primeros amigos, no había ninguno gay. Sí que me la había cascado con alguno de ellos, pero como lo hacen los heterosexuales, sin disfrutar de los escarceos preliminares, tocamientos, besos, caricias, es decir pajas descafeinadas.

Además en mi casa, en cuanto se dieron cuenta que estar mucho tiempo en el ordenador, perjudicaba mis estudios, lo pusieron en el despacho de mi padre. Solo podía usarlo a escondidas y cuando no estaban presentes.

Todo habían sido dificultades y por último, después de lo que me ocurrió en esta historia que os cuento, que fue la primera aventura de mi vida, entenderéis mejor que estuviese mucho tiempo sin buscarlas, de manera que mis manos, digo ambas, porque para eso soy ambidextro, dejaba descanso a una cuando la otra trabaja, no pararon durante este lapso de mi vida.

La historia comenzó uno de esos días que a pesar de la clausura del ordenador pude engancharme y conectar con el chat de Chueca en Asturias. Así pude hablar por primera vez con Jaime. Nos presentamos casi al final de la "charleta" porque en su inicio nos dijimos todas esas frases que se dicen en estos sitios sin comprometerse a nada.

- ¿Qué buscas? . . . .¿ lo has hecho ya? . . . . ¿Cómo la tienes? . . . . y cosas así.

Comprobé, por las respuestas que me dio, que tenía ingenio y creo, por lo que me dijo después, que él me valoró por lo mismo.

Al final le dije mi nombre y fui sincero en la edad. El me dijo el suyo, Jaime y me mintió en un año, porque tenía 16 y por no parecer mayor a mi lado, me dijo 15 años.

Quedamos en hablar de nuevo al día siguiente a la misma hora y así lo hicimos. Le siguieron varios más de charlas, hasta que el conocimiento y la confianza, entre ambos, fue lo suficientemente amplio.

Llegamos a ese momento, que se dice de una manera general sin puntualizar, donde se vive. Me explicó que habitaba en Luanco y yo que mi hogar estaba en la Fresneda.

Empezó después la fase en la que se manifiesta el deseo de conocerse, porque bullen en el cerebro, todas las ofertas, de los placeres que mutuamente se han ofrecido durante el chateo.

Si estuvieras aquí, te follaba, . . . me gustaría que me la chuparas . . . . si supieras como la tengo ahora . . .

Paso por alto, todos los dimes y diretes que obligaron a retrasar la entrevista, hasta que un día por internet, la fijamos en Gijón, en la estación de autobuses, a las cinco de la tarde de un miércoles de finales de junio en el que ya habíamos terminado las clases los dos.

Nos marcamos la manera de conocernos y antes de cortar la comunicación, fue cuando me dijo la verdad de su edad. No me importó porque la diferencia de un año, a esas alturas del conocimiento mutuo que teníamos, no iba a ningún sitio.

Tanto Jaime como yo cumplimos la promesa de vernos y estuvimos en la estación de Gijón el día y a la hora que habíamos quedado.

El aspecto de Jaime me pareció, en persona, como en internet, la de un buen chaval, simpático y "buenorro" y si sus palabras eran ciertas yo también se lo parecí a él.

Como no sabíamos como empezar, ni a donde ir, de principio sacamos dos coca-colas de una máquina que había en la estación y bebiendo despacito de ellas comenzamos a andar en dirección hacia la Playa de San Lorenzo, que es la zona que mejor conocía yo de Gijón.

La conversación al principio sirvió para ampliar lo que cada uno conocía del otro, pero después empezamos a recordar las palabras de deseo que nos habíamos dicho por internet, para probarnos si seguíamos sintiéndolas igual. Nos calentamos un poco y llegamos a la conclusión de que nos gustábamos lo suficiente para poder hacer un poco de manitas y de entrar un momento en un portal y darnos unos ardientes besos, mientras nos tocábamos "los bajos", a modo de prueba, como preámbulo de lo que iba a seguir.

Vimos que ya habíamos confraternizado lo suficiente para saber lo que queríamos hacer los dos y buscamos un lugar que fuese adecuado para poder desarrollar, todas las acciones, que nuestras cabezas estaban pensando desde hacía mucho tiempo.

Recorrimos el paseo que hay al lado de la playa, a lo largo del mar y nos adentramos en un parque que existe en ese lugar. Vimos un sitio cojonudo, al lado de un muro de piedra, donde terminaba la zona que llaman Parque Inglés, porque permiten entrar, sentarse, jugar y lo que se quiera en la hierba que allí crece.

A esas horas el sitio estaba solitario, solo se veían como a doscientos metros, un grupo de personas con perros, que los estaban paseando y dejando que corrieran entre los numerosos árboles que el parque tiene en esa zona.

En el rincón que elegimos había una gruesa palmera cuyo tronco nos taparía aun mejor de toda vista extraña. Aplastamos un poco la hierba con los pies y nos sentamos abrazándonos, de manera que caíamos de esta forma al suelo, al perder el equilibrio, mientras nos reíamos y soltábamos los nervios que la tensión acumulada había creado.

Roto el hielo del empiece que nosotros casi no habíamos experimentado, continuaron cumpliéndose nuestros deseos. Bueno, no quiero que mi historia sea la descripción de un encuentro porno, porque todos sabéis lo que se suele hacer en estos casos.

Pero tengo que decir algo de lo que sucedió para que entendáis lo que me ocurrió. Yo le había dicho que no me gustaba ser pasivo, que podíamos hacer todo lo que quisiera menos eso y "suerte" para mí, el me anunció que le iba ser pasivo.

Nos sobamos, besamos y sobre todo tocamos nuestros endurecidos órganos sexuales. Todo fue muy bien, estábamos disfrutando hasta que Jaime se puso de espaldas y me ofreció la parte de abajo de ella. En cuanto mi pixi se fue acercando a su trasero, se reblandeció de manera que en el momento que lo tocó, quedó como un pingajo colgando.

Para disimular lo seguí abrazando y bajé mis manos rápidamente para acariciar su pene. Seguimos besándonos, acariciándonos, tocándonos los genitales y meneándonos la verga y para ver si me sucedía de nuevo, con cuidado intenté acercar la polla, que se había puesto de nuevo dura, al agujerito. Lo hice despacio, cuando su cara estaba vuelta y sucedió lo mismo, la dureza desapareció como por ensalmo en cuanto mi glande notó la cercanía del hueco.

Lo intenté otras dos veces y volvió a suceder, por lo que decidí que era mejor seguir solo con las manos, llegar a corrernos y dejar hasta la próxima vez la penetración, si entonces era posible. Le pajeé y el a mí, hasta que quedamos calmados por aquella tarde.

No tuve ocasión de comprobar si me sucedería lo mismo con otra persona, porque la siguiente volvió a ser Jaime, diez días después. El sitio en el que quedamos y la hora fue la misma, aunque llegamos al lado de la palmera media hora antes que la vez anterior, porque no fuimos paseando hasta el parque, sino directamente y rápidos, porque queríamos llegar cuanto antes.

Los preliminares fueron los mismos y cuando llegó la hora de "matar" y culminar la "faena" sucedió lo mismo, mi polla se ablandó, quedando como una barra de plastilina rosa.

Tuve la valentía de contarle a Jaime lo que había ocurrido en ambos casos, cosa que achacamos al nerviosismo del deseo exacerbado que tenía de hacerlo. Me dijo no le importaba porque el estar junto a mí y ser acariciado, ya colmaba su felicidad. Pero quedé "tocado" y durante mucho tiempo perduró en mí la duda de si era capaz de follar a un tío.

Si llegué a "mojar" antes de hacerlo con Marc, sigue siendo un misterio escondido entre nosotros dos.

Con Jaime quedé bien, porque después de aquel segundo fracaso, no nos volvimos a encontrar, tuvo que marcharse de Asturias porque a su padre le trasladaron a Logroño pero le recuerdo con mucho agrado.

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