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Daniel

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DANIEL

El doctor Cortés, psiquiatra, en su consulta, situada en uno de los mejores barrios de Madrid, sentado en su mesa de despacho, acaba de atender a un enfermo y antes de continuar rellenando los datos en su historial para archivarlos. en espera del próximo, estira sus miembros y mira a la circulación que ve desde el gran ventanal que tiene detrás,

Levanta su cabeza y da la orden de que el siguiente paciente podía pasar.

- Amelia, que pase el siguiente.

Oyó que la puerta se cerraba y que alguien, conducido por la enfermera, ocupaba uno de los asientos que había enfrente de su mesa, pero no levantó la vista hasta que terminó de anotar, en la hoja de consulta, todas sus impresiones del enfermo precedente.

Tenía la costumbre, antes de hablar con el paciente entrante, de leer la filiación que la enfermera hacia de él si era nuevo, o lo que había anotado en su ultima consulta en el historial que le ponía encima de la mesa, si el enfermo estaba en tratamiento, y así, dirigirse amablemente por el nombre propio que figuraba en el encabezado de su ficha y a la vez poner en situación su mente en los problemas que presentaba.

Leyó el nombre del nuevo de una forma mecánica y lo iba a pronunciar, cuando este le interrumpió.

- Doctor Cortés deseaba tener una consulta profesional con usted.

Aquella voz le era conocida y comprobó que la cara también lo era cuando levantó la vista hasta la persona que estaba sentada enfrente de él.

El nombre leído, impreso en su mente, de una forma marcada por la costumbre salió de su boca.

- Daniel.. . .

Pero no pudo decir nada más, porque el chico que le estaba mirando fijamente le interrumpió para señalar de nuevo.

- Quisiera que me ayude con un grave problema que me acucia. Necesito su consejo médico.

De alguna manera la palabra "médico" fue pronunciada de manera especialmente remarcada.

Quien estaba sentado enfrente de él era un muchacho de unos 16 años, alto, delgado, guapo, con una belleza un tanto femenina, que le miraba con unos ojos negros penetrantes que estudiaban su mirada y la reacción que su presencia producía.

El doctor Cortés no dijo nada, pero le señaló, con un gesto de su mano, que siguiera hablando.

El chico comenzó a exponer.

Siempre he sabido que yo era algo diferente de mis amigos o conocidos. Sentía que pronunciaba las mismas palabras que ellos cuando hablábamos de sexo pero yo las decía y no las sentía.

Presumían de que en sus sueños húmedos desarrollaban su sexualidad con chicas, algunas veces conocidas.

Yo lo decía también, aunque mentía, porque mis sueños siempre eran inducidos por chicos que se acostaban junto a mí.

En el instituto, en las clases o en el patio durante los recreos, se cortejaba a las chicas y yo también lo hacía como todos los demás. ¡¡Tenía mucho éxito entre ellas !! Pero no las veía como motivo de deseo, sino como unas compañeras de estudios, como colegas, casi como si fuera una de ellas.

Los que si me motivaban y removían mis hormonas eran los compañeros, cuando en el vestuario nos cambiábamos de ropa y sudaba y pasaba verdaderos apuros, cuando en las duchas nos tomábamos bromas, luchando o tirándonos agua, para disimular mis erecciones.

A lo largo del tiempo estos problemas, aunque quizá pequeños, me hicieron sufrir porque no tuve a nadie que me comprendiese y me ayudase a pasarlos.

El doctor Cortés, le escuchaba en silencio. Muchas veces los mismos problemas habían sido dichos desde aquella silla y siempre, en un primer contacto con la persona que los presentaba, según el estado en que se encontrase, habían sido sus palabras para calmar, decirla que era normal su sexualidad, que en este mundo son muchas las personas que sienten lo mismo y que debería encauzar su vida con esa manera de sentir.

Qué lo dijera abiertamente en su entorno y si necesitaba su ayuda para decírselo a su familia más cercana, no dudara en pedirla.

Pero esta vez no había dicho aún nada, su boca permaneció cerrada, esas palabras dichas otras veces, le parecieron huecas, sin sentido, vacías de contenido, hueras.

Seguía escuchando al chaval que continuó.

A pesar de sentir interiormente lo que he contado, en una ocasión, inicié con una chica un idilio para que mis compañeros creyeran que también era como ellos.

Estuvimos saliendo juntos casi dos meses. Ante ellos presumía de lo que no hacía, porque realmente lo único que llegue a hacer fue besarla, aunque realmente, la que me besaba y apretaba junto a sí, era ella.

Yo me analizaba y no sentía nada de la pasión que contaban mis amigos. Lo dejamos y espero me perdone por el tiempo que le robé.

Siento una frustración enorme, no voy a cumplir las expectativas que mi familia que al ser hijo único ha puesto en mí. Desean tener una descendencia grande y que perpetúe el apellido.

He alcanzado una edad en la que necesito encontrar personas que sientan lo mismo que yo. Quiero relacionarme con otros chicos que tengan los mismos problemas y por último creo que me estoy enamorando de un compañero de instituto que creo heterosexual.

No me atrevo a decirle nada. Pero le sigo, le saludo, creo que demasiado efusivo, aunque intento dominarme. para que no se dé cuenta y me rechace incluso como amigo.

Tengo un miedo atroz a que mis compañeros lo noten. Me darían la espalda y si no fuese así, por lo menos me mirarían de una manera especial. ¡¡ Cómo que si no fuese igual que ellos !!.

El doctor Cortés está pensativo, tiene el codo apoyado en uno de los laterales de la silla y su mano en su cara inclinada y piensa.

He estudiado una carrera de medicina y después la especialidad de psiquiatría para poder saber algo del ser humano, para ayudar en los problemas de la mente y del comportamiento de las personas.

Todo lo que he estudiado es teoría. ¿Qué le voy a decir a este chico que tengo delante?. ¿Las frases manidas que suelo usar en estos casos?.

Espera que le diga algo que le ayude, que le sirva para valerse en esta vida que se le presenta difícil.

El joven se ha callado, no quiere seguir desgranando lo que para él es un rosario de quejas de la existencia.

El doctor Cortés se levanta, da la vuelta a la mesa y se acerca al muchacho que levanta la vista hasta él. Una de sus manos acarician aquella cabeza y de un impulso espontáneo se abrazan compulsivamente.

Daniel, hijo mío, esto es lo único que yo puedo hacer por ti.

Y le besa en la mejilla mientras rompen ambos a llorar.

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