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Boda extraña

en Gays

BODA EXTRAÑA

Manolín y Eusebio vivían en el barrio de Recaldeberri de Bilbao. Se conocían y eran amigos desde la infancia, tenían idéntica edad y asistían juntos a la misma escuela. Manolín habitaba en el número uno de la calle D. Camilo Villabaso y Eusebio en el número tres. Las habitaciones interiores de sus portales se abrían al mismo patio vecinal, donde también daba el mío, aunque mi vivienda pertenecía al portal número uno de una vía perpendicular, que llevaba el nombre del pintor Goya.

Los tres portales, de siete alturas a doble rellano, junto a varios más formaban parte de la misma construcción, que los dueños de una gran carpintería dedicada a la fabricación de barriles o toneles de madera, que llamábamos "La Tonelera", habían edificado nada más terminar la guerra civil española. Con el paso del tiempo, la fabricación de toneles fue trasladada a la Rioja, zona principal de su comercio, y vendieron las viviendas a sus inquilinos.

Cuando se inició esta historia el barrio de Recaldeberri era aún un extrarradio de la pujante ciudad portuaria de Bilbao. Para los lectores no españoles, Bilbao es la ciudad principal del País Vasco, se encuentra situada a orillas del Mar Cantábrico en el golfo de Vizcaya y fue la cuna de mi nacimiento hace de esto muchos años.

Había empezado a gestarse en la posguerra como un apéndice de la cercana población bilbaína, aunque seguía separada de ella por dos pasos a nivel de ferrocarriles de vía estrecha que protegidos por largas barreras de madera, eran atendidos por guardabarreras que vivían junto a ellas con su familia, que las cerraban cuando los trenes pasaban y daban paso libre a los viandantes y vehículos cuando consideraban concluido el peligro.

La separación física que estas vías ejercían sobre los que vivíamos en el barrio, nos hacía parecer que habitábamos, en una zona tan marginal, en una ciudad diferente y no pertenecíamos verdaderamente a Bilbao.

Recaldeberri estaba poblado principalmente por emigrantes de otras regiones españolas, llamados por la amplia demanda de mano de obra, necesaria para reconstruir lo que la guerra había destruido, lo que añadía la sensación de que nos sintiéramos diferentes a los genuinos bilbaínos. Por ello aparecía entre nosotros una cierta hermandad o acercamiento, como suele ocurrir entre la gente pobre, que se une contra el enemigo común que les oprime o desprecia. En el fondo todos deseábamos saltar las barreras, habitar más en el centro de la villa y sentirnos pertenecer por entero a la ciudad.

Los dos chicos como yo, utilizábamos una habitación interior al patio común, para dormir, estudiar y muchas veces jugar o permanecer en ella, porque las viviendas eran pequeños y la cocina, sitio de convivencia familiar a la hora de las comidas, alrededor de la mesa grande que había siempre en ella, estaba ocupada por necesidades del hogar, como lugar de estar y trabajar la madre.

En mi habitación, no excesivamente extensa, tenía además de mi cama y un armario para guardar la ropa, un grueso tablero de madera que ocupaba la totalidad de la ventana de guillotina, que cuando no lo usaba como mesa, se volteaba y quedaba pegado a la pared y que abierto y sostenido por dos ganchos de hierro amarrados al fuerte marco de la ventana, utilizaba como pupitre para estudiar.

Un flexo con un cable alargador hasta un enchufe al lado de la cama, me proporcionaba la luz necesaria, porque aunque el patio era bastante amplio y mi casa estaba en el quinto piso, a media tarde, no tenía luz suficiente para trabajar en mis cuadernos o libros de estudio.

Sentado ante mi ventana podía ver desarrollarse la vida de casi todas las habitaciones de las casas de enfrente, algunas siempre misteriosas y cerradas y otras abiertas y encendidas, incluso con las cortinas descorridas, con sus habitantes despreocupados que sus intimidades, conversaciones y discusiones, estuviesen a la vista del resto de los que poblábamos el patio.

Si me inclinaba un poco podía contemplar el suelo de sucio cemento y entretenerme viendo corretear, luchar por la comida o descansar a numerosas y enormes ratas que vivían de una manera perenne en aquel patio. A veces veías lo abandonaban por dos abiertos sumideros, que recogían el agua de lluvia y las permitían pasar a otros patios cercanos o recibir visitas de las compañeras.

Vi muchas veces a chicos mayores e incluso personas adultas, que vivían en los pisos más bajos o desde las ventanas de la escalera de los primeros pisos, para divertirse, intentar cazarlas con tiragomas o carabinas de aire comprimido, en lo que llamaban "un safari de ratas". Aunque era difícil acertarlas, a veces lo lograban.

Aquellos enormes y asquerosos animales se alimentaban de los desperdicios que encontraban en las mal construidas cloacas y de lo que muchas casas de la vecindad, ayunas de ascensor. despreocupadamente tiraban por la ventana, por no bajar la basura hasta la calle cuando pasaban los carros que la recogían. Yo tenía que ascender, lo recuerdo perfectamente, ciento treinta escalones de madera para llegar a mi vivienda.

A veces, a voz en grito, se señalaba personalmente y reprochaba a quien tiraba desde su ventana desperdicios al patio, se formaba entonces una trifulca entre el denunciante y denunciado, a la que todos asistían interesados asomados a las ventanas o seguía un silencio sepulcral a los gritos del denunciante, si el infractor era desconocido.

La vida en el patio estaba en pleno apogeo al mediodía cuando yo llegaba del instituto a comer e iba languideciendo según avanzaba el tiempo. Cuando me colocaba a estudiar, por la tarde, había silencio y al encender la luz de mi flexo, por necesidad de iluminación, muy pocas habitaciones se veían encendidas pero el patio volvía a mostrar actividad al acercarse la hora de la cena.

Contemplar llover desde el asiento de mi ventana, cosa que hace muy a menudo en esta región, era muy poco romántico, sonaban estrepitosamente las cañerías cuando se deslizaba el agua que habían recogido los tejados y las gotas de agua cubrían y empañaban los cristales que dejaban pasar la luz a mi habitación, quitándomela y nublándome la vista al exterior.

Desde mi especial mesa, podía ver casi toda la habitación de Manolín y parte de la de Eusebio que me quedaba un poco esquinada y seguro vi en muchas ocasiones a ambos, aunque como en un principio no les conocía, no me fijé en ellos. Para mí que era, lo supe exactamente después, cuatro años más viejo, eran dos de los muchos chicos que vivían en los pisos del grupo de "La Tonelera".

No sé si estudiaban o jugaban juntos en una u otra casa y si me hubiesen preguntado a la hora de la cena si sus habitaciones habían estado encendidas o apagadas, no lo hubiera sabido contestar. Tenía normalmente muchos trabajos y lecciones que preparar y era a lo que dedicaba principalmente mi tiempo en el tablero de la ventana, donde me sentaba casi al terminar de comer.

Me fijé en su existencia a partir de un día que estaban los dos chicos en casa de Manolín y aunque nunca supe cual fue la causa, recuerdo terminaron riñendo, gritando y al final pegándose entre ellos. Como no acudió nadie a separarlos, supe posteriormente que sus padres trabajaban hasta muy tarde, me atreví a gritarlos desde mi ventana para que parasen su lucha temiendo se hicieran alguna avería con los golpes que se "arreaban".

Efectivamente pararon, porque seguro no esperaban que alguien les estuviese viendo zurrarse a través del patio, pero en cuanto se repusieron, unieron sus fuerzas para hacerme burla, muecas y levantando el dedo índice hacia arriba, me mandaron a "meterme" a otra parte.

Los siguientes días, comprobé habían hecho las paces, vi miraban de vez en cuando hacia donde yo estaba y si les parecía que atendía, me mandaban a "gozar" metiendo el dedo índice derecho en el del izquierdo, puesto en forma de círculo con el pulgar.

Les conocí personalmente una de las tardes que no teniendo muchos trabajos, los había terminado y bajé a la calle con la intención de comprar unos lápices, en la única librería que había para todo el barrio. Era a la vez donde vendían novelitas y tebeos y también los cambiaban o dejaban leer allí mismo, con el cuidado de no estropearlos, cobrando un bajo precio por ello.

Al entrar encontré a los dos chavalines sentados en un rincón, muy juntos, sosteniendo un tebeo entre ambos, para poderlo leer los dos a la vez. No creo me habían visto cuando puse la mano delante de la página que miraban, porque casi saltaron a oírme.

¡¡ Hola !!, ¿cómo están mis vecinitos de patio?

Me miraron asustados sin contestar.

No pasa nada, es que quería conoceros. Me asusté el otro día cuando os pegabais.

Se relajaron algo cuando vieron que les sonreía, porque lo mismo que hablé de solidaridad para unirse contra un enemigo común exterior del barrio, dentro de él, se ejercía la ley del más fuerte y el que un chico mayor, tenía yo entonces catorce años, les hablase con tanta formalidad, les dejó un poco confusos, cuando seguro esperaban de mí alguna amenaza añadida a una palabra fuerte común en nuestro entorno.

Este que es un burro . . . - comenzó a decir uno.

Tú que . . . .

No empecéis de nuevo por favor. ¿Cómo os llamáis? - les pregunté sin dejar de sonreír.

Este Manolín y yo Eusebio - me contestó el más moreno y atrevido de los dos.

Yo me llamo Eduardo, Edu para vosotros - me presenté.

Compré lo que había ido a buscar y les saludé con la mano al salir.

Desde aquel día nos hacíamos señas atentamente desde las encendidas ventanas de nuestras habitaciones. Cuando yo me sentaba, ellos ya estaban allí y me saludaban levantando su brazo. Creo que los trabajos escolares que hacían eran muy pocos, porque comprobaba que dedicaban su tiempo a leer tebeos o jugar a los naipes sentados encima de la cama.

Comprobé también era siempre Eusebio el que pasaba a la casa de Manolín. Supe después que éste no tenía padre, su madre era amiga de los padres de su amigo, trabajaba en un restaurante y regresaba a su casa más tarde que ellos.

¿Cómo eran físicamente? Cuando los conocí Eusebio era muy moreno, delgado, prometía ser alto y muy simpático y extrovertido y Manolín castaño, más entrado en carnes, menos alto que su amigo y muy tímido y reservado.

Durante el otoño estudiar en mi mesa especial, frente a la ventana, era agradable, pero en el invierno hacía mucho frío, sin embargo no cerraba mis contraventanas, me vestía de ropas gruesas y aguantaba ante los cristales para contemplarlos.

Las pocas veces que durante aquel curso les vi por la calle, nos saludamos, les pregunté por estudios, fueron muy amables y los noté agradecidos con mis atenciones, por los saludos que me hicieron desde el cuarto del patio.

Terminó el año escolar, saqué buenas notas y mis padres accedieron a que fuese a pasar el verano donde mis abuelos, un caserío en la provincia de Santander.

Es al año siguiente, ya ellos con once años, cuando aumentó la corriente de simpatía entre los tres. En cuanto empezó el curso y tuve que "levantar" de nuevo mi mesa de la ventana, les volví a ver y saludé. Seguía siendo la casa del portal número uno donde pasaban las tardes, al volver de la escuela e hicieron todo tipo de señales de que me esperaban y estaban contentos con mi vuelta.

La primera tarde que tuve libre de deberes, nada más comer me asomé a la ventana de mi habitación y estuve esperando que ellos se reunieran en el cuarto de Manolín. Cuando aparecieron les hice señas que me iba a la calle. Me entendieron y asintieron afirmativamente.

Para ir a cualquier sitio del barrio tenían que pasar por mi portal y allí les esperé. Cuando aparecieron mostraron una enorme de alegría al saludarme. Mientras íbamos hasta un local de futbolines que estaba a la vuelta de la calle Goya, ya en la de Gordóniz, me preguntaron por mi verano y en dos palabras me dijeron como lo habían pasado ellos.

Muy aburridos.

Al llegar, antes de entrar, me advirtieron no tenían ni un céntimo. Como ya lo suponía, les enseñé un duro (cinco pesetas, moneda que funcionaba entonces) que tenía yo ahorrado. Con esa cantidad podíamos jugar un montón de partidas y comprarnos varias golosinas. Encontraron natural mi invitación, aunque tuviésemos una diferencia importante de edad, se sentían mis amigos.

Aquella tarde jugamos al futbolín contra otros chicos del barrio, ambos querían ser mi pareja, comimos "chuches" y nos sentamos los tres juntos, yo en medio, a leer tebeos en el rincón de la librería. Fue una tarde muy agradable para mí y sé que también lo fue para ellos, porque después en alguna ocasión me lo recordaron.

Deseo en estos momentos aclarar una cuestión para los lectores. Esta narración la habéis encontrado en la sección gay y pudiera ser que más de uno esté pensando que yo me acercaba a estos muchachos, yo de quince y ellos de once años, con la intención de seducirlos. Los que lo hayan pensado así están totalmente equivocados.

Efectivamente es una narración gay, escrita por un gay para los que sienten como él. Ciertamente tenía quince años, sabía mi inclinación sexual y me había "encontrado" en alguna ocasión con amigos con los que habíamos hecho "cosas" sexuales, pero puedo juraros que en ningún momento mi acercamiento fue motivado por un deseo carnal. Quizá mi sexualidad sí pudo influir en que les diese mi amistad y que quisiera me aceptasen como amigo y buscase una compañía masculina, pero mi intención era totalmente limpia.

También puedo asegurar que no había notado en ninguno de mis amigos del patio, sexualidad alguna, ni hablado con ellos una sola palabra de estas cuestiones.

Les proporcioné tebeos míos y de mis amigos y seguimos viéndonos por la ventana del patio todas las tardes. Tuvimos ocasión de pasar otras juntos y continuó y aun aumentó nuestra amistad al paso de los meses.

Terminó el año escolar, otro verano y casi otro curso cuando vi de su parte la primera manifestación sexual. Quizá la hubo antes y no tuve ocasión de contemplarla, pero en aquel inicio de primavera, acababan de cumplir ambos doce años, por lo tanto yo dieciséis, cuando una tarde que estudiaba frente a la ventana, tenía encendida la luz porque empezaba a anochecer y noté se apagaba la de la habitación de Manolín. De pronto, se encendió de nuevo la luz, apareció Eusebio al lado de la ventana, miró hacia donde yo estaba y me hizo una extraña seña.

Me quedé petrificado, Manolín estaba completamente desnudo encima de la cama y Eusebio ocupó un lugar a su lado, también en cueros. Después, a la vez, ambos iniciaron una sesión de pajeo individual, mirando hacia donde yo los podía contemplar, como ofreciéndome la visión de su masturbación. No se derramaban aun, aunque estaban muy próximos a hacerlo. Me contaron después, cuando me reuní con ellos en la puerta del salón de juegos, habían sentido mucho placer y les había salido lo que llamaron agüilla por la polla, como habían visto ocurría a los chicos mayores.

- A este le daba vergüenza, por ello apagó la luz - me explicó Eusebio - pero yo le dije que tu eras nuestro amigo y que no importaba nos vieras ¿Verdad?

- Claro que soy vuestro amigo, gracias por la confianza - le respondí.

-¿Edu, te haces pajas también? - me preguntó de pronto Eusebio muy interesado, mirándome a los ojos. Se atrevía más a hablar de cuestiones consideradas importantes por ellos, porque Manolín siempre se había mostrado más tímido.

- Sí, me las hago también - asentí.

- ¡¡ Ves, lo que yo te decía !!, Edu también se las hace, como todos los chicos mayores ¿ Verdad?.

- Sí, así es - sinceramente no sabía que actitud tomar, consideraba que decirles mi manera de actuar sexualmente era prematuro por su formación y edad y temí no lo entendieran.

Es que lo hemos aprendido en la escuela de otros chicos que se las hacen y nos ha gustado mucho.

La escuela a la que se refería Eusebio era una construcción prefabricada de madera, que de una forma provisional habían montado hacía varios años en la Campa de Recalde, una zona verde anexa al barrio, para paliar la falta de plazas escolares y atender a la petición de los padres que querían evitar que los niños pequeños atravesasen los dos pasos a nivel si querían asistir a las clases.

Desde aquella tarde que me ofrecieron su espectáculo sexual y hasta que terminó el curso, les vi hacerse un montón de masturbaciones, siempre cada uno se frotaba su pollita, sin tocarse entre ellos y quiero ser sincero con los lectores, yo me las hacía mirándoles, sin que ellos lo supieran.

No comenzaron a sobarse, tocarse y lo que se puede llamar un remedo de follar, hasta el siguiente año. Puede que lo hicieran durante el verano, pero no los vi porque ese año marché al extranjero a perfeccionar mi inglés.

Habían cumplido los trece años y sabían ya perfectamente lo que hacían. Cuando me encontré con Eusebio me dijo.

Nos gustan las chicas pero lo pasamos bien y por ello lo hacemos. ¿Hacemos mal? ¿Te agrada no apaguemos la luz y que nos veas?

En absoluto, me agrada comprobar que sois felices -- le contesté sin decirle que me había despellejado la polla al contemplarles.

Entre ellos, la manera de actuar de Manolín era completamente diferente a la de Eusebio, era quien acariciaba, besaba o acercaba su cuerpo y siempre se ponía en la posición de ser follado. Eusebio dejaba hacer, incluso era raro verle mamar la polla de su amigo, pero se notaba disfrutaba cuando Manolín metía la suya en la boca o le follaba

A partir de un determinado momento la ventana del patio cerró sus contraventanas que se volvían abrir al cabo de una hora aproximadamente. Comprendí era el tiempo que dedicaban al folleteo. No les hice ningún comentario. Entendí, que por su edad, cercanos a los catorce años, no deseaban ser exposición de sus expansiones sexuales y lo acepté como normal.

 

- - - o o o - - -

 

Estaban para cumplir los dieciséis años, Eusebio era un torbellino de palabras, hechos, sucesos, ideas, sensaciones y proposiciones mientras Manuel me mostraba cariño y atención, pero seguía igual de reservado en cuanto a sus sentimientos.

He dicho anteriormente que nunca les había dejado entrever mi condición sexual y ahora que contemplaba como iban creciendo y definiéndose, me alegraba de ello, porque aunque Manolín no comentaba nada de lo que sentía sexualmente, Eusebio presumía de su masculinidad, de ser heterosexual, de lo que le gustaban las mujeres y de follar a menudo con alguna.

Creo lo recalcaba en cuanto tenía ocasión, porque conocía que yo era sabedor de las relaciones gays que seguía manteniendo con su amigo y quería dejar constancia que esas relaciones no menoscababan su masculinidad.

Yo iba a la universidad, estaba estudiando el primer ciclo de la carrera que había elegido, el segundo tendría que hacerlo en otra lejana porque la incipiente del País Vasco, no impartía esos estudios y disponía de todas las tardes libres que dedicaba a estudiar, aunque solía dejar la de los miércoles para poder seguir reuniéndome con ellos. Seguíamos jugando las partidas de futbolín y después normalmente íbamos al cine al centro, donde les invitaba si no les llegaba el dinero que disponían.

Un miércoles Manolín bajó solo a la hora convenida y me comunicó que nuestro amigo estaba fuera de Bilbao por unos asuntos familiares. Pensé era la ocasión propicia para romper el hielo y la reserva que siempre mostraba y poder hablar libremente sin la presencia, siempre muy activa, de Eusebio.

Empecé recordándole nuestra antigua amistad, que les había visto crecer, tanto en su cuerpo como en su inteligencia y sexualidad.

Al llegar aquí Manu, que había confundido el motivo de mi charla, me cortó.

-¿Te molestó que comenzáramos a cerrar las contraventanas? - era la primera vez que se citaba esta acción entre nosotros.

- No en absoluto, entiendo que lo que hacéis entre vosotros es un acto totalmente personal. No pretendo ser un calentón vigila parejas - le contesté sinceramente.

- El que decidió cerrar fui yo, por parte de Eusebio no le importaba seguir igual. Quiero explicarte por qué lo hice.

Estuvo un rato en silencio. Notaba le costaba arrancar, contarme sus sentimientos, pero una vez se lanzó y salió a luz lo que consideraba su secreto, un torrente de palabras escaparon de su boca, incontenibles, con un rápido deseo de vaciar el sitio donde las había estado guardando.

- Soy gay - me dijo ruborizándose - me gustan los hombres y estoy enamorado locamente de Eusebio.

- Siempre me pareció que lo que hacías no era para ti solamente un juego sexual - le comenté.

-Él parece no darse cuenta. Folla conmigo porque se ha acostumbrado. . .. es solo carne. . . sensaciones. . . placer. . . le divierte sentir. . . que le mamen la polla. . . correrse . . por ello no le importa exhibirse, al revés, le incita. . . siente más profundamente el placer. . . .

Yo soy alma. . . corazón. . . sentimientos.. . no me importa el follar, me interesan las caricias . . los besos . . los roces . . . el calor de su piel . . . sentirle dentro de mí . . .por eso necesito intimidad, recogimiento, incluso cierta oscuridad.

Calló, nos miramos a los ojos durante un largo rato. Notaba que unas lágrimas querían salir de ellos. Había dicho lo que guardaba secretamente desde hacía años en su corazón, sin poderlo comunicar y compartir con nadie.

Le tomé de las manos y ante la confianza que me había demostrado le confesé algo que pensé era el momento lo debiera saber.

- Manu, yo también soy gay como tú. Pensé lo eras desde hace tiempo, pero necesitaba que me lo dijeras primeramente. No creo hiciste bien en guardarlo en secreto. Te ha hecho daño el esconder tu sexualidad.

- Siento no haberlo hecho, Edu, pero no quería que Eusebio lo supiese. Piensa de tal manera, que si por un momento se sintiese gay por lo que hacemos, se apartaría de mí. El lo realiza por costumbre, necesidad sexual, no por amor, ni porque sienta deseos de follar un culo. Actúa como lo hacen dos niños que se pajean e imitan lo que ven a los hombres mayores. No acepta en su interior ser ni siquiera bisexual, por eso he callado mi sexualidad y me he conformado con lo poco que recibo de él. Es lo único que tengo . . . . . .

 

- - o o o - - -

 

Antes de cumplir los veintiún años tuve que ausentarme de Bilbao para estudiar el segundo ciclo de la carrera que elegí. Fui a la universidad Autónoma de Madrid para hacerlo, donde viví los seis años siguientes, cuatro para obtener el título y dos más preparando unas oposiciones hasta conseguir una plaza del estado.

Durante este tiempo hice numerosas escapadas a casa de mis padres y siempre que pude hablé con Manolín y Eusebio que seguían aparentemente tan unidos como siempre. Este había dejado de estudiar y trabajaba de dependiente en un gran comercio de tejidos, en cuanto a Manu había terminado el bachiller con buenas notas y estudiaba Perito Industrial.

Además de estos saludos y breves conversaciones había mantenido con Manolín una correspondencia bastante extensa. Desde que nos mostramos la confianza de comunicarnos nuestra sexualidad, había cambiado totalmente su reserva hacia mí, era ahora al revés, me contaba todo lo que le preocupaba.

Sabía que las cosas seguían de manera parecida. No follaban tanto como cuando eran más jóvenes, pero muchas noches Eusebio se quedaba a dormir en su casa y entonces lo hacían juntos, disfrutaban y se desfogaban.

En la última carta que recibí de Manu me decía.

Querido amigo Edu:

Eusebio me ha dicho que tiene novia formal. Hasta ahora yo sabía que iba con mujeres, pero era de una manera esporádica, las cortejaba unos días y si no podía follarlas las dejaba porque me decía.

No estoy para pasar el tiempo, La juventud pasa pronto. O mojo o la dejo.

Me contaba detalladamente durante nuestros encuentros todo lo que las hacía, pensando que de esta manera me calentaba. Siempre ha pensado que yo sentía lo mismo. Me animaba a que saliéramos juntos a buscar hembras. Pude evitarlo porque, como inicié estudios y el trabajaba, le decía no disponía de tiempo.

Siempre he tenido miedo que note estoy loco por él por la manera que lo abrazo, lo beso, me dejo follar, le lamo su polla, le acaricio, porque no busco otros seres para descargar mi sexualidad, por todo… . .

Pero le sentía cerca y era lo que yo deseaba, no tenía celos, me conformaba con lo que conseguía. No era dueño de su corazón como yo hubiera querido, pero si de su cuerpo y de su amistad.

Pero cuando me comunicó su noviazgo, le dije que le importo solo como amigo del que disfruta sexualmente y que nunca fui nada más para él y le pedí no me contase nada de lo que hacía con ella.

Se rió ante mis propias narices contestándome.

Se trata de la hija del dueño. Es más bien fea, no me interesa demasiado, pero sé que está enamorada de mí. Quiero casarme pronto, porque es una ocasión muy buena. Lo nuestro no puede acabar. Estoy demasiado acostumbrado a tu cuerpo, a todo lo que me haces y no deseo perderlo. Seguiremos igual aunque esté casado.

Te pido Edu no me desprecies porque he aceptado la situación. No pude negarme. Le amo demasiado. No puedo perderlo, me volvería loco o me suicidaría si no lo tengo. Sé que no hago bien, es como si fuese su querida con la que engaña a su mujer.

Escríbeme pronto diciéndome que lo entiendes, que no he dejado se ser tu amigo por esta decisión que tomo.

En la espera, un beso muy fuerte de

Manu

Contesté a vuelta de correo calmándole, diciéndole que solo otra persona que fuera gay lo comprendería y que era y seguiría siendo mi amigo para siempre, hiciese lo que hiciese ante esta situación.

Estaba bastante ocupado en tomar posesión del cargo que había obtenido por oposición, que no era en Madrid ni en Bilbao y solo pude saber como iban las cosas por otra carta que recibí de Manuel y dos conferencias telefónicas que celebré con él.

Por parte de Eusebio no recibí ninguna comunicación hasta dos meses después que me anunciaba su boda y me invitaba a asistir a ella. Contesté afirmativamente más por estar cerca de Manu en esos momentos que por celebrar sus esposorios.

Organicé mis asuntos para tener libre no solo la fecha de la boda sino unos días anteriores y posteriores. Deseaba arropar a Manu a quien me interesaba ayudar. Eusebio, del que también me sentía amigo, sabía necesitaba menos mis atenciones.

La ceremonia se iba celebrar el día quince de setiembre a las doce del mediodía en una ermita de Archanda, un monte cercano a Bilbao. Yo llegué el día once ya anochecido. No necesité llamar por teléfono a Manu porque nos vimos desde nuestras habitaciones por el patio, quedando por señas para el día siguiente a las 10 de la mañana.

Cuando nos reunimos, le encontré más delgado, nervioso y bastante demacrado, aunque me aseguró se encontraba bien de salud. Me pidió encarecidamente no dijera nada a Eusebio.

El ha decidido así su vida y no debemos inmiscuirnos en ella.

En cuanto a él deseaba le dejase solo los dos días que faltaban para ultimar sus preparativos y que el quince le fuese a buscar, yo tenía automóvil, le llevase hasta la iglesia y estuviese, por favor, todo el tiempo a su lado.

Se lo prometí, compré el regalo de bodas, se lo llevé a Eusebio y aproveché el tiempo para visitar a unos amigos y parientes, esperando llegase el día de la ceremonia.

Calculaba que en media hora podíamos acercarnos sin agobios hasta la ermita, pero para disponer holgadamente de tiempo quedé en recoger a Manolín a las once de la mañana. Aparqué mi coche a menos cinco y esperé apareciese.

Cuando le vi asomar por el portal casi me da un infarto, aunque hice el esfuerzo de no dejar traslucir exteriormente la impresión que me había producido.

Tenía ante mí a otro Manuel, totalmente diferente al que acostumbraba a contemplar. Se había cortado y teñido el pelo de rubio y vestido con un traje de paño blanco, sobre una camisa también de una blancura inmaculada, que tenía unos pequeños volantes en los puños y en el lugar donde se anudan sus botones. Un lazo de terciopelo negro le cerraba el cuello y unos zapatos también negros, limpios y brillantes hasta la exageración, calzaban sus pies.

Era la imagen perfecta de un novio para una boda de postín y no la de un invitado a la de un amigo que se fuera a casar.

Cuando se sentó a mi lado pensé debiera decirle algo porque no comentar su cambio lo consideraría anormal.

¿Cómo de rubio?, realmente estás muy guapo, pero te siento cambiado - comenté.

Eusebio siempre me animó a teñirme, me decía que me quería ver con el pelo rubio y le he hecho caso - me replicó sin explicarme nada más.

Llegamos de los primeros y en vez de esperar cuando aparcamos, me pidió entrásemos y nos sentáramos en un sitio en que viéramos bien el altar y a los novios, pero que Eusebio no nos viese a nosotros. Pudimos hacerlo en uno de los laterales. Contemplábamos perfectamente tanto el ara del altar como las sillas donde se iban a arrodillar los esponsales y una columna nos tapaba de su posible vista.

Nos sentamos, se acercó todo lo que pudo a mí, noté que temblaba y para calmarle le sujeté la mano que quedaba a mi lado. La dejó asida durante todo el tiempo que esperamos y también durante los prolegómenos de la ceremonia, mientras fueron entrando todos los invitados.

Cuando vi penetraba el novio dando el brazo a la madre de la chica con la que se casaba, no giró la cabeza, siguió mirando hacia delante, hacia un sitio fijo, pero la apretó de tal forma que me hizo daño, al clavársele las unas sobre mi palma, pero aguanté, no le dije nada, ni intenté soltarme.

Siguió lo que continuó sin hacer mención de atender. No contestaba a los requerimientos de la misa, no se arrodillaba, siguió sentado y me obligó a mí, que mantenía su mano asida, a hacer lo mismo, permanecía con la mirada sin cambiarla del lugar en que la había fijado

Pareció revivir cuando el sacerdote, bajando del altar, se preparó a celebrar el sacramento del matrimonio. Entonces se arrodilló, me pidió con un gesto hiciese lo mismo y quedamente me dijo, a la vez que me pasaba un papel escrito con caracteres lo suficientemente grandes para que pudiese leerlo en la penumbra de la ermita.

- Léelo en alta voz cuando el sacerdote pregunte a Eusebio, pero que solo lo oigamos nosotros.

Entendí lo que quería hiciese, le hice señas con la cabeza que lo cumpliría y cuando el oficiante preguntó a Eusebio.

- Eusebio Martínez Herrán aceptas por esposa . . . . .

Comencé a leer el papel en voz baja.

Eusebio Martínez Herrán aceptas por esposo a Manuel Rodríguez Salamero, aquí presente. . . en la dicha y en la pobreza . . . .. . . hasta que la muerte os separe . . . .

Pude oírle contestar entre sollozos.

- Si acepto. . . .

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